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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 29. La oveja blanca de la familia

Roman disparó y acertó en la cabeza del objetivo de cartón. Enseguida, el papel se intercambió por otro. También le acertó en la cabeza.

Cuando acabó de practicar, devolvió las armas y se encendió un cigarrillo.

—¿Cómo van los exámenes, chico? —preguntó Eric.

El castaño se encogió de hombros.

—Ya no estudio. Simplemente dejo que pasen los meses. Lo he pensado mejor y creo que pasaré de la facultad.

—¿Y esos planes que tenías de iniciarte en la Ingeniería?

—No —musitó sin más. Colgó los cascos de seguridad en el soporte. Eric se pasó la mano por su corto pelo trigueño. Se humedeció los labios.

—Vas a seguir los pasos de Kenny, eh.

—Ni en broma. Como mucho, llevaré la parte legal. No tengo estómago para vivir su día a día.

—No sé, Roman. Los jóvenes como tú suelen tener aspiraciones. Llevo un año viéndote con esa cara de hoja amarillenta. No tienes hobbies.

—Sí que tengo. El anime, el manga y las pistolas.

—Tampoco te gusta realmente lo que implican las armas —comentó cerrando la vitrina de las armas. Tomó las cajas de munición y las dejó también en su lugar.

—Es cierto que estoy un poco desanimado.

—¿Es por alguna chica?

—Lo fue hace unos meses. Ya… reniego también de eso.

—Papá me comentó que estuviste contratando los servicios de algunas mujeres de la noche.

Roman sonrió, intentando parecer indemne. Pero le avergonzaba que lo supieran.

—Alguna que otra —se cargó su bolsa de cuero cruzada y expulsó el humo.

—¿Perdiste la virginidad con una de ellas?

—Así es. En el pasado. Pero mejor eso no se lo digas a papá. Ni a Kenneth.

—No te preocupes —cuando salieron del recinto que los Belmont tenían para las prácticas de tiro, Eric cerró con llave y se volteó junto a su hermano. Se dirigieron hacia el parking subterráneo—. No es que me preocupe, toma esto como un consejo. No tomes por pasatiempo flirtear con las prostitutas con las que se mueven nuestros territorios. Están controladas, pero siempre hay alguna que se enferma.

—Me incomoda tener este tipo de conversación. Y no me compares con el imbécil de Kenneth.

—No te comparo con él. Ahí donde le ves, ha tenido como cuatro ETS ya en el rabo.

—¿Qué me dices…? —murmuró abriendo los ojos.

—Nada grave. Ahora está limpio. Al menos la última vez que hablé con él. Pero prueba mucho la materia prima… ya me entiendes.

Roman frunció un poco sus cejas, recordando a la inquilina de las propiedades que estaban a nombre de Kenneth. Ni siquiera era una prostituta, pero ahí la tenía.

Siempre ha sido así de despreciable. Se piensa que las chicas son sus esclavas vengan de donde vengan.

—Joder. Pues… hace cosa de un mes descubrí que tiene relaciones con una de sus alquiladas.

—Ah… creo que sé quién es. La vi tres o cuatro veces.

—No… no la vi mucho rato —dijo algo ruborizado—, maldita sea, les descubrí cuando ella se la chupaba. Y me dijo luego que era la forma que habían convenido para pagarle el alquiler. Me dio lástima.

—Preferiría vivir debajo de un puente y morir congelado a chupársela a Kenneth —dijo entre risas. Soltó a trompicones el humo y desbloqueó las puertas del Cadillac.

—¿Crees que habrá podido pillar algo?

—¿Quién, la tipa?

—Sí —Roman dio unas caladas más y se puso el cinturón. Eric se encogió de hombros, arrancando el coche.

—No sé.

—Joder, un poco de empatía. Parezco la oveja blanca de esta familia —dijo con un tono molesto.

—No me da la cabeza para preocuparme por tantas cosas, angelito. Nuestra familia tiene peores preocupaciones, ¿sabes? Como vigilar que podamos seguir saliendo a dar un paseo sin que un loco del clan Ellington acabe con nuestra vida. —Roman puso los ojos en blanco. Eric le vio y se tomó unos segundos para reflexionar, mientras maniobraba para salir del aparcamiento—. Con respecto a la alquilada, no me fiaría mucho de ella de todos modos. Piensa que si es así como soluciona sus problemas, lo podrá hacer con cualquier hombre y bajo cualquier circunstancia.

—No parecía de esas. Sintió vergüenza cuando descubrió que les miraba.

—Si tanto te preocupa, ve y habla con él y pídele que deje de hacerlo. Pero te adelanto que sólo te ganarás un coscorrón.

—Paso de hablar con él. Cree que soy un niño.

—Los dos sois niños tontos —murmuró—. Se cree todo un adulto, y no ha madurado nada desde que tenía tu edad. Tú eres más maduro, en cierto modo.

—Pero a él y a Ingrid no parece… que les afecte nada. Hacen y deshacen a su antojo, llevándose por delante a quien sea.

—Kenneth es más inteligente de lo que parece, y ella también. Lo que pasa con el grandullón es que guarda la mentalidad de negocios para cuando hace falta. Y su problema es que cree… cree que los placeres de la vida no deben tener una graduación. Le pierde el sexo.

—Bueno. ¿Qué me dices de esto? Hablaré con la chica y le propondré otro modo de hacer las cosas y otro lugar en el que vivir. O… quizá conseguirle un trabajo. Podemos hacer eso, ¿no?

—No hagas eso con una desconocida —arqueó las cejas, mirando la carretera—, además, mamá me dijo que habías tratado de ser el ángel tutor de la chica que tiene un vínculo con nuestra hermana. Cómo era su nombre…

—Simone Hardin. Sí. Y somos buenos amigos, así que no me arrepiento de haberla ayudado en lo que necesitó.

—Esa chica no te quiere ni te querrá nunca como tú esperas. Eso lo sabes, ¿no?

—¡TAMPOCO LO ESPERABA! Y joder… ¿¡es que todos en casa ya lo sabéis!?

—Se ha comentado en reuniones con los viejos, ya sabes. Estas cosas tienen que saberse, porque luego las sorpresas pueden venir de quien menos te las esperas.

—Esa chica sufrió lo indecible por culpa de locos como Ingrid y Kenneth, que piensan que los cuerpos de la gente son propiedad suya y pueden hacerle lo que se les viene en gana.

—Bienvenido al mundo de las mafias. Pensé que teniendo ya dieciocho no estabas tan ciego. Compórtate como lo que eres de una vez.

Roman no sabía cuál de sus hermanos le irritaba más. Quiso controlarse, pero al final le miró lleno de indignación.

—¡¡Tampoco es que quiera cambiar el mundo, ya sé cómo funcionan las cosas!! Pero… ¿cómo te sentirías tú si violan y marcan a una de tus hijas… o le hacen chantaje para chuparle la polla a un descarriado para pagar el alquiler?

—Pero es que lo ves todo desde una perspectiva irreal. Eso no va a pasarle a mis niñas.

—Sólo digo que te lo imagines. Imagina tu inquietud, tu rabia. Tu… impotencia. ¿No la sientes? ¿Cómo puedes NO sentirla?

—Puedo sentirla. Pero… las cosas son como son. Si lo que pretendes decirme es que no haría nada teniendo esa situación delante, te equivocas. Si llego a estar en ese apartamento y veo que entran esos rufianes a violarla y a golpearla, no lo hubiera permitido. Y me habría costado muy caro detenerles. Pero lo hubiera hecho.

Roman suspiró, cabreado pero algo conforme.

—Bueno, por lo menos no hablo con otro capullo integral. Por lo menos entiendes el punto.

—No soy un capullo integral. Kenneth, por ejemplo, habría hecho oídos sordos y ojos ciegos. Creo… no lo sé. Ni siquiera puedo asegurarlo.

—Yo también lo pienso. Porque es un puto degenerado y sólo piensa en follar. Y en que sus amigos follen.

—¿Todavía no has terminado de desahogarte? ¡Qué persistencia! —rio, girando en una curva—. Siempre estás frustrado con algo o enfadado. Pareces un abuelo.

—Sí, será mejor que cambiemos de tema…

—Necesitas contacto con la parte blanca de la familia. Los que aún no se han corrompido.

—Cierto —musitó rascándose la cabeza—. ¿Cómo están Fiona y Lynne? Hace mucho que no veo a mis sobrinas.

—Fiona muy contestona desde que cumplió los siete. Y Lynne… habla sin parar. Se parecen las dos a mí.

—Mentira. Son guapas.

Eric le golpeó en el hombro, riendo.

Ático de Hardin

Simone había dormido abrumada por el retorno de todos los sentimientos dormidos. Habían despertado de una sacudida tras haber mantenido sexo nuevamente con Ingrid. Se lo había tomado con algo más de calma, y fue cariñosa con ella. Atenta. Pero hacía mucho que no era penetrada, así que cuando la folló con el strapon tan salvajemente, empezó a sentir algunas molestias con el paso de las horas.

Las agujetas del amor, pensó.

La contempló dormir y comenzó a acariciarla del brazo. Deslizó el índice a la altura de su antebrazo, notando su tersidad. Ingrid apenas tenía vello en su cuerpo; el poco que tenía era rubio. Se preguntaba, al dirigir una mirada embelesada a su rostro, cómo podía una chica tan guapa existir. Subió los dedos hasta su cabello corto y completamente lacio. Era tan suave que se deslizaba solo entre sus dactilares.

Nunca me habló del internado ni de sus compañeros. ¿Le habrá gustado alguien allí…? ¿O viceversa?

Sus pensamientos volvieron a empañarse por el sexo que habían tenido hacía horas. La mayor parte del tiempo estuvo a cuatro patas resistiendo la dureza de sus embestidas, y disfrutándolas a pesar de que algunos recuerdos negativos a veces la atormentaran. Pero después de saciarse de esa posición, la giró y cambió. Además, aquella vez, mientras lo hacían…

…no paraba de mirarme y de decirme que me quería. Ha sido tan bonito…

Suspiró calmándose. Su mente había dormido mansa, barriendo toda la culpa y las dudas en la persona de Kenneth Belmont. Ahora estaba convencida de que él había sido el que mandó a aquellos hijos de perra a hacerle aquel daño, Ingrid sería incapaz.

Bzzz, bzzz.

Una vibración sonaba bajo la cama. Trató de mirar cautelosamente por encima de su hombro, pero el móvil había caído a la alfombra. Cuando se removió un poco sobre la cama, Ingrid despertó y comenzó a parpadear, balbuceando.

—Ingrid, te llaman… ¿has dormido bien?

La castaña se frotó un ojo y se asomó somnolienta al borde de la cama para agarrar el teléfono. Era Kenneth. Frunció las cejas y pensó en dejarlo sonar, o desviar la llamada, pero era consciente de que Simone la observaba. Atendió y se pegó el móvil al oído sin decir nada.

—¿¡Pero de qué coño vas!? ¿Qué has hecho…?

—Estaba dormida. ¿Qué pasa…?

¡¡ESTÁS MAL DE LA JODIDA CABEZA!! ¡ESTÚPIDA! ESTA NOCHE PONTE ALGO CÓMODO, PORQUE ME AYUDARÁS A ARREGLARLO. ENFERMA MENTAL.

Le colgó, después de dejarle el oído pitando. Por su cercanía, Simone oyó bastante. Se quedó mirando preocupada a Belmont.

—¿Va todo bien…?

—Se ha debido equivocar. No le prestes atención.

—Creo que hasta el vecino ha oído sus gritos por el teléfono…

—Déjale. Tendrá problemas y habrá marcado mal el número.

Simone suspiró mirando el móvil. Como estaba en modo vibración, no paraba. A veces la pantalla se encendía debido a la llegada de nuevos mensajes, pero lo único que se veía en la barra de notificaciones eran +3.500 mensajes de Watup sin leer. Ingrid estaba en muchos grupos y tenía siempre una lista interminable de personas que le escribían y a las que no respondía. Trató de apartar a Kenneth de su mente. Volvió a acomodarse en la cama tras su espalda y la abrazó, cerrando los ojos para tratar de retomar el sueño.

Pero Ingrid no dormía. Ya no podía. Tenía los ojos abiertos y los iris miel fijos en el exterior de la ventana. Sabía perfectamente lo que había hecho y sabía que las consecuencias iban directas a los negocios ilegales de su familia. Sonrió.

Ese cenutrio estaba tan irritado por teléfono…

Justo cuando Simone iba a conciliar el sueño, sintió de golpe cómo su pareja se separaba y salía de la cama. Se asustó, debido a que prácticamente la había arrancado de su sueño.

—¿Ingrid…?

—Voy a ducharme, tengo cosas que hacer hoy.

—Oh, no lo sabía. Espera, ¿no me dijiste que estarías libre?

—Eso pensaba, pero acabo de recordar que había un almuerzo familiar. No es adecuado que asistas.

—Lo entiendo —se sentó lentamente sobre el colchón, bostezando—, ¿te podré ver después?

—No lo sé, ya veremos.

Al cabo de media hora, Simone sonrió al verla regresar al dormitorio. Ya estaba duchada y se había puesto un vestido holgado que estilizaba mucho su figura alta y delgada, de tela vaquera. El pelo a medio secar y sus facciones al natural le sentaban fenomenal. La observó sacar una crema facial y ponérsela con mucho mimo, moviendo las yemas de los dedos con un practicado recorrido ascendente. Tenía la piel perfecta, limpia y suave, estirada. Y se miraba fijamente mientras hacía aquello.

—Qué vanidosa eres —dijo divertida.

—Sé lo perfecta que soy —murmuró, con una voz algo tajante. Y aunque al principio Hardin se quedó sorprendida, soltó una risotada.

—¡Qué creída estás! ¡No te vuelvas insoportable!

Ingrid le siguió el juego y sonrió de medio lado, pero casi al segundo, dejó de hacerlo. Metió la crema de nuevo en su bolso y se volteó hacia la cama. Cuando estuvo cerca de ella, la acarició del mentón y del cuello, hasta depositar tenuemente la yema el índice en el zafiro. Simone dejó de reír y la miró simplemente feliz y contenta, sonriente. De una sacudida, la castaña atrapó el colgante y tiró bruscamente de él, partiéndolo y separándolo de su cuello. De forma inmediata, el organismo humano de Hardin reaccionó y dio una convulsión, quedándose sin aire. Simone se preocupó y se agarró su propio cuello, notando que le faltaba el aire súbitamente. Gimoteó teniendo una especie de hiperventilación y cayó de la cama, cerrando los ojos con fuerza.

—M…es… est-… ahoggg…

Ingrid la miró, de pie y sin inmutarse. Simone luchaba por respirar, pero se puso roja enseguida al sentir que la opresión se intensificaba como un collar metálico. Se puso a cuatro patas y su cuerpo volvió a hiperventilar salvajemente. Alzó una mano hacia la pierna de Ingrid, que la retiró hacia atrás para quitársela del alcance. Ver su cuerpo desnudo y afligido contraerse y retorcerse de dolor la hizo suspirar. Simone era incapaz ya hasta de hablar.

Y realmente, la rubia pensó que ese era su fin.

Pero no lo fue.

Lentamente, los resquicios de oxígeno fueron aunándose y volvieron a entrar por sus vías respiratorias.

—Me hubiera gustado que te mearas encima otra vez del susto.

Simone fue incorporando de a poco los brazos y perdió un poco el equilibrio, cayendo su espalda de bruces contra la pata de la cama. Se sintió muy cansada, pero seguía viva. Y su organismo parecía volver a funcionar con el paso de los segundos. Miró agotada a Ingrid.

—¿Q… qué ha sido eso…?

—Te dije que te liberaría de tu carga, ¿no? No querías el colgante. Pues ya no lo tendrás —agarró un vaso de cristal y tiró el agua restante por la ventana. Acto seguido colocó el colgante en la mesita de noche y rápidamente lo atrapó en el interior del vaso, igual que si se tratara de una araña a la que quería asfixiar. Simone contempló absorta cómo la piedra azul se golpeaba una y otra vez en su dirección, chocándose con las paredes del vaso.

—¿Qué ocurre…?

—El zafiro quiere volver contigo. Parece que el vínculo sí que era fuerte. Por tu parte —comentó burlona. Apuntó al vaso con la otra palma de la mano, concentrándose unos segundos, y Simone observó sobrecogida que el colgante se convertía en arenilla azul, cayendo inerte sobre la mesa. Al retirar el vaso ahora, ya no se movía. Simone se puso en pie despacio y alcanzó con la mano su camisón, poniéndoselo.

—Cuando te di a entender eso… yo… lo hice antes de hablar contigo anoche. ¿De verdad piensas que te lo hubiera pedido después de la noche que hemos pasado?

—Quiero el vínculo con otra persona. Tú ya no me interesas.

Simone sintió aquello como una puñalada. Se quedó atónita, y tardó varios segundos en parpadear.

—Ingrid…

Ésta se rio con malicia. Se sentó en la cama y cruzó las piernas.

—Eres lo más patético que me he echado a la cara. Pero… gracias por dejarme tener sexo contigo una vez más —dejo de sonreír fortuitamente, mirándola con fijeza—. Ahora coge tus cosas y lárgate de mi propiedad. Me da igual dónde vayas y lo que pase con tu familia.

Simone pensó que el dolor sentido la noche que la violaban había sido insuperable, pero estaba equivocada. Aquello acababa de coronar el peor año de su vida. Sólo deseaba llorar, llorar hasta quedarse sin rostro y luego suicidarse. Lo único que le salió en aquel instante, fue asentir y moverse hacia los armarios del vestidor.

Ingrid ya no le prestaba atención. Se puso a responder algunos mensajes. Pero en mitad de uno de ellos, su madre llamó.

—¿Sí? Ya iba a salir.

—Ingrid… ven cuanto antes. Antes del almuerzo y de que vengan tus tíos, hay que hablar.

—De qué.

—De lo que has estado haciendo estos días. Vamos a intentar hacer esto con sensatez, ¿de acuerdo? Y tranquilidad.

—Yo estoy muy tranquila, mamá. ¿Acaso se supone que he hecho algo?

—… —se oyó un suspiro—, después de que hablemos, te tengo una buena noticia. Estoy segura de que te gustará.

—¿Qué noticia?

—Ven a casa rápido.

—Está bien.

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