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CAPÍTULO 15. El clímax

La enfermería del instituto Brimar tenía médicos excepcionales. Entablillaron el meñique de Hardin y mandaron pomadas y un medicamento para la hinchazón y el dolor. El servicio sanitario venía incluido en el pago de la matrícula, por lo que tuvo una atención rápida y efectiva. No obstante, Simone estaba desmoralizada. Quería marcharse lejos pero no sabía adónde. En aquel punto, temía incluso cruzar la puerta de su propia casa por si habían tomado alguna represalia más contra sus padres. Ni siquiera quería saberlo. Deseaba evadirse de la realidad que estaba viviendo cuanto antes.

Cuando terminaron de darle la receta, Leah entró en la enfermería y le susurró que no saliera al exterior hasta veinticinco minutos exactos del toque de campana. Sería ahí cuando un coche de cristales tintados pasaría a recogerla. Iría escoltada por otros vehículos hasta un lugar seguro. Después de dar su mensaje, Leah se fue y Simone volvió a quedarse sola. El médico que la había tratado no cruzó ni una sola pregunta con ella. Y ella tampoco comentó nada.

Cuando pasó el vehículo al que hizo referencia Leah, Simone sintió algo de miedo. No veía nada a través de las ventanillas. ¿Cómo sabría que tenía que fiarse? Dio un pequeño brinco cuando la ventanilla bajó. Al otro lado vio a Belmont, y enseguida vino un poco de alivio. Ingrid se estiró para abrirle la puerta y le hizo un gesto con la mano.

El coche arrancó.

—Déjame ver… —susurró la castaña, tomándola con cuidado de la muñeca. Simone frunció las cejas y contuvo un grito. Dolía como el diablo. Pese a que le habían dislocado sólo el dedo pequeño, se le había puesto todo el dorso de la mano morada y la tenía hinchada. Belmont la movió con mucho cuidado, aunque no llegaba a ver mucho. Tenía una férula en el lateral unida con vendas compresivas, así que apenas podía mover la muñeca. Volvió a pasar la mano a través del pañuelo con cuidado y la ayudó a abrocharle el cinturón—. ¿Te encuentras mejor?

Simone negó con la cabeza. Tenía los ojos llorosos.

—La verdad… no quiero ir a mi casa. Tengo miedo de lo que me puedo encontrar.

—No estamos yendo a tu casa. Pero no te preocupes. Tus padres y tu… extraño loro azul están bien.

Segundo alivio. Ahora por lo menos Hardin sentía que podía respirar sin tanta opresión en el pecho.

—Va-vale… ¿y… dónde vamos?

—A un lugar seguro. Tus padres también, pero en otro lugar.

—Vale… bien…

—Siento que te haya ocurrido esto. Se ve que se os ha acumulado la deuda por encima de vuestras posibilidades.

—Ya…

Belmont la miró alzando una ceja.

—¿Sabes lo que significa eso, Hardin? —la rubia negó despacio—, cuando ellos hacen sus préstamos calculan los intereses y el pico máximo que podéis pagar en vida según los ingresos. Habéis excedido el límite. Significa que si no pagan ya, empezarán a tomar las represalias de las que hablamos.

—Genial —murmuró, casi al segundo. Ingrid se la quedó mirando pensativa.

—Puedo acabar con tu sufrimiento… si tú quieres.

Simone separó más sus pestañas al oírla. Algo en su mente se partió en dos: deseaba agarrarse al amparo de Belmont a la desesperada y eliminar las amenazas y el dolor, incluso aunque tuviera que pagárselo toda la vida. Pero…

“No estás allí para hacer amigos. Esa gente es despiadada. Dales sólo un poco de poder sobre tu vida y acabarás jodido. No quiero ni oír que estás conociendo a alguien de esa academia en terreno sentimental.”

¿Y si ella después… también busca cobrarse su deuda? Al fin y al cabo ella… no es la que lleva la contabilidad de su clan. No, claro que no, son sus padres. Sus padres están donde están por ser igual de fríos para estos temas que los Ellington.

Simone se relamió despacio los labios.

—Quizá… podría pedirte una suma pequeña… para lograr algo de margen. Pero no veo bien que pagues todo ese dinero —musitó, acariciándose con lentitud por encima de la venda.

—¿Una suma…? Tus padres pagan un porcentaje elevado a los Hansen. No os conviene pagar poco a poco, tenéis que eliminar la deuda de algún lado o irá a más por la subida de los intereses.

El cerebro de Simone pareció detenerse.

—A… ¿A los Hansen? Espera… no lo entiendo.

—Es el motivo de que los Ellington no te hayan dejado huérfana. ¿Por qué crees que te convertiste en mascota?

Cuando la rubia miró ahora a Ingrid, ésta se sorprendió incluso más. No tiene ni idea de cómo funciona el mundo… ah, claro. Esos dos años que nos lleva es por haber estado con las vacas, en el culo del mundo. Ah, mi ingenua y bonita Simone…

—¿De verdad crees que se meten contigo simplemente porque pasabas por allí? —habló con un tono más enojado. Sentía que trataba con una niña pequeña—, esos pagos son los que te permiten estudiar en la academia, por muy becada que seas.

—No me lo contaron. No sabía que debíamos más dinero.

—Te lo expliqué. El clan Hansen cuenta hasta el último yen que se gasta en tu casa, igual que los Ellington. En el momento que fallen en esas… “transacciones pequeñas”, bueno… Yara estará encantada de tirarte a los lobos. ¿Sigues pensando que no necesitas m…?

—¿¡Y qué tengo que hacer, Belmont!? ¡¡Yo no puedo hacer NADA!!

El grito hizo que el coche frenara violentamente. Hardin iba a empezar a llorar, pero el corazón le dio un vuelco cuando del asiento delantero asomó una pistola con silenciador gigante que la apuntó directamente a la frente. La chica aferró la espalda al asiento, acobardada.

—Está nerviosa. Sigue conduciendo, Mike.

El chófer miró fríamente a la muchacha, y sólo por orden de su jefa, hizo una cábala con el arma y la volvió a esconder bajo un compartimento del volante. Reanudó la marcha como si nada, incorporándose a la carretera. Belmont la miró analíticamente. Estaba temblando sin control.

—Yo no… y-yo… —la boca se le movía sin precisión alguna y los dientes castañeteaban. Ingrid entreabrió los labios impresionada, al detectar que se estaba orinando encima.

Increíble… nunca había visto algo así en la vida real. Y esa expresión… parece que está a punto de tener un infarto.

Simone seguía aferrada en la misma posición, incapaz de controlar su cuerpo o sus respiraciones. Tenía pequeños escalofríos y quería largarse, pero ninguna de sus extremidades respondía. Cuando los segundos fueron pasando, lo primero que sintió fue un punzante dolor en el dedo que le habían roto hacía una hora. Después, los muslos empapados y el embarazoso olor a orina que emanaba de ella. Pero notó algo más. Algo que por lo menos, comenzó a alejarla de su estado de nerviosismo.

La mano de Belmont, acariciándola en la mejilla.

—Perdona… él no te conoce y tiene orden de actuar cuando hay tensión. Nadie aquí quiere hacerte daño, ¿de acuerdo? —trató de ser comprensiva. Era consciente de que significaba la luz para ella, y le convenía que siguiera siendo así. En su cabeza trataba de hilar cómo sacarle aquel tema a sus padres. Si lo hacía con astucia, sabía que podían pagar la deuda sin mayor percance. Pero Belmont no estaba dispuesta a hacer aquello por nada. No estaba en su naturaleza ser complaciente con alguien más que no fuera consigo misma. Pocas cosas la habían hecho sentir viva, y pura excitación motivadora como el hecho de ver sufrir a las personas o a los animales indefensos. Ver esa expresión era casi tan placentero como verla saciar parte de su apetito sexual cuando le lamió el coño.

Había algo excitante y horrible en ver sufrir a los demás y en ver cómo sus esperanzas se iban a la mierda. Pero para eso, primero tenía que otorgar la esperanza. Porque le ponía mucho saber que era tan buena en lo que hacía, que el resto también podía sentir placer con lo que ella otorgaba y hasta el punto que ella otorgara. Antes de que la vida de Simone Hardin se transformara en una completa basura insalvable, quería follársela, que estuviera atendida y que la viera como un Dios.

—Voy a… no puedo…

—Si puedes. Respira hondo —supo traducir algunas conductas corporales. Roman y Eric, otro par de débiles en su casa, habían padecido más de un ataque de ansiedad. Belmont tenía sólo seis años cuando vio cómo Eric perdía la respiración, atacado de los nervios. En aquel entonces él le pidió que corriera a pedir ayuda, pero en cuanto se alejó, se quedó al final del pasillo sólo para seguir contemplando cómo sufría.

—Voy a morir… sé que voy a…

—No vas a morir —le quitó el cinturón y la rodeó con sus brazos. La pegó fuerte a ella, muy fuerte. Simone se rompió y empezó a llorar hundida en su hombro. Sonaba totalmente devastada y muerta de miedo.

Sentir que puedo ser su ángel de la guarda es bonito. Me hace sentir como si fuera…

…enorme. No…

…yo…

…ya soy enorme. Y ella lo sabe.

Ingrid no era muy dada al contacto físico a menos que supiera de antemano que desembocaría en sexo. Sin embargo, ese abrazo duró diez minutos, el tiempo que había de distancia entre el instituto y un escondrijo secreto del clan Belmont. Tardó un poco, pero al final, los sollozos y temblores de la muchacha se pararon y sólo se quedó apretada contra su hombro. Cuando el coche paró, Ingrid le dio unas palmaditas en la espalda.

Escondrijo del clan Belmont

Simone pudo hablar con sus padres por videollamada, que se calmaron al escucharla bien a pesar de las circunstancias. Después de colgar, Belmont la ayudó a darse una ducha rápida y le prestó un pijama limpio. Simone estaba lesionada y asustada, así que no objetó. Al contrario.

Cuando pasó una hora, ruido de nuevos coches en el exterior la alertó.

—Es mi hermano mayor… tranquila —la acarició de la cara, el cuerpo de Simone se había erguido velozmente de la cama. Miraba con nerviosismo las cortinas—. Sólo viene a hablar con nuestro equipo, no tiene que ver contigo. Túmbate.

—Me va a dar algo en cualquier momento… Ingrid —la miró apenada—, siento mucho haber… orinado en tu…

—Que se encargue otro de limpiarlo —la interrumpió, encogiéndose de hombros.

Simone suspiró y agarró con su mano ilesa la manga de su blusa.

—¿Sería mucho pedir si… te quedaras aquí hoy?

—¿Estás segura? Estaré fuera, podrás llamarme cuando quieras.

—No. No quiero quedarme sola. Por favor…

Ni siquiera me molesta. Era obvio que ibas a pedírmelo.

La castaña asintió y le hizo un gesto para que la esperara. Salió del cuarto y Simone se acomodó con extremo cuidado en la cama. Estaba tensa y no creía poder dormir nada. Pero por lo menos no estaría sola. Nadie le pegaría un tiro ni vendría a acosarla si estaba Ingrid Belmont con ella. De todos modos, había visto el trayecto hasta ese lugar y ni un solo transeúnte en la última media hora.

Fuera, Belmont dijo que pasaría la noche con su amiga y que no se la molestara hasta la mañana siguiente. Los hombres asintieron. Kenneth sin embargo, la siguió unos segundos más con la mirada. Sabía que su hermana debía tener algún problema en el coco, lo sospechaba desde que era bien pequeña. Lo último que sus fuentes le habían revelado era que había estado quedando en un hotel con Mia Thompson, misma habitación de la que había salido anteriormente con Aaron Tucker. Pero Kenneth tenía la información blindada, sus contactos perderían la lengua si empezaban a dispersar demasiado esos hechos por ahí. Ahora se preguntó, viéndola entrar con esa expresión tan animada, si tenía algún sentido que una mascota de su academia pasara la noche con ella, como si fuesen amigas. Ingrid no tenía amigas. Tenía súbditos, al igual que él.

Media hora después

Cuarto

Belmont tenía que reconocer que algo no iba bien en ella. Al principio creyó poder gestionarlo. Tenía fuerza de voluntad para pasarse el día entero estudiando, entrenando, leyendo… tenía la capacidad para hacer cualquier actividad que no le gustaba el día entero si eso le aportaba un beneficio tarde o temprano.

Pero con Hardin al lado no lo estaba logrando esa noche. Cada vez que respiraba, sentía su olor corporal suave y dulce. Se acababa de duchar, olía genial. Pensó que la tensión no dejaría dormir a la pobre Simone, pero para su sorpresa, ésta cayó rendida a los quince minutos de estar abrazadas. Y lo único en lo que podía pensar mientras respiraba sobre su hombro, era en las enormes ganas que tenía de continuar lo que dejó a medias. Quería tocarse y tocarla.

Se mordió el labio inferior mientras la observaba dormir, pensativa. Finalmente fue separando poco a poco el cuerpo de ella. Se elevó unos centímetros para mirarle mejor el rostro. El ritmo de su respiración y su expresión delataban que estaba profundamente dormida. Belmont suspiró y movió su flequillo con un par de dedos, descubriéndole la frente. El contorno terso de su cara era embriagador, y sus labios rosados estaban entreabiertos. Era precioso verla dormir.

Es muy guapa. Parece un ángel. Movió las pupilas a lo largo de su cuerpo y reparó en el vendaje compresivo. Seguía apreciándose algo de hinchazón, pero le daba igual. Con todo el sigilo que pudo, bajó la mano a los botones del pijama ajeno y los abrió lentamente, sin dejar de alternar su perversa mirada entre ella y su torso. Logró abrirlos todos y movió una de las solapas hacia atrás. Pero la caída de la mano lesionada se interponía justo a la altura del pezón. Si la movía de más, la despertaría.

Qué pena. Quería fotografiarla.

Introdujo una mano por debajo y la tomó de un pecho. Simone frunció un poco las cejas y pareció que iba a volver a quedar dormida, pero no lo hizo. Al sentir una sombra lateral se asustó y dio un respingo, gimiendo al hacerlo con la mano herida.

—No grites… sólo estamos nosotras.

—Me has… asustado, huf… —quiso relajarse, aunque se vio con el pijama abierto y levantó una expresión de confusión hacia ella. Ingrid acortó distancias y presionó su boca contra la de ella. Somnolienta pero aún agitada, Simone quiso empujarla, mas esta vez su pensamiento racional no le permitió apartarla sin más o negarle el acercamiento. Ingrid la besaba muy despacio, y al avanzar sobre su cuerpo la invitaba a volver a recostarse. Trató de relajarse y la correspondió. Era un beso cálido, húmedo, y parte de ella se sentía capaz de disfrutar de ese contacto… a fin de cuentas era su persona favorita la que le brindaba todo aquello. Pero notó más pronto que tarde que le metía la mano bajo los pantalones y las bragas y la acariciaba en la vagina.

—Espera… por favor… es muy precipitado —susurró despegándose a tientas de su boca. Ingrid no le respondió y se le volvió a tumbar encima. Hubo un cruce de manos que se zanjó de golpe, cuando la de pelo corto la cogió de ambas muñecas y las posicionó por encima de su cabeza—. ¡¡Au…!! ¡Ten cuidado!

—Deja las manos quietas. Estás herida. Y no quieres empeorar… —la besó con la voz titubeante, entre pausas—. Sé buena.

Siempre me ha gustado… pero… siento que esto es lo último que tendría que estar haciendo…

No pudo evitarlo y cerró los puños cuando sintió que su compañera la penetró con dos dedos. Ya lo había hecho el último día, pero esta vez empezó a agitar la mano bruscamente hasta que le hizo daño. Movió las piernas incómoda. Al sentir trabas, Belmont aminoró la velocidad y la observó a los ojos.

—¿Podemos… sólo dormir? —preguntó Simone.

Ingrid retiró sus dedos de ella y la siguió mirando desde arriba. Sonrió algo apenada.

—No te gusto, ¿verdad? Me has mentido.

—Sí que me… —suspiró y se puso colorada—, soy virgen. No quiero hacerlo aún. No me siento preparada.

—Ya sé que eres virgen, no hay más que verte. Pareces estúpida cada vez que me acerco. Como si me tuvieras miedo —aquellas frases hicieron que Simone se quedara muda—. ¿Qué ocurre? Sabes que tenemos prácticamente la misma edad, ¿no? Va siendo hora de que espabiles.

Salió de encima de ella soltándole las muñecas. Pero la rubia alargó la mano sana y agarró un extremo de su pijama.

—Está bien.

¿Uh…?

Ingrid la miró, ceñuda.

—Qué.

—Sólo… dime qué tengo que hacer. Trataré de hacerlo bien.

Un pico de placer tocó el alma oscura de Belmont. Iba a salirse con la suya.

—No tienes que hacer nada. Si te duele, podemos dejar eso para más adelante… —le destapó con las dos manos los senos, ahora que nada se lo impedía. Amasó uno con más fuerza, apretando su pezón. Simone balbuceó por lo bajo y suspiró—. Me bastará con frotarme con ese coño peludo que tienes —se rio, burlona—. Depílalo la próxima vez.

Simone asintió brevemente, sin hablar. No tenía repertorio en aquellos temas de conversación, y efectivamente, se sentía estúpida por ello. Si algún chico le había prestado atención alguna vez, se había quedado como una vieja anécdota del colegio. Mucho menos una chica. Ingrid se volvió a reclinar sobre ella y le retiró del todo las bragas, desnudándola. Tragó saliva. Por suerte, darle el gusto de dejarla avanzar tuvo una recompensa. Belmont se volvió cariñosa, comenzó a besarla en el cuello; lentamente esto la relajó. Suspiró al notar un chupetón lento y agradable, que combinó con sus besos. Sabía hacerlo. Ella ya lo había hecho antes, estaba más que convencida.

No tiene por qué ser doloroso… supongo…

Ingrid pareció leerle la mente al poco rato. Soltó su piel en un chasquido de labios sonoro, y le acarició esa misma área con la punta de la nariz.

—Hueles muy bien. Me basta con frotarme con tu cuerpo. No haremos nada más si no lo deseas —nada más decirlo se recargó contra su coño, haciendo que la joven diera un suspiro de impresión.

Joder…

La sensación había sido fuerte. Ingrid sonrió tomando distancia. Salió de la cama para retirarse el pijama del todo y se peinó su cabello hacia atrás. A la luz de la luna podía ver lo rosadas que tenía las mejillas mientras se le volvía a acercar. Simone trató de llevar las manos a éstas, pero un punzante dolor la hizo gritar.

—No hagas nada. Deja esa mano quieta —musitó chistándola, divertida. Agarró con suavidad su mano vendada y, mirándola con fijeza, la besó suavemente donde tenía la región amoratada—. No hace falta que hagas nada…

Simone asintió, volviendo a tragar saliva. De repente sentía como si estuviera haciendo una especie de travesura, pero esa travesura involucraba su cuerpo y algo en su psique seguía diciéndole que aquello no era correcto. Decidió preocuparse después. Belmont era atenta con ella y era en lo que quería enfocarse. Estaba cada vez más convencida de que iban a ser novias… aunque fuera en completo secreto. A Simone le era más que suficiente.

—… —la vio ahogar un gemido cuando se volvió a aplastar encima de ella. La cara le cambiaba por segundos. De repente dejó las lindezas. Se sostuvo con los codos a cada lado de su cabeza y cuando dispuso su vagina como quería, empezó a chocarse contra ella. Simone se sentía más avergonzada a cada golpe, pero su compañera había perdido el poco saber estar que le quedaba y estaba enfocada en seguir sobándose contra ella. A veces frotaba al ondear las caderas, siempre con fuerza, y cuando lo hacía Simone cerraba igual de fuerte los ojos, la sensación era demasiado intensa. Los gemidos cortos y sosegados de Belmont se le hacían bonitos, pero parecía muy nerviosa cuando la miraba. En una de las embestidas le hincó las uñas en un seno, y apretó con vileza hasta que Simone se quejó en voz alta. Lejos de desanimarla, la volvió a chocar con más violencia y sus suspiros se aceleraron. Simone controló un segundo grito pero trató de quitarle la mano de su pecho, a lo que la otra no acató, logrando arañarlo en el proceso de soltarlo. En su lugar, estampó esa misma mano en su cuello y la apretó contra la almohada. Vio expectante cómo Simone soltaba de golpe todo el aire retenido y su expresión cambiaba a una de susto. Balbuceó quebradizamente.

—N…gh…

Se asustó. Cuando miró a Ingrid, un par de ojos rojos le devolvían la mirada. Hubiera gritado si hubiera podido. La única que gimió fue Ingrid, que gruñía cada vez que se frotaba tan bruscamente contra ella. Como si se estuviera transformando en un animal.

Al final, Ingrid agradeció incluso que no se hubiera depilado, el roce así era más placentero. Lanzó un bufido cargado de lujuria cuando empezó a correrse sobre ella. Sus fluidos no tardaron en brillar en el vello y en el abdomen de Simone, estaba tan mojada que casi resbalaba. Hardin aún alucinaba. La presión de su cuello no había aminorado, seguía ahogándose, pero durante el orgasmo de su amiga no sólo había visto su expresión endurecida, sino cómo el lateral de su cuerpo entero tatuaba unos símbolos negros. El sello y los ojos rojos sólo se materializaron durante el clímax, y después de unos diez segundos, desaparecieron como si nunca hubieran estado allí. Simone jamás se había sentido tan sumisa como en aquel momento. Se decía que la fuerza de un sello activado se incrementaba en el portador de manera exponencial. Pero por muy mayores que se creyeran haciendo aquello, ambas estaban en crecimiento y desarrollo hormonal todavía.

Belmont la liberó del cuello. Sintió que el fulgor del orgasmo había sido aquella vez cien veces más fuerte que con cualquier otro intento. Lo achacó inmediatamente a Simone Hardin. Supo que jamás volvería a telefonear a Mia más allá de un capricho esporádico. Sentía vibrar todos los músculos del cuerpo cuando se arrastró a un lado de la cama. Estaba sudando y el corazón parecía que iba a salírsele del pecho.

—¿Estás bien? —oyó, a lo lejos. Ingrid no respondió. Sólo asintió con la cabeza y dio un profundo suspiro.

Al poco, se quedó dormida.

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