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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 1. La alumna nueva


—Si el baremo continúa igual que el del año anterior, las quejas de las familias que tienen a sus hijos matriculados con beca no descenderán.

—Hm —balbuceó la Presidenta, releyendo las estadísticas en el papel impreso. La chica que estaba a su lado le señaló una gráfica comparativa de barras.

—Hasta hace tres años no importaba… pero internet es lo que es últimamente… y las redes sociales son ya bastante feroces con la Academia… ya lo sabes.

—Sí, ya lo sé —dejó caer el papel a la orilla del escritorio y se reclinó despacio hasta apoyar la espalda en la silla. Tenía las piernas cruzadas, y movía suavemente la que estaba apoyada sobre la otra, en un deje pensativo. Su secretaria continuó.

—Si bajamos la media en las asignaturas de Ciencias, es posible que se suavicen. He estado clasificando a los alumnos becados, y en una importante mayoría todos están en la rama de las Ciencias… así qu-…

—La media se quedará como está. No quiero a gente incompetente.

Junko frunció un poco el ceño, devolviendo la mirada a sus papeles. Siempre le costaba seguir hablando después de que la cortara, pues no quería ni por asomo que pensara que intentaba sobreponerse a su designio.

—L-lo entiendo… pero… Nami.

—No me llames así. No aquí.

Junko apretó los labios y sus mejillas se sonrojaron deprisa. Quitó la mirada avergonzada.

—Perdona… K-Kozono… es… es que bueno, el Consejo Estudiantil…

—Yo soy la Presidenta del Consejo Estudiantil. Y el director es mi tío —ladeó una diminuta sonrisa, mirándola a los ojos. Los ojos de Kozono eran rasgados pero enormes, de un color castaño claro que tenía a Junko enamorada. Bajó de nuevo la mirada, incapaz de mirarla por mucho rato sin que le diera vergüenza. Kozono prosiguió—. Hay algo que quiero que hagas, Junko.

Ella sí podía llamarla por su nombre de pila. Junko asintió y le prestó atención.

—Dime…

—Dile a esas tres campesinas de Rie, Hiroko y Saki que su propuesta de fundar un Club de Magia en la Academia está rechazada.

—Ah, sí… lo leí —soltó una risa, llevándose la mano a los labios—, qué tontas… de verdad creen en eso…

—También les deniego la posibilidad de utilizar las aulas reservadas al resto de clubs que aún no han sido fundados. No podrán utilizarlas lo que resta de curso.

Junko Mochida asintió.

—Ahora mismo iré a decírselo a las tres.

Kozono tomó el cuadernito de hojas con la propuesta de sus compañeras y lo rompió con las manos, tirándolo a la basura. Junko miró el gesto pero no dijo nada. La Presidenta se levantó de su silla y entonces ella se puso recta al ver que se le acercaba. Kozono miró un segundo a la puerta y enseguida se le pegó, se le pegó lo suficiente para que la peliazul no se percatara de que tenía la mano entre sus muslos hasta que sintió el calor de sus dedos. Se puso muy nerviosa, las mejillas se le colorearon de nuevo. Kozono curvó un poco sus labios y la miró distraídamente.

—Te esperaré en el aula del tercer piso, después de comer. No tardes.

—No —musitó enseguida, y la otra retiró su mano. Junko se dio cuenta de lo fuerte que tenía su cuaderno agarrado con las manos por delante del pecho. Todo nacía de los nervios que sentía cuando la tenía cerca.

Aula del primer piso

Rie, Hiroko y Saki cotilleaban en una de las mesas en corro, con la vista en un libro grueso y con una estrella de pentáculo invertido. Saki y Rie dejaron de hablar en cuanto Hiroko les hizo un gesto para que callaran, al señalar con la cabeza quién acababa de entrar. Entre todo el barullo del cambio de clases, Junko Mochida entró y parecía buscar a alguien.

—Junko, la que antes nos caía bien. Es la secretaria de la antipática… la del Consejo Estudiantil —murmuró Rie con desagrado.

—Cuidado con Kozono —alegó Hiroko con seriedad.

—¿Cuidado? Si tiene nuestra edad y va de intocable y de diva. Le tiene todo el mundo un miedo que no entiendo.

—Por el poder que tiene su apellido. ¿O acaso has olvidado que Kozono es el apellido de los fundadores de este instituto?

Rie puso los ojos en blanco, nadie olvidaba aquello, pero odiaba que se lo recordaran. Quiso volver a centrarse en el misterioso libro de magia que habían hallado hacía no más de un mes. Pero en cuanto procedió a abrir la tapa, Hiroko lo cerró con la mano y tapó la estrella. Todas oyeron entonces un carraspeo y prestaron atención a Junko.

—Venía a deciros que vuestra solicitud ha sido rechazada. La Presidenta considera que no está a la altura del buen nombre de la Academia… y que además la deja a la altura de leyendas urbanas.

 y que además la deja a la altura de leyendas urbanas

—¡No fastidies, Mochida! —se quejó Rie, malhumorada.

—Estoy de acuerdo con ella —dijo agriamente, encarándolas con una sonrisa maligna—. Ese proyecto es propio de fantasías infantiles, aquí se destacan mucho las materias científicas por el nivel de sus alumnos. Quedaría todo en entredicho si prestamos las instalaciones a clubes de tres niñas con ganas de sentirse brujas.

—Pero tú qué sabrás, estúp-…

—Eh, Rie. Se acabó —la regañó Hiroko, con determinación. Rie suspiró y guardó silencio—. De acuerdo, Mochida. De todos modos me gustaría recuperar el informe que le entregué, no me gustaría que nadie que no sea de nuestra cercanía lo conociera.

—Ni lo conocerá —curvó más su sonrisa, mirándola con un deje despectivo—. La Presidenta lo ha tirado a la basura. Así que no tendrás que preocuparte de que alguien se encuentre con eso.

Hiroko apretó un segundo los labios, pero no manifestó expresión alguna. Asintió y dejó de mirarla, dando la conversación por zanjada. Cuando Junko se fue, Rie no aguantó más su malhumor.

—¡Pero qué asco que le tengo! ¡Todo el mundo sabe que son amantes o

—¡Pero qué asco que le tengo! ¡Todo el mundo sabe que son amantes o… algo raro! ¿Y se va pavoneando por ahí como si fuera su ojito derecho? ¡¡Estúpida, Junko, estúpida!!

—Y encima todo el mundo quiere con Kozono. No sé qué es más irritante —murmuró Saki con una rabia también perceptible. Su ex novio la había dejado para tratar de camelarse a la Presidenta del Consejo, pero después de que le rechazara, había tratado de volver con Saki de inmediato. Desde entonces odiaba a Kozono aunque no le hubiera hecho nada de forma directa.

—Señoritas. ¿Habéis acabado ya de despotricar? —ambas se callaron y miraron a Hiroko. Ésta asintió y quitó las manos del libro—. Esta noche quiero traducir los hechizos de las últimas páginas y probar algo sencillo. Si funciona, haré mi primer experimento. No quiero que se lo contéis a nadie hasta ver qué efectos tiene o si es todo una farsa.

Aula del tercer piso

Junko sabía perfectamente lo que le esperaba en el tercer piso, y aunque no fuera algo que hicieran todos los días, anhelaba esos encuentros. Aguardó unos minutos en el pasillo, disimulando hasta que los últimos alumnos se iban marchando a casa, y unos cinco minutos después de la hora estipulada llegó Kozono. Junko sonrió automáticamente al verla, sentía cosas tremendas por ella. Como la enorme mayoría de estudiantes femeninas, la adoraba, y hubo un tiempo en que quería ser como ella. Cuando empezó el nuevo curso y fue escogida como su secretaria, lo último que se esperó fue que desde el primer día, Kozono buscó intimar. Entonces dejó de querer ser como Kozono… para querer simplemente estar con ella. Llevaba tanto tiempo enamorada en secreto que cuando aquel día la besó y le dijo lo hermosa que era, sintió que era el mejor día de su vida.

De aquello había transcurrido ya un mes.

Kozono llegó por fin a la puerta y le dedicó una sonrisa a modo de saludo.

—Ya está hecho. No se han quejado mucho —le sonrió de vuelta, observando cómo Kozono extraía de su bolsa una llave maestra con el número 3 grabado y la giraba en la cerradura del pomo. Éste giró y se abrió. Kozono pasó primero y cuando entró la de pelo celeste, cerró enseguida y dejó la llave echada y metida—. Por cierto… te quería…

Kozono la cortó al acercársele tanto, estaba a punto de alcanzarle la boca, pero sus palabras la frenaron.

—¿Sí? —le preguntó con suavidad, sin dejar de mirarla. Sus manos le bajaban los tirantes del uniforme y se centraron en su blusa, abriendo poco a poco los botoncitos. Junko estaba con las mejillas encendidas y trató de concentrarse.

—Quería invitarte a mi casa… mis padres se marchan toda la semana y se llevan a mi hermano. Así que por una vez en la vida tengo la casa para mí sola.

—¿En qué estás pensando, Junko…? —le contestó con un deje divertido, a pesar de que su semblante no fuera tan risueño. Kozono tenía mucha fuerza en la mirada, y aunque la de pelo celeste no se la devolviera, disfrutaba observando su timidez. Junko suspiró excitada al notar las dos manos de Kozono amasándole los pechos, y una de sus piernas apretándole entre los muslos.

—Es… bueno, es que… no nos vemos nunca fuera de la Academia… más allá de las propias actividades extraescolares —murmuró con algo de dificultad.

—Lo pensaré —le contestó, deteniendo suavemente sus caricias para mirarla. Junko asintió con media sonrisa y cerró los ojos cuando ambos labios se tocaron. 

Nunca podría notar algo así por un chico, siempre lo sospechó, pero con Nami lo confirmó

Nunca podría notar algo así por un chico, siempre lo sospechó, pero con Nami lo confirmó. La boca de Nami era muy suave y ella era hermosa. Todo estaba fuertemente contrastado y sabía que tenía un carácter cortante con casi todos los demás, pero con ella no. A ella siempre la había tratado bien… y era respetuosa y educada. ¿Qué más podía pedir? Junko empezó a gemir a pesar de tener la boca ocupada, porque mientras se besaban, volvía a tocarla entre las piernas con la mano. Se avergonzaba porque siempre que Kozono ponía la mano allí después de escasos preliminares, ya tenía las bragas húmedas. Y no fue una excepción.

—Arrodíllate —murmuró la otra, entre beso y beso. Junko asintió y cuando se arrodilló tuvo una perfecta vista de Kozono, con su alta y larga coleta de fulgor morado y sus ojos enormes mirándola desde su posición. Iba a bajarse las bragas pero Junko la acarició de los costados por debajo de la falda y tiró hacia abajo su ropa interior, adelantándose a sus manos. Kozono se levantó la falda del uniforme y cerró los ojos, ahora sí, sonriendo ampliamente y mordiéndose el labio inferior al sentir la boca y la lengua de Junko degustándola sin rechistar. A Junko siempre se le empañaban las gafas haciendo aquello por su propia respiración, pero a Nami le gustaba cómo le quedaban… así que se las dejaba.

Después de practicarle sexo oral y de que hicieran tribadismo hasta que ambas se saciaron, Junko se vistió. Nami la había desnudado por completo mientras que ella por contraparte sólo tuvo que ponerse de nuevo las bragas.

—Nami… —le susurró mientras se terminaba de acordonar los zapatos. Kozono estaba apoyada en la mesa donde acababan de follar y la esperaba.

—¿Sí?

—¿Te… te lo pensarás…?

—Sí, eso he dicho.

Junko sonrió y bajó de la mesa.

—Me alegra mucho oírlo. ¡No te olvides de avisarme!

Kozono le respondió con una gentil risilla, más calmada que la de ella. Cuando terminó de vestirse salieron ambas del aula.

Exterior del instituto

Junko se marchó por la puerta trasera de la Academia, llevaba un mes librando de que le tocara limpiar las aulas. Nunca se lo preguntó a Kozono, pero era evidente el por qué nunca le tocaba. Había ciertas ventajas de ser la secretaria de la Presidenta. Pero a Junko lo único que le interesaba era seguir viviendo aquello como el cuento de hadas que se le materializaba en la cabeza cuando estaba cerca suya. Tomó la ruta hacia la estación.

Kozono, que siempre salía por la entrada principal junto al resto, fue siendo interrumpida unas seis o siete veces en lo que llegaba a la limusina blanca, con preguntas o dudas respectivas a su cargo. El club de arte tenía muchas propuestas a la espera de ser atendidas, pero también tenía un amplio círculo social, y un enorme listado de pretendientes que también estaban a la espera de ser rechazados. Nami se acarició el cuello mientras acortaba distancias con la limusina, dando ya el día por sentado. El chófer la llevó a la mansión Kozono.

A la mañana siguiente

Nami salió de la limusina como todas las mañanas, pero no llegó a poner un segundo pie cuando captó una presencia diferente por el rabillo del ojo. Salió más despacio y se quedó mirando a un lado. Era una muchacha a la que no había visto antes, llevaba el uniforme del instituto. No le constaba la entrada de una nueva. Iba a continuar su camino, pero volvió a mirarla bien: estaba acuclillada, tendiéndole la mano llena de trocitos de pan a un cachorro callejero sucio que a veces frecuentaba la entrada de la Academia. Kozono le echó un repaso por entero. Tenía un rostro ovalado de expresión aniñada y angelical, con una corta melena rubia y unos enormes ojos azules. Era preciosa, pese a sus rasgos extranjeros tan diferentes. Demasiado. Y tenía los pechos grandes, cosa que le encantaba.

 Y tenía los pechos grandes, cosa que le encantaba
Cuando el cochero fue a despedirla, se fijó en la expresión de Kozono observando a la desconocida

Cuando el cochero fue a despedirla, se fijó en la expresión de Kozono observando a la desconocida. Tenía una expresión muy escueta, pero él la había visto crecer y sabía la naturaleza de muchas de sus caras… y pensamientos. Él conocía lo oscura, maligna y peligrosa que podía ser en la intimidad. El hombre miró a la chica rubia y negó con la cabeza, lamentando para sus adentros. Kozono dejó de observarla y se fue directa a la escuela.

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