CAPÍTULO 17. La liberación
Quedaban sólo dos meses para los exámenes finales y el comienzo del verano. Ingrid había faltado a clases una semana, lo que necesitó su piel para disimular los moratones y curar las heridas que su padre le había provocado. Debido a que aún no tenía bien desarrollados los poderes de su sello, la regeneración era lenta, casi igual a la de un humano común.
Ryota la puso igualmente sobre aviso de que los años que le quedaban por cursar, sería en un internado a kilómetros de cualquier civilización.
Las horas en su habitación todo aquel tiempo se le habían hecho tan largas, que incluso su enorme cuarto le pareció pequeño. El único aire que podía tomar era en la piscina cuando la familia no tenía invitados o alguna reunión laboral, o en su propio balcón. Como era un castigo que Ryota le había impuesto a largo plazo, a pesar de volver a las clases presenciales, tenía cada paso que daba controlado. No le fue tan fácil volver a comunicarse con Mia o Simone sin ser vista por algún tercero.
Pero como todo padre ocupado y un castigo a un hijo que no era siempre el cometido prioritario, poco a poco tanto Akane como Ryota volvieron a sus dinámicas vidas y el control sobre Ingrid mermó notablemente después de un mes. Ingrid no les dirigía la palabra si no era el último recurso necesario. Su padre le había bloqueado las tres tarjetas bancarias que tenía para uso de ocio, por lo que la adolescente empezó a recurrir a sacar dinero de las cajas fuertes de sus hermanos. El único avispado que cambiaba la cerradura de vez en cuando era Kenneth. El resto, era pan comido. Ni siquiera llevaban un conteo de los fajos.
Por otro lado, el tiempo a solas le sirvió para avivar los sentimientos que sabía que no se irían. El consumo de la pornografía aumentó drásticamente. Quería empaparse de todo vídeo y practica sexual que no conociera. De los juegos que se estilaban entre parejas, de los movimientos bucales que hacían hombres y mujeres para maximizar el placer de la persona a la que practicaban sexo oral. En su ”estantería mental”, los pocos estantes que quedaban por rellenar se atiborraron de información sexual que no podía llevar a la práctica. Tampoco podía acceder a dominios que pudiesen alertar a la red de su padre. Tenía que ir con mucho cuidado si no quería pasar de nuevo por otra paliza. Cuando su padre le había asestado aquellos golpes, en lo único que podía pensar era en una cosa…
…yo no he hecho nada malo. No he hecho nada. No he hecho nada.
Y si lo hice, no me arrepiento.
No tardó en ahondar en prácticas todavía más rocambolescas. El BDSM no tenía fin. Los blogs sexuales de un montón de mujeres y parejas contando sus experiencias en una mazmorra o club swinger, tampoco. Eran lugares que a Belmont no le despertaban realmente interés per se. Pero lo que sí le despertaba interés y una urgencia casi natural, era la de masturbarse a falta de sexo. Se había hinchado, pero también llegó un punto en el que le comenzó a aburrir hacerlo ella misma. Sus juguetes se le hicieron monótonos. El más grande de los dildos ya no le molestaba lo más mínimo, había adecuado y ejercitado su vagina hasta el agotamiento. Necesita hacer otras cosas.
De madrugada
El móvil empezó a vibrarle en el pecho. Se había quedado dormida mientras consumía un vídeo lésbico. Poco a poco fijó la mirada en la llamada: era Hardin. Sus pupilas se agrandaron ligeramente.
—¿Sí…? —Ingrid miró el reloj sobre su mesita de noche. Eran las tres de la madrugada.
—Ah… Belmont… ¿eres tú? ¿Puedes oírme?
—Sí. ¿Has cambiado de número…?
—¡¡Sí!! Me ha costado una paga entera… pero llevo sin saber de ti mucho tiempo. Siento las horas, la verdad es que no pensé que fuera a funcionar.
—Hardin, ¿qué estás haciendo…? ¿Cómo es que…?
—Te echo de menos —la cortó. Ingrid paró de hablar y se fue incorporando poco a poco de la cama—. Hansen me ha dicho que no puedes casi hablar con nadie… y que te tienen vigilado el móvil.
—Bueno… ya no es tan así. Donde más vigilada me tienen es en las aulas.
Simone sonaba preocupada.
—Me lo figuraba… he… he oído que tu padre se ha enterado de lo que hicimos y que quiere que estemos separadas.
—Y lo está consiguiendo. Pero ya se me ocurrirá algo.
—Verás, Belmont… yo no quiero crearte ningún problema. De verdad que no. Si esto ha escalado tanto, prefiero que no te vean conmigo y limitarlo a conversaciones de móvil… en serio, para mí sólo con eso estará bien.
—Pero para mí no —murmuró tras unos segundos. Simone tragó saliva.
—Yo… no sé qué decir…
—¿Puedes salir de casa ahora? ¿Y dirigirte donde yo te diga?
—¿Qué…? Sé que no debería decirlo yo precisamente, ¿pero has visto la hora que es?
—Te pagaré el taxi.
—Madre mía, Ingrid… oye… esta casa donde yo vivo no es como la tuya. Si hago más ruido se despertarán y empezarán a hacerme preguntas.
Ingrid resopló largamente. Tenía sueño, no podía pensar con claridad. Lo único que sabía era que se quería largar de casa.
—Pero quiero verte.
—Intentaré escaquearme… lo tengo más fácil.
—¿Tus padres se han enterado de lo que hicimos?
—N-no… no les he dicho nada. Me moriría de la vergüenza.
Já… muy bien. Mejor que esos palurdos no sepan nada. Los míos tampoco lo dirán por ahí.
Hotel
Ingrid fue extremadamente cautelosa con cada instrucción. Y Simone las cumplió impecablemente. No sin muchas precauciones de por medio, la castaña consiguió trasladarse sin levantar sospechas hasta el hotel donde había quedado con Simone Hardin.
Cuando le abrió la puerta y se encontraron frente a frente, Simone casi se le tira encima, pero Ingrid la frenó y miró antes hacia los lados.
—Entra. Has ido mirando por los sitios que te dije, ¿no?
—Sí. No me ha seguido ni un mosquito, te lo prometo.
Supongo que no. De lo contrario ya estaría siendo abofeteada de nuevo, pensó Belmont. La dejó entrar a la habitación y cerró con llave.
La calidad de la habitación había bajado considerablemente. Hardin se culpabilizó por pensar así, pero era imposible que su cerebro no comparara aquel cuartucho con el primero donde habían tenido relaciones. Se preguntó si era cuestión de dinero o de evadir el radar de sus padres. Tenía pinta de ser esto segundo. Lentamente fue retirándose por los hombros su abrigo, mientras miraba el papel resquebrajado de una de las paredes.
—Ingrid… ¿estás bien? Ha pasado bastante tiempo… ¿sabes la de noticias que hay en la academia? —comentó. Cuando dirigió la mirada hacia ella, la vio quitándose el vestido y el sujetador. Eso le pilló desprevenida, y antes de verle los pezones apartó la mirada—, ah, eh…
—Quítate el resto de la ropa. He traído juguetes —musitó con un deje divertido, ya sólo le quedaban las bragas por sacarse.
Vaya, ni siquiera me ha respondido. De golpe, acudieron a ella los últimos recuerdos que tantas veces había materializado antes de irse a dormir: Ingrid empujándola con fuerza, frotándose gustosamente y con una preciosa y agitada expresión de placer mientras le apretaba los senos. Había recordado aquello muchas veces, con cariño. Y todas las noches se había dicho a sí misma que quería repetirlo. Aunque ahora que Belmont estaba frente a ella semidesnuda y pidiéndole que se quitara la ropa, ahora que sabía que era real, se puso más nerviosa.
—Y qu… qué… ¿qué juguetes son? —dijo intentando no parecer boba. Se deshizo de las botas y de su falda.
Ingrid le echó una última mirada antes de girarse a su mochila. Le gustaba cómo había venido vestida, pero no reparó más de un par de segundos en su vestuario. El corazón ya le estaba advirtiendo del jolgorio que iba a darse después de tanto tiempo y ya estaba irrumpiendo poco a poco en sus pensamientos racionales. Sacó de la mochila dos cajas. Había cargado previamente los aparatos que pensaba introducirle, y uno de ellos, el más grande, ya lo había testeado ella misma. Pero Ingrid se daba cuenta cada vez más rápido de que no le provocaba lo mismo masturbarse sola. Quería que una mujer lo hiciera.
—¿Por qué tardas? —preguntó. Simone dio un respingo al escucharla y eso la hizo parar unos segundos de tocar su cinturón. Belmont centró la mirada y se dio cuenta de que seguía teniendo el dedo morado y vendado.
¿Aún no se ha curado? Ya ha pasado tiempo.
—Voy… es que soy estúpida, y volví a hacerme daño al salir de la ducha.
—En serio —dijo, arqueando una ceja. Apoyó la espalda y cruzó lentamente los brazos por delante de sus propios senos, mirándola en silencio. Simone tragó saliva y volvió a centrarse en el cinturón de tela que estaba cosido a la falda. Logró con algo de apuro desenredarlo y la falda se deslizó por sus piernas hasta caer sobre la alfombra. Ascendió las manos a la camiseta y con movimientos lentos logró también quitársela.
Ingrid parpadeó, fijando las pupilas en aquellos enormes pechos que tenía bien apretados en el sostén. No parecían de su talla, sino una menor. Sonrió un poco.
—¿Vas a quedarte ahí? —susurró sonriendo algo avergonzada.
—De momento sí. Quiero que te toques.
—… —Simone perdió un poco la sonrisa, golpeada de nuevo por el peso de la inexperiencia. Miró la cama y se concedió, ahora que le daba la espalda, unos segundos para pensar.
¿Que me toque…? Maldita sea… qué vergüenza…
Con las mejillas rojas, se abrió el sujetador y lo dejó caer también en el suelo. Avanzó hasta la cama.
Ingrid por fin se despegó de la pared y retomó los juguetes que había dejado a un lado. Lanzó uno tan cerca del cuerpo de Simone que ésta bajó los ojos hacia el objeto.
—Belmont, ¿qué has traído? ¿Qué se supone que tengo que hacer con esto? —se sentó en el borde de la cama y tomó la caja. No le agradaba aquel objeto a la vista, y parecía demasiado largo.
—Quiero… ver si te ocurre lo mismo que me ocurrió a mí —dijo con una sonrisa en los labios—. Pero primero, tócate.
Simone aferró los dedos de la mano más en la caja, mirándola de hito en hito. Sentía aversión aún al sexo en muchas de sus múltiples vertientes. Lo único que la empujaba a hacer aquello era el amor y la fascinación que sentía por su amiga. Suspiró bajando la mirada hacia el suelo y cerró los ojos, avergonzada.
—Eso es muy vergonzoso… me estás mirando muy fijamente.
Ha venido depilada. Bien…
Ingrid sonrió más ampliamente y acortó distancias con ella. Su seguridad era tal que Simone fue echándose poco a poco sobre la cama según se acercaba. Levantó su mano sana hacia su mejilla, pero la castaña le apartó el brazo, la volteó y presionó una de sus escápulas con la suficiente fuerza para tumbarla bocabajo en la cama.
—E… ¡eh…! —la miró por el rabillo del ojo.
—No me importa hacer yo las cosas. Pero a veces necesito que la otra persona ponga de su parte —comentó con la boca pequeña. Lo último que vio Simone fue cómo su compañera apretaba la boca y hacía un movimiento brusco, y en ese momento sintió que un dolor se le adentró entre las piernas.
—¡Ah… au… espera…! —sin pensar se trató de incorporar sobre la cama, pero volvió a caer enseguida, con un dolor extra: se miró su mano adolorida. Notó enseguida las pulsaciones en su dedo meñique.
—Te haces tú sola ese daño. Relájate…
—No puedo… —confesó cerrando los ojos con fuerza, rabiosa—. Me da vergüenza, y estoy incómoda.
Qué aburrimiento… Belmont sintió de pronto un enorme vacío que se le hizo familiar. Su día a día cada vez que trataba con cualquiera. Un desánimo. Dejó de agarrar a Hardin; sus ojos la miraban con trivialidad de un segundo para otro.
La chica, con las mejillas encendidas, se giró poco a poco y la miró.
—Quería hablar de esto también, ya que por móvil no querías ahondar… —juntó las piernas y se las abrazó, ovillándose—. Me gustó eso que hiciste de… menearte encima de mí —rio suavemente. Pero Ingrid no se reía. Ni siquiera sonreía. La miraba como si estuviese siendo molestada, y eso le hizo perder el hilo de lo que decía. Bajó la mirada—. Am… no quiero hacer nada de esto con la persona equivocada. —Belmont levantó una ceja, pero no la interrumpió—. Sé que debo parecerte una estúpida que no sabe hacer nada. Pero he estado mirando… en fin, algunos vídeos. No demasiado, son… en fin, me dan…
—Resumiendo… no quieres continuar con esto.
—Sí quiero…. contigo quiero. Pero… despacio.
—Claro. Lo haré despacio —asintió brevemente y se inclinó a su rostro. Le comió algo de terreno y Simone cerró los ojos ante la proximidad, notando el roce de su boca.
—Tampoco me agradó lo de… eh…
Ingrid cerró los labios e inspiró más pesadamente, calmando su impaciencia. Abrió los párpados y la miró a los ojos. Simone estaba tan nerviosa que ni siquiera se atrevía a mirarla. Entonces la castaña sonrió más amablemente y la tomó de la mejilla.
—Creo que sé lo que no te agradó. Deja que yo lo haga para hacerte ver lo increíble que es —musitó, deslizando las yemas de sus largos dedos por su rostro. Simone la observaba obnubilada—… pero, a cambio me dejarás usar los consoladores sin rechistar.
—Si de verdad sabes cómo funcionan… pondré de mi parte —asintió, sonriendo contagiada.
Bien… si le hablo con más calma parece relajarse.
A Ingrid ya no le importaba hacerle sexo oral, siempre que saliera beneficiada después. Simone le gustaba, y su mentalidad había cambiado tantísimo los últimos meses, que aquella práctica tan placentera se había convertido no sólo en un objetivo a recibir, sino también a dar. El coño de su compañera, ahora que se lo había visto sin vello, le llamaba.
Además, le gustaba saber que llevaba el control. Al besarla, Simone balbuceó entregada y tomó uno de sus senos con la mano. Ingrid ardió del gusto al sentirla y le respondió de la misma manera, pero apropiándose de sus dos pechos con las manos. Permanecieron así un largo rato, degustándose las bocas.
Está caliente… su piel, sus brazos…
El cuerpo de Belmont ardía igual que si estuviera afiebrada. Era por la contención a la que hacía frente: no quería que estuviera frenándola a cada rato, así que se había puesto como objetivo darle el placer que le había prometido.
—Tenemos un trato —le recordó al distanciarse de su boca. Drogada, Simone la miró y asintió débilmente, acomodándose mejor. Se enterneció al sentirla bajar los labios por su esternón, y luego abarcarle un pecho enteramente con la lengua, hasta pegar la boca a su pezón. Simone perdió fuerza en el cuerpo, se derretía al verla tan entregada. Estaba descubriendo su sexualidad con ella y se daba cuenta cada vez con más intensidad de lo mucho que la quería. Así que haría lo posible por hacer de aquellas reuniones secretas un motivo para que quisiera repetir. Su parte egoísta también se activaba. Simone pensaba en las posibilidades que podía aguardarle cuando Ingrid fuera también mayor de edad.
Mayor de edad… son casi dos años… ¿Cuándo era su cumpleaños…? Ugh…
Un pico de placer le hizo flaquear hasta en sus pensamientos. Se excitó al verla chupar su sexo. Ingrid envolvía una y otra vez su clítoris con la lengua y hundía a veces la boca, de tal manera que una sensación de caricia abrasadora y magnética la avivaba por dentro. Era debido a la ligera succión que realizaba, muy tenue, pero en alguien desentrenada como ella era notable y muy, muy necesaria. Volvió a hacerlo y la chica suspiró en un escalofrío, tensando el cuerpo.
Belmont se puso cachonda al notar aquellas pequeñas reacciones. Era fantástico controlar a alguien así. Además, insultantemente fácil. Simone era una chica fácil. Nuevamente, el cuerpo le avisó de otra oleada de calor abrasador interno: era como si tuviera que ser más ruda para disfrutar. Necesitaba algo fuerte, intenso. Algo que extremara la situación. Tenía la mente con tantísima información carnal que quería verificar por sí misma, que se impacientaba. Simone gimió cuando volvió a succionarla, y esta vez, Ingrid soltó su clítoris y le metió de golpe dos dedos, con las yemas apuntando hacia abajo y el índice y corazón cruzados.
—Arquea un poco la espalda.
Una Simone con la cara totalmente roja obedeció. Cuando Belmont ahondó los dedos en su cuerpo la notó demasiado y sus paredes vaginales respondieron contrayéndose; cerró sin querer los muslos. Ingrid parpadeó intentando ver a través, pero no podía con sus rodillas por delante. Al no tener buena perspectiva se ayudó de la otra mano para separarle los muslos.
—Despacio —pidió la rubia, abriendo de a poco sus piernas. Ingrid retomó las penetraciones con los dedos y creyó sentir el punto. Pero era agotador hacerlo con los dedos apuntando hacia abajo. Tenía que tener en cuenta también la posición de Hardin. Pero no contaba con la inteligencia ni ayuda de Hardin porque le parecía una completa inútil.
—¿Notas como si quisieras mear?
—Un poco… es molesto.
Ingrid volvió la vista a su coño y giró los dedos despacio. Siguió buscando y curvándolos lentamente, y también pegó la lengua de nuevo a su clítoris. Lamió ahora con más insistencia. Los gemidos de Simone no tardaron en oírse, tímidos.
—Eh… gg… Ingrid…
—¿Te gusta así…?
La chica abrió los párpados respirando con dificultad y asintió. No sabía qué le ocurría, pero el calor había ido en aumento aquel último minuto. Su vagina se había relajado y el avance de los dedos no molestaban. Ingrid aceleró el ritmo y, aunque no podía verlo, sintió cómo sus dedos avanzaban ahora más costosamente.
Me ha metido otro dedo… ¡hmmmgh…!
Ingrid volvió a usurparla por dentro con fuerza y rapidez. De pronto, su mano ya no se movía de forma delicada. La chocaba con fuerza en su entrepierna, mientras su lengua lamía el clítoris incansablemente, y a veces lo volvía a chupetear con los labios húmedos.
—Ah… ¡hmmm…!
—Avísame cuando vayas a correrte…
Hardin abrió los ojos al oírla entre sus gemidos, pero no sabía cómo podría avisarla, sólo sabía que el placer que estaba sintiendo no podía ser algo propio de una “señorita”. Miró los objetos alargados que había traído Ingrid al encuentro y se preguntó si en aquel estado tan placentero podría metérselos sin que le dolieran. Ingrid siguió su mirada con atención y dejó de penetrarla para alcanzar uno de ellos. Simone suspiró bajando la mirada, pero sus respiraciones no estaban calmadas en absoluto. Casi temblaba. Observó muerta de la vergüenza cómo los dedos de Ingrid estaban mojados y retiraba el juguete de su caja.
—Espera… sigue con la mano…
—Sh… relájate… lo estás haciendo fenomenal. Me lo estoy pasando bien, ¿tú no…?
Simone asintió repetidas veces y su espíritu se alegró mucho al escucharla. Temía ser la única que disfrutaba. La otra le sonrió con dulzura y volvió la atención al consolador. De pronto mantuvo el dedo presionando un botón y éste comenzó a vibrar sonoramente. Simone abrió los ojos y miró el objeto con desconfianza. Ya estaba empezando a cerrar las piernas cuando Ingrid se apresuró y apretó el glande sintético de aquella polla contra su clítoris.
—¡Agh…! Baja… La intensidad, esto…
Ingrid reguló a la baja la velocidad de la vibración. Le interesaba que estuviese cómoda para llegar a provocarle el squirt que quería.
Ya he probado todas las modalidades de esta cosa conmigo misma. Si aprieto cinco veces, realiza una onda que aprieta el punto G. Cuando yo me corrí, salió ese chorro tan divertido disparado.
Pensó en avisarla en un principio. Pero se preguntó qué cara pondría si no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, y esta opción la atrajo más. Así que enfocó la punta del consolador en su abertura y después de estimularla más con la boca, sintió que el cuerpo ajeno respondía con una pequeña dilatación, donde el glande se encajó por sí solo. Entonces Ingrid empuñó mejor el consolador y lo empujó hacia dentro, pero éste no avanzó ni un triste centímetro. Escupió sobre su coño y volvió a lamerla en círculos, mientras aplicaba esfuerzos suaves en su cavidad, un vaivén lento para acostumbrarla. Cuando volvió a tratar de penetrarla, entró el glande entero, pero no avanzó más. Ingrid dejó de darle placer con la lengua para separar un poco el rostro y ver el avance del consolador. Ahí se dio cuenta de que Simone estaba temblando. Le temblaban los muslos, el vientre y su expresión tampoco estaba del todo relajada.
—Duele un poco… —musitó, apenada.
—Voy a apretar un poco más —ciñó más los dedos alrededor del vibrador y cuando iba a empujar más, Simone la frenó de la muñeca.
—¿Por qué no hacemos otra cosa? Me da miedo, esto tiene pinta de doler…
Ingrid tuvo un cortocircuito, pero trató de no manifestarlo. Estaba tan cachonda, que oír aquello le dieron ganas de estrangularla.
—¿Y qué propones? Quiero hacer esto. Me estoy tomando demasiadas molestias por ti —murmuró y se puso más cerca de su cara, pero no menguó ni movió ni un milímetro la mano del juguete. Simone sintió la sequedad de su tono y su cuerpo reaccionó de inmediato. Si hacía dos segundos le parecía difícil, ahora sabía que era imposible. Era como si no estuviera predispuesta, a pesar de que en su mente trataba de estarlo. Sentía la presión de su mirada acusatoria y trató de defenderse.
—Ya lo sé… pero… no sé cómo lo pudiste hacer tú en tu primera vez. ¡Dame un consejo!
—Aguantando —se repasó rápido el labio inferior con la lengua y frunció las cejas. De pronto, bajó a un tono más déspota—. Tú… dime, ¿quién te crees que eres? ¿Crees que soy un buffet libre donde puedes pedir esto o aquello a demanda y que yo tengo que venir y dártelo todo hecho?
¿Por qué me habla así…?
Simone tragó saliva.
—De acuerdo, sigamos… lo único que me gustaría es que lo hicieras más despacio.
Ingrid sonrió.
—Y a mí me gustaría que te callaras. ¿Sabes por qué…? Porque si yo quisiera, podría hacértelo así…
—¡¡AHHHG…! —le retorció profundamente el instrumento y la chica cerró las piernas, apartándose de su lado. Ingrid permitió que se volteara para escapar, pero la agarró del pelo para frenarla y se le subió encima. Con toda la fuerza que le dio tiempo a aunar le enterró el consolador y Simone tembló por completo, dando un grito de dolor. Algo más había entrado. Eso animó la bestia interna de Belmont que volvió a empujárselo, y esta vez la sintió patalear sin parar, nerviosa y gimiendo como si fuese un pobre animalillo. Ingrid sintió que todos los poros de su piel se erizaban al escucharla gritar así. Le recordó a uno de los mininos que había visto llorar desesperados ante el dolor punzante de ser atravesados y machacados por una aguja de tacón. Sonrió. Simone seguía bocabajo, despeinada y nerviosa, pero quieta. Ingrid apartó la mano y ajustó la rodilla a la parte del chupón que tenía el consolador. Usó su pelo como las riendas de un equino para que el cuerpo no se le escurriera mientras apretaba lentamente lo que restaba de consolador en su interior.
Lo consiguió.
Simone temblaba por completo, y sentía un dolor insoportable en su vagina. El conducto vaginal estaba lleno, pero era una sensación que no sabía describir. Simplemente, era inaguantable y su cuerpo lo sabía, porque no paraba de temblar. Tenía ganas de llorar.
—Mira. Te ha entrado todo —la soltó del pelo, mirando su coño dilatado—. ¿Sabes lo pequeño que es en comparación a los que me he metido yo? No te quejes. Date la vuelta.
Hardin no se movió. Ni un centímetro. Así que al final, fue Ingrid quien hizo fuerza en su cadera y la volteó de un empujón para volver a tenerla bocarriba tumbada. Ajustó de nuevo la rodilla entre medio de sus muslos y movió despacio la pierna en un vaivén, para ejercer un movimiento similar al del coito. Pero a la mínima que rozó el vibrador Simone gimió de dolor y tuvo la necesidad de agarrarla de los hombros.
—Me duele… por favor… deja… deja que me lo quite…
—¡¡DEJA DE PEDIR!! —le gritó de repente, poniéndose a dos palmos de su cara. Le apretó las mejillas con una sola mano, tomándola desde la barbilla—. ¿¡QUIÉN COÑO TE CREES QUE ERES!?
Al alejarse, la abofeteó. Simone se perturbó ante aquello y empezó a lloriquear, dejando de mirarla.
Pero qué…
No alargó el llanto. Había sido un breve momento de debilidad, pero se contuvo de seguir haciéndolo. Quería irse a casa. Ingrid la miraba alucinando. En primer lugar, le picaba la palma de la mano. Le había sacudido tal bofetada que le dejó la mitad del rostro enrojecido, pero no sólo eso. Verla sollozar esa única vez por la impotencia le causó mucho placer. Como si algo en ella se activara, aterrizó sobre su cuerpo y volvió a ajustar la rodilla en el chupón, retomando la posición.
—No te muevas. Intenta no molestar.
Simone mantuvo los labios cerrados. En cuanto Belmont le cayó encima y retomó aquella penetración infernal, tuvo que hacer acopio de fuerzas que no sabía que tenía dentro para evitar llorar. Dio un grito al sentir que activaba la vibración y que se acomodaba para rozar su coño contra su muslo, sin dejar de patearla con la rodilla para adentrar más aquella cosa. Era como sentir algo rígido, macizo y rasposo dentro suya. Cada vez que creía que no le podía doler más, volvía a frotarse bruscamente contra ella, a aplastar la rodilla contra su vagina profanada.
Y aunque le pareció un infierno interminable, Ingrid no tardó demasiado en llegar a su propio orgasmo. Lo que la hizo llegar fueron los chillidos lastimeros de la chica a la que aplastaba con el cuerpo y a la que violaba, después de someterla. Eran gemidos de dolor puro, alguno que otro volvió a recordarle a esos animales indefensos que sólo podían hacer eso. Gritar desvalidos, heridos. Durante el infierno, Simone pensó en volver a suplicarle que parara o que lo hiciera de otra forma, pero cuando iba a abrir la boca volvió a ver cómo aquel siniestro sello del clan Belmont se le tatuaba en todo el lateral izquierdo del cuerpo mientras tenía un orgasmo, y prefirió sufrir aquellas puñaladas corporales antes que interrumpirla.
Belmont se separó lentamente de ella, con una capa de sudor que perlaba su piel nívea. No la consiguió hacer llorar demasiado, se había contenido, pero sus gritos la habían puesto impresionantemente cachonda. Belmont la miraba drogada mientras su sello desparecía de su sien izquierda; la acaricio de la mejilla con la mano temblorosa.
—Ah, ves… has vuelto a hacerme llegar… eres… tan guapa…
Repasó su mejilla con el pulgar, mirándola fijamente. Simone estaba aterrada, pero tenía que reconocer que esa parte de Belmont nacida del post-orgasmo comenzaba a tranquilizarla un poco. Parecía saciada y más amable. Poco a poco, se le apartó de encima. Agarró el consolador, que aún vibraba, y se lo arrancó de dentro de un tirón que hizo dar un respingo a la rubia antes de gritar.
—Sh… no grites más así —le tapó la boca rápido, aunque disfrutó al ver su mirada de sufrimiento retenido. Bajó la mirada excitada a su entrepierna.
Por eso gritaba como un animal herido. Estaba herida.
Ni se había acordado durante la sesión, porque la había llenado con el diámetro del consolador y no le permitió sacárselo en ningún momento. Pero al hacerlo, estaba cubierto de sangre. Como el efecto irracional del orgasmo ya la había abandonado y sus energías sociales habían recargado un poco, miró a Hardin fingiendo pena y volvió a acariciarla de la mejilla. Ésta temblaba sin parar, su boca también lo hacía, y no la observaba.
—Siento haberte gritado… ¿estás bien?
—… Sí —murmuró. Ingrid la tomó con suavidad de la mejilla para instarla a que le devolviera la mirada. Simone se resistió sólo un segundo, pero luego lo hizo. Se encontró con unos ojos color miel que le sonrieron dulcemente. Ingrid se recostó a su lado y besó sus labios despacio. La acarició de la mejilla con los dedos.
—No, es en serio… creo que me he pasado. Eres la única persona que me ha hecho sentir así. Me aceleras muchísimo el corazón… mira… —agarró la mano sana de la chica y dirigió un par de dedos a su propia yugular. No mentía. Simone notaba en sus yemas la velocidad a la que su sangre era bombeada. Pero no se atrevía a ser sincera después de que le hubiera gritado así. Lo cierto era que se había sentido…
…en peligro.
Definitivamente, había tenido miedo. Esa era la palabra.
—Di algo…
Simone pensó muy bien lo que iba a pronunciar. No quería ofenderla ni dificultarse a sí misma las cosas. Pero se sorprendió de sí misma. No podía casi hablar. Tenía el cuerpo tan tenso, que si en ese momento alguien la tocaba, podría sufrir un ataque de ansiedad.
—Es… está todo bien.
—Bueno… eso espero. ¿Puedo hacerte un regalo?
Simone parpadeó, intentando resituarse.
—Sí, claro…
Ingrid le sonrió y volvió a besarla en los labios antes de distanciarse. Cuando salió de la cama, Simone bajó la atención al consolador. Le daba asco ver su sangre seca en toda su longitud. Ahí se había evaporado su virginidad, en aquel encuentro. Y no tenía ningún buen adjetivo para excusar todas las reglas que había roto para ir a encontrarse con ella. Le dolía mucho la vagina por dentro. Inspiró hondo y se incorporó, apretando el semblante al sentir una nueva cuchillada. Se sentó en el borde.
Mierda…
Al ponerse recta volvió a sangrar. Juntó los muslos avergonzada y buscó el baño con la mirada, pero Ingrid estaba frente a ella.
—Siento haberte traído a este lugar tan horrible. Era… la única forma de que mis padres no me encuentren. Vamos a tener que ir cambiando para que no nos pillen.
Mientras hablaba, le tendió una cajita aplanada y cuadrada. Simone llevó sus manos al enganche de cuero y lo abrió. Se quedó impresionada. Era un colgante. Pero no cualquier colgante. Era tan fino y brillante, que casi parecía un hilo de plata. Del centro colgaba un minúsculo zafiro que estaba engarzado en oro blanco. Entreabrió los labios.
—Belmont… esto…
—Acéptalo… pero… sólo si vas a ponértelo —dijo con un tono preocupado. Simone ascendió la mirada a ella, sorprendida.
—Escucha, yo…
—Siento haberte gritado —murmuró de nuevo, con una expresión de pena—. Me gustas mucho. Y quería decirte… que aunque no podamos estar juntas, no quiero verte con más personas. Me interesas de verdad. Esto es un vínculo.
A Simone se le escapó una breve risa de nervios.
—Pero… ¿te das cuenta de lo que pueden hacer tus padres?
—No se enterarán —hincó una rodilla, aún tenía la caja abierta frente a ella. Simone sonrió más relajada. Casi parecía que le pedía matrimonio con aquel collar.
—Es… precioso. ¿Está bien de verdad que yo use algo tan caro?
—Nadie te lo robará. Tiene el sello Belmont.
—¿Qué…? —la miró sorprendida y bajó la atención al colgante. Al tomarlo, con sumo cuidado, se dio cuenta de que en la minúscula superficie del zafiro estaba parte del sello Belmont—. Esto… según quien me lo vea…
—Bueno, sin duda esta vez se lo pensarán dos veces. No te harán daño físico con impunidad, porque esto te libera de tu estatus como mascota —dijo Ingrid, ladeando la cabeza. Cuando ya lo hubo tomado, cerró la caja y le sonrió desde abajo—. Pero entendería que no quieras portarlo. He perdido aquí los nervios y no te he tratado como te mereces.
—No… es… hm, yo… —no podía creerlo. Había oído hablar de esa práctica. Ese colgante no sólo era un regalo, era el vínculo. Y liberación al mismo tiempo. Un zafiro, el mineral del clan Belmont. Claro que, aceptar el vínculo obligaba al portador a respetarlo. Simone tendría que ser leal a la familia Belmont bajo los riesgos que eso conllevara. Pero al tratarse del clan más influyente y organizado en Yepal, no tenía miedo. Tragó saliva, emocionada—. Pónmelo.
Ingrid ladeó una sonrisa más satisfecha y se puso en pie. Apartó su largo pelo a un lado y enganchó el hilo de plata. Al colocarle de nuevo el cabello hacia atrás, acortó distancias con ella y la besó en la mejilla, muy despacio.
Y pese a todos sus dolores, la muchacha sintió una ráfaga distinta ahora. La sonrisa de Ingrid volvía a agradarle. Así que, debido a ese acontecimiento y sus maravillosas disculpas, la inexperta y adolescente mente de Simone Hardin buscó rápido las excusas a todo lo que acababa de hacerle.
No quería hacerme daño, estaba nerviosa por su propio placer. Calculará mejor la próxima vez.
No me hubiera gritado así si no le hubiera pedido tantas cosas. Sólo la he agobiado.
Me ha dolido tantísimo porque era virgen.
Me ha dado el regalo de la liberación. Ya no soy una mascota. Vuelvo a tener poder de decisión. Significa que…
…Ingrid… me quiere. Realmente me quiere.