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CAPÍTULO 3. Desventaja

Dormitorio de Yara Hansen

—Mira, a eso me refería… nunca vi contenido así en el portátil de mi padre.

Belmont miraba sorprendida la pantalla. Era la primera vez que veía a dos mujeres besándose y tocándose de aquella forma. Había explorado algunas páginas cautelosamente, acerca del sexo. Pero nunca sopesó la idea de mirar vídeos lésbicos. Sintió algo de rechazo cuando Yara se los puso. Dos mujeres manteniendo aquel tipo de relación era un tema tabú en cualquier casa de renombre. Un insulto al país de Yepal, conservador y misógino a ciertas escalas. Sin embargo, en el portátil de un dirigente del clan Hansen como era el padre de Yara, había contenido así. Eso le resultó chocante.

—¿Se lo has dicho a tu madre?

—No —murmuró la pelinegra, con un sabor de culpabilidad—. Nunca le digo nada de lo que me encuentro. Mi padre me daría una golpiza.

Belmont se mordió el labio, pensativa.

—¿Esto les gusta a los hombres?

—No puedo buscarlo desde mi propio laptop. Lo que hago es… sólo enviarme los vídeos. Si los trato de buscar o entrar en foros, mi padre se entera.

—Lo cómico es que no se entere de que le coges el portátil.

Los gemidos de las chicas en la pantalla les robó la atención. Belmont frunció las cejas, asquienta.

—Es raro, ¿no…? —comentó Yara, sin borrar la sonrisa perversa de su cara—. ¿Cómo será hacerlo con una mujer?

—No me gusta lo que veo. Es raro —comentó desviando la mirada.

Yara suspiró y descruzó las piernas, saliendo de la cama. Se acercó a su armario y rebuscó algo en una caja. Mientras le daba la espalda, Ingrid la espió y volvió furtivamente la mirada a la pantalla. Una de las chicas del vídeo levantaba una pierna a otra, para después abrir sus propios muslos. Se cruzaba con ella para sobar sus coños.

Así que así lo hacen… ¿eso da placer alguno?, se preguntó.

Pero tampoco es que Aaron le hubiera proporcionado placer.

—“Deep web”… y te fuiste directa a algo llamado “crush fetish” —Ingrid parpadeó y volvió a sentirse algo inquieta. Miró a Yara, que venía con una libretita. Ésta sonrió a su amiga y ladeó la cabeza, pretendiendo ser comprensiva—. ¿Por qué no me dijiste que mirabas estas cosas? ¡Yo lo comparto todo contigo!

Al menos… casi todo, autocompletó en su mente. Yara sabía que había cosas que ni a su mejor amiga podía revelar. Al menos no a la ligera.

Ingrid miró su libreta, donde tenía apuntados los títulos de algunos vídeos por los que había pagado. Pensó lo más rápido posible y se humedeció los labios antes de mirarla.

—No sé qué son.

—No hagas eso —dijo suavemente. Cambió radicalmente su forma de observarla—. No te hagas la tonta. Me molesta mucho.

—Vas a tener que explicarme de qué me acusas —la miró, sonriendo angelicalmente.

Yara repasó lentamente sus labios con la lengua. Trató de sonsacárselo de otra forma.

—Es… contenido que yo también consumiría. Siempre me ha llamado la atención ver muertes que son de verdad.

Entonces vio un cambio. Ingrid la seguía mirando, pero pareció ponerse algo más seria. Sus pupilas bailaban de un ojo a otro. La estaba analizando.

—En serio —prosiguió la de pelo negro—, pero no sabía dónde buscar. Y no es algo que se pueda hablar en público. Ya lo sabes.

La mandíbula de Ingrid se marcó suavemente. Apartó la mirada y removió los labios, como si estuviera indecisa.

Presionaré un poco más.

—Aunque quizá… con las manos. En lugar de con la aguja del tacón. Con las manos tiene que ser más… hardcore, supongo. ¿No preferirías ver algo así?

Ingrid tragó saliva suavemente y por fin entreabrió los labios.

—No lo sé. Sólo sé que quería verlo.

—¿Es la primera vez que pagas por ver eso? ¿Lo haces por escuchar crujido de huesos?

Ingrid negó suavemente con la cabeza.

—Es por los chillidos. Los chillidos de dolor.

Yara parpadeó, mirándola más atenta.

—¿De… un gatito?

—El de Roman chilló así.

—No sabía que tuviera un gato. ¿Murió?

—Sí. Le pegué una patada, gimió y un coche le arrolló. —Yara se quedó en silencio. Su amiga continuó tras unos segundos—. Pero no lo mató. Le aplastó las patas traseras y se quedó pegado al asfalto. Cuando me acerqué, chillaba de una manera muy particular.

—Pero… ¿por qué lo pateaste?

—Hm —balbuceó, de repente con una notable falta de interés con esa pregunta—. Se puso muy pesado diciendo que tenía que comprarle esto y lo otro… y nos obligaban en ese entonces a compartir paga. No quería darme mi parte, así que…

Hansen no pretendía quedarse callada, pero la llegada de esa información la había dejado pasmada. Bajó la mirada a la libreta que sostenía y suspiró.

—¿Qué le pasó al final al gatito?

—Vino Roman y cuando lo vio así empezó a llorar como un maricón —soltó una carcajada repentina. Se acomodó sobre la cama—. Intentó despegarlo y la cola… ¡la cola estaba pegada a la carretera! ¡Se la partió!

Yara torció una sonrisa con la mayor credibilidad que pudo, incluso logró reír un poco. Algo en su estómago le repiqueteó. Abrió la boca para hablar, pero Ingrid continuó más emocionada.

—Al final se murió. Fue llorando menos, y menos… y se quedó ahí. Si hubieras visto cómo lloraba ese imbécil… —se frotó la sien—. En realidad, eso fue lo divertido.

Yara ahora no tenía el valor para decirle que se había inventado que tenía ese mismo interés. Carraspeó y se sentó a su lado.

—¿Y lo has vuelto a hacer?

—Bueno… —miró hacia la pared, pensativa—. Vi a uno igual de pequeño hace un tiempo que se separó de la camada. Le pisé la cola para escucharle. Pero… no pude hacer mucho, se me acercó Kenneth y me dijo que lo dejara —se encogió de hombros—. Se creen que necesito ayuda psicológica o algo así. Realmente… yo no quiero matar a esos bichos.

—No, ¿verdad?

—Nah —pasó los dos mechones castaños de su pelo tras sus orejas. Tenía una sonrisa sincera y nueva, hasta para Yara. Era como si hablara de su serie favorita—. Es la indefensión. No pueden… hacer nada… más que chillar. Y chillan diferente.

Hansen se mordió el labio pensativa.

—¿Sabes lo que es el BDSM?

—No sé lo que significan las siglas. Pero sé que iba de… cuando un hombre golpea a una mujer con objetos sexuales, ¿no?

—No es así exactamente, pero lo puede incluir. Se basa en…

—¿¡Cariño…!? ¿Todo bien ahí arriba? —una voz las sorprendió desde la planta inferior. Yara puso los ojos en blanco y gritó.

—¡¡Sí, mamá!! ¡Déjanos en paz, estamos estudiando! —Ingrid soltó una risita al escucharla. Yara bajó el tono de voz—. Bueno, ya te lo explico en otro momento. Primero quiero saber qué tal fue con Aaron. Detalles, dame detalles.

El cambio de conversación no le supuso una gran motivación a Belmont. Pensó unos largos segundos y habló en un tono neutro.

—Me esperaba otra cosa.

—¿No te gustó?

Ingrid se pensó la respuesta.

—No lo sé… al principio… me tocó un poco con la mano, pero… después empezamos con lo otro y era todo un poco molesto.

—¿Te dolió mucho?

Ingrid puso un gesto de despreocupación y al final cabeceó una negativa.

—No, no realmente. Pero veía que él estaba muy emocionado.

—¿Usó condón?

—Sí. No quería hacerlo sin nada. Intentó metérmela así al principio.

—Es un aprovechado. Yo creo que no está a tu nivel.

Ingrid sonrió con un destello distinto.

—Eso ya lo sé. Jamás estará a mi nivel.

—¿Y por qué estás con él?

—Porque quería perder la virginidad. Y… cuando empezamos a ver estos vídeos me llamó la atención ver qué tan placentero era. Pero esos vídeos… no se parecen a la realidad.

—Claro que no. Te lo dije. Esas putas están actuando. Pero… no diría que no sienten placer. Sino que están aburridas.

—Es demasiado trabajoso tener sexo estando aburrido. ¿Tú has tenido tu primera vez?

Yara ladeó una sonrisa, maligna.

—N… no, no, pero quiero hacerlo también. ¿Podría pedírselo a tu hermano?

—¿Qué…? ¿A cuál?

—Al mayor… —susurró divertida—. Tu hermano Eric.

—¡Tiene treinta y seis años! Y mujer… y dos estúpidas hijas.

—Es mejor si no está soltero… mi padre lo hace así. Mi tío también.

Ingrid se encogió de hombros.

—Si se entera su mujer, podrías tener problemas. Es una zorra problemática y lo tiene dominado.

—Joder… bueno… ¿y Kenneth?

—Está prometido con otra estúpida… del clan Long. Ni siquiera tiene sello de poder.

Yara puso los ojos en blanco.

—Genial, pues tendré que buscarme a otro. Pero los del instituto no me atraen nada.

—Te lo prometo. No te pierdes gran cosa.

—En fin… quiero probarlo igual. Vendrás a mi fiesta de pijamas la semana que viene, ¿no?

Ingrid asintió.

Al cabo de unos días

Mansión Hansen

—¡¡Qué fuerte!! ¿¡Eso es alcohol!?

—Por favor, has sido invitada para ser una de nosotras. Trata de no ser tan estúpida, todas aquí hemos probado el alcohol —vociferó Yara, mirando mal a Elina. Era la única Ellington que había sido invitada, y porque su madre la obligó. Pero la chica era tan inocente y boba, que crispaba a la cumpleañera.

Dos horas más tarde

Las adolescentes perdieron la noción del tiempo. La música a todo volumen, la pelea de almohadas y el karaoke estando ebrias convirtió aquello en un despropósito. Ninguna tenía aguante alguno a la bebida porque no solían beber. Y por descontado eso sacó de casi todas el auténtico espíritu de víboras que en realidad tenían. Las gemelas Freeman, dos pelirrojas exuberantes y hermosas que levantaban pasiones junto a Belmont y Hansen, canturreaban a pleno pulmón el K-pop seleccionado por Yara. Sus padres habían viajado por negocios y la adolescente aprovechó para montar todo aquello. Si bien sabían que había una fiesta de pijamas, desconocían que su hija se las había ingeniado para llevar alcohol.

Belmont era la que menos había bebido. No le gustaba porque mermaba sus capacidades más preciadas. Era dada a analizar constantemente lo que le rodeaba y había atestiguado cómo el alcohol nublaba esas habilidades sociales para hacer a las personas mucho más receptivas y desinhibidas. No deseaba nada de eso. Aprovechó que estaban todas emocionadas gritando al ver a uno de los cantantes en el enorme proyector de la pared y se ausentó al pasillo de la planta inferior.

Baño

Después de orinar, tiró de la cadena y se subió el pijama. Miró el reloj: las convenciones sociales le costaban. Los temas que sus amigas trataban la aburrían, exceptuando a Yara. Pero estaba aguantando bien. Aprovechó para lavarse también un poco la cara y suspirar largamente. Sus oídos pitaban un poco al alejarse del bullicio.

—¿Se puede? —una voz suave se escuchó desde el otro lado de la puerta.

—Ya salgo —se secó el rostro con la toalla. El poco maquillaje que le quedaba se eliminó, poniendo de manifiesto sus pequeñas pecas en el puente de la nariz. Se miró fijamente unos segundos y se estudió a sí misma: le gustaba su rostro y su cuerpo. Siempre se había considerado afortunada, para lo feos y toscos que eran sus hermanos y su propio progenitor. Era la única que había heredado los ojos ámbar de su madre, así como su pelo castaño tan claro. Sus ojos rasgados eran producto y mezcla de nacionalidades ascendentes. Pero en realidad, pese a ser hermosa, no le gustaba parecerse a ella. Su madre le recordaba constantemente lo débil que eran las mujeres. Tenía una personalidad amable y cariñosa, algo que no casaba con las capacidades esperables de un dirigente criminal. Las capacidades que el resto de su familia sí tenía. Akane era la oveja blanca, y todo el mundo la quería y adoraba. Pero para Ingrid, su madre era la representación más exacta de la debilidad. Algo que repudiaba.

De repente, una voz a su lado la hizo dar un respingo.

—Lo siento, querida… pero si te esperaba un segundo más, me meaba encima.

Mia Thompson ya estaba no sólo dentro del baño, sino bajándose el pantalón y las bragas. Se sentó en el inodoro y empezó a orinar. Ingrid no le dijo nada y pasó de largo, pero la morena la llamó.

—Espera. Espera, Belmont.

—¿Necesitas algo…?

—Sí. Espera, te he dicho.

Ingrid ladeó una media sonrisa, algo cabreada para sus adentros. No le gustaba sentirse ordenada en nada. Pero se apoyó en la pared exterior. Pronto oyó la cisterna accionándose y el agua del lavabo. Mia abrió más la puerta y la tomó de la muñeca para hacerla entrar.

—¿Qué pasa? —murmuró, comenzando a rotar disimuladamente su muñeca para que la soltara. Ésta cedió y la soltó, pero se le acercó mucho al rostro. De pronto, sus labios se rozaron e Ingrid echó rápido la cara hacia atrás, sonriendo—. Debes de haber perdido la cabeza.

—Las de arriba son unas pervertidas y quieren que te bese. Así que no lo hagamos más difícil.

La de pelo castaño la esquivó, pero como si supiera hacia dónde, Mia la siguió con el rostro y le tomó la cara con las dos manos. Juntó su boca con la suya y la besó despacio, echándose cada vez más hacia delante. Ingrid balbuceó molesta y se removió hacia un lado. Podía sentir el olor y el sabor dulzón y desagradable del ron en la lengua, que rápidamente se le coló en el interior de su propia boca. Al cabo de unos segundos, la de pelo negro deslizó una de las manos a su barbilla y la sostuvo despacio, separándose con un chasquido de labios. Abrió los ojos para hallar su mirada. Ingrid no cambió la expresión de su rostro. La miró unos segundos y enseguida se apartó de ella.

—No ha estado mal, ¿verdad? ¿A que beso genial? —murmuró divertida, alargando una mano hasta acariciarle de nuevo la barbilla. Su amiga apartó la cara y pasó de largo.

Cuando regresaron con las demás, Belmont se sentía rara. No estaba acostumbrada a no sujetar la sartén por el mango y aquella situación que acababa de vivir le pareció fuera de lugar y de su control. No pudo evitar, cuando se sentaron junto a las demás, volver a observarla por el rabillo del ojo. Tragó saliva y volvió a recalar en el tenue sabor del ron que se había quedado adherido a sus papilas.

¿A que beso genial?, se le materializó su cara agrandada y chulesca en la cabeza.

De pronto, imaginó que le seguía la corriente. Que mientras le daba ese beso asquiento de lenguas, la agarraba del pescuezo, la giraba para ser Mia la que estaba contra la pared y apretaba la mano hasta que le pedía disculpas por su atrevimiento. No quería incorporarse al juego que estaban llevando sus amigas. La botella seguía girando y se estaban dando picos entre ellas.

—¿Para cuándo le va a tocar a alguien con lengua?

—¡No seas cochina, Liv…! Esos besos no son entre chicas. ¿Por qué eres tan pervertida? —una de ellas le lanzó un cojín a la cara, y el resto empezó a desternillarse de risa. Ingrid miró acusatoriamente a Mia Thompson.

Ésta bajó la mirada, pero aun así, sonreía con descaro. Sabía perfectamente de su engaño. Belmont apretó los dientes.

Al día siguiente

El grupo de chicas que había asistido a la fiesta de pijamas la noche anterior estaba destruido. Ninguna había dormido bien y a la mayoría le dolía la cabeza. Ingrid tampoco había dormido gran cosa, pero por distintos motivos.

Cuando todo el jolgorio se hubo acabado y todas fueron a la cama, Mia le dedicó una mirada atenta. Ingrid, por primera vez en su vida, esquivó la mirada a alguien. No estaba acostumbrada a no mirar a los ojos o a quedarse sin saber qué decir o hacer. Eso delataba falta de experiencia. La homosexualidad era un tema serio en todos los clanes. No estaba permitido, porque se consideraba una práctica impura y vinculada a ciudadanos comunes de bajo poder adquisitivo. El resto de la humanidad, sin poderes ni ascendencia mágica. Era consciente de que cualquiera de los padres de las chicas las habrían arrastrado de las orejas hasta casa si hubieran visto las estupideces que hicieron durante la fiesta con el pretexto del alcohol.

Pero el problema no era ese.

Realmente, a Ingrid le preocupaban sus propias sensaciones. No había podido pensar en otra cosa en toda la noche. Se tomó el tiempo de repasar cada segundo en su mente. Y su mente hizo comparaciones con lo poco que conocía. La boca de Aaron era gangosa. Siempre notaba el sabor del cigarro impregnado en su lengua, sus labios eran toscos y violentos y la barbilla pinchaba a cada bocanada. Pero Mia, pese a que usó un poco la fuerza, la había abordado con delicadeza. Sus labios eran caricias. Caricias esponjosas. Pese al alcohol, el olor que emanaba de su pelo fue agradable. Olor a chica. Aaron no olía mal, pero su esencia era mucho más fuerte.

Mia apareció junto a su hermana, Malena. Ambas eran muy parecidas, pero de algún modo casi macabro, Ingrid podía detectar en ambas una diferencia crucial. Sus miradas se dispersaben vertientes distintas. Mia pasó por delante de su pupitre y ladeó una maléfica sonrisa, con superioridad y sin verbalizar nada.

Ingrid se sintió en desventaja. La siguió con la mirada tratando de hacerle algún tipo de frente, sin dominar lo que ocurría ni sus propias sensaciones, pero Mia no volvió a hacerle caso. Yara la tocó del hombro.

—Eh, estás en la luna. ¿Hiciste los deberes? Se me olvidó por completo.

—Sí —murmuró sacando el estuche y su archivador de la mochila. El profesor estaba entrando.

—Maldita sea… nunca se me olvida hacer los ejercicios. No volveré a probar el maldito ron. Me da asco sólo de…

—Señorita Hansen —clamó el profesor, poniéndose recto. Alzó una mano hacia la pizarra—. Ya que tiene tantas ganas de intervenir, suba aquí y explíquenos cómo ha realizado los tres primeros ejercicios.

—¿Huh…?

Belmont suspiró apoyando la espalda. De pronto vio cómo la mano larga de su compañera le cogía el archivador y buscaba el ejercicio delante de la pizarra.

Aseos del instituto

Después de cinco horas de clase, Belmont había logrado evaporar los pensamientos extraños de su cabeza. No se había vuelto a cruzar con Mia y el profesorado estaba atosigando a todas las aulas, ya que se aproximaban los exámenes trimestrales. Eso la ayudaría a concentrarse en los estudios.

—¿Pasaste buena noche, Belmont?

Ingrid sacó rápido una lámina de papel para secarse las manos. Suspiró en una sonrisa débil y miró a Mia a través del espejo, tratando de conservar la calma.

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