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CAPÍTULO 25. Chantaje emocional

La muerte de Yara Hansen a manos de Paulina Ellington se transformó en una noticia viral. Los Belmont doblaron la seguridad en sus propiedades y negocios, por la cuenta que les traía. La cristalografía de la esmeralda que representaba a los Ellington parecía haber dado un resultado reforzado. Pero aquello era raro de ver, y más cuando generaciones de poder tan diferente les separaba. Como Yara era hija única, y muy querida, la carga emocional había acidificado todas las acciones de la familia Hansen: aquello daría pie a una guerra y como en cualquier guerra, habría aliados a un lado y otro de la reyerta. Los Belmont estaban precisamente al otro lado. Las ganancias compartidas y los tratos beneficiosos que tenían con los Hansen les forzaba a situarse a su favor… lo que se tradujo en doblar la atención y la vigilancia en las casas de cada integrante que componía la organización, incluyendo por supuesto a los hijos y a todos los menores de edad. Eso incluía a varios miembros en el caso de los Belmont. Era una familia extensa, con más de cuarenta miembros menores de dieciocho. Ingrid contaba con muchos tíos y primos.

Suzette Joyner había recibido, al igual que el resto del profesorado, una lista de nuevas obligaciones y recomendaciones en lo que restaba de curso escolar para mantener a los alumnos a salvo… de ellos mismos. Ahora que había una guerra entre clanes pesados, los jóvenes podían recibir órdenes ocultas para actuar por su cuenta, y muchos de ellos tenían sellos. Podían aprovecharse de los que no los habían manifestado y aquello se convertiría en un campo de batalla. Como era de esperar, dados los acontecimientos internos que habían ocurrido, el director le encomendó a Suzette que pusiera cien ojos sobre Ingrid Belmont. Si la niña moría a manos de algún alumno en las instalaciones, el internado no volvería a ver la luz del sol… y probablemente él tampoco. Los Belmont solicitaron vigilancia extrema y trataron de enviar dos hombres de su confianza, pero el reglamento de la academia se lo impedía: incluso dentro de una jerarquía tan pesada, todos los alumnos debían ser iguales. Si dejaban entrar vigilancia exclusiva del clan Belmont, el resto de apellidos podría hacer igual por temor a perder a sus hijos. Así que echaron mano de la empresa privada de seguridad que tenía el internado para esos escenarios.

Belmont lució indemne al recibir la noticia de la muerte de Hansen. La Dirección le informó en privado de la noticia dada la fuerte amistad que las unía. La joven asintió, fingiendo una pesadumbre que no sentía, pero nada más girarse y salir del despacho volvió a sus quehaceres con plena normalidad. La situación había cambiado a su favor esos últimos tres meses. Había tenido ocasión de estrechar lazos con Suzette, y se daba cuenta de que la ambición por poseerla no había decrecido ni un poco. La mujer la tenía por una alumna brillante y despierta, aunque no le prestaba la atención que Ingrid creía merecer. Había tenido dos acercamientos físicos después del abrazo, pero no había logrado pasar de eso. Abrazos. Y empezaba a acumular rabia por ello.

Piscinas

—¡Tiempo!

Diez estudiantes se zambulleron a la piscina de cabeza. Pronto serían las competiciones de la región y el alumnado del internado tenía buenas referencias en cuanto a deportistas. Casi siempre, todos los años, alguno de sus estudiantes lograba quedar en el podio. Después del primer fracaso el año anterior -donde no fue así-, los tiempos que se cronometraban habían disminuido y los requerimientos internos para participar eran más exigentes. Ingrid quedó segunda o tercera en casi todos los largos decisivos.

—Tiempo. Estupendo, chicas. Descansad cinco minutos y vamos por la última. Esta será decisiva… algunas os estáis jugando el tercer puesto. De lo contrario, no seréis seleccionadas para las competiciones.

El profesor se ausentó esos minutos mientras cruzaba opiniones con el resto de la mesa. Cuchicheaban acerca de los últimos resultados y quiénes, bajo su opinión, estaban más preparadas para presentarse.

Belmont había observado con atención el desempeño de sus compañeras, y en cierta vuelta, se percató del cambio en la resistencia del agua en su contra. Al principio creyó que eran imaginaciones suyas, ya que era un peso apenas notorio, y lo achacó a la fatiga de los hombros. Pero de las nueve carreras que había hecho, la resistencia había aumentado ligeramente, y concretamente en la séptima, donde estaba totalmente segura de quedar primera, la resistencia aumentó. Su instinto le sugirió buscar bajo la superficie algún sello, pero el ímpetu por ganar no le dejó presenciarlo.

—Bueno, señoritas, ¿preparadas?

—Quiero cambiar de carril —comentó Belmont, haciendo que varias chicas giraran la cabeza hacia ella—. Tengo sospechas de que alguien está intentando ganarnos con trampas.

—¿Disculpe…? Belmont, esa es una acusación muy grave.

Ingrid miró una a una a sus compañeras. Había chicas de otras aulas allí -de hecho, ninguna de las otras nueve pertenecía a su aula-. Inspiró hondo al no dar con ninguna expresión que pudiese traducir como culpable. Al devolver la vista al hombre, éste la miró más serio.

—Vuelva a su carril ahora mismo, Belmont.

Las chicas cuchichearon un poco entre ellas, pero cuando Ingrid pasó por medio, se unieron a ella cuatro o cinco. Una de ellas la miró preocupada y susurró a su lado.

—¿Has notado algo raro, Belmont…?

—Sí. Si no, no hubiera dicho nada. Pero no puedo demostrarlo.

—Es que yo también lo creo… bueno, cuando lo has dicho íbamos a saltar, pero…

—Es igual. Tampoco pasa nada por no competir.

—Pero a mí sí me preocupa… el año pasado me quedé a las puertas. Tú tienes muy buena técnica, ¿sabes?

—He estado practicando —musitó, mirándola. Le sonrió—. A ti no te he visto, pero seguro que también lo haces muy bien. Si dices que te quedaste a las puertas…

—Creo que va a pasarme de nuevo este año. Qué mala suerte… —bajó la mirada y se frotó los ojos. Ingrid se quedó mirándola algunos segundos. La analizó un instante.

—Si quieres te dejo ganar —susurró, situándose en el carril de la derecha. La chica la observó con los ojos abiertos.

—¿Qué…?

—Eres del clan Nirata. Mi familia os tiene en buena estima. Y estás en la tercera posición en la mayoría de vueltas, pero no en todas. ¿No…?

—B-bueno… yo… pero si me dejas ganar… puede haber alguien como tú en las competiciones… ¿no crees?

—No te preocupes ahora por eso. No pretendo ser… conocida en el mundo del deporte. Y soy una persona que piensa mucho en los demás. Me encanta ayudar —sonrió gentilmente—. Vamos, no te lo pienses. Sólo concéntrate en la carrera.

—¡Sí!

Se sonrieron mutuamente y prepararon posiciones junto a las otras chicas, mientras se situaban las gafas acuáticas delante de los ojos. Ingrid miró muy fugazmente a izquierda y derecha. Esperaba que alguien la hubiese escuchado… pero tenía su propia teoría. El profesor dio el grito de salida y todas se lanzaron al agua como flechas. Ingrid esta vez prestó más atención a Sally Nirata. Tenía buena técnica, era veloz y aprovechaba muy bien su corta estatura, pues era muy ligera. Ingrid iba igualmente veloz a su lado, pero cuando metió la cabeza para observar bajo el agua y bracear, sintió un tirón repentino del agua. Era fuerza controlada. Esta vez, notó cómo literalmente la fuerza del agua se agitaba en su contra y ralentizaba su avance. No estaba avanzando, y sólo fue un segundo, pero se cansó. Sally había aprovechado un despiste para agitar la mano bajo el agua, pero era difícil estar pendiente a la carrera y a sus contrincantes teniendo en cuenta la postura corporal. Así que había optado por aprovechar que Belmont estaba a su lado para tenderle una trampa. El problema, es que se había despistado y el empujón que dio con el agua había durado un segundo de reloj. Un segundo demasiado valioso.

La había pillado. Estaba segura.

¡Mierda! Me ha visto. Ha tenido que darse cuenta… o quizá no… pero de todos modos… que se joda.

Nada más llegó al final de la pared, enroscó la muñeca bruscamente, y justo cuando Belmont iba a tocar la pared también, su cuerpo se hundió bruscamente hasta el fondo de la piscina. Unas esposas formadas por aros de corriente de agua se ajustaron a sus tobillos y la atrajeron hasta el fondo de la honda piscina. El griterío no tardó en formarse.

—¡QUÉ NARICES…! QUIEN LO ESTÉ HACIENDO, QUE SE DETENGA. ¡¡ES UNA ORDEN!!

El socorrista de la mesa de debate se levantó de un bote y saltó al agua alarmado en busca de Ingrid. El profesor observaba angustiado la expresión y las manos de cada alumna, así como los alrededores en busca del foco de poder. La magia estaba prohibida en el centro y alguien estaba jugándose la matrícula.

—QUE PARE. SI PARA AHORA, ESA PERSONA NO SERÁ EXPULSADA. DE LO CONTRARIO… ¡SE ANULARÁ A TODAS LAS PARTICIPANTES!

Algunas alumnas levantaron las manos con cara de susto e indefensión, incluso Sally las levantó. El profesor empezó a sudar frío y se retiró la camiseta. Pulsó el botón de la pared de emergencias y se lanzó al agua al ver que su compañero no regresaba.

Belmont se ahogaba. Estaba cansada por los largos, y cada segundo que pasaba sin llenarse de oxígeno le empezaba a doler. La fuerza de las anillas en sus tobillos no mermaba en absoluto. La persona que ejercía el poder en su contra no parecía tenerlo bien controlado… eso pensó. Aunque también podía ser que sólo quiere hacerme daño. Cuando pasaron quince segundos y el socorrista no lograba arrastrarla a la superficie por muy fuerte que tirara, sintió que las anillas se condensaban y la aplastaban. Agitó más nerviosa las piernas, y uno de los tirones del hombre logró dislocarle el tobillo. El dolor la hizo cambiar la expresión del rostro, y los profesores vieron cómo varias burbujas de aire salían de su boca.

Sally trataba de mantener la calma desde la superficie, junto a sus compañeras. No podía hacer ahora ningún movimiento sospechoso con las manos. Y la treta ya estaba hecha. El ciclo del agua que había configurado ya no cambiaría a menos que diera la orden corporal. Ingrid llevaba treinta segundos bajo el agua y los hombres que habían ido a socorrerla no lograban sacarla. De pronto, sintió en las venas del brazo izquierdo una presión dolorosa. Cerró el puño con fuerza y los ojos, gimiendo sin poder evitarlo. Una de sus compañeras la escuchó y bajó la mirada a su mano: eso la cagó de miedo.

Mierda, me está mirando… pero por qué… ¿por qué me duele ahora…? Dios…

—Nirata… tu… tu brazo…

—¿Uh…? —la chica bajó la mirada a su brazo y casi pierde el resuello. Las venas de su brazo sobresalían de la piel como si fueran a reventar. Dolían muchísimo. Y se tornaban azules—. ¿¿¿Qué demonios…??? ¡Maestro, MAESTRO…!

El tercer profesor que quedaba fuera del agua la miró alarmado. Los protocolos de seguridad no eran lo suficientemente buenos. Era muy difícil controlar a alumnos cuyos linajes tenían tanto poder. Alguien estaba atacando a Nirata también.

—¡¡BASTA…!! QUIEN SEA… QUE P-…

¡¡BAM…!!

—¡AH…!

Los gritos inundaron de repente las instalaciones, cuando el brazo de Nirata reventó en mil cristales azules. La chica empezó a gritar muerta de dolor, retorciéndose en el suelo, y las chicas, asustadas, buscaron sitio donde esconderse. Algunas estaban llorando. Sally empezó a convulsionar.

En ese instante, los servicios de emergencia entraron y se dispersaron rápidamente. Tenían un protocolo para casos así, pero era complicado traducir la situación actual.

—La prioridad es Ingrid Belmont. El resto de apellidos, ya sabes el orden.

El resto asintió y cuatro de ellos se lanzaron al agua.

Ingrid aún no había perdido la consciencia. Su metabolismo superior había activado el estatus de supervivencia, pero su organismo era demasiado joven todavía, no tenía afinadas sus destrezas mágicas, y la única fuerza que le salía hacer, era matar de forma dolorosa a Nirata. Tenía las manos alargadas hacia la superficie, y cerró un puño bruscamente, retorciéndolo para dibujar la forma del ataque. Una onda se transmitió hasta la superficie, se escupió fuera del agua en forma de cristal, y chocó contra el cuerpo de Sally. La chica empezó a lloriquear asustada y abrió ambas manos de repente, cediendo fuerza. Entonces Ingrid sintió que las esposas cedían también, y supo que la estaba debilitando. Los hombres que se acababan de lanzar al agua se dieron cuenta de que estaba usando su poder. Se intercambiaron entre ellos una señal bajo el agua. Ingrid usó el brazo izquierdo para apartar al que tenía en frente, ya que necesitaba ver a su objetivo para dirigir la magia, pero erró en su pensamiento y la línea de poder que iba dirigida para Nirata atravesó el cráneo del policía de manera tan limpia, que tardó en salir sangre. Belmont abrió los ojos impactada. Bajó las manos, pero el resto de hombres ignoraron el cadáver y tiraron de ella de nuevo, arrancándola de las esposas de agua.

Al salir a la superficie, notó lo agotada que estaba realmente. Tosió y escupió agua bruscamente. Dirigió la mirada acusatoriamente hacia Nirata, pero no pudo hacer ni decir nada. Lo que había sido el cuerpo de la muchacha en algún momento, se había transformado en una papilla grumosa de carne y sangre, infestada de cristales de zafiro que brillaban y se movían por el puré cárnico. Parecían parásitos alimentándose de sus restos. Ingrid sintió, mientras vomitaba el resto del agua tragada, que los cristales desprendidos de su magia se retiraban de Sally para arrastrarse por el suelo, hasta conectarse en sus pies. Muchos de ellos se aguaron en un líquido azul muy brillante alrededor de su tobillo, y quedaron situados en el hueso que le dolía, latiendo como materia viva. Ingrid emitió un grito de dolor, retorciéndose.

—Aguante… aguante… maldita sea —se quejó el maestro, saliendo rápido de la piscina para asistir a Belmont. Por Nirata nada podía hacerse. La chica había muerto y el zafiro se había comido literalmente la esencia de la cornalina perteneciente al clan Nirata. Una de las chicas que lo había presenciado todo comenzó a vomitar. El resto, simplemente temblaba o prefería no mirar a Belmont a los ojos.

—Está a salvo… Belmont y el resto de alumnas. Ha fallecido Sally, del clan Nirata —terció uno de los policías, mirando preocupado la carne esparcida de la adolescente muerta. Ingrid miraba al policía expectante, muy atenta a lo que transmitía en su pinganillo—. No… ha sido… ha sido una muerte provocada por otra de las alumnas. En defensa propia. La fallecida actuaba al parecer en su contra.

Belmont tragó saliva y miró lo que quedaba de la chica. Era cierto que la había atacado con la rabia que a veces la consumía, pero nunca pensó que esas eran las consecuencias. De pronto, la intensidad de lo acontecido empezó a acelerarle más todavía la respiración, y un inconfundible placer le enrojeció las mejillas. Se había sentido así otras veces, cuando tenía sexo. Y sintió cómo su sello se dibujaba en todo su lateral izquierdo. La mano, el brazo, el cuello y hasta la sien. Suspiró entrecortadamente y trató de apoyarse para levantar, pero parte del zafiro que le rodeaba el traumatismo se partió y sintió como si toda la regeneración que el cristal luchaba por regenerar se perdía en un segundo. El dolor la hizo borrar el sello de la piel enseguida.

Los cuchicheos no tardaron en resonar, a lo lejos, entre el profesorado y las chicas.

—Que la lleven a la enfermería, urgentemente… hay que llamar al director e informar de todo esto.

—Yo… ¡yo no quería hacerle daño! ¡Pretendía matarme, controlaba el agua! —chilló con un tono claramente enfadado, y uno de los policías tragó saliva al verla. Belmont tenía los iris rojos como la lava.

—Sí… tranquila, señorita Belmont… lo sabemos.

—B… bien —dijo ceñuda, calmándose. Notaba a la legua el temor del hombre, era como si sus poros pudieran respirar su esencia en aquellos segundos tan intensos. Eso volvió a hacerle sentir placer.

Enfermería

A pesar de que creyó que seguirían colmándola de atenciones y preguntas estúpidas, después de la primera hora nadie entró a la sala. No tenía el móvil, ni televisión, ni un libro. Nada. De vez en cuando se destapaba la pierna y observaba los movimientos que ejercía el mineral. Era raro de observar y llevaba una década sin ver algo parecido. Eric, con su edad, una vez soldó un hueso de esa misma forma que ahora lo soldaba ella. Pero la magia siempre era diferente de un usuario a otro, impredecible, y totalmente imposible de controlar al cien por cien. Al menos eso era lo que se escuchaba. Igualmente, sentía la reparación de su tobillo con mucho dolor y estaba impacientándose.

Alrededor de una hora más tarde, la puerta se abrió.

—¿Belmont? ¿Puedo pasar?

—Director… —asintió, acomodándose sobre las almohadas—, después de las pruebas, ningún doctor ha entrado a decirme nada.

—Tu tobillo ha mejorado con el tapiz móvil que ha generado… bueno, el mineral. Cambia de cristalografía a cada segundo, en pos de tus necesidades fisiológicas. Han considerado dejar que tu tobillo cure con tu propio poder de regeneración. Si sientes mucho dolor, te traerán medicación.

—La verdad es que sí… es como tener una escayola presionando sobre algo roto. Es doloroso —murmuró, mirándose el pie. Suspiró—. Oiga… ¿podría…?

—Su madre desea hablar con usted por teléfono y venir a verla. Está esperando ahora mismo en la línea tres del teléfono —señaló el teléfono que había en la mesita auxiliar. Ingrid sintió un extremo aburrimiento al imaginar la preocupación y los regaños de su madre al respecto.

—Ahora hablaré con ella. Pero, director… quería dejar constancia de que yo no quería hac…

—Belmont… es obvio que no saldrá escaldada por esto —dijo el hombre, con el tono bien marcado—. Está protegida legalmente ante cualquier acusación, hubo testigos y el peritaje no miente. CRISU ha determinado que Nirata controlaba el agua. No estés preocupada, ¿de acuerdo?

Bueno, una cosa menos. Así que el mismísimo Centro Regional de los sellos ha estado investigando la piscina… qué interesante.

—Aquí no tengo entretenimiento alguno.

—Sí, venía también a eso —el hombre sacó del bolsillo las direcciones de email y de móvil de todos los profesores que le daban clase. La sonrisa de Belmont mermó un poco al tomar el papel—. Consideramos que estará más cómoda en su habitación. Pronto la trasladarán y estará bien atendida, a menos que prefiera volver a casa y estudiar desde allí. Comprendemos que la situación le haya podido caus…

Ingrid dejó de prestarle atención. El móvil de Suzette Joyner estaba ahí escrito. Su espíritu sintió éxtasis, al imaginar que ahora tenía más facilidades para hacerla ir a su dormitorio y hacerse la desvalida. No entraba ahora en sus planes tener prisa por volver a casa.

¿Cuántas cosas puedo averiguar de ella teniendo su correo y su móvil personal?

—Me quedaré en el internado, director. Y… sí, la verdad es que me gustaría instalarme en mi cuarto cuanto antes, estoy perdiendo el tiempo aquí. Allí tengo el portátil y todos mis apuntes…

—Le harán el último chequeo y la llevarán arriba de inmediato.

Asintió y se despidió cordialmente. Ingrid se guardó el papel y echó un vistazo al teléfono de la enfermería. El número tres tenía una pequeña luz roja que tintineaba, a la espera de ser atendida. Descolgó y se acomodó sobre las almohadas lentamente.

—Hola.

—¡Mi niña…! Ingrid, ¿estás bien…? ¡Pienso ir ahora mismo y…!

—No es necesario. Estoy perfectamente.

—Cielo… me han dicho que tus poderes han reventado el cuerpo de Sally Nirata. ¿Es… es cierto…?

—Ah… —sonrió. Nadie podía verla—. Sí, es cierto. Tenía hasta los huesos triturados.

—Ingrid, es muy importante que estés atenta a todo hasta que vayamos por ti. Tu padre dice que estarás bien socorrida, pero no me fio de lo que pueda pasar. Cometimos un error llevándote allí, yo…

—No es momento ahora de lamentaciones. No voy a volver a casa hasta que termine el curso, mamá. Respeta mi decisión. Tú fuiste la que insistió en traerme a este túnel de hámsters, si te echas para atrás, mal ejemplo me estás dando.

—Pero Ingrid, esto…

—Que os vaya bien. No llames más. Y no vengas —colgó con fuerza.

Cuatro horas más tarde

Lejos de amainar el dolor, al llegar al cuarto y tratar de dormir, nuevos pinzamientos la arrancaron del sueño. Ingrid cogió rápido su móvil, el cual le habían facilitado hasta que la situación calmara y se mejorara. Ni corta ni perezosa y aprovechándose de su estatus de desvalida, solicitó a Suzette por móvil, alegándole pues no quería hacer venir a ninguno de los profesores ni guardias a su dormitorio.

Suzette ni siquiera lo dudó.

El dolor del tobillo se hacía insoportable a ratos. Y ya no podía tomar más medicinas. El médico le explicó que la regeneración de huesos en humanos corrientes era mucho más lenta, pero todos esos procesos estaban acelerados en clanes poderosos… a pesar de que eso no quitaba el dolor de dichos procesos. Se destapó de nuevo la pierna, iracunda e impotente, pero el único cambio que había es que los cristales se ceñían en medio del cilindro azul formado, como si le estrangularan en esa área. Sentía cómo el dolor cambiaba de localización, centímetro a centímetro, estaba recolocándole huesos y tendones, y formando cartílago a velocidad rápida. Se tocó la frente suspirando y gimió un poco.

Mierda… duele demasiado…

En cierto punto, harta de aguantarlo, su cuerpo se debilitó un poco y segregó alguna que otra lágrima, por contener el dolor.

Esto debería ser mucho más rápido…

“Tu cuerpo está haciendo el trabajo de meses en cuestión de una semana. Proponemos desde el equipo médico que no apoyes el pie ni un poco, porque los cristales son muy sensibles ahora al movimiento.”

Una semana. Parecía poco, pero este dolor una semana… maldición.

Trató de evadirse. El dolor no la dejaba pensar bien. Retomó el teléfono y miró la hora: las dos de la madrugada. Escribió de nuevo a Suzette.

Conversación de Watup

I: Oiga, profesora… está despierta?

Sin respuesta.

Ingrid está realizando una llamada…

Después de varios tonos, Suzette descolgó, y justo en ese momento Ingrid le colgó.

I: Perdón! Perdón, ha sido sin querer…!

S: Descuida… va todo bien? Necesitas algo? Es muy tarde

N: Podría venir? Tiene hielo al alcance…?

S: Lo buscaré en la cocina y te lo llevo. No te muevas.

Ingrid sonrió maliciosamente. Eso bastaría.

Quince minutos más tarde

La puerta sonó e Ingrid desactivó la cerradura con un mando a distancia que le habían dado. Suzette entró sin hacer ruido y traía no sólo una compresa de hielo y una bolsa con hielos, sino otra bolsa llena de chucherías. Sonrió alzándole la bolsa.

—Te tienen muy consentida… se nos dijo que podíamos darte lo que pidieras. ¿Sabes cuántas calorías hay aquí dentro?

—Siento mucho haber molestado… soy una impertinente… —dijo bajando la mirada. No le costó esta vez derramar una lágrima delante de ella, las había estado reteniendo planificadamente, aprovechando el dolor físico que sentía. Suzette se puso seria y se arrodilló al lado de la cama, mirándola desde abajo.

—A ver… deja que vea ese pie. Quizá tendríamos que avisar igualmente al médico.

Ingrid negó con la cabeza.

—No… creo que si rompen el cristal me moriré del dolor, en serio… no he hecho más que… molestar hoy… y encima he matado a una compañera.

Suzette parpadeó de repente, cortando toda expresión. Ingrid captó en ella el reflejo de la ignorancia.

—¿Matado… por qué matado…?

No se lo han dicho.

—Pensé que a estas alturas ya lo sabría todo el profesorado… mis compañeras también lo vieron…

—No. Se nos dijo que hubo cruce de magias, nada más. No se especificó… nada más —dejó la bolsa sobre la cama.

—Bueno… una intentó matarme. Y yo… pensé con la rabia y descargué una trayectoria mágica. Hacía ella. Pero no sabía que sería tan potente… de verdad…

—Tranquila, cariño —le puso la mano en una rodilla—, ¿puedo ver ese tobillo?

Le limpió la lágrima con el dedo, y Ingrid sintió de inmediato que el corazón le latía más desbocado. Sus ojos fueron a parar a la sensual boca, rosada y sin maquillar, de su profesora. Estaba preciosa sin maquillar, tanto o más que maquillada. No parecía mayor de veintidós o veintitrés años. Luchó por desviar la mirada hacia su propia pierna y la destapó. Suzette miró embobada los cristales brillantes, lisos, que formaban parte de su tibia y tobillo. Era como si la piel humana estuviera latiendo y alimentándose del zafiro, algunas venas azules conectaban aquel parche de alineación perfecta. Era tan elegante, que Joyner sintió un sano deje de envidia.

—Qué escayola más preciosa —sonrió, tratando de animarla. A pesar de todo, el pie de Ingrid estaba algo enrojecido. Joyner colocó la compresa encima del tapiz y la ajustó con la palma de la mano. Ingrid cerró los ojos un par de segundos, disfrutando de la sensación. Lo cierto es que, a pesar de haber sido una excusa para hacerla venir, aquello le vino genial.

—Muchas gracias… es usted… mi mejor amiga aquí. La única que tendré a este paso.

—Eso hacen las buenas amigas, ¿no…? —murmuró sonriente, mirándola—. Tú haciéndome sentir bien, y yo fingiendo que no me doy cuenta de que intentas ligar conmigo. ¿No?

—Q… ¿qué…?

Ingrid se ruborizó, por más que no quisiera. La pilló demasiado desprevenida. Suzette tenía de repente más fuerza en la mirada, pero le sonreía muy tranquila.

—Bueno… llevo un tiempo dándome cuenta. Al principio pensé que tenías una especie de trauma… por no tener apenas relación con tus padres ni con tus hermanos.

—…

—Pero no es difícil para una mujer como yo darse cuenta de cuándo un alumno le tira los trastos, Ingrid. ¿Piensas negármelo…?

Belmont entreabrió los labios. Pero bajó la mirada, cerrándolos enseguida.

—Lo siento. Es cierto. Usted me gusta mucho… aparte del gran respeto que le tengo como docente.

No sé reconocer en su tono si me contesta con ironía o… si le da igual. Ha sido directa.

Suzette negó lentamente con la cabeza.

—Tienes que entender que eres muy joven, menor de edad. Y que nuestros mundos son distintos, Belmont. Quítate cualquier idea que tengas en la cabeza que no sea aprender lengua y literatura, ¿de acuerdo…? —se fue poniendo en pie. Pero Ingrid la frenó al tomarla de la mano.

—Por favor… espere.

—¿Sí? —arqueó una ceja, intentando mantenerse firme.

—Sólo… un beso.

—¿Qué…? No, Ingrid. ¿Acabas de escuchar lo que…?

—Es… sólo un beso… —apretó su mano, y la miró suplicante—. Por favor, me siento muy sola. Tú me gustas mucho.

—Sabes tan bien como yo que está completamente fuera de lugar y que tendría consecuencias negativas para ambas.

—No pienso decírselo a nadie… por favor… —la instó a bajar de nuevo, y Suzette frunció el ceño. Suspiró hondo.

—¿Sólo un beso? ¿Y qué conseguirás con eso?

—Nada… sólo sentirme un poco mejor —trató de sonreírle—, por supuesto… que no te… no te molestaré.

Suzette bajó el mentón, suspirando de nuevo. Al mirarla, sintió un poco de lástima.

—No quiero lidiar con una alumna enamorada.

¿Enamorada? No me hagas reír… pensó Belmont.

—No molestaré… de verdad… sólo un beso.

Suzette cerró los ojos un par de segundos y decidió complacerla.

—Bien —la señaló aún desde arriba, levantando las cejas—, no tendrás ningún tipo de trato de favor en mis clases. Espero que lo sepas.

Ingrid negó rápido. El corazón se le iba a salir del pecho. Se le olvidó el dolor que sentía. Suzette se estaba volviendo a acuclillar a su altura, y se acercaba a su rostro. No perdió el tiempo. Juntó su boca con la de ella y cerró los ojos, sintiéndola por completo. Suzette pretendió darle un beso rápido, fugaz y casto, pero en cuanto la chica contactó con su boca, la mordió suavemente y la atrajo con las manos, volviendo a moldear los labios con los suyos. Eran movimientos lentos y cálidos. Por un momento la aturdió y bastante. Sintió todo el peso de la culpabilidad y de las consecuencias tropezando en su currículum laboral, mientras Belmont suspiraba inquieta y le metía la lengua en la boca, reclamando la suya. En ese momento la tomó de ambas muñecas y echó la cara hacia atrás, mirándola entre suspiros.

—Ya está bien…

Contempló la expresión de ira de Ingrid, que musitó un “no” con los labios antes de volver a besarla. Suzette sintió que se ponía cachonda sin poderlo evitar, pero la situación era surrealista. Se estaba besando con una de sus alumnas, una alumna que podía joder su existencia si quería… hija de magnates. Su riqueza ni siquiera era comparable a lo que eran los Belmont. Pero ahí estaba, suspirando muy nerviosa.

Está caliente, no… está… ardiendo… notaba su piel como si estuviera afiebrada. Ingrid cada vez sonaba más contenida, con la respiración agitada, y de pronto sintió que le agarraba con mucha fuerza uno de sus senos, apretándolo con la mano. Aquello fue su límite.

—Para. Ingrid, basta ya —dijo más contundente, agarrándola de la muñeca. Ingrid respiraba cansada en su boca, sedienta, y luchó para mirarla a los ojos.

Esta cría parece incapaz de lidiar con sus propias hormonas. Está desatada. ¿Por qué arde tanto…?

—¿Puedo verlas…? —le preguntó, observándola con las mejillas completamente enrojecidas. Suzette no pudo evitar reírse.

—No. Tienes que dormir. Oye, creo que quizá la manifestación de tu sello te esté jugando una mala pasada… no quiero aprovecharme de ti, ¿de acuerdo?

—No es así.

Suzette tragó saliva y miró a otro lado, negando con la cabeza.

—Bueno, es igual. Ya nos hemos besado. Ahora cumple con tu parte.

—Te has apartado muy deprisa —dijo, con un deje rencoroso. Suzette alzó una ceja mirándola. Ingrid controló el tono—. Déjame… un poco más. Prometo que no diré nada a nadie.

—Es que eso no es lo que me está preocupando. Ingrid… por muy sola que te sientas… deberías fijarte en personas de tu edad, ¿de acuerdo? Como te digo, esto puede acarrear consecuencias graves.

—¿Qué consecuencias? ¿Eh? ¡No hay ninguna! Tú no dirás nada. Y yo, menos —la agarró con más fuerza de la ropa, y provocó que la mujer se tensara y forcejearan. Pero Ingrid no la soltó, así que en uno de los agarrones Suzette la tiró sin querer al suelo. El impacto hizo que varios cristales salieran despedidos de su pie, y la castaña la soltó, arrastrando un gemido lo más contenido que pudo. No quería despertar a nadie, pero aquello triplicó su dolor. Suzette se agitó sintiéndose culpable.

—Dios mío… deja que llame al médico de guardia —dijo entre suspiros, cogiendo su móvil. Ingrid le apartó la mano, mirándola casi sudando.

—No… da igual… da igual… sólo… ayúdame a subir a la cama… y vete.

Suzette la miró más apenada y se maldijo. Lo último que quería era provocarle daño alguno. Lograron al final su cometido y la menor se acomodó sobre la cama. Pero cuando la profesora quiso recuperar la distancia, Ingrid se le volcó encima, volvió a besarla tomándola por la nuca.

—¡…!

También le bajó abruptamente las tiras de su fina camiseta y expuso sus pechos, los cuales apretó con auténticas ganas. Suzette soltó un suspiro entrecortado, fruto de la sorpresa y el gusto. La agarró de nuevo de las muñecas para frenarla, pero resultaba increíble. Ingrid no la soltaba. En cierto punto, dejó de besarla sólo para mirarla, y ciñó más los dedos en sus tetas, apretándolas con más fuerza. Suzette gimió adolorida en un susurro y abrió los ojos para mirarla.

—Para… haces daño.

Dios, no sé qué hacer… esa expresión de dolor… me pone demasiado. ¿Cómo puedo hacer para que…?

—¡Para, he dicho! —le quitó bruscamente las manos de su cuerpo. Ingrid se resistió a su deseo y no forcejeó más. Suzette respiró agobiada. Se dio cuenta de lo calientes que estaban las muñecas que rodeaba con las manos.

Es ella… está ardiendo…

La soltó y se subió rápido la ropa. Después se cerró el albornoz por delante de la camiseta y se puso en pie.

—¿Qué pretendías cuando me llamaste aquí? ¿Creías que íbamos a tener sexo?

Ingrid aún calmaba sus respiraciones. Se peinó el pelo con las manos y suspiró, sin mirarla.

—Me gustas. Eso es todo. Desde la primera vez que te vi, sentí que ibas a gustarme más y más.

—¿Tienes idea de cuántas normas acabamos de incumplir? —frunció el ceño, mirándola seriamente. Pero ella misma notaba su corazón palpitando con fuerza. El semblante de Belmont cambiaba a uno sin expresión poco a poco. Se quedó mirando aburrida una de las paredes.

—¿Qué más da? Ya las hemos incumplido. Si se enteraran… date por despedida.

—¿¡Estás amenazándome!?

—A mí no me expulsarían, en todo caso. A ti sí.

—Entonces es eso. Querías algo con lo que chantajearme.

—Te equivocas. Es una buena idea, ¿eh? —murmuró con una pequeña sonrisa, que borró rápido—. Suelo ser más metódica. Pero me pones mucho, y ya no quiero seguir fingiendo. Es agotador.

Suzette negaba lentamente con la cabeza según la escuchaba. La fue recorriendo con la mirada y dio un nuevo suspiro.

—¿El qué es agotador? —preguntó.

—Fingir. Sólo hay una persona con la que no finjo. Y es contigo, en este momento —zanjó rápido, moviendo los labios al acabar en una especie de mohín. Aún sin mirarla. Arqueó las cejas—. Pero tú vas a ignorarme, porque claro… soy menor… soy tu alumna… y todas esas… restricciones que hay fuera de este dormitorio.

El aura de Suzette capturaba algo subrepticio en sus palabras. O quizá no, y era sólo su imaginación. Pero Ingrid volvió a abrir la boca y a hablar con esa inexpresividad latente.

—Voy a llegar a mi casa en unos meses y me espera otra laaaaarga temporada de caras largas y preocupación falsa. Por mí, podría partirles un rayo a todos ellos y por lo menos me quitarían la carga de tener que fingir que me importan.

—Eres un encanto de niña, ¿verdad? —preguntó con sarcasmo, arrodillándose poco a poco a su lado. Pero Ingrid no reaccionó gran cosa, sólo se quedó mirando al mismo punto.

—No se lo diré a nadie. Ni al director, ni a tu marido. Nadie se enterará. Acuéstate conmigo —dijo, casi como si se lo exigiera.

—Tienes que aprender muchas cosas. Para empezar, eso de fingir que la otra persona te importa sólo porque quieras…

—Así funciona. En todos los malditos lados.

—No. Tú eres lo suficientemente rica para permitirte conseguir sexo con facilidad.

—Por quién coño me tomas —la cortó, suspirando en una sonrisa irónica—. No me vale cualquier puta de la calle.

—No hables así.

¿A quién coño he estado conociendo estos meses? Parece otra persona… es casi tétrica.

—Funciona como te he dicho. Tienes que fingir que alguien te importa, y que estás interesada en lo que le rodea, para controlarles y que te abran las piernas.

Mierda. ¡No le importa nadie en absoluto!

Suzette Joyner estaba al tanto de algunas personalidades así. Pero era pronto para juzgar o ponerle nombre. Sin embargo…

—Como te decía… aunque no te importe y te dé igual lo que sientan los demás, no puedes dañarles. Porque esas personas se creen la cara que les muestras.

—Es la idea.

—Te entiendo, pero ese dolor algún día puede traerte problemas.

Ingrid hinchó las mejillas y bufó, como si llevara tres horas oyendo un discurso de parte de su madre.

—Es imposible explicárselo a alguien y que me entienda. Tampoco me interesaba hablar de mí en primer lugar.

—¿Sientes algo al contármelo?

Rodó los ojos. Otra maldita pregunta. Era como la psicóloga que la había tratado con siete años.

—Que pierdo el tiempo —murmuró, sonriente. Ahora sí ladeó la cabeza hacia ella—. Lo único en lo que pienso es en que podría estar ahora encima de ti, haciéndote usar la boca para otra cosa que no sea hablar, y hablar, y hablar…

Joyner resopló apartando la mirada de ella.

—De algún modo, también sería aprovecharme de ti. Eres joven para entenderlo.

—Hay otro modo… de obligarte.

Hubo un silencio. Suzette la estudió con la mirada unos segundos.

—No puedes obligarme. En tu analítico mecanismo de comportamiento olvidas que las personas no siempre ceden al chantaje.

—Si no están bien estudiadas no. Pero tú tenías una hija, ¿no?

La albina entreabrió los labios, sintió un escalofrío. Pero luchó por no manifestarlo.

—Es un nivel al que no quiero llegar —continuó la de pelo corto—; porque creo que no es necesario. Para un perfil como el tuyo, que siempre está demostrando lo bien que le va en la vida en las redes sociales y lo feliz que es, apostaría a que eres más básica de lo que intentas proyectar. Una hija… sí —se volteó hacia ella, y su expresión sonriente se le hizo ahora demoníaca—, si desaparece, harías lo que se te pidiese, ¿¡me equivoco!?

Suzette le respondió velozmente con una bofetada que pilló por sorpresa a Belmont. Suspiró impresionada al sentir el picor en la piel. Y lentamente, según encauzaba de nuevo la mirada en ella y sus mechones se resituaban, sonrió. La expresión de Suzette era de temor ahora, por mucho que tratara de disimularla. Pero también de rabia. Señaló a su alumna con el dedo.

—Está bien. Si esa es la clase de amenaza con la que quieres entrar, haré lo que me pidas.

Ingrid se quedó mirándola de hito en hito. Le costaba creerse la facilidad con la que había resultado. ¿Habla en serio? Cederá…

—Acuéstate a mi lado. No puedo moverme bien —rápidamente retiró las dos bolsas que había traído y abrió del todo las sábanas. Suzette parpadeó pensando a mucha velocidad. Aquella era, sin duda alguna, esa experiencia que marcaba un antes y un después en la vida de uno. Tener sexo con esa estudiante, la cual ahora tenía por psicópata y encima vinculada a una organización criminal, sería el fin de su carrera y si no hacía bien las cosas, de su vida. Algo se lo decía. Tenía que jugar bien sus cartas. Si le gustaba a esa chiquilla era por motivos sexuales, ni más ni menos. Era por lo atractiva que le era. Aunque la viera como un instrumento, no le importó. Nada más regresara de vuelta a su habitación, extremaría medidas en su casa sólo por si acaso.

—Túmbate, vamos —repitió más solemne—. No me hag-…

—Sh… —presionó sus labios con el dedo y la hizo callar, entonces se miraron fijamente—. Funciono mejor en la cama sin nadie que me dirija. Tengo más experiencia que tú, así que cállate. O te aseguro que no te haré disfrutar nada.

Ingrid guardó silencio, siguiéndola más embelesada con la mirada. Se puso caliente. Separó muy lentamente los labios y extrajo la punta de la lengua, humedeciendo la yema de su dedo.

Bien… voy a intentar complacerla sólo un poco… dios mío. Espero que esto no me salga caro. ¿Hasta dónde debería llegar?

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