CAPÍTULO 14. Un cuerpo manchado
Después de unas semanas, Kitami por fin sintió que podía ir al baño sin sufrir dolor. Una de las cosas que más sucia la hicieron sentir fue el hecho de saber, por parte médica, que su la microbiota de sus genitales se mezcló en la violación, lo que había dificultado la sanación de la vagina. Esos fueron los resultados de las muestras. Por suerte, la nueva medicación era mucho más efectiva. A veces notaba algún picor interno en la vagina, pero ya podía retomar el tenis sin tener esos molestos pinchazos. Los resultados de la citología también la dejaron tranquila en cuanto a las enfermedades venéreas: estaba limpia.
Aunque inicialmente había hecho caso a Kozono para las competiciones, su salud no le permitió hacer ningún deporte ese tiempo. La japonesa no había parado de llamarla al teléfono rayando el acoso, hasta que se vio obligada a bloquearla. Nami aún estaba recuperándose y su vida en la Academia se limitaba a las reuniones con el Consejo. Tenía amigas de confianza que le pasaban los apuntes de todos los días y no necesitaba nada más para llevar los estudios al día. Pero se recuperaba rápido, muy rápido, y cada vez se cruzaba más con ella por los pasillos. Para Kitami era un gran alivio que Kozono siempre estuviera ocupada, pero… por otro lado, también se sentía mal. Sabía que había pedido la emancipación para adelantar una boda que no deseaba. Y por otro lado más, se sentía como una mierda porque casi todas las noches la necesitaba. Echaba de menos su fragancia y sus caricias. No sabía por qué se sentía así después de todas las perrerías que le había hecho, era algo que se escapaba a su razonamiento, casi parecía irreal… pero no lo era. Había noches en las que pasarlas sin llamarla era un auténtico calvario. De todas formas, tenía una voluntad de hierro. Ni siquiera esa poderosa sensación de necesidad afectiva por parte de Nami la doblegó, sino que se sobrepuso a ella, y al cabo de un tiempo lo agradeció. No veía el momento en el que buscar un nuevo instituto donde matricularse. Lastimosamente, con el curso ya tan avanzado, no la aceptaban. Tendría que aguantar el tirón. Hiroko la había animado a denunciarla prometiéndole un buen abogado. Pero Reika se negó después de conocer a la familia Kozono más de cerca. Temía acabar con un tiro en la cabeza.
Lo único bueno de aquellos días, es que la lejanía con ella le hizo, muy poco a poco, relacionarse con más personas en clase y retomar amistades. Era una muchacha alegre y cariñosa, y la gente de buen corazón que la rodeaba percibía rápido aquello.
Mansión Inagawa
El hombre la tenía fuertemente agarrada del pelo. Le gustaba que fuera largo, porque así podía enrollarlo bien con la mano y dominarla mejor. Era una muchacha dura, de eso no había duda. El único acto humano que la notó hacer fue quejarse un poco al principio, cuando le metió la polla en seco y la dilató a empujones, pero por lo demás, era totalmente muda. Así que cada vez que volvía a follarla lo hacía más fuerte, y cada vez más fuerte y más fuerte, siendo un auténtico animal.
Pero Kozono tenía un aguante impresionante.
—Eres… preciosa, Nami… menudo cuerpazo que tienes…
Nami nunca le contestaba, ni tampoco le miraba. Aquel era su nuevo marido y no dudaba en recordárselo todas las noches. Odiaba ser penetrada por un hombre. Lo odiaba, la asqueaba. La hacía sentirse inferior. Pero tenía un enorme umbral del dolor, y su ego se sobreponía a todo daño que pudiera recibir. No sentía nada por él que no fuera también asco. Cuando le oyó gemir y embestirla más fuerte cerró los ojos, conteniendo las ganas de vomitar. Siempre se le corría adentro en todos los malditos encuentros, encuentros que, desgraciadamente para ella, eran numerosos. Entonces la soltaba del pelo y le volvía a recordar el buen cuerpo que tenía.
—Tu padre le dijo al mío que no eras virgen por un accidente que tuviste de pequeña cayéndote del caballo.
Kozono le miró a los ojos, carente total de sentimiento y atención alguna. El hombre se encendió un cigarro. Tenía el pecho cubierto de tatuajes de su organización criminal. La tocó del seno, sensualmente.
—Me gusta que hables poco. Las mujeres que no paran de hablar son molestas —le echó las cenizas encima de las tetas, recostándose a su lado—. Dime, ¿es cierto lo que dijo tu padre? Estamos en confianza. No me enfadaré.
Nami le miró fijamente sin hacer ningún amago de abrir la boca. El hombre soltó el humo riendo al saberse ignorado. Vio la cicatriz que Nami tenía bajo el pecho izquierdo tras su trasplante, y aplastó la punta del cigarro allí de repente, retorciéndola. Nami tuvo un impulso de supervivencia y le quitó la mano, protestando con un balbuceo breve. El hombre la miraba sonriendo.
—Está bien saber que puedes sentir algo… aunque sea sólo el dolor. A lo mejor lo he estado enfocando mal todos estos días —le miró el cuerpo—. No gimes, no te mueves… créeme, he cabalgado hembras duras de roer, pero todas gritan cuando les doy así de fuerte. Salvo tú. Así que contéstame —se le acercó de nuevo, amenazante—. ¿Es cierto que perdiste la virginidad de esa manera que cuenta tu padre? ¿O es que has tenido sexo todos los días?
—Con cuatro años me caí de piernas abiertas sobre una de las vallas. Cuando me fueron a bañar, tenía las bragas ensangrentadas. El médico dijo que se me rompió el himen por el impacto.
—Jm. Entiendo —la miró fijamente y dio otra calada—. Eres bastante resistente al dolor. Eso me gusta. Las mujeres fuertes traen hijos fuertes al mundo. Y no planeo tener pocos hijos.
Nami se rio para sus adentros.
En el momento que tu asquerosa semilla siembre algo dentro de mí, me lo arrancaré yo misma.
—Claro —contestó, apartando la mirada de él. El hombre la agarró de repente con fuerza de la barbilla, clavándole los dedos, se subió sobre ella, y sin previo aviso empezó a embestirla de nuevo. Nami apretó los labios y al principio forcejeó, pero gritó de repente cuando volvió a sentir que la quemaba con el cigarrillo. Después de ese grito tan breve y rápido, se hizo el silencio. Y sólo se escucharon los chirridos de las patas de la cama agitándose por las embestidas.
Un mes después
Academia
Reika salió bien parada de sus notas escolares. Gracias a sus nuevos círculos de amigos, el trauma vivido con Kozono comenzó por fin a quedar atrás. Aunque la apenaba saber que era a causa de estar casada. Pese a todo lo horrible que era su situación, tenía que centrarse en sí misma… quizá, en algún futuro lejano, pudiera volver a ser amiga suya… pero no lo creía. Muchas eran las noches que se iba a dormir con los recuerdos que sí le evocaban cosas buenas con ella. Se había convertido en una dolorosa tradición personal. Le había hecho mucho daño, la había incluso golpeado en la cara, pero no podía negar el placer que había sentido también. O los besos que se daban en los baños, los besos que le daba en el cuello… tenía miedo de no volver a sentir esas mariposas en el estómago con nadie más y que Kozono acabara siendo su único referente amoroso.
Cuando fue a recoger sus notas deportivas, se le cambió la cara al verla. Estaba ahí, después de más de un mes sin saber detalle alguno.
Pero estaba distinta.
Tenía ojeras. Y estaba algo pálida. Reika agachó la cabeza cuando pasó por su lado y Kozono la siguió con la mirada unos segundos… pero también la ignoró. Cuando Reika se sintió preparada para volver a mirar, descubrió que se había ido corriendo con la mano en la boca.
Aseos
Con sus calificaciones en la mano, se dirigió al baño. Respiró hondo mentalizándose. Sólo quería saludarla y nada más, luego volvería a su casa. Cuando entró en el baño, oyó que dentro de la cabina alguien vomitaba.
—¿K…Kozono-san…?
Kozono volvió a vomitar tosiendo fuerte. Mientras lo hacía, cansada y tremendamente blanca, sacó el teléfono de su uniforme y buscó con la mano temblorosa una de las aplicaciones.
—K-Kozono… ¿estás bien…? ¿Necesitas alg-…? —cerró los ojos al volverla a oír vomitar tras la puerta. Kozono dio un gemido de cansancio y por fin paró de llenar el retrete. Tragó saliva con un deje de asco y frunció el ceño, con los ojos cansados aún pendientes a la pantalla. Repasó su ciclo menstrual. La cara se le cambió. Soltó el teléfono en el suelo y se pasó la mano por la frente, bajo el flequillo sudado. No se lo podía creer. Aquel cabrón la había acabado dejando embarazada. Nami había tomado las anticonceptivas a sus espaldas, pero algo había tenido que fallar. Llevaba cinco semanas sin el periodo, pero los vómitos eran nuevos. No era estúpida. Se le había corrido dentro todas las noches desde que se había casado. Se frotó la cara con impaciencia, pensando en qué coño iba a hacer.
—K-Kozono-san…
Nami tragó saliva y con gran esfuerzo, se puso en pie y tiró de la cadena. Sentía el cuerpo lánguido. Abrió la puerta poco a poco y se encontró con Kitami.
—Hey… ¿quieres que llame al médico? —murmuró la rubia, con sus ojazos azules bien abiertos. La observaba preocupada. Kozono pasó por su lado y fue directa al lavabo. Se inclinó a beber agua y se lavó la cara, frotándose con las manos.
—No, no hace falta —dijo al cabo.
Kitami la miró desde atrás, seria.
—¿Llevas… tiempo vomitando?
La morena le devolvió la mirada a través del espejo.
—Debo de haber enfermado.
—Claro… —sonrió apenada, sospechaba de un embarazo. Los matrimonios por conveniencia solían ser rápidos, y rápidas sus consecuencias. Se preguntaba si era feliz o si la trataba bien, al menos—. Eres muy joven, Kozono. Podrás con lo que te echen, ¿verdad?
Kozono se giró hacia ella despacio y se le acercó. De pronto Reika tuvo que ponerse recta, porque se le acercó demasiado al rostro.
—¿Me quieres, Reika…?
La chica frunció sus cejas, aquello fue inesperado. Había pasado más de mes y medio.
—Tengo que irme. Espero… espero que estés bien.
Nami la cogió de la mano y la giró hacia ella despacio. La miró fijamente, hablándole en un susurro.
—No puedes sustituirme por esa campesina de Hiroko.
—¿Campe… qué dices…?
—No conocerás a nadie como yo —le puso una mano en la mejilla, mirándola fijamente—. Ni yo a nadie como tú. Escapémonos, hoy mismo. Tengo mucho dinero ahorrado, te prometo que no te faltará de nada.
—Nami… Nami, para, para el carro…
—Necesito que me purifiques… en cuerpo y alma —dijo, y Reika la vio venir en cuanto se le acercó a la boca. Rápidamente la sostuvo de los brazos.
—No. Suéltame —dijo con contundencia.
—Purifícame… tengo el olor de ese maldito hombre en el cuerpo… y… necesito el tuyo… —cerró los ojos y la buscó en el cuello. Reika suspiró cabreada, pero también con cierta debilidad al sentir su boca. Se apartó sin dejarse a sí misma pensar.
—Kozono… si no eres feliz… escápate tú… pero… no me arrastres contigo.
La morena estaba mareada y tenía el cuerpo débil, pero aun así se las ingenió para acorralarla contra la pared y la acarició de las caderas.
—Me gustaste desde la primera vez que te vi. No voy a ser feliz hasta que seas mía… por completo, Reika…
Kitami le dio un empujón con todas las fuerzas que pudo y logró hacerla dar un paso atrás. Rápida como una flecha, trotó hacia la puerta. Kozono, de apellido ahora Inagawa, sintió cómo su interior se colmaba de rabia. Reika paró de andar y la miró.
—Espero… que puedas hallar la paz. De verdad que lo espero.
La dejó allí sola y corrió aprisa al exterior.