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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 16. Una buena esposa

—Ay, Nami… ¿hay alguna otra cosa que prefieras comer…? ¿Un poco de arroz blanco?

—Se me pasa… se me va a pas… —la cortó una nueva arcada. Reika sonrió con ternura.

—Te encuentras mal. No hables… echa lo que tengas que echar.

Nami no entendía cómo su organismo podía ser tan sensible. Era asqueroso el proceso de generar una nueva vida. Al cabo de diez interminables minutos, por fin sintió que su estómago se asentaba solo.

—Ya está. Ya estoy mejor…

Reika la ayudó a ponerse en pie y tiró de la cisterna.

Después de prepararle algo de arroz, Nami se sintió algo mejor. No podía ni acercarse a la cocina. Además, después de aquel asqueroso episodio se notó un malestar corporal que tardó en irse.

—¿Mejor…?

—Sí. No sé qué me ha pasado.

Reika suspiró, con una sonrisa triste.

—Pues si quieres te lo explico rápido…

Nami ascendió la mirada a ella con lentitud y cabeceó una negativa.

—No, no es lo que piensas.

—Bueno… sólo te digo que por lo menos deberías asegurarte. Porque supongo que… estando casada con él, ya habréis… —Reika habló con cautela y con pesar. Le dolía imaginarse que Nami podía haber sido forzada, y de no haber sido así, igualmente le dolía saber que mantenía relaciones íntimas con cualquier otra persona—. Y perdona eh. Sé que no es asunto mío.

—Sí que es asunto tuyo —Nami descruzó sus largas piernas y gateó hasta Kitami. Ésta le devolvió una mirada algo lastimera, aunque no se esperó tenerla tan cerca. Su nariz estaba pegada a la de ella, y la acariciaba lentamente. Suspiró.

—¿Por qué dices eso….?

—¿Bromeas? Me gustaste desde el primer momento en que te vi —bajó una mano a su cintura y se pegó por completo a ella—, te lo dije… podemos fugarnos juntas. Yo no quiero estar con él.

—Nami… a lo mejor estás embarazada… y yo… yo no puedo irme sin más… es una locura…

—No lo estoy, estoy… con un tratamiento con pastillas. He tenido muchos dolores corporales y de cabeza desde que estoy con él. Es por eso.

Le mintió descaradamente, pero no pareció surtir un gran efecto en la otra. Para Reika no pasaba por alto la forma en la que le habían entrado esas náuseas tan repentinas.

—Bueno… como sea… no puedo irme sin más.

—Déjame verte —le murmuró en los labios, tomando a Reika por sorpresa cuando le gateó más cerca, hasta el punto de empezarla a tumbar. Reika la sujetó de un hombro, pero no se apartó de su rostro. La miraba fijamente.

—Nami… yo… estoy…

—¿Qué pasa…? —preguntó, al borde de la desesperación.

—Es que… he estado quedando con un chico. Nami, escúchame… —Nami evitó su mano y se le abalanzó encima sin fuerza, pero sí con cierta contundencia hasta atraparle la boca— Na… Nami…

Nami la ignoró y volvió a besarla. Sustituyó los celos por las ganas de follarla que le tenía. Despacio, logró empujarla con su propio cuerpo hasta el suelo. Reika suspiró y ante su insistencia acabó correspondiéndola con mucho pesar. La relación con Riku había empezado a “ir hacia alguna parte”, aunque ahora, teniendo a Nami sobre su cuerpo besándola y apropiándose de uno de sus senos con esas ansias, se daba cuenta de quién de los dos era el que le provocaba el auténtico torrente de sentimientos. Había cabos sueltos, su mente y su propio cuerpo se lo estaban diciendo. Empezó a balbucear entre beso y beso al sentir el frote que Nami ejercía con sus caderas, apretándose una y otra vez contra su entrepierna.

—Túmbate… —le pidió de repente, haciendo que Nami se despegara unos instantes de su boca. Pudo ver, pese a su rostro amoratado, la mirada lasciva. Enseguida asintió y se separó de ella, sólo para tumbarse como le había pedido. Reika no solía llevar nunca las riendas, por eso las veces que lo hacía enloquecían a la japonesa. Se bajó los pantalones y las bragas con mucha rapidez, pero Reika le frenó las manos y le sonrió—. Deja que lo haga a mi manera…

Nami sólo quería que empezara. Se sintió muy tentada a agarrarla del pelo y apretarle la boca allí abajo. Pero igualmente lo que vio la satisfizo enormemente, hasta el punto de apaciguar su bestia interna. Y es que aunque le gustara ser bruta y violenta con Kitami, había vivido las últimas experiencias sexuales con dolor, por su marido. Su espíritu se calmó al verla y sentirla deslizarle la ropa interior por las tibias y adentrar la cabeza entre ellas, besándola de a poco. Según su boca se abría y cerraba en sus ingles, cada vez más cerca de su intimidad, Nami se relajaba. Emitió un jadeo largo cuando sintió su lengua empujándole el clítoris, y así presionado, lo movía de lado a lado. Le rodeó uno de los muslos con su brazo según lo hacía, aferrándose a esa sujeción corporal para impulsar una y otra vez su boca hacia sus labios externos en aquella postura. No había punto de comparación en sentirla a ella y sentir al asqueroso gusano con el que compartía cama, que apenas dedicaba tiempo a satisfacerla con sexo oral. Podía ver cómo la saboreaba mientras su suave mano le acariciaba el muslo con mimo. Nami suspiró con los labios separados consumiendo esa imagen, manteniendo la cabeza ladeada para tener una buena panorámica de sus pechos también según lo hacía. Estiró el brazo y volvió a buscarle un seno con la mano desde su posición, tratando de bajarle la ropa como podía. Más cachonda se puso cuando sintió que Reika la satisfacía bajándose ella misma el sujetador. A Nami se le agrandaron las pupilas al ver aquello. Cómo le ponía verla predispuesta. Le ponía casi lo mismo que verla llorar cuando le provocaba un daño terrible.

Es una niña estúpida. Si desde el principio se hubiera portado como mi perra como todas las demás, no habría tenido que conocer el lado doloroso del sexo.

Se lamió los dedos y volvió a situarlos en su pezón desnudo, acariciándolo en círculos. Kitami seguía moviendo despacio su boca sobre su clítoris, aunque se le seguía notando una enorme falta de experiencia frente a Junko. A Nami no le importaba. No le importaba lo mal que lo hiciera. Verla comerle el coño era fantástico. Dio un ronco suspiro y echó la cabeza hacia atrás, notando cómo le aumentaban bruscamente las respiraciones.

—Más rápido… hazlo más rápido…

Reika obedeció, aunque sentía la lengua cansada. Metió despacio dos dedos en su cavidad, aunque a diferencia de lo que le solía ocurrir a ella, éstos entraron como la seda, sin ningún tipo de traba. Nami empezó a jadear y sus pezones se endurecieron. A Reika se le pasó por la cabeza meterle más dedos, incluso hubiera probado con un consolador si hubiese tenido a mano. Oía los chasquidos vaginales al acelerar algo más el vaivén de su mano, y sintió cómo su propio cuerpo se calentaba cuando la oyó gritar más fuerte, tensa. En ese momento, la fuerza que Nami aplicaba sobre el pezón de la rubia se le descontroló y, en mitad de su orgasmo, la oyó gritar quebrada. La soltó de inmediato al darse cuenta, entre suspiros cansados.

—Perdona… ¿estás bien?

—S-sí… —mantenía una mano sobre su seno derecho, acariciando despacio.

—Déjame ver —musitó irguiendo la espalda, aún con la mente viajando entre nubes. Estaba extasiada, necesitaba ese maldito clímax desde hacía muchísimo. Reika se quedó sobre sus rodillas, y sus ojos azules siguieron a su compañera, que bajó hasta su pecho. Le abrió el sujetador y la blusa para que no estorbaran más y acercó su rostro al pecho que le había retorcido sin darse cuenta. Reika se puso muy cachonda casi al instante, pese al palpitante dolor que sentía su pezón; ver a Nami siendo servicial y sin perder los estribos era algo que se le hacía novedoso. La morena entreabrió los labios y atrapó su pezón con mucho cuidado, retirándolo de su boca más mojado. La rubia dio un jadeo breve al verla acariciar su pezón con la lengua en círculos, antes de volver a atraparlo y succionarlo otra vez, cariñosamente.

—Cuando quieres… no eres brusca… —murmuró costosamente.

—Tienes unas tetas preciosas —murmuró llevando la mano al otro pecho, y volvió a succionar lentamente del que no se quería separar. Reika dio un suave gemido más agudo al notar que los dedos de Nami apretaban su otro pezón con los dedos. Pero entonces le agarró despacio de la muñeca, y su rostro se quedó mirándola desde arriba unos segundos. Le separó la boca de su pezón y la condujo hasta ella, haciendo parpadear a la propia Nami. Juntó sus labios con los propios y se unieron en un beso distinto.

Nami no la dejó libre en toda la noche. La hizo olvidar a Reika muchas cosas… aunque también fue terapéutico para ella, que llevaba sin sentir placer físico demasiado tiempo. Reika se dio cuenta de lo débil que era su cerebro. En ningún momento debió haberle dado a entender que podía continuar con aquello, sabía que estaba mal. Que su honestidad le haría ser sincera con Riku al día siguiente. No podía engañarse a sí misma. Después de que la terminara de desnudar y volvieran a juntar sus cuerpos, Reika tuvo un fuerte orgasmo, y varios más a lo largo de la noche. Acabó derrotada, y lo peor es que teniendo en cuenta la situación en la que ambas se encontraban, ni siquiera se arrepentía. Nami también cayó exhausta y tumbada sobre su vientre. Cuando la observó dormir, con todas aquellas heridas recientes, inspiró hondo. Ella no tenía el poder de deshacer un matrimonio. Le acarició con sumo cuidado la mejilla y luego miró su vientre. Si estaba embarazada, no era visible aún desde el exterior, eso era cierto. Pero suponía que no quería decírselo. Ni ella misma querría aceptarlo todavía.

Si entonces lo acaba teniendo… ¿qué sería de nosotras? Eso es una cuenta atrás.

Nami tenía la vida ya concertada. Le enrabietaba saberlo, pero nunca se lo diría. No quería ser más egoísta de lo que ya lo estaba siendo. Ella luchaba todos los días por mejorar su propia existencia, ya que prácticamente vivía al día. No tenía nada que proporcionarle más que… amor. Y eso, en sus situaciones, era ridículo.

Pero por algún motivo Nami tampoco parece dispuesta a aceptarlo.

No paraba de buscarla y siempre quería tener sexo con ella. ¿Por qué demonios una chica de su clase seguía arriesgándose de esa manera? Si la pillaba la mafia, podía salirle muy caro.

Al poco, en un mar de confusiones, también se quedó dormida en la misma alfombra.

Horas más tarde

Reika despertó alrededor de las cuatro de la madrugada. Estaba agotada por el día que había tenido en general, y la espalda muy adolorida por haberse quedado dormida en el suelo. Pero cuando fue espabilando poco a poco, se dio cuenta de que no tenía ya el peso de la cabeza de Nami sobre su vientre. Parpadeó muy cansada. Con movimientos somnolientos atrajo su móvil para ver si le había dejado algún mensaje. Pero no había nada. Se había ido.

El clan Inagawa había terminado, en efecto, sus reuniones antes de tiempo. Nami también tenía sus mensajeros escondidos, así que tuvo la suerte de que uno la avisó de que su marido llegaría a la mansión de madrugada. Tuvo que pedir un taxi urgente y separarse de los mullidos pechos de Kitami, porque si llegaba a enterarse de que había pasado la noche fuera de casa podía ser tomado como un signo de adulterio. Aún no le había dado motivos para que el hombre mandara estudiar los diferidos de todas las grabaciones de su casa día a día. Así que, al menos por el momento, era mejor seguir sin dárselos.

Cuando llegó a la enorme mansión, pasó por el lado de uno de los guardias y le hizo un disimulado traspaso de dinero, mano a mano. El hombre no cambió la expresión de la cara y se guardó el fajo que compraba su silencio. Nami cruzó el sendero de piedra y las dos fuentes que daban la bienvenida a la casa y buscó sus llaves.

Dos horas más tarde

Inagawa llegó a su casa ligeramente ebrio, se había entretenido por el camino. Subió las escaleras hasta el segundo piso y despertó a Nami de un agarrón. La destapó y giró del hombro, y la muchacha sobresaltada le acertó un puñetazo en la mandíbula.

—¿Pegándole a tu marido?

—No sabía que eras tú.

—¿Quién más iba a ser? —le devolvió el puñetazo en la cara. Había la suficiente oscuridad para que no se diera cuenta de las heridas que se había autoinfringido. Nami había tomado sus precauciones y se había maquillado bien antes de irse a la cama para no delatarse, pero el gorila ni se había fijado, y después de semejante golpe, ya poco importaba. Era la primera vez que dirigía uno de sus puñetazos a su rostro. Cuando intentó subirle el camisón de raso tan sexy que llevaba, notó que Nami se resistió a su acercamiento, evadiéndole la cara. El hombre la abofeteó y le controló la dirección del rostro con una mano, obligándola a recibir su lengua hasta la garganta. Saborearle la boca a la hija pequeña del clan Kozono era muy gratificante para él. Era la única mujer de la familia que quedaba con vida y era suya. No veía el momento en el que lograra dejarla embarazada. No había parado de correrse dentro de ella desde la misma noche de bodas, a menos que estuviera en un viaje de negocios. Sólo era cuestión de tiempo. Le separó los muslos y, después de bajarse un poco la bragueta, juntó con fuerza su miembro contra su apretada entrada vaginal. Nami no emitió ni una sola sílaba cuando empezó a empalarla. Nunca lo hacía, a menos que empleara la fuerza en hacerle un daño físico muy acusado. Detestaba e idolatraba ese comportamiento de ella a partes iguales. Nami no establecía contacto visual con él en casi ningún encuentro. Pero esa vez quería oírla gemir no sólo de dolor, estaba cansado y borracho. Quería verla disfrutar. Era tan simio, que en realidad ni sabía cómo.

—Ponte encima —le ordenó, dejando de repente de moverse. Nami se hizo a un lado en la cama y se apoyó sobre sus rodillas sin decir nada, en lo que él se recostaba. La agarró del pelo para atraerla hacia donde se le antojó, sobre su propio cuerpo, y ésta se sentó poco a poco sobre él. Le soltó el pelo y la repasó con la mirada, ante la poca claridad que ofrecía al luz de la luna desde fuera. La mirara por donde la mirara, era perfecta. Buenos pechos, un culo respingón y apretado, y un cuerpo que en general era de infarto. Su pelo lacio, largo y oscuro lo hipnotizó desde la primera vez que la vio, y su mirada altiva. Porque sabía que esas miradas ingobernables eran igual que todas las demás. Al final, Nami era una simple mujer a la que había penetrado como había querido, su cuerpo era de su propiedad. Gimió de placer cuando la vio sujetar su miembro y sentarse de nuevo sobre él, pero de pronto se percató de que otra vez se lo quitaba. Echó la vista abajo y frunció el ceño.

—Ponte encima, no me hagas repetirlo. Muévete.

—Lo intento. No la tienes dura —murmuró, con un deje asquiento que él esta vez captó a la perfección.

—Eso es tu culpa. Sé una buena esposa y ponla dura.

Nami se escupió en la mano y trató de masturbarle a un ritmo medio, ni fuerte ni lento. Pero Inagawa fue el primer sorprendido internamente al ver que su pene no quería responder. Se sentía excitado pero su pene no se levantaba del todo, estaba a medias. Un quiero y no puedo. Esto le hizo sentir vergüenza y una bronca animal, y más cuando Nami volvió a abrir la boca.

—No se te pone dura. Por mucho que me siente se sale, porque está flácida —dijo con impaciencia, soltándosela y mirándole con un gesto inquisitivo.

—¿Que no se me…? —el japonés se irguió con enojo y cogió el cenicero de mármol de la mesita. Vio a Nami abrir los ojos al tomar impulso, pero la joven no pudo reaccionar a tiempo. Le estampó el objeto en la cara, volteándosela hacia un lado a la par que oía su gemido y de fondo, el cenicero rompiéndose contra el suelo.

Por fin. Un maldito gemido de esta perra.

Sintió satisfecho cómo su pene ahora por fin tenía un estímulo en dirección ascendente.

Nami suspiró entrecortada, y tuvo un amago de ponerse a llorar por el anestesiante dolor que sentía en los labios.

—PONTE ENCIMA, MALDITA PERRA. ¡¡YA!!

Nami tragó saliva con sangre y obedeció, sin permitirse el llorar en ningún momento. Dejó bajo tierra esos segundos de debilidad, los dejó atrás, y procuró enfocarse en lo que le pedía sin darle la satisfacción de derrumbarse. Esta vez le costó un poco más concentrarse para penetrarse, y hasta le dolió, porque el dolor y la tensión del maltrato le habían activado el sentido de la supervivencia por unos segundos. Se movió un poco hasta que su pene estuvo completamente en su interior. La chica entonces se puso con la espalda recta, aferrándose a sus pectorales, y comenzó un vaivén que para Inagawa supuso tocar el cielo con los dedos. Al cabo de unos minutos, Nami se echó hacia atrás siguiendo con sus sentones, moviendo las caderas, pero con las manos ya sostenidas en la cama. Él la agarró de la cintura y apretó mucho el ritmo, hasta que sus gritos se hicieron desbocados y volvió a soltar su esperma dentro de ella. Nami frenó las embestidas en cuanto supo que había acabado y se levantó muy rápido, pero él se lo esperaba, y la retuvo hacia él hasta que terminara, dejándola bien pegada y unida. Ni una sola gota saldría afuera. Nami tenía sensaciones muy, muy oscuras cuando mantenía relaciones sexuales con él. No le daría el placer de verla sufrir si podía evitarlo. Pensaba en aquello cuando recibió un brusco tirón de pelo y se le pegó a la cara, hablándole con el orgullo de un toro herido.

—Ponte de rodillas. Por mala esposa, también tu garganta va a enterarse de quién es tu amo.

Nami maldijo en su cabeza. Hacerle sexo oral era lo de menos, ya se había acostumbrado al asqueroso sabor de su miembro en la boca. Pero odiaba el sexo oral con él, y era porque él mismo era un asqueroso.

—Y si vuelves a morderme como la última vez, lo pagarás caro, sólo te digo eso.

Nami no sentía miedo alguno a sus amenazas, ni incluso después de herirla. El dolor físico no le daba miedo. Ni aunque la quemara con más cigarrillos. Sin expresión ninguna en la cara, se dejó conducir y comenzó a hacerle una mamada. Inagawa dio un suspiro de excitación. Los espejos del armario le devolvían esa magnífica imagen, de la chica imperturbable, siendo sometida mientras él la conducía bruscamente de la cabeza.

Esta perra hizo mamadas antes, aunque no lo reconozca.

Caminó con ella en esa posición hasta la pared y la sujetó de las muñecas en alto, notando los dos quejidos de garganta que hizo mientras le quitaba esa barrera de defensión. Nami detestaba tener las manos atrapadas. Trató de zafarse, pero entonces él empezó a ahogarla con su miembro al elevar y empujar la cadera contra su boca. Así pasaron cinco incómodos minutos para ella, haciendo frente a las arcadas que él quería provocarle. Eso era precisamente lo que buscaba; Nami se resistía hasta el final, hasta que su garganta y su paladar se cansaban de evitar las arcadas.

La soltó de una mano y le tapó la nariz, y sólo unos segundos después la chica comenzó a protestar. Inagawa tenía que concederle un tanto, nunca se quejaba hasta que ya estaba en las últimas. Al retirarle su miembro de la boca la oyó tomar una aguda bocanada de aire, agotada. La dejó a medias y volvió a forzarla con fuertes movimientos de cintura. Nami no aguantó más y cuando se la quitó ahora, le vomitó encima. A él le encantaba aquella asquerosa práctica. Le encantaba ponerla al límite de su aguante y su silencio, incluso le gustó la vez en que ella lo mordió, desesperada por evitar vomitar. Pero denigrarla era preferible, porque sentía también su carácter indómito y quería revertirlo. El vientre y el diafragma de la chica se contrajeron y soltó más vómito sobre su miembro, fue tan rápido que ni siquiera pudo apartarse. Y el hedor a la vomitona no tardó en inundarles a los dos, aunque a él le daba igual. Tres y cuatro arcadas más le provocó, hasta que la propia Nami buscó zafarse de aquella postura. El hombre empezó a reírse como un poseso, mientras sus nuevas descargas de semen aterrizaban sobre la pared. Nami tosía mientras se pasaba el dorso de la muñeca por la nariz, estaba con un asqueroso olor a él y a vómito provocado, la acidez había inundado sus vías respiratorias. Esta vez las arcadas no se le pasaron tan fácilmente. Se encontraba mal y tenía el nauseabundo olor en el paladar. Si hubiese sido Reika Kitami, ya estaría llorando como un bebé, lamentándose por la vida de maltrato que estaba llevando. Pero Nami se limitó a ponerse en pie y correr al baño, donde terminó de vomitar y posteriormente de asearse la cara.

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