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CAPÍTULO 12. Actuar sin pensar


Al final, Armin pasó la semana sin ver a Annie. Una semana completa fue demasiado, casi desgarrador. A pesar de que en un principio le puso al día acerca de Hitch y Sarina, no obtuvo más respuestas por carta. Parecía tener muy claro que a pesar de todo, ya no quería estar con él ni tener amistad, cosa que lo entristeció. Quizá había conocido a algún otro soldado en Stohess, uno que le hiciera caso y que la tratara mejor. Si ese fuera el caso, jamás se lo reprocharía. Ella se merecía lo mejor.

Fuera como fuera, al cabo de esa semana regresó. Las actualizaciones de la investigación contra los bandidos de Rusty no le fueron contados ya, porque desde el principio, Armin era un peón. Lo único que el comandante le dijo en privado fue que «mantuviera las distancias con Sarina y Felicia si las veía, pero sin hacerlas sospechar».

Dos misiones adicionales hicieron más llevadera la espera, pero no fueron suficiente para que aun estando de servicio parara de pensar en ella, una y otra vez. A la rubia ya le habían empezado a encomendar otras tareas de la policía que requiriesen menos horas de cabalgar, pero se había enterado por medio de Reiner que se ofrecía a hacer horas extras y que entrenaba como la jabata que había sido siempre. Se sobreentendía que estaba prácticamente recuperada de la herida y también del astillado que tuvo en una costilla. Había estado en toda la recuperación con ella y ahora que podían hacer lo que quisieran, no quería saber nada de él.

Sarina, esclava de sus emociones, no sospechó nada de lo que ocurría y no perdió ocasión de pedirle perdón de nuevo a Armin y volver a trabajarse su confianza, cosa que Armin aceptó para enmascarar el resto de sus objetivos, y siempre con mucho cuidado.

Cuando la última misión acabara, Armin sería por fin nombrado oficialmente como comandante de la Policía Militar, tal y como Hange le encomendó antes de sacrificar su vida. Después de aquel proceso, muchos de los que protegieron al mundo del retumbar tenían también citación para convertirse en embajadores nacionales y protectores de la paz. Annie tenía todas las papeletas, junto a Mikasa, Connie, Jean y Reiner a ocupar esos puestos. Entonces todas sus vidas podrían cambiar radicalmente. Ya no tendrían que vivir obligatoriamente en el cuartel, sus misiones serían políticas y tendrían un sueldo mucho mejor para invertirlo en construir una casa y crear una familia. Además, los viajes a otros países para conocer otras culturas serían mucho más probables.

Una vida ligada a Armin, pensó una vez Annie.

Una vida ligada a Annie, pensaba Armin.

Por mucho que no desearan cruzarse, deberían habituarse a estar en continuo contacto y pasar días en los mismos barcos. Annie prefería no pensarlo demasiado.

Con el paso de las semanas pasaba cada vez menos tiempo en su habitación y más en el gimnasio, recuperando la tonificación perdida. La técnica no la había perdido ni en un ápice. Daba tanto de sí, que su fina figura no tardó demasiado en adquirir musculatura y marcar nuevamente las abdominales. Entrenaba mucho junto a Mikasa y a Reiner y eso hizo que sus resultados mejoraran mucho más deprisa. Si Annie hubiese frecuentado más su habitación y no hubiera pasado muchas noches en vela mirando las luciérnagas sobre el lago de Trost, habría escuchado la llamada a la puerta de su cuarto en varias ocasiones. Armin había intentado comunicarse con ella y buscarla, pero fiel a sus costumbres del primer año que la conoció, Annie desaparecía de muchos entrenamientos que no le interesaban y no hablaba con casi nadie. Hacía sus cosas sin avisar, se marchaba sin avisar, y las misiones de patrullaje las hacía con una dedicación algo sospechosa, a menos que se requiriera destreza peleando. Había tanto borracho y tráfico de armas en la periferia que no se podía ignorar el trabajo.

Periferia de Trost

Finalmente, hicieron coincidir a ambos rubios en una misión de espionaje contra los traficantes comandados por Rusty. Gracias a las guardias de Hitch y Boris, que tenían muy controladas y conocidas a las gentes que frecuentaban los caminos mercantes del bosque de Trost y de Stohess, interceptaron varios envíos de carretas de gente desconocida que se vinculaban con los informes de Leonhart. No pusieron ningún problema, pero dieron la señal de alarma para seguirlos de incógnito, hasta que hallaron bien escondida otra importante guarida de aquella lacra. Los bandidos se iban turnando constantemente; los envíos y el dinero nunca dejaban de circular. Cuando Historia y Armin estudiaron bien el perímetro, decidieron tenderles una emboscada directa y fulminante.

Y ahí se encontraban. Armin iba vestido de incógnito, igual que Annie, Jean, Connie y muchos más. Annie sabía perfectamente el aspecto de Rusty, el mayor traficante de coderoína, armas y mujeres del mercado negro. Se había enriquecido los últimos años a base de violar y vender adolescentes, aunque en su historial tenía otros muchísimos actos delictivos. No importaba cuánto le costase. Ese hijo de puta iba a ser suyo por mucho que se le resistiese.

—Pst. Derecha cuatro. Zanc.

Annie miró por el rabillo del ojo a su compañero, Armin, agazapado bajo unos matorrales. La expresión femenina era de suma indiferencia. No le hizo ningún gesto en respuesta, sólo volvió la vista a la cabaña. El código del chico indicaba que el objetivo había salido solo, la mejor situación posible. Cuando Annie estableció contacto visual se puso la capucha militar y se acuclilló tras otro matorral y detrás del tronco. Siguió a Rusty andando con sumo cuidado sin separarse mucho de su escondite, y cuando vio que sus pasos salían del encuadre de peligro por alcance de otros bandidos, estiró el brazo derecho y reprodujo un gesto con los dedos a sus compañeros escondidos. Jean, Mikasa y ella eran los tres seleccionados para estar directamente frente a él, pues eran considerados los de mejor experiencia cuerpo a cuerpo para una misión tan peligrosa. Annie indicó también con la otra mano que había visto el filo puntiagudo de una daga en una de sus botas.

Armin estudió la situación a distancia. No parecía haber ningún peligro. Pero de repente vio que a su lado había otros encapuchados cerca de él, ocupando los mismos puestos que sus compañeros acababan de dejar libres. Frunció el ceño y de un salto se puso en pie bruscamente, gritando.

—¡CHICOS, CUIDADO!

Annie casi trastabilla al oír semejante grito, y Mikasa volteó el rostro con los ojos bien abiertos, viendo cómo un bandido saltaba sobre Armin y lo pegaba al suelo, sacudiéndola una patada. Jean usó el equipo de maniobras para subirse a una rama y disparó el gancho a dos bandidos a la vez, cuya trayectoria se acabó ahí mismo. Se sacó del hombro el rifle y lo cargó, mirando a su alrededor si había alguien más escondido.

—Dispárale, Jean, ¡tiene a Armin! —gritó Mikasa. Connie desveló su escondrijo al usar también el equipo, sintiéndose en peligro. En el aire cargó el siguiente gancho y apuntó al malhechor, pero no tenía visual. No pudo hacerlo. Jean miraba con nervios la zona donde apaleaban a Armin, por los sonidos, calculó más de dos dándole una buena golpiza, pero tampoco tenía visual. Al saltar con el equipo a otro árbol, otro bandido saltó de los matorrales y cortó con una espada el cable, haciendo que Jean girara bruscamente sin control y se estampara contra uno de tantos troncos. Mikasa chistó enfurecida y corrió en dirección a la golpiza. Annie se quedó en su lugar, enfrentando con la mirada a Rusty. Éste la miraba sonriendo, elevando los brazos.

—Si haces el mínimo movimiento inesperado acabo contigo —murmuró acercándose con cuidado, mientras se sacaba las esposas que llevaba preparadas en la lumbar. El hombre se encogió de hombros y la siguió con la mirada. Parecía no importarle. Annie cerró una de las esposas en una muñeca y la atrajo a su lumbar. Los golpes que Armin recibía eran bastante duros, y llegó un momento en el que empezó a gritar. La rubia meneó ligeramente la cabeza al lugar de donde provenía su dolor ¿por qué narices Mikasa no hace nada?, y justo cuando la volvió a Rusty, éste le sacudió un fuerte cabezazo que la tiró de culo.

—Muy mal, policía… despistar la mirada de su trabajo… la vida no se lo perdonará. —Se giró mofándose y rápido como el rayo, desenvainó su daga. La puso en clara posición de ataque y tomó impulso en dirección a su pecho, pero Annie esquivó con todo el cuerpo y rodó hacia un lado, poniéndose en pie con los pies bien apoyados, irguiéndose lentamente. Cuando Rusty se giró a enfrentarla lo sorprendió una potente patada; el empeine del pie de la policía le dislocó la muñeca y el hombre se vio obligado a soltar la daga, entre gritos y una cara de cabreo impresionante.

—¡Serás hija de puta! ¡Atrapadla!

Annie movió la mirada a un lado y a otro, otros dos hombres aparecieron. Notó una presencia a sus espaldas y se agachó rápido, atrapando el brazo del maleante con los suyos y chocándolo contra su espalda. Tiró con tantísima fuerza de su articulación hacia adelante que el hombre dio una voltereta y cayó pesadamente al suelo. Annie le fracturó del hombro girándole el brazo y el bandido chilló lastimero. Cuando Rusty volvió a tomar carrerilla junto a su amigo, puso la guardia y dio una rápida zancada hacia adelante, frenándole en seco al impactarle un puño derecho en plena garganta, lo que le hizo tener un corte de respiración y acabar en el suelo. No se quedó a esperar. Cargó deprisa el rifle en su hombro y apuntó al amigo, que paró y la miró con las manos levantadas.

—¡Tranquila! ¡No me llevo bien con ellos!

Annie se acercó mucho a él, apuntándole sin miedo. Cuando le tuvo lo suficientemente cerca se dio cuenta de que sus ojos sí que lo tenían. Puso el seguro al arma y le miró callada varios segundos, de arriba abajo.

—Annie… Armin está… se lo… —Annie no movió las pupilas de su presa esta vez. Mikasa estaba tirada en el suelo y Jean también, pero desconocía por qué. Cuando el silencio se alargó varios segundos, tomó impulso y rotó la cintura con mucha fuerza, asestándole el rifle en la cara al maleante que quedaba de pie. Lo dejó dormido de un golpe. Enseguida se agachó a terminar de ponerle las esposas a Rusty, que aunque consciente, estaba bastante dolorido. Al tomarse esos segundos de la pelea se dio cuenta de lo agotada que había quedado. Le faltaba algo de resistencia. Mikasa se levantó pesadamente y recuperó el equipo de maniobras. El amigo que Annie había tirado de un riflazo era el mismo que la había atacado a ella por la espalda, en cuanto vio que iba a por Armin. Al palparse el pelo corto bajó la palma de la mano con sangre. Estaba algo mareada, pero al ver a Armin dio un gemido, corriendo hacia él rápidamente. Annie dejó con Connie a los atados para que él los subiera al coche. La guardia había llegado junto a ellos, y muchos trataban de terminar a tiros con los dos que habían apaleado a Armin. Cuando la rubia se acercó a Mikasa y miró hacia abajo dio un respingo y su corazón empezó a latir con fuerza, le habían destrozado la cara por todos los sitios por donde podían destrozar. Se le cayó el arma y le temblaron las manos.

—¡¡Llama a la guardia, no te quedes ahí!! ¡Necesita atención! —sollozó Mikasa agachada, encarando a Annie mientras trataba de acunar a Armin sobre sus piernas. Annie se quedó perpleja y petrificada sin atender, pero lentamente sus ojos se movieron hacia los árboles. Dejó de temblar de un segundo a otro, fría como el hielo.

—Ya me he hartado.

Activó el equipo de maniobras tridimensionales y se enganchó a la copa más alta que vio, desenvainando las hojas

Activó el equipo de maniobras tridimensionales y se enganchó a la copa más alta que vio, desenvainando las hojas.

—¿¡¡¡Pero qué demonios estás haciendo!!!? —escuchó a Mikasa a lo lejos, Annie se había ido por la dirección contraria, no iba a avisar a la guardia. La última vez que vio un rostro y un cuerpo tan hinchado por los golpes había sido en una de las propias víctimas encontradas a orillas del lago más periférico de Shinganshina, salida de las manos de Rusty tras hacer con ella lo que quiso. No iba a dejar que ninguno de esos malnacidos se saliera con la suya.

—¡¡Annie!! ¡Cuidado, la guardia ha tenido que dejar de disparar porque estás aquí! ¿Qué haces? —gritó Connie exasperado, persiguiéndola a pocos metros, pero pese a lo veloz que era, ella lo era más. Annie se movía con tanta velocidad árbol tras árbol, que apenas lograba verle la capa verde. La capucha se le había escurrido y volaba con el pelo en una coleta al viento, reculando peligrosamente cada distancia y esquivando ramas con la cabeza. Estaba siendo temeraria avanzando así. Connie no fue capaz de seguirle el ritmo, se dio un golpe con un tronco en el brazo y tuvo que ir más lento. Cuando por fin enganchó la última rama, la policía voló por encima de los dos maleantes, que ya iban agotados de correr. Uno de ellos había sido alcanzado en la pierna por un tiro de la guardia. Aprovechó que iba encima de ellos para saltarles encima a los dos, con las hojas arriba. Ambos cayeron estrepitosamente al suelo, y cuando se fueron irguiendo tenían por delante las piernas de Annie. Uno de ellos se levantó más tarde y oyó un rasgar veloz. Sus manos se bañaron de sangre como si fuera un riachuelo.

—¿QUÉ HAS HECHO? ¿ESTÁS LOCA? ¿ESTO ES LA POLICÍA MILITAR, UNOS ASESINOS?

Annie tiró las hojas ensangrentadas, acababa de medio decapitar al compañero del maleante sin miramientos.

—Levántate, escoria.

El hombre, enfurecido y dolido por la muerte de su amigo, se puso en pie deprisa y fue directo a tratar de asfixiarla, pero Annie fue cien veces más rápida, coló un puño en medio de ambos brazos y le clavó un uppercat que le voló dos dientes y le levantó la cabeza de un impacto. Después recargó la cintura y le dio una patada que le hundió la mejilla, volviendo a tirarlo al suelo, adolorido y mellado de más dientes. El hombre se arrastró con la boca impregnada de sangre, conmovido por la fuerza bruta de una chica tan baja y más bien delgada. La patada le había dejado un ojo insensible, pero con el otro, pudo observar cómo las botas de la policía se le acercaban despacio a la cara. La recorrió desde abajo con la pupila temerosa.

—Me dejaré esposar, no opondré resist-…

La frase no llegó a término. Antes llegó una nueva patada lateral de Annie, que lo atontó de inmediato y le hizo quedar bocarriba. Reprodujo un gemido lastimero y largo. Connie aterrizó cerca de él y respiró agitado, volviendo la vista a Annie.

—Los hemos atrapado a todos, tenemos que llevárnoslos. Annie, ¿me oyes? ¡Eh!

Annie apenas miró a Connie un segundo cuando volvió a acercarse al herido, esta vez tomó carrerilla e impactó una patada con la suela de la bota, directamente sobre la nariz. Una, y otra, y otra vez, hasta que Connie le dio un empujón, enfadado.

—¿¡¡Pero qué estás haciendo!!? ¿Lo quieres matar, crees que eso arreglará algo?

La rubia volvió a acercarse al traficante pero Connie se interpuso. Annie apretó los dientes y subió la rodilla enérgicamente, impactándole la rótula en el pecho. Su compañero cayó como una pluma, con la respiración hueca y los ojos abiertos. Se hubiera quejado pero no le salía la voz. Ella pasó de largo a su lado y volvió a retomar las patadas contra el maleante. Sus ojos se llenaron de ira y de repente aumentó la velocidad de los impactos, gritando cada vez que su bota alcanzaba su cara.

—¡Ni siquiera te mereces que me manche las manos contigo! —gritó agotada. Connie se puso de pie con las piernas temblorosas, no se podía imaginar el calvario físico de aquel imbécil con la fuerza que Annie tenía en el empeine y en las tibias. De la fuerza su goma del pelo liberó su coleta y su cabello retumbaba a cada impacto, una y otra vez, hasta que de pronto el hombre simplemente soltó un chorro de sangre por los orificios nasales y dejó de responder.

—An-Annie… vas a… vas a…

—Cállate. —Le dedicó una mirada fría y volvió a dirigirla a su víctima. Connie observó que los hombros de Annie se elevaban a causa de una respiración anormalmente cansada. Se pasó la manga por la frente y luego caminó dando vueltas al cuerpo torturado, el hombre tenía la cara rota por todos los costados y llena de surcos de sangre. Tomó impulso y sacudió una nueva patada que le giró la cabeza en seco hacia el otro lado, confirmando así que estaba inconsciente.

Connie vio a lo lejos su salvación: el nuevo comandante y su escuadrón venían a caballo por fin. Annie oyó el galope y se quedó a un lado sin reacción ninguna, más que la de recuperar el aliento. Boqueaba continuamente, introduciendo oxígeno rápidamente. Levi iba en un coche, pero nada más llegar al lugar, solicitó que lo bajaran con su silla de ruedas al césped para ver todo de cerca. Parecía muy dispuesto a sacar las esposas de su cinturón, pero al ver cómo tenía el rostro de desfigurado dio un respingo al no esperárselo. Miró con los ojos irritados a Annie y a Connie, pero finalmente a Annie. La reprobó en silencio y con la cabeza dando negativas, inclinó los brazos al hombre ensangrentado. Uno de sus hombres también estaba arrodillado cerca y le tomó las esposas para ponérselas, pero Levi negó con la cabeza y se puso recto en el respaldo, lentamente.

—Está muerto.

—¿Muerto…? —preguntó su hombre, sorprendido. Tocó la yugular del intruso y no sintió nada. El subordinado de Levi ni siquiera se aventuró a mirar a Annie, le daba temor. El capitán movió despacio la barbilla del cadáver e inspeccionó sus ojos abultados en la carne. La causa de la muerte podía haber sido una asfixia por tener la nariz totalmente desencajada, o morderse y tragarse la lengua con tanto golpe. Fuera como fuera, supo que estaba muerto nada más verlo. Se volvió a Annie lentamente, estudiando su expresión agotada.

—Tu falta de moderación tendrá una sanción. Has regalado a ese hijo de perra el paraíso, frente a lo que le esperaba en prisión.

Annie tuvo un titubeo labial y miró a su jefe con el ceño mucho más fruncido.

—Si hubiéseis llegado a la hora acordada Armin habría tenido la protección necesaria para no acabar del mismo modo.

—Uh. ¿Cómo dices?

Annie cerró los labios, sabiendo que si le respondía de nuevo podía ver en su expediente serias consecuencias. Pero estaba tan cabreada, tan iracunda… iba a explotar. Quería seguir golpeando a aquel cabrón.

—¿Acaso quieres pegarme a mí también?

Annie clavó su mirada con fuerza en los pequeños y achinados ojos de su jefe, que le mantuvo la guerra visual sin ningún problema. Vio por el rabillo de los ojos que Annie apretaba los puños.

—Arlert ha fallecido de camino al coche.

La mirada de Annie se transformó por completo, sintió que la garganta se le henchía y que iba a tener una especie de convulsión. Abrió los párpados y de pronto su expresión se debilitó a punto de quebrarse, encerrando el pañuelo de cuello de Levi entre sus puños, amenazante, acercándose a su rostro a dos centímetros y levantando su cuerpo de la silla.

—Por tu culpa, por tu… POR TU CULPA, POR TU…

—Es mentira.

Annie se puso confusa y el terror la hizo tener una especie de revelación y soltarle bruscamente, aguantando lo que pudo sus lágrimas. Connie la miró preocupado, viendo cómo su compañera se giraba y pateaba un árbol a tibia desnuda, emitiendo un jadeo de rabia. Empezó a andar trastabillando por la penumbra del bosque mientras lloraba amargamente, sin poder evitar las contracciones de su diafragma. Lloraba desconsolada, con las pestañas rubias enjuagas en la humedad y los labios temblorosos. Tanto Levi como Springer llegaron a ver cómo se subía de un salto a su caballo y se iba de allí.

—Capitán, ¿por qué le ha dado ese susto?

—Porque lo necesitaba. No estaba valorando lo importante hasta que se lo he dicho. Esa criaja malcriada tiene de disciplina física todo lo que le falta de disciplina mental. Cree que puede hacer y deshacer a conveniencia. Por eso no me gustan los lobos solitarios. —Giró su rostro lleno de cicatrices al cadáver ensangrentado que había quedado allí tirado. —Siempre dan problemas. Y a este le tenía reservado un final más merecido.

Armin despertó a mitad de camino y afortunadamente no volvió a perder el conocimiento. En la enfermería no hubo mucha ceremonia al respecto: los golpes habían sido repetidos y contundentes, pero tuvo suerte: ninguna pieza dental había resultado afectada y sus magulladuras podrían recuperarse. Le cosieron una ceja rota y por lo demás podía salir de allí. Annie logró alcanzarles y esperó pacientemente en el pasillo del cuartel, esperando a que él saliera por su propio pie. Inspiró hondo, el galope la había dejado agotada, pero por lo menos el cabreo monumental que tenía se le estaba disipando. Jamás había tenido una reacción tan violenta… ni siquiera cuando discutió con Reiner cuando eran niños, ni siquiera aquellas patadas fueron con la intención de asesinar a su compañero, aunque la rabia fuera similar. Cuando volvió en sí de aquel nefasto recuerdo, sus ojos se fijaron en la cantidad de sangre reseca en la puntera de sus botas. Las salpicaduras llegaban hasta el pantalón blanco militar, pero no se había dado cuenta hasta ahora. Su cuerpo aún no quería hacerse cargo de la muerte que acababa de cometer, se negaba a aceptar la culpa. No sabía mucho acerca de su víctima, pero sí lo suficiente para saber lo despreciable que había sido en vida. Costear su periodo en la cárcel con los impuestos de la población le seguía pareciendo absurdo. ¿O sólo se estaba excusando…? Suspiró pasándose una mano temblorosa por la cara y cuando se separó de la pared empezó a andar despacio ida y vuelta por el pasillo, esperando noticias.

—Annie.

Annie se volteó al oír su nombre y al verle su cuerpo se contrajo, emocionada. Caminó despacio hasta Armin, con miedo hasta de rozarle. El chico sonrió como pudo.

—Me han tenido que coser la ceja, ya ves… quizá esté con una más arqueada que la otra de por vida.

—Armin… yo… —frunció el ceño sin poder mirarle.

—¿Podrías… darme un abrazo…?

Annie subió lentamente la mirada a él y suspiró asintiendo. Le rodeó los brazos rápido y se apoyó en su hombro, apretando la mano en su espalda. Los segundos pegada a él la relajaron, la aliviaron. Armin apretó sus labios contra la mejilla femenina y lentamente se separó, buscándole los ojos. Annie titubeó antes de hablar.

—Levi retirará mi candidatura como embajadora nacional de Paradis. Al menos este año. No creo que me perdone el haber acabado con tu agresor.

—Hiciste mal, Annie —murmuró el chico, pero al ver que le respondía con una mirada de confusión se apresuró a continuar. —Aunque me hubieran matado a golpes, ensañarte con él no lo hubiera cambiado. Ese hombre tenía mucha información que la Policía Militar lleva meses buscando. Era el hermano de Rusty.

Annie pareció tener un cambio de actitud y de sentimientos a medida que Armin avanzaba en sus frases, le daba igual casi toda aquella información. Contra más lo recordara más justificados concebía sus actos. Se separó de él y Armin temió enseguida haberla fastidiado.

—Serás un gran comandante. Estoy segura. Sin esta asesina al lado.

Cuando la vio girarse dio un paso adelante y la tomó rápido de la muñeca, instándola a voltearse hacia él. Annie dio un brusco tirón con la mano para zafarse pero Armin no la soltó, sino que frunció sus cejas y levantó la voz.

—Deja de huir. Abre los ojos, esta es la realidad, eres soldado y no puedes hacer lo que te venga en gana por rabia. ¡Ah, Annie! —gritó al sentir cómo le retorcía para obligarle a soltarle; pero no cedió. Se acercó más a ella y apretó los dientes. —¡Yo jamás me despreocuparé de ti! Para eso sí que tendrías que matarme.

—Voy a dimitir. No tengo templanza. No con mi único ser querido —paró de retorcerle, suspirando, más agotada mentalmente que hacía escasos segundos.

—No vas a dimitir. —Le habló dulcemente, con media sonrisa en la cara. Tenía los ojos tan hinchados que hasta ese gesto se percibía doloroso. —No puedes aún, porque mi primera misión como comandante y embajador te incluye en mi plantilla. Tienes que venir conmigo a otro continente.

Annie elevó una ceja sin entender nada de lo que le estaba diciendo.

—En Oriente —prosiguió Armin —existen zonas de disputa y paraísos fiscales entre algunos políticos, se precisa de nuestra acción. No para la guerra, sino para mostrar nuestros respetos e influencias junto a los Azumabito para evitarla. Es una misión pacífica y tiene buenas expectativas, además, están interesados en los nuevos equipos de maniobras tridimensionales, un nuevo diseño en el que llegó a colaborar la propia Hange Zoe… ahora que está fallecida, esos dibujos valen oro.

—No entiendo qué es lo que tengo que hacer allí.

—Serás una embajadora tarde o temprano, y la segunda de a bordo en el barco. Considéralo una misión de prácticas antes de que se te dé el título oficial. Además… —ahora bajó la mirada unos centímetros, ligeramente colorado, aunque con tanta magulladura no se notó. —Hay sitios preciosos allí… la cultura es muy distinta. Paisajes inimaginables. Las estancias que se nos han prometido cubren varias hectáreas, un campo prácticamente para nosotros solos.

—Un viaje de enamorados —dijo una tercera voz, amarga, irrumpiendo entre los dos. Annie abrió los ojos y volteó medio rostro, cuando sus ojos azules conectaron peligrosamente con los de Sarina. La chica hizo un arduo esfuerzo por fingir una alegría que no tenía y se dirigió a Armin. —He solicitado participar en la travesía oriental.

—¿Ah sí? —dijo Armin, intentando que no se notara su desilusión al ver interrumpida su conversación con Annie. Ésta no dijo nada, como siempre, callada y al margen, incluso dio un paso atrás. —Sarina, si no te importa, esto es una conversación privada…

La chica morena sintió fuego interior al oír al rubio decirle aquello, parecía que ya no ejercía ningún poder sobre él. Armin tomó a Annie de la mano y la separó de ella unos centímetros, recuperando la intimidad perdida.

—Que ella sea aceptada o no, me da lo mismo —apuntilló el chico, apretando sin darse cuenta la mano de Annie. —Por favor, dime que vendrás conmigo. Te necesito.

«Te necesito», repitió Annie en su cabeza.

—Yo…

—Si te estoy pidiendo demasiado dímelo. Pero… al menos… cuando regrese… me gustaría hablar de todo lo que ocurrió. Por lo menos eso, Annie.

Annie palideció. Aquel insensato parecía obligarse a desconocer los terrores que Annie era capaz de infundir al resto, nada le importaba, nada era suficiente para tomar distancia de ella. Se preguntaba si habría más personas como él en el mundo.

Pero si las había… no le interesaba conocerlas.

—Sí, iré —asintió, sintiendo un pequeño fulgor en el estómago al decirlo. El mismo que sintió Armin.

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