CAPÍTULO 11. La última pieza del puzzle
Ya hacía dos noches que Annie había partido. Como Armin aún tenía algunas prácticas que hacer para subir de rango, su papel de comandante aún seguía bajo la lupa de otros dirigentes del cuartel. No podía acceder con tanta facilidad a los archivos más secretos del estado, ni leer la correspondencia que Annie había estado enviando desde el primerísimo día. Los resultados, fueran fructíferos o no, ya eran asunto de los más altos cargos de la Policía Militar, y aunque él estuviera a las puertas de todos esos cargos, el rumor de su relación con la protagonista de las misiones no era pasada por alto, por lo que no podía saber qué ocurría en Stohess y tampoco podía desatender su trabajo en Shiganshina. Le tocaría quedarse con las ganas y seguir echándola de menos. Parecía mentira lo que esas 48 horas habían machacado la cabeza del chico. No podía evitar ser un maldito romántico con todas sus consecuencias. La primera noche intentó ser más fuerte, pero sus sentimientos le hicieron dar un repaso completo a toda la relación que había tenido con ella hasta el momento, aún le costaba ver con claridad qué era lo que había llevado a Annie ser tan distante con él de manera repentina, volver a su silencio y a su apatía. No era por celos, de eso estaba seguro. Annie era la persona menos celosa con la que se había cruzado. Quizá era todo culpa de él, ser tan confianzudo con personas que creía amistosas le había podido jugar malas pasadas. Lo cierto era que desde que la rubia se había ido a cumplir su misión, Sarina había cambiado de personalidad. Era la misma con él, pero mucho más relajada, como si su mente supiera que ya nada ni nadie pudiera interferir. Pero si confirmaba eso para sus adentros, entonces era como confirmar que Annie tenía razón desde el principio y que la chica buscaba algo más con él. El beso había quedado atrás poco a poco, Sarina no había dado ninguna señal de volver a querer cagarla de esa manera. Y era buena amiga desde que lo había aceptado y pedido disculpas, por lo que… ¿por qué tenía que dejar de ser su amigo? ¿O es que acaso aquel pensamiento era… una soberana estupidez? Nada le gustaba menos que le tomaran por tonto o por bueno, especialmente si lo hacía una persona con malas intenciones. Pero no podía juzgarla sólo por el beso… Sarina había sido muy buena chica con él y muy buena amiga. Todas aquellas preguntas y escenarios rondaron su mente la primera noche, llevándole a conciliar el sueño demasiado tarde.
Comedor
Como pronosticó, la segunda noche sin Annie tampoco durmió. Y para colmo esa mañana cambiaban las sábanas de toda la plantilla, por lo que se desprendería también de su olor por completo.
—Espero que esa estupidez no me cambie el humor, parezco un niño de diez años —se replicó a sí mismo en voz baja, avanzando adormilado por los extensos pasillos del cuartel. A pesar de que se había bañado y puesto ropa limpia, las escasas horas de sueño no le habían espabilado. Se notaba lento de pensamiento. Repasó su párpado con los dedos y bostezó, girando hacia el comedor y atravesándolo sin mirar a nadie directamente. Vio por el rabillo del ojo que en las esquinas estaban sus compañeros Jean, Reiner, Boris, Connie, Hitch y Mikasa. Ésta última levantó la mano en el aire sonriente y se acercó a él, aunque fue ralentizando sus pasos al verle el semblante.
—¿Qué pasa…?
—Nada, perdona. No estoy durmiendo bien últimamente.
—¿Quieres hablar? Hace mucho que no hablamos.
Armin paró a su lado, pero los ojos se le fueron a un pequeño grupo de chicas vestidas con el equipo de maniobras que salían para el exterior.
—Mikasa, ¿tú conoces a esa chica de ahí? ¿Has hablado alguna vez con ella?
La morena volteó disimuladamente y fijó sus ojos en Sarina. La reconocía, la chica de la biblioteca. Puso una mueca y volvió a mirar a Armin.
—La conocí en la biblioteca, ¿recuerdas? Le alcancé el libro al que no llegaban.
—Entiendo. Y supongo que esa toma de contacto es demasiado ridícula como para decir si es buena o mala, ¿verdad? —vio que Mikasa arqueaba una ceja algo confusa, por lo que negó rápido y trató de sonreír. —Estoy pensando un montón de tonterías. Lo hacía también cuando estábamos rodeados de titanes. Discúlpame.
Sus compañeros recibieron un aviso por megáfono y dejaron rápidamente todo, saliendo al exterior para formar. Hitch apuraba su manzana sin ninguna prisa, ante el regaño de Reiner, no se la veía por la labor de entrenar demasiado aquella mañana. Armin reparó en ella y susurró.
—No te ofendas, Mikasa… quizá le estoy preguntando a la persona equivocada.
Mikasa vio que se iba y lo frenó de un brazo. Armin volvió la mirada hacia ella. Notó cierta fuerza en su agarre, tenía los dedos largos y fuertes. Mikasa le soltó poco a poco y bajó el tono de su voz.
—Es cierto que me dio una mala impresión. Me miró mal. Como si hubiera chafado algo. Ella quería que tú le entregaras el libro. Es lo único que te puedo decir… si es que sirve de algo. Fue muy poco tiempo.
Armin asintió. No sabía si aquello tendría el más mínimo valor, pero se lo agradeció igual y salió al exterior con los demás. Apretó la mano dentro de su bolsillo, comprimiendo un papel.
Tiro con arco
Armin estaba bastante desganado, pero no dejó que nadie más se lo notara. Mientras recogía las flechas que le correspondían y repartió el resto entre los reclutas, miraba de vez en cuando a Sarina. Ella ya estaba preparada, de hecho, a ella le habían dejado la pistola del gancho del equipo de maniobras, los tiros más imprecisos y difíciles de manejar ya que siempre se hacían cuando uno estaba en el aire moviéndose sin parar. Un fallo con los ganchos del equipo era, en la mayoría de los casos, motivo de fracturas o la muerte, especialmente cuando el motivo de su uso era la aniquilación de los titanes.
—¡Perfecto, Sarina! Definitivamente la parte práctica es para ti… serías una jinete excelente, se te podría permitir el uso del arco a lomos del caballo. Sin dudas uno de los puestos más difíciles —aplaudió uno de los comandantes. Armin se reunió junto a ellos para mirar mejor las hazañas de la chica.
—Exagera usted, comandante —sonrió la morena, arreglando su pelo en una bella coleta negra antes de volver a apuntar con la pistola. Armin fijó la mirada en el cañón. Era un diámetro tan minúsculo, que era muy fácil fallar. Dispersó la mirada por sus amigos Reiner y Hitch, que también miraban el espectáculo.
—Señorita Dreyse, haga el favor de no comer en los entornos de entrenamiento. Esto no es el comedor ni un espacio recreativo —dijo arisco el profesor de lucha libre, quien la miró mal. A Hitch aún le quedaban un par de mordiscos para concluir la fruta, fingió esconderla cuando el hombre la miraba así, pero no pudo ni responderle, pues tenía la boca llena.
—Te lo dije. Al final siempre sales regañada por hacer lo que te da la gana —le susurró Reiner, dándole un suave empujoncito. Armin los miraba con una sonrisa, pero el ruido de un impacto seco le hizo despistar la vista hacia la protagonista del entrenamiento.
—¡Perfecto, Sarina! ¡corre, dale al pájaro! —bramó el comandante, señalando un minúsculo pajarillo que revoloteaba por la ventana. Armin abrió más los ojos.
Sarina recargó el arma y ajustó bien el virote, esta vez, uno sin gancho final, sólo la punta de hierro afilada. No tardó ni tres segundos en apuntar y apretar el gatillo, atravesando al animal bruscamente. Era un pájaro tan pequeño, que reventó estampado contra el cristal en una brillante mancha de sangre. Armin entreabrió los labios. Aquella era su ventana. La de su cuarto de dormir. La punta de la flecha quedó clavada en el borde del cristal, firmemente sujeta, con el cuerpo abierto del pájaro, que agitaba una patita antes de dejar de moverse por completo. Armin tragó saliva y bajó la mirada a sus amigos. Oyó de fondo cómo el comandante y otros compañeros gritaban entusiasmados, aplaudían e incluso se reían. El rubio apreció cómo Hitch había dejado de masticar, con sus enormes ojos verdes atentos al animal atravesado. Tragó con esfuerzo y bajó la mirada lentamente, parpadeando como si despertara de un letargo.
—¿Estás bien? —le susurró Reiner.
—Sí. Voy al excusado.
Reiner agarró a su chica del brazo, mirándola a los ojos.
—¿Has dormido algo hoy? Te escuché llegar anoche y…
—¡Reiner, que me estoy orinando!
Fue lo que le contestó, zafándose de él. Hitch había dejado el hueso de la manzana tirado en el césped, sin acabar. Cuando Armin se volteó a Sarina, ésta se acercó corriendo a él con puro entusiasmo, y le saltó encima en un abrazo.
—¡¡Armin!! El comandante me acaba de decir que va a hablar para darme un puesto cerca de la tropa que custodia a la reina, ¿¡no es genial!? ¡¡Voy a trabajar para la reina!!
Armin la miró sin expresión, pero lo que más jodió a la morena fue que no la sujetara. Armin bajó los brazos y esperó a que ella solita se deslizara hacia abajo. Sarina pareció ser consciente de su ridículo y se bajó despacio, mirándole con ternura.
—Perdona, es que me cuesta no poder abrazarte… sé que a Annie no le parece bien.
—A Annie no le importa —dijo rápido, y Sarina notó molestia en su tono.
—¡Perdón! No quería decir… bueno, sólo es… que me he emocionado. Es un puesto muy importante, y muy raro que lo tenga un recluta, ¿no te parece?
Armin asintió, cruzándose despacio de brazos. La chica dejó de sonreír y ladeó la cabeza.
—¿Te ocurre algo…? ¿Quieres hablar?
De repente, mirándola, su expresión cambió. Acababa de caer en algo.
Soy idiota. Annie, soy idiota. Tú tenías razón.
Armin se giró espacio, sin contestarle, y avanzó a pasos cada vez más veloces, abandonando el área de entrenamiento. Sarina apretó el virote en una mano, temiendo haberla cagado con él.
Cuartel General
—¡Hitch! ¿Estás ahí? ¡Necesito hablar contigo cuando salgas!
Nadie le devolvió palabra alguna. Armin levantó las cejas y miró a su alrededor, ¿no había ido al baño? Se puso colorado al ver que de la puerta del baño de chicas salía una compañera que no era Dreyse y le miraba mal, lo que le hizo apartarse y dirigirse al hall. Cuando recorrió recepción, vio la inconfundible figura de su amiga poniéndose el abrigo de equitación y la siguió, saliendo hacia las caballerizas a sus espaldas. No había ido al baño, había mentido a Reiner. La mente de Armin empezó a funcionar por fin como era debido. Tenía que haber sido mucho más despierto, prestar atención a los detalles. Se maldijo por ser tan descuidado, había perdido práctica tras el retumbar. ¿En qué momento podía creer alguien que el mal iba a erradicarse tan rápidamente, sólo porque ya no habían titanes? Al fin y al cabo, los titanes eran malditos humanos. Apretó el paso a través de los establos, pero vio que la cabeza de Hitch se giraba apenas unos centímetros hacia un lado, como si hubiera notado el caminar de alguien a varios metros detrás de ella. El rubio vio como su amiga seguía buscando su caballo sin prestarle más atención, y supo que estaba fingiendo que no le había visto. Hitch podía ser muchas cosas, pero nunca una tonta. Era más despierta que todos ellos. Había pasado por mucho para entrar a la Policía Militar. Cada jornal se lo había ganado a punta de avispada, de eso nadie tenía ninguna duda. La vio preparar la montura y subirse ágilmente a su caballo. Armin no pudo seguir callado y se antepuso ante ella, suspirando.
Hitch le miró desde lo alto de su caballo. Muchas cosas se le pasaban por la cabeza a los dos, ambos eran muy inteligentes, y… ambos eran amigos. Pero Armin se había dado cuenta de un punto clave en el comportamiento de ella. Si la dejaba ir sin más, tenía la corazonada de que se arrepentiría.
—¿Adónde vas, Hitch? ¿No ibas al baño?
La mujer puso más recta la espalda sobre el corcel y le miró fijamente, sin titubear, sin manifestar ningún estímulo facial. Golpeó suavemente la ijada y el animal comenzó a caminar, pasando por el lado de Armin sin decir nada. El comandante corrió hasta volver a ponerse delante del caballo, y cuando le iba a pasar por lo alto, vio que Hitch apretaba los labios y tiraba de las riendas, frenando el avance.
—Apártate —dijo, mirándole fijamente.
—No. Hitch…
—¿Quieres que te pase por encima?
Armin movió los labios algo preocupado, pero no se movió. Pensó bien cómo decir las cosas.
—No sé lo que has hecho ni lo que estás a punto de hacer exactamente… y bastante grave debe de ser como para que ni yo ni Reiner sepamos nada.
—No sé de qué me estás hablando —le cortó de repente, con una atractiva sonrisa. Levantó los hombros y los dejó caer con parsimonia, con la calma típica de… un mentiroso.
—Hitch… yo no entraré a juzgarte. —Continuó el chico. —Pero si has colaborado con la mafia…
Hitch dejó de sonreír lentamente, para pasar a una mirada fuerte como un muro. Impenetrable.
—Sólo con coderoína. Lo juro por mi hijo.
Armin abrió los ojos, aunque lo sospechaba, se le cayó el alma a los pies al confirmarlo. Trató de recomponerse rápido.
—Hitch… si sabes algo de la localización de Rusty… sólo… sólo dime que no estuviste ayer en…
—¿En Stohess? Allí está mi casa y la de Reiner. Aunque me lleves a un tribunal, no podrás probar nada.
—No voy a hacerle eso a tu bebé… pero…
—Pero qué. Date prisa y habla.
Armin cerró los ojos. Extrajo de su bolsillo una carta doblada y se la lanzó a su amiga. La rubia la tomó en el aire y la desenvolvió. El rostro le cambió por completo. Armin vio que se quitaba la capucha. Hitch sintió un pequeño sudor frío al reconocer la caligrafía de Annie.
«Hitch ha estado registrando mis cajones, y necesito que tú registres los suyos.»
Hitch apretó los labios, confundida y sintiéndose en desventaja intelectual, cosa que le hería el orgullo fatídicamente. Volteó la carta y la miró con cuidado. Se dio cuenta de que parecía provenir de una hoja arrancada.
—El resto de la carta sólo puedo leerla yo —dijo Armin, al verla darse cuenta de que faltaba un buen trozo. —Te puedo resumir cuál es su teoría, pero si lo que te interesa saber es cómo supo que eras tú la que entraste al hotel…
Hitch siguió con la mirada fríamente los movimientos del rubio, que sacó de su bolsillo un envoltorio de diminutas pastillas de coderoína. La droga era lo menos inculpatorio. Al lanzársela al aire, Hitch la atrapó y miró bien el envoltorio. La inconfundible insignia que Carly Stratmann hacía a su droga para diferenciarlas de otras creaciones.
—Se te cayó en el pasillo del hotel donde Annie se hospedaba.
—Esto no es mío.
Armin sonrió. Aún seguía resistiéndose. Pero ya la tenía a medio palmo de vomitar la verdad.
—¿Y de quién es?
—¿No es evidente? ¡De Carly! ¡Es la insignia del suburbio, concretamente la de Carly! Ella lleva todo ese maldito negocio en los suburbios, ella… ell-…
De repente se dio cuenta de que había caído en la trampa. Carly. Carly Stratmann. Recordó las palabras que el subordinado del antiguo rey le dijo hacía años:
«Carly es demasiado importante e influyente para la nobleza y los políticos que comandan la isla. No podemos dejar que salga a la luz que es la fabricante de coderoína, ni siquiera sus más acérrimos bandidos lo saben. Ella sólo aporta la fórmula química, a fecha de hoy jamás se ha manchado las manos, la policía que la busca apenas sabe siquiera su nombre o su rostro dentro de los suburbios. No olvidéis esto nunca, reclutas. Vosotras dos debéis guardar el secreto.»
—Tú… tú…
Armin sonrió con cierta malicia.
—Lo siento. He tenido un poco de ayuda. Como ves, Annie es tan buena investigando como nosotros dos. Pero tu punto flaco es que sabes tantas cosas de tanta gente, ¡que ya apenas recuerdas cuáles saben los demás!
—Un desafortunado despiste. —Dijo apretando la boca. Suspiró y apretó con fuerza las cuerdas, mirando a Armin a los ojos. —No vas a apartarme de mi familia.
—Hitch… óyeme…
—Si le dices algo a Reiner te juro que te voy a destruir.
—¡Hitch! ¡Deja de hablar, maldita sea! ¡YA ESTÁ BIEN!
La mirada de Hitch pareció despertar ante el grito, y pudo serenarse un poco. El miedo la había hecho hablarle así. Suspiró cabreada consigo misma.
—Y ahora dime, ¿por qué te has ido al ver el tiro de Sarina? —esperó unos segundos, pero al poco, volvió a sonreír. —Ha sido por culpabilidad, ¿verdad?
Hitch apenas podía entender la división intelectual en la que Armin se movía para haber llegado a esas conclusiones tan determinantes a partir de tan poco. Era brillante, sin lugar a dudas. Y el descuido en el hotel a ella le iba a salir caro.
—Annie se la ha jugado mucho con esta carta. —Continuó Armin. —Acabo de ver que… efectivamente, Sarina envenenó a mi gata, hoy ha hecho una demostración de cómo lo hizo. Ni siquiera hace falta gancho de maniobras, ¿Sabes, Hitch? Puedes atar cualquier cosa al extremo de la cuerda. Hasta… veneno para animales. Apuntó a la ventana y así lo hizo. Todo por un capricho. Yo.
Dijo con el ceño fruncido, profundamente dolido al manifestar su conjetura en voz alta.
—Sarina ha sido descuidada… porque… —rio con ironía y cansancio, pasándose la mano por el flequillo. —Me habría costado más asociar los hechos de no ser por Annie. Esas dos niñatas de Sarina y Felicia, la pelirroja, son adeptas de Rusty. Tienen buena puntería y se encargan de secuestrar a las chicas. Pagan las armas de la policía con coderoína, la misma que tú has estado distribuyendo a los fortachones de esos suburbios… y son usadas para drogarlas a ellas o bien para adquirir más armamento militar. Da igual que entres por medio del secuestro, del robo, de la venta ilegal o de la coderoína… lo mires como lo mires, tu comportamiento y el de esas dos desalmadas es el de un criminal. Ellas dos serán juzgadas mañana y ni siquiera lo saben. Porque mientras tú y yo mantenemos esta conversación… Annie está alertando a todo el cuartel de Stohess para asaltar las veinte guaridas que ha descubierto en dos noches. Y tú y yo… tú y yo… aquí estamos. Intentando buscar motivos para no desmantelarte.
—Hazlo si quieres, pero no lo reconoceré jamás. No tienes pruebas sólidas. El envoltorio de la droga no te será útil en un tribunal.
—¿Quieres que sea por las malas, Hitch? ¿Quieres que no pare hasta demostrar que has estado vinculada a esa banda?
Hitch bajó la mirada, frunciendo sus rubias cejas. Negó despacio.
—De Sarina he tenido mis dudas estos últimos días. Será ajusticiada esta misma tarde. Por el momento la Policía Militar sólo la estaba poniendo a prueba. Ese pajarito muerto, ha sido un golpe del azar. El comandante que la animaba ya estaba alertado por mí. Espero que entiendas que…
—Que lo sabías todo desde esta mañana. Se ve que Annie se ha puesto bien las pilas estas dos noches. Por no hablar de lo rápido que llegan las cartas a Shinganshina… —suspiró con cierto rechazo y se bajó del caballo. —Yo no quería colaborar en el secuestro de esas chicas. El robo de la armamentística… sinceramente, siempre me ha dado igual. Y la droga… es una fuente elevada de ingresos, no tienes que hacer nada, sólo repartirlas ente la muchedumbre dispuesta a pagar por ella y ellos solos y voluntariamente se destrozan la vida. Para mí, era una buena suma de ahorros, casi sin fisuras.
—El problema es que la finalidad de la droga no es sólo ser vendida a consumidores ocasionales o adictos. Hacen tomarlas a las chicas para… violarlas y robarles, Hitch.
Hitch cerró los ojos y se humedeció el labio inferior.
—No quise pensar demasiado en el daño colateral al aceptar. Yo sólo quería que mi hijo no se viera en el futuro en las mismas que yo. Trabajar honradamente… ya ves para lo que nos sirve a los que no nos espera un puesto de comandancia. —Acarició la mandíbula de su caballo, y suspiró más largamente. Cuando se aproximó a Armin, lo miró con una leve sonrisa. —Está bien. Prefiero que me encarcelen por esto. Pero deja que retire de mi casa toda la mercancía que tengo… no quiero que la policía lo registre todo y Reiner sea ajusticiado. Por favor, todo menos eso. Él no sabe nada, y ya bastante duro va a ser que me vea en…
—No lo haré.
Hitch le miró fijamente, confundida.
—No lo haré —repitió. —Te desharás de toda esa basura y me prometerás que no la volverás a utilizar. Tu hijo no pasará por lo mismo que tú, yo mismo me dejo de comer antes que le falte algo si a ti o a Reiner os ocurriera una desgracia. Y créeme. —Apretó el resto del fragmento de carta que Annie le había enviado. —Annie piensa igual.
Su corazón se ablandó al verla taparse los ojos, ocultando sus lágrimas. Hitch nunca le había parecido una mala persona, y sabía por descontado que era una buena amiga. Pero hasta la misma Dreyse sabía que Sarina era mala, le intentó avisar desde un primer momento sin el tema de la droga de por medio, lo único que le quedaba para hacerlo y no ser sospechosa, era tratar de hacerla ver como un peligro en su relación amorosa -que por otro lado, tampoco era mentira-. La abrazó con fuerza, y ambos lloraron en el hombro del otro. Él no podía evitar ser un sentimental. Y la quería mucho.
—Es mala… Sarina… es… diábolica… no dejes que se acerque a Annie. No dejes que se acerque a ti —imploró, secándose las lágrimas. No será fácil desligarme porque saben que Reiner y yo tenemos un niño.
—No lo haré.
«Hasta para eso eras astuta, mi querida Hitch Dreyse. Dijiste que intentaba distanciarnos y tenías razón. Pero tú sabías mucho más. Al final, la separación nos hizo un bien. Annie y yo somos un buen equipo en la distancia… casi mejor que estando juntos, parece. Te queremos mucho.»