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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 1. Primer shock emocional

Llevaba varias noches durmiéndose bien entrada la madrugada, incapaz de hacer las paces con el sueño. Las obligaciones que lentamente se iban cerniendo sobre ella cobraban vida con cada discusión, cada pelea a voces en el almuerzo. Sus padres hacían lo indecible por mantener una balanza económica que permitiera a Hitch seguir estudiando y a Arthur, el más pequeño, tener acceso a todas sus medicinas. Pero si algo había caro en los muros, y concretamente en el muro Rose, eran los medicamentos. El aumento de población había traído consigo escasez de alimentos y recursos, y las familias humildes hacía ya años que tenían que malvivir para llegar a fin de mes. Los Dreyse aún no se habían visto en la necesidad de mendigar ni pedir préstamos a sus conocidos, sin embargo, la relación conyugal de los progenitores empezaba a desestructurarse poco a poco y con ello, el estrés y el prescindir de la carne había aumentado la mala salud del pequeño Arthur.

Hitch Dreyse había sido muy consentida de niña. Era una época distinta la que se respiraba hacía doce años, una donde antes de pedir nada Hitch ya lo tenía en su habitación. Era la niña de papá, y éste le había enseñado mucha cultura y valores importantes, además de inculcarle una excelente manera de analizar a las personas que tenía a su alrededor para sacar beneficios de ello. Había sido una buena aprendiz, y como alumna en la escuela había logrado una media bastante decente. Pero la caída del muro María había hecho trizas todo lo que consideraban estable en sus vidas, y lentamente, los padres fueron separándose. Arthur tenía una extraña patología nunca vista anteriormente en aquel muro, el niño padecía serios problemas para respirar y a veces, repentinamente, comenzaba a llorar desconsolado como si tuviera algún dolor. Al principio eran episódicos, pero el último año se convirtió en algo diario. Arthur apenas tenía año y medio de edad. Siendo un bebé, dar un diagnóstico acertado era bastante complicado.

El día que Hitch se percató de que su situación debía cambiar fue cuando cumplió catorce años. Llegó de sus clases y al entrar en casa, su padre había dejado una nota despidiéndose para no regresar y su madre no había hecho la compra. El estómago le empezó a rugir, pero la nevera estaba vacía. La rubia suspiró, cerrando de mala manera. Dejó su mochila en una esquina y fue hacia su cuarto, pero al caminar por el pasillo vio que no estaba sola. En la habitación de su hermano había una conversación, bastante seria al juzgar por los susurros. La chica se pegó a la puerta y reconoció la voz de su tío hablando con su madre.

«Ese canalla, dejándote sola con los dos críos… su enfermedad… pronóstico…»

Hitch frunció sus cejas, y trató de arrimarse algo más. No entendió ni una palabra de lo que decía su madre en respuesta. Pero su tío tenía la voz más grave y volvió a oírle.

«Si pasa de esta noche tienes suerte. Lo siento. Deberías decírselo a Hitch.»

Se separó de la puerta de un salto, negándose a creer lo que la obviedad le decía. Notó que ambos se acercaban a la puerta y para no ser reñida se apartó rápido, haciendo como que acababa de entrar por la puerta. Tenía el cuerpo tenso, su mente se negaba a aceptarlo. Sentada en la mesa observó a su madre, que la miró sin expresión, la señora siguió caminando hasta salir por la puerta.

—¿Mamá? —la siguió Hitch con la mirada.

—Voy a hacer la compra, pequeña. Cuida de Arthur, enseguida vuelvo. —La mujer cogió la nota que el padre había dejado y la encerró en el puño, marchándose con ella a la calle. Hitch tragó saliva sintiéndose inquieta, y de pronto su tío la saludó al pasar. Sólo le tocó el hombro, como si la estuviera compadeciendo, pero no cruzó palabra con ella, y también salió fuera con la madre. Cuando el hombre cerró la puerta Hitch miró la mesa, sintiendo un cosquilleo incómodo y nervioso dentro. El estómago le rugió de vuelta y se puso en pie. Tenía que olvidar que tenía hambre, pues su madre no llegaría hasta mínimo una hora después. Debía calmarse un poco. Se quitó la chaqueta y abrió despacio la puerta del cuarto de Arthur. Al aproximarse a la cuna vio a su hermano regordete, rubio y con los ojos cerrados. Parecía tan lleno de vida… su pecho ascendía y descendía con regularidad, cosa que la calmó bastante. ¿Por qué su tío habría dicho aquello?

Dos horas más tarde, Hitch se empezaba a notar desquiciada. El hambre se había convertido en enfado, su madre no volvía, su padre parecía haberlas abandonado, no entendía nada. De repente Arthur comenzó a lloriquear, probablemente por hambre, así que Hitch volvió a abrir todos los armarios de la despensa. Nada de lo que había allí podía dárselo al niño. Bufó empezando a alterarse por los berridos cada vez más sonoros, que de vez en cuando se mezclaban con tos.

—Ya voy.

Dijo dirigiéndose a la habitación. Se inclinó a cogerle con sumo cuidado y lo sostuvo en un brazo. Aquel niño estaba ardiendo. Hitch acarició su frente y su mejilla y se alarmó muchísimo: su hermano empezó a toser sin parar y a ponerse azulado. Miró alarmada a los lados como si su madre aún siguiera allí, y empezando a desesperarse, cogió su abrigo y salió con el bebé a la calle.

Regresó a casa, de madrugada, y afortunadamente, con comida, leche para bebés y un medicamento con un buen sello de origen. Dentro estaba su madre con la cena preparada, que se giró molesta.

—¿Dónde diantre estabas? Me tenías preocupada, Hitch. Maldita sea, no vuelvas a salir sin avisar.

Hitch la escuchaba mientras acariciaba la cabeza a su hermano, dejando que durmiera aún en su hombro.

—Tenía hambre y aquí no había nada.

La madre acortó distancias con ella y frunció más el ceño.

—¿Qué es esto? —cogió bruscamente el medicamento que le vio en la bolsa, leyéndolo. —¿Qué es esto, Hitch? ¿De dónde lo has sacado? ¿Acaso lo has comprado?

—Lo he… pedido fiado. El médico me conoce y su mujer también, le dije que se lo pagaría a plazos. Sólo necesita un frasco cada noche. Mamá, el niño estaba transpirando y no podía resp-…

—JAMÁS vuelvas a hacer esos trueques con nadie, niña, JAMÁS. ¿No ves las penurias que tenemos que pasar hasta para comer? ¿Es que no ves lo que está pasando, Hitch? Tu hermano se curará, con el tiempo, pero es un bebé y no sabe gestionar el dolor de otra forma que no sea llorando. No hagas esos intercambios nunca más. ¿He sido clara?

Hitch la miró con los labios apretados, y respiró hondo. Asintió.

—Te pareces a tu padre cada vez que haces esas estupideces. Eres una maldita vendehumos. Ahora siéntate y come.

Hitch obedeció, por el camino había ido alimentando a Arthur, así que ya estaba completamente adormecido. La cena fue silenciosa. Hitch miró a su madre y en cierto punto, tuvo que preguntar.

—¿Papá no va a volver?

La mujer no la miró.

—Nos ha abandonado para irse con una de las putas de la periferia. Sé qué puta es, no volverá.

Sorbió la sopa y cuando acabó su plato, fue capaz de mirar a su hija. Hitch miraba a otra parte, sintiéndose fallada y decepcionada, también herida. Jamás se hubiera imaginado a su padre abandonándola a ella.

—¿Sabes dónde está ahora…?

—No hablarás con él nunca más —Hitch la miró ante aquella respuesta, pero no replicó más nada.

Esa noche un fuerte ruido la despertó, seguido de un grito. Hitch saltó de la cama acobardada sin saber qué ocurría, y se quedó mirando la puerta. No parecía que nadie hubiera entrado, así que se asomó al pasillo.

—Hitch… —empezó la madre, la voz provenía del cuarto del pequeño.

Por favor, no. Él no. Por favor…

Se repetía incansable según daba un nuevo paso hasta la habitación contigua.

—No se calmaba… hasta que de repente, se calmó…

Al ver lo que había al otro lado de la puerta las pupilas se le empequeñecieron. Abrió los labios, viendo todos los frascos del medicamento que había traído abiertos, hasta la cuna. La mujer sostenía el cuerpo sin vida y pálido de Arthur, cuyos brazos yacían abiertos a los laterales. Al ver aquello Hitch dio tal brinco hacia atrás que se dio un golpe, y las piernas empezaron a temblarle.

—Mamá… qué has hecho… ¿por-p-por qué has…? ¿Por qué has…?

—No dejaba de toser, estaba muy débil…

El llanto de Hitch cortó la frase de la mujer, que se giró a mirarla. Su hija no era una chica débil, ni sentimental, y ella fue la primera sorprendida en verla llorando con tal rabia, pegada a la puerta. La muerte de su hermano y ver su cadáver le supuso un trauma inmediato. Te dije uno, uno solo, decía en su cabeza, odiando a su madre con todo su ser.

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