CAPÍTULO 27. Las garras de la muerte
Nada más la puerta se cerró, y como la propia Reika ya sospechaba, Nami no se puso a preparar té alguno.
—Pensé que ibas a odiarme toda la semana… lo he pasado realmente mal. Nunca me había pasado —decía Nami, porque en su turbia mentalidad, aquello ayudaría a convencer del todo a Reika a ceder una vez más. La notaba exageradamente tensa y algo triste, pero le había aceptado las disculpas y entrar a casa, así que ya le daba eso igual. No le había costado nada esta vez.
Empezó a besarla enseguida, apropiándose de sus labios con lentitud. Reika se sintió nuevamente estafada emocionalmente: esos besos eran los que más le gustaban de Nami, siempre los había correspondido con una estima especial porque sucedían cuando habían hecho el amor. Sospechó que esa era la clase de sexo que le gustaría tener a Nami en esa ocasión. Pero a medida que el beso transcurría, que la empezaba a acariciar y que le agarraba los senos con las manos metidas bajo su sudadera, Reika sintió crecientes ganas de vomitar. No lo podía aguantar. Pasaban los segundos, y la ansia se transformaba en ganas de llorar, y luego volvía a cambiar. Era una sensación angustiante. Al final no pudo seguir engañando a su mente ni a su cuerpo y apartó la boca, en un puchero. Nami abrió los ojos y se mordió el labio, retirando las manos de sus senos. Le bajó la sudadera cuidadosamente.
—¿Me sigues odiando? —le inquirió en un susurro suave, acariciándole ahora el pelo.
—Creo… que necesitas atención psicológica urgente… y… y yo también.
—Esa gente sólo sabe robar el dinero, Reika. ¿Crees que estoy mal de la cabeza? ¿Por qué…?
Reika pudo controlar milagrosamente que sus lágrimas no volvieran a derramarse. La miró a los ojos y habló despacio.
—¿Qué por qué…? ¿Te parece normal… todo esto?
—Sólo he querido complacerte desde que te conozco. ¿Sabes la fila de hombres y mujeres que pagarían por pasar una noche conmigo? ¿Eh? —se repasó el labio inferior con la lengua, mientras llevaba la mano a la nuca de Reika.
—Yo no sería una de esas personas.
Nami cambió su mirada, de la tranquilidad a una notable mirada tensa.
—Siempre lo has sido. Siempre has querido, lo que pasa es que te ha costado darte cuenta.
—Claro que no, ahora… ahora lo veo claro. Puede que seas guapa, pero tuve que sospechar en cuanto me ayudaste aquella primera vez… siempre tuviste la intención de acostarte conmigo y nada más.
Nami estuvo a punto de darle la razón y desenmascararse del todo. Pero era la última línea. Si lo hacía, si lo reconocía, entonces tendría que reconocer también que toda la andadura con ella había sido instigada por voluntad de ella misma, expresamente. Si esa voluntad había sido tan insistente, era porque Reika no la deseaba. Fue ya mucho después, y después de muchas artimañas de por medio, que Reika se dignó a darle el placer de ser correspondida.
Eso hacía a Nami sentirse inferior. Entreabrió los labios un par de veces, pero por primera vez, a su entrenada cabeza manipuladora no le salían bien las palabras.
—Es cierto que quise hacerlo contigo en cuanto te vi —cedió, con cautela—. Y cuando me conociste mejor, tú también lo quisiste.
—Porque me hiciste creer que te preocupabas por mí. He estado fijándome en una Nami que era de mentira, una creación tuya. Al final… al final… sólo me has tenido porque no tenías otro modo de hacerlo que mediante la mentira. ¿Tan grande te vine?
Nami sintió un golpe a su ego y dio un paso atrás, mirándola más altiva. Reika enseguida guardó silencio. Tenía que ir con cuidado. Nami se dedicó unos segundos de margen para pensar.
Pero no tenía por qué ofrecerle una respuesta. Y no iba a hacerlo, de hecho.
Se quitó el abrigo y lo dejó caer al suelo, mirándola con un incipiente odio. Acto seguido se le acercó y caminó todos los pasos que Reika desandaba hacia atrás, hasta que su espalda se pegó a la pared. Nami la miró de arriba abajo mientras sus largos dedos se desabotonaban la blusa. Reika había logrado silenciarla verbalmente, pero no fue suficiente. Se puso muy nerviosa cuando de forma más abrupta la morena agarró su sudadera por el borde y la levantó hacia arriba, despojándola por completo de ropa de la cintura hacia arriba. Lo hizo de manera brusca. Se puso cachonda sólo de verle sus enormes pechos, rosados y muertos de frío. Suspiró despacio y sus pupilas se agrandaron. Reika emitió una queja difusa al ver que se inclinaba hacia ellos y le agarraba uno, empezando a chuparlo y a besarlo. No quiso emitir ni un sonido más, pero gritó levemente al sentir que la mordía en el pezón. Nami lo besó y la miró desde allí.
—Es lo único que quiero oír de ti hoy. Que gimes.
Reika, inesperadamente y pillando por completo de sorpresa a la japonesa, la empujó con todas sus fuerzas. Logró tirarla de culo al piso. Nami se sostuvo con las manos y la miró con el ceño fruncido.
—Tengo novio —murmuró la rubia—. Y sólo él se merece este trato. Tú tuviste tu oportunidad. Si no hubieses sido una maldita psicótica narcisista, ahí me tendrías todavía. Y ahora… —tomó aire y elevó un poco la voz, no quería sonar débil— …ahora márchate de mi casa. ¡Ya!
Nami se incorporó, semidesnuda como estaba también, y se acercó a Reika. Ésta sintió que las piernas le temblaban un poco, ¿qué más podía hacer? ¿Empezar otra pelea con ella? Sólo sabía que no quería que se repitiera el maldito episodio de su limusina. No quería, bajo ningún concepto, volver a sentir ese asco de sí misma.
Y entonces supo que para pagar por su libertad, incluso dentro de su propia vivienda, tendría que pelear. Nami la agarró de las mejillas y volvió a besarla. Debido al forcejeo, suspiraba más cabreada, hasta que en uno de los empujones de Reika le gritó en la cara, igual que hizo otras múltiples veces.
—¿¡Quieres que te vuelva a hacer daño!? ¿QUIERES?
Reika cerró los ojos derrotada y negó con la cabeza, le temblaban los labios. Nami se relajó automáticamente, satisfecha al ver su reacción de miedo. Suavizó el tono enseguida, levantándole el mentón hacia ella.
—No te resistas, ¿vale…? No he venido a hacerte ningún daño… y no lo haré, si te comportas.
Reika respiraba intranquilamente. Muerta de impotencia, esta vez no hizo nada cuando retomó los besos. Se quedó quieta, sin moverse, sin actuar. Dejando que todo lo hiciera ella.
Cuarenta minutos más tarde que a Reika se le hicieron interminables, Nami tuvo un orgasmo mientras se frotaba contra ella. La joven estaba muy decepcionada consigo misma. A mitad del sexo, su agresora había sacado un vibrador clitoriano y no había parado de pegárselo en el coño hasta que al final, por respuesta fisiológica, Reika tuvo un raro y potente orgasmo, que le puso la piel de gallina de punta a punta. Había sido horrible. Jamás había tenido un orgasmo tan poco deseado, provocado por uno de sus putos juguetes y por insistencia constante. Lo más horrible había sido escucharla de fondo sin parar de reírse al oírla gemir y quejarse sin poder controlarse. Cuando el efecto del clímax la abandonó a los escasos tres segundos, enseguida le volvieron esas ganas de llorar. Nami simplemente pegó después su vagina a la de ella y prosiguió con el tribadismo hasta que se corrió.
Cuando terminó, bastante agotada por el esfuerzo de haber hecho todos los movimientos, se dejó caer rendida sobre el cuerpo de Kitami. Había algo en común en todas las sesiones de sexo que habían tenido: tras la explosión, Nami se concedía unos segundos de tregua para recomponerse. Esos segundos de calentura que indicaban que era humana, que la marcha del orgasmo todavía no era total, y que aún no había recuperado su vileza y actitud fría. Respiraba agitada sobre uno de sus senos, el cual tomó suavemente, succionando el pezón mientras balbuceaba totalmente entregada. Reika cerró los ojos incómoda, pero no la apartó.
El móvil empezó a sonar inesperadamente. Era el de Nami. Ésta lamió por última vez el pecho de Reika y se levantó de la cama, descruzando sus largas piernas de las preciosas y mullidas de Reika. La rubia se quedó tumbada bocarriba en la cama sin expresión, respirando hondo. Estaba agotada incluso sin haber hecho nada colaborativo. Se miró el cuerpo. Tenía mordiscos y saliva de Nami aún secándose en su piel, pero lo cierto era que no le había mentido. La había follado igual que cuando ella pensaba que “la quería”, sin penetrarla con nada, aunque su irritación en el clítoris había ya avanzado al siguiente nivel y tenía heridas diminutas y visibles. Reika se preguntó cómo podría hacer feliz a Riku si no aguantaba ya ni que le metieran un solo dedo sin tener un shock mental, dolor y decenas de recuerdos se agolparan en su mente.
La voz de Nami surgía de la cocina, donde había dejado su ropa tirada. Reika vigiló su sombra a través de la pared, y supo que mientras hablaba estaba acuclillada, buscando su sujetador. Tuvo un turbio pensamiento intrusivo.
Y decidió hacerlo realidad.
Cogió de los pies de la cama el cinturón fino de Nami y se encaminó hacia la cocina. Ni siquiera la miró un instante. Saltó sobre su cuerpo y le pegó con una fuerza animal el cinturón al cuello, enredándoselo en menos de un solo segundo. Nami emitió un gemido de sorpresa y su móvil salió volando. Reika no cambió la expresión de su propia cara. Lo había logrado con una perfección absoluta. Había logrado dar una vuelta con el cinturón alrededor de su garganta, y sosteniendo los extremos por ambos lados, se enrolló las manos y apretó con toda la fuerza que brotó de sus bíceps y de la sacudida de adrenalina. Nami, que había sido sorprendida por la espalda y acuclillada, empezó a moverse y a retorcerse enseguida.
No es un demonio enviado de los infiernos. Es una humana, como todos los demás, la mente de Reika iba muy apresurada y elevó la mirada al espejo de pared que tenía por delante. Nami emitió un gemido de agonía, sin aire y sin entonación, mientras luchaba enérgicamente por separar con sus manos el cinturón de su cuello. Le trababa la respiración y no tardó en ponerse roja. Reika apretaba la mandíbula y era quien le devolvía la mirada fría ahora, moviéndose a la par que su víctima mientras ésta se agitaba y trataba de rodar mientras pataleaba. Nami intentaba a la desesperada de agarrarla de la cara, y después, de aflojar sólo uno de los extremos con los que tiraba del cinturón, pero el instinto de supervivencia le avisaba de que tenía que hacer algo urgentemente para no asfixiarse y sólo le salía agarrarse del cinturón que más incidía en la nuez de su garganta. Reika no dijo nada, seguía apretando, y no disfrutaba en absoluto con aquello. Deseaba llorar, pero no lo haría hasta que Nami se hubiera marchado al otro barrio. Lo más angustiante de lo que hacía era ver su debilidad, su agonía, mientras trataba de emitir un sonido por la boca que no llegaba a salir. Sí que soltó un balbuceo corto cuando tuvo otro intento infructuoso de respirar. Nami pateó violentamente la nevera con el pie y a poco estuvo de desenchufarla debido a su mala calidad y pequeño tamaño, se tambaleó, pero de nada sirvió. Otro boqueo desesperado por tomar oxígeno. Arqueó la espalda mientras tiraba de aquella gargantilla infernal. Pero Reika había logrado anudarse el cinturón en las manos al enrollárselo y observaba con crudeza cómo las garras de la muerte empezaban a tocar el rostro de la chica, al hacerla mover el cuerpo de forma más episódica y paralizando sus gestos faciales. Abrió los labios, ahora tornados a morado, y la punta de su lengua comenzaba a asomar. Reika permaneció inmóvil, sólo presionando, sólo mirando. Creyó que ya estaba muerta. Pero se asustó cuando Nami tuvo un impulso más de rodar hacia otro de los costados, en las últimas. Entonces le vio las múltiples cicatrices en la espalda. Su mente se dividió en dos en ese segundo. Ella no era tan despiadada. No podía ignorar el hecho de que Nami también había sufrido. Pero por otro, sabía que un psicólogo no la ayudaría, porque… porque ella ya estaba jodida…
…no pudo.
Soltó de repente, cuando la vio poner los ojos en blanco y dejar de moverse. Desenrolló las manos rápido, agitada y nerviosa, y rompió a llorar creyendo que había tomado la decisión de parar muy tarde. Pero al poco de aflojarle el cinturón, oyó un arrastrado balbuceo emanar del fondo de su garganta, boqueando el oxígeno en un hilo de voz quebrada. Reika no hizo nada más, se puso a llorar en una de las esquinas sobre sus rodillas. Nami tuvo un quejido arrastrado y doliente al tomar aire por fin, y esto la hizo toser atropelladamente, con los ojos con lágrimas y la lengua afuera, atolondrada. Había visto la muerte de cerca. Y estaba sorprendida de la fuerza con la que Reika acababa de atentar contra ella. Quería respirar más rápido, su cuerpo seguía falto de oxígeno, notaba una incomodidad creciente en la garganta que no se marchaba. Se dio cuenta de que no era capaz de mover el cuerpo después de haber tosido. Lo tenía lánguido.
Cuando el resto de sus sentidos volvieron del todo a su cuerpo, trató de alcanzar su móvil, pero el brazo no le respondía. Reika la oyó balbucear y asomó un poco sus ojos por encima de sus brazos cruzados. Parecía alterada. Seguía sin respirar adecuadamente. Los ruidos que hacía su garganta cuando trataba de meter aire empezaron a preocuparla. Reika se puso en pie lentamente, mirándola desde arriba. Ambas estaban desnudas. El esternón de Nami se agitaba arrítmicamente, ergo, podía respirar, pero cada vez que lo hacía era como si pasara un infierno.
Y Nami también estaba preocupada. No lograba mover los dedos ni las piernas. Pensó que Reika la había dejado paralítica, y eso le generó tanta rabia como desconcierto.
Por suerte o por desgracia, no fue así. Al cabo de un horrible minuto, su cuerpo por fin reaccionó, y la movilidad regresaba lentamente a sus dedos como si se hubiesen dormido. Reika sentía un escalofrío cada vez que la escuchaba tomar aire, el sonido que hacía era un tormento. ¿Le habría hecho laceraciones en la tráquea? Le había costado mucho mover la mano, y ahora que podía hacerlo, sólo la puso sobre su cuello. Tenía la marca del cinturón perfectamente contorneado en la piel.
—Me matarás cuando vuelvas a tener fuerzas, ¿verdad? Yo… prácticamente desde que te conocí, dejé de tener un futuro.
Nami sintió que perdía la consciencia, pero luchó por mantener los ojos bien abiertos. Lo consiguió. No quería quedarse dormida con semejante dificultad respiratoria, porque sospechaba que su cuerpo la traicionaría. Abrió los labios para responder, pero de su garganta sólo salió un sonido quebrado. No podía articular palabra alguna. Apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza al intentar tragar saliva. Reika finalmente suspiró y se agachó a su lado. Puso un brazo bajo su nuca con extremo cuidado, y la fue separando del suelo para tumbarle la cabeza en su regazo. La miró fijamente.
—Sé que lo voy a lamentar. Pero yo no puedo hacerte esto, porque no soy como tú.
Dijo, y alargó la mano al móvil. Ella misma llamó a una ambulancia.