• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 18. Planes de futuro

—Reika, no has vuelto a probar bocado… ¿va todo bien?

Riku la observaba preocupado. Desde que el perro había aparecido milagrosamente gracias a una de sus compañeras de instituto, estaba distinta con él. Ya no le respondía los mensajes con la misma rapidez, no hablaban ni la mitad de veces por teléfono, y le había dicho que mejoró en sus estudios mirando vídeos de internet.

Era precisamente uno de los motivos por los que Reika se sentía mal: nunca antes le había mentido a nadie. Se sentía culpable por no haber sido sincera con él ni con Hiroko. Pero es que lo que sentía por Nami se había disparado desde que se habían acostado aquella noche. Perdió la cuenta de las veces que hicieron el amor, y la culpabilidad de su silencio comenzaba a atormentarla. Estaba obrando mal y le sorprendía de sí misma.

—Riku… me gustaría hablar contigo. De un tema importante —murmuró cabizbaja. El chico vio que su mano apretaba nerviosa una servilleta. Él le acaricio esa misma mano, mirándola con una sonrisa afable.

—Cuéntamelo, tranquila. No pasa nada.

Reika subió su mirada a la de él. Se le veía muy sereno.

—Cuando me dijiste de empezar algo… realmente creí estar segura. Pero ahora…

—Si no estás segura, no te forzaré a nada —le contestó con tranquilidad—. Me gustas demasiado como para rendirme a la primera.

Reika curvó una sonrisa, un poco más relajada.

—No quiero mentirte. Me caes… —tomó aire profundamente, dejándolo salir en un suspiro sonriente— …creo que eres una persona maravillosa. Y… bueno, me gustaría seguir conociéndote. Si te parece bien. Sólo es que lo de ser novios tiene que esperar un poco porque mi cabeza es un caos.

—Por supuesto, te lo acabo de decir. Me alegra saber que no me hayas tirado aún a la friendzone… a ver si aún puedo salvarme —fingió quitarse el sudor de la frente. Reika se echó a reír negando con la cabeza. Abrió la boca en cuanto él le acercó una porción del postre que compartían.

—Kitami-san —la voz a sus espaldas la heló. A Reika le costó tragar. Giró un poco la cabeza en dirección a ella. Jamás se esperó encontrarse con Nami en una cafetería tan alejada de su casa. Aunque Inagawa tuviera mucha fuerza en la mirada, ésta estaba calmada y observaba ahora al muchacho con una simpatía y educación digna de su posición—. Disculpa, no te conozco… es que la vi de lejos y…

—Ah, descuida. ¿Estáis en la misma clase?

Nami ladeó una media sonrisa, pero Kitami fue quien se le adelantó.

—Sí, ella me ha ayudado desde el principio con las matemáticas… qué martirio. Y gracias a ella vuelvo a tener a Byto conmigo. Por cierto, se llama Nami Inagawa…

Nami hizo acopio interno para no manifestar ninguna expresión facial no deseada al oír su apellido actual. Aún estaba pendiente la lectura del testamento, aunque sus abogados ya le habían informado de que cobraría el porcentaje mayoritario de la fortuna Inagawa pese a la polémica situación en la que se vio envuelta tras el homicidio. Era muy posible que volvieran a interrogarla. Pero él mismo se echó la cruz al poner cámaras en las estancias de la casa. El caso era siniestro y estaba aún siendo investigado, por lo que las organizaciones implicadas debían guardar estricto silencio antes de que los medios de comunicación estallaran.

—Encantada —le dijo la morena, estrechando su mano con el chico. Riku, que mimaba mucho las gesticulaciones y comportamientos humanos -y estudiaba Psicología en la facultad-, no pasó por alto el hecho de que la mano que le tendía estaba por encima completamente de la de él. Pero Nami se empeñaba en mostrarle una cálida y educada sonrisa inocente, y siendo lo hermosa que era, Riku supo que era un gesto que hizo inconscientemente. Lo cual delataba, irónicamente, un carácter dominante y altivo frente a los demás. Riku sonrió de medio lado y no echó cuenta de todas estas cosas que se le estaban pasando por la cabeza.

—El placer es mío. Chicas, voy al aseo, enseguida vuelvo.

—¡No, espera! —Kitami sacó apresurada un billete de su monedero y trató de tendérselo en lo que él se alejaba—. No me hagas lo mismo de siempre, ¡haces eso y luego pagas todo!

—No te preocupes, no haré eso. Ya lo hice antes, ¡jajajaja!

Reika se ruborizó un poco y le sacó la lengua, a lo que el chico la estrechó con naturalidad entre sus brazos mientras se ponía de pie y le dio un beso en la mejilla. Esto a Nami le provocó un potente cortocircuito inesperado. No manifestó expresión negativa alguna, mantuvo la sonrisa falsa y una imagen simpática. Pero tenía tan enfermizo sentimiento de propiedad sobre Reika, que le dieron ganas de llevársela lejos. El muchacho finalmente se alejó. Los segundos pasaron tensos, y poco a poco, por suerte, notó que por fin su rabia decrecía. Mantuvo el tipo y recobró la compostura.

—Kitami, no imaginé encontrarte.

—¡Yo a ti menos! Bueno, no es que sea una cafetería muy… glamurosa, ni nada… y está más cerca de mi barrio.

—Estos días me ha tocado desplazarme por aquí, por unos… asuntos. El Colegio de Abogados está cerca.

—Ah… bueno… ¿va todo bien? Es que hace dos días que no me contestas al móvil… empezabas a preocuparme.

—Han sido días difíciles —bajó de repente el tono de voz y observó con precaución las mesas que las rodeaban—. Mi marido ha fallecido.

A Kitami se le cambió la cara de golpe. ¿Ese hombre… muerto…?Dedicándose a lo que se dedicaba, se le hacía extraño. Eran personas que solían tener seguridad privada en sus asuntos turbios.

—Nami… madre mía, ¿qué pasó? ¿Quieres que quedemos después?

Nami dirigió una veloz mirada a la barra y negó con la cabeza.

—Es muy largo de explicar, y de verdad que no deseo interrumpir tu cita.

Reika sintió que se moría de la vergüenza. Y no se lo negó… no se lo negó. Habría sido mentirle en la cara y no la educaron así.

—De… de todos modos quiero saber qué te ha ocurrido. Por favor, quiero estar informada. Me preocupa tu situa… —se le cortó el habla cuando sintió la suave y tibia mano de Nami sobre su mejilla, con aquellos ojos marrones mirándola tiernamente.

—Estoy bien. Parece que Dios escucha alguna que otra plegaria.

—Pero Nami… tú… estabas encinta… yo estoy segura de que lo estabas…

—Hablaremos de eso en otra ocasión. Te lo repito, no quiero interrumpirte con temas tan desagradables.

Kitami notó de repente un desinterés abrupto por continuar la velada con Riku… pero no podía ser de aquella manera. Se mordió la lengua, se contuvo las ganas, y asintió con responsabilidad.

—Está bien… pero quiero que sepas que me tienes para contarme cualquier cosa, ¿estamos? Puedes llamarme.

—Bien —apartó despacio la mano y la metió en su bolsillo.

Al parecer, esos putos amarres no duran para siempre. Se sigue conteniendo.

Nami se volteó saliendo por la puerta de la cafetería y dedicó una última mirada furtiva a la barra donde el tal Riku se dedicaba a charlar amigablemente con el camarero. No sabía quién era, claramente no estudiaba en la Academia Kozono. Repasó lentamente sus labios con la lengua y desvió la mirada hacia su limusina. El chófer le abrió la puerta y acto seguido marcharon rumbo a la mansión de su padre. La mansión Inagawa, que era suya por derecho testamentario al ser viuda de aquel cerdo, estaba acordonada y siendo pasto de una ardua investigación. Nami sabía que el departamento policial también la tenía en el punto de mira.

No era para menos.

No era la primera vez que asesinaba a un marido impuesto. La primera, al ser mediante envenenamiento bajo circunstancias especiales donde hubo muchos invitados más y en un restaurante famoso, no había nada que la señalara. Esta vez la situación cambiaba. La policía determinó en primer lugar que el asesinato de la muchacha fue en defensa propia. Los homicidios involuntarios incluían una serie de derechos que Nami tendría, valorándose su estado psicológico tras el miedo.

Pero Nami estaba pletórica.

No podía creer la suerte que tenía.

Mansión Kozono

Al entrar a la parcela de su antiguo domicilio, vio los coches patrulla y un hombre trajeado explicándole algo con gesticulaciones de manos a Rukawa. El señor miró a Nami avanzando por el camino de piedra y ni siquiera le dirigió la palabra. La chica tarareaba la victoria en su cabeza, pero se mantenía indemne en sus facciones.

—Señora Inagawa. Necesitamos hablar un rato con usted. ¿Sería posible? —un policía le mostró la placa, deteniendo a Nami de frente. Ésta paró de caminar y ascendió una mirada inofensiva al funcionario.

—Por favor… ¿es que no han sido suficientes todas las horas de interrogatorio? Quiero descansar.

El hombre tragó saliva.

—Usted disculpe… sabemos que su situación no es para menos… pero uno de nuestros especialistas ha solicitado revisar sus heridas.

Nami no le dio importancia. Cambió su rumbo junto al policía y fue trasladada en patrulla hasta la comisaría.

Sala de interrogatorios

—Señora Inagawa. Siéntese, por favor.

—¿Qué es esto? —Nami dudó. El funcionario la había engañado, no querían ver sus heridas.

—Está en su libre derecho de irse, siento las molestias. Necesitaría que colaborara con nosotros para resolver esto lo más pronto posible… como comprenderá, este asunto saldrá a la luz pronto y es mejor estar preparados para que ninguna familia salga escaldada.

La chica apretó los dientes y marcó la mandíbula al hacerlo, pero no quería delatarse. Había estado sentada en esa silla por horas esos dos días, ¿y otra vez tenía que hacerlo? Se concentró, buscando la tranquilidad. Tenía el guion bien aprendido.

Dos horas más tarde, salió de nuevo de allí sintiéndose con el cerebro estrujado.

El hombre que la había interrogado aquella vez había sido mucho más cuidadoso con las preguntas. Las había formulado distinto a los dos entrevistadores previos, y echó mano de conocimientos en el campo de la Psicología. Era insultante que pensaran que ella no se daría cuenta. ¿Acaso querían buscarse una manera de juzgarla?

En el control sanitario le pidieron una consulta para estudiar mejor su espalda, cosa a la que Nami rehusó educadamente. Como no podían obligarla, tampoco descubrirían su aborto provocado. Pero sí tomaron nota de las heridas que su marido le provocó el día de su muerte, y que tan bien retransmitidas habían quedado en las grabaciones. Las organizaciones al mando de Inagawa quedarían en paz y reconocerían la inocencia de Nami de acuerdo a la ley. No podían atacar a la familia Kozono, sino cumplir con todas las partes estipuladas del contrato que venía anexada al casamiento de la muchacha con el difunto líder. Pero nunca reconocerían el cetro en manos de una mujer, así que fue Rukawa quien tomó las riendas de todo.

Dormitorio de Nami – Mansión Kozono

A Nami no le sorprendió demasiado encontrarse aquel cuarto vacío. Estaban los muebles, los estantes y la cama estaba hecha, pero era como ver una foto de revista que anunciaba una habitación en alquiler. Hueca de personalidad. Sus hermanos habían retirado sus cuadros, sus posters y absolutamente todas sus pertenencias. A Nami le hubiera gustado mandar a su chofer a recoger a Kitami de su casa y meterla en aquella cama. Le daría un poco de pena por estar como estaba, y luego la besaría y acariciaría, y le empujaría la cabeza hasta su coño, hasta que le concediera todo el placer que se merecía. Pero ella misma tuvo que redimirse, porque pese a su emergente lujuria, la última visita al médico personal la había destrozado. Las heridas de su espalda estaban demasiado recientes y recién suturadas, la aplicación de alcohol y de las pomadas fue un procedimiento casi tortuoso, por no hablar de los múltiples hematomas que tenía repartidos en el cuerpo. Así que cuando llegó allí y se desnudó, sólo pudo dejarse caer en la cama bocabajo.

Se quedó dormida a los escasos minutos.

Casa de Reika Kitami

—¡Ah, venga ya! ¡Tampoco ha pasado tanto tiempo!

—¿Qué no, dices…? ¡Si casi se me había olvidado tu voz!

Reika reía al otro lado de la llamada. Hablaba con Hiratani, que después de casi tres semanas sin verla, la había contactado preocupado por su salud.

—Es que han pasado tantas cosas… por un momento pensé que iba a dejar el instituto, te lo juro… uno ve las cosas muy diferente cuando le pasan sucesos feos. Pero bueno, ¿cómo estás tú?

—Bueno, bien… las clases están agitadas con tanto chisme, ya sabes… aunque a mí nunca me cuentan nada.

—¿Chisme?

—Sí… por lo de Ko-K-K…Kozono-san.

—Ah, ya —musitó con la voz más taimada—, no está siendo fácil para ella tampoco, ¿sabes?

—¿Tú sabes lo que le ha ocurrido?

—No sé mucho… pero sé que ya no está con ese señor tan desagradable. Al parecer ha fallecido.

Hiratani curvó sin querer una sonrisa. Agradeció que Reika no le viera, porque se sentiría inhumano.

—Pues lo siento pero… ese hombre no estaba a su altura tampoco.

—No… claro que no —murmuró Reika, dando un suspiro—. Ella… es una persona difícil, pero creo que lo ha pasado muy mal con este tema.

Byto dio dos ladridos y saltó enérgicamente a la cama de Kitami, aterrizándole con sus patitas en el vientre. Ésta sonrió con dulzura y lo acarició en el lomo.

—Eh… ¿ese… es tu…?

—¡Sí! Mira, si supieras todo lo que ha pasado… me lo robaron, Hiratani. Pero Nami se encargó de todo. Los que me lo robaron recibieron un aviso y tuvieron que dejarlo si no querían implicaciones legales.

—Ah vaya… qué suerte que la tenías al lado…

—Sí… supongo que sí. A veces… —apretó los labios pensativa, intentando buscar las palabras exactas—, no sé, a veces es como que la respuesta simplemente es ella. Siempre sabe qué hacer o qué decir… qué suerte, ¿verdad?

—Sí… sí.

Se hizo un breve silencio. Kitami se sintió un poco caradura, cuando recordó que su compañero podía tener férreos sentimientos hacia Kozono. Cambió abruptamente de tema.

—De todos modos, he estado saltándome muchas clases y en Dirección ya me quieren enfilar. Así que será mejor que no siga faltando, el trabajo en la panadería no será una excusa para siempre.

—Lo bueno es que como estás legalmente emancipada, no te pueden obligar a ir a clases… eres ante la ley una persona mayor de edad.

—No está mal, ¿eh? —bromeó divertida.

—¿Has pensado qué carrera te gustaría cursar después?

—¿Carrera…? Am… —su madre había sido la última persona en preguntarle aquello. Realmente era una cuestión complicada. Era lo suficientemente joven para decidir con tiempo qué quería hacer, pero no quería cagarla. Y su padre, antes de que lo invadiera su enfermedad, le advirtió del peligro que suponía hacer muchas horas en un trabajo cualquiera, porque uno se acostumbraba a tener su sueldo y luego llegaba a los cincuenta años con la espalda partida y llena de achaques. Reika era feliz y eficiente trabajando con humildad en la panadería cerca de su casa, pero esa panadería no tenía por qué durar para siempre allí abierta. Los tiempos cambiaban y la fluctuación de la clientela había variado mucho los últimos años por lo que le había escuchado al dueño. Sabía que no era un trabajo al que dedicar la vida. Pero después del mal bache que había tenido que pasar con sus padres y con el tema del dinero, se dio cuenta de que estudiar le costaba muchísimo. No tenía la facilidad de Nami, ni su memoria, ni su capacidad resolutiva para ejercicios abstractos. Era un desastre para las ciencias. También podía dedicarse a algo más calmado, como traductora o decoradora.

—¿Kitami-san, sigues ahí?

—Si —soltó una risita—, es que no tengo ni idea… supongo que… trabajaré unos años en la panadería para ahorrar y ese tiempo miraré a ver si puedo hacerme un curso de algo. Pero no me veo en la universidad… o bueno… no lo sé. Cuéntame mejor qué vas a hacer tú…

—Estudiaré Fisica en la universidad. Es lo único para lo que creo que sirvo.

—¡Anda ya! Si te gustan las ciencias, creo que valdrías para cualquier campo… ¡en serio! Se te dan genial las matemáticas.

—Pero las matemáticas en sí son… bueno, lógica de números. Me gustan los casos prácticos, la aplicación. Por eso me gusta la física.

—Eres genial, Hiratani. Ya me alquilarás alguna habitación de tu mansión cuando trabajes para la NASA…

Ambos se echaron a reír.

—En fin, debería marcharme a estudiar ya. Me alegra saber que estás bien.

—Gracias por llamar, Hiratani. Mañana te veo.

—¡Está bien!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *