CAPÍTULO 10. Una nueva fuente de cariño

Tuvo poco tiempo para preparar sus dos maletas. Allí haría un frío helador en aquella época, y tampoco había nada que visitar en el pueblo de Surwile. Rock había tratado de esperar de madrugada a Revy para contarle que tenía que viajar para desenmascarar a aquel cabrón que tanto daño le hizo, pero no apareció hasta muy entrada la madrugada, prácticamente cuando el cielo ya clareaba.
Hotel Moscú
No muy lejos de allí, desde una de las habitaciones del Hotel Moscú, la exagente ya había preparado la mochila del portátil y una única maleta grande. Abrió el pasaporte y comprobó la fotografía y el identificativo: Harriet Morrigan. El nombre era horrible, pero pasaba por estadounidense mediocre y más le valía acostumbrarse a usar aquel nombre una vez pisaran territorio enemigo. En una maletita aparte cerró su pistola y aparte la munición, y la otra la llevó enfundada bajo la axila. Bajó por el ascensor y se subió al coche del chófer del hotel, que condujo hasta el piso donde estaba la compañía Black Lagoon.
Compañía Black Lagoon
Sobre las 6 de la mañana, con la primera claridad en un cielo nublado, Rock oyó mientras desayunaba traqueteo al otro lado de la puerta. Había alguien intentando introducir la llave. No tardó demasiado, por lo que Rock supuso que no venía muy ebria.
Afortunadamente, acertó.
Revy abrió la puerta y clavó la mirada en Rock, le sorprendió verle ahí tan temprano. Pero le apartó la mirada rápido y ni siquiera se volteó a cerrar la puerta. Se quitó el abrigo, el gorro y se deshizo de la coleta, tirando sus pertenencias por el camino.
—Revy.
La morena no le dirigió la palabra, siguió andando por el pasillo, abrió la puerta de su habitación y se echó sobre la cama. Rock suspiró y apuró el café. Jane y Benny no estaban, y a pesar de que Dutch se despertaría en dos horas, sabía que estaba durmiendo a pierna suelta. Miró su reloj de bolsillo: aún quedaban unos minutos. Quería hablar con ella y decirle la verdad por su propia boca, no esperar a que alguien de la banda o incluso Balalaika le diera tal información.
Al otro lado de la puerta principal, Eda mandó un mensaje de texto a Rokuro para avisarle de que ya estaba esperándole en el rellano del edificio. Quiso tocar a la puerta, aunque la vio entreabierta. Eso le pareció extraño. Cuando abrió un poco más, vio las prendas tiradas de Revy y soltó una risilla al detectar el olor a marihuana que había en esa dirección. Se encogió de hombros y se prendió un cigarrillo, esperando con la espalda apoyada en la pared del pasillo.
Habitación de Revy
—Toc toc…
Revy le oyó entrar y puso los ojos en blanco, seguido de una expresión lastimera al ser interrumpida mientras buscaba el sueño.
—Tengo que viajar.
Revy frunció el ceño y se volteó pesadamente hasta quedar bocarriba, mirándole extrañada.
—¿Misión exprés con la rusita…?
Rock negó con la cabeza, aunque parte de razón tampoco le faltaba. Pero esta vez había sido instigado por cuenta propia.
—Revy… quiero decirte la verdad, aunque suponga que dejes de hablarme. Porque no concibo que acabes enterándote por terceras personas y no quieras saber de mí.
Revy alzó una ceja, temiendo lo que pudiese soltar a continuación. Se incorporó hasta quedar sentada en la cama.
—Voy a viajar a Virginia. Yo se lo pedí a Balalaika en su día, y ahora fíjate qué pañuelo es el mundo, que uno de los vinculados a la banda en la que ella está interesada, está por allí. Es un policía corrupto. Hay altas probabilidades de que sea… bueno, o de que conozca al que te hizo aquello. Al fin y al cabo tenemos toda una plantilla por explorar.
Revy apretó la mandíbula al escucharle. Se puso en pie rápido, pero lo hizo demasiado rápido, y los efectos del alcohol y la droga la hicieron tambalearse un poco. Le miró con los ojos entrecerrados.
—Tú, pero tú… ¿tú escuchaste algo de lo que te pedí el otro día…? ¿Has venido aquí a vacilarme…?
Rock negó, subiendo lentamente las manos.
—No, y tranquilízate. Te ruego que me escuches sólo un momento-…
Eda oyó un ruido seco, un impacto. La tranquilidad se le escapó del cuerpo, le salió de manera automática la cobertura usando la pared. Pero se dio cuenta de que no era un disparo. Alzó las cejas confundida y asomó la cara en el apartamento.
—¡LÁRGATE! —gritó, y le dio una patada para echarlo de allí. Rock yacía en el suelo, a cuatro patas, con el rostro girado hacia un lado y la mano cubriendo la nariz y la boca. — QUE TE VAYAS, COÑO, VETE YA. Y NO SE TE OCURRA REGRESAR.
—¿Qué cojones pasa…? —Eda abrió de par en par la puerta del dormitorio y juntó los labios al ver a Rock tirado. De entre sus dedos parecían emanar gotitas de sangre. Vio un bate ensangrentado a un lado y movió sus iris celestes a Revy, que empezó a encararla.
—LÁRGATE TÚ TAMBIEN, MARCHAOS LOS DOS. NO QUIERO SABER NADA DE NINGUNO.
—Qué coño te pasa ahora, retrasada. —La increpó la rubia, a lo que Revy tuvo una especie de cortocircuito y trató de abalanzarse sobre ella completamente iracunda. Eda la golpeó de un fuerte cabezazo y la empujó, haciendo que Revy danzara hacia atrás y se estampara contra su armario. Perdió por completo el equilibrio y cayó en redondo al suelo también. Se tocó la espalda, adolorida.
Eda se agachó al lado de Rock y le ayudó a levantarse, quitándole la mano del rostro. Miró enseguida a Revy.
—Te parecerá bonito, eh, camionera. Ahora llamará más la atención con este cuadro de colores que le has dejado.
Revy tuvo una convulsión y comenzó a vomitar, tosiendo con desagradables sonidos provocados desde la garganta. Se colocó gateando en el suelo, vomitando una y otra vez, hasta que dio un jadeo agotada y perdió la fuerza de los brazos, cayendo sobre su propia vomitona. Eda puso una expresión de asco y sacó a Rock de allí, que aún estaba aturdido después del golpe mortal que le había asestado Rebecca.
—Vamos, pimpollo, que el chófer nos espera. En el trayecto en el jet te miraré mejor lo que te ha hecho.
Rock no respondió, tenía los ojos húmedos por la impotencia. Pensó que podía aguantárselo todo a Revy, absolutamente todo. Pero se dio cuenta, cuando cogió el bate y le cruzó la cara con tanta inquina, que no estaba dispuesto a caminar de la mano con una maltratadora. Revy tenía problemas y él no era psicólogo, sólo podía ayudarla a superar sus traumas hasta cierto punto.
Me dijiste que los de Roanapur no distinguían entre la vida y la muerte. Por eso luchaban hasta el fin del mundo. ¿Me mentiste?
Una semana más tarde
Rock y Eda, o mejor dicho Sakuragi y Harriet, tuvieron que dedicar nada menos que cuatro días a visitar las distintas instalaciones donde Balalaika movía droga en aquel pueblo tan enano. Era casi imposible, por probabilidad, que alguien allí no supiera la corrupción que había. Los pocos policías novatos que entraban en el Cuerpo estaban destinados a fracasar como hombres de bien, pues el lugar desde el que nacían como funcionarios ya estaba manchado y sumido en el abismo. Aquello cabreó a Rock profundamente. Balalaika había pensado en todos los pormenores con aquel viaje, que duraría exactamente dos semanas, ni una hora más, ni una hora menos. Si no conseguían extorsionar al policía que les estaba requiriendo, habría consecuencias negativas para los dos, pero entretanto, también estaban obligados a procurar vigilancia en el proceso de importación naval de la mercancía que tenía preparada. Rock no tenía ni idea de cómo se gestionaba aquello, no más allá de lo que Benny y Dutch le habían explicado en sus misiones como piratas criminales, pero lo cierto es que Eda dedicó buena parte de su tiempo juntos a mostrarle el funcionamiento de una carga ilícita por vía marítima. Como policía tenía una proyección legislativa pura y dura de cada paso que se hacía, por eso sabía cómo Balalaika sorteaba los controles de inspección como si caminara entre ciegos. Rock se asombraba oyendo aquellas explicaciones.
—La muy puta es inteligente, de eso no cabe duda. Yo la tengo bien calada. Que sepas, querido «Sakuragi», que siempre siempre siempre siempre sieeeeeempre, pero sieeeeempre, hay un pequeño punto en todo el proceso donde lo legal pasa a ser ilegal. Y no necesariamente tiene que ser perceptible para estos trabajadores, que sólo hacen su trabajo como si trataran fotocopias. Mira qué caras. Y sólo por este embalaje —señaló una de las cajas que un chico embalaba —y por ese etiquetado, que tiene información falsa —señaló al que controlaba la máquina de etiquetado—, Balalaika se agencia cientos de miles de dólares. Cada barco que llegue al puerto pasará la inspección sin problemas porque tiene todas las autorizaciones en orden. En el momento en que el cargamento toca tierra, empieza la verdadera tarea complicada. Hay agentes que hacen la vista gorda porque saben con quién se buscarían problemas, otros que quieren ir de gallitos y poner las cosas difíciles. Pero Balalaika los tiene a todos controlados y ya es difícil ver esa segunda clase de personas.
—Es increíble. ¿Cómo ha llegado a tal punto de poder?
—Bueno. Influencias. Sobornos, al principio. Tratos aquí y allá, traiciones en pos de sus intereses cuando tenía la seguridad de que iba a ganar, y ajustes de cuentas que no se olvidan en los barrios bajos. Todo conlleva a la consolidación de lo que conocemos por el rey de la selva. Y dudo que, tal y como están las cosas, llegue alguien que pueda hacerle sombra. Se conoce ya todos los trucos.
Rock se frotó la sien, suspirando. Eda le miró algunos segundos.
—No te he dicho nada, pero… —dedicó unos segundos a mirar a los lados, cerciorándose de que nadie más escuchaba. —Ya tengo fichado al hombre al que tenemos que encontrar. Sé donde vive.
—¿C-cómo? Pero si has estado conmigo casi todo el tiempo. ¡Ya pensaba que la rusa iba a colgarme de las pelotas por no conseguir nada!
—No grites, imbécil, que estos oyen todo. —Señaló con la cabeza disimuladamente a los trabajadores que embalaban. Bajó más el tono de voz. —Lo único que necesitamos es una confesión. Bien suya, o bien de quién es el líder de la banda que Balalaika quiere liquidar. Si colabora sin ponerse muy pesado, se llevará un pellizco. Sino, se llevará… otra cosa.
—Dijo que sólo le extrosionáramos. Nada de matar.
—No, tranquilo.
Le dio un par de palmaditas en el hombro. Se fijo también en el párpado izquierdo de Rock, ya casi sin el color morado con el que había llegado el primer día. El batazo que le sacudió Revy no se borraría de su mente, pero por lo menos sí de su rostro.
—¿Cuándo iremos a por él… tienes un plan?
—Seh. Lo haremos cuando vaya a mear. Quiero que me esperes en los baños de mujeres de la sexta planta.
—¿C…cómo? ¿Sexta planta? ¿y cómo se supone que voy a entrar al baño de mujeres?
—Deja de hacer preguntas tan mariconas, yo me encargaré de todo, tú sólo de estar ahí escondido. Sal cuando dé dos golpes en una de las paredes del aseo. Y por favor, no te pongas nervioso, es la misión más fácil que me han dado en toda mi carrera. Mírate la cara, pareces un muerto.
Rock estaba pálido al calibrar de nuevo la idea de que había que intimidar a alguien… especialmente, porque sospechaba que Eda tendría algún método poco ortodoxo. Asintió y entró él primero al edificio de la empresa.
Baños femeninos de la sexta planta
Tuvo el camino despejado y ninguna señorita le vio entrar a los servicios. Aprovechó para meterse a uno de los inodoros, cerrar con pestillo y miccionar, se le aflojaba la vejiga por momentos sólo de los nervios que sentía. Esperó después un largo rato allí, hasta que se le cansaron las piernas, y bajó la taza del váter para aguardar sentado. Estaba tan cansado de aquellos días sin parar, y tan nervioso al mismo tiempo, que no sabía cómo los que se dedicaban a llevar a cabo esos planes no acababan teniendo un infarto con treinta años y engordando el cementerio. Encima, él no podía quejarse: no estaba teniendo complicaciones reales en aquel meollo. La de la CIA se estaba encargando de todo. Se preguntó qué hubiera sido de él si Balalaika le hubiera mandado solo. Seguramente hubiera vuelto con el rabo entre las piernas sin nada de información, sin haber encontrado al tipo, y antes de llegar a decir algo más Boris ya le habría disparado y engordado también el cementerio con su cadáver.
Qué cosas más bonitas que pienso. Pero de pronto recordó qué era lo que iba a pasar. Porque oyó un golpe seco, risas cómplices por el camino y pisadas que evidenciaban la proximidad de una pareja. Reconoció la voz de Eda, suave y tierna, murmurando algo en un tono lo suficientemente bajo para que Rock no lograra entender, incluso estando en la cabina contigua. Se puso tenso al sentir chasquidos labiales típicos de dos que mantienen un beso intenso. El tipo era más mayor que ella, casi seguro, tenía la voz exageradamente ronca. Gimió y rio por lo bajo y Eda hizo igual. Rock frunció el ceño y estuvo a punto de salir antes de tiempo, pero recordó el trato, y Eda aún no había golpeado la pared.
A qué coño está esperando…
—Eh, vamos, deja eso…
—No puedo. Tenemos que estar preparados para…
—Déjalo, vamos… muéstramela de cerca y te enseño las tetas.
El hombre soltó una risilla cómplice, y entonces Rock oyó una especie de «click». El walkie. Era el walkie. Se esforzó mucho en traducir los siguientes movimientos, pero no pudo, eran confusos. De pronto volvió a oír ese maldito chasquido labial, se volvían a comer la boca. Centró la mirada con mucho cuidado en el ligero reflejo de las sombras. El hombre se bajaba los pantalones y la sombra de Eda se le pegaba más, pero fortuitamente, Rock oyó dos golpes en la pared, y salió dando una patada a la puerta y abriendo la otra muy rápido. Se sacó torpemente el arma de la chaqueta y lo apuntó, algo tembloroso.
—Pero… PERO QUÉ COÑ-… —Eda le propinó un puñetazo en la boca seco que aturdió al hombre y le hizo cortar su frase. Éste sacudió la cabeza rápido y se tapó sus partes nobles.
—Haz el favor de no gritar —dijo Eda limpiándose la comisura de sus labios mientras le arrancaba el collar con su tarjeta identificativa y sacaba un pequeño escáner de su bolsillo.— Mantenlo apuntado mientras hago esto, Sakuragi. Lo estás haciendo muy bien.
—¡S…sí! —»Sakuragi» obedecía, pero hasta él mismo se veía el temblor de las muñecas. Trataba de recordar todo lo que Eda le había enseñado en cuanto a la posición de brazos y piernas, de dedos, de dónde tenía que disparar si no quería provocar una herida mortal. El silenciador haría el resto, pero a más segundos pasaban, más notaba cómo pesaba aquella maldita pistola. La rubia sonrió de medio lado.
—Zack Ford. Qué nombre más particular. Oye, Zack, ¿sabes qué estoy leyendo de ti en este momento? Hasta de qué color haces la mierda.
El tal Zack palideció al ver la cantidad de líneas que aparecían en el aparatejo de la muchacha. Se dio cuenta de que tenía en la pantalla escáneres de informes personales, reconoció la insignia del colegio donde estaban matriculados sus hijos, y también el escudo del hospital donde le habían hecho su vasectomía.
—Qué bonita historia, la tuya. Corrupto a los dos años de entrar en el Cuerpo. Mujer apuñalada siete veces tras intentar quitarte al hijo que maltratabas de las manos. Eres un Don Juan, ¿eh, Zack? Y todo tapado por tu jefe. Sabía yo que un tipo tan duro y macho como tú querrías meterme bien hondo la polla en estos baños.
—Zorra asquerosa, ¿qué coño quieres de mí?
El hombre volvió a palidecer y calló cuando vio a Eda sacarse del interior del bolso un arma con silenciador, igual que la de su compañero. Retiró el seguro y empezó a jugar con el gatillo, moviendo el arma en círculos alrededor de su dedo índice. El hombre se pegó acojonado a la pared del aseo, los ojos se le iban a salir de las órbitas.
—Ten… ten cuidado, idiota… podrías… podrías dispararte a ti misma.
Eda se metió un chicle en la boca mientras seguía girando el arma.
—Qué asco, me has dejado tu aliento en la lengua. Tendré que cepillarme cinco veces los dientes después, egh.
—¡Ed… Harriet! Por dios, habla ya, se me cansa el braz… dig-digo… ¡el tiempo corre!
Eda le hizo un gesto para que se calmara mientras mascaba el chicle. Hizo una burbujita que explotó muy cerca del policía, y le sonrió.
—Bueno. Necesitamos algo muy, pero que muy simple. Tú nos dices el nombre del jefe de la facción que dirigió la excavación subacuática y sacó boleto naval sin consentimiento de la rusa, y nos iremos. Tal cual. Sin trampas. Sólo queremos su nombre.
—Ni en un millón de siglos.
Eda puso los ojos en blanco y suspiró aburrida, como si fuera una situación que ya hubiera presenciado muchas veces con anterioridad. De pronto, dejó de girar en seco el arma, agarrándola por la empuñadura del revés, le sujetó la cara apretando ambas mejillas con una sola mano, y empezó a martillear con una brutalidad seca y veloz la boca del hombre; Rock dio un paso atrás asustado. Lo hizo cinco veces, en seco, y cuando volvió a girar el arma, el hombre escupió tres dientes encharcados en sangre, soltando un berrido de dolor muy agudo.
—¡Está gritando…!
—Es una pena que estemos en la sexta planta y que si alguien oye algo quiera abrir la puerta, ¿no? Te lo volveré a preguntar.
El hombre negó rápidamente con la cabeza, negándose a colaborar. Eda dejó de mover el arma y volvió a repetir el mismo proceso. Esta vez, a Rock se le aceleró el pulso cuando vio que la rubia no se detenía. No paraba. Dando martillazos como si tal cosa… dejó de contar cuando llegó hasta doce. Al decimotercer golpe, el hombre se tragó un diente propio y se atragantó. Se puso rojo hasta que logró escupirlo junto a los otros cinco.
—Los implantes son caros. Pero todavía puedes conservar los de abajo. Te lo voy a volver a preguntar.
El hombre esta vez vaciló varios segundos cuando oyó la pregunta por tercera vez… se quedó cabizbajo, con toda la boca sin parar de emanarle sangre. Eda le incrustó de golpe el cañón entre las costillas, apretando con fuerza, y el hombre empezó a gimotear pidiendo auxilio.
—Pide ayuda una sola vez más y te juro por lo más sagrado que te mato. Dime el nombre o acabo con tu vida.
Rock tragó saliva al verla actuar así. Parecía realmente despiadada. El hombre asintió rápido.
—Patrick Dossel. Es… es el jodido Patrick Dossel. ¡Pero él hace muchos años que no trabaja aquí!
A Eda se le transformó la cara, se quedó quieta unos segundos mirando aquel cretino a los ojos.
¿Qué…?
—Ya os he dicho lo que queríais… ¡dejadme ir, no diré nada…! Diré que me caí por las escaleras, por favor…
—Sí, por supuesto —dijo Eda, separándose de él y devolviéndole el walkie. En lo que el policía se lo enganchaba, la rubia apretó el cañón en su cuello desde abajo y le voló los sesos de un disparo.
Rock cayó al suelo de culo, impactado al ver aquel asesinato. La sangre había salpicado gran parte del techo y el baño quedó convertido en un caldo de carne picada, con un cuerpo sin cabeza sentado en el inodoro. Eda se mantenía muy seria, se enfundó el arma y sacó dos camisetas limpias. Le lanzó una a Rock.
—Cámbiate de ropa y ponte la gorra. Yo haré igual.
Rock empezó a hiperventilar, agarrándose el corazón con la mano abierta. Eda se puso rápido la camiseta y la gorra, pero cuando oyó las respiraciones totalmente desacompasadas de su compañero, se alarmó y se acuclilló a su lado, posando un par de dedos sobre su cuello. El corazón le iba a explotar, estaba sobresaltado.
—Tranquilo. Vamos, cálmate. Deja de mirarle —le agarró el rostro con cuidado y pegó una patada a la puerta de la cabina para que se cerrara sola y evitar que Rock siguiera viendo el cadáver, pero aún podía ver la sangre salpicada en el techo. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro sudado, pero lo que al propio japonés empezó a preocuparle era que no lograba regular sus respiraciones. —Vamos. Ven. —Lo pegó ella con su brazo, y le palmeó varias veces la espalda, acariciándosela rápido para ofrecerle algo de calor. —Imaginé que ya habías visto algo de esto antes, lo lamento, guapetón.
Rock sintió el aroma del cuerpo de Eda y al final, notándola cerca, logró apaciguarse muy poco a poco. Cuando por fin se sintió dueño de nuevo de sus respiraciones cogió la camiseta, se la cambió lo más deprisa que pudo y se colocó la gorra. Intentaba por todos los medios no recordar lo que acababa de ver, no al menos hasta que escaparan de allí.
—Saldremos por puertas diferentes, recuerda la que salía en las instalaciones que nos han mostrado. Ya sabes las coartadas. Yo atrancaré la puerta del baño y tendremos unos diez minutos para alejarnos con el vehículo de la empresa.
Rock no cruzó ni una sola palabra, asintió rápido y trató de no ir muy rápido ni muy lento para no llamar atenciones innecesarias. Quería ser útil, sentirse útil, y ya habían perdido demasiado tiempo por su ataque de ansiedad (o algo parecido) al ver la muerte del policía corrupto. Nadie le dijo que eso formase parte del trato.
Hostal
Al cabo de una hora, ambos ya se habían duchado y tenían ropa limpia puesta. Se hospedaban en un hostal muy apartado y eran de hecho los únicos clientes. Todos esos días habían llegado tan cansados que no habían dedicado tiempo a hablar de casi nada, pero lo cierto es que dadas las circunstancias, Rock se duchó y no quería quedarse solo. Llamó a Revy sin éxito, así que tocó a la puerta de la habitación de Eda.
Ésta le abrió con un camisón de seda largo y el pelo aún algo húmedo. Se quedó impactado al verla al natural, sin una sola pizca de maquillaje. Era mucho más preciosa así, aunque desde luego se apreciaba mucha más armonía en sus facciones. A la vista parecía angelical, y entendía por qué utilizaba el maquillaje tan agresivo en los ojos cuando interpretaba el papel como monja traficante de armas.
—Sé que también estarás cansada, pero me preguntaba si…
—Adelante, pasa. No hay problema. Acabo de hacer algo de té, pensaba llevarte uno.
—Tú… tomando té… ¿seguro que no son cervezas en taza?
Eda sonrió.
—No, qué va. Aquí hace un frío demencial, no pegaba. Además, en las misiones en las que soy parte activa debo estar sobria.
—P… pero ya hemos finalizado la misión, ¿no…? Yo…
—Descuida —le guiño el ojo y le puso en la mesa una tacita. Ella se sentó en la silla de enfrente y también dio un par de sorbos. A Rock le temblaban las manos.
—Me siento… mal…
—Bueno, es normal. Pero pensé que no es la primera muerte que veías.
Rock negó. Recordaba aún cómo también dispararon a uno de los mellizos rumanos en su día, creyendo que había logrado salvarle. Entonces la desazón fue diferente.
—Esto ha sido… más salvaje… creo que tendré pesadillas un tiempo.
Eda estaba contestando mensajería en el móvil. Rock apretó los labios. Después de un rato, Eda se acarició el cuello mientras leía la pantalla.
—Balalaika me comenta que el nombre no le sorprende. Menuda perra.
—Entonces… hemos acabado, y me voy con las manos vacías.
—Zack no era el hombre que buscabas. Pero Patrick Dossel sí. Me di cuenta en el instante en que pronunció aquel desgraciado su nombre. Patrick lleva tiempo detrás de todo.
—¿Quién es Patrick Dossel?
Eda miró a Rock y bajó al poco la mirada, inspirando hondo por la nariz.
—Pues mi jefe. Mi antiguo jefe… el de la CIA.
Rock no se lo podía creer. Ahora entendia la cara de sorpresa de Eda al oír también ese nombre. Pero es que la revelación de que Patrick Dossel fuera el líder de la banda que había alterado el registro portuario que Balalaika controlaba, significaba muchísimas cosas. Rock sintió una pequeña e ínfima alegría al darse cuenta de que podían ser los últimos días de ese malnacido, porque aunque Balalaika fuera fría, sabía defender a los suyos y más aún sus intereses.
—Supongo que esto también te ha pillado por sorpresa a ti… —murmuró Rock, acariciándose las manos para evitar que se le siguieran viendo con aquel temblor.
Eda negó suavemente con la cabeza y se frotó un ojo. El tema parecía agotarla.
—Es… simplemente que no entiendo nada. Ese hombre me ha instruido en la parte más difícil de mi carrera. Y ahora puedo llegar a imaginar que su cometido era estudiar las bandas criminales no solo para desmantelar las que le interesaran, sino aprovecharlo en su beneficio socioeconómico.
—Lo que le convierte en otro mafioso más.
Eda sonrió irónica y alzo la tacita de té, dándole la razón. Se terminó lo que quedaba y la volvió a dejar en la mesa, vacía.
—Bueno, como sea, ya no es de mi incumbencia, él sigue creyendo que estoy muerta y no puedo acercarme tanto a él. Por cierto. —Puso sobre la mesa la pantalla el móvil con la foto del -ahora- difunto Zack Ford. —Entró al Cuerpo hará siete años. No es el que le daba las palizas a Revy.
Si sólo hubieran sido palizas yo no tendría tanto odio dentro… pero Eda desconoce eso otro…
Rock asintió sin decir nada más y también acabó su taza.
—Haré lo que tengo que hacer y creo que luego me marcharé.
—¿Marcharte? ¿Adónde? —cuestionó la rubia.
—No lo sé. Pero no quiero ser una molestia para nadie y menos para la banda de Dutch. Además, si te fijas, soy un lastre, no valgo como pistolero ni tampoco ya como mediador. A lo mejor encuentro algún puesto de trabajo en una oficina, la vía administrativa siempre me gustó.
Eda jugueteaba con una bolita de papel sobre la mesa con los dedos, mientras observaba a Rock.
—Cuando Balalaika me haga la transferencia por lo que he hecho hoy, podré viajar donde quiera. Podrías venirte una temporada, si quieres desconectar.
Rock sonrió y acabó bajando un poco la mirada. Negó suavemente con la cabeza. Pero de pronto notó una mano sobre su mejilla y levantó la mirada. Eda le devolvía una mirada directa, mientras se levantaba poco a poco de su silla y se ponía en pie.
—… —la siguió con la mirada. No sabía qué pretendía.
—No te pido que vivas en el Caribe, sólo que pases unos días en una playa desierta, sin gente… oyendo a los pajaritos y las olas del mar. No es un mal plan, ¿no?
Las caricias continuaron. Rock no quiso, pero se puso nervioso. Dio un pequeño suspiro. Eda volvió a hablar, mirándole desde arriba.
—Deja que acabe con tus preocupaciones por hoy —le susurró y movió la mano desde su mejilla hasta su nuca, donde acarició despacio con el rayar de las uñas. Rock tuvo un escalofrío placentero pero no lo manifestó, sino que se quedó quieto. Pensó en Revy automáticamente. Pero Revy ya sólo se le manifestaba en la mente para recordarla ebria, asestándole un bate en la cara que por poco lo manda al hospital. Bajó un poco la mirada, devastado. Eda lo observaba lujuriosa, mordiéndose el labio inferior.
Te voy a follar de todas las maneras que se me ocurran, angelito, pensaba su mente en su versión más egoísta. En cuanto notó que él volvía a levantar la mirada hacia ella dejó de morderse el labio y le sonrió tiernamente, sin cesar las caricias en su cabello, hundiendo sus dedos una y otra vez. El masaje resultaba embriagador. Eda se acercó más a él y desplazó la mano opuesta por su camiseta, fue recogiéndola poco a poco con la pretensión de pasarla por encima de su cabeza. Rock parpadeó y le frenó la mano.
—No sigas, Eda. Necesito descansar y pensar todo lo que me está ocurriendo.
Eda no insistió con la camiseta, empezó en su lugar a acariciarle la mano que le sujetaba, y agachó medio cuerpo hasta posicionarse junto a su rostro.
—Eda… —protestó en voz baja, cerrando los ojos por pura inercia al notar el rostro femenino tan cerca del suyo. Sus narices se acariciaban. Pero esta vez la rubia sí llegó a juntarse más y le robó un beso casto, tierno. Susurró.
—Lo que necesitas es que alguien te trate como el rey que te mereces ser —siguió acariciando su nariz lentamente, y rozó sus labios. —Yo te voy a tratar como un rey… es lo único que te mereces…
Su voz era atrayente, melodiosa, y sobre todo, real. Para él, después de todo lo que le había tocado aguantar, sentía que también se merecía algo de cariño. Pero tenía el presentimiento de que Eda hacia aquello porque se le había antojado desde las primeras veces que se conocieron.
La mujer lo tomó de las muñecas y le instó a levantarse, y él lo hizo. Eran de estaturas prácticamente iguales y tenía su rostro justo delante. Ella volvió a besarle, atrapando con mimo su labio inferior, degustándole despacio con la lengua. Fue ladeando despacio la cabeza y hacía movimientos largos y muy calmados de su boca contra la suya, ganándoselo de a poco. La excitó oírlo suspirar. Sintió que la intentaba apartar de los hombros, pero ella, lejos de emplear fuerza alguna, apartó la boca y le miró de cerca, a los ojos. Enseguida puso las manos en sus calzoncillos y dejó una mano bien abierta contra su entrepierna, abarcando todo su pene por fuera de los calzoncillos.
—Dime qué quieres que te haga, y te lo haré. —Musitó en su boca, Rock tenía los labios entreabiertos suspirando con debilidad. Eda sabía que había intentado frenarla por tercera vez, pero ya sin fuerzas. Le miró lujuriosa, conteniendo aún un poco la expresión porque quería parecerle cariñosa, se excitaba llevando las riendas viéndole tan tímido… y se excitó ante el primer gemido entrecortado que le soltó en los labios cuando volvió a acariciarle el bulto. Se traslado a su oído y cerró los ojos, totalmente pegada a él. —¿Quieres que te la chupe…?
Rock tensó las rodillas al oírla, pero ni siquiera le dejó responder. Enseguida se movió de nuevo a su boca y comenzó un beso apasionado, lento pero con una lucha de lenguas que lo estaba encendiendo por dentro.
Mierda, qué bien besa…
Lentamente las preocupaciones se marchaban lejos… cerró los ojos disfrutando de aquel roce húmedo y constante, poniéndose cachondo con el ruido de los labios de Eda y los suyos terminando un beso para comenzar otro. Notó que Eda entre medias dio un suave suspiro acalorado y su mano bajó un poco. Despegó de golpe la boca de la suya y le miró fijamente, muy de cerca.
—Menudo par de huevos que tienes, eh… mira qué calladito te lo tenías.
—¡Ah! —Rock dio un grito algo más agudo al sentir el apretón repentino que Eda le dio en las pelotas. Ella se reía burlona, cerca de sus labios observando su expresión, se alimentaba de su timidez e inexperiencia. Al final se la soltó y se puso de rodillas despacio frente a él, sin dejar de mirarle. Mientras iba deslizándole hacia abajo el calzón se humedecía los labios con la lengua, y a Rock le costaba mucho mantenerse sereno con esos gestos.
—Tienes la polla enorme…
Rock cerró los ojos sonrojado y la expresión de la cara le cambió por completo de repente. Apretó los puños cuando la sintió lamerle los testículos, abarcar con la lengua todo el largo de su pene. Abrió los labios y soltó un bufido de gusto, y entonces tuvo una intensa punzada de placer cuando empezó a hacerle una mamada. Eda no paraba de mirarle, aquello le avergonzaba, pero a ella parecía animarle verle así. La lengua y la presión de su boca se la terminaron de poner dura y ancha. La rubia se aferró a sus piernas abrazándolas mientras aceleraba el ritmo y se ahogaba con su miembro, que introdujo hasta casi el fondo.
—¡Oah…! Joder… —Rock se puso tenso y la pena se transformó en lujuria casi de inmediato. Bajó una mano a la cabeza y la tomó del pelo, manejando él el ritmo de su vaivén y golpeando suavemente con las caderas hacia ella. Pero Eda aún así movía la cabeza con más energía, de pronto no tenía intención alguna de hacer aquello lento. Se la sacó de repente de la boca para escupir una inmensa cantidad de saliva sobre el glande, y le recorrió el tronco con la lengua varias veces para esparcirla, volviendo a mirarle con intensidad en el proceso. Para Rock aquello fue demasiado, su cuerpo no resistió.
—¡Ah…! —gimió y un potente chorro cargado de su semen salió sin previo aviso. Eda se irguió unos centímetros y se la metió en la boca de nuevo, chupando y tragando todo lo demás que salió de ella. Rock se derretía de placer ahí mismo, casi le costaba permanecer de pie. Inclinó un poco las rodillas hacia atrás, gimiendo largamente, y se tuvo que sostener a la mesa, respirando con dificultad. —Per… perdóname… no quería acabar tan rápido…
—Se ve que tenías mucha tensión acumulada. Ha salido con dos minutos de cariño.
Era cierto y Rock se avergonzaba. Llevaba mucho sin tocarse, sin follar, y la tensión acumulada y las tristezas tampoco ayudaban a hacerle querer siquiera dedicarse tiempo a él mismo. Había sido una jodida liberación.
Por supuesto, Eda no se satisfizo con aquello. Le llevó a la cama, y tras unos merecidos minutos de preliminares en los que le besó por todos lados y le volvió a chupar la polla, se le sentó encima y agitó despacio el cuerpo sobre él, en un vaivén lento y profundo.
Eda tuvo que reconocer que no se esperaba semejante cargamento en la entrepierna del japonés, las lenguas hablaban mal del tamaño de los asiáticos. La tenía grande y gorda, y al principio le costó recibirle, más con el condón puesto. Rock se preocupó mucho por su comodidad durante todo el acto, lo que más le encendía a ella la llama. Una vez logró penetrarse por completo, se quitó ella también el camisón y le atrajo la cara a sus enormes pechos, que Rock devoró gustoso, entre gemidos según ella arqueaba la espalda y meneaba las nalgas, para contraer más la penetración. Rock, por su parte, y por muy mal que más tarde considerara aquello de cara a la relación con Revy, no daba más de sí, estaba carente de afecto alguno desde hacía tiempo, y muchas habían sido las noches en las que le repetían que era un inútil. Sintiéndose miserable, siempre iría cabeceando hacia aquel que diera un mínimo de cariño. Eda estaba siendo esa fuente de cariño y al menos en ese momento estaba encantado. Le acunaba la cara mientras le besaba, besos que duraban minutos y minutos, mientras le cabalgaba sin descanso y el bote de sus pechos rozaban contra sus pectorales. Los dos fueron muy atentos y cariñosos con el otro. Rock se madijo, pero volvió a correrse en uno de los sentones de Eda, gimiéndole en el cuello. Eda sonrió, mordiéndose el labio. Aquello también le subía el ego.