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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 41. Acecho

Sweet Youth

Llegó al barrio donde vivía Simone, finalmente haciendo uso del tren. Era la persona con la que más disfrutó hasta la fecha, y dado que la tenía bloqueada de todas las redes sociales no sabía nada de ella. La incertidumbre pesaba con el paso de los días. Ahora que estaría unas semanas en Yepal, la tenía cerca para investigarla. En el caso de la profesora Joyner, que vivía en otro país y que contaba con más experiencia en las relaciones, se tuvo que obligar a suprimirla de su foco principal… al menos por el momento.

Recordaba a la perfección cuál era el bloque en el que vivía. Cuando Simone dejó de ser su vínculo, Ryota Belmont hizo un “cortafuegos” de información alrededor de su hija. Por ello, Ingrid se enteró en la mismísima puerta del bloque, al verlo todo destruido por una maza de obra, que la familia Hardin se había mudado y que los Ellington propiciaron una demolición. Enojada, se dirigió a la estación de metro.

Biblioteca local

Belmont sabía que en la academia Brimar ya sólo quedaban trabajando funcionarios imprescindibles. Pero incluso aunque fuera época navideña, había estudiantes que seguían usando su bono para pedir plaza en la biblioteca colindante. Ingrid dejó atrás dicha biblioteca al subirse en el metro, y aguardó las cinco paradas siguientes para bajarse en otra biblioteca, más pequeña y sucia. Sabía que con tal de ahorrar hasta el último centavo, Simone había estado estudiando allí mientras era vínculo suyo. No renovó el bono porque prefería comprarse ropa, ir al gimnasio y el resto, dárselo en mano a sus padres para que pudieran mudarse cuanto antes. También ahorraba por si no conseguía una buena beca. Ingrid miró desde fuera el aspecto deplorable del edificio. Allí solían estudiar los jóvenes que no tenían plaza en Brimar, los que acudían a escuelas normales y corrientes. Hizo un perímetro para analizarla: parecía algo abandonada. El jardín era enorme, pero estaba plagado de mala hierba y los perros dejaban sus orines sobre las flores indiscriminadamente. El sonido atrasado de un fuerte trueno la hizo levantar la mirada al cielo.

Chispea…

Estaba gris y parecía que al viento frío le acompañaría la lluvia, pero de momento, chispeaba de manera muy suave. Con la gorra bastaría para no sentir molestias.

Lo de venir a la biblioteca ha sido sobre la marcha. No tengo libro, ni ningún tipo de documentación encima, se lamentó mientras se mordía el labio inferior. Pero la mente de Belmont no estaba capacitada para abarcar el fracaso, sino para elaborar escenarios favorables con las herramientas que tenía. Como si fuera habitual en aquella biblioteca, simplemente pasó por la puerta principal y caminó hasta encontrarse con el mostrador. Pero parpadeó sorprendida al ver que una biblioteca de recursos mediocres tenía un torniquete de acceso. Las barras en forma de trípode sólo rotaban cuando un estudiante pasaba una tarjeta encima. Era el mismo sistema que había en Brimar, pero sabía que no era recurrente en las bibliotecas humildes.

¿No era pública…?

Ingrid se apartó hacia un lado cuando un grupo de amigos se fue turnando para pasar al otro lado. Alzó la vista hacia el mostrador. Los dos recepcionistas estaban ocupados con la mirada en su ordenador. Esperó a que todos los chicos pasaran y, sin pensarlo, se agachó para esquivar la barra. Rápidamente se volvió a poner recta, pero uno de los chicos se giró hacia ella y la señaló.

—Eh, perdona. El pase es con tarjeta. ¿No ves cómo lo hemos hecho todos?

—Se me ha olvidado en casa —contestó rápidamente, con la voz calmada. Se quitó la gorra y puso la expresión más penosa que pudo, como si sintiera vergüenza. El muchacho parecía belicoso, pero al verla bien se le colorearon un poco las mejillas. Los que le acompañaban empezaron a sentir la diversión de la situación y cuchichearon entre ellos. Uno le dio un codazo.

—Vale, bueno —musitó girándose. Caminaron un poco hasta separarse de ella.

—“¿Vale, bueno?”, macho, vas a morir virgen, ve y pídele el número —dijo uno de sus amigos, aguantándose la risa.

—Déjame en paz, pídeselo tú si te gusta —dijo ceñudo. Le quitó de un empujón. El amigo le guiñó el ojo.

—Pues sí, mira y aprende. Que hoy mojo —se disgregó del grupo. Los amigos canturrearon hasta hacer que algunos estudiantes de las mesas le sisearan, molestos.

—Hey, chica… perdona, ¿eres nueva por aquí?

Ingrid sintió una voz a sus espaldas y supo que iba a tener que hacer acopio de su paciencia. Inspiró hondo antes de voltearse con la mejor sonrisa que pudo.

Otro que quiere meter su asqueroso miembro en mi cuerpo. Empiezo a reconocer rápido a todos estos babosos.

—Bueno, más o menos. Estoy buscando a una amiga.

—Ah, pues conozco a casi todas las… los estudiantes de esta biblioteca. Nos conocemos todos. ¿Quién es?

Ingrid calibró las palabras que acababa de escuchar. Si eran ciertas, podía correr el riesgo de que se enterara demasiada gente de que Ingrid Belmont se movía por barrios lejanos a su casa. La situación no estaba para vérselas en esas.

—Perdona pero… —bajó más el tono y se le pegó— no quiero molestar. Seguramente habré llegado antes de tiempo.

El muchacho sonrió y le tendió la mano.

—Soy Parker. Douglas Parker. ¿Con quién tengo el placer de hablar? ¿Con… la diosa romana Freya?

Ingrid curvó más la sonrisa y le tomó de la mano.

—Creo que era nórdica… haha… —se obligó a sonreír con él.

—Bueno. ¿Y de qué instituto eres?

—Es un poco difícil de decir… me he trasladado con unos familiares a esta localidad. Aún no he conocido a todos mis compañeros.

—¿De veras? Puedo enseñarte sitios muy bonitos, si quieres. ¿Tienes el resto de la tarde libre?

Pensó en negarse enseguida. Su predisposición a llevársela al catre era abrumadora y molesta. Ingrid sonrió de nuevo y negó con suavidad.

—He quedado con ella y… bueno. No le quiero hacer un feo. Pero quizá otro día, si sigues libre.

—Claro. Encantado. ¿Me pasas tu móvil?

Belmont le dictó su número de teléfono. Sabía que aquello le pasaría factura. Pero si le daba uno que no era, temía justo lo que aquel pesado hizo a continuación.

—Te llamo, ¿vale…? No me la quieras colar… —dijo entre risas. Una chica se volteó desde su mesa y le chistó. Parker le sacó la lengua y se centró en el teléfono. El móvil de Ingrid se escuchó desde el bolsillo de la sudadera. Sin sacarlo, la joven se limitó a sonreír con dulzura.

—¿Contento…? No te engañé.

—Estupendo. Perdona… es que eres muy guapa. Y perdona a mi colega, es tremendo idiota. De los que les gusta seguir las leyes a rajatabla. Quiere meterse en Derecho, ¿sabes?

—Oh, entiendo. ¿Y tú?

—Ingeniería mecánica. Me gusta la automoción. ¿Y a ti? Espera… déjame adivinar… eres modelo. Con esas piernas largas…

Ingrid soltó una risita y se fue separando poco a poco de la pared en la que el chico descaradamente había ido arrinconándola con cada frase. Él lo notó y se separó también, dejándole espacio.

—Gracias por tu amabilidad. De verdad, debo ir a buscarla.

—Nada, nada. Te llamaré —le guiñó el ojo y se fue de vuelta a la mesa donde estaban sus amigos. Le recibieron con una ovación que causó que más estudiantes le chistaran, ya más molestos.

Ingrid sintió una molesta opresión. Aquella charla sólo sirvió para ponerla de muy mal humor. Les perdió de vista y subió a la segunda planta de la biblioteca, evitando tener al grupo de varones en su campo directo de visión. Movió rápido sus iris color miel por las mesas. Se respiraba la concentración de todos aquellos chicos. No reconoció a nadie, así que se sintió más cómoda paulatinamente. Varias chicas le llamaron la atención físicamente. Una morena con cara de no haber roto un plato en su vida estaba leyendo un libro que ni siquiera era de estudio. Se notaba a leguas que era literatura al uso. La siguiente, era pecosa y con la piel algo bronceada, y también tenía una cara angelical. Estaba meneando el lápiz sobre sus apuntes y sus labios se movían en silencio según los leía. Sin embargo, la última fue la que más le cautivó. Era rubia y tenía los ojos azules. Su rostro tenía cierto carácter que las anteriores no. Caminó disimuladamente por los estantes hasta colocarse a su lado, y de soslayo, leyó algunas líneas de sus apuntes. Los esquemas y las imágenes apuntaban a biología celular. Ingrid se relamió rápido y volvió la vista a los estantes, buscando el libro mas similar. Cuando vio el hueco correspondiente al del libro de la chica, tomó el contiguo. Se sentó a su lado en silencio, en el extremo de la mesa. La muchacha la miró sólo un instante y bebió algo de agua.

—Perdona —susurró, colocando los libros sin hacer ruido—, ¿te molesto aquí?

—No, tranquila —le sonrió. Llevaba aparato dental. No supo por qué exactamente, pero aquello le gustó.

¿Qué edad tendrá? Parece algo más adulta que las otras… su libro es de la universidad.

Eso volvía a hacerla sentir esos agradables nervios. La tensión de la falta de experiencia ante alguien mayor. Le encantaba, porque la sintió en su máximo esplendor cuando le estrujaba los senos a su profesora.

¿Cómo podría entrarle…?

Al tener el libro y sus apuntes tan cercanos, no le costó demasiado leer algunas líneas. Biología Celular Avanzada era definitivamente una asignatura universitaria. Como Ingrid y la difunta Yara habían pasado horas enfrascadas en estudios superiores, varios términos los conocía. Así que rápidamente formó un escenario ficticio en su cabeza donde se sumó unos años de edad y se preparaba para exámenes de la misma categoría que aquella desconocida. Si le ponía empeño, no tenía que ser difícil. Abrió el libro por las páginas cercanas al de la rubia y leyó los conceptos. Sus cejas se fruncieron ligeramente. Eran conceptos mucho más abstractos de los que estudió con Hansen. Neurotransmisores de los que no había oído hablar antes. Hojeó hacia atrás hasta el comienzo del tema y se empapó de la función de aquellas rutas neuromotoras. Afortunadamente, acabó entendiendo el funcionamiento básico y pudo resolver por sí sola los intrincados esquemas que había en la página siguiente. En Biología, muchas veces los conceptos eran sencillos, especialmente porque todo funcionaba siempre con una lógica, pero había una indigesta cantidad de nombres que aprender. Abrió la boca para comunicarse con ella, justo cuando la desconocida cambió de página. Ingrid la observó de reojo. Se situó en una página mucho más adelantada, donde el tema ahora eran las tan veneradas moléculas JK y su comportamiento en la epigenética.

Tocará volver a leer.

Intentando no ser descarada, acabó llegando a la misma página. La rubia seguía concentrada en lo suyo. Cada vez que la chica movía su rostro hacia la derecha para fijarse en su libreta, Ingrid aprovechaba para mirarla mejor. Dispuso su mochila en el suelo y se agachó para fingir que buscaba algo en el interior. Así, su nariz estuvo lo suficiente cercana a su ropa para notar el aroma que tenía. Le satisfizo hacerlo. No llevaba colonia, pero olía muy bien. Al incorporarse, se apoyó en el codo izquierdo y le susurró.

—Perdona… ¿te… te examinas de esto?

La muchacha parpadeó saliendo de sus pensamientos y volvió la vista hacia ella. Luego, a su dedo. Señalaba un recuadro.

—Hum… —sonrió—, ¿tú sí?

—Sí. ¿Te podría robar sólo un minuto? Es que… siento que si no entiendo esto voy a suspender.

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