CAPÍTULO 28. Una llave difusa
Reika agradeció, por su propia salud mental, la recuperación rápida de Nami. A ella la dejaron en prisión preventiva hasta que la propia Inagawa pudo alegar mediante papel y bolígrafo que Reika sufría de alucinaciones, que necesitaba amparo psiquiátrico con urgencia y que ese fue el motivo por el que la atacó. Pero la policía le dejó la cabeza frita a preguntas a Kitami. Cuando aunaron los hechos proporcionados por las dos, no coincidían en nada, y entonces el fiscal empezó a meter el hocico más de lo necesario. Nami pidió a abogados de su familia que no interfirieran los medios ni tampoco la policía, y no presentó ningún cargo contra Reika, así que ésta pudo salir sin mayor problema. Hubiese preferido quedarse en la cárcel una buena temporada antes que enfrentar el mundo de nuevo, pues en él estaría Nami acosándola.
Nami había padecido por su estrangulamiento daños leves en la tráquea, los suficientes para adormecerla de pies a cabeza unos minutos. Y los suficientes para tenerla lejos de verbalizar unos días. Su esclava le había dado una dosis de realidad, y es que la vida era frágil y no estaba para dar la espalda a nadie. Se había fiado en todo momento de la dulzura e inocencia de Reika y aquello casi la conduce a la muerte.
Estando en mitad del servicio como dependienta en la tienda de ropa donde la habían contratado, a Reika le empezó a vibrar el móvil. Lo dejó en silencio, pero notaba, incluso estando dentro del bolsillo de sus pantalones, que la pantalla se encendía una y otra vez, indicando que Nami no se cansaba de llamarla.
“Estoy en el trabajo”, logró escribirle a hurtadillas en un punto ciego de las cámaras de seguridad.
“Sólo necesito que confirmes la hora a lo de mañana”.
“Estaré a las cinco.”
Nami no tardó ni dos segundos en reaccionar a aquella respuesta, dejándola por fin en paz. Reika suspiró cerrando los ojos. Riku también le había escrito preguntando por su disponibilidad ese día. Pero si quedaba con él, sería difícil después buscar una excusa para ir a casa de los Kozono sin que resultara sospechoso, dadas las macabras circunstancias. Se había librado de la cárcel por los pelos. Obviamente, en un primer momento la policía no pasó por alto el hecho de que Nami fue hallada a medio asfixiar y completamente desnuda, tal y como también estaba Kitami. Y era preferible la carta de la psique alterada antes que la del lesbianismo, al menos en el caso de la familia Kozono. Aquello no había por donde tomarlo.
Volvería a encontrarse con Nami… y encima, en la propiedad de sus padres. El hermano más grande, primogénito de Rukawa, había insistido al parecer en que su hermana estaría mejor atendida en esa mansión que en el domicilio donde Nami vivía sola desde que era viuda. Nami no había perdido el tiempo esos días, ni aún con las cuerdas vocales irritadas. Le había gustado Odette, la nueva asistente de hogar que sus hermanos habían contratado. Su cuerpo era similar al de Reika, pero más bajita aún, y tenía el pelo oscuro. Guapísima como ella, aunque de mayor edad. Ni siquiera aparentaba los años que tenía, así que a Nami poco le importaba, ya que se creía superior que cualquiera en cualquier término. Y como ya era costumbre en sus conquistas rápidas, Odette no se resistió a los fingidos encantos de Inagawa. Otra mujer más que se prendaba de la carcasa del diablo, justa y precisamente la razón por la que esa y el resto de chicas no llegarían a conocer al auténtico diablo que se escondía tras la máscara. Ese escenario tan terrible solo estaba reservado a las personas que le decían que no o que trataban de hacerle algún tipo de desprecio. Nami solía ser correcta y meticulosa con sus víctimas. Generalmente prefería no perder tantísimo los nervios, con Reika era innegable que se le había ido de las manos varias veces, desde la primera vez que la había forzado. Por suerte, no tenía los recursos para detenerla, y eso le había generado un placer recóndito que ella misma desconocía hasta que lo vivió.
Al día siguiente
Nami observaba con malicia y diversión cómo Odette, que aún no acababa su turno en la mansión, empezó a juntar los muslos, en un movimiento pequeño e involuntario. La chica respiró hondo y se trató de concentrar mientras se subía de nuevo al banquito y elevaba los brazos, pasando un trapo por los estantes más altos de la habitación de Inagawa. Ésta otra cerró el libro que había estado leyendo los últimos quince minutos y se acomodó en la silla de su habitación, volviendo a mirarla desde la distancia. Cogió un pequeño mando remoto y jugueteó con él, era tan pequeño que parecía un llavero. De pronto, la puerta sonó y vio que su hermano prácticamente entraba sin esperar.
—Nami. Te llama Reika al teléfono de la casa, dice que no le coges el móvil y que la habías citado aquí.
—Lo tenía en silencio.
Odette estaba muy tensa. Siguió limpiando sin mirar a ninguno, tratando de darse la mayor prisa posible por acabar con aquel cuarto. La habitación de Nami era enorme.
—Bueno, pues ahí te está esperando. Lo he dejado descolgado —el muchacho hablaba con un tono taciturno; no se molestaría ni en preguntar por qué la muchacha que había tratado de asesinar a Nami había sido invitada a la casa… la morena sonrió. Reika le contó a su hermano que ella la había citado. Quizá buscando que el hermano actuara y no la dejara venir. Pero su hermano era otro lacayo suyo, de cabeza hueca y nulas potestades. No haría nada si ella no le decía que hiciera nada. Era un pelele. Y a Reika su ridícula artimaña no le había funcionado. Guardó el libro bajo el escritorio y, cuando Yudai se marchó, se puso en pie. Odette la miró de reojo sólo un segundo y cogió el producto de limpieza para empezar con el estante de al lado. De pronto sintió que Inagawa se le aproximaba y le abrazaba una de sus piernas, como si una serpiente se le enrollara en el muslo. La miró con una sonrisa suave y calmada desde abajo. Ahora que estaba subida a un banco, la criada estaba más alta, pero igualmente muy nerviosa. Nami levantó más el rostro, mirándola con una sonrisa cada vez más pícara.
—¿Puede… puede pararlo, por favor…? —pidió la muchacha, respirando con dificultad—. Ya… ya han pasado veinte minutos…
Nami la siguió mirando con aquella sonrisa, asintiendo despacio mientras su mano avanzaba hacia arriba, usurpando la tela larga del vestido de uniforme que llevaba. Llegó al centro de sus muslos y metió el índice en una anilla que estaba anclada al vibrador, sacándoselo bruscamente de la vagina al tirar hacia abajo. La chica sin mirarla apretó las manos contra el estante y cerró los ojos fuerte, conteniendo ahogadamente un grito. El vibrador, ya fuera de su cuerpo, sonaba al estar accionado. Tenía una potencia alta.
—Buena chica —susurró Nami, desviando la atención de sus pupilas al aparato que seguía agitándose rítmicamente. Estaba empapado. Lo aproximó a escasos centímetros de su nariz y lo olió; seguidamente lo tiró a la alfombra aún encendido. Sabía que ella tendría que limpiarlo. Se dio media vuelta y bajó las escaleras hasta el primer piso.
Tomó el teléfono, no sin antes comprobar que ni su hermano ni el cocinero estaban cotilleando.
—¿Kitami-san?
—Sí. Soy yo.
Nami sonrió.
—Falta una hora para que vengas, ¿quieres que le pida al cocinero algo especial de comer?
—No… no. Am…
—¿Ocurre algo?
Reika titubeaba. Nami bajó una mano al bolsillo de su sudadera y examinó de cerca una píldora de forma irregular, realizada por ella misma. De todos los hechizos que había leído en el libro negro, aquel era el más invasivo. Buscaba atontarla por largos minutos mientras se cebaba con ella y su polla, sólo rezaba porque aquello funcionara y el libro no se equivocase. Era importante que no ofreciera la usual resistencia que ofrecía siempre, porque a pesar de que era algo que generalmente la animaba y la excitaba, sabía que no estaba al cien por cien de sus fuerzas después de haber salido del hospital. Bajo ninguna circunstancia le daría a Reika la segunda oportunidad de acabar con su vida, porque si eso ocurría no correría la misma suerte. Reika era tan estúpida y sentimental, que había dejado de asfixiarla después de ver las cicatrices que tenía en la espalda, de los lacerantes e inhumanos latigazos que su difunto marido le había impactado. Pero la misma persona no daría pena dos veces en las mismas circunstancias. Inspiró hondo y dibujó una sonrisa siniestra en sus labios.
—¿Puedo llevarle entonces, o…?
Nami parpadeó rápido, no la había oído. Pero encauzó un poco ese breve rato en que la había estado ignorando. El perro. Al parecer por algún motivo quería traerse al maldito perro.
—No, no puedes.
—Entonces… tendrá que ser otro día. Lo siento. Su salud está primero.
Nami frunció el entrecejo.
—Espera, no te he escuchado bien. ¿Cómo dices…?
—… —Reika se jugaba mucho haciéndole frente. Lo sabía—. He dicho que no iré.
—Irás, si no quieres que tu guapísimo Riku tenga un horrible y desafortunado accidente.
Reika abrió los ojos, asustada. Nami la oyó suspirar entre temblores. Y eso la hizo sonreír. Habló enseguida.
—Ah, tranquila… no quiero que vengas con miedo. Tranquila. Ven con el perrito. Yo también le quiero mucho, ¿sabes?
Reika colgó sin decirle nada. Nami tampoco se creía a sí misma, así que cuando colgó de vuelta, empezó a reírse sola frente al teléfono.
Su hermano la observaba sigiloso, desde una de las columnas. Inspiró hondo, muy lentamente, y se volteó hacia las escaleras para ir a su habitación. Si Reika iba a venir a la casa, prefería marcharse antes de ser cómplice indirecto de las bajezas que a su hermana se le ocurriera hacerle.
Una hora más tarde
—Buenas… buenas tardes —Reika trató de poner su mejor sonrisa cuando la chica de la limpieza, joven y bastante guapa, le abrió la puerta. Estaba tan traumatizada, que lo primero que se preguntó al verla era si Nami ya la había acosado o abusado de algún modo. La chica le sonrió con mucha dulzura y naturalidad y le dejó pasar adentro.
Desde la perspectiva de Odette, tampoco pasó por alto la belleza de la tal Kitami. Tenía muy buenas curvas, ella misma se habría fijado en ella si aún siguiera en el instituto. Le llamó la atención su pelo tan rubio. Lo siguiente en lo que reparó, con más alegría, fue en el cachorro que entró tras ella, dando pequeños ladridos mientras olisqueaba la alfombra de la entrada.
—¡Qué cosita! ¿Cuánto tiempo tiene?
—No mucho, Nami me lo regaló siendo un bebé… no tiene más de cinco meses. Pero se está poniendo alto —Reika sonrió un poco más, mirando a Byto. Éste olisqueó el tobillo a la mujer desconocida, y lamió un poco. Ambas rieron.
—¿Quiere que le ponga un poco de agua?
—Se lo agradecería. Y tranquila, que sabe dónde puede y no puede hacer sus cosas.
—No se preocupe. Todo puede limpiarse —elevó los hombros con sencillez y se marchó hacia la cocina. En cuanto la chica se alejó, Reika suspiró hondo y miró alrededor. La mansión estaba enorme y parecía vacía, en el recibidor siempre había eco. Pero Nami estaría en alguna de las estancias esperando su llegada. La imagen de ella forzándola con algún instrumento se instauró de repente en su mente y sus muslos se cerraron solos. Después de lo de la limusina, por fin podía decir que -por enésima vez- sus daños internos del conducto vaginal habían curado. Los externos, a duras penas. Siempre acababa tan irritada, que temía padecer cistitis o algún tipo de enfermedad a corto o medio plazo, por las duras actividades a las que Nami la sometía. De cualquier modo, había abandonado ya toda posibilidad de disfrutar con alguien en el sexo. Le parecía algo horrible, doloroso y traumático, y el día en que aquel infierno con Nami se terminara y por fin se aburriera de ella, sabía que jamás permitiría a nadie llegar de nuevo a ese punto. Tendría que buscar la manera menos dolorosa de decírselo a Riku. Acababa de decidir que aquello jamás le sería placentero y que forzarse a seguir haciéndolo era inútil. Tampoco invertiría sus escasos y valiosos dólares en consultas de psicología para aquella estupidez.
—Reika.
La nuca se le crispó. Tragó saliva rápido y se volteó a verla. Nami sonrió un poco y corrió a abrazarla. Reika dio un paso atrás, pero esta vez eso no frenó a la otra: la envolvió en sus brazos y apretó sin fuerza.
—Ho… hola.
—Qué alegría, cuánto tiempo sin verte. Dale el abrigo a la criada.
Kitami negó con la cabeza. Estaba tan nerviosa de un segundo a otro, que simplemente soltó la correa de Byto. El perro seguía olisqueando algunos muebles. Nami ladeó más la sonrisa al ver al animal y se acuclilló cerca de él, acariciándolo del lomo. Byto volteó el hocico a olerla, y sus orejas se pusieron rectas al devolverle la mirada. El perro siguió en las suyas y le dio la espalda.
—Antes eras más simpático, ¿eeeeh…? —le tironeó con la correa hacia atrás, haciendo que las patas de Byto se arrastrasen de nuevo en su dirección. El animal pareció ponerse alerta, pero le llegada de Odette le robó en ese segundo la atención y se volcó en el cuenco de agua que le ofrecía.
—Ay pobre, qué sed tenía —murmuró la chica, sonriendo al verle beber con tantas ganas. Nami borró toda sonrisa de su cara mirando al perro.
Qué seres tan asquerosos. Y estas dos estúpidas mirándolo como si fuera un purasangre.
—Traiga el gel de manos. Y algo para comer de lo que Greg dejó preparado antes. Estaremos en la sala.
El tono empleado en darle el mandato fue seco, y Odette se puso recta y asintió antes de dar media vuelta a la cocina. Reika las miró alternadamente. Había algo que le chocaba, pero no tenía ni una pizca de ánimo para investigar. Dejó el abrigo en el guardarropa de allí mismo y siguió a Nami hasta la sala de estar. Antes de siquiera sentarse en el sofá, la morena paró de andar al ver un trapo de cocina mal colocado. Lo agarró.
—Ahora vengo —masculló, girándose y descaminando todos los pasos hasta adentrarse en la enorme cocina que había en el otro ala de la mansión. Por más que lo intentara, no oiría nada de lo que hablaran. Reika sentía que se ponía lánguida por momentos. No quería tener sexo con Nami, no quería… inspiró hondo.
Haz el favor de calmarte, se regañó mentalmente, si te muestras complaciente, es cuando menos daño te hace.
Ruidos provenientes de la gran escalera central la hicieron voltear el rostro. Yudai sorteaba ágilmente los peldaños y llegaba a la planta baja con ambas manos aún terminándose de hacer el nudo de la corbata. Los ojos rasgados pasaron por la sala, y las piernas se le detuvieron. Reika se incomodó y bajó rápido la mirada al suelo. Lo último que se esperó fue que el hermano de Nami tomara la decisión de aproximarse. Yudai miró a izquierda y derecha y paró de caminar cuando la tuvo justo en frente.
—Buenas tardes… siento si soy una molestia aquí, yo…
—Buenas tardes —respondió educadamente el chico, con la voz apagada—. ¿Estás herida?
Reika subió sus enormes ojos azules a los de él. Yudai se daba cuenta en seguida de por qué su hermana había perdido la cabeza con aquella extranjera. Era hermosa. Y aunque no era la primera vez que la veía, sí era la primera en que tuvo un intrusivo pensamiento sexual. Seguido de otro compadeciéndose de ella. Reika negó.
—No.
Yudai se quedó mirándola. Echó otro vistazo rápido tras su hombro, verificando que aún nadie más les veía. Bajó el tono hasta un mero susurro.
—Cuando haya terminado de destrozar todas tus cavidades y se quede dormida, abre el armario que hay escondido tras uno de los cuadros. Ya sabes dónde está mi habitación.
—¿Q… qué…?
—Coge hasta el último fajo y lárgate del país. Y no te lleves al perro, porque nos es muy fácil localizar los vuelos que transportan mascotas de compañía. Huye, Kitami.
Kitami no supo por qué le decía aquello, ni por qué era su actitud tan repentina, pero en sus ojos había reflejado un turbio deje de rabia y tensión. El chico dejó caer sutilmente una llavecita dentro de su mano, y Kitami la guardó nerviosamente en el bolsillo de atrás de su pantalón.
—NAMI. ¡¡NAMI!!
Reika dio un respingo al oír a Yudai gritar de repente de aquel modo. Nami volvió de la cocina por el berrido, con el ceño fruncido.
—¿Por qué gritas? —dijo, y paró de andar al verle tan juntos. Los miró a los dos.
—¿Por qué has traído a esta chica aquí? ¿No te lo dejó claro nuestro padre? ¿Ni siquiera vas a respetar su maldita voluntad?
Nami puso los ojos en blanco.
—No es asunto tuyo.
—¿Y el puto perro? ¿Qué hago, lo degollo aquí mismo y me hago un collar con sus dientes para que aprendas la puta lección? No quiero. PUTOS. PERROS. AQUÍ. ¿¡ME ENTIENDES!? Ya no vives aquí.
Nami estuvo tentada de responderle que lo hiciera, que acabara con la vida del animal, porque tanto le daba. Pero de pronto recordó que la criada estaba ahí mismo, a escasos pasos, y que miraba alarmada la situación. Tenía que seguir fingiendo.
—Cálmate… no podía dejarlo en casa, está un poco malito. No subirá a las habitaciones.
—Eso espero. Me marcho.
Nami asintió con educación, sin alzar nada la voz. A Reika le latía muy rápido el corazón, y más aún cuando en un despiste de Nami, Yudai le devolvió una mirada furtiva y le guiñó el ojo. Había hecho un teatro para no llamar la atención. ¿De verdad ese chico sabía todo el infierno que estaba viviendo? ¿Por qué? ¿Por qué lo sabía? ¿La conocía de sobra para saber qué alcances tenía la maldad de Nami?
Esa sería la última vez que le permitiera abusar de ella. Pasara lo que pasara, se marcharía de la ciudad. Volvería a buscar trabajo, se lo explicaría todo a Riku para que entendiera la insostenible situación que llevaba meses soportando. Pero no dejaría que Nami volviera a hacerle daño… al menos, después de esa sesión.
Se oyó un portazo cuando Yudai se marchó. Nami volvió a dirigirse en malas formas a su criada, volviendo a tutearla en cuanto ya no había ninguna presencia masculina en la mansión. A Reika aquella actitud le daba asco. Probó la fruta que había traído y los bocaditos, todo estaba riquísimo, incluido el sushi.
Media hora después
Nami estaba un poco nerviosa, aquello no era como en las películas. Le costaba hacer que Reika descuidara su vaso, y así no habría manera de hacerla tragar sin dificultades la droga que había pedido a Bax, el pandillero ruso.
—¿Te parece si vamos a mi habitación un rato…? Nos llevamos las bebidas y vemos algo en la tele —Nami le hablaba con mucha ternura desde que habían empezado a cenar. Era cándida, estaba haciendo uso de esa personalidad de la que Reika se había enamorado en el pasado. La rubia no tenía los conocimientos para saber con certeza si Nami padecía algún trastorno mental, pero debía ser así, porque verla en acción cuando ya se tenía conocimiento de cómo era en realidad, resultaba aterrador. Pero tenía que optar por creerse su papel… su martirizada mente pensó en sumarse al teatro también.
Es más fácil creer cómo me trata ahora, y entonces… cuando estemos en la faena… al menos… me sentiré querida de verdad… aunque sea todo mentira…
Reika asintió sin contradecir nada de lo que proponía. Tomó su vaso y descruzó las piernas para ponerse en pie, pero antes de levantar Nami le rodeó la muñeca suavemente, haciéndola dejar de nuevo su vaso en la mesa.
—Ven… te he echado muchísimo de menos… sé que estabas alterada y por eso se te fue de las manos —murmuró en un hilo de voz, comenzando a acariciar su nariz con la de ella. Situó la otra mano en su mejilla y la acarició despacio. Reika se concentró y su cercanía la hizo cerrar los ojos y dejarse llevar esos segundos. Nami comenzó a besarla y la otra emitió un suave balbuceo de sorpresa, pero no la detuvo. La continuó besando despacio, concentrada, y de pronto la morena sintió cómo le agarraba un seno con la mano, cosa que la pilló de sorpresa y la excitó muchísimo. Pero casi la hace perder la concentración: mientras la besaba estaba dejando caer el contenido de la píldora en el vaso de Kitami. Por poco lo derrama todo. Lanzó con los dedos la carcasa de la píldora lejos, y enseguida volvió la mano a la cintura de Reika. Se separó de ella unos centímetros.
—Me encanta que me toques, Reika…
Reika abrió los ojos, mirándola con toda la atención que su trauma le permitía. Nami volvió a besarla, ahora con una intensidad un poco mayor. Ahora fue ella quien apretó la mano de Reika sobre su propio seno, incitándola a continuar.
Odette, quien acababa de llegar con la botella de cola que Nami le había pedido, se sintió morir cuando vio aquello. Evidentemente no sólo por la interrupción que las hizo tener, sino por el dolor de ver a Nami en esa situación con otra persona. No la conocía mucho fuera de aquellas paredes, lo que habían intimado y que se habían tratado había sido en sus horas de servicio. Había perdido la cuenta de todas las veces que Nami y ella habían mantenido sexo desde que entró a trabajar para la mansión Kozono. Entendía que quisiera llevarlo con discreción, puesto que no era fácil para una mujer en un mundo de hombres mafiosos reconocer su orientación sexual, pero lo que nunca se imaginó, quizá por bondad e ingenuidad, era que Nami mantenía esas relaciones con otra mujer. Dejó la botella y se disculpó, bajando rápido la mirada cuando vio que las chicas dejaban de besarse para observarla.
—N… no te preocupes… —contestó Reika, con las mejillas ruborizadas. Quiso decirle algo más, cuando Nami ignoró a Odette por completo para volver a besarla en la boca. Reika sintió aquello como un gesto de mala educación de su compañera, pero no quería contradecirla. Odette suspiró sin esperárselo y se apresuró a hacer una corta reverencia y marcharse de la sala, sintiéndose estúpida. Tenía un pase que no le hubiera contado lo de Reika. Pero hacerle aquel gesto en la cara era un símbolo de maldad disfrutada. Se le puso muy mal cuerpo.
Habitación de Nami
—¿Quieres ver una película? ¿Algún género en especial…? —preguntó la morena, arrodillada frente a su estantería repleta de libros y algunos CDs. Aunque esta vez vigilaba a Reika por el espejo de pared disimuladamente—. Aquí sólo hay antiguas, antiguas joyas… pero también tengo la aplicación para ver lo que queramos.
Reika la miraba con cierta extrañeza. Llevaban quince minutos decidiendo qué hacer, y cuando por fin se decidieron a ver una película, ahora les estaba llevando mucho rato escoger. Jugaba con su vaso en las manos, pensativa. No tanto en la película sino en por qué no estaba ya de piernas abiertas, sufriendo aquel maldito episodio de sexo involuntario.
—Bueno, no sé… es que algunas de las pelis que te gustan son un poco… desagradables.
—Te recomiendo A serbian film. Es una pasada. Me gustó mucho. Juegan con la mentalidad de un actor porno retirado, lo llevan al extremo hasta volverlo loco… y tienes que ver todo lo que hace bajo esos efectos.
Reika dejó salir un inaudible suspiro con mala cara, era justo el contenido que no necesitaba ver. Se terminó de tumbar en la cama y al apoyar la cabeza en el mullido cabecero, la mirada se le fue hacia atrás. Tuvo un fuerte mareo, que casi la hace derramar el contenido del vaso, pero pudo reaccionar a tiempo. Parpadeó rápido, frotándose un párpado. Le había entrado sueño de repente.
—A ver… vamos a ver contenido que te pueda gustar a ti… ¿qué te parece Barbie y el Cascanueces? ¿Eh? —agitó la carátula en sus manos, girándose a verla con una sonrisa divertida. Reika se encogió de hombros sin interés. Y esa falta de interés hizo que Nami dejara de sonreír y se pusiera lentamente en pie—. ¿No quieres ver la película conmigo?
Reika sintió opresión en el pecho al oírla.
—Estoy un poco cansada… me está dando sueño —murmuró, a sabiendas que aquello le podía costar caro—, veamos la que quieras, mientras no haya tanto derramamiento de sangre.
Pero a Nami ya no le interesaba ver la película. Había vuelto a sonreír. La recorrió de arriba abajo con su mirada fija y soltó la carátula en el mismísimo suelo, sin importarle ya ese tema. Reika la miró sin expresión. No la entendía ni quería hacerlo.
La morena se aproximó al borde de la cama donde estaba tumbada y miró desde arriba el contenido del vaso. Prácticamente vacío. Perfecto. La agarró de la muñeca, cerrando con fuerza, y la volteó enérgicamente. Reika hubiera hecho algún tipo de queja, pero era ridículo ya el hecho de ser tomada por sorpresa habiendo vivido lo vivido. Sabía a lo que había ido allí, a ser forzada, y a Nami al parecer ahora le había dado prisa, pues no quería que se durmiera. Pensaba en esto cuando otra languidez se apropió de su cuerpo y de su mente por unos segundos, esa vez, más segundos que la primera. Nami logró ponerla bocabajo y la rubia sintió que la desnudaba de cintura para abajo. Comenzó a escuchar su propia respiración, pesada y algo pausada. Pese a la situación, se sentía muy tranquila, su mente empezaba a viajar en una nube cada vez más alta. Era plenamente consciente de dónde estaba, de qué pasaba, de los sonidos que la televisión emitía a su lado, y de los ruidos que Nami hacía al moverse. No había ni siquiera cerrado la puerta y a Reika eso le mortificaba. Aunque no hubiera nadie más y la chica de la limpieza no subiera, se sentía de cuerpo expuesto. De pronto sintió que Nami regresaba a su cuerpo, que se le colocaba sentada justo encima de sus isquios, y que un dolor indescriptiblemente fuerte se apoderaba de su entrepierna. Nami la trataba de penetrar de buenas a primeras con un strapon de un tamaño al que no estaba acostumbrada, y aunque al principio sólo balbuceó adolorida, la segunda vez que trató de forzarla lo hizo con mucha más ira, y le arrancó un fuerte grito que asustó a la propia Nami. Ésta pensó que la droga la dejaría más mansa, pero enseguida empezó a agitar el cuerpo bajo su peso tratando de salir. Reika había pasado días y días mentalizándose con aquel dolor, pero no podía. Dio otro grito más cuando la volvió a empujar, y Nami le tapó la boca, pegándosele a la espalda.
—¡Cállate…! —arrastró un susurro en forma de orden, y aunque le jodió mucho, tuvo que dejar de intentarlo. No le entraba. Además, la había intentado forzar antes de tiempo. La droga no había hecho su efecto cumbre, aún estaba demasiado consciente. —Si no fueras tan… —masculló, desabrochándose el strapon y se puso en pie, alcanzándose otro de tamaño inferior—. Se me olvidaba que eres una puta Barbie con el coño enano.
Reika temblaba, se había jurado no llorar y ahí estaba, con las manos tapándose su intimidad y postrada de lado, a punto de derramar ya las primeras malditas lágrimas. Pero incluso con todo el dolor y estrés que tenía, el sueño volvió a ella, haciéndola bailar casi en sueños. El cuerpo de Nami abrochándose aquel maldito instrumento de tortura se difuminaba, cada vez se difuminaba más y más… se volvía a hacer nítido… y otra vez se difuminaba. No sabía qué le pasaba.
La cabeza de Nami, por primera vez en mucho tiempo, se regañaba por su falta de paciencia.
Tenías que haber esperado un poco. En la elaboración decía claramente que no se podía a empezar con nada si aún no había perdido la autonomía. Ahora, cuando despierte, puede que recuerde esto.
Cerró la puerta y echó el pestillo. Sacó la otra píldora casera cuando vio que el eclipse lunar iba a comenzar. Y se la tragó tras pronunciar unas palabras con la mente centrada en las líneas del libro negro.
El fulgor en su entrepierna fue apabullante. Era placer, pero también mucho calor, y se sorprendió de manera macabra cuando sintió literalmente que le crecía un miembro entre los muslos. Llevó la mirada lentamente a Kitami, que seguía de lado contra la pared moviéndose con cada vez menos fuerzas. Nami cerró los ojos y tuvo que sostenerse a la pared al sentir el fuego del placer físico recorrerla de punta a punta. Aquel libro era magia negra. De lo más bajo que un ser humano podía encontrar. Y era suyo.
Su víctima sintió que el sueño la invadía, y esa vez, quedó completamente atontada. Su rostro dejó de tener expresión, respiraba calmada, sus brazos y piernas permanecían en un estado totalmente zen, como si meditara sobre aquella nube. Ya no tenía consciencia alguna de dónde ni con quién estaba. Sólo sentía calma… y de repente, que algo o alguien la volvía a desplazar.