• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 11. La deuda

Simone se dio toda la prisa que pudo cuando terminaron las clases de Educación Física. Se duchó velozmente y fue a la taquilla para ponerse su ropa. Pero en cuanto la abrió, un montón de cáscaras de fruta y verdura cayó al suelo. Dio un salto atrás para evitar que la podredumbre la alcanzara y se quedó mirando alucinada el interior.

—¿Qué… demonios…?

Un corro de risas la hizo girarse. Se tapó rápido con la toalla al voltearse.

—Qué cara de perro degollado que se te ha quedado, corazón… —Malena habló burlona al cruzar el vestuario, como si la cosa no fuera con ella. Se unió al resto de chicas y cuchichearon en voz más baja.

Simone no sabía qué hacer. No solían llegar tan lejos. De repente, para sus adentros, fue consciente de la realidad que la iba a acompañar hasta su último día lectivo: esas chicas no iban a ayudarla en ningún aspecto, ni tampoco conferían protección frente a otras. Era todo un pretexto. Las hermanas Ellington ni siquiera buscaban la gresca, ni con las “mascotas” ni con las otras chicas. Con cuidado, trató de alcanzar entre la basura el asa de su mochila.

—Te has pasado un poquito, ¿no? —musitó Mia cuando pasó por el lado de Yara, que aún estaba roja de su ataque de risa. Terminó de frotarse el pelo con la toalla y echó una mirada a la rubia. Hardin lograba a duras penas sacar su mochila de entre las cáscaras, pero sabía que no sacaría nada con buen olor de ahí.

—Que aprenda —dijo cuando ya pudo respirar.

Una hora más tarde

Belmont llevaba esperando más de media hora adicional. Aquello la impacientaba. Pero tenía un plan y quería llevarlo a cabo cuanto antes.

Al final, la vio.

Caminaba apresurada, casi al trote, avanzando mientras miraba nerviosa hacia todos los carteles. Recordó su dioptría y se levantó rápido del banco.

—¡Hardin! ¡Aquí…! —alzó la mano.

Simone pareció ponerse nerviosa al verla. Avanzó hacia ella y apretó las manos en el asa de su bolso. Cuando la tuvo delante hizo una reverencia.

—Perdona, Belmont… te pido mil perdones por la tardanza —Ingrid arqueó una ceja mirándola. Aún no se levantaba—. Te lo juro, tuve unos problemas con la taquilla… y… después no pude acceder a mi ropa, así que… tuve que molestar al mismo conserje para que me prestara ropa del instituto.

Así que por eso vienes con estas pintas, pensó Ingrid. Simone tenía el pelo recogido en un moño deshecho que le sentaba genial, pero llevaba una camiseta demasiado holgada para su cuerpo, y los pantalones deportivos a la altura del muslo, por muy fuerte que estuvieran amarrados en su cintura, seguían yéndole enormes. Ingrid igualmente plasmó una sonrisa.

—Bueno… te sienta bien la ropa deportiva.

—Ah… nada de lo que llevo es mío. ¡Lo siento!

—Ya me has pedido disculpas. Y entiendo por qué no me has querido contar más…

Simone pensó que era como una frase dicha por cortesía… pero al devolverle la mirada lo decía por algo más. La habían grabado y el video ya estaba circulando por las redes.

—Qué… —la chica se puso recta y miró su móvil preocupada. Ingrid le giró la pantalla del móvil: salía ella tratando de desenterrar la mochila de la montaña de mierda.

—Si lo que esperas es un trato más adecuado en el instituto… te aconsejo que dejes de ser su recadera —musitó mirando el vídeo. Simone suspiró y se dejó caer en el banco, desolada.

—No puedo. Mi familia tiene deudas con los Ellington.

—¿De cuánto es la deuda?

Simone apretó la expresión.

—Eso da igual. Resumiendo, mucho dinero. Y las cuantías no se pueden estirar más en el tiempo.

—Sé cómo son esas cuantías. Los Ellington nos deben dinero a nosotros. Todo el dinero que tus padres le están pagando, acaba en nuestra organización.

—Sí… algo sé.

—Pero si me dices la cantidad, a lo mejor puedo hacer algo por ti.

—Belmont… de ningún modo. Me moriría de la vergüenza. Prefiero que me traten a mí así en el instituto a ir con el miedo de que los pandilleros que trabajan para los Ellington me apalicen.

Era la primera vez que hablaba más de tres o cuatro frases con la mascota del aula. La preocupación en sus palabras tenía algo atrayente para Belmont, como si pudiera alimentarse de una sensación triunfal al estar en una situación donde le podía tender la mano y parecer su diosa. Lo único que le faltaba por entender era por qué la vergüenza era el motivo de rechazar su ayuda. Estuvo a punto de preguntárselo, pero cerró los labios.

No puedo dejar de pensar en lo preciosa que es.

—… en cualquier caso… ¿te puedo preguntar algo?

—Claro, Hardin. ¿Qué ocurre?

—Bueno… no quiero que la pregunta salga de aquí, porque… es una curiosidad mía. Mis padres no quieren responderme.

—Si te puedo ayudar…

Simone tragó saliva y echó la espalda sobre el respaldo del banco. Sus labios estaban trémulos y las pupilas inquietas en la lejanía. Podía palpar su tensión a kilómetros.

—En casa… ya hay un secreto que guardar. Pero me hace sentir intranquila. Una de las bandas entró a nuestra casa y se cobró un pago… a su manera. Y… —parpadeó bajando la mirada—, ¿qué harán si no somos capaces de pagar? Tenemos más gastos.

—Bueno —la castaña se echó un mechón de pelo tras la oreja, pensativa—. A veces depende del origen de la deuda. Me imagino que tus padres acudieron a un prestamista de la zona y al no poder devolver los intereses habéis llamado la atención del clan. Así que supongo que la suma alcanza ya las cinco cifras —Simone tensó la mandíbula, sin desmentir—. Si tenéis algo a vuestro nombre, forzarán que se lo deis. Coches, casas, cualquier objeto valioso… cuando ya no hay nada de valor, es cuando empiezan a estudiar mejor a la familia para saber dónde… apretar más las tuercas —en ese punto la miró con más atención—. Si no te han hecho nada todavía es porque no ha llegado a ese punto.

—No ha pasado de la amenaza verbal.

—Sí, pero tus padres buscarían el dinero de donde fuera si los amenazan con cortarte una oreja… o un dedo.

Hardin sonrió con mayor nerviosismo.

—Claro. Entiendo —suspiró bajando la mirada—, oye… esto no lo sabe mucha gente, pero soy ya mayor de edad. No quiero estar molestándote, ya… pensaré cómo puedo…

—Y dependiendo de la banda… a veces también invitan a los deudores a participar en ciertas… actividades. Ya sabes, atenuante de la cuantía —completó, como si ni la hubiera escuchado.

Ilegalidades. Casi digo ilegalidades. Podría estar grabándome y yo aquí diciendo estas cosas, pensó el lado desconfiado de Belmont. No le importaba que toda una ráfaga de tiros se llevara a su familia por delante. Pero lo quisiera o no, estaba vinculada a esos imbéciles. En asuntos de sangre, irían juntos. Pasara lo que pasara. Era un pesar que la carcomía: tener que seguir compartiendo existencia con su familia. Pero Simone no parecía el tipo de chica que la grabaría a escondidas, incluso aunque fuera una jugosa zancadilla de la que los Ellington pudiesen aprovecharse. Seguía luciendo una cáscara de preocupación en la cara que no la abandonaba. Ingrid paseó mejor la mirada por su cuello, su fino mentón y sus delicados labios. Sintió una fuerte atracción. De repente, notó que el corazón le brincaba dentro del pecho y que su boca se secaba un poco. Se obligó a dejar de mirarla y buscó con la mirada una cafetería concreta. Una idea maligna le cruzó el cerebro.

—Vamos a tomar algo, yo invito. Quiero que pruebes los batidos de Tony.

Hardin pareció despertar de un limbo y asintió, desorientada con sus propios pensamientos. Sintió que Belmont la atraía del brazo para levantarse y la siguió en un breve suspiro.

Heladería y cafetería «Ton-aoh»

El camarero fue a tomarles nota, pero decidió Belmont por las dos. Aun así, Hardin abrió por curiosidad la carta para ver toda la variedad. Y para confirmar también que no podría visitar un sitio así a menos que la volviesen a invitar. Nada más ver algunos desorbitados precios por una simple copa con bolas de helado, miró hacia los lados estudiando dónde estaba.

—Wow, ¿quién hace la repostería aquí?

—Tony, claro. Ahora vendrá. La mesa está a mi nombre.

Hardin asintió y dejó la carta en su lugar. Cuando el hombre llegó hasta ellas y depositó los enormes batidos de colores frente a ambas, a Simone se le cambió el semblante de un segundo a otro.

—Espero que todo esté a su gusto, señorita Belmont. ¿Desean algo más?

—Por mi parte no. Pregúntele a mi amiga. ¿Tú deseas algo más? —señaló a Simone con el mentón, pero ésta negó rápido.

—No, está todo bien.

Pero no estaba todo bien. Ingrid se aguantaba la risa por dentro. La miró de manera disimulada mientras succionaba de la pajita; el esternón de Simone ascendía y descendía con rapidez y sus manos no habían siquiera tocado el vaso. Estaba conteniendo el miedo que sentía por dentro.

—¿No te ha gustado? He hecho una mala elección, ¿verdad?

—N-no… es sólo… que creo que me estoy encontrando mal. ¿Podríamos dar un paseo?

—Si acabamos de sentarnos… ¿qué te ocurre?

—C… conozco a ese hombre… y parece el dueño de la heladería —miró asustada a Belmont—. Vámonos, te lo suplico.

—¿Quién, Tony…? —giró la cabeza hacia atrás pero la chica le agarró una mano con las suyas.

—Da igual… te lo contaré si nos vamos. Pero vayámonos.

Ingrid le devolvió la mirada y se deleitó con esa expresión de horror. Sacó de su bolso su cartera y dejó algunos billetes bajo el servilletero.

—Bueno —sonrió—, ¿te apetece ver una película?

—Sí, claro… lo que sea —Simone ya estaba aguardándola con la cabeza ladeada, evitando mirar hacia el interior.

—Toma, anda… —le dio su batido—, le da igual que yo me lleve sus recipientes.

Simone suspiró y tomó el batido, pero había perdido de golpe el apetito que traía.

—Así que… ese hombre es uno de los que entró a destrozaros la casa.

—Sí… y es una casa de alquiler, así que… también nos creó una pequeña deuda con el casero.

—Hardin… lo siento mucho —Belmont paró de andar en seco y la miró, suspirando con practicada lástima—. Si llegaba a saber esa información… no te habría hecho ir ahí. Tenía tantas ganas de que probaras los batidos…

—Está muy rico… —sonrió un poco—, y no te preocupes, no lo sabías. Has… has hecho mucho por mí hoy.

Ingrid sonrió.

—Oye… sólo nos hemos escuchado. Lo que hacen las amigas, ¿no?

—¿De verdad soy amiga tuya…? Pareces… no sé cómo explicarlo…

¿Inalcanzable?, Belmont se aguantó la risa.

—De todos modos te cité porque quería hablarte de mi hermano.

—Oh, cierto. Creo que has podido malinterpretar lo que te escribió…

—Es un perdedor, Hardin. Sólo quiere metértela y luego dejarte tirada. Es lo que hace con todas las chicas que le parecen bonitas.

Hardin forzó una sonrisa, algo incomodada.

—Bueno, si es el caso… lo tendré en cuenta. Gracias por prevenirme.

—Espero que no te… bueno, que no te llamara la atención ni nada parecido —se puso la mano cerca de la boca, susurrando divertida—. Es un mal partido en todos los sentidos. Las chicas con las que ha intentado algo igualmente no le aguantan.

—De todas formas no le veía de ese modo. Es simpático, pero… intento enfocarme en los estudios.

—Me han dicho que tienes muy buenas notas. Te felicito, no es fácil en esta academia.

—Que me lo digas tú es un honor… —paró y le sonrió. Ingrid le correspondió en la sonrisa amigablemente.

—Y a Roman ni caso, ¿eh? Tratará de abordarte cada vez que pueda. Que no te extrañe que alguna chica también lo intente.

Belmont quería tantear un poco el terreno antes de meter la zarpa. Cuando le dijo aquello, Simone soltó una carcajada suave.

—¡Qué va! Todas me odian… como si les hubiera hecho algo. Me cuesta incluso creer cómo me tratas a mí.

—No puedo evitarlo. Tengo sentimientos, no sé cómo pueden disfrutar con esas… “bromas”, como las llaman. Habría que ver cómo reaccionarían ellas en tu lugar.

Simone abandonó un poco la expresividad y se encogió de hombros.

—No pasa nada. Mientras todo se quede en lo de ahora… tengo que resistirlo.

—Supongo que tus padres no tienen idea, ¿verdad? De cómo te tratan. —Hardin negó ruborizada—. Es mejor así.

—Sería crearles una preocupación extra… ya bastante tienen con lo que tienen. Su único consuelo es… las notas que yo estoy sacando.

Ingrid dejó de andar en cuanto llegó a una enorme verja. Simone siguió unos pasos más sin darse cuenta, pero cuando la vio se volteó al complejo de apartamentos que había tras la cerca.

—Hoy pasaré la noche aquí.

—¿No vas a casa…?

—No, prefiero estudiar aquí. Y… también relajarme a secas. Lejos de mi familia.

Simone miró el lugar con suspicacia. Era un lugar costoso, pero aun así no imaginaba a Ingrid pagando por una habitación tan lejos de su vivienda. Pensó que tenía que llevarse mal con su familia si verdaderamente necesitaba tomarse las noches en otro lado.

—Pues… me lo he pasado muy bien —sonrió la chica—. Si quieres… podemos repetirlo… pero yo decido el sitio.

—Me parece bien —asintió— pero… ¿ya quieres dejarlo?

—¿Perdón…?

—Sólo iba a dejar las cosas y volver a bajar. Con el móvil es suficiente para dar un paseo, y la mochila me está molestando. Si quieres pasa a dejar ese bolso tú también.

—Verás… no me siento muy cómoda con esta ropa. Ni siquiera me siento limpia después de… bueno. Mi taquilla olerá a podrido hasta la semana que viene.

—Bien, subamos y date un baño. Yo te consigo ropa —levantó el dedo pulgar, sonriendo animada— ¡venga, sube! Te enseñaré la habitación donde me relajo. Y… quería hablar de una última cosa contigo. Algo que verdaderamente me preocupa de tu situación, Hardin.

Simone la miró entre preocupada e intrigada. Después secundó la imponente figura de los apartamentos de lujo que tenía al lado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *