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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 12. Ella no quiere hacerlo

Dos meses más tarde

Ymir fue capaz de moverse sin dolor y de recuperar la voz sólo en días, momento en que Moblit le informó de todos los retrasos laborales que tenía desde que pasó lo que pasó. Aquella vez, sin embargo, Ymir no pareció recuperar la normalidad en otros términos. Cuando salió sana de la última revisión, cosa que ocurrió bastante rápido al cicatrizar sus órganos, dijo a Moblit que quería ponerse a trabajar cuanto antes y empezar por los continentes más alejados. Para sorpresa de todas sus chicas, desapareció de la casa ocho semanas seguidas junto a su organizador, Moblit tampoco dejó muchas explicaciones al marcharse con ella. Ocho semanas en las que no hubo ninguna noticia porque todo era trabajo. El paso de los días en calma también ayudó a Historia a recuperar la movilidad de sus articulaciones y a curarse como era debido. Al menos físicamente.

La mente también cambió.

Sin duda, personas como Petra, Ymir, o cualquier alfa hijo de puta que se le pusiera por delante la verían siempre indefensa y tonta, un cuerpo frágil del que podían aprovecharse. No podía hacer gran cosa por remediar que la vieran así, pero estaba tan saturada por sus últimas experiencias, que cada vez le importaba menos convertirse en una diana si al menos conseguía algo a cambio. Eso implicaba varias visitas clandestinas al pasillo donde estaba el cuarto de Ymir, intentando sonsacar toda la información que pudiera de… lo que sea. Sabía que debía de haber dinero por ahí desperdigado, negocios turbios que desmantelar… al fin y al cabo todos los ricos tenían dinero sucio en mano, no sólo en sus cuentas bancarias. Si lograba robárselo y burlar la seguridad de los pasillos, se lo llevaría todo y empezaría una nueva vida en cualquier otro lado.

Desgraciadamente, era un plan que sólo le comentó a Mikasa, quien se negó a ayudarla en ese cometido. Independientemente a esa misión, también quería aprender a utilizar el equipo de maniobras. Nikolo y Nifa mintieron a los vigilantes abiertamente, diciéndoles que Ymir le había concedido esa libertad, y con ayuda de Mikasa, quien sabía usarlo bastante bien desde que era una mocosa, sí se prestó a enseñarle. Usar aquel equipo era muy peligroso. Tenía el espacio y los árboles para practicar, pero cualquier error era la diferencia entre la vida o la muerte, o entre seguir caminando o continuar con una silla de ruedas. A Historia no le importaba. Quería aprender a como diera lugar.

Recibieron una notificación de que China requería de la presencia de Ymir en dos convenciones más, por lo que otra semana más se alargó la ausencia de la mujer, otra semana de entrenamiento para Historia. Le fue imposible entrar en su despacho, así que se arriesgaría a hacerlo en cuanto estuviera dormida y con suerte, quizá había algún cambio de guardia. Ymir sólo cerraba bajo llave cuando se iba de la casa.

La realidad era que, si Ymir estaba lejos, era mucho más fácil alejar el sentimiento de conexión. Ahora sólo deseaba perder el amor que alguna vez le tuvo. Un amor que ahora estaba transformado en resquicios indeseables atados a recuerdos de cariño que le parecían puramente falsos. No quería estar con ella. No quería verla. No deseaba mirarla de nuevo a la cara. Había acumulado cada día más rencor, jamás la perdonaría. Lo único que seguía martirizándola era que en algún maldito momento tendría que enfrentarla para pedir el cierre del contrato.

Y también me atormenta… la droga. Todo lo que me hizo no lo hizo conscientemente. Eso me dijeron. Todos los alfas actuarían igual. ¿Y si estoy así porque sé que podría ser capaz de hacerlo también sin coderoína? Pero… ¿eso es justo?

Temía abandonarse demasiado a filosofar sobre lo que ocurrió. Si le daba más vueltas de las debidas, caería en cuenta que se estaba cabreando y acumulando odio por algo que Ymir no pudo controlar. Y que toda su repulsión nacía de que el dolor se lo había hecho la persona que quería, por muy nublado que tuviera el juicio.

Caer enamorada de ella le producía temor.

Al cabo de aquella novena semana, Ymir volvió a casa. No hubo fiestas, sólo un incremento de la vigilancia (todavía más) cuando llegó a oídos de la mujer que su prima se movía por los alrededores para buscar una finca similar a la de Ymir, donde viviría con sus betas. Sin duda una noticia que nadie deseó escuchar.

Dormitorio de Ymir

Historia había esperado algunas noches estratégicas, aguardando justo el día en que sabía que tenía una larguísima y tediosa reunión. Siempre volvía reventada mentalmente de aquellas reuniones. Sabía que de madrugada la morena ya estaría profundamente dormida.

En la puerta del pasillo, el guardia la miró con cierta confusión.

—Me ha pedido que venga a esta hora. Yo que tú no la…

—Pasa —contestó el guardia sin mirarla más, sin siquiera dudar de sus intenciones. Historia hizo el menor ruido posible para pasar adentro. La habitación de Ymir era tan descomunal, que el sonido del picaporte apenas se materializó hasta ella. Cerró tras las espaldas y se encaminó hasta el despacho decidida, usando el tirador. La puerta estaba bloqueada. Sus cejas se fruncieron, menuda lata. La llave tenía que estar por algún lugar. Buscó en todos los alrededores, con cuidado de no hacer ruido. Pero cuando no tuvo éxito, inspiró hondo y soltó el aire despacio, volteándose despacio a Ymir. Estaba durmiendo de lado, con un top holgado. Su expresión era de estar soñando en la luna, a kilómetros de allí. Historia tragó saliva y por precaución deslizó el afilado cuchillo que había traído desde la cocina. Se acercó muy despacio, con miedo de que el parqué pudiera ceder y despertarla. Logró llegar a la mesita a la que le daba la espalda, pero no hubo suerte. Cuando se acercó a la mesita del otro lado, los ojos se le quedaron puestos en Ymir sin poderlo evitar.

Me han dicho que no recuerdas nada. Qué suerte para ti, ¿no?

Historia sentía creciendo su rabia cuando aquellas frases se materializaron en su cerebro. Pero sabía que no podía darle demasiadas vueltas. Porque… si lo hacía… se materializaba otra pregunta que la hacía aterrorizarse. ¿Debería perdonarla?

¡No!, contestaba su otra vocecita interior. Aunque no fuera ella misma, ¡ella lo hizo! ¡Te golpeó como si fueras un animal!

De pronto, negó con la cabeza y luchó por centrarse en los cajones. El corazón le palpitaba de nervios; alargó la mano hasta uno de ellos y vio que tenía un bloqueo interno. ¿¡Será posible!? ¡Tiene los malditos cajones de la mesita de noche con llave, qué psicótica es! Suspiró sin ruido, estaba perdiendo el tiempo. Le comía la salud mental. Se estaba convirtiendo en Petra. Al ascender muy lentamente los ojos hasta su rostro dormido, sintió un nudo en la garganta. Recordaba lo llena de sangre que estaba aquel día, con cara de loca, como si fuera una vikinga desbocada sin alma. Aferró la palma al mango del cuchillo y apuntó el filo en su garganta, mirándola con mucho dolor interior.

Quizá si… acabo con ella… puedo liberarlas a todas… ninguna se merece la presión que significa estar aquí… quizá así… dejarías de hacer daño…

Apretó los labios y tomó aire, y justo cuando su mente se conectaba con los movimientos de su mano, Ymir abrió los párpados

Apretó los labios y tomó aire, y justo cuando su mente se conectaba con los movimientos de su mano, Ymir abrió los párpados. Historia dio un suspiro de impresión, la mano le empezó a temblar. En su mente Ymir ya la estaba apaleando por semejante descaro y ataque. Tuvo que hacer un complicado esfuerzo por no mearse encima del miedo, la hoja del cuchillo temblaba en la garganta ajena. Y la morena, que la miraba como si llevara horas despierta, seguía encarándola en silencio.

¿¡Por qué no dices nada!? ¿Acaso te da igual que…?

El pulso le temblaba, era una asesina ridícula. De pronto notó que el nudo de la garganta se acrecentaba y tuvo que bajar la mirada al suelo, y también su brazo amenazador. Contrajo los músculos faciales. Cuando Ymir vio aquello, se incorporó hasta sentarse en la cama.

—No tengo que darte explicaciones —murmuró, y al oír su voz tan cerca, dio un fuerte paso atrás. Como si su mente acabara de recordar todo el daño que le había hecho pero con toda la intensidad que había guardado ese par de meses. —Pero fue una enemiga mía la que puso cod…

—¡¡DÉJAME EN PAZ!! ¡DÉJAME EN PAZ! ¡No quiero oírlo porque me da igual la historia! Dame el maldito contrato… me lo vas a dar y… DEJARÁS QUE ME VAYA —gritó, y el guardia entró asustado a la habitación al escuchar desde el pasillo. Ymir le hizo un gesto para que se marchara, cosa que el hombre hizo sin rechistar.

—¿El contrato que firmaste? —preguntó, una sonrisa viperina asomó en su boca.

—¡¡SÍ!! ¡DÁMELO, YA! ¡DÁMELO! LO PIENSO QUEMAR…

—No te irás de aquí en tu vida —dijo arrastrando la voz, como si aquel tono que Historia estaba empleando la empezara a sacar de quicio. De hecho, así era. Ymir se destapó de malas formas y cuando la otra vio que iba a levantarse dio otro paso atrás hasta chocarse con la pared. La apuntó con el cuchillo.

—Cállate… no me retendrás contra mi voluntad.

—De algún modo u otro, eso es lo que firmaste. Imbécil. Puedo hacer contigo lo que quiera.

—¿Sí…? ¿Sí…? —la adrenalina se le disparó. No podía más. No podía escuchar esa voz de superior que tenía, esa cara de superioridad con la que la miraba desde su asquerosa estatura también superior. Apretó los labios sintiéndose acorralada, y lo que hizo, fue ceder a la locura. Se aproximó la hoja del cuchillo a su propia garganta, mirándola con los ojos azules totalmente abiertos. —Si no me lo das…

Ymir tuvo un fugaz amago de abalanzarse sobre ella al ver el cuchillo deslizarse tan cerca de ese pequeño cuello. Una parte de Historia se extrañó al ver ese gesto, que Ymir se apresuró en ocultar. La morena se puso recta despacio, mirándola fijamente.

—Dame los papeles del cese del contrato o te juro por lo que más quieras que me rajo el cuello.

Ymir seguía mirándola fijamente, inexpresiva. Su beta no podía verlo ni sentirlo, pero el corazón de la morena latía desbocado. Los nervios no se le exteriorizaban.

—No eres capaz —murmuró.

—Tú me has hecho capaz.

—Atrévete. Y lo que fuera que te hice, te juro que te sabrá a poco.

Y encima se da el lujo de amenazarme otra vez… esta hija de puta ni siquiera se merece que yo le responda… perdona, papá… al final iré yo antes arriba. Te esperaré con los brazos abiertos.

Historia acercó el cuchillo a su piel y movió rápido la mano, con la firme intención de rebanarse el cuello. Lo hizo con tanta fuerza y apretando tanto, que cerró los ojos con tesón, ni siquiera deseaba ver a Ymir ensangrentada con su propia sangre. Pero no miró ni oyó nada, más que un chasquido de corte. Cuando abrió los ojos totalmente confundida y nerviosa, temblando como estaba, vio en el suelo la mitad de una mano cercenada que no era la suya, y sangre mojando la alfombra. Al mirar rápido a Ymir vio que vapor empezaba a emanar de sus nudillos mutilados y frunció el ceño. La expresión facial de la morena era de un agobio muy particular. Ymir empezó a respirar más deprisa e incapaz de contenerse, le soltó un revés con la mano sana, haciendo que Historia cayera al suelo.

La rubia se tapó la cara pero era incapaz de llorar. Había sido una escena demasiado fuerte, demasiado animal hasta para ella, que empezaba a acostumbrarse a esas cosas. ¿Esa imbécil ha puesto la mano en medio?, se preguntó acalorada. Al mirar hacia Ymir, vio que abría con cierta dificultad la puerta de su despacho y después de unos segundos, salía con la misma expresión agobiada en el rostro. Historia recuperó el cuchillo por pura seguridad, no se fiaba de ella. Empezó a sentir unas náuseas horribles, la impresión de la escena y de la sangre, y ver los largos dedos de Ymir en la alfombra, era demasiado. Cuando quiso darse cuenta la alfa estaba de vuelta, le sacudió una libreta de folios en la cara, mirándola iracunda. Esto hizo estallar a la pequeña, que la encaró desde el mismo suelo.

—Deja de mirarme con esa cara. Te lo has buscado, ¿¡sabes!? —le espetó.

Ymir se descompuso y dio un sollozo breve, nerviosa. A Historia se le cambió el rostro en seco al ver aquello. Su alfa la agarró del pijama como si fuera un cachorro y la puso en pie, haciéndola andar a empujones hasta la puerta, que abrió para echarla junto a los papeles y luego cerró de un portazo. Historia no podía seguir permitiéndole que la viera llorar, así que hasta el último segundo se aguantó.

¿Iba a llorar?, se preguntó, pero desechó de inmediato la sola idea de preocuparse por lo que había sentido la pecosa. Había hecho eso desde que llegó, preocuparse por ella. Tomó sus papeles y se levantó victoriosa, y nada más llegar a su habitación, leyó rápidamente las cláusulas de abandono y firmó. Todo eran desventajas para ella y para su familia, pero no podía seguir siendo esclavizada de aquella forma. Ya buscaría la forma de ayudar a su padre de una manera más sencilla. 

Dormitorio de Historia

Mientras terminaba la maleta, fue incapaz de alejar el recuerdo de Ymir anteponiendo su mano ante su cuello. ¿Por qué lo había hecho?

—Deja de hacerte esas malditas preguntas, joder. Normal que se burlen de ti si eres tan estúpida —se susurró a sí misma, colocando mal dobladas sus camisetas. Como las había colocado nerviosa y enfadada, algunas prendas no cabían, pero ahí las dejaría. Por ella como si las regalaban o las quemaban. Se puso ropa de abrigo al ver que un fuerte viento amenazaba con diluviar. Al cabo de una media hora, cerró la maleta y la dejó lista para irse. La muy hija de puta de Ymir le había entregado los papeles, pero… evidentemente, debía ser de mutuo acuerdo. Y faltaba su firma, sólo con la de Historia no bastaba. Se había dado cuenta al releer hasta la letra más pequeña escondida por los papeles. Aquello era un negocio ruin y sucio. No podía presentar nada ante notario si Ymir no estaba de acuerdo. Y legalmente, la palabra de la alfa contaba más.

Suspiró largamente y hundió la cara entre sus manos, intentando materializar que todo aquello era real. También pensó, de repente, en que jamás volvería a ver a sus compañeras. Parecía una idiotez, pero no lo era. Pieck, Mikasa, Mina… chicas cuyos días libres no podían ser dedicados a ver a una beta expulsada, el contrato era solemne con aquello. Volvió a suspirar. Tenía que priorizarse. Sino, perdería la poca salud mental que le quedaba.

Salió de su habitación y fue totalmente encabezonada a la planta superior, tocando la puerta de Ymir. Nadie contestó. Golpeó más fuerte, hasta que el guardia se aclaró la garganta.

—Se ha marchado.

Historia se volvió lentamente al hombre, apretando los dientes.

—¿Cómo…?

—Tenía que irse. No sé cuánto tiempo estará fuera. Moblit tampoco está.

Qué desgraciada…

Historia dio una fuerte patada en la puerta de Ymir, sollozando iracunda. Dio otra y se hizo daño, apartándose cabreada. Sin contestarle nada más al vigilante, que la miraba atónito, bajó las escaleras. 

Siete horas más tarde, Ymir entró acompañada. Historia no llegó a ver de quién. Se había pasado el día y la tarde nerviosa, intentando entretenerse con cualquier cosa, pero hasta el leer un libro se le hizo cuesta arriba. Lo cerró de golpe y se puso en pie, encaminándose aprisa hasta las escaleras. Pieck la frenó de golpe, interponiéndose entre ella y los peldaños.

—Historia, será mejor que no vayas arriba, ¿de acuerdo? Ven, vamos un rato a la piscina.

—¿Por qué? —dijo rápido, y la intentó esquivar por un lado. Pieck estiró el brazo para cortarle el paso otra vez.

—Porque lo ha ordenado Ymir. Ha dicho que ni tú ni Nifa subáis a su dormitorio.

Historia arqueó una ceja y fue apretando lentamente los labios. Que Ymir dijera lo que quisiera, iba a conseguir su firma de una condenada vez, y poco le importaba encontrársela follando con un amiguito o amiguita diferente. En realidad, el odio seguía cegándola. Empujó a Pieck hacia un costado y pasó ignorándola, no iba a seguir pasando por el aro.

Pero por supuesto, si se la encontraba encamada con alguien le dolería. Había sentimientos que por mucho que intentaba ignorar seguían ahí. Mientras subía los peldaños, se le vino inoportunamente la excitada mirada de Ymir la vez que la dejó ponerse encima, y cómo disfrutaba cuando movía su cintura sobre ella. Pero de pronto, una turbia escena se coló por medio: girándola y estampándola contra la fachada para poseerla contra su voluntad, agarrándola con tanta fuerza que le dejó las marcas de uñas y de palmetazos por todas partes. Si bien era cierto que estuvo bajo la influencia de coderoína…

«No estuvo influenciada. Si hubiera sido sólo una influencia no te habría hecho lo que te hizo. La coderoína te cambia de personalidad, no eres tú. La persona que te violó no era Ymir. No al menos… la Ymir que conocemos.» Palabras de Nifa.

Por qué vienen estas mierdas a mi cabeza. Esa cabrona ni siquiera ha intentado pedirme disculpas. Ni siquiera ha hecho el amago de… hacerme ver que se arrepiente. Fueron sus manos la que me hicieron tanto daño, fueran o no sus malditas intenciones.

Cuando llegó al piso superior, el guardia la frenó.

Dormitorio de Ymir

—No me gusta tanto ruido de fondo. ¿Qué mierda está ocurriendo ahí fuera? —preguntó Pixis, y desnudo como estaba abrió la puerta de golpe. Se encontró a una jovencita que parecía una cría… rubia y de ojos claros, tez blanca, bajita, una princesa. La cría parecía disgustada y discutía acaloradamente con el guardia hasta que él abrió la puerta. Historia guardó silencio al reaccionar al cuerpo desnudo, avejentado y arrugado de aquel calvo, al que jamás había conocido antes. Y en el fondo de la habitación estaba Ymir, ella aún estaba vestida. La morena no miró hacia la puerta, porque sabía perfectamente que aquella idiota había sido capaz de desobedecerla y de ir a importunarla a su habitación. Eso la hizo apretar los labios. No estaba acostumbrada a que le llevaran así la contraria, no le gustaba un pelo. Pero lo que era más angustioso: el desobedecerla había sido un error para Historia.

—Vaya… —el viajo la recorrió de arriba abajo, cruzándose de brazos. —Pequeña, pasa. Pasa adentro.

Historia frunció el ceño y tragó algo de saliva. Tenía la sensación de que había metido la pata al subir, a juzgar por cómo la miraba el hombre. Sacó rápido de su espalda las hojas que traía escondidas, que tenían salpicaduras de sangre.

—Esto… —la chica carraspeó, serenándose. No podía echarse atrás. —He traído esto para que Ymir lo firme. Lo necesito cuanto antes.

El hombre la miró en todo momento con una amplia sonrisa, pero ni siquiera la estaba escuchando.

—Claro, claro… pasa, preciosa. Pasa un momento y hablemos de eso.

Historia se quedó un rato afuera, dudando. Cruzó miradas con el guardia y finalmente entró dentro de la habitación. Cuando pasó, vio más claramente que Ymir estaba preparando un foco de luz que estaba apuntando hacia la pared blanca de su dormitorio. Se ve que había quitado sus cuadros y cualquier mueble para dejar el espacio libre. Parecía como si estuvieran creando un set de rodaje o algo similar. La morena siguió a lo suyo. De pronto, el sonido de la cerradura sonó a espaldas de Historia, que se giró bruscamente y observó cómo el señor cerraba la puerta y tiraba la llave a cualquier parte.

—Firma estos papeles —dijo intentando sonar imperativa, pero Ymir ni siquiera la miró. Esto hizo que Historia empezara a tener miedo otra vez. La habían encerrado.

—No me habías dicho que tu nueva incorporación era de estas características, Ymir. Sabes que prefiero a las niñas rubias y de ojos azules. ¿Por qué no me dijiste que era así?

Ymir se humedeció los labios, pensando bien sus palabras. Aquel viejo era su amigo desde hacía una década, se llevaban genial, pero su titán tenía muchísima fuerza pese a la edad elevada de su portador. Era de un clan muy pudiente. Enemistarse con él no le convenía. Y de todos modos, siempre había sido generosa en términos de préstamos de betas para pasárselo bien, y que sus amigos lo pasaran bien.

—Aún no la he tocado en público. Ni nadie más que yo la ha tocado.

—¿Cómo? —preguntó Pixis, como si aquello supusiera para él algún método de desvirgar a la criaja en público. Historia miró al hombre al notarle sorprendido, y tuvo una sensación de alarma al ver que se estaba tocando la polla mientras la miraba. La rubia apretó los dedos en los papeles y miró hacia el suelo, más cabizbaja. Era como si toda su valentía fuera bajando cada vez más rápido. Qué coño iba a hacer ella ahí metida, qué pretendía conseguir. No podía contra dos alfas, ni siquiera podía contra el anciano. El hombre acortó distancias con ella y elevó la otra mano hacia su barbilla, haciendo que Historia quitara rápido la cabeza y se acercara a la puerta. Trató inútilmente de tirar de ella.

—Te traeré a Pieck. A ella le encanta que la graben.

—No quiero a Pieck. Quiero a esta. ¿Pero tú a has visto bien? Mira qué cara…

Ymir se abstuvo de mirarla. Pero Pixis no lo hizo. Al volverse a ella se masturbó con más ganas. Sonrió.

—Que se ponga pintalabios, os dejo que os preparéis en el baño si lo necesitáis.

Ymir dio un imperceptible suspiro y al pasar por el lado de Historia le arrancó los papeles que aún tenía en la mano, lanzándolos contra la pared. Se la llevó fuertemente de un brazo y cerró la puerta del baño. Historia respiraba más intranquila, mirando cómo Ymir se lavaba la cara en el lavabo.

—No pienso acostarme con ese hombre. Podría ser mi abuelo.

—Lo vas a hacer.

Historia sintió una brecha en su alma, como si escuchar a su -aún- propietaria decir eso le quitara el último resquicio de protección que tenía, por más que esa sensación de protección fuera falsa o imaginada.

—Le pienso patear hasta que…

—Haz lo que quieras. Pero se va a acostar contigo.

—Y un… cuerno. No vas a obligarme. No vas a obligarme a hacer nada con él ni contigo. ¿¡Me has oído!? ¡¡Nada!!

Ymir levantó la taza del inodoro y se sacó la polla para mear, concentrada ahora en apuntar bien. Sólo la miró un segundo a los ojos.

—Lo harás. Ah, y no firmaré ese contrato.

Historia cerró los labios, mirándola de arriba abajo. De pronto se dio cuenta de algo en lo que probablemente ni Petra era capaz de pensar: la rabia y el odio no iban a conducirla a ningún sitio en aquella situación. Lo mirara por donde lo mirara, estaba jodida. Daba igual la rabia o el sentido de justicia que tuviera porque las cosas no funcionaban así. 

—Ymir… tú… tú…

Ymir no contestó.

—Sabías lo que iba a pasar cuando me viera, ¿verdad? Sabías que iba a pasar esto. Y ahora no puedo irme porque está en juego tu reputación.

La morena siguió sin responder. Al terminar de orinar, se guardó la polla tras el bóxer y tiró de la cisterna. Abrió el armarito del lavabo, buscando el pintalabios que el hombre había solicitado.

—Tengo el maquillaje en el tocador —dijo. —Pero no creo que le importe si te los dejas al natural.

—¿De verdad vas a dejar que me…?

Ymir cerró el armarito de un portazo, haciendo que a Historia le diera un temblor de hombros y no finalizara la frase. Le ascendió un nudo a la garganta. Cuando se quiso dar cuenta de algo, tuvo que intentarlo.

—Ymir… —se pegó a ella y le apretó un antebrazo, consiguiendo que la otra la mirara. —Estoy enfadada con el mundo. Sé que tú no me hubieras herido así aquella noche de no ser por el veneno. Pero si dejas que él haga lo que quiera, entonces… ten por seguro que… —la soltó.

Aunque Ymir no respondió, y la dejó de mirar deprisa, carecía de experiencia ante situaciones así, Historia le había puesto las cosas muy complicadas. Había intentado que Pixis se conformara con Pieck, había intentado evitar que viese a Historia. Pero ahora…


—Ymir, me sorprende que hasta ahora no la hayas prestado a nadie. Será un honor —dijo Pixis, mordiéndose el labio inferior.

—Necesita un poco de disciplina. La he tenido muy mimada hasta ahora —contestó la morena.

—Dile que se siente delante de la videocámara. Me gustaría que me la chupara mientras me orino en su boca. Espero que la tengas acostumbrada a tragar. Me pone enfermo que escupan. —Pixis ya estaba semidesnudo y tocando con una mano algunos botones de la pantalla de la cámara, mientras con la otra ya se había encargado de ponerse su miembro totalmente duro. Historia vio que tenía los testículos colgones y con canas y empezó a llorar, corriendo hacia la puerta en un segundo arranque de salvarse. La puerta estaba cerrada, así que en cuanto empezó a tirar de ella Ymir puso los ojos en blanco y la agarró del brazo, tirando fuerte hacia atrás. La rubia lloró más fuerte, caminando sin éxito hacia la puerta como si fuera una vía de emergencia. Ymir la tiró al suelo y se acuclilló delante de ella, señalándola con el dedo igual que si fuera un animal al que enseñaba modales.

—¿Quieres que te pegue?

—¡No quiero hacerlo…! ¡Déjame, déjame irme! ¡déjame salir! ¡Hmpf….! —empezó a hacer pura fuerza al patalear para salir de su agarre, tenía los ojos azules muy intensos ahora que la cara enrojecía del llanto, y las mejillas húmedas. ¡SUÉLTAME! —Ymir la levantó del suelo de un solo brazo y la llevó con las piernas arrastradas hasta el lugar donde Pixis quería. Una vez allí Historia miró fijamente a Ymir, volviendo a sentir que los ojos se le llenaban de lágrimas. Nunca había servido de nada suplicarle, pero después de aquello, sólo veía negrura y desánimo. No merecía la pena vivir una vida de humillaciones como esa, prefería el suicidio. Ymir se agachó frente a ella para colocarla bien e Historia dejó de mirarla, dejando la mirada perdida en otro punto.

—Más a la izquierda —dijo Pixis, indemne a todo lo que acababa de presenciar.

Ymir empezó a prestar atención a la cara de Historia, que ya no la miraba, ni decía nada, lo único que podía escuchar de ella era su respiración atosigada y compungida, y ver alguna que otra lágrima despegándose de su mentón.

—Pásate la lengua en los labios. Los tienes secos.

Historia no la miró, y aunque pareciera inverosímil, sintió que ni siquiera la había escuchado. Ymir la agarró del mentón con fuerza y la obligó a mirarla. Logró que Historia moviera las pupilas a ella, pero no la obedeció. La morena la soltó y se puso en pie lentamente, apartándose del plano. Cuando Historia ya no la sintió cerca y el viejo comenzó a acercársele a la cara se pegó bruscamente a la pared. Los hombros volvieron a agitársele en llanto una y otra vez, y las lágrimas volvieron a atravesarle las mejillas. Cada vez que emitía aquellos quejidos tan compungidos Ymir empezó a sentir algo extraño en el cuerpo. Como si toda la comida del día se le empezara a repetir. Historia trató de evadirle la polla al viejo, pero éste se la condujo a la fuerza, Historia tuvo que dejar de llorar para empezar a respirar muy rápida y sonoramente, como si le fuera a dar un ataque de ansiedad al sentir que se le aproximaba su asqueroso glande a los labios.

—Espera.

Pixis bufó impaciente y se apartó, dirigiendo una mirada de reproche a Ymir.

—¿Qué pasa? Amiga, no me des tanto semáforo rojo, que ya tengo una edad y algo de incontinencia.

—Te traeré a Pieck. Este vídeo saldrá una mierda, mírala, no está por la labor.

—Eso me es indiferente. Quiero a esta.

Ymir sintió que no sabía lo que estaba haciendo. Jamás había tenido una sensación como aquella, ni era una mujer que pusiera excusas. Jamás le había importado romper la mente de ningún beta, al fin y al cabo, era para lo que habían nacido y lo que se esperaba de ellos. Pero tampoco se había cruzado jamás con una reacción tan terrorífica como aquella, sentía casi como si la estuviera…

—…matando. Me estás matando de frío aquí en bolas. Ymir, ¿me das ya el ok para empezar? —preguntó el calvo, cruzándose de brazos.

—Te traeré a Pieck —repitió, con los pensamientos desordenados. Se acercó a Historia e, igual que si fuera una niña pequeña de verdad, la levantó y la cargó en los brazos. Historia se aferró a ella como un koala, hundiéndose en su cuello. No tenía ego ni vanidad que alimentar, el cuerpo le pedía refugio e Ymir estaba siendo en aquel momento su única protección. Parte de ella quería odiarse por hacerlo, pero no podía fingir que no estaba aterrada, porque lo estaba. Y la que la estaba sacando de esa situación era esa mujer, a la que tanto odiaba y quería.

—Te he dicho que no me interesa Pieck. Quiero a esa beta. Es la cara de inocencia que buscaba. —Pixis alargó la mano hasta el brazo de Historia pero Ymir dio un paso atrás y se la quitó del alcance, mirándolo fijamente. Sus brazos sujetaron con más fuerza el cuerpo de Historia.

—No la toques. Te traeré a otra de mis betas y te gustará.

—TE HE DICHO QUE NO QUIERO A OTRA —elevó la voz, haciendo que Historia cerrara los ojos y se le reanudara el llanto, aferrándose mucho más fuerte al cuello de Ymir.

—Ella…

El hombre arqueó una ceja, harto de esperar. Ymir parecía tener problemas para expresarse.

—Ella… no quiere hacerlo. —Murmuró Ymir, con el corazón palpitándole con fuerza, sería la primera y última vez que alguien le levantara la voz en su propia casa. Su instinto natural habría sido enzarzarse con él a palos en ese momento, pero no lo haría con Historia tan afectada en sus brazos. El señor comenzó a gritar risas a carcajada limpia, señalándola en una clara mueca de burla.

—¡Así que tu esclava no quiere hacerlo y vas a obedecerla! ¡Precisamente tú! ¡TÚ!

Ymir le ignoró y desbloqueó la cerradura de su habitación. Un vigilante que había escuchado el griterío y el llanto se acercó con rapidez a la puerta. Ymir dejó a Historia en el suelo pero no le devolvió ninguna mirada, sólo se dirigió al guardia.

—Déjala en su cuarto y llévale algo de comer. Dile a Nifa que suba ahora mismo.

A Historia le habría encantado expresar algo en aquel momento, decir que ni Nifa ni ninguna de sus compañeras se merecía sufrir ese calvario, pero acababa de pasar una escena muy traumática, casi no podía respirar, el hecho de simplemente hablar le era fantasioso, sólo podía llorar y llorar. Todo el camino a su cuarto fue llorando, y lo primero que hizo al entrar fue cepillarse con fuerza los dientes.


—Te traeré a una de mis mejores betas —dijo Ymir cuando regresó a su dormitorio. Pixis la miró con la ceja arqueada y negó con la cabeza.

—Qué decepción, Ymir. Tú siempre has sido el alma de todas las fiestas. ¿Qué demonios te ha pasado hoy? —la voz se le atoró cuando vio que la morena acortaba muy rápidamente distancias con ella y de manera fortuita lo agarró del cuello, chocándolo contra la pared. Pixis se atragantó con su propia saliva y la miró confundido.

—Vuelve a gritarme en mi propia casa exigiéndome algo que no es tuyo y será uno de mis esclavos el que te reviente el trasero. Vuelve a hacerlo, y te juro que después de cortarte la polla se la daré a mis perros. ¿Me has entendido?

Le daba igual lo que dijera. Los nudillos cerrados de Ymir eran tan afilados en sus puños que le impedían respirar. Ymir apretó y apretó, y al lanzarlo al suelo se sentó encima de él, aprisionándole con una fuerza desmedida su yugular, hasta que el hombre subió las pupilas arriba y sacó la lengua. En ese instante lo soltó de repente, haciendo que el alfa respirara en un hilito de aire, que se transformó en una tos severa. Realmente acababa de tocar el cielo y volver. Miró a Ymir trastornado, respirando con dificultad. Ymir se puso de pie lentamente y escuchó la voz descompuesta de Pixis.

—Yo… sólo…quería… un-una-una… rubia de ojos azules…esa…muchachita era…

—Lo siento, pero a la otra rubia de ojos azules la atropellaron hace unos meses. Y la anterior a esa se abrió la cabeza al caerse del puente, como ves, no me quedan más rubias de ojos azules. NO ME QUEDAN MÁS RUBIAS DE OJOS AZULES, ¿¡ENTIENDES!? NO VOY A HACERTE FELIZ CINCO MINUTOS PARA MAÑANA ENCONTRÁRMELA MUERTA TAMBIÉN.

Pixis abrió los ojos desmesuradamente, viendo la expresión ensalivada de Ymir, que respiraba con mucha fuerza, y los puños le temblaban.

—Y ahora —prosiguió, arrastrando la voz. —Te traeré a Nifa, que está mentalmente más preparada y tiene esas características que tanto te gustan. Pero si me entero de que vas cuchicheando esto que ha pasado aquí hoy con alguien más, te buscaré y te juro por dios que acabaré con tus trece hijos y a ti te dejaré para el final. Es una promesa. ¿BIEN?

—Tran…tranquila —el hombre se acarició el cuello, estaba atemorizado. Ymir le miraba respirando como si todo lo que le acabara de decir le hubiese supuesto un esfuerzo mental. —Me iré más que satisfecho con cualquiera de tus betas… se…seguro que Nifa lo hace genial. Por favor, no toques a ninguno de mis hijos.

Ymir se calmó, los hombros fueron tranquilizándose lentamente. La carga pesada de los recuerdos que acababa de sacar con Pixis no era algo que hablara con nadie, eran sentimientos guardados bajo llave. Finalmente se acercó al viejo y le tendió la mano, mano que él tomó y se ayudó a levantar. 

 

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