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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 9. Una mente curiosa

Había pasado un mes desde la relación secreta. Pero Mia se dio cuenta pronto de que la fama de Belmont con los estudios no era infundada. De hecho, estaba infravalorada: el profesorado creía que era una estudiante de matrícula. Pero en realidad, tanto ella como Yara Hansen sobrepasaban cualquier exigencia académica. Sus padres pagaban por un curso mensual que las preparaba para dar el salto rápido dentro de cualquier licenciatura científica en la facultad. Era muy probable que el examen de acceso junto a una entrevista con psicólogos especializados las categorizara como alumnas de altas capacidades y pudieran saltarse algún año. Eran cerebros andantes. Por eso, le costaba sacarle ratos libres. Belmont tenía todas las tardes organizadas. Entre las siete y las ocho de la tarde, cuando acababa todas sus tareas, era cuando se permitía responder la mansalva de mensajes acumulados del día, y era ahí cuando le respondía. Mentían a sus familias mutuamente y pasaban la noche en un hotel para seguir nutriendo otro tipo de conocimientos. Y Belmont tampoco había perdido el tiempo en ese aspecto. Para la cuarta semana, tenía ya una contundente caja donde recelaba juguetes eróticos.

Hotel

—¿¡Otro más!?

—Apenas los hemos probado.

—Ya lo sé, pero… los estás acumulando, ¿no? Ya van unos cuantos… —frunció el ceño. Las bonitas manos de Belmont sujetaban un consolador que incluía el mando para hacerlo vibrar. Pero era bastante grande.

—¡Pruébalo! Es aburrido ver siempre cómo las actrices porno se lo meten como si nada —lo agitó delante de su cara y activó el mando. El aparato vibró frente a las narices de Thompson.

—Joder… no sé. Eso es enorme. No creo que me entre así por las buenas.

—Venga, está cargado. ¿Sabes a lo que me he expuesto cargando esta cosa? —dijo entre risitas. Apretó el glande de juguete contra su nariz y ésta ladeó el rostro, sonriendo. Tomó el aparato.

—Apágalo. Voy a tratar de hacerlo.

Ingrid se mordió el labio manteniendo su pérfida sonrisa. Apagó el consolador y se lo tiró sobre la cama. Después, se empezó a quitar la ropa. Mia soltó un suspiro y estudió el largo de aquel objeto. Parecía un calabacín. No se veía capaz de meterlo entero, pero ni siquiera creía poder introducir la punta. Cuando Ingrid se volvió a girar hacia ella, la estaba enfocando con el móvil. Apartó el consolador.

—Ni hablar —le tendió la mano. Ingrid sonrió mirando a través de su pantalla, pero al tratar de quitárselo lo apartó vertiginosamente.

—Eh —alzó las cejas, dejando de sonreír—, no sacaré tu cara. Quiero tener mi propio vídeo amateur. En internet son todas unas zorras gritonas.

—¡Ni hablar, Ingrid! Aparta esa cosa o me iré a casa.

Ingrid puso los ojos en blanco y tiró el móvil hacia un lado. Se terminó de quitar los calcetines y tomó asiento en el sillón que había a los pies de la cama.

—Está bien, pues empieza. Guardaré las imágenes en mi cabeza.

Mia se bajó las bragas y se echó saliva en la mano para mojar la punta. Dio una vuelta sobre sí misma, igual que un perro buscando la posición idónea, para decantarse por estar bocarriba y con las piernas separadas. Empezó frotándose en círculos el clítoris con la punta. Frotó varias veces y fue tanteando de a poco su cavidad. Apretó varias veces mientras se tocaba, hasta que su cuerpo cedió solo y comenzó a dilatar. Ingrid se relamió, pero su mirada era más de excitante curiosidad antes que de placer per se. Miraba su coño con la atención de un estudiante. Y al cabo de unos instantes estiró el brazo hacia su móvil y miró la hora. Mia suspiró más concentrada, seguía tratando de avanzar con el consolador. Ya había pasado del glande. Miró a su compañera.

—¿Qué haces…? Concéntrate en mí.

Ingrid dejó el móvil y se acercó a la cama. Se apretó la mano en su entrepierna por fuera de las braguitas, pero sólo una vez. Detuvo la mirada a centímetros de la de Mia.

—Sólo miraba cuánto tardabas en metértelo hasta el fondo.

—Ya te dije… que no creo que pueda.

—Bueno… lo estás mojando.

Mia esbozó una sonrisa entre sus suspiros, la tenía tan cerca de la boca que le salió cerrar los ojos y besarla de forma espontánea. Ingrid empuñó el consolador con la mano mientras la besaba y lo hundió con más fuerza en su interior. La chica gritó, tensándose.

—¡Hmmmg…! Espera… —abrió los ojos, los latidos del corazón se le agitaron. Al verla, se dio cuenta de que estaba notablemente excitada. Ingrid le miraba el coño.

—Lo voy a encender.

—Bueno, pero… ponlo a poca velocidad.

Ingrid atrajo el mando. Cuando recuperó la posición al lado de ella, sintió que la mordía y besaba del cuello, succionando entregada. El ruido y la sensación de sus labios moviéndose contra su piel la excitó mucho, pero cuando sintió su mano mojada apretarle una de las tetas mientras lo hacía, la hizo ronronear. Cuando la colmaban de atención y veía lo que quería ver, su excitación aumentaba a un nivel indescriptible. Había leído tanto al respecto, y quería probar tantas cosas… no le gustaba sentirse inexperta en nada.

—Lo estás haciendo muy fuerte, para… —oyó a lo lejos, como una voz triste en su mente. Abrió los ojos y devolvió la mirada al cuerpo de Mia. Seguía pegada a su cuello pero en esos instantes no la besaba; tuvo que frenar la mano con la que estaba hundiéndole el artilugio, ya no entraba más. Parecía incluso haber perdido la memoria los últimos segundos.

¿Dónde he dejado el mando…?

—A mí me entró entero.

—Se ve que has practicado sin parar… pensé que no tenías tiempo ni para respirar… —murmuró agitada. Tenía el torso algo pegajoso ya—. Pero… creo que he cambiado de parecer… seguro que lo consigo, déjame seguir intentando.

—Está bien —le cedió el relevo y se limitó a contemplarla. A pesar de que no le entraba toda la longitud, el dildo le cabía. Pero sentía mucho la presión de sus paredes musculares.

Verla meterse lo que le cabía a Ingrid igualmente le resultó excitante. Tenía la mente absurdamente poblada de vídeos pornográficos donde las chicas chillaban como posesas, los planos eran demasiado perfectos y los cuerpos tampoco le gustaban. Pero había contenido que le generaba más placer que otro. Los vídeos de estudiantes, el género amateur grabado en casa, ver pechos naturales grandes… y las rubias con cara de no haber roto un plato. Tampoco le gustaban las chicas exageradamente delgadas o sin forma. Y dentro de esos estandartes, la dificultad encontrando esos vídeos se triplicaba. Cuando no eran todo lo precisos que deseaba, se fijaba en otras cosas. En los pechos, en la forma del coño, en las manos y uñas y en cómo tenían el pelo. Mia no satisfacía muchas de sus exigencias visuales, pero sí algunas otras. En aquel momento, sus gemidos estaban haciendo que Ingrid perdiera la cabeza. Notó el tacto del mando y lo tomó. Apretó los labios contenida y elevó el nivel de vibración al máximo, haciendo que la adolescente gritara más agudo.

—¡N… no… páralo… o me lo quito!

Belmont tragó saliva y soltó el mando en la cama. La empujó del hombro hacia atrás para tumbarla del todo y se le apretó entre las piernas de golpe, volviendo a hacerla gritar.

—¡Paraparaparaparapara…! ¡Para!

Ingrid se separó a duras penas, mirándola fijamente.

—¿Qué pasa…?

—Es… demasiado ancho. ¿Podemos follar como lo hacemos siempre? Sino… necesitaré más tiempo…

—Es que quiero ver cómo te entra entero… —susurró. Hizo a un lado su cuerpo para evitarle la presión directa y fue deslizándose hacia abajo. Sin cruzar más palabra le sacó de golpe el vibrador y hundió la boca en su vagina, chupándola en el clítoris.

Mia gimió y los nervios se le crisparon del placer. Suspiró largamente notándola. Parecía totalmente ida, la lamía con muchas ganas, podía oírla suspirar mientras le comía el coño.

—Sigue así… voy a acabar… —se acarició los pechos con las manos mientras jadeaba.

Pero de pronto, y más pronto que tarde, sintió un punzante dolor cuando volvió a presionarle aquella cosa adentro. El vibrador llegó más adentro, pero volvió a frenarlo su estrechez. Las insistencias de su amiga le hicieron daño.

—¡Para! —Ingrid frunció un segundo las cejas ante el grito, pero hizo caso omiso. Se adelantó hasta tumbarse de nuevo sobre ella y mantuvo ese avance al presionarla con el muslo—. ¿¡No me oyes, Ing…!?

Le tapó la boca.

—¡¡Vas a hacer que deje de excitarme!! ¡Cállate…!

Mia movió violentamente la cara para hablar.

—¿Pero cómo quieres que me calle…? No lo hagas así, me haces daño.

—QUE NO ME IMPORTA, COÑO. ¡¡CÁLLATE!! —le gritó de pronto, casi escupiéndola. Mia se asustó tanto que abrió los ojos y se quedó pasmada, mirándola en silencio. Belmont parpadeó, mirándola fijamente. Pero pareció conectar lentamente las neuronas que la vinculaban a un comportamiento racional. Tragó saliva y retiró su muslo. Al hacerlo Mia dejó de sentir la presión, pero estaba adolorida igual—. Discúlpame.

La castaña se separó de ella y abandonó la cama. Mia seguía asimilando el grito que acababa de recibir. Jamás la había visto así. Y por más que le pidió perdón, parecía seguir enfadada. Le retiró bruscamente el vibrador de la vagina y sintió un raspar muy molesto.

Joder, cómo duele… pensó. Se adelantó rápido y se puso las bragas.

Belmont se había vuelto a sentar en el sillón de la habitación y estaba deslizando los pulgares en la pantalla del móvil.

—Te has pasado, Ingrid. ¿Qué te ha dado…?

—Pensé que podrías meterte un vibrador —murmuró sin mirarla.

—¿Por qué mierda has traído esa cosa tan gigante?

—Quería ver cómo te abrías. Pero tardabas demasiado.

Mia sonrió con ironía.

—Te quejas mucho de esos vídeos que ves… pero luego tú buscas la satisfacción rápida. Y yo no soy una actriz porno, preciosa.

—Mia, deja de hablar. Ya no aguanto tu voz.

—Mira… tienes problemas en la cabeza. El resto de la humanidad no está para complacerte.

Ingrid agarró el vibrador y se lo lanzó a la cara, mojado como estaba. Mia se sobó la mejilla y la miró mal, mientras la otra se carcajeaba.

—Dejémoslo estar. Ha sido un error traerlo.

—No. No ha sido un error —se acuclilló en la moqueta y la miró—. Pero calcula más la fuerza.

—No es divertido si tengo que contenerme tanto —musitó.

Mia meneó la cabeza y decidió llevar la conversación por otro lado.

—Vamos a hacer otra cosa mejor. ¿No hay algo que te apetezca aparte de eso?

—Sí. Hay algo.

—Bien. ¿El qué?

—Quiero… dejarte una marca de látigo.

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