CAPÍTULO 12. Necesidad afectiva
Habitación
Simone se quedó sola en la habitación del apartamento. Aquello era tan ridículamente lujoso, que sentía que hasta sus huellas dactilares podían estropear cada acabado que la rodeaba. El baño tenía una bañera circular donde fácilmente cabían cuatro personas, y a un costado, el panel que la activaba. Belmont pulsó algo en él y, al poco de irse, los ruidos extraños y los chorros de agua empezaron a salir bruscamente. La chica pegó un salto al sentir la parafernalia. Al poco, se maravilló. El agua caliente se mezclaba tan rápido con las sales, que las burbujas y el vapor con olor a flores se formó de inmediato en aquella bañera enorme. Le dio un poco de vergüenza, así que agradeció quedarse a solas. Se retiró la ropa deportiva que no le pertenecía y poco a poco metió sus pies en el fondo. Estaba caliente, pero la piel se acostumbraba de a poco. La temperatura resultó ideal, Belmont ya lo tendría calculado. Se preguntó si siempre escogía la misma habitación para pasar la noche.
Cuando llevaba unos minutos sumergida, ya con el pelo y el cuerpo totalmente empapados, sintió que algunos chorros en lugares estratégicos acariciaban con la fuerza precisa los músculos de las piernas. Era como recibir un masaje subacuático.
—Es relajante, ¿verdad?
La voz la sobresaltó, cruzó los brazos por delante de sus pechos de forma automática y volteó el rostro.
—Dios, Belmont… qué susto… eres como una pantera.
Ingrid sonrió con cierta malicia mientras dejaba varias bolsas cerca de la bañera.
—Disculpa… mira, no sabía qué comprarte. Ni tu talla. He escogido a ojo. Así que puedes quedártelo todo.
¿Qué…? Madre mía, jamás me había comprado tanta ropa junta… ¿¡eso es de Gucci!?
Simone miraba atónita las bolsas y luego echó una mirada a su amiga.
—Es demasiado… con… con una camiseta y un pantalón me valía.
No quiero que piense que me estoy aprovechando de ella… dios, me muero de la vergüenza. Hardin se lamentaba por dentro. Totalmente inconsciente de la auténtica intención que esos regalos tenían. Belmont había tomado una decisión y solo estaba esperando el momento exacto para embaucarla.
—Hardin… ¿puedo lavarte el pelo?
—Mi… ¿mi pelo…?
La castaña tragó un poco de saliva. Nunca le había hecho falta ligar con nadie. Siempre se le echaban encima, siempre era la que más cartas de San Valentín recibía y la que más declaraciones de amor tenía en clase. Aquel escenario era nuevo para ella. Sin embargo, se sentía pletórica. Porque sabía que como cualquier otra persona en el mundo, Simone caería en sus redes. Y estaba tan ensimismada en ese plan, que había olvidado incluso los motivos por los que había alquilado originalmente la habitación.
Simone estaba con las mejillas algo sonrosadas, tanto por el calor como por el hecho de sentir las manos de Belmont acariciarle el cuero cabelludo con el champú. Era una situación surrealista… nadie la creería si la contaba. Había visto alguna que otra serie donde las amigas hacían ese tipo de cosas, pero también lo había visto en alguna vieja película romántica. No pudo evitar sentirse confundida. Pero había una sensación incluso más intensa que la confusión: los nervios. La cohibición. Después de un relajante masaje en todo su pelo, le pidió que cerrara los ojos y accionó la ducha de mano para enjuagarle.
—Gracias…
Belmont apartó la ducha y se puso a un lado para recostarse sobre el borde. Se miraron y sonrieron al poco. Dejó paseando los dedos de la mano en la superficie del agua.
—Está bastante caliente…
—Nunca me ha gustado bañarme en agua tibia —respondió algo cabizbaja. Aún sentía vergüenza. Ingrid no le quitaba la mirada de encima—. Hey, querías… hablarme de algo serio, ¿no es así?
Ingrid tuvo que volver a tragar saliva. Era cierto. Llevaba una hora pensando en cómo entrarle, y otros diez minutos imaginando lo placentero que tenía que ser tocarla. Si se tratara de Mia, ya estarían follando. Con Mia no había que preparar nada. Era fácil y directo porque conocía sus intenciones. Tenía que reconocer que prefería esa opción. Pero el hecho de no haber visto a Simone desnuda y de ver ahora su angelical cara ruborizada, con el pelo mojado… la había calentado lo suficiente para despistarla. Luchó para reanudar la conversación.
—Sí… me… preocupa el hecho de que estés con tanta dioptría. Si no vas a dejar que te ayude con la deuda de tus padres, al menos podrías dejar que te ayude con unas simples gafas. ¡Creo que te quedarían bonitas!
—Es que… no puedo evitar pensar que estoy abusando de tu ayuda. No sé cómo agradecértelo, pero… no podré devolverte ninguno de estos favores a corto plazo.
—¿A corto plazo? —paró de acariciar el agua—. Tú no tienes que devolverme nada. Lo hago porque me preocupa tu salud. Forzar la vista continuamente te lo puede agravar.
—Veo perfectamente desde las primeras filas, de verdad —se esforzó en sonreír—; dejémoslo… dejémoslo estar.
—Bueno. ¿Y si no quiero dejarlo estar? ¿Vas a hacer que te compre veinte modelos de gafas hasta que dé con la graduación que te corresponde?
Ambas soltaron una carcajada. Aquello destensó un poco el cuerpo de Simone.
—¡No seas boba…! Eh-eh, quiero decir… perdona.
—¡Deja de pedir perdón! ¡Yo no pienso pedir perdón por esto…! —le dio un manotazo, salpicándole una buena cantidad de agua con espuma en el rostro. Simone chilló y se defendió de la misma manera, riéndose. Al final la guerra de agua se fue de las manos y Ingrid acabó perdida de agua—. ¡¡Mira cómo me has dejado!!
—¡Empezaste tú…!
—Pf… voy a morirme de frío por tu culpa… —hizo como que se iba, pero volvió a recoger agua con la mano para volcársela, y Simone la escupió mirando hacia otro lado. A pesar del ruido de sus risas, ambas oyeron el tono de llamada de un móvil. Belmont mantenía la sonrisa mientras estiraba el brazo para recogerlo.
—Anda, deja que termine de bañarme y descuelga tranquila… —Simone tenía una sonrisa de oreja a oreja. Tomó la esponja y la llenó de gel.
Ingrid se alejó un poco para responder.
—¿Sí?
—Oye, qué cojones te pasa. ¡Te estoy esperando!
Se apartó el móvil para ver la hora. Había quedado con Mia hacía quince minutos atrás. Lo de meter a Hardin en la habitación había sido improvisado y el tiempo se le había escurrido de las manos, estaba entretenida. Volvió a colocarse el teléfono en la oreja y bajó un poco el tono.
—Vuelve a casa, no voy a quedar contigo al final.
—¿Q… qué? ¿Cómo que “contigo”? ¿Tienes plan con alguien?
Ingrid sonrió con malicia.
—Ahá. Así es. Y no estás invitada —le colgó.
Mia abrió los ojos estupefacta. No tardó ni dos segundos en volver a llamarla. Pensaba saludarla ahora con un insulto acorde, pero recordó con quién hablaba, y le dio tiempo a contar hasta cinco. Ingrid descolgó.
—Escucha, no me cuelgues así —musitó la morena—. No pasa nada, ¿vale? Simplemente… podrías habérmelo dicho antes.
—No he tenido tiempo.
—Ya… claro. Pero, espera. Volveremos a quedar, ¿no?
—Sí.
—Bien… está bien.
Ingrid le colgó sin cruzar más palabra. Tiró el móvil a la moqueta y giró lentamente la cabeza hacia su otro objetivo. En ese momento, Simone estaba frotando la esponja contra su fina y esbelta espalda. Inspiró hondo y repasó los labios con la lengua mientras acortaba distancias. Simone soltó una risita al oírla acercarse.
—¿Quieres más guerra…?
—No. Pero tendré que cambiarme de ropa, me has mojado entera.
Simone sonrió.
—¡Es lo que hay! Alguna vez tenía que defenderme de algo… —le soltó una risita, aunque esta fue parando a medida que vio cómo Belmont se desnudaba delante suya. Sin ningún pudor, la ropa mojada se deslizó por su cabeza. No llevaba sujetador debajo y eso fue lo único que necesitó contemplar para apartar como una flecha la mirada de ahí. Se puso colorada y no dijo más nada.
No hacía falta que dijera ya más nada. Ingrid pateó sus pantalones y zapatillas a un lado y caminó por el borde de la bañera, observando a la chica desde arriba. Simone la siguió por el rabillo del ojo, ceñuda. La situación le descuadraba a cada segundo que pasaba. Escuchó que se arrodillaba justo tras su espalda y vio pasar su mano por delante de su rostro. Belmont juntó sus labios en su mejilla acercándose desde atrás, y acarició la otra con la yema de sus dedos, con extrema suavidad. Aquello puso a Simone muy nerviosa.
—Ing… Ingrid…
—¿Qué pasa…? —susurró. Besó su mejilla, donde frotó después la nariz—. ¿No quieres liarte conmigo…?
Simone no podía pensar con claridad. Ingrid estaba muy cerca, podía sentir su olor. A la altura de su estómago notó un cosquilleo que se agravó en cuanto la chica le agarró un seno. Colocó su mano encima rápido, por acto reflejo.
—No…
Belmont movió la mano de nuevo a su mejilla, esta vez para conducirle el rostro hacia su boca, y la besó. Simone se quedó petrificada. Los poros de su piel se erizaron incluso a pesar de estar bajo el agua caliente. No pudo reaccionar durante largos segundos, y cuando lo hizo, Ingrid fue la que se separó delicadamente de sus labios y le clavó la mirada.
Qué cara… no tiene nada que ver con la pervertida de Thompson. Me gusta más.
Simone la miró unos segundos, los pocos que se sintió capaz. Enseguida la boca se le movió indecisa, como si quisiera decir algo.
Sera mejor que no la deje pensar demasiado. He estado en su misma posición, pensó Belmont.
Volvió a besarla aprisa. Hardin cerró los ojos y suspiró sorprendida. La apartó de los hombros rápidamente.
—E… espera…
La mirada de Belmont era completamente nueva para ella. Parecía sedienta, le miraba la boca.
—Dime…
—Yo… no he besado a nadie antes. Ingrid, yo tengo dieciocho, no sé si esto está bien.
—Pero nos gustamos, ¿no?
Simone tragó saliva, ruborizada.
No es que parezca que le importe la edad… voy a sincerarme.
—Sí, pero… jamás pensé que sería recíproco por tu parte. Es algo que siempre he guardado para mí.
Ingrid se puso cachonda sólo de escucharla y confirmar lo que para ella era obvio y esperable.
—Deja que me meta contigo ahí dentro. Empiezo a tener frío —sonrió divertida, y no esperó a que le respondiera. Se irguió y se deshizo de las bragas, haciendo que de nuevo Simone apartara la mirada totalmente avergonzada. De manera inconsciente volvió a abrazarse el cuerpo. Cuando se le fue acercando de nuevo, la frenó al tocar su hombro. Belmont sonrió mordiéndose el labio y la acorraló contra el borde de la tina.
—¿Yo… de verdad te gusto…?
—Claro que sí —la acarició bajo el mentón, elevándole un poco la barbilla para mirarle la boca. Presionó sus labios contra los suyos despacio, y sintió cómo un calor abrasador se unía a la temperatura del agua y la removían por dentro. El beso suave se transformó en un choque de lenguas más agresivo. Simone balbuceó incómoda y la empujaba más fuerte cada vez, hasta que logró desengancharla de sus labios. Ingrid abrió los ojos más molesta, pero intentó domar su ira y hacer acopio de paciencia. La acarició de la mejilla—. ¿Estás bien?
Simone la miraba indefensa.
—El de antes… fue mi primer beso.
—Ha sido un buen beso —dijo, repasando con su pulgar su pómulo.
No tengo idea de qué pretende que le diga. Sólo quiero verle los pechos…
—Vale… —sonrió intentando tranquilizarse— vale… es que no he hecho nada de esto.
—Ya lo sé —murmuró acortando distancias con sus labios, y pudo notar que se tensaba de nuevo. Con la diversión pululando en su psique, bajó la mano derecha a su pecho y lo apretó suavemente, palpando de nuevo su forma con la palma. Tenía los pechos enormes en comparación con Mia, blandos y en su sitio. Saber eso ya la hizo suspirar del gusto. Sintió una imperiosa necesidad de chupárselos. Pero lo que le pilló primero fue la boca, así que volvió a asaltarla con la lengua. No había punto de comparación. Con Mia todo era fácil de leer. Pero había algo en la inexperiencia de aquella otra chica que le estaba calentando más. Era demasiado inocente. En mitad del beso, trasladó la mano a su vagina, pero con sólo rozarla logró que diera un respingo y se le distanciara.
—Espera, no tan… ¡te digo que no sé hacerlo!
—Está bien. ¿Más despacio?
—Bueno, y… tampoco hace falta que hagamos todo eso.
Belmont cambió un poco la mirada. Su compañera parecía insinuar que no quería abarcar ciertas prácticas. Ella sin embargo tenía muy claro qué quería hacer con ella. El hecho de que la frenara tantas veces estaba generándole una pequeña ansiedad.
—¿Por qué no hacemos lo siguiente? —empezó a jugar con una de sus tetas lentamente, disfrutando de su expresión ruborizada—. Deja que yo tome las riendas y tú sólo te dedicas a disfrutar esta noche —sonrió mirándola a los ojos. Le provocó un suspiro cuando apretó sin fuerza su pezón—. Así… te vas familiarizando con las sensaciones. Te haré sentir a gusto, te lo prometo —susurró rozándole los labios. Simone suspiró embelesada pero tragó saliva y bajó la mirada.
—No puedo… lo siento. Me da mucha vergüenza. Necesito asimilar que esto no es un sueño.
—¿De qué árbol te has caído…? —rio Belmont, acariciándola del pelo—. Vayamos a la cama.
Dios, parece que no me quiere escuchar. ¿Qué hago…? Ni siquiera quiero que me…
—… —Ingrid la instó a ponerse en pie dentro de la bañera, pero como no cedía, se volvió a sentar a su lado. Tenía muchas ideas pululándole por la cabeza. Sin más intentos verbales, la agarró de las muñecas y las abrió de un movimiento más brusco. Su sonrisa se amplió al ver por fin una buena panorámica de sus pechos sin que se los tapara. La chica trató de volver a cruzarlos, pero no se lo permitió.
—No los cierres.
—… —estaba roja como un tomate, mirando a otro lado. No entendía cómo Belmont podía estar tan tranquila disfrutando de aquello, a ella le temblaba todo.
Está temblando, pensó divertida. Bajó sus manos poco a poco, al mismo tiempo que iba pegando su cuerpo hasta que sus pezones se aplastaron. Hardin no se atrevía a alzar el rostro, seguía cabizbaja tratando de gestionar sus nervios y timidez.
—Mírame… no voy a hacer nada malo.
—No puedo mirarte… —suspiró con una temblorosa sonrisa.
Ingrid se reclinó hasta que el nivel del agua la alcanzó del cuello. Abrió la boca y abarcó uno de sus pechos, causando que Simone suspirara aún más nerviosa.
Es divertido sentirla nerviosa.