CAPÍTULO 26. Energías transferidas
Hiroko se sorprendió al ver a Riku metiendo las pertenencias de la taquilla de Kitami en una caja. Le saludó y le miró extrañada, con una sonrisa.
—Oye, capullo, ¿vienes y ni me saludas…?
—Ah, no seas loca… ¿cuántos estudiantes hay aquí por metro cuadrado? ¡el guardia sólo me ha dado media hora para vaciar esto!
Fue borrando su sonrisa de a poco. Le picaba la curiosidad.
—Es la taquilla de Kitami.
—Sí… ¿no te lo dijo? Dejó hace un par de días la Academia.
Hiroko se descruzó de brazos, mirándole sorprendida.
—No, no me lo dijo.
—Al parecer le iba muy mal… en casi todas las asignaturas. Está bastante rara… oye…
—¿Qué…? ¿Qué ocurre?
—Bueno, no es nada —cabeceó una negativa y colocó la última libreta. Pero antes de que cerrara la caja, Hiroko insistió.
—¿Todo bien? Es que me extraña que no haya venido ella misma a llevarse sus cosas.
—No sé. No sé qué le pasa. No quiere pisar las instalaciones. Me ha rogado que venga yo… y está esperándome en un taxi fuera.
Hiroko comprimió los labios. Se olía algo extraño.
—¿No le has preguntado si está bien? Yo… hace ya un tiempo que no cruzo muchas palabras con ella más de un minuto seguido.
—Está rara, lastimosamente apenas he tenido tiempo para hablar con ella por el trabajo. Pero bueno… intento recompensarlo con favores tontos como éste.
—¿Dices que está fuera?
El chico asintió. Hiroko no hizo mucha más ceremonia. Se distanció de él y salió al exterior. Cuando se acercó a los peldaños, se cruzo con Aki y Hana, que iban juntas tomadas del brazo. Le chistó a su hermana pequeña.
—¿Qué haces aquí?
—Es el tiempo libre entre clase y clase.
—Sí, ya me conozco tus “entre clase y clase”, no te acerques a las vallas.
Aki rodó los ojos.
—Pesada. Por cierto, tu amiga está en el coche. No sé qué le pasa pero da un miedo de cojones —murmuró Aki, encogida de hombros. Hiroko siguió la trayectoria de su dedo y vio el taxi. Alzó una ceja.
—No quiero pensar mal, pero… ni siquiera ha venido ella a por sus cosas —su hermana se encogió de hombros de nuevo, pero Hiroko suspiró—. Ahora vengo, quiero hablar con ella antes de que el novio salga. Espero que esa zorra no haya hecho nada, porque te juro que su aura sola es capaz de sobrecargar el aula.
Hana sintió que la columna vertebral se le crispaba de punta a punta. Se puso tensa, sabía a quién se refería. Aki la miró de reojo.
—¿Qué haces?
—Nada —dijo rápido la otra, restándole importancia. Hiroko le dedicó una mirada furtiva a Hana. Le habían salvado el culo ayer con el director y el Consejo de Estudiantes, pero seguía callada y taciturna.
—No os acerquéis a Inagawa, es peligrosa —dijo Sano a ambas.
—¡Otra vez! Que ya me lo has dicho unas veinte veces, pesada…
—Te las diré las que haga falta. Cuando la toma con alguien, es peligrosa. Y puede ser muy violenta. No te quiero cerca de ella.
—Vaaaaaaale —puso los ojos en blanco.
—Vamos a hacerle caso —murmuró Hana, mirando a su amiga. Aki se sintió mal de repente, al presentir por qué se lo decía.
Hiroko miró ágilmente a Hana. Luego miró a la Academia. Aún tenía unos instantes antes de que Riku terminara de firmar el papeleo y la entrega de llaves. Aprovechó para acortar distancias con Hana.
—¿Inagawa te ha hecho algo?
Fue cortante y directa, como si supiera incluso la respuesta. Hana se sintió acorralada y negó enérgicamente con la cabeza.
—N… ¡ni siquiera la conozco bien aún!
Aki frunció el ceño mirando a su amiga.
—Sí la conoce, quedaron hace muy poquito. Pero no nos quiere contar nada.
—¡Aki…! —rezongó la otra, alarmada. Bajó el tono—. Te dije que no lo contaras…
—No te expongas así por una carta de recomendación universitaria, Hana —murmuró la pelirrosa—, no merece la pena. Puedes dejar ese despacho cuando quieras. Puedo hacerlo yo por ti si quieres.
—Ya estamos casi en el ecuador de curso… no me importa aguantar un poco más, de verdad. No ha pasado nada grave.
Hiroko resopló, no tenía más tiempo que perder. Decidió aplazar esa conversación y tras hacerles un gesto de despedida, trotó hacia el taxi. Se asomó de golpe a la ventanilla trasera. Kitami tenía unas ojeras enormes y los ojos hinchados con bolsas sobre los párpados inferiores. Uno de sus ojos estaba totalmente amoratado, tanto, que el hematoma se había apropiado casi de la mitad de su cara.
—Dios mío, ¿¡Reika!?
La rubia se asustó y se movió incómoda rápido en el asiento, pero luchó por calmar la cara cuando reconoció a Hiroko.
—Hir…
—¿Estás bien…? ¿Puedes andar?
Kitami asintió sin más y desvió la mirada de ella. No hacía falta ser un experto para saber que la habían maltratado. Ni siquiera le respondía verbalmente.
—Reika… ¿me estás escuchando…?
Reika no se sentía capaz. No quería interactuar, estaba a punto de derrumbarse otra vez. Se quedó mirando tímidamente hacia el frente, con la cabeza gacha y apretando muy fuerte ambas manos.
—¿¡Es que tu novio no piensa hacer nada!? ¿Por qué no me ha dicho nada? ¿Qué coño pasa aquí? —elevó la voz más de lo que quiso y alertó al taxista. Hiroko le devolvió al hombre una mirada de reproche—. ¿Usted qué mira? ¿No piensa llevarla a una comisaría, qué es lo primero que piensa uno cuando…?
—B-basta… basta ya. Sólo me he dado un buen golpe, Sano. No armes un escándalo.
—No es verdad —dijo bajando el tono a uno mucho más lastimero, muerta de la pena. Quería ponerse a llorar sólo de verla—. ¿Quién ha sido? La que pienso, ¿verdad? Sólo un buenazo como Riku se creería que te has caído. ¡Ha tenido… ha tenido que ser ella!
—Déjame, por favor. No… no cuentes cosas que no son, sólo te pido eso.
Hiroko detectó en esa postura un encierro hacia sí misma total y absoluto. Debía ir al psicólogo. Estaba traumatizada. Sintió rabia. Se colmó de paciencia antes de hablar y bajó el tono en un susurro para que el taxista ya no oyera.
—Reika… sólo dime si ha sido ella. ¿Te ha vuelto a obligar… a…?
Reika siguió sin mirarla, con las pupilas centradas en el suelo.
—Déjame… por favor…
Hiroko se sorprendió enormemente de aquella respuesta. Kitami estaba deshecha. Y no le quería confiar nada, o simplemente no podía. Asintió paulatinamente y trató de reconfortarla al situar la mano sobre su hombro, pero se sorprendió mucho al ver que tuvo un deje asquiento y le apartó el brazo del alcance. Reflejaba su apatía y miedo ya al propio contacto físico, y no le devolvió ni un segundo la mirada. Notó que temblaba.
Riku volvía andando a tientas, cargado con dos mochilas y tres archivadores entre los brazos. Kitami se dio prisa en serenar la mirada lo máximo posible en lo que llegaba y subió la ventanilla sin siquiera despedirse de ella. Hiroko estaba contra la espada y la pared.
No sé qué pretendes que haga Reika… se dijo a sí misma Hiroko, regañándose, …contra un apellido blindado, aparte de sufrir un efecto rebote.
La última imagen que vio antes de que el taxi partiera, fue de Riku y ella haciendo hueco para las mochilas y poniéndose el cinturón. Su amigo le hizo un gesto con la mano en señal de despedida. Él parecía tranquilo. Se había creído lo de la caída. Era para ponerse a reír y llorar al mismo tiempo. Pero Hiroko agachó la cabeza, desgastada. No podía exponerse de nuevo como lo hizo cuando mandó a Nami al hospital. No podía. No sólo se exponía a sí misma, sino también a su familia y allegados. Las cosas funcionaban así. Y Reika no iba a denunciar. Claro que no, porque esa denuncia caería en saco roto.
Y de pronto, tomó una decisión muy dura.
La que tomaría mucha gente.
La fácil y a la vez la incómoda.
Hiroko decidió no hacer nada.
Pero el tiempo pasaría.
Y Hiroko lamentaría por muchísimos años no haber estado a la altura de aquella situación.
Cinco días después
De las trece tiendas de ropa donde Kitami había echado currículum, siete la llamaron durante la semana. Se inventó excusas para todas ellas. Le hacía falta el aire cuando le sonaba el teléfono. No se veía capaz de estar positiva en una entrevista de trabajo. Habían transcurrido cinco días desde lo ocurrido en la limusina y ninguno de ellos hizo otra cosa que no fuera quedarse en su casa y limpiar a fondo cada centímetro cuadrado. También se dio baños largos, tratando de hallar la paz mental que ansiaba. No podía evitarlo, echaba de menos a sus padres. Ellos jamás le habrían puesto a conciencia las cosas tan complicadas en la vida, pero no tenían la holgura económica que tenían las familias del instituto Kozono. Sabía que no le hacía falta tampoco. Lo que realmente le hacía falta era que su madre saliera de su tumba, la abrazara y le dijera que todo saldría bien, que no estaba sola. Pero su madre no lo haría, porque estaba muerta. Su padre, más de lo mismo. Cuando Byto le ladró entorpeciendo su intento de suicidio, sintió que una presencia benévola vivía dentro de él. Sintió ternura. No podía dejarle a él solo también. Probablemente fuera lo único que Nami hizo bueno realmente por ella, fuese su intención o no. Además, no le había contado aquello a nadie, ni siquiera a su propio novio. Riku no tenía ni idea de lo que Nami le había hecho y no quería que ninguno de sus amigos se enterase tampoco para no meterse en problemas ni meterlos a ellos. Los Kozono y los Inagawa eran intocables.
Su parte positiva, la más adherida en su ser, hablaba a veces. Decía, en cuanto una de las entrevistas te dé la confirmación, empiezas a trabajar y ahorrar, y te marcharás cuanto antes de ese piso. Si puedes, te vas de la ciudad. No se lo dirás a nadie. No quería encontrarse a Nami nunca jamás.
Pero tras los últimos acontecimientos una parte negativa también vivía en ella. Una parte que le decía, la zorra de Nami tiene razón, sólo vales para eso. No sabes estudiar, estás sola, tus amigos no te hacen caso, nadie puede ayudarte, seguirá violándote a ti y probablemente a otras. Se ríe de tu llanto ¡porque es para reírse!, ¿quién llora siempre a la mínima que la tocan? ¿Piensas que Riku estará en la salita de espera por siempre?
Esa parte había sido contagiada enteramente por Nami. La había absorbido, al igual que Nami había absorbido de ella algún que otro episodio de remordimiento pasajero antes o después de violarla. Energías transferidas. Pero la negativa pesaba mucho más en Reika que a la inversa.
Después de darle excusas también a Riku los últimos dos días, el chico le dijo que la visitaría esa noche con la cena hecha. Así que nada más salió de la bañera, bien aseada y perfumada, se puso un pijama, calcetines altos y preparó alguna película en sus aplicaciones de la televisión. Por una parte era relajante no tener nada que hacer, ni trabajar ni estudiar. Estudiando era muy procrastinadora, y nulos resultados podía ofrecerle esa actitud en una academia de alto renombre. Por otro lado, aún le quedaban unos ahorros para aguantar sin trabajar tres meses más, pero sabía que si se los gastaba, más tendría que esperar para mudarse. Así que se concedería esa semana de relax, y la siguiente concretaría las entrevistas de trabajo que le habían ofrecido en orden de preferencia. Tenía que abogar por la parte positiva todo lo que pudiera, de lo contrario, terminaría metiendo también el otro pie en el pozo depresivo donde ya estaba.
Unas horas más tarde
Riku llegó, siendo recibido por varios ladridos inquisitivos del cachorro. Byto era perrito ladrador poco mordedor. La única vez que había atacado a alguien había sido a Nami, una de las primeras veces que la hizo llorar en una relación sexual. Ahora que lo empezaba a ver con ojos lavados, se daba cuenta de que las red flags de la relación estuvieron desde el principio. ¿Por qué coño se había sentido tan atraída hacia ella? No se reconocía habiendo soportado esas actitudes. Era como si una mano negra se hubiera apropiado de su mente.
—¿Qué le pasa a este, hum…? —dijo riendo el muchacho; se acuclilló a tomar al perrito entre su manos. Byto, sorprendido al ver que el humano no era malo, fue olisqueando sus palmas y finalmente le dio un ladrido más, mansamente, agitando la colita de lado a lado—. ¡Pero qué guapo que es! Oye, este perro es de raza.
—Creo que es mezcla… bueno, ya ni me acuerdo. Pero sí que tiene características de uno de raza.
—Es de raza, de raza pura. Te lo digo yo —murmuró sonriendo mientras le rascaba el lomo. Apartó la mano sólo para dejar las bolsas con la comida sobre la mesa, luego volvió a retomar las caricias.
—Pues qué raro que haya acabado en una protectora.
—¿Estos perros? Imposible. En el barrio de tu academia, muchos clientes los piden por encargo. Hacen los cruces y se los venden. A precio de bala, sí. Si este estaba en la calle, se habrá escapado o algo raro habrá pasado.
Reika sentía escalofríos. Prefería no darle vueltas al tema, porque entonces tendría que preguntarse muchas más cosas acerca de las intenciones de Nami al traerle ese perro… al poco de que hubiera muerto el que ella alimentaba en la academia. Ahora que hacía un intenso ejercicio de memoria, se dio cuenta de que los perros no eran exactamente iguales. El que Nami le dio tenía mejor pelaje. Buscó fotos en el móvil y comprobó que era de raza… cerró rápido la aplicación suspirando y se esforzó en sonreír.
—Bueno. Pero lo importante es que siempre le has caído bien. Primer examen controlado.
Después de varios mimos, los chicos se acurrucaron en el sofá y cenaron viendo una película. Reika pudo relajarse y eliminar tensiones sólo teniéndole cerca y estando sobre su regazo. Riku no paró de acariciarla durante toda la emisión, y cuando hubo acabado, estuvieron más de una hora argumentando sobre la psicología de varios de los personajes. Él no paraba de sonreír escuchándola, le tenía obnubilado. Era tan guapa… y tan simpática… sabía que había tenido mucha suerte encontrando alguien como ella, incluso después de su infidelidad, no era capaz de sentirle maldad alguna. Como estudiaba Psicología, se replanteaba muchas cosas antes de hacerlas. Pero estaba tan prendado de Reika que obvió muchas cosas alarmantes. Se creyó la caída que había tenido. El área del hematoma ahora estaba algo menos extendido y su ojo ya no estaba hinchado, pero la piel seguía siendo morada, con algunos tonos verdes en el hueso de la ceja. Tristemente, se sentía menos que ella. Reika había tenido los últimos meses las cosas muy, pero que muy difíciles, se había visto sola de repente y según le había comentado Hiroko, académicamente no había tenido mejor suerte. Era una chica que lograba socializar con facilidad, pero que alguna que otra persona le había intentado robar su pureza.
Cuando limpiaron los platos y se prepararon para dormir, Riku la envolvió con sus brazos desde atrás.
—Hueles muy rico —susurró cerca de ella, y movió las manos sobre su cintura para voltearla. Reika sonrió y se puso de puntillas para rodearle el cuello con los brazos. De manera natural, unieron sus cabezas y surgió un beso entre ellos, casto y breve. Riku sonrió y se inclinó más, reclamando un segundo beso. Ella tenía un aroma que ya se tenía conocido, dulce y agradable, sutil e inconfundible. No habían hablado mucho de las intimidades del otro y mucho menos después de lo ocurrido. Ella pareció siempre reservada al respecto del sexo. Pero aquella noche parecía la perfecta para dar el siguiente paso. Jamás la había invadido en aquel sentido, y por eso, las caricias fueron lentas y escalonadas, sin intención de incomodarla. Reika correspondió su beso por largo rato, calmada y sin objetar. Así que el chico se aventuró a deslizar su mano desde su lumbar hasta su trasero, amasando uno de sus glúteos por fuera del pijama con algo más de presión. No pudo evitar ponerse algo nervioso. No era su primera vez pero deseaba hacerlo bien y memorable. Tampoco tenía muchas experiencias para comparar, pero quería ser todo lo respetuoso que ella se merecía… el sólo hecho de imaginarse haciéndolo con Reika, con lo hermosa que era… suspiró roncamente y profundizó en el beso. Probó su lengua, que Reika chocó con la de él en respuesta, y entonces cambió la mano de posición para deslizarla debajo de su pijama, en la zona abdominal. La desplazó hasta su entrepierna y notó el suave roce del vello púbico. En ese punto Reika cortó un segundo el beso, abriendo los ojos y deteniendo la mirada en él. El chico la miró sonriendo, pero detuvo la mano.
—¿Todo va bien…? No quisiera…
Reika tardó un par de segundos.
—S-sí.
Riku asintió y la invitó a tomar asiento en el sofá junto a él. Se encaramó poco a poco sobre ella en otro beso. Imaginó que podría tener el papel mas dominante en aquella sesión. Lo tuviera o no lo tuviera, sería cuidadoso. Reika le continuó los besos y él fue acomodándose sobre ella, bajando por completo la mano a su cavidad. Buscó su entrada vaginal con el dedo corazón, pero a la mínima que ejerció algo de presión ella se separó bruscamente de sus labios, apartando la mirada.
—No quiero continuar.
—Vale. ¡Eh, perdona…! —retiró la mano despacio y la miró desde arriba, con una sonrisa de preocupación—. No pretendía incomodarte. ¿Estás bien…?
Reika no estaba bien. Se asustó al verla, porque de repente, ahora tenía una expresión de temor, y los labios comenzaron a temblarle. Riku se fue separando poco a poco y se sentó al lado, sin dejar de mirarla. Reika apretó los labios desolada, a la mínima que él la había tocado allí había desencadenado esas horribles vivencias, tan cercanas en tiempo. De un pequeño respingo levantó la espalda del sofá y se sentó en el borde, con la mirada agachada.
—No, perdóname tú. Pero es que no puedo.
—No me importa, Reika… he ido demasiado rápido. Entiendo que quieras esperar.
Reika no podía oírle. Escucharle hablar como si tuviera la culpa le hacía daño a ella misma también. Recordó a Nami abofeteándola sin parar en la cara, escupiéndole encima y tratándola con aquel desprecio mientras la violentaba. Y se puso a sollozar. Riku se mortificó y se acuclilló en la moqueta frente a las rodillas femeninas. La miró preocupado.
—¿Te he hecho daño? Si es así, no me he dado cuenta. Por favor, no llores…
—… —trató de abrir la boca para decirle que no, que no tenía nada que ver con él. Que era la persona más maravillosa que había conocido en los últimos meses, que Nami Inagawa la había torturado en el sexo y la había hecho sufrir lo inenarrable en su limusina, mientras ella gritaba y pedía auxilio. Pero no podía, y sólo rompió en un llanto más fuerte. Se tapó la cara con las manos y Riku suspiró aún más preocupado.
—Soy un novio nefasto… vas a tener que decirme qué es lo que he hecho mal… para no repetirlo más. Tenía que haberte preguntado primero, ¿no?
—Eso no importa —pudo decir tras varios segundos intentando calmar su voz y su respiración—. No puedo hacerlo porque hace poco me hicieron daño.
La expresión de Riku se combó a una más enfadada. ¿Algún cabrón le había hecho daño? La acarició de la rodilla y se fijó mejor en el hematoma de la cara.
—¿Quién, quién te lo hizo? —resopló, mirándola con suma atención. Bajó la cabeza—, no quiero molestarte con esto… he sido insensible. Y un tonto. Claro que no te has caído, ¿no? Alguien te ha agredido.
Reika pudo estabilizar sus respiraciones a los pocos segundos. No quería que él empezara a hacer preguntas. No, no puedes contárselo. ¡Nami te ha amenazado con su vida, recomponte! Se repasó ambos párpados con el dorso de la mano para retirarse las lágrimas y tragó saliva.
—Dame un poco de tiempo. Ahora mismo… prefiero sólo dormir.
—Oye, Reika, es muy importante que me escuches ahora —murmuró, mirándola con los ojos muy abiertos—. El sexo no es ni será nunca lo más importante para mí. No lo ha sido en mis anteriores relaciones y no lo será en esta. Que sí, que está muy bien, pero lo que me interesa es que estés a gusto conmigo. Con ver esa carita feliz… para mí ya es suficiente. Sabes, para mí es un sueño que sólo te hayas fijado en mí.
—Maldita sea, deja de decirme cosas tan… ¿cómo puedes ser tan…? —farfulló con los ojos enjuagados en lágrimas aún. Sorbió por la nariz, y soltó un resoplido—. Tengo fe en que se me acabará pasando esta oscura sensación. Pero ahora… sencillamente no puedo. Mi cuerpo se niega a eso.
—Reika… si alguien te ha hecho daño… y estás respaldándole con tu silencio…
—No, no. Estás equivocado. Y lo del audio… fue… no hubo… no hubo penetración, esto es otro tema. Esto que te digo pasó hace mucho.
A Reika le costaba elaborar mentiras sobre la marcha, pero se sintió más aliviada al verle a él una expresión confusa. El chico suspiró largamente y asintió.
—No me tienes que dar explicaciones que no quieras darme… todo al tiempo que necesites, te respetaré siempre. Lo que me interesa es que estés bien, que disfrutes, y por supuesto que no vivas con miedo estando a mi lado. Siento mucho si has tenido una mala experiencia… en ese ámbito.
Reika sintió un nuevo escalofrío. ¿Una? Unas cuantas. Todas se las había perdonado a esa zorra, pero la última era sencillamente imperdonable. Aquella humillación denotaba la falta total de afecto que Nami sentía hacia ella. Se sentía una gilipollas ciega.
—Quiero dormir… ¿vale…? No te enfades conmigo, por favor.
—Para nada. No me gusta que pienses que tengo derecho a enfadarme porque me digas que no.
Para Reika aquella frase dicha en aquel momento, era clave. Era lo que la otra no había parado de hacer desde que la conoció. Cuando no podía obtenerla por las buenas, la había agredido. Siempre. ¿Por qué diantre no había conocido a Riku en otro lugar y antes que a Nami? Temía enormemente no disfrutar jamás del sexo. Por fin, después de mucho tiempo, comprendía que tenía un trauma que se desencadenaba al tacto y con ciertas frases. Y tampoco quería que Riku la viera llorar sin tener idea del tema, porque podía sentirse más desplazado aún. Era un ángel. Riku era un ángel. Y ella le había sido infiel con el mismísimo demonio.
Al final él le dio un beso casto sobre los labios y se volvieron a meter en la cama.
A la mañana siguiente
Riku tuvo que levantarse temprano para trabajar, el fin de semana casi nunca podía descansarlo. Durante uno de los tiempos libres, mientras desayunaba, cruzaba algunos mensajes con Hiroko. Al final, al ser su amiga de confianza, inspiró hondo y le contó el episodio de anoche con Kitami. Hiroko se quedó “en línea” varios segundos y directamente empezó a llamarle. Riku descolgó y se buscó un sitio tranquilo para hablar en los cinco minutos de descanso que le quedaban.
—¿Hiroko?
—Sí, perdona. Te tengo que preguntar porque me he preocupado. ¿Qué es eso de que lloraba?
—Pues… por favor, no le digas nada. Ella se esforzó mucho en que no notara lo mal que estaba, pero lo estaba. Rompió a llorar y dijo que no estaba preparada para dar el siguiente paso.
—Ya —contestó Hiroko en voz queda—, mira… yo… tampoco debería contarte esto, pero… ella lo ha pasado muy mal con otra persona.
—¿Ha tenido pareja antes? Es que no hemos tocado esos temas mucho.
Riku no contaría jamás lo del audio, porque le avergonzaba.
—No, no ha tenido pareja. No como te lo imaginas. Pero hay una chica que ha estado abusando de ella desde que la conoció. La tiene frita.
Riku se carcajeó sin poder evitarlo, y Hiroko se quedó en silencio.
—Pero… ¿pero qué me cuentas? ¿Cómo que una chica?
—No te lo tomes a risa. Se trata de una alumna de Preparatoria de la Academia Kozono… de la familia Kozono.
—De algo me suenan, sí. ¿Pero en serio? ¿Una chica? No veía a Reika como una…
—Como una qué —le cortó veloz, con el tono tajante. Riku se tomó su tiempo para responder.
—No lo sé. Pensé que era heterosexual.
—¿Crees que es lo importante en esta conversación?
—¡No lo sé! Confío mucho en ti y te conozco de casi toda la vida. Pero no hemos llegado a tocar estos temas en profundidad.
—Está claro que no, vista tu reacción. ¿Te sorprende que tu novia sea bisexual?
—Pues sí, la verdad. No la imaginaba con una mujer. Ahora nunca sabré cuáles de todas las amigas que tiene son sus amigas de verdad o desean algo más.
Hiroko se frotó la frente con impaciencia, despeinándose su propio flequillo.
—Déjalo. Ya veré yo qué puedo hacer con el otro tema que hablábamos.
—¿El tema que te he confiado en secreto? ¡No puedes hacer nada! Si le dices algo, me dejará por habértelo contado.
—Me da igual —le espetó—. Si te quiere dejar, lo hará. ¿Sabes qué? Está llorando porque está traumatizada. La chica de la que te hablo es la hija de un mafioso y ha abusado unas cuantas veces de ella. ¡A lo mejor por eso no quiere ya que nadie la toque!
Eso es mentira, pensó Riku. Si fue la que le hizo correrse del gusto, no puede estar traumatizada por ella.
—Bueno, pues si es así, iré con cuidado. No me importa esperar.
—No me refiero a eso, Riku. Esa otra chica es peligrosa, no… no sé cómo hacértelo ver.
—¿Qué clase de abuso puede hacerle una chica a otra, me puedes explicar? ¿Me estás hablando en serio de maltrato a nivel sexual?
—No sabes hasta dónde es capaz de llegar… es el mismo diablo —Hiroko suspiró con preocupación—. La tuve que acompañar al médico una vez… quién sabe si habrá vuelto a ir, sola esta vez. Es que me siento en una encrucijada. La debería llamar al menos, ¿no te parece?
—¡¡No, maldita sea!! O será la última vez que te cuente algo personal. No puedes hacerme eso. Te lo he contado en confianza, joder.
—Pero es que…
—No, Hiroko, por favor. Me ocuparé de ello en cuanto salga de trabajar, lo resolveré. En mi cabeza no cabe que algo así la pueda tener tan preocupada.
—Deja de restarle valor, me estás poniendo de los nervios. ¡Estás viendo tú mismo lo buena y cariñosa que es! ¿Qué crees que haría una persona malintencionada y narcisista con alguien así? Encima, con lo guapa que es… sólo te digo que la cuides.
—Ojalá tener tu dinero y que bastara sólo con estudiar, ¿verdad?
Hiroko se quedó bloqueada. No parecía él con ese último comentario.
—¿Pero qué dices?
—Si fuera por mí estaría todo el día con ella, protegiéndola y evitándole todo mal, créeme que hago todo lo que puedo con lo que tengo. Tú, como estás forrada, sólo tienes que estudiar en nada menos que la mejor Academia del este, te debes de creer lo mejorcito.
—¿Sabes la presión con la que estudiamos aquí? ¿¡Tienes idea de la cantidad de alumnos que se han ido por la puerta de atrás por no poder manejarlo!?
—Pues sí. Siempre caen los de menos recursos. Se me partió el corazón, viendo cómo Reika no era capaz ni de ir a recoger sus cosas.
—Reika decidió marcharse por no ser capaz de lidiar con la situación con Nami. Ella le ha pateado el cerebro de tantas formas… ¡¡que la pobre no ha sabido gestionarlo!!
—Sabes, no sacaré nada de una conversación contigo si estás gritándome. Cálmate y hablamos después.
Riku le colgó de repente, dejando a Hiroko algo perturbada.
Casa de Kitami
Reika frunció las cejas cuando oyó el sonido de su móvil. Le costó un horror salir del estado de somnolencia, apenas había dormido nada. Pero en cuanto lo hizo y fue consciente de su realidad, volvieron a ella rápidamente todas esas sensaciones tan negativas y oscuras que llevaban apoderándose de ella los últimos días. Atrajo despacio el móvil y se puso de lado en la cama, mirándolo con temor.
Y efectivamente. Era la peor opción posible la que trataba de comunicarse con ella. Parecía que después de esos días de descanso que le había dejado, ya volvía a tener alguna sucia necesidad que sofocar. Kitami pensó si tomar la llamada o no. Finalmente, dejó que sonara hasta que se aburriera y volvió a envolverse entre las sábanas, evadiéndose de la realidad y ovillándose.
Al cabo de dos minutos, otra vez volvió a llamarla. Reika apretó los ojos con fuerza y permaneció tensa en cada tono, hasta que por fin, también paró de sonar. Sólo llevaba cinco minutos despierta y su corazón ya estaba latiendo como loco. Estaba asustada. Entonces el teléfono dio un toque breve, de la llegada de un mensaje. Reika abrió los ojos y miró la pantalla.
“Estoy fuera. ¿Crees que podrías estar lista en 10 minutos?”
Se le heló el corazón, sin embargo, sintió un torrente cálido en el cuerpo, que activó aquello que llamaban instinto de supervivencia. Le volvió a sonar el móvil.
“Sé que estás en tu casa. Y que estás sola”.
Reika dio un bote rápido levantándose de la cama y miró a través de las pocas ventanas que tenía el apartamento, con una dosis de miedo y otra de cabreo. Nami ya no tenía necesidad, al parecer, de ocultar sus turbias intenciones. ¿Debía ahora llamar a la policía?
Pero entonces… ¿qué sería lo peor que podía pasar?
Nami estaba independizada igual que ella. Eran, a ojos de la ley, dos mujeres adultas perfectamente capaces ya de ser responsables civil y legalmente de sus actos. El problema era la categoría social de Nami y la suya. Reika no tenía forma de demostrar que las lesiones vaginales que en su día le provocó aquella bruta se las había dispensado ella. Perdería el juicio por falta de pruebas. Y para colmo, tendría represalias de vuelta. La matarían.
Volvió a llamarla.
Reika quiso llorar, emitió un balbuceo de derrota. Tomó el móvil poco a poco y descolgó.
—¿Kitami-san?
—… Sí. Veo tu coche fuera.
—Kitami-san, ¿podrías salir fuera en cuanto te vistas…? Necesito hablar contigo. Y pedirte disculpas.
¿Qué?
—¿Disculpas? —le salió preguntar, con un deje de ironía.
—Estoy muy arrepentida. Por favor, no voy a hacerte nada. Sal… cuando puedas.
Reika no respondió nada, colgó y se fue a su habitación. Sabía que era un farol. No era la primera vez que Nami le pedía disculpas y al final, viendo que no lograba convencerla por las buenas, empleaba la violencia contra ella. Reika ya lo sabía con conocimiento de causa, pero de nuevo, prefería fingir en su cara que la creía. En cuanto lograra salir de aquel barrio se marcharía muy lejos, y entonces no tendría que volver a soportarla.
Al cabo de veinte minutos, Reika salió por la puerta. Se había dado una fugaz ducha e iba aún con el pelo húmedo. Llevaba unos vaqueros, zapatillas y una sudadera holgada roja, fue con la capucha puesta para que el frío viento no le provocara un resfriado. Pero paró de andar justo delante de la limusina. Nami , que iba bastante arreglada y bien maquillada por algún motivo que Reika desconocía, la esperó varios segundos, pero al ver que no entraba, salió ella misma. Reika dio rápido un paso atrás sin querer y Nami se detuvo. Puso una expresión de pena y habló temerosa.
—Entiendo que no quieras entrar. Reika, ¿podemos dar una vuelta…? Necesito hablar contigo… por favor.
Cambiaba a placer entre su nombre y su apellido cuando hablaba por teléfono. Reika imaginó que lo que pasaba por la cabeza de esa zorra cuando la llamaba era que pudiera estar grabando su voz y se andaba con pies de plomo. No, si tonta no era. La miró inexpresiva. Y supo, con total desánimo, que ya le había visto esa cara muchas veces antes, las veces que fingía ser buena y cándida para otras personas, o con ella. Por primera vez, la veía por un cristal totalmente transparente. Sentía asco. Por ella y por sí misma.
Al final, la propia Nami cruzó amistosamente un brazo con el suyo y la animó a caminar en una dirección. Reika se sintió muy azorada al sentir su contacto físico, pero se obligó a seguir su ritmo. Caminaron a un ritmo más o menos rápido, hasta que las callejuelas dieron pie a un parquecito boscoso donde la gente madrugadora solía pasear a sus perros. Nami se sentó en uno de los bancos pero cuando se separó de ella y la miró la vio aún nerviosa. Le sonrió.
—Entiendo que estés así. ¿No te quieres sentar?
—Dime qué quieres…
—Venía a pedirte disculpas por lo que ocurrió en la limusina. De verdad, yo… no espero que me creas, pero tus rechazos me han afectado.
Reika no podía llevar aquella conversación. Se sentía tan incómoda y dolida, que el simple hecho de que le sacara el tema de la limusina la mortificaba.
—Las acepto… ¿puedo irme ya?
Nami abrió un poco los ojos, mirándola con suma atención.
—¿De verdad? ¿De verdad me perdonas?
Reika desvió la mirada de ella y asintió. Entonces la japonesa se puso rápido en pie y la rodeó con sus brazos, soltando una risita de alivio. Reika empezó a temblar automáticamente.
—Qué bien, Reika… qué bien… —murmuró, dándole un beso en la mejilla—. Qué bien te huele el pelo. ¿Es un champú nuevo?
Nami se sentía pletórica. Nunca pensó que le costaría tan poco trabajo. Era cierto que advertía el miedo y la reticencia en ella, pero había dejado de cuestionarla y de ser guerrillera verbalmente, lo que significaba que por fin se comportaría como quiso desde un principio: como una esclava. Si tenía que adornarlo con falsos sentimientos y preocupaciones de por medio como había hecho siempre, lo haría, pero ya apenas le llevaba tiempo. Verla llorar mientras le hacía daño le generaba mucho placer, más del que era capaz de gestionar, pero el placer que podía llegar a generarle una perra obediente, que chillaba de placer y aceptaba cualquier bajeza por contentarla, era un tipo de placer distinto, que también le avivaba la llama interior. Transferir a Reika de un escenario a otro en ese ámbito le generaba otro placer adicional, porque significaba que podía controlar a los humanos como marionetas con total impunidad.
—¿Es un champú nuevo? —repitió, al no recibir respuesta. Se separó de su cabeza encapuchada unos centímetros, a mirarla de cerca. Reika no la miraba a los ojos en ningún momento. Habló bajito.
—Sí, por… por probar.
—¿Crees que podamos subir a tu casa? Aquí hace un poco de frío…
Kitami sintió muchas ganas de llorar. Contuvo el alma. No, claro que no. Claro que no creía que pudieran subir a su casa. Pero iba a obligarla de todos modos.
—Aún… aún no me siento cómoda con…
Nami la interrumpió, poniéndole las manos tras la lumbar.
—Sólo un rato, si tengo que volver a casa enseguida… hay fiesta de estas… ya sabes, familiares, y tengo que estar.
Reika miró a otro lado, nerviosa al no hallar excusa alguna que sirviera. Nami la acarició de repente de la mejilla y su inquietud volvió a aumentar.
—Venga, y preparó algo de té… ¿hm? ¿Qué te parece?
Reika asintió sin más, aceptando lo que se le venía. Ni siquiera sabía cómo podría soportarla aquella vez, porque a nada que empezara a tocarla, lloraría como la estúpida sentimental que era. Tenía ya las lágrimas al borde de caer. Nami la siguió desde atrás hasta su casa, y Reika no se quitaba de la cabeza lo insegura que se sentía teniéndola a las espaldas.
Su lado oscuro absorbido por el trauma, sin embargo, le dijo que le hubiera gustado que la apuñalara. Lo hubiera preferido antes que dejarla entrar a su domicilio.