CAPÍTULO 15. La última vejación
Historia no salió de su cuarto en cuatro días completos tras recibir la noticia de que su padre estaba empeorando. Mikasa y Pieck trataron de socializar un poco con ella y animarla, hasta que Ymir las pilló y les prohibió hacerlo más. La rubia no tenía ninguna restricción, podía moverse en todo el largo y ancho de la mansión, simplemente se notaba desganada para hacerlo. Nikolo le traía las comidas y, sin que se notara demasiado, se daba cuenta de que seguía aseándose personalmente y cambiándose de pijama, lo que por lo menos le indicaba que no estaba sumiéndose en un pozo depresivo. Cosa que no le extrañaría para una novata en aquella mansión, él ya había visto muchas cosas desagradables. Por muy frágil que pareciera la beta, tenía una mentalidad de hierro. Pero hasta alguien como Nikolo, tan lejos de las intimidades de las chicas, se daba cuenta de que podía ser un problema para Ymir. Las personalidades envalentonadas y desobedientes como las de Historia tenían un caro precio, no sólo para ella misma, sino también para los alfas, era fácil que otros alfas empezaran a rumorear. Tanto Nikolo como todas las huéspedes betas sabían perfectamente que Ymir era incapaz de matar a las betas a menos que éstas fueran arpías camufladas, sin embargo, lo que Ymir hacía era muy peligroso: jugar con la salud mental de las chicas había provocado situaciones tan embarazosas como dañinas para su fama, Petra era un ejemplo de fiera domesticada que con los años, al ser tan parecida a Historia, se había visto al borde del suicidio al saberse incapaz de aguantar las palizas y vejaciones que Ymir la hacía pasar no sólo con ella, sino con todos sus amigos.
Era un mundo violento.
Cruel.
Historia, a pesar de que lo había intentado, nunca llegaba a convencerse del todo de que todo ese calvario era justo. No podía doblegarse ni engañarse a tal grado, porque si lo hacía, su amor propio caería en picado. Tampoco se veía llevando la contraria a Ymir en el terreno sexual, sin embargo, no sabría qué suerte correría si se negaba a ser ofrecida a otras personas sólo porque a ella se le antojara. La simple idea se le hacía insostenible, dejar que le hicieran de todo en grupo… ¿qué la diferenciaba de la víctima de cualquier violador en mitad de la noche? No quería seguir pensando. Si seguía, más asco se daba. Y más estúpida se sentía por ceder a los exhaustivos deseos de su madre, Alma tenía de empática lo mismo que Ymir. Había sido tan feliz con ella en Islandia… pero luego tocaba darle la de cal. Enseñarle el lado sucio de la moneda. No soportaba esa montaña rusa, y se sentía al borde del colapso. Cualquier cosa la haría retomar la decisión de marcharse, sólo necesitaba un motivo más, un empujoncito, y volvería a armarse de valor para pedirle que firmara los papeles.
Finalmente, Historia decidió unirse la quinta noche a comer junto al resto de sus compañeras. Después de ducharse bajó las escaleras y silenciosa bajó al salón donde Nikolo ya se encontraba poniendo la vajilla y preparando la bandeja que esas últimas noches le había estado llevando a ella. Al verla, sonrió y le preguntó.
—Pequeña, ¿has decidido comer con el resto hoy?
Historia asintió, sentándose en silencio en la primera silla con la que se topó.
—¿Dónde están las demás? —dijo después de un rato.
—Ymir se ha llevado a dos a su habitación. El resto estarán por bajar. ¿Cómo has estado hoy?
—Bueno, bien —dijo, aunque le mentía. Cuando Nikolo le sirvió la comida y siguió sirviendo en los demás platos, Mikasa y Petra fueron las únicas que bajaron. Nikolo retiró el plato sobrante, nunca hacía preguntas.
—¿Cómo estás, Historia? —Mikasa se aventuró a darle un pequeño abrazo, aunque la pequeña respondió con un intento malogrado de sonrisa. No se sentía feliz. No podía fingirlo. Mikasa le dio un beso en la mejilla, cuando de pronto un ruido en la planta superior se oyó y se separó rápido de ella. Se suponía que no podían dirigirle la palabra a la última incorporada. Así que sólo se oyeron ruidos de platos y tenedores mientras pasaban los minutos, toda la mesa oía a Ymir rebuscando algún objeto en el cobertizo que había cerca de la piscina. Al cabo de un rato se oyó un portazo brusco que hizo a Historia dar un suave respingo, el corazón le bombeó a mil muy rápido. Cuando Petra la observó de reojo vio algo preocupada que la criaja se puso la mano en el corazón y cerró los ojos, obligándose a regular la respiración. Ella también había pasado por eso, así que sabía perfectamente lo que estaba sintiendo. Más que estar mal por su padre, parecía que el estado de pena se había encargado de recordarle todas las perrerías que Ymir le había hecho en la fiesta, drogada. Y… no se equivocaba. Aunque de aquello ya habían pasado dos meses. Parecía que lo de Islandia había sido un parche poco efectivo sobre la herida.
Ymir entró a la mansión y la mirada parecía perdida en cualquier otro punto lejos de la cena que se daba en la mesa, Historia se percató de que habría bajado a la panta baja por la escalera trasera exterior, cuya llave sólo se les permitía ante situaciones de emergencia. Historia tragó saliva y trató de concentrarse en su plato de comida cuando vio que iba a pasar de nuevo cerca de la mesa. Rezó porque la cruzara sin verla, pero desgraciadamente, cuando la larga mujer pasó por allí acabó fijando un instante los ojos en Historia y paró de andar. Historia no la miró pero lo sabía. Maldita sea, sabía que algo iba a pasar si salía de mi cuarto. La comida no le bajaba por el gaznate de la presión que sentía.
—Cuando acabes, sube a mi habitación.
Historia asintió brevemente sin devolverle la mirada. Estaba tan tensa que si alguien la tocaba en ese momento, sentía que le podía dar un ataque de ansiedad. De repente pensó en su padre y se victimizó: ¿es que ni que esté tan preocupada y triste por él la hace hablarme mejor?
No pudo acabar la cena. Dejó casi todo y subió cabizbaja al dormitorio gigantesco de Ymir. La morena abrió la puerta sin tardar, se estaba cepillando los dientes. Le hizo un gesto con la cabeza para que entrara e Historia pasó adentro, intentando concentrarse en mantener la calma. Lejos de la atención y el cariño con la que la atendió en Islandia, parecía que Ymir, ya sintiéndose su dueña de nuevo con todas las de la ley, había recuperado su carácter sobrio y autoritario. De todas formas tenía que evaporar aquella cara de miedo como fuera, sino acabaría cayendo en la red de la depresión. Inspiró hondo y se quedó en pie.
—Quítate toda la ropa. Enseguida vuelvo.
Maldita sea. Este monstruo acaba de tener sexo, estoy segura. No le basta con dejar a dos betas cansadas, tiene que continuar.
Se humedeció los labios e inspiró hondo, comenzando a desvestirse lo más rápido posible, no quería sentirse más sucia si se daba el tiempo a pensarlo. Sintió frío, la gran ventana de su cuarto le daba la brisa helada de golpe. Así que se abrazó a sí misma esperándola. Ymir no tardó demasiado. También llegó con la lencería puesta. Por el camino, en lo que se le acercaba, llevó una mano atrás y se quitó el sostén, y lo lanzó en cualquier lugar. Historia se preparó, y pronto la sintió pegársele por detrás, rodeándole la cintura con un brazo. Con la mano opuesta le retiró el pelo de su cuello para tener acceso con la boca, y empezó a besarla allí. Historia jamás lograría concentrarse. Imploraba porque se diera cuenta de lo mal que lo pasaba. Esas manos que ahora la acariciaban le habían ahogado, abofeteado y empujado hacía no tanto. No, no pienses en lo de la piscina. Fue hace demasiado tiempo. Dio un suspiro de resignación y cerró los ojos, dejándose hacer sin contribuir. Ymir se pegó un poco más a ella y le agarró un seno con la mano, estrujándolo sin fuerza para sentir su forma, le encantaba. De pronto el teléfono empezó a sonar. Historia abrió un poco los párpados y observó por uno de los espejos que Ymir dejaba de besar para mirar hacia la mesilla donde estaba el móvil, pero lo acabó ignorando. Retomó los besos por la misma zona, tenía que inclinarse más para llegar al hombro, y en cuanto comenzó a deslizar la mano de su seno a su entrepierna volvió a sonar el teléfono. Esta vez se separó despacio y se dirigió a la mesita de noche. Se quedó bastante rato tecleando alguna mensajería con alguien, Historia no deseaba conocer ningún detalle. Pero aún así no pudo evitar escuchar un improperio que salió de la voz baja de la morena. Ymir acabó suspirando y se dejó caer despacio a la butaca que había frente a su tocador, como si estuviera profundamente cansada.
—Lárgate —le dijo a Historia, ceñuda. La rubia no necesitó oírlo de nuevo. Se agachó a por sus cosas y al incorporarse se acercó a la puerta, dejándola sola rápidamente. No tardó demasiado en sentir un berrido de furia al otro lado, seguido de un golpe seco que retumbó en todo el pasillo.
En momentos como aquel, donde palpaba la debilidad que Ymir no quería mostrar a nadie, era cuando su maltratada mente le recordaba que la que estaba al otro lado de la puerta no era un monstruo, que tenía sentimientos, que podía hacerla sentir bien si se esforzaba.
Debería… no.
Se alejó de la puerta.
Las betas pasaron tres días sin saber de Ymir. La morena había hecho un viaje relámpago, pero por la manera de hablar de Nikolo, habían interpretado fácilmente que el lugar al que fue no estaba demasiado lejos. Ni él ni Moblit tenían permiso para contar qué le pasaba a su jefa, pero Moblit cedió ante la insistencia. Historia no aguantaba la curiosidad.
Cuando supo de qué se trataba, hubiese preferido no saber nada.
Uno de los primos más pequeños de Ymir, de cuatro años, había sido encontrado tiroteado en la cabeza a la salida de su colegio privado. Las sospechas apuntaban a la familia por parte del difunto padre de Ymir, pero como nunca soltaba prenda, Historia ni siquiera supo hasta ese momento que tenía más familia. No tenía familiares más cercanos que su tío moribundo y algún que otro primo, pero no guardaba relación con ninguno. El pequeño fallecido venía por parte de madre, y se desconocía quién había podido tener acceso a su vida tan íntima como para tenerlo a tiro. Era inconcebible.
Cuando la morena regresó, como ya era usual cada vez que podía olerse una mínima aflicción en ella, no socializó y mataba el tiempo con sexo o alguna fiesta desmadrada que también terminaba en sexo. Con el alcohol de por medio era fácil difuminar las secuelas de una pérdida. Pero también debía trabajar, y ni siquiera una mujer tan egoísta como ella podía permitirse tener más de dos días libres. Para desgracia de Historia, su metabolismo, su bioquímica, todo su cuerpo y su mente, habían vuelto a cambiar. Empezaba a necesitar la presencia o cercanía de su alfa, era un proceso que no podía evitar. El mundo era cruel. Después de todo el daño que le había hecho, y para más inri, todo el amor que había llegado a sentir por ella, se pudría cuando la situación se volvía violenta.
—Para qué iba a investigar nada —la oyó decir con una desagradable perspicacia. —Si sé quién ha sido, Moblit. Mover ficha no cambiaría demasiado las cosas. La familia de mi madre ya está exterminada.
«Exterminada», repitió la rubia en su cabeza. Se encaramó un poco más a la puerta pero al hacerlo ésta cedió, fue ahí cuando se dio cuenta de que estaba entreabierta. Ymir dejó de hablar y llevó la mirada a ella, directamente.
—Te dejo —colgó el móvil y frunció el ceño, acercándose a la puerta. Historia se puso recta, tensa, y fue desandando los pasos que Ymir daba en su dirección. —¿Escuchabas mi conversación?
No le mientas. Deja de hacerlo. Será peor.
—S-sí. Lo siento.
Ymir dejó de andar y la miró de arriba abajo.
—Márchate —dijo tras unos segundos, y se volvió a girar hacia su cómoda.
—Siento… lo de…
Ymir volteó el rostro hacia ella, muy impasible. Pero fue Historia la que volvió a hablar.
—Era un niño. Sé que sufres.
La morena abrió más los ojos y se giró despacio, caminando en dirección a Historia. Esta vez no frenó. Historia quiso retroceder, pero la más alta empujó rápido la puerta para cerrarla y la miró desde arriba, la tenía aprisionada. La otra tenía que levantar la cabeza para mirarla, pero tampoco fue capaz de aguantarle por demasiado tiempo ese choque de pupilas. Bajó la cabeza nerviosa cuando de repente sintió un dedo sobre su barbilla, que la hizo mirarla de nuevo. Ymir se inclinó y la atrajo hacia sus labios; la rubia le desplazó la cara hacia un lado, suspirando.
—Quizá deberíamos hablar de cómo te sientes… —musitó, haciendo que Ymir frunciera las cejas.
—No eres mi psicoanalista.
—¿Sólo puedo complacerte en la cama? Seguro que no eres tan vacía…
Historia tenía algo que la confundía; además, no sabía si cada vez que la contradecía era por valentía o estupidez. No le gustaba un pelo que le hablara de aquel modo. Pero tenía la cabeza tan saturada por los últimos acontecimientos, que recurrir a la violencia le requería un esfuerzo que aquella noche no podía seguir alimentando. La miró de arriba abajo y suspiró, apartándose de ella.
—Será mejor que te marches.
Historia abrió el picaporte, pero no llegó a obedecer. Ella no era así, no podía dejarla tirada. Sabía que estaba mal. Ymir se dirigió sin mucha ceremonia al tocador y se quitó los colgantes frente al espejo. Por su propia figura, no se enteró de que Historia seguía ahí hasta que sus brazos la rodearon, pegando la cabeza a un costado suyo. Ymir la miró y negó rápido, quitándose su abrazo.
—Te he dicho que te…
—Ymir… —la calló balbuceando, levantando la mirada suplicante hacia ella. —¿De verdad te molesta que me preocupe por tu bienestar? Si lo que quieres es… —inspiró hondo, bajando la mirada.
—Deja de hablar —le pidió apretando los labios, pero de pronto sintió que Historia la volvía a envolver en sus brazos, pegándose a ella.
—Vamos, deja que te abrace…
Ymir apretó más la boca al notar que lograba unir las manos al encerrarle su esbelta cintura, y se le arrimaba al hombro. No correspondió de ninguna manera. Aunque su mirada fue a parar al espejo del tocador con esa imagen. No supo por qué, pero se sintió débil. Y no sabía ponerle nombre a aquella sensación porque no la había tenido antes. Lo achacó a la noticia de su primo. Aquella niñata era asquerosamente tierna y eso… era peligroso.
En el cuerpo de Historia, un mundo de sensaciones empezó a fluir por todo su torrente circulatorio. Como un efervescente biológico, su corazón empezó a ir más deprisa, el olor de Ymir se colaba en sus fosas nasales y cambiaba su percepción de la historia. En un momento como aquel, tan insospechado y más aún después de todo lo que habían vivido, notó que separarse de ella le costaría la misma vida. Su cuerpo necesitaba y deseaba sentirla. Ymir siempre le había gustado físicamente, y si no fuera tan hija de puta, haría mucho tiempo que su relación se habría convertido en algo sano y bonito, como en los cuentos. La morena empezó a notar que Historia se arrimaba más a ella, que sus manos no pensaban soltarle la cintura y que se ponía de puntillas, alcanzando con los labios la parte baja de su cuello. Rápidamente la sujetó del antebrazo en señal de advertencia, momento en el que ambas distanciaron un poco sus cabezas para mirarse de hito en hito. Ymir se perdió rápido en esos enormes ojos azules, e Historia parecía estar en otra onda, porque a los pocos segundos de no ver ninguna otra represalia, bajó su mirada a través del cuello. Ahora sí situó las manos en su blusa y de un suave tirón abrió los dos primeros botones, acercando inmediatamente la boca a la porción de piel descubierta, muy cercana a uno de sus pechos. Ymir contrajo suavemente el diafragma al sentir la humedad de sus labios, realmente era una beta arriesgada al ignorar sus órdenes. Increíblemente, Historia había olvidado el estado de su padre. Lo había olvidado de manera fortuita y completamente literal. La rubia tenía una sensualidad de la que Ymir carecía por completo, siempre acostumbrada a satisfacer su cuerpo de forma rápida y rudimentaria. Historia contemplaba por el rabillo del ojo que una mano ajena estaba preparada para detenerla, pero no lo hacía. Cerró los ojos por completo y hundió la boca en su piel, mientras sus pequeñas manos seguían abriéndole la blusa. Cuando lo logró, dejó caer la prenda y llevó una mano a su nuca, atrayéndola y poniéndose más de puntillas para unir su boca. Notó perfectamente como al recibir el beso Ymir balbuceó un poco confusa, girando la cara hacia otro lado.
—No… —susurró la rubia, haciendo un esfuerzo por volver a atraerla hacia ella. Volvieron a conectar sus bocas, Historia moldeaba con más profundidad los labios ajenos, acariciando después su costado con una mano. No volvió a sentir la resistencia de Ymir. Los besos de Historia eran blandos y enternecedores, colmados de un cariño que rara vez le habían dado por las buenas. No tuvo que pasar ni treinta segundos de aquel beso sin pausa para que la entrepierna de Ymir ya estuviera lista. Historia notó perfectamente su empuje y robustez, así como también que Ymir estaba cada instante más inclinada y sedienta de sus labios, acabando con un beso para comenzar enseguida el siguiente. Se maldecía por sentir esas cosas tan inexplicables, sabía lo que iba a acabar pasando y aun así, su cuerpo prácticamente lo imploraba. Bajó las manos por los costados de la morena, aprovechando para quitarle también la única prenda inferior que cubría su sexo. Al hacerlo el pene de Ymir se irguió más y se coló entre los muslos de Historia. Cuando sus bocas se separaron después de aquel húmedo beso, sus labios quedaron conectados por un fino hilo de saliva. Ymir volvió a buscarla, inclinándose tanto que chocó la lumbar de la menor contra el tocador.
—¡Au! —se quejó Historia, frunciendo un poco sus cejas. No recibió disculpas, sólo un nuevo beso que casi le hace perder el resuello. Cerraron los ojos y siguieron besándose, entregadas. Ymir bajaba con insistencia la falda y las bragas de su beta, dejándolas a la altura de sus rodillas. —Tran-tranquila… —suspiraba entre beso y beso. Ymir se distanció lo justo para tomarla de un brazo y voltearla, agarrándola de la nuca para postrarla sobre la mesa del tocador y pegar su abdomen a ella desde atrás. Historia respiró con mucha dificultad, no podía hacer nada por invertir la postura ni suavizarla, Ymir era autoritaria y la colocaría siempre a su antojo. De pronto sintió un dolor muy punzante cuando se apretó contra ella, situando la punta de su polla en su cavidad. Ymir se hundió contra ella y el empujón hizo que los antebrazos de Historia se escurrieran hacia delante, chocando con algunos productos de maquillaje que la alfa tenía en el tocador.
—Ah… ¡AH! —gritó más agudo al notar el brusco vaivén que Ymir comenzaba. Toda ella temblaba cuando la empalaba, se veía claramente en el espejo. —Así no, por favor…
Ymir continuó unos segundos más, suspirando roncamente al entrar y salir de ella, pero al oír su súplica fue deteniendo las caderas, bajando la mirada a su cara. Despegó la mano de su nuca despacio y salió de su interior. Sin decir nada, se giró y miró a los lados, su nublada mente no le dejaba pensar bien, pero en algún sitio sabía que tenía lubricante. Historia tragó algo de saliva al no saber qué hacía, se irguió hasta volver a estar de pie y aprovechó para bajarse del todo las bragas. Ymir se agachó frente a un cajón y tomó el artilugio, examinándolo antes de destaparlo. Embadurnó finalmente sus largos dedos con aquel mejunje sabor fresón y procuró cubrir su glande por entero, y después restregar lo sobrante en la cavidad de su chica. Historia cerró suavemente los párpados al sentir su mano entre sus piernas. La dejó un tiempo allí, haciéndola inclinarse de nuevo sobre el tocador. El rato suficiente para al menos, hacerla olvidar los bruscos empujones que le había sacudido anteriormente. Sin que Historia se diera cuenta, la observó en el espejo. Aún estaba demasiado vestida, aunque había algo que la encendía al ver que todavía llevaba ropa por encima de la cintura. Notó que tras varias pasadas de sus dedos en su clítoris, la rubia acabó teniendo un temblor involuntario en una pierna y reprimió un gemido con la boca cerrada. Sonrió al observarla. Se arrodilló en el suelo y la penetró con la lengua, abriéndole bien los glúteos con las manos. Lamió y apretó su orificio anal, ante el que historia empezó a removerse incómoda. En esa zona, el placer del sexo oral era muy fuerte y diferente, pero se negaba a ser penetrada allí, y como si la otra le leyera la mente, se concentró de nuevo en su vagina. Historia abrió la boca y puso los ojos en blanco, derretida ante esa sensación. Acompañaba los chupetones con una suave rotación en su clítoris, que hizo que empezara a lubricar. No quería jadear demasiado, ¿acaso temía que se diera cuenta de que sí sentía placer? Ymir continuó con las caricias, una y otra vez, recorriendo su cuerpo con una lasciva mirada. Sólo quería penetrarla, lo ansiaba cada vez más, pero también estaba deseosa de verla disfrutar.
¿Por qué quiero verla disfrutar?, se preguntó, sin saber de repente qué hacía tomándose tantas molestias. Un puto lubricante, con el asco que me dan. Pero esa escasa racionalidad se esfumó al oírla jadear, con su boquita abierta al seguir notándola entre sus piernas. Ymir se mordió el labio y sin esperar más se levantó, situó la punta lubricada de su pene en su abertura, y aunque se sintió tentada de cabalgarla con la misma dureza, se concentró en disfrutar del avance lento, más medido, dilatándola poco a poco. Historia volvió a gimotear, entre placer y dolor. La morena trasladó ambas manos a sus caderas y comenzó a atraerla hacia su abdomen con cuidado, chocándola despacio y con algunas pausas.
—Relaja los músculos…
Historia la miró desde su posición, asintiendo despacio. Por descontado, era la primera sorprendida en ver que Ymir no parecía querer comandarla violentamente en esa ocasión. Se humedeció los labios y se apoyó de los codos, separando un poco más sus piernas. Escuchó un inconfundible escupitajo que aterrizó en su vagina. La alta se acomodó, apuntando su cavidad y apretando en el orificio despacio, sin fuerza alguna hasta notar que sus barreras cervicales la correspondían. Esto tardó en llegar mucho más de lo que Ymir hubiese querido, pero al final, su miembro entró por completo en su interior, hasta que sus cuerpos quedaron unidos completamente. Se movió sin tocarla, sólo embistiendo suave con la cintura, aunque Historia sí tuvo que sostenerse a la mesa cada vez que la recibía, porque iba recuperando lentamente la velocidad. Apretó los ojos cerrados y se pegó al tocador, suspirando con gimoteos. La mano de la morena se le encerró en el pelo al tironearlo hacia atrás en una coleta, para que no se moviera tanto cada vez que entraba en ella.
—Hmmm… —dio un gemido reprimido de placer al cabo de un par de minutos, cuando las caderas de Ymir ya habían retomado más velocidad y soltura. Con el paso de aquella postura, Ymir ceñía la mano contraria en uno de sus glúteos, totalmente arañado y marcado ya por la presión de sus uñas. —Voy a…
—¿Vas a correrte, preciosa? —la inquirió la alta, sin dejar de embestirla. Adoraba verle la cara, algo rojiza y agotada, sobreviniendo todos sus empujones.
—S-sí… —frunció el ceño y bajó la mirada, aunque tan pronto como lo hizo Ymir volvió a levantarla al techo de un tirón de pelo. —Quiero que tú también…
—¿Quieres que me corra dentro tuya? —le dijo vacilona, y sonriente al sentirla débil y receptiva. Tanto Historia como Ymir se encendieron mucho al oír el choque de pieles, ahora más rápido. A Ymir la sonrisa empezó a borrársele de la cara, lo quisiera o no aquella cría, pensaba corrérsele dentro, ya hacía muchos días que deseaba hacerlo. De pronto le soltó el pelo y llevó las manos a su camiseta por la parte pectoral, pegando tal brusco tirón que la tela se rompió por entero, exponiendo los pechos de Historia, que no dejaban de botar por sus embestidas. Ymir la miró de cara al espejo y la mordió fuertemente en el hombro, casi la tenía con la espalda pegada a su cuerpo. Historia gimió muy fuerte, viéndose en el espejo siendo follada sin parar y sus pechos botando con fuerza. Soltó un breve y agudo jadeo de placer que hizo a Ymir erizarse de punta a punta.
—Hazlo… en mi cuerpo… aquí… —pidió la rubia, palpándose su valle entre los senos. A Ymir se le descarriaron los pensamientos con la propuesta, le gustaban mucho sus tetas. Le quedaba poco tiempo para decidirse. No tardó en sentir las suaves contracciones de la rubia, quien apretó los dientes involuntariamente para no exceder aún más con el decibelio de sus jadeos. Oírla reprimida era otro placer para Ymir, aunque quiso parar para hacerle caso.
—Arrodíllate.
Al oírla, Historia inspiró hondo y obedeció, y nada más hacerlo la otra se le vino encima, en dirección a sus erguidos senos. Ymir notaba al tocarse la propia humedad de Historia en su miembro, además, la veía respirar excitada de su reciente orgasmo, al igual que ella. Al acabar, dio un largo suspiro, centrando su mirada castaña en la pequeña. Tenía los pechos llenos de su corrida, y eso parecía avergonzarla, motivo por el que no parecía querer mirarla directamente. Se le acercó un par de pasos más y acarició su mejilla y sus labios con el glande húmedo, a lo que la criaja miró rápido a otro lado. Ymir curvó más su sonrisa, algo pervertida con aquella reacción.
—¿Qué, ya no te gusta…?
La persiguió en la boca, pero Historia giró el rostro hacia el otro costado. Ymir cerró suavemente los párpados para respirar hondo, se sentía agotada. Sí que le había servido un poco aquel encuentro para disipar parte de la carga que sentía llevar con otros problemas aparte.
—Déjame limpiarme… —le pidió la chica, a lo que Ymir se distanció y le alcanzó una toallita húmeda de la mesita. Con ella la rubia pudo limpiarse y al menos no sentirse tan sucia. Al tirarla, se giró un poco hacia ella, mirándola de arriba abajo disimuladamente. Ymir manipulaba su celular, pero parecía estar mirando cosas poco interesantes. —¿Te he hecho sentir mejor?
Su cerebro estaba aún con una sensación de nebulosa, el orgasmo era el punto más álgido de conexión para ella, donde prácticamente se sentía contenta de… satisfacerla. Si Ymir lograba provocarle un orgasmo, se sentía plena.
—No me sentía mal —le mintió. Pero estaba tan acostumbrada a hacerlo, que hasta alguien tan perspicaz como Historia se lo creyó. Ésta asintió y sonrió un poco, antes de agacharse a por su ropa interior para ponérsela. Ymir no pudo evitar observarla y al final, antes de dejarla vestirse, la alcanzó por detrás y la giró de la muñeca, para mirarla de frente. Historia soltó la ropa y se fijó en sus ojos.
—¿Tod-todo bien…?
—Qué asustadiza eres —comentó al sentir su inseguridad en la voz. De la nada, Historia tuvo un respingo cuando Ymir la levantó con las manos en las caderas, como si pesara lo mismo que un perro, y la elevó en suspensión lo justo para que su cabeza estuviera a la misma altura que la suya. La miró entonces fijamente, demasiados segundos. Las mejillas de la beta se colorearon sin querer. —Y qué pequeñita.
Historia se retó a mirarla mientras le respondía.
—¿Te gusta que sea pequeña?
Ymir la miró de arriba abajo, asintiendo a los pocos segundos.
—Me gusta que seas manejable.
—Ma-manejable…
—Sí. Siempre haré con este cuerpo lo que me dé la gana. ¿No es genial? —apretó sin fuerza sus dedos en los costados, Historia empezó a revolverse incómoda. —Oh, ¿quieres que te baje ya…?
—Sí… por favor. Yo también peso lo mío, eh…
—Apenas pesas nada —al volver a recorrerla con la mirada se detuvo un par de segundos más en su entrepierna y sonrió al hablar. —Es una pena que no tengas ni idea del placer que me da follarte… eres muy apretada, entrarte es como un abrazo. Un pichacorta como Eren o Armin, después de haber estado conmigo, jamás te dejarían satisfecha.
Es bastante machista para ser una mujer, pensó la rubia, aunque por supuesto no lo dijo. Cambió de táctica.
—¿Te han dicho lo guapa que eres tú?
A Ymir se le cambió la expresión al oírla, como si por un momento no entendiera qué pasaba. Comprimió suavemente los labios y se inclinó a dejarla en el suelo. Historia la miró atentamente. Tenía sus sospechas. Ymir estaba tan acostumbrada a llevar la voz dominante en todas sus relaciones, pero se le hacía raro cualquier adulación física. Sonrió un poco.
—Pero eso ya lo sabías, ¿no?
—Soy normal. —Dijo sin alegar nada más, girándose a la cama. Se sentó en el colchón y se sirvió de la jarra de agua un poco en el vaso, dando un sorbo.
—Le debes de dar tanto respeto a los hombres que ni se atreverían a decirte nada de eso —comentó divertida y elevó los hombros —Mi hermano, que es un ligón, adora a las chicas altas y morenas. Claro, como él es bajito y rubio… seguro que si te ve se quedaría enamorado enseguida.
—¿Y tú? —la señaló con el mentón, dando un sorbo más. Se terminó el contenido del vaso y la miró fijamente, ladeando la cabeza.
—Bueno… —suspiró pensativa. —Las pocas chicas que me han gustado antes sí se parecían a ti físicamente. Pero nunca llegué a nada con nadie hasta ahora.
—Sabes qué. A los hombres me los tiro porque me gusta verlos sodomizados por mí.
Joder. Historia la miró sin decir nada. Era muy difícil a veces leer entre líneas con ella, no quería decir nada que la molestara. Aún recordaba todo el daño que le hizo.
—No me gustan demasiado sus cuerpos —prosiguió. —Están cubiertos de pelo, huelen más fuerte… tú…
—¿Yo…?
—Tú hueles muy bien. Tienes una boca pequeña y suave.
—La tuya también es muy suave —murmuró algo ruborizada, sonriéndola. Ymir cruzó un brazo bajo todo su cuerpo y la levantó con extrema facilidad, tirándola a la cama con estruendo, ahora bocarriba. Historia se apoyó en sus codos pero como un rayo, la otra la atrapó de ambas muñecas con una sola mano y apretó su rodilla contra la rodilla de Historia, inmovilizándola casi por completo. La otra mano la usó únicamente para sujetar su otra pierna, manteniendo ambas bien separadas.
—¿Me vas a hacer un reconocimiento médico?
—¿Sabes que hay muchos alfas a los que les encanta mearse sobre sus betas? Es una cotizada práctica sexual.
Notó que Historia trataba de separar sus muñecas, pero parecía mentira la fuerza que tenía aquella mujer, la comandaba sólo con la fuerza de los dedos. Que sólo intentara salir de su agarre hizo a la morena sonreír burlona.
—Sois todos unos depravados…
—A mí no me va. Me gusta más la sumisión con cuerdas y esposas. Pero contigo ni siquiera hace falta —la estudió de arriba abajo. —Porque con este cuerpo que tienes puedo hacerte lo que me plazca. Hasta que me aburra, ¿sabes? Y acabaré haciéndolo.
Historia empezó a notar que se avecinaba la tormenta. Aquella última frase la desamparó. La conexión se había esfumado hacía rato, pero seguían quedando ahí sus sentimientos reales, los que sentía por ella, y el corazón se le partía escuchándola hablar así.
—Sí —dijo, intentando no darle mucha conversación al respecto. —Supongo que en algún momento te aburrirás de mí.
—Y en el momento que me aburras, tendré que reanimar mi interés de alguna forma menos ortodoxa.
—Suéltame —volvió a removerse incómoda, tratando en vano de salir de su atrape. —Empiezas a hacerme daño.
—No me des órdenes. —Masculló, evadiendo en una milésima de segundo toda diversión de su rostro. Su mirada se ensombreció, su agarre se transformó en dolor al hincarle las uñas en muñecas y pierna, y finalmente inyectó esa mirada dura en Historia, que la aterrorizó. Se calló en seguida, sintiendo un nudo en la garganta. Al saber que le entró miedo… Ymir volvió a torcer una sonrisa. —¿Decías algo?
Historia negó con la cabeza despacio, acobardada. La hacía tocar el cielo pero rápidamente la devolvía al infierno… a la realidad. De pronto, todo el agarre cesó pero Ymir se irguió en la cama sobre sus rodillas, y de un tirón más seco arrastró a Historia al centro de la cama. La atrapó de las caderas y le levantó las piernas y el culo hasta enroscarla, como si fuera a ayudarla a dar una voltereta hacia atrás. Historia cerró los párpados con algo de fuerza, no era ninguna gimnasta artística ni una prostituta, por supuesto aquellas posturas le costaban y dolían. Ymir la levantó hasta que lo único que mantenía apoyado en la cama era la cabeza y un cuello adolorido, con todo el cuerpo hacia arriba. Ymir volvió a abrirle las piernas, mirándola desde arriba.
—Si no quieres que llame a mis otros amigos mayores y te meta sus arrugadas pollas en la garganta, en el culo y en este coño tan apretadito, tendrás que portarte muy bien conmigo, ¿no crees? —murmuró, mirándola desde arriba. Los tiernos ojos de Historia volvieron a cerrarse y a retirarle la mirada.
—Me duele, bájame…
—Lo sé. Estás temblando —dijo divertida, eran sus manos la que sostenían su cuerpo hacia arriba. Notaba el temblor de Historia de punta a punta al no tener la fuerza para mantener la posición, y cómo su rostro se iba enrojeciendo lentamente al llegarle la irrigación sanguínea. Ymir fue bajando las cortas piernas de la chica y en cierto punto la soltó de golpe sobre la cama, mirándola rebotar. La otra soltó el aire despacio, mirándola fijamente.
Sé que no fuiste tú la que me hizo aquel daño, sino la droga. Pero no me importa. Eres violenta. Me harás daño y no me dejarás curarme, al igual que otras cosas te hacen daño a ti y alejas a quien te quiere. ¿Por qué me salvaste de Pixis la otra noche?
Ymir ladeó una sonrisa malévola, apreciando en ella la indefensión y la tristeza que había provocado con sus palabras. Así te quiero, bien jodida. De mí no vas a sacar nada bueno. De mí no te vas a reír. No me vas a dar más pena.
No puedo vivir en su montaña rusa o no sólo yo saldré herida. Se acabó. Tengo que hacerla firmar esos papeles cuanto antes, pensó Historia.