CAPÍTULO 40. Un futuro concertado
Mansión Belmont
Ingrid deslizó la pantalla hacia abajo en el Watup, buscando una conversación de hacía un mes. Suzette Joyner. Le escribió, pero su mensaje no llegó a término. La seguía teniendo bloqueada.
Tengo tanta excitación encima, que empieza a darme igual con quién. Sólo quiero a alguien que me satisfaga, pensó, dejándose caer en su cama.
Siguió con Simone. También la tenía bloqueada. Probó con otras chicas con las que había disfrutado algo más que con el resto, pero esas, en su mayoría, no deseaban repetir experiencia con ella. Todas habían sufrido en su piel algún dolor o algún trato maquiavélico, y si bien no la tenían bloqueada, preferían hacerse las tontas o las ocupadas ante los mensajes. Ingrid finalmente escribió a su última carta antes de recurrir a la prostitución: Mia Thompson.
“Mia, ¿cómo estás? ¡Cuánto tiempo!”
Ingrid siempre había sido un punto débil para Thompson. Esta vez, sin embargo, la castaña recibió una contestación que no le gustó tras varios mensajes.
“… es por eso que no puedo quedar contigo. Es una relación ya… consolidada. Probablemente me case con él.”
“No diré nada, de verdad. Confía en mí.”
“No seas mala, anda… no creo que te falten personas para hacer lo que buscas. Pasa una buena Navidad.”
Ingrid se puso furiosa. Era imposible que todas la rechazaran, no tenía sentido. Ella era la mejor opción. Pero todas eran estúpidas asustadizas que merecían la muerte. Deslizó un poco más abajo y vio otro nombre. Aaron Tucker. Pero su mente sintió un rechazo brusco hacia él. Podía llegar a plantearse el acostarse con un hombre en una situación de extrema necesidad, a fin de cuentas, los consoladores a los que había acostumbrado su vagina eran placenteros. Pero jamás sería con él. Lanzó un suspiro asquiento y abrió otro tipo de aplicación.
La interfaz era básica: fondo negro y un catálogo similar a la carta de un restaurante, donde los platos eran hombres y mujeres de todo rango de edades. Las categorías se repartían en subcategorías, y éstas en más y más subcategorías, hasta que el cliente hallaba respuesta a sus fetiches más específicos. En cuanto a físicos, Ingrid seguía siendo visual y perfeccionista, aunque debido a su inexperiencia, se percataba de que varios ámbitos le llamaban la atención por no haberlos probado. Con el paso de los meses y en el lapso de tiempo donde sus padres no la vigilaban, las experiencias que tuvo le hacían ver el sexo como algo mucho más profundo. En la aplicación palpaba parte de esa profundidad, pero se sentía incomprendida. El material snuff tenía que buscarlo en otro sitio y no siempre estaba ligado al sexo. Si lo estaba, raras veces la víctima o el verdugo cumplían sus expectativas, lo que le avivó más la sensación de ir un paso por delante de todos los seres humanos y sus «limitadas mentes».
Miró su cuerpo y pensó en satisfacerse sola. Pero antes de sucumbir, siguió deslizando con el dedo la pantalla. Alguna que otra mujer le gustaba, pero aquellas fotos en lencería sugerente y la expresión de guarras que ponían las hizo descartarlas.
—Vuelvo a estar como al principio —susurró cabreada.
Eh, ¿y esta? Las pupilas se le agrandaron un poco. Apareció una mujer que no contaba con un álbum como las demás. Ponía “Nueva miembro” en letras doradas justo encima de su nombre artístico. La foto era una selfie común, sin filtros, donde se apreciaba una belleza natural y casi sin maquillaje de una joven. Tenía pecas pequeñas por todo el rostro y los ojos de un gris verdoso. Ingrid sabía que si hacía uso de aquella aplicación, no podía matarla. Sería sexo al uso y debía ponerla en conocimiento de todas las bajezas que se le ocurrieran previamente, así estaba estipulado en la aplicación, ya que su familia fue participante en la creación de la misma. Las prostitutas que estaban en esas aplicaciones, tal y como su padre le explicó en otra charla del pasado, estaban protegidas porque tenían una pertenencia. Eran putas de lujo. Ingrid tenía el texto con todas sus exigencias ya escrito en otra aplicación de notas, sólo tuvo que copiarlo y mandárselo a la mujer. La mujer dio el “OK” a los escasos cuarenta segundos e Ingrid sintió que su vagina tenía una contracción de placer. Quería probar muchas cosas y la prostituta respondía a un perfil masoquista. Ya estaba casi salivando cuando accedió a la pasarela de pago. Pero por más que introducía sus datos, la aplicación no lo aceptaba.
—¿Y ahora qué…? —masculló frustrada. Se impulsó hasta sentarse en el borde de la cama, sus largos pulgares estaban despegados de la pantalla a la espera de que la app reaccionara.
“Lo sentimos, su cuenta ha sido dada de baja en la app. No se preocupe, sus datos serán suprimidos en este momento.”
Y sin tocar nada, la app se borró de su teléfono. Ingrid se puso de los nervios. Aún era menor y no podía llamar a la oficina de un banco para reclamar nada. De pronto, recibió un mensaje de Watup.
“Deja de intentar pagar, papá te vetó de ahí hace tiempo”. Ingrid apretó los dientes al ver el nombre de Kenneth. Ni siquiera le respondió. Como ya llevaba demasiado tiempo aguantando, se resignó y optó por masturbarse.
Cocina
—Señora, insisto… no es necesario que…
—Ah, vamos, sabes que estoy muerta de aburrimiento muchas tardes, Samantha. ¿Qué hay de malo en echarte una mano? —Akane hablaba sosteniendo el teléfono móvil entre su mejilla y el hombro, a la par que cortaba zanahorias en minúsculos dados. Una de las cocineras de la mansión había salido a hacer la compra y la señora de la casa la llamó para pedirle nuevos ingredientes. Ingrid la miró de soslayo al dejar atrás la isla de la cocina, sin saludarla. Se metió en el cuarto de la despensa y encendió la luz—. No te quiero entretener, ahora nos vemos y acabamos todos estos bizcochos —dijo Akane con amabilidad antes de colgar. Se acercó otra zanahoria y divisó la puerta abierta de la despensa. Había visto a su hija entrar. La relación con ella había sido tirante los últimos meses. No socializaba con nadie de la casa casi de manera literal. La golpiza de Kenneth y de Ryota había sido un antes y un después y eso le pesaba en la conciencia. Pero tampoco sabía muy bien qué hacer para acercar posturas. Al cabo de unos minutos, Ingrid salió de la despensa y apagó la luz del cuartillo con el codo. Llevaba un bollo de pan fresco y sostenía un bote de mermelada de arándanos. Akane tragó saliva al verla situarse en la encimera más lejana las cosas y darle la espalda para hacerse ella misma un bocadillo. Sabía que Samantha estaba haciendo la compra.
—Si esperas un poco, habrá bizcocho. ¿No quieres?
Ingrid la ignoró abiertamente. Sacó de una de las neveras queso curado y situó todo en la bandeja de madera para cortarse los aperitivos. Akane tomó aire y dejó la tarea un instante.
—Oye, hija. Mírame.
—Luego lo probaré.
—¿Podrías dejar eso un momento?
Ingrid cerró el bocadillo y dejó el cuchillo sobre la tabla. Volteó despacio a mirarla.
—¿Necesitas algo?
—Sí. Evitar que esta familia se vaya a pique del todo. ¿Podríamos hablar… de nosotras?
Ingrid se relamió el labio inferior y suspiró, notablemente aburrida. Le devolvía una mirada fría.
—Cada día siento que importo menos en esta casa. Ya lo siento, pronto volveré a ese internado donde me habéis metido y no molestaré.
Akane sentía sus palabras como piedras. Bordeó la isla y caminó hasta ponerse a su lado. La acarició del pelo con cautela. Ingrid miró hacia otra parte.
—No digas eso. Todo es por vosotros. No imagino mi vida sin ti… Ingrid… este amor sólo podrás comprenderlo cuando tú misma seas madre. Entonces entenderás todo lo que tu padre y yo hacemos por ti.
—Papá me ha hecho un daño terrible. No me quiere en absoluto. Y tú… —la miró de arriba abajo—, no sé qué pensar. Le dejaste trasladarme de academia porque también piensas que soy un bicho raro.
—No. Pero reconozco que yo también tuve que pensar bien cómo gestionar todo esto —habló con más contundencia, sin dejar de acariciarla—. Nuestro apellido y la sangre que corre por vuestras venas tiene un peso a todos los niveles… fuera de estas puertas. Y ya sabes cómo es Yepal con la reputación de los clanes.
—¿Crees que en ningún otro clan ocurre esto? Mi único error fue dejarme llevar por una chica que me gustaba. Y que los hombres de Kenneth me vieran.
—Mira… Ingrid… —se pegó más a ella y susurró en un tono casi inaudible—, si de verdad te gustan las chicas y te hace feliz, cuando seas mayor de edad podrás hacer lo que te apetezca. Siempre que lo lleves con recato y el resto de tu familia no lo sepa, o tus hijos.
—¿Mi familia? ¿De qué estás hablando ahora?
Akane no sabía si sacarle el tema y prepararla antes de que fuera su marido quien le diera el sablazo. La miró a los ojos.
—Como te dije hace meses, tras saberse esto tu padre se ha puesto a buscarte un marido. Quiere un matrimonio concertado.
Ingrid resopló, pero habló en el mismo tono.
—¿Piensas dejar que me casen con un anciano millonario? ¿De verdad tengo que mantener sexo con un viejo sólo porque no os importe una mierda?
—No, claro que no, relájate. ¿Acaso crees que estoy aquí pintada? —la agarró de las mejillas—, hija, te protegeré en todo. Y aunque no lo creas, él también. Ha… ha estado hablando con una familia que no tiene sello de poder. Tienen mucho dinero y un negocio muy próspero que tu padre desea absorber cuanto antes. Es posible que los acuerdos lleguen el año que viene. Pero… el abuelo de la familia tiene un nieto joven y apuesto. Y por lo que se rumorea, es un chico muy agradable, muy tranquilo. Tiene unos rasgos muy suaves. Estoy segura de que te gustará… y quizá hace que dejes atrás las dudas que pudieses tener.
Dudas. Esta estúpida cree que tengo dudas.
—Eso es lo que quieres. Librarte de mí cuanto antes. Tú y él —sonrió con altivez y quitó sus manos del rostro—, porque de otro modo, me dejaréis fuera de cualquier negocio. Pensáis renegar de mí.
—Eso jamás, Ingrid —se puso muy seria—. Jamás. ¿Me oyes?
—Haré lo que él desee, por el bien del apellido. Pero es la última cosa que vas a pedirme.
Akane no supo cómo sentirse. Los ojos de Ingrid estaban a kilómetros de sentirse amigables.
—Ingrid… para empezar…
—Eres una mala madre. Y lo peor es que te da igual lo que yo sufra.
—¡¡No entiendes nada!! ¡Todo esto es por tu bien!
—Ah, por favor —soltó una risa irónica—, ¿qué se supone que sabes tú de la vida? Te quedaste preñada del estúpido de Eric con diecinueve años y dejaste tu carrera para someterte al yugo de papá. No eres más que su títere desde entonces. Has vivido dominada toda tu vida, ¿y todavía quieres que sienta que estás de mi lado? ¿¡QUE ME ENTIENDES, SIQUIERA!?
El tono de voz se elevó de golpe. Akane se quedó en silencio, mirándola algo tocada. Ingrid apretó los labios y se puso un paso más cerca, mirándola desde su estatura superior.
—Me das pena. Y algún día le demostraré al mundo lo que una sola mujer puede hacer. No una como tú, tan patética y débil, sino alguien poderosa de verdad.
Akane le resistió la mirada como pudo. No contestó ni una palabra. Ingrid lanzó un suspiro y se apartó al poco, tomando el plato con el queso cortado y el bocadillo. Pero justo cuando iba a marcharse, frenó sus pies. Giró despacio el rostro hacia su madre.
—No entres a mi cuarto lo que resta del día.
—No lo haré —murmuró apenada. La dejó marchar.
Una hora después
Después de comer algo y llevar el plato de vuelta a la cocina, no cruzó más palabra con su madre. Había fingido estar más afligida en su cruce verbal, pero en realidad, el tema la cabreaba. Lo único contra lo que Ingrid no podía luchar siendo menor de edad era contra una orden de su padre de dejarla fuera de todos los negocios. Tenía que contar con la posibilidad de llevar todos los que le interesaban, porque se sabía perfectamente capaz no sólo de llevarlos, sino de mejorarlos. Sus hermanos le parecían zoquetes a todos los niveles, incluso Eric se había desentendido por generarle discusiones con su mujer. Ella no sería así de manejable. Para eso, tenía que hacer ver a su padre que estaba dispuesta a ceder en algunos aspectos. Y también tenía que enseñarle lo digna que era de las responsabilidades de la organización.
Podía decir que sí a un matrimonio arreglado, podía casarse con un desconocido y sacrificar su cuerpo para dar a luz a sus hijos, pero lo que no podía era mentirse a sí misma. Sabía perfectamente lo que le atraía y no estaba en sus planes ignorarlo. Al revés. Ser lesbiana no sólo le había supuesto tener actitudes arriesgadas. Su familia sufría, temblaba cada vez que se enteraba de que tenía un acercamiento con alguna chica.
Cuando subió de nuevo a su dormitorio, preparó una pequeña mochila de cuero negro y guardó dentro un bote. Ingrid había pegado en todo el etiquetado cinta de embalaje negra, por lo que no podía verse nada a través. Al destaparlo y presionar con suavidad, sus fosas nasales notaron un aroma ligeramente dulce que se evaporó enseguida. Lo tapó y metió en el fondo de la mochila. Como vestuario, optó por unos chándal estilo cargo rectos y una sudadera que la sobrepasaba en un par de tallas. Iba enteramente de negro. Se colocó bien una gorra sobre el pelo y se miró unos instantes al espejo. Quien la viera aún podía reconocerla, lo importante era no mirar demasiado hacia arriba. La visera tenía buena cobertura. Por último, guardó una navaja pequeña en el bolsillo de la sudadera.
Antes de abandonar el cuarto metió varias almohadas bajo las sábanas para darle un aspecto humano y confundir a cualquier familiar que la molestara.
Salió por la puerta de atrás de la mansión. Las cámaras de vigilancia exteriores captaron su marcha, pero eran sólo eso. Cámaras. Así vestida, no llamaba especialmente la atención por la calle. Iba juvenil y deportiva, aunque aún se trasladaba a pie por barrios que podían reconocerla y era lo último que quería.
Normalmente, Belmont salía al exterior con un objetivo. Aquella vez simplemente estaba sofocada. Sentía frustración por no poder hacer lo que verdaderamente le apetecía. Necesitaba el aire gélido del invierno enfriándole el rostro para serenarla. La navaja era algo que casi siempre llevaba encima. Era consciente de que no sabía defenderse, nunca había ido a entrenar defensa personal, y con lo apetecible que sabía que se veía para los hombres, había que andarse con cuidado. Sin embargo, su cerebro le hizo una simpática pregunta repentina.
¿Y el cloroformo? ¿Por qué lo has cogido? Roman sólo lo usa para casos excepcionales… pero, ¿qué vas a hacer tú?
Ingrid sonrió sólo de escucharse a sí misma en la mente y su cuerpo volvió a sentir calor. Era como si el sello buscara la forma de activarse poco a poco, por supuesto, molestándola en el proceso, dado que no tenía un objetivo carnal en el que desquitarse.
Sólo iré a dar una vuelta… es imposible que yo pueda hacer algo más contra alguien. Sería arriesgado.
Cerca de una hora después, ya se había alejado lo suficiente a pie para perder de vista todas las zonas residenciales que podían reconocerla. Pero siguió andando. Y siguió andando, sin descanso. Aunque no quisiera reconocerlo en voz alta, sí que tenía una zona en mente. Una zona a la que sólo había ido una vez y en coche. Los coches de los Belmont solían tener una matrícula especial. Entonces las bandas sabían que no podían ni arrimarse. Pero Ingrid iba sin nada. Llevaba ropa de marca y eso acabó llamando la atención de algunos drogadictos y camellos que deambulaban por los callejones. Observó un cordón de tendedero que conectaba dos patios. En el centro, colgaba un roído harapo celeste que se ondeaba con la fuerza del viento. Ingrid supo entonces que se encontraba en Sweet Youth.