CAPÍTULO 24. Cambio de cristalografía
Dormitorio de Belmont (internado)
Suzette solicitó té y pastas recién horneadas a la cafetería y acompañó a Belmont a su dormitorio tal y como el director le había implorado. Pero su cabeza no había parado de darle vueltas al asunto. Tenía que preguntárselo.
Cuando sirvió el té, la miró de reojo. Ingrid parecía una chica de mente ágil, lo último que hubiera pensado de ella es que era frágil o manipulable. Pero tampoco podía ignorar su edad. Dieciséis años. Era terriblemente fácil caer en relaciones abusivas y tóxicas a esa edad, edad en la que además los sentimientos de ego fluctuaban tanto, sumado a los cambios hormonales. Además, era una edad donde los jóvenes portadores del sello de su clan solían tener también otros cambios moleculares.
—Belmont… ¿le puedo…?
—¿La puedo tutear? —se le adelantó—. Aquí en privado… aunque sea.
La mujer asintió. Le acercó la taza de té caliente y deslizó el plato de galletas frente a ella. Ingrid le sonrió agradecida.
—Bueno, lo haré yo también. Esto que has contado en el despacho… es bastante grave, ¿lo sabes?
Belmont dejó de acercarse la taza a los labios y la miró.
—He hecho mal en contarlo… ¿verdad…? Van a despedirle o algo así, ¿cree que debería…?
—¡No! No no no, no, claro que no. No pretendía que te arrepintieras… es… sólo que…
¿Cómo puedo seguir esta conversación? Dios mío, qué mal está la gente de la cabeza… y pensar que yo… la rubia se perdió en sus pensamientos con culpabilidad.
—Tam… también me dijo algo de usted… de ti —aventuró Ingrid, mirándola con fijeza. Esto hizo que Suzette se tensara y la mirara más seria.
—¿De mí?
—Yo… no quiero entrometerme en las relaciones que surjan dentro del profesorado, pero…
—Belmont… ese hombre es un degenerado. Y sea lo que sea que te haya dicho, te mintió. Te lo aseguro.
Lo sabía. Sabía que tenían algo. Ingrid parecía haber tocado acertadamente otra tecla. Las personas hablan con el cuerpo y con la cara, incluso antes que con las palabras.
—Oh, bueno… lo desconozco… yo sólo puedo saber lo que él me ha dicho, nada más.
—¿Qué te dijo exactamente?
—Bueno, no parecía haber buena relación actualmente. No recuerdo sus palabras exactas. Pero se nota que le gustas. Al menos, parece que pueden gustarle varias a la vez.
Suzette sintió su carrera y su expediente temblar, al igual que seguramente temblaría la carrera de Becker. Tragó saliva disimuladamente. No sabía hasta dónde conocía Belmont, pero eso también la ponía a ella en una encrucijada violenta.
—Jamás he tenido acercamiento alguno con él… no por mi parte, más allá de la relación profesional.
—No tienes que contarme nada que no quieras… de verdad, yo… después de lo que he pasado no quiero juzgar a nadie nunca más. Me siento… sucia. ¿Y sabes…? Si dejo que se entere mi padre será horrible, sé lo que es capaz de hacer. Me caes muy bien y se nota que te gusta trabajar aquí —sonrió débilmente—, no quiero que por su enfado salga gente buena salpicada.
—Eres demasiado responsable, Belmont. Pero debes hacer lo que es correcto también contigo misma y no con los demás. Si Becker ha hecho algo indebido, debe pagar. ¿Lo comprendes…? Porque… bueno, podría hacérselo a otra niña.
—¡No soy una niña, profesora…! Pero, lo que iba diciendo… —recondujo rápido a la línea interpretativa que le interesaba. Aún le quedaba algún dato por conocer y le importaban un bledo las contestaciones racionales de Suzette en ese instante—. Eso ocurriría si mi padre se enterara. Pero hay algo que soporto todavía menos, y es que mi madre sufra. Porque mi madre me quiere muchísimo. Sé que no puedes imaginártelo, profesora… pero si tuvieras una hija y le pasase algo así… ¿de qué te verías capaz? Porque… si yo tuviera un niño o una niña y le…
—Oh, lo pagaría muy caro. De hecho, tengo una hija.
Qué lástima. Tenía esperanzas en que no tuviera ningún hijo, me hace verla manchada de alguna manera. Pensé que tendría algún sobrino… o algo así… qué mierda…
…pero…
…no necesariamente…
…no, claro. La niña podría venirme bien. Tiene que ser muy pequeña.
Puso cara de sorpresa y abrió la boca.
—¡Profesora…! ¿Usted tiene… una hija…?
—¿No habíamos quedado en no tutearnos por hoy? —rio levemente, algo nerviosa—. Am, bueno, preferiría que se quedara entre nosotras… tiene un año. Y, contestando a tu pregunta… me volvería loca. No sé lo que haría. Pero el culpable pagaría, eso lo tengo claro. Aunque me costara la vida.
Belmont casi pierde el semblante de preocupación a uno de gloria. Pudo contenerse y sonreír de manera apacible. Pero realmente le daba placer descubrir sus puntos débiles. Un hijo era algo que todos los humanos querían. Les hacía hacer tonterías, incluso exponer su propia vida. Había estudios que avalaban ese hecho. Estudios que decían que hasta los animales se exponían a sus depredadores para salvar no sólo a sus crías, sino incluso a los que serían sus sobrinos, por algo conocido como “altruismo parental”. Una magnífica idea elaborada por un dios extraño, para favorecer la supervivencia de los más jóvenes. Tenía su sentido, pero Ingrid no lograba sentir ese altruismo. Echaría a cualquier integrante de su familia menor que ella a la boca de un lobo si eso le daba un buen margen para escapar. Pero ahí lo veía, frente a ella, de nuevo. Suzette ahora tenía un brillo especial en los ojos. Belmont la tocó de la mano, y la mujer miró las manos con algo de nerviosismo.
—Belmont…
—¿Puedo… abrazarte…?
Suzette sintió su propia debilidad. Se acercó a su silla y la rodeó ella misma con los brazos.
Belmont sabía, por normas protocolarias y sociales, que si en ese momento la besaba toda la parafernalia que acababa de montar se rompería en pedacitos. Y aunque podía controlar su cuerpo, lo que no pudo controlar fueron sus lascivos pensamientos. Tenía unas intensas ganas de apretarle las enormes tetas que tenía, de meterle la lengua en la boca. De abofetearla y arrastrarla del largo y bonito pelo albino que tenía, de atarla y de cumplir con todas las actividades sexuales que había visto en vídeos y leído en historias salidas de tono. La mayor parte de ella estaba bien integrada en la sociedad. No podía hacerlo allí.
Suzette la tomó por los brazos para separarla un poco, mirándola atenta.
—Como sea, todo esto ya ha pasado. Si necesitas mi ayuda para algo, házmelo saber. Somos pocas mujeres, como habrás podido comprobar…
—Pero no deseo importunarte… me dijiste que tenías límites con los alumnos y t-…
—Mira… hasta que esto se aclare, podrás contactarme lo que quieras. Si la relación con tu familia es tan mala, ¿qué clase de monstruo sería si te dejara gestionar todo esto sola? No me molestas ni nada parecido. Simplemente que aquí hay mucha normativa sobre ser estrictos con los alumnos.
—Está bien… —dio un sorbo al té y le sonrió. Al paladearlo, sintió un sabor poco común con respecto a las infusiones que había probado antes.
—Es tila —musitó—, come algo.
Belmont obedeció y cogió una de las pastas, mordisqueándola.
—¿No echas de menos a tu bebé?
—Sí, a todas horas. Pero está bien cuidada. Y al fin y al cabo hago todo esto por ella.
—Entiendo… —tomó el resto del té a sorbos.
Y se hizo el silencio.
En el tiempo que llevaba en el internado, no recordaba haber visto a ningún bebé entrar o salir del recinto. Joyner solía ausentarse los fines de semana, otros se quedaba con sus compañeros de departamento, pero nada más.
Horas más tarde
Conversación telefónica
—¡Tienes que creerme! ¡Jamás he tocado a esa cría, le doblo la edad!
—Tienes mucha suerte, Lander. Si te denuncia, irías directamente a un calabozo. ¿Tienes idea de quiénes son sus familiares?
—¡¡¡Claro que sí!!! Por eso mismo, ¿¡me crees tan tonto!? ¿Crees que si hiciera algo de ese calibre no tomaría medidas? ¿Mandarle cartitas sugerentes? Pero por favor… no sé cómo han podido creerla sin más.
—Francamente, he visto tu letra decenas de veces. Se parecía mucho.
—Suzette… lo único que me importa a estas alturas, es que tú me creas. Me conoces mejor que nadie, hemos sido compañeros mucho tiempo.
—Sé que ella no miente. Dio a entender que habías hablado de mí.
—¿Perdón…?
—Se lo has contado, ¿verdad? También querías hundirme a mí. No entiendo por qué.
—¡¡Para el carro…!!
—Sabes perfectamente que mi reputación es indispensable para seguir trabajando aquí. Y aun así, has ido a contarle que nos conocíamos en la intimidad.
—Eso es mentira. ¡JODER!
—Esta es la última conversación que tenemos. No contactes conmigo para nada más.
—Suzette…
La mujer colgó.
Con el paso de los meses, Simone había vuelto a ver la luz al final de su túnel de amargura. La ausencia de Belmont había sido reparadora, y su total desinterés por ella también. Temía su regreso como quien teme una dolorosa visita al médico o al dentista, pero no quería vivir entristecida todo el tiempo. Y Roman no la había dejado sola ningún día. Para bien o para mal, estaba saliendo adelante. Sus cicatrices en la espalda fueron tratadas por los mejores dermatólogos de la zona, pero a pesar de que habían sanado bastante bien, tendría marcas el resto de su vida, ya que el látigo con el que la hirieron le había abierto la piel, y habían vuelto a azotarla en heridas abiertas profundizando en la carne.
Roman tardó cinco meses en comprender algo desalentador: esa chica jamás se fijaría en él… porque ni siquiera le interesaban los chicos. Cuando la confianza fue ganando más puntos y de la forma menos invasiva posible, trató de cortejarla, Simone se lo dijo claramente. A pesar de ello, no se enfurruñó ni dejó de ser su amigo y protector. Ambos tenían el mismo temor: que Ingrid saliera del internado. Cuando lo hiciera, estaría al borde de ser mayor de edad. Si había suerte, iría a otra universidad en el extranjero y sería otro respiro provisional para todos. Pero Ingrid podía hacer lo que se le viniera en gana con Hardin.
Mansión Thompson
Mia y Yara cada vez fingían menos y peor. Para la familia de las dos hermanas, no cabía duda alguna de la relación que había entre esas dos adolescentes. Pero la de Hansen no tenía ningún conocimiento. Sin embargo, las lenguas hablaban rápido. Y aunque Paulina Ellington no tuviera la más mínima intención de acercarse a esas dos, tuvo que hacerlo. Su padre la había obligado.
Picó a la puerta y, tras un cacheo por parte de los seguratas, la dejaron pasar. Mia era la única de la familia que estaba para recibirla. Paulina había interrumpido queriéndolo o no una intensiva sesión de sexo con Yara, y juntas bajaron en albornoz a atender la puerta. Yara miró de reojo a Paulina mientras alcanzaba del frutero una manzana, y la mordió despacio, disfrutando de observarla con superioridad de arriba abajo. Thompson las miró a las dos con una ceja alzada.
—¿Por qué viene Ellington a mi casa y se te queda mirando a ti? No me van los tríos.
—Ni a mí, Thompson. No te emociones —dijo molesta la rubia. Se cruzó de brazos—. He intentado buscarla, pero siempre la ven entrando a tu casa. Así que no me queda más remedio que venir.
Mia rodó los ojos y se hizo a un lado. Pero cuando Hansen vio que la dejaba pasar le chilló molesta.
—¿Pero qué haces? Es tu casa, ¡ciérrale en las narices!
—Voy a darme un baño. Si rompéis algo que no sea vuestra nariz, me aseguraré de dejaros calvas a las dos —musitó en un tono aburrido mientras subía las escaleras. Yara se volteó ceñuda a Paulina.
—No sé por qué me buscas, pero yo no quiero hablar contigo.
—Me escucharás de todos modos. ¿Podemos hablar en un sitio más privado? Sin guardias mirando.
Yara dio otro mordisco y habló con la boca llena.
—No. Estoy desnudita, ellos son los únicos que pueden protegerme en caso de que hayas venido a apuñalarme, tontita. ¿Qué quieres?
—Mi padre me manda a decirte que cedas los seis negocios del distrito este… tu familia tiene un mes. A su nombre, sin rechistar. Cuanto antes lo hagáis, menos repercusiones negativas habrá.
—¿Repercusiones para quién?
—Para vosotros, desde luego. El clan Hansen.
Yara partió a carcajadas. Se tapaba como podía la boca mientras convulsionaba divertida una y otra vez, casi al borde del llanto y de la locura. Finalmente la señaló y le lanzó la manzana sin fuerza, dejando que rebotara cerca de las zapatillas de Paulina.
—¡¡Has debido de perder totalmente la cabeza!! ¡LOS PERDEDORES NUNCA SALEN A GANAR! SIEMPRE PIERDEN, PORQUE HABÉIS COMIDO TANTA TIERRA QUE NO SABÉIS HACER OTRA COSA QUE ARRASTRAROS. ¡ARRÁSTRATE, PAULINA…! ¿De verdad crees que persiguiéndome y exigiéndome que mi padre te regale negocios vamos a hacerlo?
Paulina la miró sonriendo de medio lado en todo momento, sin caer en sus provocaciones. Cuando le dejó un instante para hablar, atacó.
—Si los Belmont hubieran querido, nos habrían aplastado de verdad. No pudieron. Son incapaces de romper cualquiera de nuestras joyas sin quemarse los deditos. ¿Acaso has olvidado lo que eso significa?
—¡Es sólo cuestión de tiempo! —gritó riéndose, abriendo las manos—. Pero así son los ciudadanos con la soga al cuello para llegar a fin de mes, ¿no…? Son de los que se acogen a… cómo era… ah, sí… “la esperanza es lo único que se pierde”. ¿¡No!? ¡¡ERES PATÉTICA!!
—Verás. Si no hubieses pasado tantas horas follando hoy, Yara… —habló mirando su móvil. Se lo guardó enseguida y se cruzó de brazos mirándola—. ¿No tienes ninguna llamada perdida?
Yara se tomó un pequeño descanso para relajar la garganta, se había reído tan fuerte que le dolía un poco. En respuesta a su pregunta, sólo se palpó divertida el fino albornoz de raso que tapaba sus intimidades.
—Lo siento, pero estaba ocupada recibiendo las mejores lamidas de mi vida… mientras tú conspirabas contra el mundo porque ya no sabes qué hacer para honrar la muerte de tu mamaíta. ¿Has terminado el discurso?
—Mira, Hansen —apretó ligeramente el tono sin darse cuenta, y por ello, se controló. Se obligó a parecer neutral, a pesar de que el tema de su madre fuera una espina doliente—. Mientras estabas aquí, alguien de tu familia ha sido asesinado. Por alguien de la mía.
—Ou… pobre cachorrita… ¿y qué más…? —puso morritos, mirándola sardónica.
—Esa muerte significa que ha habido un cambio en la cristalografía. He sentido cambios en mi cuerpo. Así que… estoy segura de que podemos ganar esta vez si estalla una guerra entre clanes. He venido aquí a enterrar el hacha, a cambio de que tu familia devuelva lo que le robó a la mía hace doce años. Hazlo, son sólo seis negocios. Tenéis siete más… repartidos por todo el globo. En nuestro clan sólo quedan dos. Así q-…
—No me interesa. Y ni siquiera te creo. Te has arriesgado mucho viniendo solita hasta aquí. Y mi familia te escupirá en la cara, pero antes lo haré yo —comenzó a alzar las manos, uniéndolas con los dedos formando una especie de triángulo. Pero antes de ejercer su ira, Paulina la previno alzando la voz y una mano.
—Te ruego que te lo replantees. Si haces eso y pierdes, se puede desatar una guerra.
—Nunca perderé contra ti, Ellington. Eres una mentira. Tu madre una enclenque humana corriente… te haré el favor de reunirte con ella —sonrió y levantó rápido las manos sobre la cabeza. Del triángulo formado surgió un haz de luz blanca. Paulina se puso rápido en guardia y sacó del interior de su chaqueta un puñal de hoja ancha, que lanzó emitiendo un grito. Ambas lo hicieron al mismo tiempo. Los haces blancos de Hansen se transformaron velozmente en láminas brillantes blancas de cuarzo, que salieron proyectadas en dirección punzante a la rubia. Pero a mitad de camino, la hoja del puñal que lanzó Ellington ardió y convirtió el objeto en una carcasa de magma que chocó contra las láminas, rompiéndolas y derritiéndolas. Una arenilla blanca cayó de sopetón en el suelo, y las puntas de la carcasa se plegaron hasta adquirir la misma forma de las láminas contra las que acababa de colisionar. En menos de una fracción de segundo, las puntas giraron y se ensartaron en el cuerpo de Yara, atravesándolo como si fuera un flan.
—¡…G..gg…!
Ni siquiera el impacto contra su cuerpo detuvieron su velocidad. Las puntas de las láminas, de un verde brillante manchado de sangre, surgían de la espalda de la morena y la mantenían ahora anclada a la pared de la casa.
—¡Traición! —gritó uno de los guardias, y tanto él como el resto tardaron sólo un segundo en abrir fuego contra la muchacha. Paulina hizo un brusco movimiento con la muñeca y la dirección de las balas cambió obedeciendo una onda verdosa. Las balas fueron agrupándose sonoramente en el techo del porche. Mia bajó alarmada y cuando vio a Yara apuñalada por tres hojas de esmeralda a su casa puso el grito en el cielo, desesperada. Vio que Paulina evadía las balas pero corría hacia algún punto del jardín. Uno de sus hombres la persiguió con el fusil en la mano, pero recibió su propia bala en la cabeza.
—¡¡No la sigáis!! ¡No la ataquéis! —imploró Thompson, asustada. Enseguida empezó a hiperventilar y corrió hacia Yara. Aquello era imposible. No podía creérselo. La chica aún vivía. Sus guardias se movilizaban para formar un perímetro seguro alrededor de las muchachas, mientras uno de ellos avisaba a la policía y otro al padre de Mia dando parte de lo ocurrido.
Pero Mia no podía despegar la mirada de las heridas de su amante. Estaba muerta de miedo, no sabía qué hacer, temblaba y encima sentía que iba a tener un ataque de ansiedad. La estaba envenenando por dentro no identificar ninguna de las palabras que salían de Yara en aquel momento.
—¡No hables, yo… por favor, no te… no sé qué hacer… Yara… tranquila! Van a venir, ¿vale? Van a venir… ¡a curarte! Y saldrás de esta…
—Ell-… sa… —trató de hacer un esfuerzo, pero una potente vomitona de sangre empezó a surgir de su boca y su cuerpo se combó hacia un lado, perdiendo fuerzas. La sangre discurría por sus piernas, había ya formado un denso charco bajo su silueta que no paraba de crecer. Mia lloriqueó tapándose la boca—. El… sel..
—Por favor, perdóname… ¡no te entiendo…! Señala, joder, ¿quieres el móvil? Ya… Yara…
Hansen tuvo una ida de ojos a punto de desmayarse, pero logró asentir. Volvió a intentar hablar y vomitó más sangre. Mia lloraba sin parar y las manos le temblaban mucho, pero consiguió darle el teléfono y abrirle un bloc de notas. Aquello era absurdo.
Todo, era absurdo.
Iba a morir y en sus adentros lo sabía. Se sentía completamente inútil y gilipollas dándole el móvil, pero la mirada de Yara estaba desesperada y no sabía cómo asistirla. Uno de sus guardias estudiaba con el ceño fruncido las hojas verdes tan brillantes que le acababan de atravesar la espalda y que continuaban allí insertadas. El organismo de Hansen no lograba debilitar la esmeralda Ellington. Era una muy mala señal. Significaba que efectivamente, la alineación de Paulina era más fuerte que la de Yara. Yara tomó el teléfono con las manos firmes, pese a su miedo y su dolor indescriptible, y tecleó, pero se sintió muy débil repentinamente. Sus dedos dejaron de responder, ella de escribir, y se le escurrió con la sangre al suelo.
—¡No! Vamos, cógelo… Yara, aguanta… inténtalo, la ambulancia vendrá enseguida…
Yara persistió con todas las fuerzas que pudo para mantenerse recta, pero sintió cómo un reguero de sangre ascendía por su garganta, y cuando tosió, soltó un auténtico borbotón que volvió a llenar el suelo.
—Cógelo… vamos, ¡cógelo! ¡CÓGELO!
—Señorita…
—¡Cállate…! CÁLLATE, CÁLLATE… ¿por qué no habéis intervenido antes? ¡¡Joder!!
—La señorita Hansen atentó repentinamente…
—¿¡¡Por qué lo has hecho!!? —la reprendió dolida, encarándola. En su infinita agonía, Yara plasmó una porfiada sonrisa.
—Sab…e-s… có… mo… soy…
La mitad de la cara de nariz para abajo estaba bañada en sangre. Era dantesco ver sus enormes y llorosos ojos, siempre tan altivos, mirarla agonizar ya sin poder gritar. Thompson sollozó impotente y soltó el móvil al suelo, acercándose a tomarla de la barbilla despacio. Sintió cómo su cabeza respondía cada vez con más peso.
—Ella… no se saldrá con la suya… te lo prometo. No sé cómo. Pero pienso hacérselo pagar con la muerte. Colaboraremos con los Belmont para vengarte.
—N-…no… t-tú… déj…
Mia tragó saliva, acariciándola y mirándole la boca. Yara lo volvió a intentar.
—…jalo estar…
Mia frunció un poco las cejas. Oía a sus espaldas, aún en la lejanía, las sirenas de la ambulancia. Apenas habrían transcurrido cuatro o cinco minutos. Yara se quedó mirándola a los ojos, hasta que su cuerpo sólo se mantuvo de pie por las láminas cortantes, y su cabeza sostenida por sus manos. Su rostro dejó de sufrir.
El guardia miró asombrado y algo nervioso la escena. Acababa de morir Yara Hansen a manos de la primogénita de los Ellington, y él fue testigo de la supremacía de la esmeralda frente al cuarzo blanco, burlando el poder de un clan superior hasta el momento. El por qué, se escapa a su entendimiento.
—¡Rápido! ¡A un lado!
Thompson se asustó ante el grito de los funcionarios y se apartó. Retiró las manos aprisa y la cabeza de Yara miró hacia abajo, volcándose de entre sus labios un último chorro fino de sangre que se estiró como un colgajo de moco. El paramédico abrió los ojos y paró en seco antes de reaccionar. Apartó el largo pelo negro de su cuello y volvió a tragar saliva. Thompson miró horrorizada, junto a los demás, que el sello blanco de la familia Hansen residía en su nuca. Se había activado con el dolor físico y permaneció allí, de un blanco brillante, hasta que falleció. Confirmó que no tenía pulso y bajó la mirada, suspirando. Se volteó al resto del grupo médico.
—Es del clan Hansen. Hay que dar parte a la familia inmediatamente y estudiar las hojas con las que ha sido apuñalada. Parece esmeralda, pero podría ser jade…
—Es esmeralda —dijo Mia, con la boca aún tapada—. Ha sido Paulina Ellington.
El médico tragó saliva y asintió.
*Aclaración: uso los nombres de las piedras por comodidad, su composición es ficticia.