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CAPÍTULO 20. Un castigo que no olvidarás (I)

Ingrid llevaba tres semanas de viaje familiar muy lejos de Yepal, y completamente ausente de la vida de Hardin. Pronto recibieron la noticia de que la muchacha no volvería a pisar Yepal, sino que iría a Ambeth directa al internado. Sus padres lo habían atado todo para que no volviera a casa hasta Navidades. Pese a que Akane le insistió muchas noches a su marido, éste no cedió ante la petición de dejar a su hija vivir con ellos de manera diaria, porque prefería no verla. Todos tenían sus motivos para no querer verla, pero Akane no podía evitar sentirse vulnerable ante la única niña que tenía y el camino por el que se iba perdiendo. Que Ingrid tuviese actitudes psicópatas era algo que ya había quedado de manifiesto desde que era pequeña. Un psicólogo les había advertido con contundencia que el refuerzo positivo infantil no podía serle aplicado como con otros niños: la psicopatía tenía una alta carga genética, para alguien como ella jamás sería posible tener empatía emocional por otra persona. Sin embargo, los psicópatas podían tener empatía intelectual.

Y en cuanto el psicólogo explicó esto a unos preocupados padres, Akane se echó a llorar.

Su hija de seis años, con semejante diagnóstico, era capaz de tener empatía intelectual pero no emocional. Cuando viviera experiencias, con el tiempo y si estaba bien educada, podría saber cómo se siente una persona, o más bien, analizar las conductas y lo que otra persona manifestara. Sabría deducir si algo le dolía, si algo le molestaba, si algo le hacía feliz… pero jamás se vería afectada de manera emocional por conocer esta información. Su cerebro no funcionaba así. Y jamás lo haría. Cuando alguien llorara por algo que ella hiciese, no se sentiría apenada. Pero sabría perfectamente lo mal que se sentiría, a pesar de que eso no le influyera negativamente. Por ello, todas las personas a su alrededor se transformarían en instrumentos. Jamás disfrutaría emocionalmente de salidas familiares. Akane tuvo que asimilar que, tras la primera muerte que provocó a un gatito pequeño con sus pequeñas manos, no podía indicarle gentilmente que eso estaba mal y esperar de ella que no lo volviese a hacer. Lo que tenía que hacer era castigarla, y hacerle entender de manera severa que aunque ella no se sintiera mal por el daño provocado, la sociedad iría en su contra y le repercutiría negativamente.

“Hay que hacerle entender que lo malo que hace se le vendrá en su propia contra, que la sociedad o el mundo la castigará. Para que, de manera egoísta, su cerebro pueda comprender que no puede realizar esas acciones y que dicha decisión será en su beneficio propio. Los humanos decidimos no hacer acciones bien por culpa, bien por miedo al castigo. En el caso de Ingrid si esto se confirmara, la culpa nunca estará, así que es obligatorio que sienta miedo al castigo. Porque si alguien como ella no siente miedo al castigo… partiendo de que nunca sentirá remordimiento… ¿qué le impide el día de mañana, en la privacidad de su propio hogar, manipular o hacer daño a quien le rodea impunemente?

Akane y Ryota vieron, lenta y dolorosamente, cómo esas palabras cobraban vida e intensidad con el paso de los años. La niña tenía una creatividad asombrosa, buen pensamiento tridimensional, facilidad para los juegos de Lógica y agudeza mental para casi cualquier tipo de rompecabezas. Había sido sometida a exámenes regulares y gozaba de altas capacidades. Para completarla del todo, su sello se manifestó por primera vez a los catorce años, una edad precoz.

Aquella situación a lo largo del año, involucrando a Simone, había formado distintas brechas. Eric y Roman ya habían manifestado previamente su incomodad cerca de su propia hermana. Kenneth, que tenía un perfil criminal y desapegado, comprendía bastantes actitudes suyas, pero tampoco deseaba un acercamiento real con ella. A veces sentía escalofríos cuando la tenía cerca. Sabía que no estaba bien del coco.

Cuando Ingrid se fue, realmente, fue un respiro para todos.

Mansión Ellington

Comenzaba un nuevo año lectivo. Maurice Ellington había matriculado a dos de sus tres hijas nuevamente en el instituto Brimar. Hubo otra disputa entre los accionistas mayoritarios: otro año consecutivo más, la inclusión de un becado que no pertenecía a ningún clan influyente había quitado la plaza a Carmella, su hija menor. Después de una acalorada reunión con la Directiva, los humos estaban lejos de bajarse. Los Ellington habían vuelto a casa oyendo un sinfín de improperios de su padre por móvil.

—Que utilice mi plaza —dijo Paulina con cansancio—, me taladras ya la cabeza con tanto grito.

—No tenéis la misma edad —replicó, mirándola acusatoriamente—, ¿y por qué demonios…? ¿dónde ibas a estudiar tú de todos modos?

—Si sigo en ese estúpido instituto es porque tú te empeñas. Con la de imbéciles que hay, gustosa haría mi último año en casa.

—Tienes que ir preparada a la facultad.

—¿Facultad…? Há… ¿quién te dijo que haría eso?

Maurice tiró el móvil sobre la mesa, haciendo que Elina tuviera un respingo.

—¡¡Estudiarás en una maldita universidad!! Después, mejor formada, harás lo que quieras. Pero antes no.

—¿¡Te olvidas de que ya sería mayor de edad!?

—¿¡Y tú olvidas quién te sigue manteniendo!? ¿Te crees que es tan fácil ahí fuera? No, querida. Y mucho menos siendo una Ellington. Alimañas estarán encantadas de roerte la piel en cuanto te vean salir desorientada a buscarte un porvenir.

—Me basta con una autocaravana. Lo único que quiero es conocer mundo. Donde me sienta a gusto, allí es donde pararé. ¡No quiero seguir estudiando!

—Tengo malas noticias para ti. Tendrás que hacerlo.

Paulina sonrió de mala gana.

—No puedes obligarme a estudiar este año, porque al segundo mes seré mayor de edad. Hazlo con Elina, que es la única que sigue aguantando tu mierda.

Elina apretó los puños, mirando envalentonada a su hermana mayor.

—¡Ya está bien! ¡Dejad de pelear! Por favor…

—Prefiero que sigan así —masculló Carmella, sin vocalizar al tener un caramelo en la boca. Estaba jugando con su consola—. Algún día estallarán y nos dejarán en paz.

—¿Por qué no aprovechas la plaza que ha quedado vacante tras el traslado de Belmont?

—La tiene un maldito becado, llevo intentando arreglarlo todo el camin-… agh, da igual. No puedo seguir perdiendo el tiempo intentando explicároslo.

—Vas a amargarme hasta mi último año en esta casa, eso lo tengo claro —musitó Paulina, retirándose las coletas de su pelo amarillo teñido.

—¿Y qué pasará con nosotras? ¿Te vas y ya está, eso quieres…?

—A vosotras os toca aguantarle unos añitos más todavía. Y yo no le quiero cerca.

Maurice siguió con la mirada a su hija, que cerró la puerta del salón con fuerza al desaparecer. Si se hubiese sentido con fuerzas, la habría enfrentado. Pero Paulina había traspasado su paciencia tantas veces y estaba tan rebelde, que hubo un punto donde la dejó estar. No podía lidiar con todos los problemas que tenían.

Desde que murió su madre, no me da tregua. Temo que esto defina su actitud para siempre.

Miró después a Elina y Carmella. Elina era un sol en toda aquella miseria. Y Carmella, una potencial contestona como Paulina. La mayor y la pequeña se habían vuelto huracanes mientras que la mediana las miraba hacer, callada. Siempre era así.

Pronto tocará mover ficha contra los Belmont y no las siento preparadas. No sé qué será de nosotros.

Mansión Belmont

Akane había discutido con su hija nuevamente por móvil. Ingrid había descubierto el horario del internado que tan recelosamente sus padres le habían ocultado. Y ya estaba con las maletas desempacadas e instaladas en el que sería su dormitorio. El horario no le permitía realmente tener vida social más allá de las tutorías con el profesorado y encuentros concertados en bibliotecas, donde el silencio debía ser absoluto. Todas las instalaciones tenían videocámaras. Además, era una academia mixta que no permitía la matriculación de alumnos que no fueran de clanes influyentes o que fueran familiares segundos o políticos de los mismos.

Eso quemaba a Ingrid. No es que esperara tener amigos, ni sufría ansiedad al no relacionarse. Pero la proporción de mujeres era absurdamente inferior a la de los varones. No se había cruzado con ninguna por los pasillos y ya varios babosos con cara de refinados estirados le habían puesto ojitos. Fingir ser encantadora con personas por las que no sentía ninguna atracción, en un lugar donde no sentía curiosidad alguna, le iba a costar demasiado. Ni siquiera estaba segura de poder hacer tal esfuerzo sin alguna garantía. Necesitaba un propósito.

Apartamento de Hardin

Kenneth se había hartado de fantasear en su cabeza con el vínculo de su hermana. A fin de cuentas, era una esclava familiar. La primera vez que la vio, una enorme erección le apretó en los pantalones, y desde entonces incluso había dejado en paz a Hina, la alquilada, para observar en detalle a Hardin. No le gustaban las muchachas con el pelo claro porque le recordaban a su hermana o a su madre. En el caso de Simone, era aún más claro, un dorado oscuro que sin embargo brillaba como el ámbar. Tenía los ojos marrones enormes, y una cara tan dulce que sintió ganas de profanarla cuanto antes. Con Ingrid pendiente no hubiera podido hacerlo. Se traían una asquerosa relación entre las dos de la que prefería no saber nada. Pero con ella fuera de juego, las tornas cambiaban.

Esa tarde la había visto en la piscina del apartamento que tenía ahora, dándose unos largos. Y eso fue lo último que su cuerpo soportaría.

Entró sin avisar y sin preguntar. Era medianoche, así que supuso que ya estaría dentro de su camita si era una niña decente. La encontró en el salón.

—¡Dios…! —la chica dio un salto en el sofá, tocándose el pecho. Se sintió en peligro, aunque al reconocer a Kenneth Belmont, comprendió que algo más serio tenía que estar pasando—. Ah… señor… ¿Belm…?

—Nada de señor. ¿Cómo estás, Hardin? Venía a ver si te faltaba algo. Mi hermana está ya a muchos kilómetros de aquí.

Hardin tragó saliva lentamente. Era un hombre alto, bastante corpulento y plagado de tatuajes. Además, su mirada le transmitía cosas negativas. Trató de ser educada, levantándose del sofá.

—No… estoy bien, se lo agradezco. Me han traído la compra hoy… y… me he aburrido un poco, si le soy sincera.

—Es raro que te lo hagan todo otros, ¿no? —sonrió cruzándose de brazos. Avanzó hasta tenerla en frente, disfrutando al ver que la chica tuvo que elevar la cabeza para mirarle—. ¿Te puedo hacer una pregunta personal?

—Sí, claro…

—¿Es cierto eso de que te gusta mi hermana? ¿Te gustan las mujeres?

Las mejillas de la chica se colorearon de inmediato. Titubeó.

—S… sí, bueno… con… con Ingrid es así. De resto… no es que haya prestado atención a otras personas, sean hombres o mujeres.

—Eso nos da un chance, ¿no te parece?

Dejó de cruzarse de brazos y la acarició de la mejilla. La chica se puso más roja aún y bajó la mirada.

—Ah… yo…

Kenneth se inclinó bajando las manos a sus costados y, como si el peso de la muchacha no le fuera ni el de un bebé, le elevó las piernas del suelo y caminó con ella alzada. No tardó ni un segundo en plantarla de culo sobre el primer aparador que encontró, tirando varias velas al suelo. Al pegarse a su cuello y besarla sintió que la chica se resistía.

—¡Es… espere…!

—Tutéame, no seas tonta —susurró. Le separó las manos del cuerpo para tener acceso a su camiseta y levantársela. Simone bajó bruscamente los brazos, evitándolo.

—No… ¡n-nome gustas…! ¡Para, por favor!

—¿Qué…? Ya haré yo que te guste —se separó del mueble y tiró de su brazo para bajarla, con la misma brusquedad. La volteó y le bajó las bragas, pero fue a lo único que le dio tiempo. Simone giró igual de rápido la cadera para evitarle el contacto directo con sus zonas más íntimas. El hombre gruñó en su oreja y después de un forcejeo, logró meterle mano igualmente entre las piernas. Logró hacerla romper a llorar, y ni por esas se libraba de sus empujones. Trataba de cerrar las piernas a todo coste.

Menuda mierda de esclava. Esta angustias está llorando.

—¿Por qué mierda gritas tanto? ¿Olvidas para lo que estás aquí?

—No quiero… por favor, no me obligues —se subió rápido las bragas, mirándole con los ojos húmedos. Kenneth apretó los dientes y la miró con el ceño fruncido.

—Claro que no. No voy a obligarte. Qué pereza.

La soltó de mala gana, observándola de arriba abajo.

Cielos…

Por un momento, Simone ya había materializado en su mente lo peor que podía haberle ocurrido ahí mismo. La fuerza de aquel hombre no tenía comparación con la de Ingrid. Si quisiera, tenía pleno derecho para someterla. Temía que abusaran de ella en ese sentido, especialmente en el clan más influyente de Yepal, donde podía salir muy mal parada si se las daba de intocable.

—Qué inesperado. En fin. Ya que no hemos hecho nada, no se lo digas a mi hermana. Paso de tener problemas —dijo mirándola fijamente—. ¿Entendido?

—Sí… tranquilo, aquí… no ha pasado nada.

Kenneth volvió a molestar a Hina en su apartamento esa misma noche.

Horas más tarde

Debido al “asalto” por parte del hermano de Ingrid que había sufrido en su propio apartamento, Simone dejó la llave metida en la cerradura de la puerta y trató de acostarse. Le costó bastante, pero sobre las dos de la madrugada por fin lo logró.

Fue despertada a las tres a causa de un estruendo.

Era la primera noche después de tres meses que era molestada… y encima, el mismo día. Temía que Kenneth hubiera vuelto después de recordar que efectivamente era una esclava de la que podía abusar. Ingrid no había dado órdenes que excluyeran el acercamiento familiar. Y por descontado, ella debía responder obedientemente a lo que le demandara el clan. Pero una cosa no quitaba la otra. Por mucha predisposición que quisiera tener, cuando un completo desconocido se le acercara y tratara de tener sexo con ella, saltaría a la ofensiva. Porque su instinto respondía incluso antes que su propia racionalidad.

—Sácala, rápido.

Simone estaba tan muerta de sueño, que por un instante creyó que soñaba. Pero no. Alguien la destapó y la agarró del brazo, despertándola de golpe. Lanzó un grito de sorpresa pero otra mano le tapó la boca. Y más manos aparecieron, manos de las que no podía ver el cuerpo debido a la penumbra. Chilló asustada al sentir que la estaban desnudando.

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