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CAPÍTULO 32. La sonrisa agonizante

Mansión Kozono

Tres días habían transcurrido desde que Reika sufrió aquello a las puertas de su casa. Le costó mucho tomar la decisión de volver a casa de Nami, algo le decía que era el último lugar al que debía ir, pero Byto estaba allí y tampoco se fiaba de los cuidados que le estuviera dando. Sabía bien que el hecho de no traerle el perro era la forma de arrastrarla hasta allí.

Ninguno de los dolores corporales que tenía había amainado en absoluto. Tomó la decisión de destinar parte de sus ahorros a una citología para evaluar los daños, porque nuevamente e igual que pasó cuando Inagawa la forzó, el dolor no remitía. Al revés. Esta vez se había intensificado tanto el dolor como el escozor. Sospechaba que podían haberle transmitido alguna infección pero, en realidad, lo que más creía era que le habían hecho un daño interno terrible. Por ese lado, agradeció haber estado anulada de voluntad y memoria. Por otro, eso mismo la martirizaba. No tenía nada con lo que acudir a la policía. En esos tres días, el rostro del muchacho se había hecho más difuso. Sólo sabía que tenía una melena corta rubia y que era blanco. Pero ningún otro rasgo. Resultaría infructuoso denunciar.

Cuando le abrieron la puerta, la primera en recibirla fue Odette con una gran sonrisa. Ambas en su interior sintieron una incomodidad que querían ocultar frente a la otra. Sin embargo, Odette tenía un semblante inmejorable, y Reika en cambio parecía haber sufrido un turbio maltrato esos días.

—¿Se encuentra bien, señorita? Deje que guarde su abrigo.

Reika dejó de andar y negó con la cabeza.

—Ah, no se preocupe… oiga… y puede tutearme. No hay problema —se esforzó en sonreír.

—Ah, bueno, yo… —sonrió un poco más y bajó los brazos—. ¿Quieres pasar? Nami te espera en la planta de arriba.

—No —dijo, más rápido de lo que pretendió. Tragó saliva rápido y bajó el tono de voz—. Sólo venía a por mi perro…

Odette arqueó un poco las cejas, sorprendida por su reticencia. Por supuesto, no había sido partícipe de la canallada que Inagawa le hizo pasar días previos, incluso estando ella misma de servicio en la planta de abajo aquel día.

—De acuerdo… el perrito está arriba también, con ella. Si quieres voy y le pregunto.

—No —murmuró con tono amargo—, voy… voy yo. Descuida. Muchas gracias.

Odette sonrió un poco y Reika trató de hacer igual, aunque no le salió. La empleada notó que algo no iba bien. Parecía muy, muy mortificada, tenía la mirada perdida, aparte de lo más obvio, que eran sus heridas en la cara. Tenía magulladuras pequeñas repartidas por todo el rostro y un arañazo en sendos lados de la mandíbula, como si alguien la hubiera cogido con mucha saña del mentón. Los moratones no se los vio porque se los había cubierto con maquillaje. La siguió con la mirada mientras subía las escaleras. Lo hacía a un ritmo relativamente rápido pero algo torcido, sosteniéndose bien a la barandilla. Como si le doliera algo.

Dormitorio de Nami

Reika lamentaba cada paso que daba. No le quedaba fuerza en el espíritu para doblegarse y tenía el umbral del dolor tan bajo, que casi creía haberlo perdido. Cualquier roce era sinónimo de ponerse tensa y por ende, de sufrir un calambre interno por esa misma tensión. Tocó un par de veces la puerta y rotó el pomo, abriéndola poco a poco.

A lo mejor hoy no le tocaba sufrir. Pensó, que si quizá se mostraba cariñosa y complaciente, o se las ingeniaba para hacerle sexo oral hasta que se corriera del gusto, la dejaría irse con su perro tranquila. Porque Nami no lo sabía, pero en cuanto Reika saliera con Byto de aquella mansión, sería la última vez que la viese. Ya tenía las maletas preparadas. Se iría para siempre y no le diría a nadie adónde.

—¿Se puede…?

—Sí, Kitami. Pasa. Estoy terminando de enviar un trabajo.

Reika cerró la puerta tras ella y buscó con la mirada a Byto. No estaba por ningún lado.

—¿Y Byto…?

—Ladraba mucho. Lo he dejado atado en la azotea —contestó aprisa, igual de rápido que sus dedos tecleaban sobre su portátil—. Descuida, tiene agua y comida. ¿Quieres tomar algo?

—No es necesario, estoy bien. Voy a por él, ¿vale?

Nami terminó de teclear después de pulsar un intro, en un suspiro breve. Aunque seguía hablándole sin despegar la mirada de la pantalla.

—Qué pesados son, mira que les dije que esto de mandar trabajos a PDF para los fines de semana no sirve de nada. Lo único que hacen es que los que están con la soga al cuello por su media quieran cortarse aún más las venas.

Kitami miró vagamente la pantalla pero no tenía ánimo ni por preguntarle de qué era el archivo. Se quedó allí parada sin decir nada, con las manos apretadas tras la espalda. En el bolsillo de atrás del otro pantalón había descubierto que tenía una llavecita pequeña, y estaba segura de que Yudai se la había dado… pero no atinaba a recordar qué abría ni qué le dijo exactamente. Eso estaba difuso. Era el recuerdo más próximo que tenía a la pérdida de memoria. ¿Por qué le daría él una llave? Era extraño. Estaba segura de que había sido él, de que se le había acercado y le había susurrado unas palabras. La voz de Nami la distrajo de aquellos recuerdos; se puso tensa al verla ponerse en pie.

—¿Estás mejor…? —le preguntó en un tono dulce, acercándose a acariciarla de la mejilla. Kitami a veces sufría con aquel contacto, porque le recordó nuevamente al teatro que Inagawa le había hecho preocupándose por ella en otras ocasiones. Tragó saliva.

Nada me hubiera gustado más que su amor fuera real, pero está loca.

—¿Podrías… dejarme ir a verle? Lo echo de menos, me hace falta —le dijo Kitami, evadiendo su pregunta. Nami retiró su mano y se fijó también en las heridas y marcas del cuello. Ahora que habían pasado algunos días, los moretones de su cuello estaban negros, ligeramente disimulados con maquillaje.

—Te lo traigo, seguro que se muere por verte.

Kitami asintió y caminó tras ella cuando empezó a cruzar el pasillo, pero Nami se giró.

—Espérame aquí en mi cuarto. Enseguida bajo.

La rubia dejó de andar y volvió a la habitación algo confusa. Sabía que no se iba a ir de esa mansión tan fácilmente, era absurdo pensarlo siquiera.

Pasaron los minutos.

El sonido de la puerta abriéndose de golpe la hizo dar un fuerte respingo con el que se puso la mano en el pecho. El corazón se le puso a mil y tuvo que cerrar los ojos, tratando de acompasar sus agitadas respiraciones.

—¡Perdona…! Perdona. Me ha dicho Nami que os traiga algo de beber. Hace mucho frío hoy… lo dejaré por aquí.

Odette sonrió algo apenada y se inclinó dejando la bandeja. Sintió que algo no iba bien allí. Reika ni siquiera la había mirado, sólo respiraba angustiada y se ovillaba en el sofá. Parecía estar a punto de llorar. Odette se sintió mal al verla. ¿Habrían discutido?

Bueno, Nami le es infiel… supongo que muy bien no tienen que estar las cosas…pensó, con cierta culpabilidad. Reika no parecía en absoluto mala chica.

—¿Estás… estás bien…? —preguntó acercándosele poco a poco.

—Deje al perro abajo. No moleste —dijo una tercera voz, en el umbral de la puerta. Odette volteó el rostro e hizo una reverencia.

—Lo lamento…

Reika quiso quejarse, entreabrió los labios para hacerlo cuando vio que la chica tomaba al perro de la correa y lo bajaba al piso de abajo. Nami cerró rápido la puerta.

—Qué entrometidas son, estas putas limpiadoras.

Reika no tenía fuerzas para expresar lo maleducada que le parecía, ahora que cada vez se cortaba menos delante de ella. Parecía que había perdido la vergüenza hasta el punto de no tener nada que ocultar. Ni siquiera su personalidad déspota y clasista. Nami se le acercó y la tomó de la mano para instarla a levantarse del sofá.

—Es una pena que hoy no podamos pasar tanto rato juntas… pero prometo que me lo compensarás —dijo divertida, mirándole la boca. Susurró de repente—. Así que… no sé, ¿por qué no me das un poquito de cariño antes de irte? Y por la noche, si no termino muy tarde de hacer el resto de trabajos, te invito a cenar, ¿te parece?

Es que ni siquiera le importa que me hayan violado. Le da… todo igual. Dios mío… quiero irme…

—Es una buena idea —musitó sin tardar, asintiendo un poco. Inagawa la miró con una expresión entre satisfecha pero confundida, al verla tan servicial. No sabía si considerarlo sospechoso. Supuso que simplemente había reconocido su mandato. Reika cerró los ojos tratando de mantener la calma cuando la sintió de repente inclinada sobre su cuello, besando este poco a poco.

—Me alegra oírte… porque tengo últimamente mucha… tensión… —murmuró entre beso y beso, abriéndole la chaqueta larga de pana que llevaba. Reika tomó una decisión y, asumiendo que en unas horas por fin estaría fuera de aquel yugo, decidió no cabrearla más de lo necesario. Se volteó del todo a ella y la apartó de su cuello, para conducirle los labios a los suyos. La besó con ganas, sintiendo cómo Nami balbuceaba excitada y le correspondía de buen grado todos aquellos movimientos de lengua en el interior de sus bocas. Kitami estaba de hecho en lo cierto: a Nami le explotaba la cabeza del gusto cuando la sorprendía con aquello. Situó las manos en la hebilla del cinturón ajeno y lo desabrochó despacio, metiéndole ella primero la mano directamente entre las bragas y apretándole el clítoris con fuerza desmedida, comprimiéndolo. Nami emitió un quejido de dolor y se le separó de la boca, al principio mirándola inquisitiva, pero a los pocos segundos, sosegando la expresión.

—Hum…

—Perdona —murmuró Reika, sin expresión—, ¿te hice daño?

Nami se quedó observándola unos segundos más, calibrando su pregunta. Negó sonriente con la cabeza.

—No pasa nada. ¿Nos tumbamos?

Reika se despegó y en respuesta, se fue desnudando rápidamente. Nami se agachó a por una caja que tenía bien oculta entre los estantes con aquellos juguetes. Cuando Reika vio aquello, sintió que se le empezaban a dificultar las cosas. En su cabeza luchaba por estar tranquila, pero sólo ver esos aparatos le era un anuncio de tortura en camino y su cuerpo reaccionaba de inmediato poniéndose tenso. La tomó de la mejilla y la forzó un poco a que la mirara. Le costó esta vez mover la atención de Nami de la caja, pero lo logró. Clavó sus ojos azules en ella, con fijeza. Se esforzó en sonreír… y paseó su índice por el hombro de la morena, en dirección a su escote.

—Deja que te lama yo… te puedes correr en mi boca, en mi cara si quieres… eso te gustaría, ¿verdad? —cuando hizo la pregunta, estaba con la mano ya usurpando su seno izquierdo bajo la camisa. Notó perfectamente cómo al escucharla el pezón de Nami se endureció, y la miró distinto—. Es la mejor manera de quitarte tensión… —retiró la mano de allí y fue directa a su falda. Metió los dedos bajo sus bragas y la sintió dar un respingo placentero—. Te lo hago como tú quieras, Nami… venga, quiero que te corras… —Nami suspiró quebradizamente, al sentir cómo la penetraba con un dedo. Se puso cachonda inmediatamente. No estaba acostumbrada a que Reika le hablara así. Encima, volvió a comerle la boca con tantas ansias y lujuria, que por poco se desmaya del gusto. Le ponía muchísimo. Estaba caliente de sentirla así, tan dispuesta, tan guarra.

Media hora más tarde

Odette trataba de ignorar lo que sabía con total certeza, era lo que Nami había hecho ahí mismo también con ella todos los días previos. Sabía de su lado perverso y animal y le gustaba, pero hasta incluso para ella resultaba en ocasiones agotador y un poco doloroso. Trató de centrarse en la tarea de barrer, pero… no tardó en escuchar los gemidos. Eran gemidos breves, bruscos, y aunque al principio pensó que eran de placer, pronto se dio cuenta de que no era así. No pudo evitarlo y avanzó silenciosa por el pasillo de la segunda planta. Miró por la rendija abierta. Nami llevaba un strapon, más pequeño que el que usaba con ella, pero la embestía con una fuerza animal mientras le aplastaba la cabeza contra el escritorio. Reika se tapaba la boca para no gritar, hasta que la propia Nami le retiró la mano y ahí fue cuando la oyó contener varios sollozos.

¿No le gusta…?, Odette se quedó trastornada al verle la cara. Era como si se estuviera aguantando, o quisiera llorar pero lo contuviera todo el rato. Lo que estaba claro era que no estaba disfrutando. Nami sonreía con un vicio desproporcionado. De repente se la sacó y cambió de orificio, y aquí sí, vio con completa nitidez que Kitami trataba de huir, pero la otra no sólo lo evitó, sino que la atrajo con mucha más fuerza y la rubia gritó en un sollozo, pataleó un poco y tuvo que agarrarse más fuerte a los bordes de la mesa. Aquello le dio a la mujer una punzada de horror en el corazón. Odette se sintió muy mal, siendo partícipe indirecta de aquella violación. Se separó de la puerta y tragó saliva. Oía los golpes del cuerpo de Nami chocándose contra el de la otra chica, y la otra, ya contenido el sollozo del principio, sólo daba pequeños gemidos de angustia cuando la recibía.

¿Pero quién coño aguanta esta mierda…?

Se alejó rápido de la puerta. Quería irse. Le habían entrado ganas de vomitar.

Reika cerró los ojos apesadumbrada y agotada. Nami se separó de a poco de ella, le palmeó el culo suavemente y se fue al ropero, en un habitáculo contiguo y dentro del propio dormitorio. La rubia respiraba adolorida sobre el escritorio, le temblaban las piernas y los brazos. Necesitó unos segundos para resituarse mentalmente. Cuando finalmente fue incorporándose, bajó una mano a su vagina despacio y tocó la entrada; puso una mueca de dolor instantánea.

Pero ya está. Ya se ha saciado, ahora tiene cosas que hacer y me dejará irme… ¿verdad?

Pudo secarse las lágrimas antes de que Nami saliera.

—Te dejo tranquila con tus cosas —murmuró cabizbaja y se agachó en busca de su ropa. Se colocó rápido las braguitas y bordeó su cintura con el sostén. Las manos aún le temblaban un poco cuando Nami regresó.

—Espera, quédate a comer. Creo que puedo posponerlo para esta tarde todo. ¿Quieres carne o pescado?

Reika suspiró cerrando los ojos, las pulsaciones volvieron a alterársele. Se sentía harta, pero también, de repente, muy cabreada. Terminó de subirse los tirantes del sujetador e, incapaz de contenerse, le habló con un grito.

—¡Quiero irme! ¿¡Acaso te crees que voy a estar todo el día a tu puto servicio!? Voy a vestirme E IRME, JODER. NO ME PREGUNTES NADA MÁS.

Nami se le acercó muy rápido, señalándola y con el tono de voz controlado.

—Baja la voz, Reika. No quiero que la criada escuche tus desvaríos.

—¿Des… desvaríos? —bufó cabreada, y trató de serenarse. Se agachó a por su camiseta y con las manos temblorosas buscó el hueco para ponérsela. Nami se lo arrancó de las manos y la agarró del cuello, empujándola desde ahí con fuerza hacia atrás. Reika cayó a la moqueta y la miró mal, gateando de espaldas para alejarse de ella—. Eres lo peor que he podido encontrarme. ¡Eres… tóxica! ¡El ser más despreciable con el que he ido a parar!

—La única tóxica eres tú. Eres capaz de aguantar lo que te echen por ser querida por alguien, ¿verdad? Un puto trapo de cocina —levantó la mano hacia ella para asustarla y dio resultado, Reika levantó la mano anticipándose a algún golpe. La otra sonrió—. No tienes nada. Eres tonta y patética, una inútil que no va encaminada hacia nada… ja… deberías aprender de la guarra de la criada, ¿sabes? Se deja hacer de todo, porque para eso estáis la plebe como vosotros. Para satisfacer a la gente como yo.

Algo se removió en Reika, del enfado, del asco… e, inesperadamente, también del dolor. ¿Hablaba de la chica que estaba en ese mismo momento de servicio?

—Pues sí que has perdido el tiempo… —murmuró obligándose a sonreír. Le nació provocarla—, intentando que una tonta y patética como yo se acostara contigo.

—Me diste pena. Se te murió tu padre, y luego tu madre. ¿Cómo coño no iban a morirse los dos? Seguro que no hubieran sabido ni qué hacer con una inútil como tú, que no sabe multiplicar nueve por siete. Que no te extrañe que a esa señora no le haya explotado el corazón sólo de imaginar lo que le esperaba con semejante imbécil.

Reika tragó saliva, su rostro perdió la poca fuerza que había ganado en las facciones. Acababa de mencionar a sus padres. Abrió la boca, pero no salieron las palabras. Menudo golpe bajo y acertado.

—Nami —le dijo al cabo, seria. Se puso en pie poco a poco—, no hables… no hables más. Si había alguna remotísima posibilidad de que tú y yo fuésemos… amigas, o… algo… acabas de sepultarla.

Nami detectó un brillo dolido en sus ojos. Al final se carcajeó. Pero Reika volvió a hablar con más fuerza y la cortó.

—Sé que te da igual ahora. Porque ya no te queda ningún motivo para fingir que te importo. Pero, ¿sabes qué? —agarró su camiseta de sus manos y se la puso rápido—, creí que… con un poco de atención psicológica… tú…

—Olvídalo, Reika. No existe una relación idílica entre tú y yo, de novias que van de la mano por el parque. Tú sólo aspiras a complacerme cuando, cómo y donde desee, y jamás has tenido otra posibilidad.

—Eras tú quien la tenías. ¿Sabes lo único que tenías que haber hecho…? Nada. Yo misma hubiera vuelto hacia ti, como la estúpida que soy, después de la noche en el hotel.

Nami la siguió con la mirada, fría como el hielo. No sabía exactamente a qué se refería, pero la estaba cabreando. Al verla buscar sus pantalones se puso rápido su albornoz encima del cuerpo desnudo, y agarró a Reika del brazo antes de que terminara de vestirse. La empujó con violencia a una de las paredes.

—¡¡SUÉLTAME, NAMI!! ¡SUÉLTAME!

—CÁLLATE LA PUTA BOCA, ZORRA. ¿Y QUIÉN COÑO TE DIJO QUE PODÍAS PONERTE LA ROPA? —le vociferó, casi escupiéndole. Encerró la camiseta que llevaba y tenía tal rabia encima que logró rompérsela.

—Maldigo la hora en que me fijé en ti, MALDIGO LA HORA. Es increíble cómo te has aprovechado… ¡¡suéltameeeee!! —gritó, forcejeando con ella sin parar—. ¡¡SOCORRO!! ¡POR FAVOR! ¡AYUDA!

—Sí —murmuró tranquila, encogiéndose de hombros. Reika frunció el ceño, intentando mantenerse fuerte—. ¿Aprovecharme? Por qué no iba a hacerlo. Si se me presenta una tonta, ingenua, pobretona y abandonada campesina sin amigos ni familia, ni nadie en el mundo que le tienda la mano, ¿por qué no tomarla yo y hacer lo que se me plazca? —Reika logró empujarla, pero se le volvió a acercar paso a paso. La estaba acorralando y cada vez tenía más cara de enferma. Disfrutaba con aquello—. He hecho lo que se me ha pegado la gana contigo, ¡Y QUÉ PUTO PLACER! Verte llorar de esa manera…—se echó a reír en su cara, como una posesa—. Llorando mientras te hacía de todo…CÓMO SE PUEDE SER TAN ESTÚPIDA. ¡ESTÚPIDA, ESTÚPIDA, ESTÚPIDA!—la insultó a voz en grito, riendo sin parar. Reika tragó saliva al ser más consciente todavía de la realidad. Era lo único que faltaba para confirmar lo que ella sospechaba acerca de su maldad innata. Pero no por ello dejaba de sorprenderle.

—Yo te… te… —musitó dolida y enrabietada, haciendo que Nami se partiera de risa más todavía.

TODO EL MUNDO ME AMA, ZORRA DE MIERDA, ¿POR QUÉ NO IBAS A HACERLO TÚ? ¿TE CREÍAS ESPECIAL?—se le acercó mucho de repente, chocando su nariz con la de ella—. Pues no lo eras. Al final, igual de puta, abierta y TONTA que cualquier otra. No vales para nada. Y encima no tienes dónde caerte muerta.

Reika forcejeó un poco para salir de su cercanía, y se odió por derramar lágrimas de nuevo. Ni siquiera le contestó. El forcejeo empezó a mayores y Reika la abofeteó, pero esta vez ya no fue fácil pillar a Nami por sorpresa. Ésta la agarró de los brazos y le pateó un tobillo para hacerla tropezar. En cuanto vio la oportunidad, arremetió contra ella con mucha más fuerza, y Reika perdió el equilibrio y se dio un golpe seco en la nuca que la hizo gimotear. La dejó fuera de juego los suficientes segundos para que Nami se moviera a su alrededor, planeando. Cogió del ropero una blusa de mangas largas y, sin parar de pelearse con ella, logró retenerla lo suficiente para atarle las muñecas a uno de los sólidos aparadores. Reika se asustó inmediatamente. Quería inmovilizarla. El mareo se evaporó de repente de su cabeza.

¡¡AYUDA!! ¡POR FAVOR, QUE ALGUIEN ME AYUDE! ¡SOCORRO! —gritó con todas sus fuerzas y Nami la ignoró por completo mientras seguía anudando sus muñecas. Las apretó con mucha fuerza. Reika empezó a patearla con fuerza según recuperaba su consciencia, y uno de sus golpes logró acertarle en el hígado. A Nami se le cambió la cara al recibir el golpe. Perdió la respiración por un segundo y comenzó a palparse, alejándose de ella. Por algún motivo estaba más sensible en esa zona desde que había tenido las pesadillas. Echó una rápida ojeada al libro negro en la estantería, que no se había movido de donde ella lo dejó. Haciendo un esfuerzo extra, bufó y se agarró al marco de la puerta para ir levantándose.

—Te voy a hacer de todo. De todo, Reika. Hasta que no te quede ni un maldito fluido en el cuerpo que expulsar —murmuró aún con la expresión de dolor. Reika vio agobiada que estaba colocando el móvil en un buen ángulo. Supuso que estaba grabando todo. Nami tomó el dildo más grande que tenía en la caja, y nada más verlo, Reika lloró angustiada, meneando las manos para librarse de las fuertes ataduras. Volvió a gritar pidiendo auxilio.

—Harás que suba la criada —musitó—, y si sube aquí, verás cómo la mato—pronunció con una sonrisa maléfica en la cara, haciendo que Reika se callara de inmediato. La morena soltó otra risa fortuita—. Eres tan patética… ni siquiera en momentos como este puedes dejar de pensar en los demás. Ya hay que ser imbécil…

Reika suspiró amargamente y se ovilló lo más lejos que pudo de ella, tenía miedo. Encima, moriría sabiendo que todo aquello fue culpa de su mente débil. Había sido todo por culpa de su debilidad e ingenuidad. Nunca pensó de sí misma ser tonta hasta que la conoció a ella. Nami corrigió la posición del móvil, grabando en una esquina donde las piernas de Reika no pudiera tirarlo, y cogió el dildo tirándolo cerca de ella. Después se volvió al cuarto de nuevo a buscar algo más. La rubia miraba desesperada cada punto de la habitación en busca de algo que pudiera ayudarla a escapar. Pero cuando la vio regresar con una navaja en la mano, su corazón se aceleró muchísimo más.

—No me fio de que venga esa otra zorra a ver qué está pasando. Estás avisada. Si sube, morirá por tu culpa —la señaló con la hoja; Reika respiró con dificultad, temblando.

—Nami… por favor…

Nami volvió a echarse a reír, mirándola desde arriba.

¡No seas boba! Nada de lo que supliques te servirá—bajó los hombros en un suspiro—. Sencillamente me he aburrido de seguir fingiendo que me importas. Pero si te portas bien ahora, te prometo que saldrás con vida.

Reika negó con la cabeza incapaz de contener ninguna de sus lágrimas. No la miraba. Estaba desesperada. Nami rio divertida de nuevo.

—No, tampoco es verdad. Perdona. Es la costumbre de mentirte. Que ya me sale sola.

—No me mates… por favor… yo… —cerró los ojos— no diré nada…

—Eso es… eso es… suplícame… —dijo con un tono de excitación, acuclillándose a su lado. La agarró del mentón—. Venga, sigue, sigue…

Reika suspiró evadiéndole la mirada. No tenía escapatoria. Todo daba igual.

—Haré lo que quieras… haré lo que quieras, pero por favor…

—Mi dulce Reika. ¿Tan difícil era que te hubieras portado así en un inicio? —arqueó las cejas y frunció los labios, en una mueca de querer comprenderla, totalmente falsa—. Mírate, ¿de verdad era necesario? ¿Hacerme ir detrás de ti como si fuera YO la plebeya? Si te hubieras dejado follar desde el inicio estarías felizmente aún, dando de alimentar al perro de la Academia. Y yo no habría tenido que molerle los huesos y envenenarlo para poder darte otro y que te fijaras en mí. Me lo has hecho pasar mal, Reika… niña mala—la regañó con un tono suave, acabando la frase con una risa perversa.

Agh, dios mío…

No paraba.

Sólo deseaba que parara de desvelar cuan terrorífica había sido a sus espaldas.

No se lo podía creer. No se lo podía creer… era absurdo. Varios escalofríos la recorrieron. Nami siguió asintiendo con la cabeza, sabía que estaba en shock.

—Nadie me gana. Nunca. Ni tú, ni la zorra de Hiroko, ni la estúpida de Junko, ni un maldito hombre que se crea dueño de mi cuerpo, ni la policía, ni mi padre… nadie… ¡nadie! ¡Jajajajaja! ¡JAJAJAJAJAJA! ¡Yo les he ganado a todos, A TODOS! Soy una puta eminencia. Mejor que una diosa y tr-…

La puerta sonó tímidamente.

—¿Va… va todo bien?

A Reika se le achicaron las pupilas.

No, por dios… no…

Nami miró a Reika sonriendo. Le hizo un gesto para que guardara silencio y giró la navaja en su mano, extrayendo más la hoja.

—Por favor… —susurró Reika— …no lo hagas… es inocente…

Nami le ignoró y se puso en pie, con la mano derecha armada escondida en su lumbar. Abrió la puerta lentamente y asomó sólo la cabeza.

—¡Per- perdón, pensaba…! —exclamó Odette, nerviosa— Es que… he oído un auxilio…

—Cuánto lo siento… —dijo apenada, poniendo cara de lástima—. Se nos ha ido de las manos el volumen de los gritos, estamos… jugando un poco al policía y al ladrón —musitó pícaramente—. ¿¡Verdad, Reika!?

Reika elevó la voz para que la otra oyera.

—S… ¡sí…!

Odette frunció los labios. Había algo muy extraño en todo aquello. No sabía qué hacer. Y no olvidaba la cara de sufrimiento de Reika de hacía unos minutos. Pero su tono pensativo sacó de quicio repentinamente a su jefa, que la miró mucho más seria.

—Maldita sea, ¿acaso quieres que te preste el vídeo, chacha de mierda? VETE A FREGAR LA PUTA COCINA.

Odette se asustó por el tono repentino de Inagawa y bajó la mirada.

—… Disculpe… ya vuelvo a mis cosas.

Nami cerró de un portazo y se giró rápido, carcajeándose con la espalda apoyada en la puerta. Odette cerró un puño con fuerza y corrió de nuevo hacia la cocina.

—¿¡Ves!? —dijo roja de reírse, y miró a la rubia desde allí—. Todo el mundo me respeta. —Se despegó de la puerta y volvió junto a ella.

Reika se estaba abandonando lentamente, tratando de abstraerse de su cuerpo. Sabía que volvería a abusar de ella y luego sería su fin. La vio agacharse delante suya, dejar la navaja a un lado y empezar a besarla en el cuello. Ya no tenía que seguir fingiendo que le importaba una mierda su bienestar, ni siquiera en el inicio, así que a los pocos segundos la mordió con mucha dureza, y le apretó los dedos bruscamente en uno de los pechos. Kitami resistió y no se jactó. Su mente repasaba frase a frase lo que Nami le había revelado.

—Estás equivocada —susurró, en un murmullo apenas audible. La otra se distanció y la miró fijamente.

—¿Qué?

—Has podido con todo el mundo. Menos conmigo.

La japonesa no entendió, sintió ganas de reírse… al principio. Pero su mente analítica tuvo una especie de disonancia con aquellas palabras.

—Será mejor que abras sólo la boca para gritar o llorar, o yo misma te arrancaré la lengua.

—Sí —musitó asintiendo, sin mirarla—. Es lo único que puedes hacer. Es la única manera en la que puedes sobreponerte a mí… porque al fin y al cabo, nunca has logrado que me guste nada de lo que me haces. No quieras engañarte, Nami… —la miró de repente, fulminándola con sus iris azules—. Te ha costado un horror someterme, y aun así nunca lo has logrado… nunca podrás doblegar mi alma… y por eso… eres patética. ¡Y obviamente, eso significa que eres tú la desesperada en que yo te haga caso!

¿Qué…?

Nami estuvo a punto de golpearla, pero sintió un pinchazo en el hígado, muy fuerte. Tosió y se palpó el costado, mirándola fríamente. Respiró con dificultad pero trató rápido de sobreponerse. Se había tomado los inmunosupresores, se negaba a creer que justo en aquel instante el hígado del plebeyo que tenía en su organismo estuviera dándole problemas. Poco a poco se fue disipando.

Reika trató en todo momento de no cambiar la mirada… pero hacía varios segundos que la puerta del dormitorio se había abierto sigilosamente, y alguien venía por detrás de Nami. Quiso seguir ganando tiempo.

—Lo único bueno que puedo agradecer es que hayas visto de primera mano lo que es sufrir tú también una pérdida —comentó.

—Ya —sonrió divertida—. El bebé lo aborté yo misma. Pagué a un matasanos. Tenía ya cierto tamaño, así que lo licué y se lo metí en la sopa al cabronazo de mi esposo. ¿Qué te parece?

Reika suspiró atemorizada. Aquello era lo que necesitaba para saber que Nami jamás saldría de un centro psiquiátrico o de la misma horca. Cerró los ojos cuando vio que Odette tomaba un fuerte impulso y le sacudía un sartenazo a la morena en la coronilla, que la tiró al suelo de lado.

El eco del golpe las asustó a las dos. Odette era consciente de la enorme fuerza que había empleado, con todo el temor en el cuerpo, y Nami no se movía.

—Rápido… —murmuró Reika tensa y triste—. Desátame, rápido. ¡Quítale la navaja!

—¿¡Qué navaja!? —chilló asustada la otra, soltando de golpe la sartén. Pero Nami gimió en el suelo en apenas unos segundos, moviendo la cabeza poco a poco, y Odette muy nerviosa volvió a tomarla del mango. Ganó impulso y la golpeó por segunda vez, volviendo a tirar a Nami al suelo. Reika vio que ponía los ojos en blanco parpadeando rápido, antes de quedar inconsciente.

—Maldita sea, la tenía en la mano… ha debido de deslizarse por ahí al caer al suelo. ¡Da igual, desátame!

—¡Voy! —Odette respiraba hondo y le desenredó como pudo las ataduras. Era increíble lo torpe que era uno cuando todo el cuerpo temblaba de terror. Odette ni siquiera sabía si había hecho aún lo correcto, pero empezaba a sentir el poder del apellido Kozono en la mente y se sentía cada vez más fuera de sí—. Maldición, ¿cuántos nudos te ha hecho…?

—Date prisa por dios… —gimió agobiada, temiendo por la vida de las dos. Logró por fin desatarla; la ayudó a ponerse en pie y cruzaron la habitación rápido. Reika cogió la primera camiseta que vio y el pantalón, pero decidió no perder tiempo en ponérselos aún. Odette miró alrededor de la habitación buscando el arma a la que Reika se refirió, pero no la veía. De pronto, vio acobardada que Nami volvía a mover el cuerpo. Su cabeza sangraba.

—¡¡Llevaré el móvil, tengo que denunciarla!! —chilló Reika. Esa frase hizo que Nami abriera los ojos de repente. Era cierto. Había puesto a grabar, pero la conversación se había ido por las ramas y ahora era una prueba de confesión de algunos de sus delitos. Sintió un objeto alargado y punzante bajo su torso… y supo de inmediato qué es lo que era.

Odette miraba nerviosa a Kitami según se agachaba a por el móvil, cuando de pronto todo ocurrió muy deprisa. Nami se levantó con un lateral del rostro ensangrentado y se volteó hacia Reika, que era la que tenía más cerca. Odette pudo coger la sartén de nuevo pero tuvo que parar. Aquella enferma agarró a Reika del cuello y la amenazó con la navaja, mientras la miraba a ella fijamente.

—Suelta esa sartén, estúpida —le ordenó, con la punta de la hoja amenazando el blanco cuello de Kitami— No se te ocurra atacarme, porque te aseguro que vais las dos al cielo. Deja esa PUTA sartén en el suelo o la asesino, Odette. Y luego irás tú.

Odette tembló de arriba abajo. Con el cuerpo con escalofríos, la obedeció y levantó las manos. Nami sonrió, creyendo que había recuperado el control… pero no se esperó que Reika se apostara al doble o nada y empujara el brazo con la que la tenía retenida, tratando de huir a la desesperada. Apretó los dientes y trató de atraparla con ese único brazo, pero la muy zorra no se dejaba. En el momento donde la rubia logró zafarse, dio una zancada hacia ella y la tomó del pelo, tirando hacia atrás con fuerza. Reika balbuceó con rabia al sentir que su espalda chocaba contra el torso de Nami, forcejearon en esa incómoda y desventajosa posición, y de pronto, ésta la apuñaló dos veces en la boca del estómago. Reika abrió los párpados por la impresión, y sólo una fracción de segundo más tarde, su cuerpo mandó las señales receptoras para confirmarle el dolor más lacerante de su vida. Todas las heridas, golpes, raspillones, irritaciones y molestias que había sentido dejaron de existir, para manifestarse una poderosa y acribillante tortura física. Sintió el dolor de dos puñaladas y no pudo reaccionar. Nami la oyó dar un grito cortante enseguida. Odette chilló mucho más fuerte, impactada, muerta de miedo… sus piernas combustionaron en adrenalina y salió rápidamente por la puerta. Nami aún podía llegar al dispositivo de emergencias de su habitación y con un botón bloquear todas las puertas. Quiso hacerlo. Iba a hacerlo.

Pero… no pudo.

Había actuado por impulso. Los ojos no se le despegaban de Reika, que tras las heridas dejó de pelear y aguantó de pie sólo porque ella la sujetaba. Parpadeó agitada. Su mente le transcribió la frase que le había dicho.

Te ha costado un horror someterme, y aún así nunca lo has logrado… nunca podrás doblegar mi alma… y por eso… eres patética.

Reika perdió la poca fuerza que le quedaba en las piernas y del peso, se combó hacia un lado.

Mierda, ¡mierda!

Nami la abrazó para que no cayera, pero se le doblaba hacia la derecha y sintió un reguero caliente caerle por el brazo. No quería que muriera. La perdería. Y luego la condenarían. Ya no podría disfrutarla nunca más. De pronto, su peso le era demasiado y cayeron juntas al suelo. La dejó y la vio agonizando, sin poderse creer lo que acababa de hacer. Reika derramó un par de lágrimas y temblaba, pero no le quitaba la mirada de encima.

—Aguantarás —le dijo Nami poniéndose en pie, pero nada más decirlo la chica tosió, y salió una gran cantidad de sangre por su boca. Su garganta empezó a hacer sonidos pequeños, ya no podía respirar. Estaba agonizando.

—Me alegra saber… que aún te quedarás con las ganas… —dijo como pudo, logrando obligarse a sonreír con toda aquella sangre en los dientes. Nami frunció el ceño alterada y se le aceleró la respiración. ¿Cómo coño había sido capaz de matarla, por qué…? Dio un giro sobre sí misma, sin saber qué hacer, y al final se arrodilló a su lado, apretándole la herida con ambas manos. Pero por mucho que apretó, esa maldita sangre caliente lograba encontrar un camino para seguir brotando, y Nami gritó angustiada cuando vio que discurría entre sus dedos. Reika emitió otro quejido burbujeante con la garganta, y sangre aún más roja salió escupida de sus comisuras.

¡¡¡TE ODIOOO!!!—le gritó muy fuerte en la cara, roja de ira. Reika siguió sonriendo. Era la primera vez que podía doblegar todos esos sentimientos de dolor hacia una expresión facial feliz—. TE ODIO, REIKA KITAMI —vociferó la otra, empezando a sollozar iracunda al darse cuenta de que era cierto. Tuvo aspavientos en la respiración, y nuevamente, el hígado la mortificó con una nueva punzada intensa. Nami se ovilló adolorida, pero decidió, costosamente, que no podía descansar—. Vas a… vas a… VAS A VER CÓMO ASESINO A TU MALDITO PERRO DE MIERDA, LO TORTURARÉ… ¡¡EH!! ¡ESCÚCHAME, PERRA! ¡REIKA…!

Pero Reika ya no la oía. Sus ojos se habían apagado y su sonrisa permaneció intacta hasta su última respiración. Nami se sintió muy indefensa, azorada. Reika ya no se movería nunca más. Lloró amargamente. Nadie podía estar encima de ella. Nadie, y mucho menos un muerto.

«Me alegra saber… que aún te quedarás con las ganas…»

No podía mentirse a sí misma: lamentó aquellas puñaladas nada más se las dio. Ver cómo Reika perdía toda la fuerza de repente y caía redonda la hizo entrar en un trance doloroso. Acercó la mano temblorosamente a su cara y sollozó de nuevo. Su expresión facial ya no sonreía, era el semblante de alguien que ya se estaba reuniendo con otro tipo de energías. Su cerebro oscuro volvió a manchar esas sensaciones de debilidad. Le recordó que había alguien escapando de ella, que demandaría los hechos a la policía. Los ojos malignos de Inagawa se movieron hacia la puerta.

Al levantarse de golpe el hígado volvió a darle una punzada, que la hizo arrodillarse de inmediato. Gritó adolorida, y se agarró al marco de la puerta para volver a ponerse en pie. Se llevó su móvil y borró el vídeo rápido. Se cerró como buenamente pudo el albornoz, cubriéndolo de sangre en el proceso. Pero antes de irse echó un último vistazo al cadáver de Reika. Rompió a llorar, devastada, y casi tambaleándose corrió a la planta inferior.

Bajó las escaleras a toda prisa, de tres en tres. Entró en el despacho de su padre y cogió un rifle de debajo de su escritorio, que siempre estaba cargado. Y se dispuso a buscar a Odette por la inmensidad del jardín. La muy puta se había llevado al perro consigo sumando otra desdicha a su sed de sangre. Sabía que debía estar por alguna parte, porque el jardín estaba con seguridad externa.

—¡Inagawa-sama! ¿Está bien…? Hemos visto a la emplead-…

BANG. Nami le voló la cabeza a uno de sus guardias, recuperando un mínimo de placer. El otro vigilante abrió los ojos desmesuradamente, en shock.

¡¡VEN AQUÍ, VEN!! —le gritó al otro mientras recargaba, pero al tipo le dio tiempo a bordear la construcción de la mansión antes de que el balazo le alcanzara. Voló parte de la mampostería.

Pero Nami había pecado demasiadas veces en poco tiempo. De pronto, las sirenas de los coches patrulla le congelaron la sangre. Gimió asustada y al verles aparcar dentro de su mismísima parcela soltó el rifle, fingiendo estar desvalida.

—¡AL SUELO! ¡NAMI INAGAWA, AL SUELO!

Nami frunció el ceño y se arrodilló. Sintió que rápidamente le bajaban las manos y la esposaban.

—¡LA CRIADA HA MATADO A MI AMIGA! ¡LA HA MATADO Y AHORA ESTÁ ESCONDIDA!

—No esta vez, señorita Inagawa. Tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga podrá ser utilizado en…

Nami dejó de oír.

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