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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 45. Cimientos de la madurez (II)

Sarah despertó repentinamente, con ganas de vomitar. Era la primera vez que se excedía de aquella manera. Al removerse en la cama, vio el fornido cuerpo de Kenneth Belmont con la boca abierta. Hizo un esfuerzo por girarse y ponerse de pie. Llevaba tiempo sin tener sexo, y la última vez había sido también con él. Los recuerdos de la discoteca donde se lo encontró la noche anterior eran difusos, pero sí recordaba con vergüenza como ella misma se le regalaba y le contaba que su padre pretendía que estuvieran juntos de nuevo.

Qué imbécil… agh…

Se despegó de la cama y caminó muy mareada hacia el recibidor, donde estaba su ropa tirada. Se vistió como buenamente pudo.

—¡Uy…! Disculpe…

Sarah dio un salto y se giró. La asistenta de limpieza estaba en el chalet.

—Joder, qué susto me ha dado.

—Disculpe, ya me voy —repitió la mujer, llevándose el cubo de la fregona hacia la sala de estar. Sarah tuvo un amago de vomitar, pero pudo controlarlo. La mente le bailaba sin parar.

No puedo creerme que yo misma le pidiera tener sexo anoche. Se cerró la cremallera del vestido y se dirigió al baño. Estaba rarísimo. Le conozco.

Kenneth le había puesto una expresión extraña cuando le ofreció tener sexo. La rechazó, diciéndole que estaba allí para vigilar la puerta ante un soplo de que los Ellington estaban por los alrededores. Pero después de insistirle e insistirle, producto del alcohol, Sarah fue persistente y se le echó encima. Le costó convencerle, sólo hasta que le apretó la entrepierna con la mano. Pero nunca se había visto en esas. Para potenciar aún más sus dudas, cuando la trajo a casa y la echó sobre la cama, paró a ponerse un condón.

Terminó de asearse rápido, se lavó la cara y no vio más motivos para estar pululando por esa casa. Le avergonzaba mirar a Kenneth a la cara tras su espectáculo de la discoteca. En la búsqueda de su móvil, trató de hacer el menor ruido posible. Pasó también por delante del móvil masculino, que ya llevaba rato emitiendo soniditos. Sarah le miró dormir. Estaba roncando. Suspiró hondo y se inclinó lentamente a la mesita para recogerlo. No se sabía su patrón. Pero cada vez que recibía un mensaje la pantalla se encendía sola.

Hina: Al final vas a bajar? Llevo ya un rato…”

¿Un rato dónde?, Sarah se quedó de piedra. Se llevó el teléfono en la mano hasta el recibidor. Allí miró la pantalla del pequeño telefonillo. Tocó las teclas para accionar la cámara externa, que le devolvió una imagen en blanco y negro de un taxi parado justo en la carretera que daba a la casa. Sintió una minúscula desazón. No lograba verla bien, estaba lejos del foco. Pero tenía un mal presentimiento. Kenneth siempre había sido mujeriego, pero tenía la sospecha de que esa muchacha estaba demasiado con él.

Hina: Estás dormido, verdad? :D” Un emoji riendo. Sarah arqueó una ceja y dejó el móvil tirado sobre el sofá. Se puso el bolso al hombro y salió a la calle.

En el exterior Hina llevaba casi veinte minutos y el taxímetro no paraba de aumentar. El último mensaje de Kenneth había sido a las tres de la madrugada, donde le confirmó el ir juntos a la siguiente ecografía. Ella no se lo pidió y en parte, eso le había gustado. Le gustaba sentir su interés, y claramente, sentía cada vez más amor por él.

—A mí no me importa esperar, ¿eh…? Pero si su novio no le está respondiendo…

—No es mi novio —dijo apresurada, se le colorearon las mejillas y bloqueó rápido el móvil—. Cinco minutos más y nos vamos. Siento que tenga que esperar.

—No no, si a mí mientras me paguen… como si le tengo que sacar charla.

La chica sonrió y apoyó el codo en la ventanilla. Desbloqueó el móvil de nuevo y se abrió un juego cualquiera para matar el tiempo. Pero el ruido del portón le hizo girar rápido la cabeza.

Sarah dirigió una mirada fugaz y malhumorada al compartimento trasero del vehículo.

Lo sabía, pensó resignada. Era la misma chica, recordaba sus ojos enormes y azules. También recordaba la expresión de confusión y dolor que le puso en los baños. Fue fácil, porque fue una similar a la que puso en ese momento. Hina también la reconoció, y debido a la sorpresa la siguió con la mirada un par de segundos, no más. Enseguida la bajó avergonzada. Y esa vergüenza se transformó rápidamente en una puñalada atroz. El taxista siguió a la chica con la mirada y se extrañó un poco. Su clienta habló.

—Vámonos… siento haberle hecho esperar para nada.

El hombre la miró a través del retrovisor. Parecía dolida.

—No se preocupe.

Consulta médica

—¿Podría saber el sexo del bebé?

—¡Es muy pronto aún…! Sería hablar antes de tiempo —sonrió el médico. Le pasó papel para que se limpiara el gel del vientre—. ¿Cómo te has sentido? ¿Náuseas, vómitos, jaqueca…? ¿Dolores de algún tipo?

—Algunas náuseas, pero nada tan continuado como lo que he leído por internet… y con los dolores… bueno, sigo teniendo esos calambres que tenía al principio.

—Está bien. Por lo que estoy viendo el feto está perfectamente. Si los calambres van a más, pide cita y solicitaremos otras pruebas. La amniocentesis que se te realizó también salió genial.

Hina asintió mientras se limpiaba.

—Me alegro —sonrió—, siempre me pone de buen humor escuchar lo fuerte que le late el corazón.

El hombre la ayudó a salir de la camilla y la miró con dulzura.

—A toda madre le alegraría. ¿Quieres las fotos?

—¡Sí!

En lo que la máquina hacía sus sonidos para reproducirla, sonó el móvil de la chica. Hina se ajustaba aún el jersey; lo hizo más despacio al leer el nombre a lo lejos.

—Atiende si quieres… ya conoces esta impresora.

Hina cogió el móvil y pulso el botón de bloqueo para silenciar de golpe el sonido, sin cortar la llamada. El teléfono seguía mostrándole en pantalla que Kenneth la estaba llamando, hasta que abandonó el intento.

“Perdona, he tenido una noche larga”, recibió en forma de mensaje.

Hina se quedó mirando el mensaje pensativa. Ambos estaban en línea.

“¿Has acabado ya? Quiero hablar con el médico, puedo llegar allí en diez minutos.”

Hina decidió no responderle por el momento. Se sentía dolida, demasiado dolida. Y lo peor es que sabía que no era culpa de él. En ningún momento la engañó. No estaban juntos. Pero había algo en lo que él mismo se había metido también, y en lo que sí estaban juntos. Hina aprovechó la ínfima ventaja que tenía sobre él en esos términos, que era ser la portadora de su hijo, para no responderle y dejarle en visto, a modo de pequeña venganza personal.

Chalet de Kenneth Belmont

—¿Y esta niñata? ¿Por qué me ignora? —masculló cabreado, aunque sólo la oyó la asistenta china que en ese momento terminaba de limpiar el frigorífico. La mujer pensó que se refería a la que se había encontrado hacía una hora y le salió una risa breve. Se tapó rápido, pero Kenneth cogió un cereal de la caja y se lo tiró al pelo—. Te he escuchado, vieja.

—Disculpe, señor. Se ve lindo cuando está refunfuñando.

Kenneth agrió la expresión y se pasó una mano por el pelo mojado, estaba recién salido de la ducha. Frunció el ceño por largos segundos, mirando la pantalla. Volvió a escribir otro mensaje, cuando de pronto el nombre de Sarah apareció en la pantalla. Atendió.

—Qué.

—¡Bof! Suenas cabreado hasta aquí. Te aseguro que a mí me duele más la cabeza.

—Con todo lo que bebiste no me extraña, borracha. ¿Por qué me has cambiado el móvil de lugar esta mañana?

—¿Qué…?

Kenneth se quedó callado. Él no estuvo borracho. Sabía dónde dejó el móvil y dónde se lo encontró. Sarah se tomó unos segundos pero no inventó nada, y al final el chico volvió a hablar.

—Bueno, es igual. Espero que no hayas tocado nada que no debieras.

—Claro que no.

—Qué quieres, Sarah. Tengo cosas que hacer.

—Sólo informarte para que no te pille desprevenido. La muchacha que te follaste en los aseos estaba esta mañana delante de tu puerta. Te esperaba.

Kenneth lamentó escuchar eso. Esa fue su primera reacción, y la más real.

—¿Te vio?

—Sí, me vio. Era lo que quería que supieses.

—Bien. ¿Algo más?

—…No, bueno… respecto a lo de anoch…

Kenneth le colgó y volvió a llamar a Hina.

Pero no le respondió.

La asistenta tuvo un respingo al ver que su jefe se levantaba rápido de la isla de la cocina. Le vio tomar un abrigo de pelliza negro y las llaves de su coche, y después oyó que la puerta se cerraba.

Al sentarse en el coche, se concedió un instante de calma.

¿Por qué me agobio? ¿Por qué me siento así?

Arrancó.

Centro comercial

Hina tenía el día completo, en gran parte porque fue organizado por Belmont. El hecho de que no la acompañara a la revisión poco a poco perdió importancia a pesar del daño que le causaba. Nada de lo que le había dicho a él era mentira: se haría cargo del bebé con o sin ayuda externa, y no le necesitaba para ejercer.

Akane Belmont le había escrito el día anterior, y después del almuerzo quedaron para encontrarse en el centro comercial porque le quería dar un presente. Esa mujer era cálida y bonita, la hacía sentir en casa. Aunque la situación podía enrarecerse sin Kenneth en medio, que era quien lo había organizado todo.

Kenneth la encontró más tarde en la sección infantil. La llamó una vez más para ver su actitud, pero esta vez con el bullicio de las familias y los gritos de los críos ni la chica lo oyó. Suspiró y se acercó a ella por la espalda. Estaba mirando una cuna.

—Un poco pronto para esto, ¿no?

—¡Woah! —se giró asustada, con la mano en el pecho. Al verle se quedó sorprendida, pero un deje de seriedad se le instauró—. Me has asustado…

—¿Por qué no contestas al móvil?

—Estabas cansado, ¿no?

Él alzó una ceja.

—Y tú muy celosa, ¿no?

Hina cambió un poco su expresión. Se separó de la cuna y se ajustó el bolso.

—No estoy celosa.

—¿Ah no? No me extrañaría, eh. Soy un partidazo.

—De verdad que no —dijo sin más, dirigiendo su atención a otros estantes. Miró de lejos la ropita, pero ya no nació de ella tocar nada.

—Sarah me ha dicho que os visteis.

Hina levantó la mirada hacia él, hablando tranquila.

—Sí, nos vimos. Pero no hablamos nada. ¿Ella te dijo que me puse celosa o algo así…?

—Nah. Era una broma, no te pongas tan seria. Como no me contestabas…

La pelinegra dejó de mirarle.

—Prefiero… prefiero no hablar del tema.

—Entonces, ¿sí estabas celosa?

¿Por qué me pone en esta situación? Él ya sabe que me gusta… Kenneth la miraba con el deje divertido que le caracterizaba, aunque al verla parpadear más seguido, frunció el ceño.

—Bueno —dijo al cabo—, mi madre anda cerca. Si quieres vamos a comer con ella, ha venido antes.

—Está bien. Al final se me hizo tarde y no comí.

—Aliméntate bien si vas a tener a mi hijo. Eh, pst.

La miró desde atrás todo el camino, porque decidió ir rápido para no seguir hablando con él.

Una hora más tarde

Akane había suavizado la comida y el viaje. Habían hecho buenas migas, y es que Hina se había convertido en poco tiempo en alguien crucial para la mujer por diversos motivos. Le avivaba el instinto maternal. Siempre había deseado tener a una hija tan amorosa como esa chica que tenía enfrente. Todo se ennegreció cuando Ingrid empezó a desarrollar conductas antisociales siendo poco más que una infante.

Tengo que apartar de mi cabeza estos pensamientos tan egoístas. Sólo me hacen recordar cosas dolorosas.

Las pequeñas manos de Ingrid empapadas de sangre siempre acababan viniendo a su cabeza. Se forzó a no continuar por esa línea. En su lugar, concentró la atención en la ecografía. Le daba dulzura saber que volvería a ser abuela. Hina le parecía una muchacha tranquila y de buenos sentimientos. Aunque Kenneth fuera tosco e hiciera muchas cosas que no debía, había ido a embarazar a una chica que por lo menos, parecía dulce y buena. Eso la relajaba. Sabía que tenían que protegerla. Hina era muy joven.

—Señora… esto es demasiado…

La chica quedó perpleja al ver la casa que había estado decorando y donde próximamente se mudaría.

—No, no es demasiado. Está sin nada el cuarto del bebé… lo pintaremos y amueblaremos en cuanto sepamos el sexo. Por cierto, Hina…

—¿Sí?

—¿Tienes padres? Verás, en nuestra familia debemos saber ciertas cosas. Entre ellas, saber con quién tenemos lazos de sangre. ¿Les has comunicado acerca de todo esto?

Hina apretó un poco los labios y asintió.

—Bueno, les dije que estaba embarazada pero no mucho más… sé que es un poco raro, pero no tengo casi relación con ellos desde los siete años. Ellos están con sus propios problemas y no quieren formar parte de mi vida.

—Cielo, lamento oír eso…

—Ah… ¡no pasa nada! En fin, ya estoy acostumbrada. Siempre han sido muy despegados. Ni siquiera se hablan entre ellos.

—Bueno. Aún es pronto de todos modos. Me gustaría que mi nieto tuviera todas las atenciones que merece, y eso incluye a su madre. Cualquier cosa que necesites…

Ella sonrió y agachó la cabeza.

—Muchísimas gracias… en cuanto encuentre un trabajo mejor le pagaré todo esto.

—No hay nada que pagar —murmuró Kenneth, que hasta el momento había estado mudo. Hina le miró de reojo pero sonrió a Akane.

—Les he robado ya mucho tiempo. Voy a llamar al camión de la mudanza e iré trayendo todo.

—De acuerdo. Tienes mi número, Hina. Que no te dé vergüenza pedir ayuda con nada, por favor. Seremos familia más pronto de lo que crees.

Y la abrazó. Hina se puso colorada y tardó un poco en llevar las manos a su espalda. Era una mujer buena, su olor era agradable. Por algún motivo, le dieron ganas de llorar, pero se aguantó.

—Bien, mamá, no seas lapa. Te está esperando el chófer, venga —dijo el chico palmeándola en el hombro.

—Tú puedes con este idiota… se le cae la baba por ti —le susurró antes de separarse, aunque Hina ni siquiera la creyó. Lo único que creyó es que lo decía por quedar bien.

Después de acompañar a su madre al coche, él volvió a la casa. Le tendió el manojo de llaves a estrenar a la pelinegra.

—Kenneth, muchas gracias. De verdad —sonrió más ampliamente—, tu madre es un encanto.

Él la miró fijamente, de arriba abajo. No dijo nada. Al final se hizo un silencio incómodo.

—En fin, voy… voy a llamar al de la mudanza —dijo algo avergonzada. Él la tomó de la muñeca con suavidad.

—Espera.

—¿Qué p…? ¡Hm! —la agarró de la mejilla y la besó.

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