• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 10. El castigo de Yurp


Hitch esperó veinte largos minutos, pero Marlowe no apareció. En el jardín del último cuartel apenas había luz entrante a esas horas tardías. La puerta del lugar siempre estaba abierta, y su interior abandonado desde hacía décadas. Ya no tenía utilidad militar ninguna, pero nadie se había ocupado de hacer nada con aquella construcción apartada. Cuando atravesó finalmente la puerta vio una fina línea de humo ascender de uno de los rincones. Su vista se acostumbró a la oscuridad lentamente, a medida que vio la figura de Yurp, que se sacaba el cigarrillo de la boca.

—Hitch, perdona mi falta de decoro. ¿Te estoy retrasando en alguna actividad hoy?

La chica lo miró de arriba abajo, con suma desconfianza y sin despegarse de la puerta.

—Tengo unos entrenamientos. Si tardo, podrían tenerlo en cuenta en el expediente.

El hombre sonrió de lado, desde luego, tonta no era.

—Yo soy quien coordina los entrenamientos. No hay ninguno programado para los cadetes cuyo apellido empieza por D.

La joven parpadeó y no supo qué contestar. Se tensó por dentro bastante, pero cuando le vio separarse de la pared y caminar hacia ella dio por inercia un paso atrás. Yurp se detuvo y la miró con el ceño fruncido.

—¿Te doy miedo?

—No —respondió. Le aguantó la mirada. Cuando se puso delante de ella adelantó una mano a la puerta y la cerró, dejando a Hitch a solas con él.

—Van a trasladarme permanentemente de este cuartel. Mis servicios son requeridos de manera indefinida en el muro Rose.

—Seguro que es por un buen motivo, comandante. Espero que le vaya bien en su nuevo puesto de trabajo.

—Me irá bien. Como hombre divorciado. ¿Sabes por qué ya no estoy con mi mujer, Hitch? —caminó hasta ponerse justo delante de ella. Cada paso que daba hacía desandarlo a la chica, hasta que se vio acorralada entre él y la puerta.

—No, señor… no lo sé.

—Tutéame. Para ti, sólo Yurp. —la corrigió.

—Yurp…

El hombre ladeó la cabeza. Era cierto que a pesar de todo, la muchacha tenía agallas. Deslizó la mirada por su cuello, pero antes de llegar al escote, los ojos se le detuvieron en el trozo cristalizado tan elegante que llevaba puesto.

—Vaya… —llevó los dedos al accesorio, pero Hitch lo cogió antes que él y cerró el puño dejando el mineral dentro, recelosa. —¿Te lo ha regalado algún novio? Te hace un cuello precioso.

La mujer empezó a sentirse más intimidada, pero recobró la voz y el coraje.

—Eso no es asunto tuyo.

Yurp ladeó una sonrisa siniestra. Apartó la mano del collar despacio, y suspiró larga y calmadamente.

—Tenemos que hablar de temas importantes antes de marcharme, Hitch. He repasado tu historial y tu expediente. Parece que has encomendado a otros compañeros tareas que fueron específicamente asignadas para ti.

—Eso es mentira —mintió Hitch, no iba a dar su brazo a torcer en nada de lo que le dijera. Tuvo que haberlo previsto cuando le prometió su entrada a la Policía Militar, debió haberse dado cuenta de algo rematadamente obvio: ese hombre no pensaba dejarla vivir tranquila ni siquiera yéndose lejos. Buscaría la manera de seguir haciéndole llegar cartas, de acorralarla. Pero sabía que podía hundirle la carrera y ese era su único terror.

—Es mentira, ¿cierto? —asintió como dándole la razón a un loco, sin perder la sonrisa. Se pasó la lengua por el labio inferior y bajó sus grandes manos a la cintura de la chica, acoplando todos sus dedos a la curvatura perfecta que le definía el cuerpo. Sus pulgares la acariciaron despacio por encima de la fina blusa. Cerró los ojos irónico. —Claro que es mentira, yo sé que tú eres muy capaz de eso y de todo lo que te pongan por delante.

Hitch quería responder algo, pero su mente no trabajaba bien bajo esa presión

Hitch quería responder algo, pero su mente no trabajaba bien bajo esa presión… la estaba tocando. 

Notaba que los dedos masculinos se le clavaban en la cintura y de pronto él la pegaba a su pecho, de tal forma que su vientre y sus senos estaban completamente adheridos al uniforme de él, sin espacio intermedio

Notaba que los dedos masculinos se le clavaban en la cintura y de pronto él la pegaba a su pecho, de tal forma que su vientre y sus senos estaban completamente adheridos al uniforme de él, sin espacio intermedio. Entonces el hombre liberó un lado de su cintura al despegar la mano y recorrió su nuca, conduciéndole el rostro a su dirección.

—Bésame, Hitch… —notó la tensión de la rubia cuando la apretaba para acercarla y también sentía en su propio pecho el latir veloz del corazón femenino. Hitch empezó a hacer fuerza con las manos contra su cuerpo, y los puños apoyados en el pecho de Yurp, pero él, comedido e impasible, arqueó las cejas.— Dame un buen beso, y si lo haces, no contaré al resto de superiores cómo entraste a la Policía Militar.

Para Hitch esas amenazas estaban vacías. Si llegara a darse un caso extremo, le expondría la situación a los tribunales. Aunque… no sabía si iba a ser creída. La mente intentaba divagar en torno a aquellas posibilidades, pero con el aliento de Yurp tan cerca, que apestaba a cigarrillo, no podía concentrarse. Se odió a sí misma cuando la presión que el comandante hacía tras su cabeza acabó logrando pegar los labios a los suyos. Desvió el rostro hacia un lado y el hombre apartó su mano, volviendo a esconderla sobre el arco de la cintura femenina junto a la otra. Le buscó la boca de nuevo. Hitch cerró los ojos y presionó suavemente los labios contra los ajenos, sintiéndose casi obligada a obedecerle. Yurp cerró también los párpados y disfrutó, como el cerdo que era, de la entrega «voluntaria» de la chica, una chica veinticinco años más joven que él. Se calentaba al sentir la temperatura corporal que desprendía y verla ocultar unos nervios que sabía muy bien que tenía.

«Si tan adulta se cree, como una adulta la trataré«, pensó, y extendió la mano sobre su pecho, siendo éste lo bastante grande y abombado para su enorme palma. Hitch no se despegó, pero al sentirse manoseada paró de mover los labios, dando un suspiro de inquietud. Yurp notó que dudaba y susurró.

—Te he dicho que me beses. No vuelvas a parar —el tono de voz fue mucho más imperativo y ronco. Hitch ladeó despacio la cabeza hacia un lado para conectar mejor la boca del comandante, y poco a poco los labios se moldearon en una buena sincronía. Yurp movía la lengua incansable dentro de aquella dulce y perfecta cavidad, adorando el intercambio de saliva, raspando su lengua, acariciándole el paladar, lamiéndole los labios e incluso parte del mentón cuando ya estaba excitado. Pero como fuera, el beso no paró. Apretó con mucha saña el pecho de Hitch hasta el punto de lastimarla, con mucha fuerza prensil, y no se detuvo hasta que consiguió sacarle un quejido de dolor y que le agarrara de la muñeca para que parara. Eso quería. Que sufriera y le pidiera parar. Después de un interminable beso, que duró cerca de dos minutos, Yurp extrajo su lengua y miró fijamente su boca, conectada a la suya por hasta tres finos hilos de saliva de todo lo baboso que había sido. Hitch entreabrió los labios para respirar, mojados y desgastados, y esto le hizo perfilarle dulcemente el surco del labio inferior, retirándole la saliva.

—Esa boca sólo sirve para dar placer, Hitch, no para hablar. —Hitch le miraba fijamente, nerviosa y algo contenida. —Seguro que una mamada hecha por estos labios me haría venirme en menos de cinco minutos. ¿Qué te parece?

Hitch se removió incómoda, pero seguía teniendo la espalda bien pegada a la pared. La situación estaba yendo demasiado lejos. Yurp no esperó una respuesta verbal, apretó los dedos de una sola mano en sus dos mejillas y volvió a obligarla a que le mirara. Le volvió a introducir la lengua en círculos, saboreando su humedad. Hitch mantuvo la boca abierta y se lo permitió, sin mover absolutamente nada. En su interior había fuego de rabia y rencor acumulándose a cada segundo. Pero desgraciadamente no parecía que fuera a poder demostrarlo con la fuerza: los ojos empezaron a brillarle peligrosamente al saberse tan utilizada y humillada. Llevaba mucho tiempo sin derramar una sola lágrima, pero empezaba a tener problemas para aguantarse y sentía que el espíritu volvía a doblegarse por segunda vez a merced de aquel hijo de puta. Su mente dio otro vuelco cuando incansable, aquel cabrón bajó la mano entre sus muslos y la tocó con mucha brusquedad por fuera del pantalón, sobándola. Mientras lo hacía dejó de besarla un instante para susurrarle en los labios, mirando a aquellos enormes ojos verdes.

—Vas a chupármela hasta que te termine en la boca, ¿sí…? Y te vas a tragar hasta la última gota —el sólo hecho de decírselo a la cara para ver su reacción también le excitaba. Hitch negó con la cabeza y hizo un esfuerzo más notorio con todo el cuerpo para empujarle, a lo que él la aprisionó con más contundencia, sirviéndose de que pesaba mucho más.

—Si muerdes o haces algo que no debes te dejo inútil, y a ver quién quiere acostarse contigo siendo una incapacitada. —Hitch estaba llegando a su límite. Trató de asestarle un rodillazo en su entrepierna, pero los reflejos del comandante eran los de un águila. La aprisionó más contra la pared y sonrió con cierta ternura.

—Eres asqueroso —fue lo único que le pudo responder, tenía la respiración acelerada y se sentía incapaz de responder más de tres palabras sin notar un fuerte nudo en la garganta. No quería darle la satisfacción de verla desmoronarse, tan débil, ni a él ni a nadie, ¿pero qué demonios debía hacer en una situación así?

—Pero primero… —dijo ignorando su insulto— primero voy a follarte el cuerpo entero. Quítate la ropa y acuéstate ahí.

Hitch abrió los ojos y su pecho empezó a moverse a destiempo, las pulsaciones le aumentaron. De ningún modo quería entregar su cuerpo a aquel degenerado, que tan asquerosa le había hecho sentir la primera vez sin casi siquiera tocarla. Los ojos se trasladaron a una especie de camastro viejo y sucio que había al fondo. Pero se quedó petrificada, sencillamente, sus piernas no respondieron. Él se quitó la chaqueta y se abrió el cinturón y la bragueta, y cuando se desnudó de cintura para arriba, se acercó a ella. Agarró su cuello con dominancia y Hitch se agarró rápido a sus manos, acobardada.

—Pequeña, me voy a ir para siempre, lo más probable es que no volvamos a vernos. ¿De verdad quieres una despedida tan fría…?

—Yurp… no se lo diré a nadie, por favor, aléjate de mí… no te acerques más… —Hitch volvió a hacer un esfuerzo monumental por controlar sus emociones. Sus manos ejercían presión en su abdomen para que no siguiera acortando distancias, sin embargo, él ni parecía sentirlo.

—Sé buena y obediente. O sino seré yo el que le diga a alguien más concreto cómo entraste a tu puesto de trabajo. A ese cabeza de tazón, por ejemplo. Seguro que no sabe lo perra que puedes ser por un poco de atención.

El hombre recibió una bofetada dura en la cara, que le hizo doblar el rostro a un lado. Picaba. Cuando volvió a mirarla, paró de agarrarla en el cuello pero le arrancó el colgante, logrando que Hitch tratara de arrebatárselo de la mano. Estaba tan nerviosa que se le hacía divertido verla. Lo lanzó con fuerza hacia atrás, y el brillo del cristal pareció perderse en algún punto de la negra habitación. La chica le miró airada y pasó por su lado para buscarlo, pero de forma muy repentina, Yurp la agarró del pelo y usó una fuerza desmedida para atraerla hacia él, logrando que gritara de dolor. La empujó contra la pared y lo que fue tensión, se convirtió en un intenso forcejeo. Era ahora literalmente una pelea de agarres. Trataba de sostenerla como fuera, de retenerla contra la pared y de buscarle la boca para arrancarle los besos, pero se sorprendió de la fuerza que tenía aquella hija de puta. Dos veces estuvo a punto de escapársele por la puerta, y al final, se inclinó y la agarró por la cintura alzándola del suelo, volviendo a cerrar la puerta de un portazo. Hitch se defendió arañándole con una fuerza anormal, fruto de su desesperación, por lo que los brazos del comandante empezaron a sangrar en tiras rojas. Ciego de rabia la lanzó contra el colchón sucio y se sentó rápido sobre sus piernas. Aún con todo el peso de su cuerpo lograba seguir moviéndolas. Lo siguiente que vio Hitch fue el puño del agresor, no una, sino dos veces, dejándola un poco aturdida. Le arrancó la capa y la blusa se la rompió, exponiendo su ropa interior nuevamente y mirándola con una sonrisa.

—¡Para! ¡Auxilio! ¡A…! —Yurp la abofeteó en la cara con fuerza, y al ver que seguía contrayéndose bajo sus piernas le descubrió el vientre y soltó otro puño con fuerza ahí, arrancándole un grito de dolor. Le dio otro y oyó que éste le cortaba el grito, al trabarle la respiración. En ese momento se incorporó un poco y le sacó rápido las botas y los pantalones, hasta dejarla únicamente en ropa interior. Hitch le miraba con los labios apretados, tremendamente adolorida. No respiraba bien.

—Estúpida. ¿no era mejor así desde el principio? —le gritó— Aquí nadie va a escuchar tus gritos. Nadie, sólo yo. —Hitch aún intentaba recuperar oxígeno cuando la terminaba de desnudar, y pensó si merecía la pena luchar realmente por aquello. Se sentía demasiado débil y le dolía la cara y una de las costillas. Pero al verle echado sobre ella y sacarse su miembro de los pantalones, tuvo un nuevo acto reflejo y empezó a escabullirse desesperada y voltearse hacia un lado. Yurp tomó impulso y esta vez le soltó un puñetazo mucho más contundente, que logró hacerla romper en un llanto. Al ver que esa zona le había dolido más, dio un segundo. Disfrutaba haciéndole daño.

Volvió a romper a llorar, maldiciéndose por hacerlo. El odio se transformó en miedo. Justo cuando Yurp iba comprobar lo apretada que estaría esa vagina, vio que Hitch ya simplemente estaba obligándose a sí misma a mirar a otro lado, con los ojos llorosos.

Un estruendo hizo entrar luz en la habitación, y de pronto, un tiro reventó la cabeza de Yurp hacia un costado, cayendo como un peso muerto fuera del colchón. El humo del arma y el contraste con la luz no dejaba apreciar bien quién había tras el cañón, pero a Hitch no le importaba en absoluto. Ni le importaba que la vieran desnuda. Se cubrió el rostro con las manos y siguió rompiendo a llorar una y otra vez, sintiendo que iba a tener una especie de ansiedad, con varias contracciones en el pecho al no poder contenerse.

—Maldita sea… —Annie Leonhart avanzó adentro y suspiró hondo. Se agachó en la cama al lado de Hitch y frunció las cejas. —Hitch…

No podía consolarla, ni siquiera creía que la estuviera oyendo. La respiración iba muy mal en su cuello, podía verlo. Además, tenía sangre en la boca y el vientre amoratado. Si le había salido un hematoma tan rápido, lo más probable es que le hubiera roto un hueso. Al alcanzar su uniforme vio que la camisa estaba despedazada, y se incorporó. Se quitó la chaqueta de piel y la tocó del hombro.

—Iremos a informar de lo que ha ocurrido. Te acompañaré.

La joven calmó sus respiraciones poco a poco, después del gran susto, pero el no hacer ruido llorando no impidió que de sus ojos siguieran saliendo lágrimas. Incorporó medio cuerpo y cayó rápido de nuevo a la cama, sollozando y llevándose la mano al costado.

—Más despacio. Agárrate a mí. —Annie ofreció su brazo y la ayudó a incorporarse. Antes de ponerle la chaqueta se agachó y rozó con los dedos la forma del hematoma que se había formado en su piel. —Te ha roto dos costillas.

Hitch abrió los labios, más concentrada en calmar sus respiraciones que en atender sus heridas. Annie la ayudó a cerrarle la chaqueta y también la ayudó a ponerse los pantalones y las botas. Mientras se las acordonaba bien, la miró de reojo: sabía reconocer un shock emocional cuando lo veía.

—Tú no has hecho nada para merecer que te traten así —le dijo, incapaz de guardar silencio. Señaló el cadáver de Yurp, pero cuando Hitch lo miró notó que se le contraía la garganta del asco y apartaba rápido la vista.— Conozco las leyes. Podemos demostrar lo que te ha hecho, me expondré al castigo pertinente por el disparo.

Hitch seguía respirando congestionada sin mirarla. Vestida o no, más humillada no podía sentirse, jamás había sentido tal asco de sí misma. Annie vio que otra lágrima más se desprendía de sus pestañas y caía en el pantalón.

—Las notas sin firmar eran de él, ¿verdad?

—Las notas sin firmar eran de él, ¿verdad?

Hitch asintió, sin mirarla. Enseguida Annie comprendió por qué le pidió ir allí acompañada, sabía perfectamente que si iba sola, algo podía salir mal… y había salido mal.

—Vamos. —Dijo con la boca pequeña, la imagen de Hitch que tenía en la cabeza acababa de cambiar por completo. La ayudó a levantarse y juntas fueron a la dirección general del cuartel a dar parte de lo sucedido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *