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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 27. Noche de caza

Una hora más tarde

Tumbó a la chica de una patada en el trasero. Llevaba ya rato sollozando y sus rodillas estaban sangrando por el arrastre.

No logro entenderlo, pensaba irritada, ¡soy yo su dueña! ¡Tendría que salirme con la mía… EL CIEN POR CIEN DE LAS VECES!

Pateó a su víctima con más fuerza. Esa vez la chica no osó levantarse. Se quedó echada sobre la tierra, temblando. Ingrid suspiró largamente y prestó más atención a la esclava que lloriqueaba frente a ella. Sus guardaespaldas habían observado indemnes cómo la maltrataba. La mujer, de no más de veinte años, llevaba media hora recibiendo una golpiza a puño limpio de la menor. Después de agrietarle el rostro, se limitó a patearla cada vez que trataba de levantarse. En esa ocasión, después de sollozar con más fuerza al dañarse las rodillas, Ingrid pareció estimularse un poco. Dejó la imagen de Hardin a un lado y en su lugar, inmortalizó esos ojos tristes e indefensos que la miraban con terror.

—Tú eras una de las amantes de mi tío. En casa se conoce tu rostro —murmuró burlona—, Charity, ¿no? Es un nombre muy religioso.

Tomó impulso en dirección a su rostro, pero frenó el empeine a centímetros de su mandíbula. Charity cerró los ojos asustada y rompió en un llanto nuevo al no sentir el impacto. Respiraba con tanta velocidad que parecía sufrir un ataque de ansiedad. Lentamente, Ingrid volvió a ponerse recta y cruzó los brazos, mirándola con fijeza. La estudió de arriba abajo por tanto tiempo, que Charity acabó temblando de nuevo.

Su mirada es diabólica. Espero no saber de esta familia nunca más…

—No sé qué vio en ti. Eres del montón. Supongo que harás muy bien tu trabajo. Bien, atadla a los postes.

—Oiga… ¡por favor…! Yo n-…

—Ah, todavía no. Prefiero que me ruegues cuando no tengas lengua —musitó divertida, girando sólo media cara en su dirección. Tuvo otro escalofrío placentero al verla chillar. Ingrid se tomó unos segundos en seleccionar el arma que emplearía en lo que sus subordinados amarraban a la chica a dos postes. Se encontraban en mitad de la nada, un páramo rodeado de vegetación árida que llevaba años siendo el epicentro de asesinatos. El crimen organizado tenía sus territorios para llevar a cabo sus liquidaciones impunemente.

Las facilidades con las que Ingrid contaba para realizar sus actividades jamás habían tenido una supervisión adulta más allá de sus propios subordinados. Su madre las ignoraba, su padre las ignoraba, y sus hermanos las ignoraban también. En gran parte, el éxito de su impunidad se debía a que sus víctimas jamás habían sido personas humanas, sino animales. Pero aquel último año, después de su despertar sexual, no sólo los pensamientos carnales se habían triplicado. Una parte de su cerebro no descansaba bien si pasaba una sola noche sin tocarse, o sin recrearse en algún gore escenario. Al principio, cuando aún no sentía tal curiosidad por el sexo, sus escenas eran controladas y tenían una raíz en el contenido que pagaba de la web oscura. Contenido snuff en personas y animales, pero siempre desde su posición observadora tras la pantalla del móvil. En cuanto las hormonas se le dispararon, aquellas sensaciones de placer le pedían un paso más.

Al final, Ingrid acabó haciendo uso de la prostitución. Un gesto que siempre le pareció innecesario y deplorable, pero que se le antojó como la vía más sencilla para practicar y dar vida a sus deseos. Había asesinado a algunas de ellas, violado a otras, y lejos de saciarse, cada vez que transcurrían unos días la mente y el cuerpo le pedían la siguiente dosis. Además, se daba cuenta de que su poder estaba en pleno desarrollo. El sello mágico era más fuerte cada semana.

Seré una diosa. Soy la diseñadora de mi propio destino, y eso me hace ser todopoderosa. Puedo hacerle lo que quiera a esta puta, igual que ya lo he hecho con otras.

Miró a Charity unos segundos más mientras sus largos y bonitos dedos preparaban los perdigones en la escopeta calibre 12. Sumado a la distancia que la separaba de su cuerpo, sabía lo que iba a ocurrir cuando apretara el gatillo. Sonrió un poco y levantó el largo de los cañones en su dirección. Charity trató de revolcarse entre sus guturales quejidos implorando que se detuvieran, pero de golpe y en cuanto los enormes hombres se distanciaron, el ruido de la ignición fue fulminante. Notó una sacudida violenta.

—G…gg… ¡AHHHHH…! ¡DIOS!

Uno de los guardaespaldas de Ingrid tuvo más estómago que el otro y se quedó mirando el hoyo que acababa de abrirle en el hombro. Charity dio tal gemido, agudo y angustiante, que le puso los pelos como escarpias. Para rematar la sensación de agonía que tuvo al verla, los movimientos de la chica terminaron por despedazar y separar su brazo izquierdo del resto del cuerpo. Había sido ella debido a sus propias sacudidas de dolor.

—¡Sí! ¡A la primera! —Ingrid apretó el puño, triunfal. La miraba con una sonrisa de oreja a oreja. El brazo separado por la combustión quedó atado al poste. Charity se combó hacia el otro lado, temblando. Empezó a llorar más fuerte, chillando desamparada—. Sí que debe de doler, ¿eh? No hay quien te calle… —soltó una risita. Tiró la escopeta y caminó animadamente hacia ella. Se acuclilló y examinó el desastre cárnico en que quedó convertido su hombro. Lucía abierto como una flor, con los tejidos rebanados hacia fuera y tiras de piel embebidas en sangre brillante—. Se ha despedazado por efecto de la cavitación —comentó, mientras centraba la cámara del móvil y tomaba algunas fotos. Perdía sangre de manera continua y entre las burbujas y las tiras de carne, diferenció el hueso partido. Sus ojos siguieron el recorrido de la herida hasta el brazo aún atado al poste—. Si fueras alguien como yo, podrían unírtelo. ¿Sabes? Sin riesgos de infección. Sólo si eres un Belmont. Tenemos la mejor alineación… del mundo. ¿Y qué tienes tú, Charity? ¿Hm?

—…

No respondió nada, sólo lloraba. Ingrid sonrió y extrajo de su bolsillo una pequeña navaja. Al relucir la hoja sobre su rostro, la mujer tuvo un respingo y trató de controlar las respiraciones. El dolor era lacerante, tanto que le dificultaba prestar atención a nada más. Pero incluso eso pasó a un segundo plano cuando la castaña la apuñaló en seco en la mandíbula.

—Señorita… —empezó el otro guardaespaldas, dando un indeciso paso hacia ella. Ingrid soltó una risotada endemoniada al oír ganguear a su víctima. La chica movía las piernas y gemía con la voz rota mientras su agresora retorcía la navaja en círculos, agraviando el orificio que acababa de infringirle—. Se… señorita Belmont…

—¿Uh? —paró un instante, moviendo el rostro hacia el hombre. Jamás le había interesado saber más que su nombre—, ¿quién te ha dado permiso para hablarme?

—… No estamos solos en este lugar hoy. Será mejor marcharse.

Ingrid le ignoró y desenterró la hoja de su rostro, para volvérsela a clavar en el cuello. El hombre tragó saliva y dio un paso atrás, dejando de mirar la escena.

Ya nada puede hacerse. Esa puñalada es mortal.

Ingrid volvió a arrancarle el puñal, aunque esta vez la hoja vino acompañada de un rítmico borbotón de sangre fresca. Salió por pulsos de su herida, respondiendo a la demanda del corazón que aún bombeaba desbocado. Ingrid observó radiante cómo la sangre teñía el lateral de la ropa que llevaba puesta. Como ya no podía dar gritos sin sufrir un dolor aún más inaguantable, Charity emitió un quejido involuntario, largo y desgastado, mientras sus últimos segundos de vida transcurrían lentos. Belmont se arrodilló más cerca de ella y le abrió la boca. Le costó más de lo calculado atrapar su lengua con los dedos, pero finalmente lo logró. Se la cortó de un tajo veloz, y comenzó a salir sangre también de sus labios entreabiertos. Le molestó no verla sufrir con aquel último toque de gracia: Charity falleció un instante antes. Se quedó mirándola hasta que dejó de emanar sangre de sus heridas abiertas. Hasta que todo borbotón se transformó en goteo. El silencio se vio aplacado sólo por el azote del viento repentino y un vago ruido de motor a lo lejos, que acabó haciéndola elevar la mirada al horizonte. El coche tomaba otra dirección, muy lejos de ellos. Ingrid alcanzó su escopeta y se irguió de a poco. La empuñó por el cañón con las manos ensangrentadas y meneó un poco la cabeza, volviendo a enfrascar los ojos en aquel cadáver. Recargó y volvió a apuntarla, descargando otro tiro en su frente. La cinética le voló la mitad del cráneo, que rebotó contra la tierra y dejó nuevos rastros de sangre. Ingrid recargó y, para sorpresa de sus protectores, se giró al que le había hablado. Le apuntó directamente a la cara y torció una sonrisa.

—También puedo hacer contigo lo que quiera. El límite en tu caso sólo es no matarte. ¿Estás dispuesto a soportarlo?

El guardaespaldas no esperó esa afrenta y levantó las manos. Su compañero tragó saliva al verles.

—Yo sólo…. trataba de avisarla. He oído el ruido de un motor no muy lejos de aquí y usted pidió la máxima discreción.

—Para eso estás. Para que cuando alguien amenace mi vida, desenfundes y dispares. Porque yo soy más importante que tú. Pero mira lo fácil que es pillarte desprevenido.

Él se limitó a asentir sin contestar nada. De repente, alucinó cuando Ingrid cambió de objetivo y disparó los perdigones en el otro hombre. Rick ni siquiera abrió la boca. No deseó otorgarle la mínima satisfacción a ella de enseñarle su nerviosismo. Permaneció hierático y callado. Pero por el rabillo del ojo veía el cadáver postrado del que había sido su compañero los últimos cinco años. Ambos habían visto crecer a la psicópata que ahora le apuntaba con una escopeta. Ingrid sonrió y bajó el arma.

—Diremos que han intentado atacarme… por tratar de salvarle la vida a esta chica. Diremos… que han sido otros. Sólo si alguien pregunta. Pero que no lograste identificarles porque tratabas de salvar la vida a tu compañero y a mí. Y yo daré mi versión de lo héroe que eres. ¡Eh, seguro que mis padres te dan un aumento! ¡Te viene bien!

Vació de munición la escopeta sobre la tierra y se la entregó. Él la tomó con fuerza.

—Sí, señorita.

—Deshazte de la escopeta. Del cadáver se encargarán otros.

Al cabo de un rato, subió a la limusina y miró sus mensajes de móvil. Evitarlo durante una hora significaba encontrarse muchas notificaciones pendientes, no obstante, hubo uno esta vez que le llamó la atención. Simone. La llenó de satisfacción.

“Sigues por ahí…? He cambiado de opinión”

“Qué quieres?”, le tecleó Ingrid.

“No me hables así, por favor. Lo que te conté me dolió mucho más de lo que te crees…”

Ingrid se mordió el labio, reflexiva. Pensó antes de mandar su siguiente mensaje.

“Perdona si he sonado insensible. Llevaba tanto tiempo creyendo que me habías puesto los cuernos con esos tipos, que sólo quería olvidarme de que pasó”

Revertir los papeles es mejor. Yo soy la víctima en esta historia, y tiene que serlo ante sus ojos también.

“Ingrid, cómo se te ocurre… te quiero…

…no te haría eso…

…y me he sentido solísima todos estos meses”

Ingrid sonrió. La dejó escribir.

“Vuelve aquí, anda. Quiero besarte”

“Estás segura?”

“Sí, estoy segura”

Genial.

“Tardaré media hora”

“Vale. Oye!”

“Qué?”

“Te he dicho que te quiero…”

“Yo también te quiero”

“:’)”

Suburbios Docke

Hina Won llevaba más de cuarenta minutos en bicicleta cuando por fin vio la explanada a la que se refería Kenneth Belmont por teléfono. Después de mucho debatirlo con la almohada, tomó la segunda decisión por iniciativa propia desde que le conocía, y temía volver a equivocarse.

La primera decisión que tomó por cuenta propia fue la de aceptar la sucia oferta de Kenneth. Pagarle el alquiler a mamadas. Por supuesto y como ya temía, las mamadas no tardaron ni dos meses en transformarse en sexo al completo. Pero la segunda decisión que había tomado era la de hablar con él de otro tema diferente. Insistió mucho en que no quería ir a casa -para reducir a cero las probabilidades de que se quisiera cobrar el alquiler por adelantado-, pero lo que no se esperaba es que la mandara tan lejos a hablar con él. Empezó a arrepentirse a medio camino.

En los suburbios Docke había fosas comunes y puntos limpios por doquier. Un barrio lleno de animales y personas vagabundas que no tenían futuro. Un vertedero de ilusiones. Según se acercaba a la parte trasera de la gasolinera donde la mandó, fue frenando. Se bajó de la bicicleta y la ató a una farola, mirando algo temerosa su alrededor. Era una joven pequeña, de ojos azules y el pelo negro y a la altura de los hombros. Su flequillo se removió inquieto ante el aire gélido de la zona, que ya venía con un olor mezcla de carbón y algo podrido. Reconoció la imponente figura de Kenneth, de su hermano Roman y de otros tres hombres, todos ellos con gafas de sol y miembros del clan. Los mafiosos hablaban de algún tema mientras fumaban. Hina sintió el frío y se arrepintió de haber venido sólo con una simple camiseta de manga larga. Le escribió a Kenneth temblando por móvil. Éste le respondió de vuelta.

“Ve a la cafetería que hay a la izquierda y siéntate en la última mesa. No pidas nada ni hables con nadie.”

Hina se guardó el móvil y se dirigió al lugar, obediente.

Cafetería

Era un antro. Había polvo y olor a cigarrillo por todas partes y la mesa a la que la había enviado estaba cerca del aseo y el tufo a orín se intensificaba por momentos. Puso una expresión de asco y se sentó despacio en la silla, que crujió ante su poco peso.

El camarero que se paseó por allí parecía drogado. Tenía un cigarrillo a medio fumar en la comisura y portaba una tetera humeante. Al verla, paró y se quedó mirándola embelesado, con cara de baboso. No dijo nada, sólo la miró.

—… Aún no pediré, estoy esperando a alguien —dijo ella, con un hilo de voz. El hombre no se movió, siguió incomodándola con la mirada absorta. Hina siempre había sido miedosa y tímida, y aquellas situaciones la bloqueaban. Metió la mano en su bolso para agarrar el teléfono, cuando de repente una enorme mano cayó sobre el hombro del camarero y lo apartó hacia un lado.

—Mark, no seas puto mirón. Trae dos cervezas y vuela de aquí —Kenneth también venía fumando. Empujó al tal Mark hacia la barra y éste se fue trotando.

—No, yo…

—¿Te apetece otra cosa? —preguntó el moreno, quitándose las gafas de sol para engancharlas en el cuello de su polo.

—Sí, estoy helada.

—MARK, TRAE UNA CERVEZA Y UN… ¿café…? —ella asintió—. UN CAFÉ.

—¡Marchando!

Kenneth sorbió un poco por la nariz y se la rascó. Se sentó y la silla crujió más fuerte.

—Bueno, Hina, has estado pesadita. ¿Qué coño quieres?

—Verás…

—Espera. ¿Quién es ese?

Hina trasladó la mirada donde él. Afuera parecía haber una discusión. Kenneth se puso en pie como un resorte y Hina casi pierde el resuello al ver cómo extraía un arma con silenciador de la cazadora. Sobrecogida, se puso en pie y miró asustada lo que estaba pasando. La discusión afuera se cortó de golpe en cuanto Kenneth lo amenazó con el arma directamente a la cabeza, sin siquiera titubear. El sujeto desconocido dio dos chillidos más y después de un pequeño revuelo, otros dos coches llegaron allí. Parecían del clan Belmont. Al final no hubo tiroteo. Kenneth entró guardándose el arma y se sentó de nuevo delante de ella.

—Siéntate, disculpa. No estés asustada. A veces viene algún imbécil a molestar y a merodear.

Hina parpadeó intentando mantener la calma y se volvió a sentar. El móvil de Kenneth sonó. Éste empezó a reírse.

—Espera, corazón. Ya no nos interrumpirán más, te lo prometo.

—Tranquilo… no importa.

—¿Qué pasa, Jox? …Hm, no. No, pero llevamos dos horas intentando que la máquina funcione y sencillamente el motor está quemado. Si quieres mi opinión, alguien la quemó a propósito. …Ah, ya… Ya. Mételas en el siguiente camión. Se han incorporado asientos y las paredes tienen doble fondo si hay controles policiales. Esconde ahí a esas putas y ya está. Si se complica, dales una lección. Eh… no. No, no. A las menores de once años no las puedes tocar, están reservadas para otros círculos. Eso es. Sí, a esas sí. Bueno, qué le vamos a hacer. Es lo que ha tocado esta vez. Las próximas serán más de su gusto. Ya. ¿Qué quieres que te diga…? ¡Jajajajajajaja!

Hina sentía que se descomponía poco a poco. La conversación se la podía construir, Kenneth no dejaba tampoco mucho a la imaginación con sus contestaciones. Apretó los puños debajo de la mesa y su mirada se entristeció. Le pusieron el café por delante.

—Gracias…

El camarero dejó también un botellín de cerveza fría delante de Kenneth.

—Bueno. Eso se lo dices al padre de Sarah, yo no quiero saber nada hasta que no tengáis todo bien atado. La cocaína no la va a llevar él, no se lo merece. Ese negocio lo llevaremos nosotros. Cédele el tema de las licencias falsificadas y ya está, se conformará con lo que sea. … Porque sí, te lo estoy diciendo yo. Se conformará… le basta con formar parte del clan de un modo u otro. ¿Por qué crees que esa lindura de hija quiere estar conmigo, aparte de lo buen partido que soy? ¡Jajajaja!

La conversación se siguió extendiendo. Cuando Kenneth prestó un poco de atención a su compañía, observó que el café de Hina ya iba por la mitad.

—Bueno, mamón, búscate a una de nuestras putas sin desvirgar y déjame en paz. Que sí, que a las de quince sí puedes. Qué pesado eres. ¡Déjame ya, que me están esperando! ¡Adiós! —le colgó entre risas. Negó con la cabeza mientras respondía a algunos mensajes más—. Increíble, ¿eh? No me dejan tranquilo. En fin, Hina. ¿Se te ha roto la caldera o qué? —se guardó el móvil y la miró, recogiendo su cerveza y poniéndose cómodo. Hina le miró sólo un par de segundos con aquellos ojos enormes y luego bajó rápido la mirada, acariciando la taza.

No puedo decírselo. Es un hombre asqueroso. Pero entonces… ¿qué se supone que…?

El chico le silbó como un pajarito, chasqueando los dedos delante suya.

—Hina, dime qué pasa.

Negó con la cabeza.

—Sé que estoy pidiéndote demasiado, pero… bueno… estoy dispuesta a pagarte igual que siempre… si así lo deseas —dijo en un hilito de voz, mirando alrededor. Kenneth sonrió.

—No, encanto. No todo se paga abriéndote de piernas. Dime primero qué pasa.

Hina se había maltratado mucho la cabeza ya con su propio comportamiento. Hacía aquello porque el trabajo no le llegaba para todo y se había visto obligada a dejar los estudios para trabajar. Le miró de nuevo pero no podía aguantar su potente mirada.

—Necesito… —suspiró— dinero. Quiero mudarme a otro apartamento.

Kenneth arqueó una ceja.

—¿Uh…? ¿Mudarte? ¿Mudarte sin dinero? ¿Por qué mudarte?

—Voy a… trabajar en otro lado. Podré pagar el alquiler cuando lleve al menos el primer mes trabajando, pero necesito el dinero de la fianza… es bastante elevada.

—Sí, suele ser así cada vez que uno se muda. Te diría que siguieras trabajando y cuando te pudieras permitir la fianza, te mudes. Y no al revés.

La chica dio un suspiro inaudible y tragó saliva. Al cabo de unos segundos asintió despacio.

—De acuerdo…

—¿Y ya está? ¿Ni siquiera vas a insistir? —dijo burlón, mirándola divertido— te has pedaleado medio pueblo para no decirme… absolutamente nada, salvo que te mudas.

Hina le miró con las mejillas coloreadas, muerta de la vergüenza. Él la apretó un poco más.

—Quiero saber adónde te mudas, Hina. ¿O no me lo dirás?

Estaba tan nerviosa que sus puños acabaron arrugando el borde de la camiseta. Kenneth se asomó un poco a verla y sonrió frunciendo las cejas.

—¿Qué pasa, por qué estás tan tensa?

—Yo… me voy porque no creo que pueda seguir manteniendo este trato por mucho más tiempo.

Kenneth amplió la sonrisa, mirándola de arriba abajo. Esa chica era preciosa se mirara por donde se mirara. Pequeña, manejable, con una cara angelical. La había desvirgado, sabía que no tenía mucha experiencia en nada en general. Y no tenía familia a la que recurrir porque sus padres cumplían condena.

—Te propongo un trato mejor. Eres preciosa. Pagarían bien por esa carita. Ya me entiendes. Y ese cuerpecito de marfil. Te podrías conseguir… en una semana, fácilmente los quinientos o seiscientos dólares. Es mucho dinero para ti, Hina. Y si estás protegida por mí, te prometo que estudiaría bien tus clientes. Nunca pillarías una venérea.

Hina abrió más los ojos y le miró asombrada. Esta vez, por pura impresión, se le quedó mirando varios segundos.

—¿Me pides ser prostituta?

—Sí, ¿cuál es la vergüenza? No tienes dinero, no tienes familia, no tienes nada que perder ni nadie a quien avergonzar. Qué más da. No enfermarías, vivirías protegida, en una casa bonita, con tu perrito y tu bonsái, si quieres. Con el tiempo y si me haces ganar lo suficiente, podríamos valorar la posibilidad de convertirte en scort de lujo. Y esas te aseguro que viven la vida padre… quedan con hombres y en el 60% de los casos ni siquiera follan, van a cenas de gala, acompañan a casinos…

Hina negó, triste, y al final dejó la mirada apartada. Kenneth paró de hablar cuando le vio los ojos húmedos.

—Bueno, bueno, era sólo una idea. Es que veo que te estás complicando mucho la vida para lo buena que estás. Si yo fuera tú, ¿crees de verdad que me lo pensaría dos segundos? ¡¡Ja!!

—Yo no soy el mejor ejemplo para decirte nada. Pero… aunque haya hecho lo que haya contigo… no podría llevar esa vida que me dices —se pasó la manga por uno de los ojos y soltó una risita—, ay, bueno, no venía aquí a parecer doblemente patética llorando. Ya lograré reunir el dinero, gracias por escucharme.

—Te daré el dinero, no te preocupes. Deja que pague esto —dio un último trago al botellín y se levantó.

Hina le siguió con la mirada y cuando se alejó lo suficiente suspiró. Le tensaba mucho hablar con él, no solían hablar. Sin poder evitarlo, cerró un instante los ojos para contener las lágrimas y apretó las dos manos en su vientre. Cuando los abrió, miró su cuerpo. No podía contarle que estaba embarazada, que había salido del médico hacía tres horas. Había estado a punto de contárselo, pero no podía. Nunca pensó en contárselo en primer lugar. Cuando supo que esperaba un hijo, sólo pensó en huir del barrio y del radar de los Belmont cuanto antes. Pero parte de ella no quería ser injusta con un padre y negarle a su hijo. Al menos, si no quería ejercer, merecía saberlo. Claro que después de saber lo que alguien como él podía hacerle o permitirle hacer a niños y niñas, se había terminado de decidir. El entorno de Kenneth era violento e inmoral. Interpretó la llamada que él atendió como una señal divina.

Cuando regresó a la mesa, Hina se puso el asa del bolso en el hombro y levantó poco a poco. Kenneth la observó de arriba abajo y se quedó unos segundos mirándola a la cara. Su entrepierna le sugirió en ese momento una idea.

—Bueno, Hina, ¿cuánto dinero necesitas? Te haré transferencia por móvil, ¿de acuerdo? No quiero que nadie te robe, yo aún debo quedarme aquí.

—Gracias —se esforzó en sonreír—, serían… tres mil cuatrocientos dólares.

Kenneth paró de teclear en su móvil para mirarla fijamente.

—Es más dinero del correspondiente a una fianza. Vas a usarlo en lo que me has dicho, ¿verdad…? —la acarició del mentón y se lo elevó bastante, para que le mirara. Era bastante alto, y ella muy pequeña, así que Hina se sobrecogió.

—Sí… de verdad…

—Bueno. Te haré la transferencia. Comprueba que te llega.

Hizo el envío. El móvil de ella sonó y lo verificó. Hina vio que le acababa de enviar cuatro mil seiscientos dólares a la cuenta y volvió a mirarle, titubeante.

—Sólo era… a-aquí hay mil más…

—Para que hagas una compra mejor. Aliméntate bien, duerme bien. Tienes la cara bonita, pero se te ve cansada.

—Ya. Muchas… muchas gracias, supongo.

Le sonrió y caminó por el otro lado de la mesa, pero notó un tirón que la paró. Le acababa de rodear la muñeca con la mano.

—No me des las gracias. No me debes nada, porque no es gratis. Métete ahí.

Tiró de su muñeca hasta deslizarle los pies en dirección al aseo, y aunque pensó en ceder sin rechistar, por primera vez la chica paró las piernas, mirándole preocupada.

—Aquí no, por favor…

—Sí. Aquí sí.

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