CAPÍTULO 17. La firma hacia la libertad

Dormitorio de Historia
La fiebre amainó al día siguiente. Ymir había intentado no separarse de Historia, aunque gran parte del tiempo que pasó en su cama fue dormida a pierna suelta, pues el viaje y el trabajo la habían dejado destruida. Cuando el alba transcurrió, Historia se giró despacio y alcanzó con la mano el vientre liso y fibrado de Ymir, sin darse cuenta ninguna. La joven parpadeó despacio y cuando abrió bien los ojos, se fijó en que Ymir ni se había inmutado. Quitó la mano de ella rápido. No recordaba que se hubiera acostado en la misma cama. No le facilitaba las cosas que se pusiera ahí al lado, en absoluto. Cuando se alejó un poco y se sentó para alcanzar el vaso de agua, vio que Ymir tenía una incipiente erección. La miró a la cara despacio, estaba dormida. La zarandeó bruscamente, haciendo que la mujer abriera de pronto los ojos, confundida. Se sentía inundada por una profunda sensación de sueño.
—Llevo tiempo queriendo hablar contigo. ¿Tienes algún sitio al que ir ahora?
La morena levantó brevemente la cabeza y se frotó los párpados, irguiéndose un poco para sentarse. Negó con la cabeza y se puso su camiseta.
—Como te dije, me gustaría que firm-…
—No vas a irte —le contestó tajantemente.
Historia tragó saliva y pensó una manera distinta de pedirle aquello. Pero… no lo iba a hacer de otra manera.
—Sí voy a irme. Lo quieras tú o no.
—Inténtalo. —La vio ponerle una cara que fácilmente era la traducción de «Muévete y acabo contigo». Historia frunció el ceño e inspiró poco a poco. Se alcanzó la camiseta y se la puso por encima. La noche anterior no habían hecho nada, sin embargo, Ymir le había quitado el camisón y la dejó desnuda, que era mejor que estar con ese trapo empapado cuando padeció fiebre. Por suerte, la maldita vía de su brazo también fue retirada, adornándole ahora un moratón en su lugar. La morena pareció tener un cortocircuito al verla vestirse. La siguió con la mirada, callada, y cuando la vio ponerse bragas y pantalones se puso en pie de un salto, cerca de la puerta. —La verdad es que ahora que estás bien, quiero que te dejes la ropa quitada. Así que ya me has oído. Quítate la ropa.
Historia apretó los labios intentando no escucharla, y sobre todo, luchando contra la fuerza con la que el miedo la atraía a obedecerla sin rechistar. No cayó. Siguió poniéndose las zapatillas y cuando se acercó a la puerta Ymir la agarró del brazo, con una sonrisa que ya de por sí resultaba violenta.
—Vuelve a la puta cama.
—Que me sueltes, joder. —Zarandeó el brazo con fuerza pero no logró que la soltara. La apretó con más fuerza, y esto hizo que Historia la mirara con rabia. —Mírate. ¿Qué quieres, volver a partírmelo?
Qué coño es esto. ¿Quién se cree que es? Ymir empezó a perder los nervios.
—Vuelve a la cama. —Dijo arrastrando la voz, sin apartar ni un segundo la mirada de sus pupilas. Soltó su brazo, pero la encaro con el mentón. Resultaba muy intimidante, pero Historia luchó por no echarse atrás.
—Te lo quiero pedir por las buenas —le contestó.
—Ese no es un contrato que tú puedas romper por las buenas. ¿No te lo explicó tu mamaíta? Eres mía, MÍ-A. Jamás firmaré.
Se notaba la humedad en los ojos, Historia deseaba llorar, pero no quería darle el placer.
—Mira… ¡¡que te jodan!!
Dio un respingo y cerró los ojos con fuerza al ver que dirigía la mano abierta hacia su cara, pero no notó impacto alguno. Abrió despacio los ojos, asustada, para encontrarse con la expresión iracunda de la morena y su mano en alto, temblando. Ymir tenía los dientes apretados y bajó la mano temblorosa, dando un paso atrás.
—Mira la mierda que me estás haciendo hacer. ME HAS HECHO DÉBIL.
Como si le diera una especie de retorcimiento interno, empezó a dar vueltas por la habitación. Historia sentía que el corazón le iba a explotar, pero una cosa era cierta: era la primera vez que frenaba sus instintos violentos. No sabía por qué lo hacía, pero no viviría otro mes más teniéndole miedo para averiguarlo.
—Siento que esto no haya funcionado. Lo he intentado, pero… no puedo tener este estilo de vida. No puedo aguantarlo. Además, no sentimos lo mismo por la otra.
—Cállate. —La señaló a distancia, y se sentó rápidamente en la cama para terminar de vestirse. Parecía estar respirando nervios.
—Los papeles. Por favor.
Ymir parpadeó deprisa, con la mirada en una pared. ¿Por qué coño se prestaba a oírla? Le estaba exigiendo que firmara. Quién coño se creía… pero…
De repente…
Se iba.
Se quería ir.
Se iba a ir.
Y si postergaba mucho más aquello, con lo tozuda que era, se escaparía. O lo intentaría.
Le meterían un tiro antes siquiera de que llegara a la segunda parcela.
Y ya está, otra muerta más a la lista.
Historia veía cómo Ymir se quedaba atónita mirando la misma pared, sopesando aquellos pensamientos. De manera siniestra se giró a ella y la miró fijamente, bajando el tono de su voz.
—¿Qué quieres? ¿Más dinero?
Historia se quedó de una pieza al escucharla. Tardó unos segundos en reaccionar, quizá demasiado, cuando quiso contestar Ymir estaba delante de ella.
—Claro que no… Ymir, no es eso… agradezco todo lo que has hecho por velar por la salud de mi padre y los negocios de mis hermanos… y… no tienes que mantener nada de eso para retenerme aquí. No me interesa el dinero.
—A todo el mundo le interesa el dinero. Y ya pagué tu precio —la encaró, sujetándola de ambos hombros. —¿¡QUIERES MÁS DINERO!? ¿¡CUÁNTO QUIERES!?
—¡No soy un maldito objeto! ¡Si acepté fue por mi padre! ¿¡Vale!? ¡¡Jamás podría aceptar esta maldita jerarquía por propia voluntad!! —le gritó enfadada y se quitó las manos de encima, abriendo la puerta. Ymir apretó la boca y la volvió a agarrar, cerrando la puerta y aprisionándola contra ella.
—No me grites.
—¡No me pegues, joder! ¿¡Nadie te enseñó a tratar a una mujer!? ¡Suéltame! ¡QUE ME SUELTES! —gritó mucho más fuerte y se zafó de sus brazos. La pecosa abrió los ojos al oírla gritar de ese modo, y dejó de hacer presión por un par de segundos. Historia respiraba con dificultad, sestaba muy, muy cansada por la noche que había pasado. Se logró voltear y con mucha dificultad, forcejeó con su mano para ser ella la que alcanzara el picaporte. Forcejearon de nuevo, pelearon por agarrarlo, pero Historia oyó un breve sollozo y paró de insistir, llevando la mirada a Ymir. Ésta estaba tan acelerada que no la dejó ni que le viera el rostro. Se fundió con su boca rápido, apaciguando allí el frenesí que tenía en el cuerpo; Historia notaba cómo sus uñas se adherían imperiosas sobre su cuerpo. Logró apartar la boca, pero Ymir la volvió a atraer por la fuerza para comenzar otro beso. Tenía la cara húmeda.
Se cree que para mí no es duro… lo quieres tener todo, pero no puedes…
Para colmo, estaba demasiado débil. Haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban levantó con fuerza la rodilla y le asestó una patada aniquiladora entre las piernas, que le cortó a Ymir la respiración de golpe y con la que la tiró al suelo, en una convulsión seca. Historia se arrepintió al segundo, tapándose la boca.
—Per… perdona…
Sus únicos referentes para conocer el dolor de una patada en las partes nobles eran sus hermanos, una zona que según la fuerza, también podía ser peligrosa. Ymir se apretaba allí con las manos y, muy poco a poco, dejó de ovillarse para sostenerse a la mesita de noche. Fue irguiéndose pero a mitad de camino tuvo una arcada.
—Perdona… no… no me dejas opción —apartó la mirada. Ahora sí que va a darme una paliza.
Ymir no vomitó, pero a punto estuvo. Pudo contenerse. Cojeó un poco pero al final se puso por delante de ella de nuevo, mirándola fijamente.
—Antes de que hagas nada… por favor, piénsalo bien. —Susurró Historia. —Siento haberte hecho daño.
—¿Quieres una propiedad a tu nombre? ¿Más inversiones en el negocio de tu familia? Dime qué coño quieres. Qué —dijo con los labios apretados, fruto del dolor que sentía en la entrepierna.
Historia negaba con la cabeza según hablaba, suspirando al final. Al levantar la mirada hacia ella se puso triste.
—Ser libre.
Ymir la miró fijamente y bajó la mirada por su cuerpo, pensativa. El dolor amainaba, pero otro resurgía. Tenía que ser sincera.
—No quiero que te vayas. Yo…
La rubia se acarició la nuca, algo agobiada por la situación. Al bajar la mano se quedó un rato pensativa, hastiada.
—Ymir, no puedo continuar viviendo aquí. Cuando entré lo hice por la presión de mi madre y mis hermanos, se necesitaba dinero con urgencia y sinceramente… una gran parte de mí creía que ni siquiera sería seleccionada. Siempre me he visto poca posa. O al menos, no soy de las que fardan de belleza por ahí… pero desde luego, aquella noche en la que me hiciste tanto daño…
—Yo no f…
—No me interrumpas. Ya sé que te envenenaron. Pero siendo honesta, tu trato hacia mí desde el primer día ha dejado mucho que desear. He intentado hacerme la idiota y no ver tampoco cómo has tratado al resto de chicas o cómo las tratan algunos de tus amigos, pero de verdad… esto es inhumano. No quiero formar parte. Quiero irme porque tengo constantemente miedo de ti, y… no espero que sepas lo duro que es tener miedo de alguien por quien sientes tanto, es muy duro, créeme… necesito separarme. Un tiempo. —Ymir parecía haberse quedado en el limbo, no respondía. Así que retomó lo que decía. —Pensar bien lo que quiero hacer con mi vida. Aquí me siento encerrada, vigilada, y aunque el viaje fue precioso, no quiero seguir teniendo un sello en mi pasaporte que me titule como «esclava de Ymir Fritzel». Esta jerarquía da mucho asco. Tú… tú buenamente has dicho que si no te complazco o entretengo lo suficiente, llamarás a tus amigos para que me hagan lo que quieran.
Sorprendentemente, Ymir no dijo nada, no volvió a interrumpirla. La miraba, pero sus labios de vez en cuando se apretaban contenidos y ya está. Historia prosiguió.
—No formaré parte de ella. No quiero saber nada de los alfas… y tampoco de los betas. Quiero vivir completamente al margen de todo este escalafón macabro que tenéis estructurado. Ymir, yo… —la volvió a mirar, sonriendo con debilidad. —He intentado conocerte más en profundidad, pero no te dejas. Cada vez que noto que me acerco y que doy un paso hacia adelante, me das un empujón hacia atrás. Y… esto me lleva a decirte que… —elevó los hombros, reteniendo el aire antes de hablar. —Estar contigo se me hace demasiado duro. Una cosa es la conexión que tengo contigo y otra muy distinta mis sentimientos hacia ti. Estoy enamorada. Pero no voy a estar al lado de alguien que me amenaza, me grita, me pega y me viola porque cree estar en pleno derecho de hacerlo. Además, yo… yo te quiero demasiado. He perdido la cuenta de las noches en las que me he ido llorando a dormir porque sabía que te estabas acostando con otra persona. Hay algo llamado dignidad y creo que si me voy ahora, todavía puedo conservar.
Fidelidad. Monogamia. Esos términos bailaban en la cabeza de la alfa como si fueran de otro planeta. Esos términos eran propios del mundo humano. No de su mundo.
—Tenéis el cerebro lavado desde niños. Es normal que todo esto que te estoy diciendo te parezca una locura. Lo siento mucho. —Tocó a Ymir de la cintura, pero esta no parecía reaccionar. —Tengo que cuidar de mí misma… sé que en el fondo de tu corazón, hay partes en las que me has entendido perfectamente. Así que por favor… te lo pido por favor… deja que me vaya. Sé que lo harás si sientes un mínimo de aprecio por mí.
Ymir pareció entrar en un terreno tan movedizo y distinto al que estaba acostumbrada, que no sabía qué hacer. No podía tener una relación exclusivamente con Historia, pero tampoco podía prometerle que la desobediencia no acarreara consecuencias violentas para ella, era la manera en la que le enseñaron desde pequeña que podía hacer para que sus betas la respetaran. Funcionó siempre, hasta que llegó ella. Pero todos esos pensamientos se nublaron cuando, de nuevo, la rubia se agachó a sacar del cajón los papeles.
Haz algo, le decía una vocecita interna.
—Intentaré domar mi mal genio para no pagarlo contigo.
—No, Ymir —sonrió dulcemente. —No está sujeto a debate. Sólo quiero irme y que entiendas por qué.
—Por favor… —a Historia se le cambió la cara al oírla hablar así. De repente, Ymir bajó al suelo y se acercó a ella caminando con las rodillas. Envolvió sus caderas con los brazos y pegó la cara en su vientre. Tardó mucho en decir nada. Aquello era humillante para cualquier alfa, pero no podía pensar con claridad. Tenía la voz lastimera. —Por favor, no quiero que te marches… por favor…
—¿Qué… qué…?
—No me dejes… puedo… voy a…
—¿Vas a qué?
Ymir soltó un sollozo fuerte, resguardada en la camiseta de Historia, pero a la mínima que movió su rostro para tratar de hablar se le quebró la voz, angustiada. Volvió a sollozar, con la espalda temblando ante cada respiración compungida.
Mierda…
—… No llores, Ymir. No me lo hagas difícil.
—Que no quiero que me dejes, joder. Dame unas condiciones, deja que las… —volvió a respirar mal sin querer, sintiendo que iba a quebrarse de nuevo. —…Deja que las sopese y quizá…
—La que tiene que pensar soy yo, Ymir. Me has hecho mucho daño… mucho más del que crees.
—No has parado hasta que me has visto de este modo, tú… —dijo con rabia, Historia notó que la mirada de sus ojos había cambiado un poco, como si se viera acorralada y no le quedara más forma de esparcir su dolor que así. —Te puedo atar como un perro a un PUTO poste todo el día si quiero…
—¿¡Por qué eres tan cabezona, maldita sea!? Te he dicho que…
—Quieres cosas que no puedes obtener. Tú… eres… sólo una… —dijo consumida, apretando mucho los dientes.
—¿Puedes calmarte…? Hey… —la mirada de Ymir perdió fuerza cuando Historia la tocó de las mejillas, notando la delicadeza de sus dedos. Y es que Historia no podía seguir cediéndole terreno a ella ni al miedo, tenía que verse confiada y tranquila cada vez que Ymir perdía los estribos, si le dejaba ver lo atemorizada que estaba o lo que le afectaban sus palabras, Ymir se sentiría más fuerte y acabaría logrando convencerla por las malas. Al fin y al cabo era lo que había conseguido siempre. El primer impulso de la morena iba a ser lanzársele encima, pero finalmente parpadeó y se fijó mejor en ella. Notó el miedo contenido en sus ojos, pero fuertemente domesticado bajo un ceño fruncido. —Eso es… respira… respira, Ymir…
Esta mujer no está bien. Si se hubiera abierto más a mí, sabría por qué clase de traumas ha podido pasar. No es normal actuar así, pensó la más baja.
La morena deslizó la mirada hacia abajo, y un parpadeo dejó desprender otra lágrima que cruzó su mejilla. Historia tragó saliva, intentaba que no se le notara la fuerte impresión que le suponía verla tan triste. Calmó a la fiera, acariciándola de la mejilla despacio.
—Ymir… ¿podrías dejarme listos los papeles para mañana?
La morena subió despacio la mirada hacia sus ojos y pensó largo y tendido. No tenía por qué hacerlo. Sin embargo, y llevada por un arranque de empatía en el que Historia volvía a aparecérsele en pesadillas tratando de cortarse el cuello… asintió.
Cuando asintió, se sintió asombrosamente débil. Historia le sonrió y siguió acariciándola de la mejilla, pero Ymir la empezaba a contemplar como si fuera una especie de lobo con piel de cordero al que acababa de salvar. Su parte realista sabía perfectamente que si la retenía por mucho tiempo más, lo acabaría lamentando. No podía pasarse más años sufriendo por muertes perfectamente evitables. Si no quería estar con ella, aunque le jodiera en el ego, tenía que dejarla irse.
Los dedos de Historia se deslizaron tenuemente por su rostro hasta que acabó despegándose del todo, Ymir abrió los ojos y vio cómo en lugar de volverse a acostar, marchaba por la puerta.
—Déjame dar una vuelta por la casa en tranquilidad y… cuando vuelva, llamaré un taxi para que me lleve de vuelta a mi casa.
Cerró la puerta y se fue. Ymir alargó desganada una mano hasta el cajón de la mesita y sacó un bolígrafo. Lo destaponó y firmó todos los papeles, absolutamente todos. No pasaron ni diez segundos cuando Historia oyó a sus espaldas la puerta. Ymir salió con ellos en la mano y cuando la tuvo delante bajó la mirada, entregándoselos. Bajó el tono de voz porque temía ser oída. Historia la miró atenta, tomando los papeles y comprobando que estaban todos firmados, pero la morena la sujetó rápido del hombro, para que le prestara toda la atención.
—Tómalos y… márchate de la casa. —La miró fijamente, sin expresión. Le tendió también el móvil que antes le pertenecía. —Te prepararé un coche y mañana te mandaré tus pertenencias. Pero te lo pido por tu bien, sal de aquí antes de que me arrepienta.
Historia tragó saliva y asintió rápido.
Quince minutos más tarde, atravesaba el enorme portón de la mansión y ya había un coche esperándola. Ningún guardia la retendría.
Se marchó.