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CAPÍTULO 8. Solas en casa

—Túmbate bocarriba… ahora voy.

Ingrid se quedó mirándola y se saboreó la boca mientras se dirigía a la cama. Allí se quedó sin más, esperándola. Mia se deshizo de la ropa hasta quedar en lencería. Tenía un cuerpo flaco y largo, muy similar al de Belmont, pero ésta le sacaba un par de tallas delanteras. Mia gateó sobre la cama y se quedó acuclillada frente a sus piernas. Fue retirándole los pantalones de pijama junto a las bragas. Ingrid dejó de mirarla en esos segundos. Había demasiada luz y sintió que un calor se apoderaba fuertemente de ella.

Qué estoy haciendo…

Pero de pronto lo recordó. La lengua de Mia Thompson le recordó no sólo lo que hacía, sino por qué lo hacía por segunda vez y de manera buscada. La besó en el clítoris y agitó la lengua lentamente en toda su cavidad, como si se la conociera perfectamente. Mia notaba cada ligera contracción vaginal que su compañera hacía con el frote húmedo, y los dibujos circulares ejercidos por la punta de la lengua cada vez que la paseaba sobre el clítoris. Al mirar hacia arriba, sus pupilas chocaron con las de Belmont, que le devolvía una mirada de excitación.

No sólo era excitación. La sensación de sentirse menos había sido reemplazada por una completamente opuesta. Los balbuceos y sonidos de chasquidos labiales en su coño, cada caricia de esos labios la posicionaba en un lugar todavía más dominante. Le introdujo un dedo y ni siquiera lo sintió. Lo que más notaba era el choque del resto de la mano cuando el dedo llegaba hasta el fondo, resbaladizo y sin problemas. Por ello, Thompson incluyó dos dedos más, sin descuidar el sexo oral en su área clitoriana. Belmont dejó de mirarla de nuevo, profundamente concentrada. Sus pezones se endurecían bajo la ropa tanto que le dolían. La caricia de la otra mano de Mia por su muslo le puso la carne de gallina. Soltó un gemido de relajación, pero tensando el cuerpo. Esto animó a Mia a detenerse un instante. Se empezó a bajar el tanga con la mano, pero sintió la presión de la mano de Ingrid, que prácticamente la obligó a volver a retomar aquello. Eso excitó a la morena, que aplazó su propio placer para complacerla en primer lugar. Retomó las penetraciones con tres dedos, que salían completamente mojados de su interior y aplastó con fuerza la lengua en su clítoris. Tras cortos minutos sintió que la chica le comprimía las sienes al cerrar los muslos, en una contracción involuntaria. La castaña soltó un balbuceo y abrió los ojos, más agitada. Abrió los labios para avisarla… pero…

No lo haré.

Para no satisfacerla con sus gemidos de gusto, se contuvo de darlos. Pero cuando tuvo el orgasmo, debido a la estimulación continua sobre su clítoris y su vagina, su cuerpo sí que mojó mucho más los dedos de Mia, que salieron enseguida manchados con un flujo blanquecino. Se impresionó internamente de la fuerza de aquel clímax, en comparación a los que se había provocado ella misma en el pasado. No había punto de comparación. Y pese a haber evitado gritar, de repente se sintió en un remanso de calma igual de estimulante. Su cuerpo estaba agotado. Al cabo, las lamidas y penetraciones de Mia dejaban de ser necesarias para hacerse más molestas. La tomó del pelo para frenarla y le separó la cara. Cuando ésta la observó, detectó su cuello brillante y sus suspiros mudos. Tenía los labios entreabiertos y su mirada, drogada y agotada, la devoraba.

—Pareces agitada, Ingrid…

Ingrid la recorrió con la mirada, observándola cansada. Cuando pudo recuperar un poco la conciencia de lo que acababa de ocurrir se sentó sobre la cama despacio. Mia acortó distancias con ella y la buscó en el cuello, dando besos suaves.

—Para. No quiero —la apartó de un manotazo. Mia soltó una risita y se fue sentando a su lado.

—No estoy aquí para juzgarte… y ya que he venido… ¿por qué no probamos todo lo que sé? —la de pelo castaño comenzó a negar con la cabeza, pero Mia la hizo mirarla al frotar su mejilla—. Dame la oportunidad. Sé que esto te ha gustado.

—Aaron no pudo hacerme sentir eso.

—¿Te refieres al orgasmo?

—Sí. No. No es sólo el orgasmo. Es… todo.

Mia ladeó la cabeza con interés. Saber eso también la complacía. Pero no le sorprendía que un orangután como Aaron Tucker no supiera satisfacer a una mujer. Seguramente las confundía por máquinas del gimnasio.

—¿Crees que tiene relevancia alguna? No la tiene, Ingrid… —murmuró, acariciando el contorno de su mejilla con un dedo—. Lo que importa es cómo te sientas con la persona en específico.

—Eso no es posible. Tú no tendrías por qué hacerme sentir nada especial.

—Pues probablemente sea porque llevas enamorada un buen tiempo de mí y no te has permitido el reconocerlo.

¿De qué habla? ¿Está de broma? Ingrid sabía que no tenía relación alguna con eso. No podía sentir más aversión hacia ella desde que la había besado sin su consentimiento. Era algo puramente físico. Había fantaseado con mujeres desde que le permitió a su cerebro la mínima posibilidad. Empezó con los vídeos de Yara. Pero la siguiente brecha se la había mostrado Mia, era cierto… Quizá nunca le había dado la importancia que merecía, o se había negado sencillamente a admitir que le gustaban más las mujeres. Siendo así, ya no le descuadraba tanto la confesión de Yara, ni el hecho de que muchas más estudiantes lo fueran en secreto.

Inspiró hondo.

Mia no perdió el tiempo y volvió a besarla. Bajó por su hombro y esta vez metió la mano por debajo de su camiseta. Se excitó al sentir el suspiro de su compañera cuando le usurpó uno de sus pechos con la mano, por encima del sostén de copa. Pero no era suficiente. Quería sentirlo mejor. Quería vérselos.

—Ven, gírate un poco hacia mí —pidió en un susurro. Ingrid le hizo caso y permitió que le levantara la camiseta, aunque cuando llevó la mano a su broche, se apartó y le señaló su sostén.

—Tú primero.

Mia sonrió y elevó las manos.

—Quítamelo tú.

Ingrid la miró unos segundos. Bajó la mirada a sus senos y dirigió las manos al broche. Mia ondeó despacio sus flacos hombros para que las tiras cayeran por sí solas. La castaña se quedó mirando aquellos senos, tan pequeños y de pezón oscuro tan minúsculo.

—No te cortes. Toca —murmuró la otra, tomándola de ambas muñecas y le situó las manos abiertas sobre los pechos. Ingrid se puso colorada los primeros segundos, pero aprovechó para estrujar con suavidad y notar por primera vez qué era acariciar unos pechos. Sintió, de repente, la urgente necesidad de chupar uno. Entreabrió los labios a distancia, indecisa. Pero no tuvo que tomar la decisión tampoco. Mia le ganó el terreno hasta retirarle también su sujetador y la desnudó por completo. Los pechos de Belmont eran diferentes. Eran más grandes, de talla mediana, y tenía los pezones mucho más rosados. Se quedó deslumbrada.

—Qué bonitas… te imaginaba así —ladeó una sonrisa y la tumbó de un suave empujón sobre la cama. Ingrid se dejó hacer y cerró los ojos al notar sus chupetones tan cerca del pezón. Sentía fuertes calambres en brazos y piernas, casi de manera continua. Cuando abarcó su pezón y succionó un poco, soltó un gemido más agudo.

Eso… eso quiero… que te liberes… pensaba Mia. Al bajar por su vientre, sintió la tensión de sus abdominales. Ahí recordó que la familia Belmont también destacaba por su buen historial en el deporte. Siguió bajando hasta regresar a sus piernas y mientras paseaba la boca por su ingle, notó cómo el cuerpo bajo ella se volvía a poner tenso.

—Vuelve a hacerlo…

—¿El qué…?

—Con la boca… —musitó, mirándola.

—Ven. Ponte encima.

No supo por qué, pero la idea se le hizo estimulante también. Obedeció al instante. Mia se tumbó bocarriba y cuando ella se hizo a un lado para dejarle el espacio se percató con asombro de lo mojada que estaba su propia cama. La otra voz de su cabeza le recordaba que Mia iba a comerle el coño de nuevo. Que esa sensación tan excitante y placentera iba a volver a atravesarla, así que no tardó más en ponerse sobre su rostro. Mia le acarició los muslos y empezó a chuparla desde abajo.

Dios…

Así era todavía mejor. Dejó caer poco a poco su cuerpo porque se le hacía divertido la idea de aplastarla con él. Pero cada vez que la rozaba en el clítoris era sencillamente adictivo, quería más. Ahora estaba más relajada, así que no tardó en volver a sentir cómo el placer iba en aumento. Mia emitió un quejido al sentir un fuerte tirón de pelo en su cabeza, y al abrir los ojos volvió a descubrirla mirándola con fijeza. Ingrid ya no parecía tener vergüenza ninguna. Ninguna virgen que se preciara podía aguantar así la mirada. La cara con la que lo hacía era el significado de disfrutar de la dominancia. Toda aquella expresión se fue aplacando en cuanto le llegó otro orgasmo. La chica abrió los labios temblorosos y jadeó, cansada. Se agarró al cabecero, manteniéndose aún sentada sobre su boca.

Para cuando los efectos de ese orgasmo también hubieron transcurrido, Mia le indicó cómo debía mover las caderas para notar un mayor disfrute en el roce clitoriano, los besos entre clítoris. Follar de ese modo, según las páginas web que Ingrid había leído la noche anterior, se denominaba tribadismo. Vio sorprendida que Mia también tuvo un potente orgasmo en uno de los caderazos. Por lo que correspondía a ella, ya llevaba tres. Siempre que pasaban los segundos y se recomponía, tenía ganas de ir a orinar.

Por último, y después de casi cuatro horas de sexo de una forma u otra, Mia sacó del bolso un cinturón con un dildo incorporado que Ingrid ya había visto antes en vídeos. Era, con diferencia, el elemento que más gracia le había hecho.

—No me gustan —aclaró en cuanto la vio abrochárselo. Mia alzó una ceja confundida.

—Te gustará en cuanto lo pruebe yo contigo.

—No creo que haya diferencia a lo que fue con Aaron.

—Wow… —sonrió de lado, y Belmont cerró los labios. Acababa de desvelarle que no era virgen, pensó en que sólo se habían limitado a sexo oral. Tampoco es que importara dado lo que estaban haciendo. Mia no incidió en aquel tema—. Como sea… deja que pruebe un poco. No lo haré como él. Igual que seguramente tampoco sabría comerte el coño.

—Tú… ¿tú cómo aprendiste? ¿Veías vídeos?

Mia se echó a reír mientras se tumbaba sobre ella. Colocó con cuidado la punta del strapon en su cavidad, procurando no hacer ningún movimiento brusco.

—Aprendí con otra mujer… mucho más mayor que yo. Ahora que me acuerdo, me transmitía lo mismo que tú.

—¿Cómo de ma-…? Ah…

Aquello excitó profundamente a la pelinegra. No estaba acostumbrada a ver expresiones de dolor en el rostro de Belmont. La chica tragó saliva, ya no la estaba mirando a ella, sino al objeto que las unía.

Es muy grande para ella. ¿Será demasiado en comparación con Tucker?

Ingrid apretó los labios al sentirla avanzar. Mia cerró los ojos y se pegó a su oído, excitada.

—Sabes… si eres la que lo lleva puesto, cuando aprietas la cadera… es el doble de gusto si está apretado.

—Nngh…

Mia se volvió a deleitar con esa queja. No le pedía que parara, así que continuó entrando, y continuó, lento pero siempre hacia dentro, hasta que los labios exteriores de la chica tocaron la base. Fue entonces cuando comenzó un vaivén despacio. Quería que disfrutara. La agarró de un pecho y besó con suavidad su mandíbula. Ingrid volvió a gemir. Le estaba doliendo.

—¿Vas bien…? —musitó la morena, entre beso y beso.

—Esto aprieta… es demasiado ancho.

Quizá es cierto. Pero es que no tengo otro… pensó Mia, algo apenada. Sacó poco a poco el dildo de ella.

—Úsalo tú. Quiero ver cómo te mueves.

Ingrid se quedó mirando el instrumento con algo de desconfianza. Eso era como interpretar a un hombre con su pene. Agarró el cinturón que le ofrecía. Tenía el dildo lleno de sus propios fluidos. Sus ojos cambiaron de objetivo y la siguió con la mirada. Mia se recostó bocarriba esperándola con una sonrisa divertida.

—No creo que sienta nada con esta cosa. En todo caso, sólo te estaría dando placer a ti —murmuró la de pelo claro, bajando la mirada a los broches. No parecía complicado atarse aquello, calzaban lo mismo de cintura. Pero a pesar de haberlo visto en vídeos se le hacía un poco fuera de lugar. Cuando terminó de abrochárselo, sujetó sin mucha idea el tronco de silicona y alternó la mirada con el cuerpo de Mia. Arrimó su cintura. Mia suspiró por lo bajo al ver cómo de manera inconsciente la chica le ponía las tetas tan cerca. Su vientre plano era precioso también. Y su cara de concentración, entrañable. Incluso rara de ver en Ingrid, que nunca dudaba en nada. Ésta logró insertar la punta en su cavidad y apretó de golpe la cintura contra ella, pero se le escurría para los lados.

—Oye… no seas tan desangelada. Yo te he dado mucho cariño. Lame un poco.

Ingrid levantó la mirada, con los ojos como platos.

—No haré eso.

—¿Por qué no? Bien que no te importa pedírmelo a mí…

—N… no sé hacerlo. Y es humillante.

—No es humillante… es una entrega. Entrégate un poco a mí… además, te enseñaré a hacerlo igual de bien que yo te lo hago.

Ingrid la miró ceñuda. Bajó la mirada a su coño. Pero negó con la cabeza y se limitó a escupirse en la mano para embadurnar de saliva el glande sintético.

—Hagámoslo así y ya está.

Le importa bien poco lo que yo opine, reparó Mia en su mente. Además, parece que le importa poco que el resto se percate de eso. O no… más bien… quizá no se da cuenta.

Otra vez, se chocó.

—¡Ah! Pero… ve con cuidado… nunca empieces así.

Ingrid se detuvo y la miró a los ojos.

—No logro encontrar la abertura.

—Porque está… bastante cerrado ahora mismo. No has querido estimularlo.

—Bien —se apartó un poco y se cruzó de brazos, mirándola con fijeza—. En ese caso, mastúrbate.

—¿Qué? —se apoyó en los codos— ¡hazlo tú!

—No. No pienso hacer eso.

La morena suspiró y estuvo al borde de cabrearse. Pero no quería espantarla ahora que habían llegado tan lejos.

—Hm… está bien… pero… sólo por esta vez. ¿Considerarías hacerlo para la próxima?

—Sí, claro —musitó sin demasiada ceremonia. Mia sospechó que le estaba mintiendo descaradamente. Tenía tantas ganas de que la follara con el dildo puesto, que trató de apartar los pensamientos secundarios. Le costó un poco concentrarse al ver que Belmont no paraba de mirarla y de mirar cómo se tocaba. Parecía estar analizando los movimientos que hacía con los dedos. Así que eso acabó excitándola también, al cabo de unos minutos. La morena se humedeció los labios y suspiró nerviosa hasta que se sintió a punto. En ese lapso, retiró dos dedos mojados de su interior y la llamó con la mano.

—Ven… inténtalo ahora…

Ingrid se había estimulado viéndola tocarse. Pero no se lo haría saber. De vuelta sobre ella, tuvo otro conflicto personal para hallar la abertura. Se equivocó dos veces en la dirección, pero a la tercera, sintió una fuerte presión, que incidió directamente sobre su clítoris al apretar la cadera, y eso la animó. Era agradable. Demasiado. Tragó saliva más concentrada y se fue encaramando sobre ella, hasta el punto de tener los rostros casi rozándose. Mia aprovechó para robarle otro beso mucho más pasional. Sintió que Ingrid la correspondía con la lengua y que apretaba de golpe el consolador en su interior, y eso le arrancó un gemido quebrado.

—Ahhhhh… cui… cuidado…

Ingrid respiraba agitada. No podía tener cuidado. Sentía mucho placer porque el estar apretada le suponía que aquel cinturón apretase con fuerza en el clítoris. Justo como le dijo. Trató de contener el rostro, pero sus caderas seguían moviéndose y de la nada sacó un buen ritmo, chocándose contra ella. Mia soltó un gemido más agudo, la había penetrado hasta el fondo y no la estaba tratando con ninguna delicadeza. Trató de frenar un poco su fuerza al empujarla suavemente del vientre, pero Ingrid ya no la estaba mirando a los ojos. Tenía la frente pegada a la de ella, la sentía respirar en su boca… y sus ojos estaban inmersos en cómo le metía el dildo. Sus iris pasaron del color miel al anaranjado en un solo segundo, pero ninguna lo atestiguó. Mia oyó un gemido ahogado provenir de su garganta, su compañera volvió a empujarla bruscamente. Eso tuvo un cambio de sentimientos en ella, del dolor al placer, casi instantáneo. Le ponía ver cómo Ingrid estaba perdiendo la cabeza y se ponía nerviosa y roja. Separó más los muslos, dejándola hacer lo que quisiera. Ingrid soltó un suspiro irregular y finalmente la oyó hundirse en la almohada, cayendo sobre ella de golpe.

Es brusca… voy a tener que suavizarla un poco para la próxima…

—Te entrenan bien, por lo que veo… —susurró. Se fue haciendo a un lado y su compañera volteó hasta quedar bocarriba. Parecía cansada también. Su preciosa boca rosada se abrió, mientras acariciaba el dildo con curiosidad.

—¿Dónde adquiriste algo así?

—Hay un montón de juguetes de este tipo. En tiendas físicas… aunque las mejores están un poco más escondidas. Ahora te gusta, ¿eh? —llevó el dedo a su boca, pero Ingrid le quitó la cara.

—En serio, dónde.

Mia alzó una ceja.

—Uh. Te lo diré si primero bajas abajo, igual que he hecho yo.

La castaña le devolvió una mirada algo desubicada. Y luego miró su entrepierna por unos segundos.

—Da igual. Lo buscaré en el móvil.

Mia rodó los ojos y sonrió un poco.

—Bueno, no tengo prisa… esta sesión de sexo me ha puesto cachondísima. ¿Cuánto llevamos? —alargó la mano hacia el móvil. Ingrid suspiró mirando a otro lado unos segundos, pensativa.

—Espera.

—Hmmm… no. Ahora estoy en mi momento post-sexo. Quiero leer mis mensajes.

—Lo he pensado. Quiero practicar.

Mia suspiró complacida y dejó el móvil a un lado, sin siquiera mirarlo. Clavó sus ojos en ella.

—Estupendo… seguro que lo haces genial… todo lo haces genial, ¿a que sí?

Ingrid hinchó el pecho tomando aire y se deshizo del strapon. Lo dejó a un lado y tomó la misma posición que Mia había tenido antes. Acercó la cabeza a sus muslos, pero verle el coño no le generaba lo deseado. Algo que tampoco ocurrió con el pene de Aaron. Mia había tenido la gentileza de venir totalmente depilada, pero aun así, era un coño. Y nunca había tenido uno tan cerca. Su olor era una mezcla entre algo marino y fluidos concretos, corporales. Alejó la cabeza.

—¿Tiene que oler así?

Mia suspiró riendo y se tapó la cara.

—Joder, eres como un robot… es un coño, huele a coño. Soy muy limpia.

—Eso lo dudo. ¿Yara te lamió aquí?

Mia dejó de sonreír, algo incómoda.

—Eso no es asunto tuyo.

Ingrid se levantó de la cama y buscó algo en sus cajones. Metió la mano hasta el fondo y sacó un objeto cilíndrico envuelto en un paño. La pelinegra sonrió cuando vio, al desenvolverlo, que era un bote de lubricante. Ingrid se volvió a tumbar y vertió una buena cantidad sobre su entrepierna. Mia tuvo un respingo. Estaba frío. El olor a fresas llegó rápido a sus fosas nasales. Pero cualquier pensamiento racional se difuminó cuando Ingrid aplastó la boca contra sus labios vaginales.

“Smooch”…

Esos ruidos de chasquidos labiales la hicieron suspirar. Yara también le había comido el coño, estaba claro. Las dos chicas más influyentes de la academia lo habían hecho, así que no se podía sentir más plena. Notó que los fluidos salían de su cuerpo casi de forma inmediata. Belmont se apartó un poco, estudiando la forma de sus pliegues con la mirada, presionando con sus pulgares para separárselos con curiosidad, para luego volver a acariciarla con la lengua. Teniendo aquel lubricante no notaba el sabor natural de su cuerpo. Mia supuso que no tenía experiencia previa con el sexo oral, así que se sintió privilegiada de igual forma. Por un momento había temido que se echara todo a perder por haberle sacado el tema de Hansen.

—Dime cómo hacerlo bien —habló, separándose unos centímetros. Acarició su clítoris con el largo de sus dedos y la miró desde allí—, porque con los dedos yo sólo sé hacerlo como me lo hago a mí.

—Y lo haces bien… céntrate en el clítoris… aunque habrá chicas que prefieran los dedos.

Ingrid deslizó la lengua nuevamente y trató de moverla igual que ella se lo había hecho antes. El escalofrío de Mia la recorrió de pies a cabeza. Ya no sabía si la mayor parte de su regocijo era por el hecho de quién le estaba practicando el sexo oral. Le dio otras indicaciones para afinarla, y cada vez que le hacía caso tenía una nueva corriente de placer.

La castaña no tuvo dudas de cuándo su compañera llegó al orgasmo. Gritó bastante fuerte. Cuando se le separó de las piernas se repasó la boca con la muñeca, y se quedó arrodillada sobre la cama.

—Lo he hecho bien, ¿no?

—Sí… muy bien… —asintió extasiada, respirando irregularmente.

—Quiero que seas precisa. Es imposible que no sea mejorable —la miró fijamente—, es la primera vez que hago algo así.

—Puede que sea mejorable, pero… lo has hecho muy bien. Es como besar otra boca. Y besar sí sabes, ¿hm?

Ingrid bajó de nuevo la mirada a su coño. Asintió más o menos conforme y se recostó a su lado. Mia dio un último resoplido de placer y sonrió.

—Quizá… cuando notes que la otra persona se tensa mucho, sé más rítmica.

—¿Más deprisa? —ladeó el rostro hacia ella.

—No es necesario. Sólo… marcando un ritmo. Si uno nota que se acerca al orgasmo, suele ser más rítmico al tocarse. ¿No?

—Sí… puede ser —Ingrid asintió apartando la mirada de ella—. ¿Quieres darte un baño?

—Claro, vamos.

Pasaron varias horas. Mia se esperó otra cosa. Nunca había pasado tanto rato con Ingrid y le estaban gustando sus tratos. Después de bañarse y merendar en el amplio comedor, estuvieron jugando al ping-pong otro buen rato. Pero se dio cuenta de que Belmont no hablaba demasiado. Cuando se tomaron un descanso, le propuso sentarse en las tumbonas que había frente a la enorme piscina.

Al salir al exterior ya había refrescado bastante. Mia se dejó caer en una de las tumbonas y se volteó a ella.

—¿Tienes buena relación con tus hermanos? Tenías tres, ¿no?

—Sí. Tres imbéciles.

—¿Y? ¿Cómo te llevas con ellos?

—No me llevo —se sentó poco a poco en la tumbona, ya con la mirada en su móvil. Mia podía leer sus continuas notificaciones. Se agobiaba sólo de escucharlas.

—Y… ¿qué te ha parecido todo esto?

Belmont contestó algunos mensajes y bloqueó el teléfono, girándose bocarriba. Sus enormes y rasgados ojos miel se quedaron mirando a la piscina.

—Ha estado bien.

—¡Habla más! Te estaba viendo perder la cabeza del gusto hace un rato…

La chica tomó aire despacio, dejando caer de repente los hombros.

—La verdad es que estoy un poco sorprendida. Podría llegar a entender por qué a los chicos se les van los pensamientos.

—Y eso que sólo estamos empezando…

Arqueó una ceja.

—¿Empezando…?

—Wow, tranquila… me refiero a empezando en tus conocimientos. Pronto sabrás más y ya no te imaginarás la vida sin follar.

—No creo que sea lo más relevante en mi vida, ni de lejos.

Pero… esto ha sido demasiado placentero… su cabeza le respondió aquello, contradiciéndola repentinamente.

—Pues… si decides seguir los designios de tu maravilloso clan…

Belmont enfrió la mirada al escucharla y también el semblante. La miró de reojo pero carraspeó enseguida.

—¿Cuánto sabes de los sellos, Mia?

—¿Uh…? ¿Los sellos de clanes? —la castaña asintió—. Lo que sabe todo el mundo, supongo. Ya sabes que mi familia es un clan menor.

—Bueno. Yo no voy a seguir los designios de nadie. Que lo hagan mis hermanos, que son hombres hechos y derechos… y a mí que me dejen en paz. Quiero estudiar y vivir en otro país.

—¿De veras? Esas son palabras mayores.

—Al menos es mi pensamiento.

—Entiendo… —se mordió el labio y volvió a mirarla—. ¿Por qué me has preguntado lo de los sellos?

—Porque has dicho que me viste perder la cabeza del gusto… —repasó el labio inferior con la lengua, despacio—; tienes razón en parte. Pero no del todo… si yo perdiera la cabeza… te habrías cagado encima —le devolvió una mirada, sonriendo de lado.

—¿Ah sí? —se carcajeó irguiéndose y le hizo frente— ¿por qué? ¿Habría visto tu sello?

—No es el sello, es lo que acompaña al sello. Los clanes influyentes pueden tener cambios de actitud.

—Así que… ¿quieres retarme? Puedo provocarlo, ¿sabes? Puedo ser creativa también para hacerte sentir placer.

Ingrid la seguía mirando con una sonrisa malévola que a Mia le ponía cachonda.

—Ya —musitó—. No creo que sepas bien de lo que hablas.

—Sólo dime, ¿cómo sabes tú de lo que hablas? ¿alguna vez se ha manifestado tu tatuaje? A lo mejor ni siquiera está en tu genética proyectarlo…

Ingrid se encogió de hombros.

—No estamos en el siglo pasado. Es más fácil saber cuándo un sello está latente, aunque no se haya manifestado.

Además, yo ya tuve esa manifestación.

—…Y los Belmont tienen una fuerza desorbitada, ¿no? Tu hermano mayor tenía… ¿fuerza sansónica?

Ingrid suspiró sonriendo y negó con la cabeza.

—Esos inútiles no tienen potencial. La única que lo tiene soy yo.

Mia se echó a reír.

—¿Y cómo puedes estar tan segura si nunca te salieron?

—Me salieron hace pocos años. Pero poco importa. Nos hacen unos seguimientos… pero… nunca me hizo falta conocer los resultados. Yo sé lo que valgo, ¿sabes, Mia? —acrecentó su sonrisa. Entrelazó todos los dedos de sus manos entre sí y se quedó mirando las baldosas—. No creo en el destino. Uno se abre camino según lo que crea consigo mismo. Y sé que me esperan grandes cosas sin tener en consideración alguna ese… “destino”, como le llaman. ¿Y si existiera? Sólo habría cosas grandes para mí.

Mia sonrió con algo más de ternura.

—Te pareces un huevo a tu mamá.

Aquello descolocó por completo a Ingrid. La miró con un deje de molestia y frunció sus cejas claras.

—¿Qué?

—Nada, mientras hablabas. Es como ver y oír a tu madre, la he visto en muchas reuniones del instituto.

La chica se quedó en silencio, cerrando los labios. No le gustaba tener un cambio de protagonismo hacia su familia. Pero estaba entrenada para los convenios sociales, así que se esforzó en continuar ese hilo de conversación que acababa de sacarle.

—Físicamente es posible. Ya me han dicho que nos parecemos.

—¿Pareceros? Sois iguales… vi una foto de tu madre de pequeña en uno de los pasillos. Como ver a dos gotas de agua. —Ingrid asintió con suavidad—. Perdona, ¿de qué estábamos hablando?

—De cuándo volveríamos a tener sexo —respondió, evadiendo el tema anterior.

—Ah, sí, eso. ¿Cuándo puedes?

—Tengo muchas pagas acumuladas… podemos vernos en cualquier hotel para repetir.

Mia asintió contenta. Aquello era genial. Se estudiaría nuevas posturas y prácticas para sorprenderla. Ingrid pareció robarle aquellas palabras de la mente.

—Quiero repetir todo lo que hemos hecho. Y voy a estar mirando vídeos y leyendo páginas para informarme de otros objetos.

—Bueno… está bien… yo tengo las compras de la tarjeta un poco controladas. No puedo comprar tantos juguetes como me gustaría, per-…

—Lo que más me ha gustado ha sido el sexo oral… y… —a pesar de que la interrumpió, se tomó unos segundos—, bueno, todo me ha gustado. Pero no quiero que lo divulgues.

—Sería enterrarme a mí misma. Lo sabe quien lo tiene que saber. En el instituto hay muchas chicas como nosotras. Y prepárate para la universidad… porque según me han dicho, es una jodienda diaria.

—Pareces estar muy bien informada —sonrió levemente—, ah, y otra cosa más…

Mia la miró atentamente. Se adelantó.

—No irás a pedirme exclusividad o algo así, ¿no?

Ingrid mantenía aquella sonrisa. Aunque por algún motivo ya no se le hacía tan comedida como antes.

—Estás acostumbrada a tomar por tonto a quien te rodea. No te culpo. No se puede esperar nada útil… de casi nadie. Pero… Yara y tú estáis liadas. Y no quiero comerme las babas de mi amiga. Mucho menos los flujos de su vagina.

—¡Eh, espera un moment-…!

—Si no puedes darme lo que quiero, no hay problema. Lo buscaré en otra parte. Pero no me hagas esa asquerosidad. Si me mientes, lo sabré muy rápido. Así que…

—Bue… eh… frena el carro…

—Si no te ves capaz… dímelo y ya está —sonrió—, lo de Yara se aplica a cualquier chica… o chico.

Mia tragó saliva, más seria. Estudió a esa chica con otros ojos. Le estaba pidiendo demasiado, y sabía que en tema de contactos las tendría todas consigo.

¿Me estoy volviendo estúpida? ¿Tengo que dejar que decida sobre mí sin siquiera ser pareja?

—Pero… no somos pareja ni nada de eso, ¿no?

—Si quieres intercambiamos anillos el día de nuestra graduación… claro que no, tonta.

Mia hinchó las mejillas al resoplar.

—Bueno… esto… podemos probar. Pero soy demandante en el terreno sexual. Espero que sepas estar a la altura.

Ingrid ladeó una sonrisa.

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