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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 13. Una experiencia distinta

Continuó degustando la agradable sensación globosa de succionar su pecho. Acarició el pezón con la lengua, dentro de la boca. Simone se aventuró a mirarla poco a poco. Su corazón iba a toda velocidad y le costaba creer que esa persona, nada menos que la inigualable Ingrid Belmont, estuviera de rodillas degustándola con esa expresión dentro de una bañera. Parecía drogada. En cierto punto, soltó su pezón con un chasquido labial y la miró fijamente, provocando que volviera a apartar la vista.

—¿Ves…? Sabía que iba a gustarte —musitó, antes de lamerla desde la clavícula hasta el cuello. Cuando los besos empezaron por esa zona, Simone cerró los ojos, disfrutando de los escalofríos que le brotaban solos. Empezó a sentirse bien. Y aunque los nervios no se iban, una creciente esperanza fue formándose dentro de ella. Su cabeza iba por libre. De pronto, tuvo pensamientos a futuro: Ingrid haciéndole a ella y a su familia la vida más fácil. Pero trató de evadir eso de su mente, no quería ser una persona interesada. Estaba tan desesperada por mejorar la situación en casa y en el instituto, que la veía como su luz al final del camino. Decir que le gustaba Belmont era decir poco. Realmente, para Simone era complicado imaginar que de una forma u otra esa chica no triunfara en todo y con todos. Lo último que se hubiera imaginado era estar en su foco de interés también.

Cuando la besó sintió miedo. Un mareo, como si alguien estuviera tirando de ella para arrojarla a un precipicio. Incluso pensó que había una cámara oculta. Todo eso fue difuminándose cuando se cercioró de que ninguna chica llegaría tan lejos por joder a otra. Belmont era un apellido demasiado pesado para arriesgar la reputación haciendo todo aquello. Iba en serio. Así que hizo un esfuerzo para relajar el cuerpo.

Ingrid lo notó al instante. Se abrazaron, se arrimaron más, y comenzaron a besarse de mutuo acuerdo. Cada vez que sus bocas se fundían, suspiraba. A Simone le hacía gracia sentirla así: era como si estuviera controlándose a cada segundo.

Era justamente lo que ocurría.

Pero hubo un momento donde ya no pudo seguir haciéndolo. Dejó de besarla, la volteó y la instó a apoyarse en el borde de la bañera.

—Espera, aquí hace frío… vamos a hacerte caso. ¿Quieres ir a la cama?

Belmont ladeó una sonrisa y se echó sobre su espalda, deslizando su mano por la lumbar.

—Claro. Ahora vamos… —la mordió suavemente de la oreja. Simone contrajo el cuerpo débilmente y suspiró, cerrando los ojos. La mano ardiente de Belmont siguió bajando, apretando una de sus nalgas, y paró la punta de los dedos en su entrada vaginal. Simone trató de preparar un poco la mente, pero no le dio tiempo. Aunque la castaña notara algo de resistencia, ahondó más los dedos y logró metérselos hasta el final, estaba húmedo en su interior. Vio satisfecha que los puños de Simone se apretaron de pronto y ponía una expresión de molestia, pero sus respiraciones fueron calmándose solas. Ingrid disfrutó haciendo aquello despacio. Pero la mente la traicionaba continuamente.

No se dilata como Mia. Está… tensa.

Retiró los dedos y se desplazó por el agua. Le hizo un gesto para salir y sin decir nada se levantó y caminó en dirección a la habitación. Simone se puso recta poco a poco y la siguió cabizbaja. El cuerpo de Belmont también le parecía bonito. Se lo había tratado de imaginar varias veces, siempre desde un enfoque de admiración más allá del sexual. Pero eso no quitaba que le gustaba y le excitaba lo que veía.

—¿Qué le pasa a esto? No funciona… —musitó Belmont de espaldas a ella. Tenía los brazos estirados hacia la calefacción de la pared. Toqueteó algunos botoncitos del mando y lo tiró rendida sobre la moqueta.

—Belmont… entonces… ¿esto…?

—¿Hm? —cuando se giró a ella volvió a sonreírle, echándole un repaso de arriba abajo. Se le acercó pero no la dejó terminar. La empujó a la cama y se subió encima, acercándole el coño a la boca. Simone se sorprendió mucho y actuó por inercia, girando la cintura y evitándole el contacto.

—¡No puedo hacer eso…! ¡Dios…!

—¿Qué…? —ladeó la cabeza, dejando de sonreír—, vamos, no voy a ser exigente. Sólo hazlo… —terminó de posicionar las rodillas a cada lado de su cabeza y la acarició del pelo; disimuladamente quería encaminarle el rostro en dirección a su clítoris, pero Hardin se resistía y no paraba de evitarla mientras se reía, aquella situación se le hacía hasta cómica. Entonces Ingrid apretó el agarre y la mechoneó más bruscamente. Inclinó ligeramente el rostro, hablándole más seria—. Haz lo que te digo. Vamos.

La chica dejó de curvar las comisuras en una sonrisa cuando sintió el tirón de pelo y la miró a los ojos. Parecía estar cabreada y eso la hizo sentirse insegura. Una sensación tremendamente similar a la que sentía cada vez que la empujaban o la insultaban en clase cuando los profesores no miraban.

—Saca la lengua y lámeme —la instó, mirándola fijamente.

Se sintió atrapada. La presión de su cuerpo sobre ella se empezaba a hacer incómodo. Podía seguir serpenteando con ella hasta forcejear y salir corriendo del hotel, pero de pronto, las consecuencias académicas y sociales se le hicieron diez veces peores.

¿Por qué me mira así…? No sé hacerlo…

Trató de no autocompadecerse de nuevo. Se sintió un poco ridícula, dado que era mayor de edad. Bajó la atención a la vagina que tenía por delante. Era la primera que veía sin contar la suya propia. Blanca, ligeramente rosada en la línea que dibujaba su clítoris. Aún estaba mojada de haber salido de la bañera. En un arrebato de rebeldía, Simone le habló con más autoridad.

—¿Y por qué no empiezas tú conmigo?

Ingrid no le siguió el chiste, ni hizo el mínimo amago por sonreír. La estaba apuñalando con la mirada desde arriba y no menguaba el agarre del pelo.

—Porque tienes el coño lleno de vello, es asqueroso.

Las mejillas de Hardin se encendieron como si un incendio ocurriera en ellas. Tragó saliva y bajó de nuevo la mirada hacia su intimidad. Era cierto. Nunca se había depilado. No había sentido la necesidad, pero ahora se avergonzaba. El coño de Ingrid estaba limpio como una patena. Pero aun así no sabía cómo afrontar aquella práctica.

Al final, no tuvo que decidirlo ella. Belmont se cansó de esperar y apretó más sus piernas, descansándolas sobre los hombros ajenos. Simone sintió que le oprimía bastante el pecho pero se alertó más cuando le apretó el coño en la boca. Se le cruzó por la mente morderla, pero fue sólo algo intrusivo. Desechó esa idea tan pronto como se le materializó. Trató de ser servicial, de darle el gusto al menos unos segundos, y movió la lengua y sus labios húmedos por su clítoris. Ingrid quebró un suspiro al instante. Sintió que le oprimía más el pecho al dejar caer más aun el peso. Balbuceó incómoda al cabo de diez segundos, cuando ya no podía respirar.

—Puah… —tomó aire rápido, agitada—. Te estás cargando demasiado.

Ingrid también estaba agitada. Como ya la estaba obedeciendo, retiró las rodillas de sus hombros pero se quedó recta sobre ella. Agitó con ganas las caderas, suspirando hacia dentro para retener el placer que le suponía el frote con su boca húmeda y a veces con su nariz. Los tenues balbuceos de Simone, no obstante, nacían de su incomodidad. No lograba respirar bien si se movía así… pero…

…no podía ignorar lo humillada que se sentía. Como si fuera realmente una especie de mascota también para ella. Además, se estaba sintiendo sucia. Así que aguantó los máximos segundos que pudo, y de pronto, la frenó al ceñir las manos a su cintura, tirando hacia arriba. Ingrid bajó la mirada hacia ella, suspirando roja como un tomate. Le trató de colocar de nuevo el coño encima, pero esta vez la otra no se lo permitió. Simone fue rápida y la empujó a un lado, tirándola sobre la cama. Se sentó en el borde y la miró con un deje de reproche mientras se limpiaba la boca.

—Hardin, ¿qué haces?

—No, qué haces tú. Bueno… ya sé lo que haces. Y voy a irme.

¿Pero qué coño hace…? Los nervios se le crisparon cuando la vio tratar de abrocharse el sujetador. Estaba tan nerviosa que no atinaba a hacerlo. Belmont suspiró y caminó hasta ponerse frente a ella, acuclillada frente a sus rodillas. Las tocó y la miró con una sonrisa más gentil.

—Perdóname. No pretendo incomodarte. Ni que me odies… sólo quiero… yo… sólo… —lamió su labio inferior, fingiendo estar indecisa para darle pena. Simone pudo por fin colocarse al menos el sostén. Pretendió hacerlo rápido para largarse, aunque cuando la vio bajar la mirada colocó más despacio la tira sobre su hombro, tragando saliva.

—Perdóname tú… te… no te quería empujar. Pero es que nunca he hecho nada de esto.

—Yo sí. Deja que te enseñe, ven… —la trató de atraer a su rostro al presionar su nuca, pero Simone se tensó como una tabla y comprendió que tenía que seguir interpretando un papel si quería que le comiera el coño. Dejó de atraerla y en su lugar la miró de cerca poniendo una expresión de lástima—. Dime cómo puedo mejorar… para que te sientas tranquila.

—Creo que eso ahora es imposible —se abrazó a sí misma, alejándose un poco—. Quiero irme a casa.

—Está bien, no hay ningún problema, ¿de acuerdo? —elevó muy lentamente sus dedos a su mejilla. Simone siguió su mano con la mirada. Esta vez no se apartó y permitió que la acariciara. Lo hizo lento, así que poco a poco pudo calmarse—. He debido de asustarte, lo siento mucho. ¿Me perdonas?

—…sí. Por supuesto —sonrió un poco, aunque seguía sintiéndose algo agitada por lo que acababa de ocurrir—. Voy a vestirme y nos vamos.

Ingrid asintió y se puso en pie despacio. Le acercó la ropa nueva y terminaron de vestirse. Mientras le daba la espalda para recoger su bolsa, tenía la expresión lúgubre.

Al cabo de un buen rato en su coche personal, llegaron. No intercambiaron ni una sola palabra por el camino, debido a que a Belmont comenzaron a bombardearla a mensajes y llamadas. Simone casi que lo agradeció. Prefería llevar su incomodidad en silencio. Se despidieron con una sonrisa a distancia a través del cristal y se apresuró a meterse en su bloque. Belmont estudió cada palmo de aquel edificio y de sus alrededores. Cuando cortó la llamada, se dirigió a su chófer.

—A esta chica intentaron asaltarla la otra noche.

—Algo oí, señorita. ¿Desea volver a casa?

—No. Vuelva a donde nos recogió.

El chófer asintió y dio media vuelta.

Casa de los Hardin

—¡Estoy en casa! —gritó la muchacha, echando la llave—. ¿Mamá…?

—Ven, hija. Estamos aquí viendo las noticias. Parece que se acerca un buen diluvio…

Simone quiso acercarse a saludar a sus padres, pero recordó de dónde y de qué práctica venía, y se dio prisa en entrar al baño. Era algo que no había podido sacarse de la mente en todo el trayecto. Se sentía el sabor de Belmont en la boca, en las papilas de la lengua. Como no estaba familiarizada en absoluto con el sexo, su mente no lo asociaba a algo erógeno en absoluto. Se lavó la cara y se cepilló los dientes a la velocidad del rayo.

Por lo menos, a pesar de todo… huelo genial. Esas sales eran reparadoras, pensó. Tenía los músculos bien destensados. Se debía a haberse metido en aquella impresionante tina con chorros cuando horas antes había tenido la clase deportiva. Me preguntó si alguna vez podré costearme algo así. Un capricho totalmente innecesario

Se secó la boca, ya fresca, y salió al salón. Tomó asiento al lado de sus padres y apoyó medio cuerpo al lado de su madre, que la rodeó con un brazo cariñosamente.

—Vaya, ¿has probado otro champú?

—Ah… me lo prestó una amiga…

La mujer sonrió y la apretó más contra sí.

—Me alegro mucho de que tengas amigas tan generosas. La verdad es que huele muy bien —llevó una mano a su pelo y le acarició. Simone sonrió y llevó la mirada a su padre. Tenía una tirita justo debajo de la mandíbula.

—Papá, ¿te has cortado con la maquinilla otra vez…?

Ambos adultos se tensaron un poco y se intercambiaron una mirada. Pero su padre era bastante inexpresivo de por sí, así que no tardó en encogerse de hombros.

—Sí, ya pilla pelo y piel por igual. En algún momento tendré que comprar otra.

Simone le miró unos instantes, pero su mente se aferró a esa explicación porque no quería otra. Trató de entretenerse con la tele para estar tan absorta como ellos. Al poco, le vibró el móvil. Vio el nombre de Belmont en el panel de notificaciones, así que se despegó de su madre y se puso en pie.

—Hija, ¿adónde vas?

—Aquí mismo… mamá, ¡no me vigiles! —dijo riendo. Su madre le devolvió una sonrisa negando con la cabeza.

—Te noto distinta. ¿Hablas con un chico?

Su padre oyó lo que acababa de preguntar su mujer y desvió las pupilas a Simone. Aquello no le hacía ni pizca de gracia, así que antes siquiera de que la chiquilla se defendiera habló en un tono seco.

—No estás allí para hacer amigos. Esa gente es despiadada. Dale sólo un poco de poder sobre tu vida y acabarás jodido. No quiero ni oír que estás conociendo a alguien de esa academia en terreno sentimental.

—Sí, papá, sí… descuida, ¿quieres?

Hardin se movió a un rincón del salón y cruzó sus tobillos. Tuvo que respirar hondo antes de desplegar su mensaje. Todo lo relacionado con Ingrid Belmont le daba nerviosismo.

“Hardin, ¿has llegado bien?”

“Sí… oye… te iba a escribir. Siento el numerito que te he montado en la habitación, he debido de parecerte una niña asustada”

“No te preocupes. No tenemos por qué hablar de esto por aquí”

Simone se mordió el labio pensativa. No quería cagarla con ella. Si de verdad era cierto lo que Belmont le había contado… entonces significaba que ambas se gustaban. ¿Cómo podía tener tanta suerte?

Jamás… jamás de los jamases… habría salido esa confesión de mí si ella no hubiera dado el primer paso, pensó en ese momento. Y eso la hizo sonreír. Iba a contestarle, pero vio que Belmont seguía escribiendo.

“No suelo ser así de maleducada”

“No pasa nada, de verdad. Yo también he querido experimentar alguna vez. Ah, y… me quedé con ganas de preguntarte una cosa. Me da miedo quedar como una pretenciosa”

“Cuéntame”

Simone comprimió sus labios y pensó bien cómo preguntar aquello. Finalmente tecleó despacio.

“Si somos amigas… o algo más… me gustaría que mi situación cambie con respecto al instituto”

“A qué te refieres?”

“Al trato… no tuyo, pero sí del resto. Sólo pediré eso, nada más… no quiero que me ayudes con nada más. No podrías mediar un poco? A ti te hace caso todo el mundo, hasta los profes!”

Ingrid se tomó su tiempo “en línea”. Tanto, que Simone comenzó a mortificarse y a sentirse ella la aprovechada. Comenzó a escribir otro mensaje, pero Belmont por fin respondió.

“Claro que puedo. Pero tú y yo no somos nada… o sí?”

“Me expreso mal… pero… quería decir… como nos gustamos y…”

Desde la otra línea, Belmont empezaba a arrepentirse de llevar esa conversación por móvil. Tampoco quería llamarla, porque en ese momento estaba ya acompañada por Mia. Como el plan con Simone le había salido rana, había acudido a su segunda carta.

“Pero Hardin, siquiera ha salido de ti darme un beso… sabes con la sensación de asco que me he venido a casa?”

Simone dejó de escribir. No supo qué responder. Belmont continuó.

“Deberías entender quién soy. Y a lo que me expongo por cosas como esta. Me he dejado llevar y no me he visto correspondida. Si empiezo a darte un trato preferencial en clase, sentiría que te estás burlando de mí”

“Lo entiendo. Ha sido absurdo pedírtelo”

“No ha sido absurdo. Pero las palabras se las lleva el viento. Me has dicho que te gusto, pero no me lo has demostrado”

Simone sintió el ardor del chantaje emocional en la garganta. Aun así, se sintió mal. Hizo un esfuerzo por ponerse en la piel de alguien como Belmont. Era cierto que la academia era como un panel de abejas donde todos sabían quién era la reina. No tenía mucho sentido que hiciera aquello cuando ella no había hecho nada a cambio.

“Supongo que insinúas que debo hacer lo que me pidas para que yo pueda pedirte un favor así después”, escribió algo molesta.

“No, en absoluto. Podrás pedirme el favor que necesites. Soy tu amiga. Pero al menos, intenta no implicar al resto de las personas.”

¿Implicar…? Sólo quiero que dejen de hacerme sentir mal… Simone apretó los dientes y trató de centrarse en la conversación. No quería pensar más de un minuto en sus compañeras, porque era un tema que ya bastantes lágrimas le había hecho derramar bajo las sábanas.

“Vale… ha sido una tontería, de verdad. No te preocupes”

“Cuándo podré volver a verte?”

Simone se ocultó la cara con la mano, roja y caliente. Del cabreo, pasó a una sensación embriagadora. Esa pregunta le hizo sentirse mejor y vulnerable. El corazón volvió a latirle rápido. No quería hacer ni el más mínimo movimiento que provocara que sus padres la miraran y le hicieran preguntas.

“Cuando quieras… ay… ♥♥♥”

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