CAPÍTULO 17. El quiebre emocional de Reiner
Tres semanas más transcurrieron de la primera salida de Hitch en Marley. Sus fibras musculares se habían recuperado por completo, sobreponiéndose a los diagnósticos médicos por los que había pasado. El salir a andar y a cabalgar había ayudado bastante en el proceso. Incluso con toda la vigilancia del mundo, Reiner no había podido impedir que consiguiera conocer a algunos eldianos de la zona, los pocos simpáticos a los que no les importaba compartir una conversación. El rubio se daba cuenta de la facilidad que tenía para darse a conocer. Así era lógico que todo el mundo, incluso él que estaba en el Cuerpo de Exploración, supieran quién era Hitch Dreyse de la Policía Militar. Con menudo elemento habían ido a parar, y para más inri, Pieck cada vez era más cercana a ella. ¿Tanta falta le hacían unos amigos a los guerreros? Se ve que estar 24 horas en el cuartel militar hacía mella.
—¿Y bien, Reiner? ¡¿Y si me escapo ahora, qué harás?! —le gritó a bastantes metros de distancia, su caballo había adelantado al de Reiner. Habían tomado como costumbre salir a cabalgar de vez en cuando, con el encubrimiento de Pieck la mayoría de veces. Ambos alegaban a sus superiores que debían explorar los campos de Marley más periféricos, pues eran los lugares ideales para acampar y no ser vistos si la amenaza de jaegueristas buscaban a la rehén. La realidad era, que ni Pieck ni él creían que los exploradores hubiesen entrado de incógnito como ocurrió la primera vez.
Al final Hitch fue la primera en llegar al árbol de tronco torcido, era esa siempre su meta.
—¡Sí, gané!
—Tengo al pobre animal agotado, ayer estuve patrullando hasta bien entrada la madrugada.
—¡Has perdido! ¡Perdedor! —se cruzó de brazos la chica, mirándole divertida. —Podría empezar a pedir cosas a cambio cada vez que gano al gran Reiner Braun…
—¿Comida de Marley? —sonrió, meneando las riendas del animal en dirección a ella.
—¡Sí! Pastel de maíz… eso me gustó mucho. Nunca lo había probado.
—En Paradis el trigo crece distinto, sí… —de repente un fogonazo lejano les distrajo. Hitch volteó al caballo y vio que muy a lo lejos de aquel campo se elevaban las murallas y más atrás se encontraba el puerto. Acababan de convertir a alguien en titán. En ese mismo momento Reiner vio que el puño de la chica se apretaba más fuerte en las riendas, pero en lugar de decir nada, se giró hacia él.
—Volvamos. Te echo otra carrera. El último le hace un masaje en los pies al otro. —Le guiñó el ojo y golpeó con ganas las botas al equino, que salió de un pistoletazo. Reiner le dio un grito y de igual forma salió tras ella, aunque los segundos de ventaja fueron decisivos. Había hecho más de cinco kilómetros a caballo esa tarde. El sol empezaba a ponerse.
—¡He ganado otra vez! —gritó Hitch emocionada, pasándose el índice por el mentón. —Un masaje en los pies mientras como pastel de maíz… qué rico.
—Sólo un premio, no seas abusona.
Cuando hicieron entrar los caballos al establo y les quitaron la montura, debían volver al cuartel.
—Te veo bastante bien ya esas piernas, no te duele al cabalgar y cada vez llegamos más lejos.
—La verdad es que me siento genial —corroboró la rubia, pasándose un mechón detrás de la oreja mientras miraba sus piernas. Después miró a los lados. —Oye, ¿Pieck no debería estar aquí?
—Debería. —Magath había reiterado a Reiner la permanencia de Hitch en los campos de concentración y sólo si era una situación de verdadero peso, llevarla al interior, pues la primera vez causó demasiado revuelo con los civiles. Así que la nueva rutina, después de cabalgar y cuando era fin de semana, Reiner dejaba a Hitch con Pieck mientras iba a comprar la cena, pues los domingos el cuartel estaba casi vacío. Se le ocurrió atarla con las riendas, pero al tomarlas y echar la vista a los establos, la vio haciéndole una trencita a su caballo.—¿Qué demonios haces?
—Cosas de demonios eldianos.
Reiner sonrió. Y sintió un quiebre emocional al hacerlo. ¿Por qué lo hacía? ¿Había sentido ternura? Su parte soldado, la renacida estando en el Cuerpo de Exploración seguía ahí dentro. Muchos pensamientos los había guardado recelosamente en su interior, tantos y tanto tiempo, que a veces tenía problemas para separar bien las dos personalidades que coexistían en él. Pero daba igual cuál parte se activara. Sabía que ambas habían empezado a sentir algo por Dreyse, lento, muy despacio, pero que se hacía notar de a poco.
—No voy a escaparme, ve tranquilo. Te esperaré aquí.
—Deja al caballo y ven aquí, Hitch.
—¡Pero si no tengo a dónde ir! —dijo soltando una carcajada, sin parar de acariciar las crines del alto caballo de Reiner, al que había terminado una trenza perfectamente hecha.
Maldita sea.
—Iremos mejor al puesto ambulante del campo de aquí. Vamos.
Al cabo de un par de horas, Hitch y él habían terminado de comer. La chica se echó en el respaldo con las mejillas coloradas y una expresión de paz en el rostro, empezó a estirarse.
—Gracias por la cena…
—La verdad es que estaba rico… creo que los de ese puesto deben de tener una receta secreta.
—Te gusta, ¿verdad?
—Sí, tienes buen paladar.
—Yo tengo todo bueno —dijo riéndose suavemente, esperando el contraataque del rubio. Éste negó con la cabeza divertido, y se puso en pie despacio.
—Todo no. Los policías militares no tenéis ni idea de lo que es pelear en condiciones.
Hitch abrió la boca, simulando estar ofendida.
—¿Me estás retando a un cuerpo a cuerpo, Reiner Braun? Podrías tragarte tus palabras… —le enseñó un puño apretado, sonriendo con fingida malicia.
—Te haré echar hasta el último choclo que te has tragado, ponte de pie.
Se levantó y metió la silla bien bajo el escritorio, siguiéndole con la mirada. Estaban los dos a reventar de comida, sabían que era mala idea. Pero no pareció importarles demasiado. Reiner miró a Hitch sin tomársela muy enserio, y con cuidado de no romper nada de la gran habitación, tomó carrerilla y se lanzó directo a sus piernas, agarrándola con la suficiente fuerza de las corvas para hacerla perder el equilibrio y que cayera de espaldas. En mitad de la caída, Hitch hincó su codo en el cuello del guerrero y le apartó la cara de ella, haciendo que al aterrizar en el suelo, él no pudiera acortar del todo las distancias. Reiner frunció el ceño al notar el puntiagudo codo femenino en su yugular, impidiéndole mover la cabeza. Había pensado bien: para hacerle cualquier maniobra necesitaba que no hubiera espacio entre sus cuerpos, y a la mínima que intentaba pegarse a la cara de Hitch ésta volvía a apretar, apartándole.
—Bien pensado, pero no es suficiente. —Susurró Reiner, que aprovechando que estaba encima, empezó a escalar poco a poco la rodilla a lo largo de la rubia. Pero de pronto sintió que le doblaba un brazo hacia atrás y lo enrollaba entre los suyos, y se le cambió la mirada. Esos segundos de duda le costaron más aún: vio la larga y delgada pierna de la policía flexionarse tras su cuello. Hitch dejó el brazo de Reiner por fuera y se agarró rápido el tobillo con las manos, logrando ahorcarle más y más al presionar su cabeza hacia adelante. ¡Un maldito triángulo me está haciendo!, Reiner empezó a enrojecer enseguida. Clavó los dedos en el muslo con fuerza, hasta que escuchó un grito y notó que Hitch cesaba toda fuerza en su pierna.
—Perdona, me… estabas ahogando… ¿te he lastim-…?
Hitch sonrió con maldad y le rodeó el cuello con los dos brazos, dejándolo boca arriba encima de ella. Intercaló sus dos piernas con las de él y las estiró para evitar que respondiera con ellas. Reiner notó que le practicaba un mataleón desde atrás muy bien construido. La palanca de sus brazos había sido demasiado limpia, estaba acabado.
—Ríndete porque sino no te soltaré. Esto me lo enseñó Annie después de… —Le instó Hitch, haciendo fuerza aún sin parar de apretar. Reiner palmeó uno de sus brazos para rendirse y la chica los abrió, riendo a carcajada limpia.
—Pero me has engañado.
—Se me ocurrió aprovechar mi posición de otra manera.
Reiner tosió un poco pero la verdad, había salido justamente escaldado, se lo merecía por subestimarla.
—Tanto músculo y que de nada sirva… —le picó la chica, paseando su índice por uno de sus bíceps. Reiner sintió que sus mejillas se coloreaban al oírla. Pero le sacó otro tema.
—Te lo enseñó Annie. ¿Después de qué…?
Hitch paró de mover el dedo y dejó caer cansada la cabeza en el suelo.
—Un comandante de la Policía Militar trató de… hacerme daño.
—¿Y por qué iba un comandante a hacerte daño? —Hitch recordó que le prometió a Marlo dejarse conocer, que no había nada malo en dejar que las personas conocieran partes oscuras de tu vida si eran de confianza.
—Se me ha escapado, no tienes por qué saber nada de eso —murmuró y se separó de él para levantarse del suelo. Reiner la siguió con la mirada. La agarró de la muñeca rápido, haciendo que le mirara.
—¿No te fías de que sepa guardar un secreto?
—Oye, Reiner, dime. ¿Saldré algún día de aquí?
Reiner alzó una ceja. Se quedaron varios segundos mirándose, y al final él bajó la cabeza.
—Sinceramente, no lo sé.
—O lo sabes, pero estás tan entregado a tu causa que no vas a decírmelo. —Se cruzó de brazos y desvió la mirada de él, dejándola en la ventana. —Supongo que en el momento en que mi utilidad sea nula me mandarán al paraíso a mí también.
—Habría que estudiarlo bien. —Reiner no podía decirle un no seguro, pues hasta él lo desconocía. Pero el hecho de imaginarla de rodillas ante ese maldito paraíso, siendo inyectada con… no. No podía pensarlo.
—Si me entero de que algo así va a ocurrirme, tendrás que matarme.
Reiner tenía la mirada muy ceñuda, aquel era un tema tan serio que no sabía ni cómo hablarlo con otra persona.
—Aunque te tengan presente, ahora mismo la mayor de nuestras preocupaciones es Eren Jaeger, y qué hará con su… maldito séquito.
A Hitch poco le importaba lo que Reiner dijera. Empezaba a creer que el escape era una opción menos suicida. Él se acercó a la ventana y se apoyó en el marco, observando los guardias que había en la planta baja del cuartel.
—Cuando era un soldado, las noches eran mucho más amenas. Se nos decía todos los días qué hacer, y era fácil pues en mi caso y en el de Bertholdt no empezábamos desde cero. Nunca se me dio bien el cuerpo a cuerpo, ya ves que… con un par de buenas técnicas me has dejado planchado.
Hitch sonrió. Una suave brisa de aire le meneó el cabello de aquel castaño tan claro que tenía, y Reiner se fijó en la longitud de sus pestañas.
—Las noches aquí en Marley fueron mucho más duras —prosiguió. —Pero desde que me ha tocado vivir esta nueva situación, dormir es casi imposible.
—Porque temes que me escape. Eso te traería problemas —dijo con una sonrisa relajada, y cerró los ojos instantáneamente. Pero notó de pronto que el hombre se le acercó más y se le puso la piel erizada cuando su mano se amoldó en su cintura. Abrió los ojos y le miró.
—Simplemente temo que escapes —susurró con la mandíbula apretada, como si le costara un mundo reconocer la verdad que tanto lamentaba.— Porque tú me… —la tomó de la cintura con ambas manos para tenerla frente a frente.
—Reiner…
—Siento… que haya ocurrido así. Lo he mantenido en silencio el tiempo que he podido. Sé que es una situación surrealista y que no quieres verme, que me tienes un odio inconcebible.
Hitch suspiró al oírle decir todo aquello, sopesando el valor de todo lo que ocurría. Dentro de las horribles circunstancias que la mantenían allí enclaustrada, no podía negar que veía mucha parte de soldado aún en Reiner, un soldado incluso fiel aún a Paradis. Su extraordinaria observación y análisis de lo que ocurría a su alrededor le había bastado para saber que su prima Gabi, Falco, su madre y su padre marleyense le habían traído también muchos quebraderos de cabeza. Ser eldiano en Marley era una maldición. Y ser titán cambiante, una responsabilidad demasiado grande. Y ella estaba confusa por sentir un lazo sentimental hacia él también, que cada día se fortalecía, a pesar de que ninguno quería que así fuera. El roce era constante, el trato era constante, se veían todos los días, a todas horas y ella había conocido muchos trazos personales de la vida de los cambiantes.
—No te odio —musitó con una voz queda, y Reiner abrió los ojos al escucharla. Se pegó a la frente de ella y unió la nariz con la femenina, acariciándola despacio. Ahora sí que sentía el suave olor de Hitch, el mismo que en sus sábanas. No sabía qué parte de él estaba activa en ese momento. Ni siquiera quería pensarlo. Abrió despacio los labios al acercarse y tomó con ellos el labio superior de la fémina, que tardo unos segundos más en corresponderle. Por muy clara y decidida que fuera, Hitch también tenía un mar de dudas al estar haciendo aquello con el hombre que meses atrás había colaborado en su rapto. Era una mujer muy dura, costaba verla interesada en alguien, porque era muy buena escondiendo lo que sentía. Pero la coraza de los dos estaba cayendo a pedazos cada vez que sus labios se unían, una y otra vez. Sintió la mano grande del guerrero acariciándole la parte posterior de la cabeza, luego la nuca, y poco a poco le agarró la blusa por el doblado del cuello, separándolo de su piel para meter él la boca, empezando a succionar con fuerza en uno de sus hombros. Oyó el suspiro de Hitch y la acorraló en esa posición contra la pared, pegando su cuerpo al de ella. De pronto un fuerte golpe a la puerta los hizo dar a los dos un brinco y separarse rápidamente. Hitch se acomodó la blusa y se sentó apartada en la cama; Reiner gruñó por lo bajo, con una poderosa erección en la entrepierna que no había por dónde ocultarla. La situación pudo haber sido cómica, sin embargo, el sólo hecho de pensar en las repercusiones que podía traerles hizo que ni ella fuera capaz de mirar a la puerta, que cada vez se golpeaba con más fuerza.
—¡Braun! ¡Abra la maldita puerta!
—Voy, señor. —Se dobló la chaqueta en el antebrazo por delante y desbloqueó la cerradura, saludando a Magath.
Aquella especie de sargento, frío y sin expresividad, entró a la habitación y miró a la reclusa, y luego a él.
—Guerrero, necesitamos a su titán. Esta vez para levantar peso, una infraestructura del puerto que vigilaba la costa ha caído. Probablemente haya sido Jaeger.
Hitch abrió los ojos y los miró, poniéndose en pie despacio. Magath la vio moverse por el rabillo del ojo y la señaló.
—No muevas ni una sola pestaña en mi presencia —Hitch volvió a sentarse y retiró la mirada.
—Le veo allí.
—Sí, señor.
Magath se fue tan fortuitamente como llegó.
Isla Paradis
Armin no había dejado de visitar la prisión subterránea donde Annie permanecía cristalizada. Algo le decía que podía oírle, y eso le animaba a ir todos los días y compartir con ella lo que iba ocurriendo en el pueblo, o simplemente anécdotas tontas cuando sentía que debía de estar aburriéndola soberanamente con tanta guerra y papeleo. Hacía dos meses le contó que Hitch Dreyse había sido secuestrada y que un grupo de reclutas se habían infiltrado en Marley, pero no obtuvieron éxito. La confirmación de que la raptada había sido Hitch era un hecho, pero lo único que se sabía aparte de eso era que parecían estar cuidando las heridas con las que había llegado allí. Armin temía que sus enviados también hubieran sido encontrados, porque a ellos sí había información de utilidad que podían sonsacarles. Sólo esperó que por lo menos continuaran con vida, pues ya ninguna carta más habían recibido de ellos, ni siquiera escondida en los barcos del mercado negro.
Armin pensó que el tema de su compañera de habitación la haría despertar, pero no fue así. Y como Hange y Levi empezaban a demandar cada vez más su presencia para los preparativos de una nueva barrera armamentística en caso de más golpes extranjeros, cada vez apareció menos, y cada vez menos. Vendría pronto otra estación fría y Armin notaba la tristeza en todos los rostros con los que se cruzaba, la preocupación en los civiles. Empezaba a no ver el fin y temía que los ocho años de vida que le quedaban no fueran suficientes para enmendar nada.
Esa noche, charló hasta altas horas de la madrugada con Mikasa acerca de las futuras intenciones de Eren. Era un tema recurrente, puesto que la de pelo negro debía lidiar con la necesidad de estar con él de alguna forma, aunque fuera hablando de su persona. Y a Armin le servía también para comprender que si había algún loco en toda aquella historia, por lo menos no sería él… si es que eso servía de algo, en un mundo donde todos los demás sí estuvieran con la chaveta perdida. Fuera como fuera, había ideado un plan complejo y sencillo al mismo tiempo. Si aquello tenía éxito, por lo menos tendría una preocupación menos encima. Pero aunque el plan tuviera sólo dos pasos, estos eran bastante complejos. Sólo el tiempo le confirmaría el éxito o el fracaso.