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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 6. Un engaño oculta otro engaño

—¿Por qué preguntabas si sé si era lesbiana? Los cotilleos hay que compartirlos…

—Porque me besó. Y… —entreabrió los labios, pero la distancia entre las chicas y ella estaba decreciendo. Cerró la boca. Hansen se fijó en Mia. Tenía una mirada autoritaria que no pegaba mucho con las dos tiritas adhesivas que tenía en el puente de la nariz.

—¿Qué te ha pasado, bruja? —preguntó Leah, riéndose.

—Un golpe con una puerta —dijo sin más, cruzándose de brazos. Miró al resto—. Bueno, ¿vamos a quedarnos aquí paradas?

—Habéis sido las últimas en llegar, así que… tiene gracia que lo digas —terció Sarah, que bajó enseguida el tono de voz—. Oye, la mascotita está hasta arriba de peso… ¿no sería mejor alquilar una taquilla por aquí o algo?

—¡Ni hablar! —chilló Malena—, que vaya más atrás, no la echaremos de menos. No pienso dejar las cosas aquí guardadas y que luego tengamos que pegarnos el viaje de vuelta.

—No pasa nada, chicas —murmuró Hardin. Había sido la última en acercarse y permanecía a medio metro de distancia. Tenía dos mochilas cargadas tras cada hombro. Las miró con una sonrisa tímida—. Puedo con todo, no es tanto.

—¿De veras? Sí que parece un poco pesado… —Yara se puso tras ella y tironeó hacia atrás con violencia, haciendo que la chica cayera de bruces al suelo. Se dio un buen golpe en el hueso del trasero y el impacto la hizo cerrar fuerte los párpados por un segundo.

El resto de chicas se carcajearon a voz en grito. Ingrid se levantó del banco y se aproximó a Simone, aunque los ojos se le fueron a sus piernas. O más bien, al centro. La falda se le había levantado y, muerta de la vergüenza, la chica se la bajó. Trató de ignorarlo y se agachó rápido a su lado, ayudando a incorporarla.

—Tranquila, estoy bien… de verdad, Belmont —sonrió como pudo.

—Te quejarás de cómo te tratamos… —dijo Ali muerta de risa. Yara se había estado riendo hasta aquel momento. En cuanto vio que Ingrid la ayudaba a erguirse se puso del otro lado y también la tomó del brazo bruscamente para alzarla más rápido.

—Haces que Ingrid se preocupe, ¿por qué caes tan fácil? ¡Estás endeble! —comentó riendo. Ayudó de mala gana a colocarle las mochilas de nuevo.

—Tiene las piernas de plastilina. ¿Coméis carne en casa, o a tanto no llega el sueldo de limpia-raíles?

—Es suficiente, Leah.

Leah y las demás dejaron de reírse en seco al ver la expresión seria de Belmont. Ingrid tenía el cetro de mandato en aquel grupo. Yara la miró de reojo y sintió un fulgor de rabia interna, pero lo dejó pasar. En silencio, todas las chicas fueron agrupándose y uniendo al gentío de la calle principal.

—Ya le has dado pena a Belmont, ¿uh…? —Yara se juntó a Simone Hardin y le habló al oído mientras caminaban—. Quédate atrás. No te quiero ver esa cara de mierda en todo el paseo.

Simone fue frenando sus pisadas y tragó saliva, mirándola algo desolada. Dejó que el resto de las muchachas la adelantaran y sólo caminó cuando vio a las hermanas Thompson, que cerraban el grupo.

Fueron haciendo varias paradas por el camino, con sesión de fotos incluida. Otras fueron a causa de encontrarse a conocidos, que debido a quiénes eran varias de ellas, llevó al grupo a pararse en numerosas ocasiones. El anochecer las alcanzó justo cuando llegaron al final del camino de árboles.

—Buf… no puedo más… me duelen los pies —Leah se dejó caer bruscamente en el césped. Ingrid y Yara se sacaron algunas fotos más en el último árbol y se pusieron a hacer tonterías frente al móvil, actualizando los perfiles de sus famosas redes sociales.

—Hardin, haz el favor de poner la esterilla de una vez.

—¡Voy! —la chica dejó con cuidado las mochilas y abrió una bolsa. Dejó caer el amplio mantel de tela y el resto se fueron colocando. Sacaron los envases con comida que habían traído.

—Oye… nos quedamos a medias con la charla. Aprovecha que esas gordas están cebándose y dime.

Ingrid se apoyó en el tronco con los brazos cruzados y estudió de lejos a Mia Thompson.

—Mia me besó en tu casa. Bajó justo cuando estaba en el baño y me dijo que se lo habíais puesto como reto del juego de la botella.

Yara abrió los labios y arqueó las cejas, como si quisiera gritar sin hacer ruido. Pero se tapó la boca con ambas manos y habló así.

—Qué me dices… ¡eso es mentira! Nadie le hizo tal reto.

—Me enteré después, al bajar.

—¿La correspondiste? ¡Jajajaja…! Esto es genial…

—Y no sólo eso. Lo volvió a hacer en la academia.

Comprimió los labios. Pensó muy bien hasta dónde era prudente contar. Nunca había tenido discusión alguna con Yara, pero contarle que se le había arrodillado y chupado el coño era algo complicado de digerir en aquella sociedad, y lo sabía muy bien.

—Está pirada. Además, creo que tiene novia. Está estudiando en el extranjero.

—Así que novia, ¿eh?

—Bueno… la verdad, como te dije antes… hay mucha bisexual y lesbiana en nuestra academia. Pero no van a decir nada. Esa guarra de Mia los tiene bien puestos, desde luego… para atreverse a robarte un beso a ti.

—Hay algo más.

Yara se giró, interesada.

—Dios. ¿Qué más…?

—Cuando me besó en los baños de la academia… eh… —se sintió demasiado desnuda. No estaba acostumbrada a esa sensación. Yara la miraba con una sed descomunal.

—Por dios, ¡dímelo! ¿Qué te pasa?

No puedo. Ni siquiera puedo contárselo a Yara. No me fio de ella. Si mi padre se entera, me abofeteará hasta la muerte.

—Fui yo la que la golpeó con la puerta después de besarme. Por eso está así.

—Ah… entiendo. Toda una conquistadora, esa Thompson —comentó riéndose por lo bajo. Ingrid notó que algo en su voz sonaba a decepcionado. Pero si el día de mañana discutía con ella por algún motivo, no quería salir expuesta—. Volvamos con las demás, yo también empiezo a tener hambre.

Mientras merendaban, Ingrid había dejado de prestar atención a las hermanas Thompson para fijarse en la “mascota”. No había reparado en ella las merecidas veces, eran mutuas desconocidas. A Ingrid no le daba especial placer dejar que el resto tocara sus cosas o delegar tareas que le correspondían directamente. No recordaba la última vez que había hecho un favor a alguien sin esperar algo a cambio, igualmente. Pero Simone Hardin, ahora que la miraba bien, le parecía muy guapa.

Es más que guapa.

Repetírselo para sí le era extraño e incómodo dados los últimos acontecimientos. La recorrió analíticamente. Antes solía mirar a las chicas y no sentía peso alguno en reconocer, al menos para sí misma, lo guapas que eran. Pero ahora esa información tenía un peso adicional. Se fijó en sus manos. Tenía la piel inmaculada y muy blanca, y unas uñas bonitas y alargadas coloreadas de rosa. El pelo de un rubio oscuro recogido en un moño sencillo, y unos ojos marrones más oscuros que los suyos, pero mucho más grandes. La rubia bebió algo de té y se estuvo manteniendo al margen en casi todos los temas que tocaban. Había algo en su introversión y timidez que la atraía. Era el deje de inocencia que desprendía, tal vez. Como Ingrid se juntaba con tantas víboras, no era común ver aquella otra cara de la moneda.

—Me estoy meando… voy al aseo —murmuró Mia, tirando hacia un lado el sándwich que había traído. Yara hizo un balbuceo al masticar y descruzó las piernas.

—Te acompaño. Tiene que estar eso lleno.

Belmont dejó de masticar sólo unos segundos y clavó la mirada en Hansen. Se alejaba junto a Thompson hacia los aseos.

Esta imbécil quiere ponerme el corazón en un puño…

—¿¡Qué coño haces!? De verdad, ¿cómo puedes ser tan boba?

El grito de Malena hizo a todas dar un salto repentino. Ingrid vio que uno de los batidos se había volcado dentro de la mochila. Simone miraba asombrada el interior. Malena se había mojado las manos intentando alcanzarlo.

—¿Estaba abierto? Pero… yo sólo cargué con la mochila que me disteis…

—¿Insinúas que soy tan estúpida como para no saber cerrar un vaso de cartón?

Simone negó con la cabeza y bajó la mirada. Acercó las manos algo temblorosas a la mochila sin saber cómo actuar.

—No, claro que no. Perdona. Si quieres mañana te la traigo limpia.

—Sí, sí que lo harás. Aunque miedo me da ya pedirte nada. Eres una completa inútil, Hardin —bufó haciendo aspavientos con las manos. Las tenía mojadas. Simone no le respondió. Sacó con cuidado el resto de recipientes que había dentro y los fue dejando a un lado. Tomó papel del rollo que había sobre el mantel.

—Esto va a ser un lío para volver. Llamaré para que nos recojan a todas —comentó Belmont poniéndose en pie.

—A todas menos a ésta. Por favor, no quiero compartir asiento con ella —agregó Malena.

Simone la miró unos segundos sin decir nada pero retomó su faena. Ingrid fingió que no escuchó lo último y se separó para llamar a su chófer personal.

Veinte minutos después

Una enorme limusina blanca avanzó despacio, circulando por el mismísimo camino central restringido al personal autorizado. Varios turistas tuvieron que ir apartándose a su paso. Debido a que Hardin se había quedado todo aquel rato frotando el interior de la mochila con papel y recogiendo los bártulos, aún seguía arrodillada y apartada en el área del césped donde habían merendado.

Las chicas fueron entrando en tropel a los impolutos asientos interiores. Ingrid trataba de ponerse en contacto con Yara, que no cogía el móvil.

—¿¡Dónde está esa petarda!? —preguntó Leah—. Vamos, me perderé el partido de baloncesto de esos bobos.

—No contesta —dijo rápido Belmont, mirándola sólo un segundo. A veces se sorprendía de lo estúpidas que eran sus compañeras. El tiempo excesivo con ellas le costaba la paciencia. Vio por el rabillo del ojo, mientras se alejaba para tratar otra llamada, que Malena también tenía el celular pegado a la oreja. Supuso que estaba llamando a su hermana.

—Ya voy… joder, no me dejáis ni cagar en paz… —oyó la ahogada voz de su amiga a través del teléfono.

—Está mi chófer esperando, ha traído la limusina.

—Joder. ¡¡Voy!!

—¿Está Mia contig…? Ah, no, ya la veo llegar. Date prisa, estoy algo cansada.

—¡¡Deja que al menos me suba las bragas!! ¿Tienes idea de la cola de gente que había para entr…?

Ingrid le colgó, estaba algo molesta. No le gustaba ir detrás de nadie, nunca le había gustado. Y no le importaba quien fuera la otra persona en cuestión. Mientras se guardaba el teléfono, vio que aquella desgraciada de Hardin seguía guardando el mantel. Tendría que lidiar en el camino de vuelta con las cuatro mochilas; las chicas la obligaron a hacerlo en lugar de dejarlas en el maletero de la limusina. Ingrid la recorrió de arriba abajo. Echó una mirada furtiva a la limusina: las chicas gritaban como si hubiera una discoteca en el interior del vehículo, dos de ellas se peleaban por el mando de la música. Los transeúntes las miraban con molestia, estaban generando demasiado escándalo. Caminó en dirección al parque, acercándose por la espalda de Simone.

—Hardin, ¿quieres que te lleve a casa?

La chica se asustó. Había tanto ruido que ni siquiera la sintió. Cuando miró hacia arriba para encontrarla, Ingrid se dio cuenta de que había llorado.

—N… no, ya te lo dije… no pasa nada, me las arreglaré. Lo último que quiero es molestar.

—Por favor… —murmuró divertida, mientras iba acuclillándose para tenerla de frente—. Son ellas las que te están molestando a ti, por eso no te haré pasar por el calvario de aguantarlas en el trayecto. Puedo pedir otro coche para que venga a buscarte.

Hardin negó con la cabeza casi al instante.

—Te lo agradezco… eres muy considerada, Belmont —sonrió con amabilidad—. Pero… prefiero no molestar. Además, vivo lejos.

—¿Cómo de lejos?

—En… el barrio de Sweet Youth.

Sweet Youth. Tres bandas pelean por ese territorio. Tiene suerte de que no le agujereen la cabeza al tomar el metro.

—Está lejos, pero mis conductores irán donde se les mande. Ese barrio no es ningún problema para nuestras matrículas.

Simone se puso colorada y siguió guardando las cosas.

—De verdad, no pasa nada. Sólo necesito saber cómo se llega a la estación de tren desde aquí, nunca he estado en este parque.

Ingrid asintió y se puso en pie junto a ella. El parque era tan extenso que costaba situarse estando en el medio. Miró hacia un lado y otro y encontró un poste con las direcciones puestas. Lo señaló con el índice.

—Allí.

—Ah… vale… voy a ver.

—Es allí, mira, lo pone a la izquierda. Sale el dibujito de un tren.

Hardin entrecerró los párpados. Y la castaña no pasó por alto ese detalle.

—Bueno, muchas gracias por la ayuda, Belmont. Lo agradezco de veras —hizo una pequeña reverencia.

—De nada.

La rubia se marchó cargada con todas aquellas mochilas. Aquella elección social de ser una mascota era pura degradación humana, e Ingrid se preguntó si le podía merecer la pena. Como fuera, según se alejaba, perdió el interés en conocer la respuesta. En su lugar, recordó sus ojos brillantes cuando le devolvió la mirada. Su debilidad había sido tan palpable aquel instante, que Ingrid sintió una diversión excitante en el cuerpo. Le llamó la atención verla así.

Cuando se sentó en el interior de la limusina, sintió un golpe de ruido horrible provenir de sus amigas. Parecía un gallinero. Ni les prestó atención. A las que sí miró fue a Mia y a Yara. Ésta tenía la cara aún algo enrojecida. Y notaba algo distinto.

Está distinta… en…

Cayó enseguida. El cuello de la camisa. Se lo había levantado ligeramente, desplegando las solapas de la blusa.

¿Se oculta el cuello, eh…?

Devolvió una mirada de suspicacia a Mia. Y ella también se la devolvió, con una expresión que no supo identificar bien. Era una especie de sonrisa. Como si le echara en cara algo, pero camufló muy bien toda expresión en cuanto bebió de su refresco.

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