CAPÍTULO 15. La rehén eldiana de Marley
Barco de camino a Marley
—Hitch. ¿Puedes oírme?
Reiner la vio despegar los párpados, después de un día entero postrada en cama.
—¿Estamos en Stohess…? —preguntó adormecida.
—En el mar. Estás muy lejos de casa —le contestó el hombre, tocándola despacio del hombro. Hitch se removió extrañada, hasta que sus ojos lentamente hicieron nítida todas aquellas caras que tenía delante. El corazón le dio un vuelco y trató de ponerse en pie, pero notó un dolor extremo en las piernas. Se destapó de las sábanas y las pupilas se le empequeñecieron, dando un gemido de sorpresa.
—Tranquila, eh. Sujetadla. —Hitch se volvió loca al verse las piernas completamente amoratadas, sintiéndolas dormidas y agotadas, y empezó a agitarse por salir de allí. Tres personas que no conocía de nada la mantuvieron pegada a la cama, y Reiner frunció sus rubias cejas. —No te muevas o lo empeorarás.
—¿Qué me has hecho en las piernas…? ¡Te voy a matar…!
—Has tenido un desgarro muscular. El cuádricep es del grado máximo, te has roto las fibras igual que si te las hubieran cercenado con una espada. —Contestó una mujer de pelo negro y piel blanca como el papel, con la mirada dormida. En algunas conversaciones había escuchado que el titán carguero tenía aquella fisonomía, pero Hitch estaba demasiado acelerada para jugar a las adivinanzas. Su mente le decía que aquellas heridas se las habían provocado aquellos psicópatas que les lanzaban a los eldianos convertidos en titanes. De pronto se acercó otro rostro desconocido que le tocó el muslo enteramente morado, palpando una banda a mitad de cuádricep que tenía un halo negruzco en su blanca piel. Hitch cerró los ojos gritando, notando un dolor fulminante. El médico asintió como si confirmara su hipótesis y esperó que ella callara para hablar.
—Ten mucho cuidado con seguir moviéndote de ese modo, no contraigas ninguna de las piernas o lo lamentarás el resto de tu vida —Hitch respiró compungida, conteniendo las lágrimas de dolor que estuvieron a punto de saltársele cuando la apretó allí. Aquel mal rato le hizo transpirar el cuello. —Tienes un desgarro muscular total en el cuádricep izquierdo, y uno de nivel medio en la pantorrilla derecha. Más te vale comportarte bien con nosotros y contigo misma, o puedes acabar en silla de ruedas para lo que te queda de juventud.
—No hemos sido nosotros, Hitch —se defendió Reiner, a lo que ella dirigió su lunática mirada de culpa hacia él.
—No —corroboró el médico. —Estas lesiones son por golpes muy contundentes. Lo más probable es que hayas tenido una buena caída peleando con el equipo de maniobras. Y has cabalgado más de dos horas con el desgarro ya infligido. También te he recolocado el brazo, tenías el hombro dislocado.
—No sé cómo pudiste ponerte en pie frente a Floch —dijo Reiner, recordando justo el momento en el que atacaron.
—No os pienso agradecer nada, hijos de perra, ¡NADA! ¡Vosotros me habéis hecho esto! ¡Vosotros estáis haciendo de todo el mundo esta MIERDA!
Reiner frunció nuevamente la mirada, desconociendo aquella actitud de Hitch, no era una chica que perdiera los nervios con facilidad. Muy saturada tenía que haberse visto para participar junto al Cuerpo de Exploración. Hasta el propio Reiner valoraba eso. Vio que Hitch perdía la compostura y puso las piernas fuera de la cama, dispuesta a salir corriendo. Pero al mínimo momento en que trató de elevar su propio peso se cayó con estrépito al suelo, y ahí fue cuando notó que iban en barco. Hitch dio un grito agudo, apoyando la cara en la madera helada, y sollozó un poco.
—No se acerquen a esa demonio —susurró el capitán Magath, alejando a Pieck y a Galliard de la accidentada. Hitch apretó los dientes, desde su posición sólo pudo girar la cara muerta de dolor y mirar con rabia a esos hijos de puta que la estaban secuestrando. Reiner volvió a captar el odio en sus ojos, pero se adelantó y con cuidado la tomó de las caderas, levantándola y tumbándola de nuevo en la cama.
—No me toques, NO ME TOQUES, ¡SUÉLTAME!
—Hitch, para… —Reiner apretó sin fuerza las manos en sus brazos, controlándola, y se le acercó mucho al rostro para susurrarle. —Te lo explicaré después, pero por favor, vas a perder las piernas y ellos perderán la paciencia. Si no quieres morir, cállate.
A Hitch le comía la rabia por dentro, sólo quería escupirle… pero se tragó sus comentarios. Poco a poco comprendió que hiciera lo que hiciera, ahí dentro sería una desventaja y no deseaba morir. Pero sus iris verdes no dejaban de seguirle con la mirada igual que si fuese la mira de un tirador a punto de disparar al blanco.
Marley
Una vez atracaron en puerto marleyense, Reiner estuvo encargado de la supervisión de la secuestrada y mantener su estatus de rehén bajo cualquier concepto. Al haber estallado un detonante bajo el árbol donde se escondían Floch y ella, tanto Levi como Hange anunciaron retirada aprovechando el tupido humo resultante y viéndose en completa desventaja, dando a los otros dos por muertos. Hange trató de volver a toda costa, eso le constaba a Reiner porque la había oído gritar, pero Levi no había dejado que la mujer fuera a comprobar si la única idiota que no podía correr seguía respirando. Hitch Dreyse. Aunque Levi y Hange habrían sido rehenes de mayor valor, no les quedó otra que hacer una rápida retirada con lo único que encontraron. En cualquier caso, un rehén siempre era inocente, y eso revolvería a los isleños.
Después de varios días enclaustrada en el camarote del navío, salió subida a hombros de Reiner y esposada de manos al mundo exterior. El sol brillaba con fuerza y le cegó los ojos, obligándola a dejarlos entrecerrados hasta que las sombras de los enormes edificios le dieron tregua. Un enorme pueblo empezó a abuchearles antes incluso de pasar por medio de toda la gente. Los comentarios malintencionados empezaron a estar cada vez más cargados de odio, de señas de «te voy a matar» y algún que otro escupitajo cuando la chica pasaba por su lado.
—¡Maldita eldiana! ¡Miserable, eres tóxica para la humanidad!
Hitch había oído hablar de aquella gente porque las noticias sobre Marley habían corrido como la pólvora por la ciudad interior, sobre todo tras las últimas luchas que involucraban a los cambiantes. Pero jamás había visto aquello tan de cerca. Vio que había personas apartadas que también miraban, con un brazalete y una estrella adornando sus brazos. Esta gente tenía dos comportamientos cuando la veían pasar; bien la insultaban, o bien se mantenían en silencio, pero ninguna de las opciones la hizo sentir amparada.
—¡¡Por vuestra culpa nuestro pueblo está muriendo!! ¡¡Mira el uniforme de esa demonia eldiana!! ¡ARRANCÁDSELO! —una mujer le lanzó una pesada naranja con toda la fuerza que pudo y le dio en el omóplato. La soldado se contrajo pero no dijo nada, prefería morderse la lengua… sentía asco hacia el propio hombre que la estaba cargando.
—Si queréis hacerle daño, lanzádselas a las piernas. —Dijo con maldad Porco, el guerrero de élite que batallaba contra Eldia. Pieck le miró frunciendo los labios y trasladó la mirada a la señora, que asintiendo, cargó el brazo y asestó otro naranjazo, esta vez llegó a uno de sus muslos. Reiner miró de soslayo a la rubia al sentir el impacto y sintió que las manos esposadas con las que Hitch iba sostenida a su cuello se le impactaron en la garganta con fuerza. La chica apretó las cortas cadenas que unía sus muñecas contra el rubio, apretando la boca enrabietada y retorciendo lo máximo posible su cuerpo.
—¡P-para, Hitch…!
—Haz que paren ellos. ¡Haz que paren! —dijo Hitch con los dientes apretados de hacer fuerza.
—Para, maldita rata asquerosa, o no llegarás viva a ninguna parte. —Galliard y otros tres de su equipo apuntaron a la cabeza de Hitch. Reiner abrió los ojos tosiendo más fuerte, y finalmente fue Pieck la que separó con rapidez la cadena de las esposas del cuello de su compañero. Hitch respiraba agotada y con el rostro colmado de rabia. Estaba completamente rodeada.
—Cálmate, ¿quieres? Aguanta el tipo hasta allí. Esta gente no tiene la culpa.
—No les he hecho nada y me están… —empezó a defenderse, pero Pieck se puso seria y le levantó la voz.
—Asume tu posición. Estás atrapada, eres una rehén. Estás a menos de un metro de la muerte, y te mataré yo misma si atentas contra estas personas o contra mis compañeros.
La rubia la miró tratando de recuperar el aliento, después de haber perdido las pocas fuerzas que le quedaban intentando ahogar a Reiner. Dejó las manos de nuevo quietas, quitando la vista de Pieck.
—Es una hija de puta que no merece ser tampoco escuchada —susurró un ardiente Galliard, quien giró el rifle en una mano.
—Galliard, ¡esper-…!
El rubio tomó impulso y le soltó un contundente golpe con la culata desde un lateral, lo que bastó para que el medio cuerpo de Hitch de cintura para arriba quedara suspendido hacia un lado, inconsciente sobre la espalda de Reiner.
—No seas tan animal. Maldita sea, ¿pero qué te pasa? —susurró Pieck, intentando no ser oída por ningún ciudadano. Le arrebató el arma de las manos. Reiner sintió la dejadez absoluta del cuerpo que cargaba hacia un lado, sujeta a su cuello por las manos esposadas. Se dio cuenta de que de su nariz brotaba una considerable cantidad de sangre que no se detenía. Una maldita hemorragia, masculló para él. Esta sangre manchó las calles todo el camino que se dirigieron con ella hasta la base donde se la encarcelaría.
—Sangre del demonio… ¡no la piséis, guerreros! ¡No la toquéis! ¡Reiner, cuidado!
Reiner apretó los puños en silencio sin mirar a nadie.
Base militar de Marley, cuartel de guerreros
Galliard observaba con una expresión ceñuda cómo Pieck limpiaba el rostro de la reclusa, que había estado hasta diez minutos esperando a que cesara la hemorragia. Aquella eldiana no despertó.
—Da gracias a que estaba tan sucia y malherida que no la reconocerán cuando la vean paseando por las calles, o volverían a apedrearla —dijo Pieck sin expresión en el rostro, terminando de retirar con un paño húmedo la suciedad que llevaba desde la batalla en Paradis pegada a su piel.
—¿Vas a seguir odiándome? Esa idiota no pisará las calles de Marley sin supervisión, así que seguirá siendo mirada con el odio que merece.
La de pelo negro no dijo nada. Se incorporó y lavó el paño que había usado, y después se giró a verla dormir unos instantes.
—La asearía yo misma, pero no tengo fuerzas ni para andar. Poco me falta para estar como ella después de estas últimas misiones —comentó la guerrera a Reiner, acercándose las muletas. —Encargaré otro par de muletas para ella. Quizá deberías bañarla ahora que está todavía viendo las estrellitas.
Reiner negó con la cabeza.
—Esperaré a que se despierte.
—Bien. —Pieck miró a Magath, que hasta entonces había permanecido comprobando que las ventanas estuvieran bien cerradas para que a la hija del demonio no se le ocurriera escapar. Aquella habitación estaba custodiada sólo externamente, por lo que era probable que tuviera que poner a hacer guardia a alguien en los pasillos. Sin decir nada se marchó, y cuando Porco vio que el hombre se alejaba, cogió a Pieck del brazo.
—¿En serio te has enfadado conmigo?
—Sí —le quitó el brazo, y empezó a andar con muletas hacia el pasillo. —No creo que sepa ni quiénes somos ni lo que hacemos, ella ha visto otra realidad. Habría que ver qué haces tú, si te hacen daño en una lesión por diversión y te insultan sin saber por qué.
Galliard frunció las cejas y la siguió con la mirada. Volvió la vista a aquella eldiana y después salió junto a Pieck, rascándose la cabeza. Dejaron a Reiner a solas con la reclusa.
Fueron dos horas de constante tránsito de militares marleyenses la que se dio en la habitación, todos ellos venían a conocer a la Bella Durmiente cuyo pueblo de origen había traído tantos quebraderos de cabeza. Aprovechando que estaba inconsciente le extrajeron una muestra de sangre y un médico asignado pudo palpar mejor el alcance de sus desgarros, que la tendrían un mes sin andar y dos ayudándose de muletas. El tiempo que estuviera en Marley debía estar bien atendida y vigilada, y no dejarla tener demasiado contacto con el mundo exterior, pues ya había demostrado ser peligrosa al tratar de ahogar a Reiner. Él sería su escolta y su verdugo y cualquier mínima información que pudiera ofrecer sería bien recibida. Pero el objetivo principal era amenazar a los policías militares de Paradis para solicitar la rendición del pueblo y la entrega de Eren Jaeger.
Fuera como fuera, Hitch era una rehén. Y no había garantías de que algún día lo dejara de ser.
Cuando la jornada de visitas terminó, a Reiner se le trajo dos bandejas de comida. Su plato traía cuantiosas y variadas raciones, el de la reclusa, dos papas cocidas y algo de pan. Reiner miró los platos y desplazó la mirada a Hitch… estaba despertando. Puso algunos trozos de carne en el plato de ella y sin decirle ni una palabra, se lo dejó en la mesita de al lado. La chica parpadeó algo aturdida, tenía un dolor intenso en la nariz y de cintura para abajo; también cosquilleos molestos en el hombro. Dio un gimoteo ahogado y volvió a cerrar los ojos al palparse el tabique nasal.
—No te toques la cara. Por suerte no te ha roto nada.
Hitch miró a Reiner por el rabillo del ojo, apartando despacio los dedos de su nariz.
—Come —dio un toque sobre la mesa donde estaba el plato y él se alejó a su escritorio, comiendo en silencio mientras se acercaba el periódico. Hitch se removió dolorida en la cama y alcanzó el tenedor y el plato.
—¿Qué van a hacerme ahora? —cuestionó, llevándose un pedazo de papa a la boca y masticando con cuidado.
—Mañana te darán ropa de tu talla y vivirás aquí un tiempo. La situación no se calmará a corto plazo. —Reiner se terminó de comer su carne y la verdura y cruzó los cubiertos sobre el plato. —Te tendrás que poner un brazalete para identificarte como eldiana, los días que por lo que sea salgas a la calle. Siempre saldrás conmigo y no harás nada indebido o recibirás un castigo. Y tengo entendido que tienes en alta estima lo bonita que eres. No te aconsejo que vuelvas a atacarme ni a atacar a nadie por sorpresa.
Hitch apretó la mandíbula al escucharle, mirando a un punto fijo de la habitación.
—No he luchado duro por llegar a la Policía Militar para que ahora unos locos me atrapen y me tiren a un cuartucho asqueroso, con el mayor traidor que ha conocido el mundo —le espetó, apretando con fuerza el mango del tenedor. Reiner se levantó sin ninguna expresión en la mirada y al ver que casi se lo había comido todo, le quitó la bandeja y los cubiertos. Hitch se humedeció los labios y cuando le dio la espalda para recoger, suspiró hondo. Tenía que concentrarse en salir de aquel lugar como fuera, pero estando incapacitada tendría que esperar.
—Te prepararé un baño.
—No me bañaré si estás mirándome.
—Lo siento, rubia, tendrás que comerte también ese pudor.
Al cabo de un rato, cuando el agua caliente y las esencias estaban preparadas en la bañera, Reiner cargó a Hitch y la ayudó a mantenerse en pie. La chica se empeñó en que la rodeara con una toalla y que no mirara, así que Reiner permaneció con el rostro girado hacia un lado mientras a duras penas, la policía se sostenía a sus brazos para poder desnudarse sin caerse. Reiner se hubiera mentido a sí mismo si negara que varias veces estuvo tentado de mirar, pero de haberlo hecho, la curiosidad se habría transformado en rabia. Hitch tenía el cuerpo realmente amoratado.
—¿Qué mosca te picó para querer arriesgarte en el Cuerpo de Exploración?
—Eso no te importa. —Dijo al acomodarse bajo las burbujas, por fin, sintiendo el calor del agua en la piel. —Déjame bañarme sola.
Reiner finalmente cedió. Al fin y al cabo no había nada cortante ni ventanas por las que huir, y si lo intentaba, la multitud de guardias en la planta baja y la inutilidad de sus piernas la matarían. Mientras ella terminaba le cambió las sábanas de la cama y también preparó él su cama, que estaba no muy lejos de la de Hitch. Eso de dormir en compañía no le agradaba, pero al fin y al cabo era el trabajo y no podía rechistar.
Isla Paradis
La reina Historia Reiss había tenido incansables reuniones por el tema que incluía la liberación de Hitch Dreyse, sólo a cambio de la entrega sumisa de Eren. Por supuesto, con Eren desaparecido, la situación era doblemente complicada: el Cuerpo de Exploración sentía como si tuviera dos enemigos. Si iban a rescatar a una simple cadete se arriesgaban a morir, pues les esperarían bien preparados. Por otro lado, si intentaban negociar con Eren un intercambio, éste les mandaría al cuerno. Además, se encontraba en paradero desconocido. Mikasa decidió no manifestar su opinión en público, mientras Armin trataba de buscar opciones alternativas para recuperar a Hitch intentando un acercamiento dialéctico con Reiner, pues creía poder convencerle de que lo que hacían era arriesgar vidas inocentes sin garantías de obtener nada.
—La cadete estaba preparada para lo que se le venía encima, y ha sido de admirar su actitud en combate. Pero no podemos arriesgarnos. Al menos, no en este momento con tantas bajas tras nuestros talones.
—Estoy de acuerdo —musitó Hange, provocando que sus subordinados cruzaran miradas entre sí. Ni Levi ni Hange iban a actuar para salvarla todavía… y si ni el capitán ni la nueva comandante podían, debían interesarse en resolver otros asuntos.
—No he percibido amenazas directas si no respondemos a sus mensajes. Es decir, si no hacemos nada en su contra puede que Hitch no salga muerta de todo esto —dijo Historia. —Quizá sea lo único… que nos estén pidiendo.
—Hitch no les valdrá demasiado como fuente de información. Sus conocimientos se limitan a los tejemanejes de la Policía Militar y compañeros sueltos de la Guarnición —alegó Hange a la reina.
Historia asintió.
—No haremos nada en este asunto, de momento. Pero he de hablar con Eren a como dé lugar… necesito saber qué está tramando. Y probablemente él conozca las formas de entrar a Marley sin llamar tanto la atención.