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CAPÍTULO 10. Clase en la fila más alta

—¿Látigo…?

Mia frunció el ceño. Así que a su compañera sexual le iban esos “fetiches”. Eso explicaría un poco su actitud en alguna que otra circunstancia cuando follaban. Mia no tenía ningún tipo de experiencia, pero prefirió no parecer la inexperta delante de ella. No quería quedar así después de abrirle ese mundo.

—Bien. Pues lo lamento, pero no tengo un maldito látigo. Y dudo que hayas comprado uno.

—Con un cinturón está bien para comenzar.

—Pues… no me gusta ese rollo. Así que vas a tener que practicar con muñequitas de plástico hasta que las rompas.

Belmont se quedó mirándola sin mucha expresión. Pero sí que pensaba en sus contestaciones.

—No lo haré fuerte si es lo que te preocupa. Iré poco a poco.

—¿Y por qué no unos azotes? Lo he visto en vídeos porno. Es más excitante.

Ingrid se miró las manos, fingiendo que pensaba en la posibilidad.

—No es lo mismo. Quiero dejarte una marca más profunda.

—¿Por qué? —frunció el ceño.

La joven entreabrió los labios, pero no tenía una respuesta clara formulada en la cabeza. Quería porque le gustaba ver el dolor ajeno. Y las marcas consecuentes al mismo.

—Es igual. Probaré con otra persona que quiera.

—Nadie querrá hacerlo así. A menos que obtenga algo a cambio.

—Ah, era eso. Haberlo dicho. ¿Qué quieres a cambio?

Claro, pensó inmediatamente. Es un trueque. Supongo que no me dejará golpearla porque sí. Es normal que quiera una recompensa.

Pero pasaron los segundos, y Mia sólo la miraba ceñuda y pensativa. Ingrid alzó una ceja.

—Di de una vez.

—¡N-no lo sé! Quiero… hm… que me hagas de cenar.

Qué patético. Será mejor decirle que sí sin más.

—Está bien —asintió, y sus piernas caminaron en una dirección. Mia tragó saliva siguiéndola con la mirada. Belmont se inclinó a su bolso y desenrolló con fuerza uno de los cinturones, que se desplegó ante su tirón. Era fino y de cuero blanco. Le entraron los nervios, pero trató de mantener el tipo—. Mira, ven. Ponte de pie mirando hacia la ventana.

Mia salió de la cama y caminó despacio hacia donde le ordenaba. Estaban en un piso lo suficientemente alto para no ser vistas a través de la ventana, pero aun así sus pulsaciones iban en aumento.

—¿Me quedo así…?

—No, agarra el alféizar. Inclínate un poco.

Mia situó las manos en el alféizar y sacó un poco las nalgas con las piernas separadas. Era una posición expuesta y sumisa. Incómoda, porque no le gustaba estar de pie para follar ni para hacer ninguna actividad en general. Sintió más tensión cuando oyó sus pies alejándose, pero no le dio tiempo a pensar en nada más.

“¡SPLASHHH!”

—¡¡¡AHHHHH…!!! ¡TU PUTA MADRE, INGRID…! —se quitó de golpe, apretando los dientes y volteándose. Ingrid la miró ceñuda.

—¿Qué haces? Vuelve a donde estabas.

—¡Y un huevo! ¡Me has… hecho un daño terrible! Dijiste poco a poco —sorbió por los labios, y fue corriendo al espejo de la habitación. Tenía una marca diagonal que le cruzaba toda la espalda. Ni siquiera le había dado donde esperaba. Ingrid miró de reojo el cinturón. No había dado con tanta fuerza.

—¿Seguro que no exageras?

—¡Ponte tú! Ponte, ya lo verás…

—No, hicimos un trato.

—Mira, me voy a casa. Qué dolor…

—Pe-…

—No no, me voy. No me gusta así, lo lamento.

Unos días más tarde

Aula del edificio académico

Fueron repartiendo los exámenes corregidos por cada fila. Ingrid bostezó largamente mientras recibía el suyo. La nota máxima. Al mirar hacia Yara, vio que le faltaban unas décimas.

—Pst, pst… —le dio un codazo—, ¡estás dormida…!

—¿Hm? Claro que no —la morena se puso recta y atrajo la hoja del examen con los dedos. Miró por inercia el de Belmont—. Vaya zorra esta profesora. ¿Un 9,5?

—Por la representación gráfica. Ya he visto en qué te has equivocado.

Yara miraba el examen con las cejas fruncidas, tenía sueño. Cuando ladeó un poco la cara, su compañera se fijó en un chupetón que ocultaba bajo el cuello de la blusa.

Otro más, como el del día que salimos todas.

—Bueno, no afecta a la media. Esto era un control de repaso, ¿no? —soltó la hoja y se volvió a hundir en sus brazos cruzados. Como la profesora se había ido ya, poco a poco el gentío aumentaba el decibelio de sus conversaciones.

—Ah… Belmont… perdona…

Una voz sonó a sus espaldas. Cuando se volteó se encontró con Simone Hardin, que la miraba apenada.

—Buenos días, Hardin —le sonrió. Antes de que la chica contestara, Hansen alzó la voz.

—¿Qué haces aquí? A menos que te llamemos, no subas.

—Ah… perdón… es que los de la otra clase han dejado un recado para Belmont.

—¿Y no me lo han dado en persona? —preguntó la castaña.

Hardin no parecía saber contestar. Le tendía un papel doblado. Ingrid lo desdobló y leyó. Pero tuvo que doblarlo a la velocidad de la luz de nuevo, con el semblante turbado.

—Bueno… vuelvo a la primera fila.

—Espera. ¿Por qué no te quedas aquí en esta hora? —invitó Belmont.

Yara alzó una ceja al escucharlas hablar. Las miró con extrañeza.

¿Qué coño hace…? Trayendo aquí arriba a la esclava…

La chica se puso nerviosa y ruborizada.

—N… no quiero m…

—Molestar, ya. Te estoy invitando yo, ¿no? Eh, ¡Terrence!

—¿Uh…? —su compañero se giró a Belmont—, ¿pasó algo?

—Múdate a la primera fila en esta hora. Tengo que hablar con Hardin.

Simone tragó saliva y miró la nota que se había quedado. No tenía idea de lo que habrían escrito allí. Pero empezó a sentirse incómoda al ver discutir a los chicos.

—Ahí abajo no podré dormir a gusto, me van a pillar.

—No te estaba preguntando.

—Woh, ¿pero qué demonios…? —intervino Yara—. ¿Por qué haces sentar a la pobre aquí?

Ingrid se volvió ceñuda a Yara.

—¿Te puedes callar cuando la cosa no va contigo?

La chica se quedó de piedra, y las que la oyeron a su alrededor se voltearon disimuladamente. No era común que las inseparables se hablaran mal fuera de la broma. Si había que posicionarse en el futuro, habría conflicto social asegurado. Yara se quedó callada y se encogió de hombros, pero le dirigió una mirada de odio a Hardin que la atravesó. Se puso roja como un tomate cuando la corpulenta figura de Terrence se elevó y recogió sus pertenencias. El chico se sobrepuso a la altura de Simone y también le dirigió una mirada helada. Hardin apartó la mirada.

Ingrid sonrió tranquila mientras iba arrugando dentro de la mano la bolita de papel en la que estaba convirtiendo la nota. Le hizo un cabeceo para que tomara asiento a su lado. La muchacha obedeció, pero estaba tensa. Vio cómo Terrence apartaba de un manotazo brusco su estuche del sitio donde había estado, y era recibido en la primera fila con silencio. No eran sus amigos los que estaban allí abajo.

—¿Sabes lo que ponía la nota? —la cuestionó bajando la voz. Simone la miró y se apresuró a negar—. Ah, tranquila. Al parecer tienes un admirador secreto.

—¿Yo…?

Se está riendo de mí, pensó automáticamente. Como hacen todos desde que llegué.

—Sí. Quieren conquistarte. Así que te voy a ahorrar mucho dolor y sufrimiento… ¿qué te apetece hacer esta tarde?

—¿Qué…? N-no entiendo…

—Te van a ir a buscar a casa. Lo mejor es que… —se tornó pensativa, aunque no estaba pensando en absoluto—, sí, lo mejor es que cuando pregunten por ti en casa, no estés. Si no, te aseguro que no podrás quitártelo de encima.

—Puedo… ¿puedo saber de quién se trata?

Ingrid miró con disimulo hacia las filas que tenían justo delante. Había un radar parabólico escuchando lo que susurraban, ya lo sabía.

—Te lo diré en el recreo. Y me lo agradecerás.

Yara resopló sonoramente, desentendiéndose de los planes que tuviera su amiga.

—Está bien. Gracias, supongo. Pero debería bajar a mi sitio.

—Descuida, toma apuntes aquí. No aguanto a Terrence últimamente.

—Bu-bueno… voy a por mis cosas.

—¿Qué te hace falta?

—Los bolis. Y el portafolios.

—Ah, tomas apuntes a mano. Como yo. Toma —le deslizó en su dirección un fino taco de folios junto a su propio estuche—. Usa lo que quieras.

Hardin no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. No hacía falta tener muchas luces para comprender que algo no estaba bien en todo aquello, pero no tenía idea de por qué. Y Yara tenía una cara de pocos amigos que ya le avisaba de que tarde o temprano las pagaría.

Durante la clase, Ingrid confirmó lo que había sospechado el día que fueron todas al parque. Se dedicó a observarla de reojo en varias ocasiones y comprendió por qué estaba en la primera fila de todas. Le pasó una notita. Hardin se ruborizó al leerla. Se la devolvió contestada.

“¿Ves bien de lejos?”

“No mucho. Los números y las letras pequeñas están borrosas.”

Ingrid observó la pizarra. El único de sus hermanos que había heredado la miopía de su madre era Eric. Le devolvió la nota de nuevo.

Yara, a distancia, las observaba cartearse.

“¿Y no usas gafas? ¿O son lentes de contacto?”

“No, nada de eso.”

Cuando la clase terminó, Ingrid se pegó a ella.

—¿Has podido tomar bien los apuntes?

—Sí. Más o menos, no te preocupes —sonrió amistosamente y guardó las hojas. Ingrid se quedó mirándola unos segundos y le devolvió la sonrisa con total simpatía.

—¿Te gustaría ir a tomar algo después de clases?

Simone se sorprendió y se le notó en la cara. La miró sonriendo.

—¡Claro! ¿Necesitas algo?

—No es en calidad de mascota, sino de amiga. Y me gustaría que me vieras como tal.

Debo de estar soñando. Ingrid se considera amiga mía, no me lo puedo creer…

—Me gustaría mucho… de verdad. Si quieres se lo puedo decir al resto.

—Oh, no —frunció las cejas e hizo un aspaviento con la mano—. ¿Por qué… por qué te esmeras en caerles tan bien…? No las invitemos. Quiero que estés tranquila.

Simone lo agradeció internamente, pero prefería no decirlo de forma verbal. Temía cualquier represalia. Se limitó a asentir.

—Vale…

—Genial, Hardin —sonrió más ampliamente—. Con respecto a lo de tu admirador secreto… te estoy librando de una buena, créeme.

—Te haré caso —le devolvió su bolígrafo y se preparó para cambiarse.

—Espera un segundo —la castaña escribió más recelosamente en otro pedacito de papel. Simone sonreía con una ilusión inconcebible. Aunque la sensación se aplacó bastante en cuanto dirigió la mirada a Yara, que la miraba con las piernas y brazos cruzados… y una expresión maníaca. Tragó saliva y apartó la mirada. Ingrid dobló varias veces el papelito y lo pilló con el plástico del capuchón del bolígrafo. Cuando se lo tendió de vuelta, le sonrió—. Te veo a la salida. Lee eso cuanto no te vea nadie.

—Sí… gracias.

Yara no apartó la mirada de Hardin; deseaba que se desnucara cada vez que bajaba un peldaño hacia su sitio.

—¿Por qué le has dicho a Terrence que baje? ¿Para que suba la mascota?

—Así es.

Yara detectó frialdad en su tono. Se apoyó en el pupitre para mirarla más de cerca.

—Oye, Ingrid. Estás rara. Nunca has hecho eso con una mascota. Cuéntamelo, soy tu amiga.

—¿Cuál es el problema? ¿Estás celosa? —la miró sonriendo.

Yara habló más ofendida.

—No seas estúpida. Simplemente me preocupa que se aproveche de tu hospitalidad. Las mascotas son como alimañas. Desean el dinero y la influencia.

—Sólo la quiero prevenir de Roman.

—¿Roman…?

—Sí. Tiene pretensiones con ella.

—¿Y por qué será…? —ladeó más su sonrisa—. No habrá perdido el tiempo con él.

—Mi hermano no es capaz de ligar si no es pagando.

Yara lanzó un suspiro.

—Como sea, ve con cuidado. Tampoco me gusta que la vean tan cerca nuestra. Nunca será mi amiga.

—Pues estaba pensando en traerla aquí. Terrence está siempre dormido.

—Ja… me tomas el pelo, ¿verdad? —rio, levantando una ceja—. No la dejaré.

—Cuando me interese tu opinión, te la pediré.

—¿Uh…?

Ingrid se apresuró a cargar con su bolsa y guardarse el móvil. Tenía clase en otra aula. Yara abrió un par de veces los labios pero no atinó a decir nada. Y al final, sus miradas se cruzaron.

—Ah, por cierto. Si decido que se siente aquí, lo hará.

—Ya lo veremos.

Ingrid curvó más su sonrisa.

—Sí. Ya lo verás.

Cuando la vio bajar, Yara tragó saliva. No le convenía tener enemigos en las altas esferas. Aquello podía ir mucho más allá que un simple roce de opiniones. Pero no entendía su actitud. Desbloqueó su móvil y leyó los mensajes que Mia le había escrito. No decía nada nuevo. Al parecer se había quedado sin plan y quería verla. Hansen llevaba en secreto una relación con Thompson, una relación de la que nunca había querido que se enterara nadie. Pero llevaba varias semanas sospechando que había dejado de ser mutuo el interés. Mia le había aclarado que el beso a Ingrid en su baño no había ido a más, y que no podía contarlo si no quería acabar con un tiro en la cabeza, ya que Belmont no deseaba que su familia se enterara.

Si me entero de que está tonteando con otra persona… después de lo que me cuesta aceptar lo que soy…

Yara agachó el rostro y se frotó la frente.

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