CAPÍTULO 18. La primera noche junto al soldado

Reiner, Galliard y Pieck pasaron dos noches levantando escombros. La segunda noche, tras la transformación, acabaron a las 3 de la madrugada, cuando la oscuridad estaba totalmente cernida sobre Marley y apenas se veía nada. Tras firmar sus intervenciones en papel, caminaron agotados por el largo pasillo del cuartel. Galliard se estiró bostezando, sintiéndose acalambrados sus propios maxilares al hacerlo.
—Creo que me quedaré a dormir en la misma base hoy. No tengo más cuerpo para cabalgar a casa.
Bajó los brazos y siguieron andando. Reiner se fijó en que Pieck empezaba a caminar más cerca de la pared, y al verla llevar la mano hasta los ladrillos se acercó de una zancada, cogiéndola en brazos antes de que cayera.
—¡Pieck! —exclamó Galliard, acercándose a ellos.
—Estoy bien. Tranquilidad. —Se recompuso con la mirada animada mirándolos a los dos.
—Tú eres la que siempre levanta más peso. ¿Cómo van esas rodillas?
—Bien, se arreglan rápido. Por suerte no llegaré a vieja, ¿eh…? —dijo en broma, aunque ninguno de sus compañeros se rio. Reiner pasó un brazo de la chica tras su cuello y la ayudó a desplazarse hasta el final del pasillo.
—Vamos, Pieck. Será mejor que los dos os llevéis mi coche.
—Te digo que no pasa nada. Y a ti igual, Reiner. Puedo ir a caballo. No me gusta ir en esas máquinas rodantes.
—Pero… —le quitó el brazo a Reiner y se adelantó, aún no había cogido sus muletas.
Había sido una jornada bastante dura. Reiner se preguntaba si verdaderamente habían sido los jaegueristas los causantes dela caída del centro de vigilancia del puerto. Si verdaderamente era así, ¿por qué Marley no iba a decirles nada? Magath había comentado con otro superior que «los imbéciles de la guardia marítima siempre estaban dormidos, y así era imposible saber si había sido un ataque o una negligencia por parte del otro idiota al que un cañón se le había reventado con él por delante». Reiner prefirió dejarlo pasar, estaba cansado para darse más cuerda. Tras despedirse de Porco y Pieck, y ante ambos rechazos a llevarse su coche, subió las escaleras directamente a la habitación.
Al desbloquear la cerradura el compañero encargado de sustituir la guardia despertó de la silla, frotándose los ojos.
—Perdona, Reiner. No se lo digas al cap-…
—Tranquilo —Reiner se quitó la gabardina y echó un vistazo a la otra cama. Hitch seguía durmiendo. —Ve a casa ya, ya me quedo yo aquí con ella.
—¿Mañana no es tu día libre?
—Tengo que venir igualmente al cuartel.
—Muy bien. —Se palmearon mutuamente el hombro y una vez quedó a solas con la reclusa, echó la llave. Reiner se sacó de un bolsillo interior del abrigo un dulce que acababa de extraer de la cocina, ya cerrada de madrugada. Era un pastelito que había visto siempre comer a la rubia desde que estaban allí. Se lo dejó en la mesita de noche y él se remangó, fumando de cara a la ventana. Casi no fumaba… pero a veces, ni el mismo cansancio le dejaba dormir y no tenía muchas cosas para matar el tiempo. Los marleyenses que custodiaban la puerta de abajo apenas se movían, todo estaba calmado. Cuando expulsó la última calada, sumido en paz, tiró la colilla al cenicero y volvió a cerrar la ventana, también con llave. Hitch tenía sus dos enormes ojos abiertos, asomados sobre el borde de la manta bajo la que estaba acurrucada. No había dicho nada al despertarse, se limitó a mirarle en la oscuridad con la luz de la luna alumbrando sus montículos en las abdominales. Reiner se quitó la camiseta y se dejó caer bocabajo en la cama, pero después de varias posturas, no podía conciliar el sueño, se sentía intranquilo.
—¿No te duermes? —oyó de repente, con la voz sepultada entre tanta sábana. Reiner miró con un solo ojo a Hitch.
—Cuando más cansado parece que me siento, menos sueño tengo.
—Será que tienes el cerebro muy despierto —le sonrió.
Él le devolvió la sonrisa. No supo por qué. Sólo por devolvérsela, porque la suya siempre era preciosa.
—¿Mañana tienes que volver? —le preguntó. Reiner negó, pero se empezó a levantar de la cama.
—Mañana es mi día libre, ¿recuerdas?
—Es verdad… supongo que ya va siendo hora de ver a tu familia.
Reiner inspiró pensativo. Llevaba más de dos semanas sin ver a su madre, aunque la mujer estaba acostumbrada a estar sin su presencia.
—¿Le has dicho que te traigo loco? Ya es hora… —Reiner la miró sonrojado con aquella pregunta. Hitch empezó a reírse suavemente, más juguetona que otra cosa.
—Si le digo que me gusta una eldiana…
—Claro, una eldiana sin civilizar como yo… —movió las piernas para quitarse las sábanas de encima. Así, más ligera y cómoda, se puso de lado para mirarle mejor.
—Para ella la única opción viable sería una marleyense, o quizá una guerrera. Como Pieck.
—Es atractiva. Aunque ya le dije que tenía que hacer algo con esas ojeras. Si se sacara partido volvería a todos locos. Y el primer desmayado sería Porco…
—No soy capaz de ver a Pieck como Galliard. Es más como una hermana. Pero no dudo que precisamente tú sepas dar buenos consejos de feminidad. En la Policía Militar se hablaba mucho de ti.
—¡A saber qué imagen tendrías de mí!
—Nunca he pensado mucho esas cosas… pero creo que la clave de tu belleza son… tus ojos. Y luego…
—¿Luego…?
Reiner sonrió de lado y empezó a incorporarse de su cama. Hitch arqueó una ceja al verle aproximarse a ella, pero cuando bajó las manos al borde de su cama le paró en seco, poniendo un pie en su pectoral.
—Quieto. Yo no te he invitado. —Dijo con cierta malicia, haciendo que Reiner suspirara sonriendo. Pero no se rindió. Enseguida volvió a mirarla, con la misma expresión de travesura que Hitch le miraba a él. Acarició su pierna despacio a medida que clavaba mejor la rodilla a la cama, y se iba inclinando sobre su muslo. Aproximó la boca pero justo antes de llegar a saborearla allí notó un agarrón en su cabello y la miró.
—¿Estás seguro de lo que quieres…? —susurró, soltándole el pelo lentamente.
Él le sonrió en respuesta adelantándose algo más sobre la cama y se colocó encima de ella, con cada brazo al lado de su cabeza. Bajó el rostro y atrapó su boca, disfrutando del sabor que Hitch tenía, y la suavidad de sus labios.
—Eres perfecta… cómo no voy a querer hacer esto contigo. —Susurró, abarcando su mejilla con la mano. Hitch le rodeó la nuca con un brazo y volvió a iniciar un beso. Pasaron largo tiempo desgastándose la boca sin descanso, a sabiendas de que si lo que hacían salía a la luz, ambos acabarían convertidos en comida para perros. Reiner se despegó de sus labios y se irguió sobre la cama, levantando el camisón que llevaba Hitch puesto. Era tan perfecta como siempre se la había imaginado. Tenía los pechos grandes y el cuerpo esbelto, verla desnuda se cintura para arriba le excitó al instante. La rubia se mordió el labio inferior mientras sus dedos trabajaban en abrir la hebilla del cinturón. Pensaba continuar, pero el fornido cuerpo del soldado se echó antes sobre ella y le unió los muslos sólo para que fuera fácil deslizarle la última prenda que a Hitch le quedaba puesta. Le separó enseguida las piernas y hundió la lengua entre sus labios externos, abriéndolos al presionarla y moverse circularmente por el clítoris. Continuó alimentándose de su cuerpo con ansia, mientras la mujer veía cómo se hundía entre sus muslos una y otra vez. La insistencia de la lengua de Reiner logró sacarle un gemido más notorio, aunque su mente seguía diciéndole que no pecara de ingenua. No podía hacer ruido. Dio un suspiro más agudo cuando sintió dos de sus dedos en su interior, que entraron con dificultad pese a lo húmeda que estaba. Empezó a penetrarla con ellos más profundamente y alejó la boca, relamiéndose los labios. Con el pulgar de la misma mano acarició con cuidado su clítoris, y al erguirse y quedar de rodillas sobre el colchón pudo tener una panorámica totalmente erótica y placentera del cuerpo de Hitch, siendo penetrado por su mano y con sus pezones erguidos. Tenía las mejillas muy coloradas y se mordía un puño, canalizando gran parte de las ganas que tenía de jadear de aquella forma.
—Qué buen cuerpo que tienes, maldita sea —dijo mordiéndose con fiereza el labio inferior, sin parar de penetrarla con los dedos. Hitch le miraba con los ojos entrecerrados y abrió más sus rosados labios, suspirando despacio y dedicándose tan solo a disfrutar. Porque sólo con eso Reiner se notaba cada vez más y más duro, hasta el punto de que su enorme pene empezó a molestarle bajo los calzoncillos. Ella le bajó la tela con saña, bajando la mirada al cargamento que tenía Reiner entre las piernas. El rubio retiró los dedos mojados de la cavidad femenina y se masturbó un par de veces, acariciando su glande para humedecerlo con los propios fluidos que había sacado de ella. Separó más sus muslos para acomodarse en medio, pues era bastante más ancho que ella. Acarició la punta por sus labios vaginales, pero no aguantaba más la calentura que tenía encima y buscó directamente su entrada, empezando a empujarse despacio contra ella. Hitch emitió un quejido breve, frunciendo suavemente las cejas al principio. Levantó un poco la cabeza de la almohada para ver mejor cómo la penetraba e intentó relajarse. Reiner se tumbó más sobre ella y bajó el rostro al de la chica, mientras sus fuertes caderas empezaban a empujarse más hondo. Dio un gemido ronco al sentir aquel inmenso placer al adentrarse algo más en ella, pero notaba bastante presión. Una parte muy animal de él estaba despertando poco a poco, no quería hacerle ningún daño, pero estaba muy excitado y le costaba a veces tener autocontrol. Agarró la pierna de Hitch por debajo de la rodilla y le flexionó la pierna hacia atrás, buscando tener más espacio para él. Ahí empezó a marcar un ritmo más rápido, chocando sus caderas con más fuerza. La oyó jadear enseguida en respuesta, cosa que le animó y le hizo acabar volviendo a buscar la boca. La respiración grave del rubio era para camuflar sus auténticos gemidos, cada vez que lograba entrar en ella sentía un placer increíble, no quería que eso terminara.
—Espera, la tienes muy grande…
—¿Te estoy haciendo daño…? —preguntó preocupado, parando de embestirla.
—Déjame encima —A Reiner le brillaron los ojos de sólo oír la propuesta, y rápidamente se colocó bocarriba, atrayendo a Hitch de las caderas para sentarla sobre él. La chica se humedeció sensualmente los labios mientras agarraba bien su miembro y lo colocaba en su entrada, despacio. Reiner cerró los ojos un instante, tensando la mandíbula y el cuerpo entero al notar la corriente de placer que le atravesó cuando sintió que entraba en su interior por completo, llegándole al final. Ese roce que tenía con su fondo era demasiado placentero. Hitch le apartó las manos de su cuerpo y dejó las muñecas del soldado por encima de su cabeza, y aprovechó su cercanía con el rostro de él para besarle, mientras sus nalgas subían y bajaban despacio. El rubio se excitó a pasos agigantados, podía ver cómo su pene desaparecía por completo en su cuerpo, y porque además veía el cuerpo perfecto que botaba sobre él. La continuó besando algunos segundos más, aunque luego bajó también sus manos a su culo y apretó las falanges con fuerza, queriendo también controlar la intensidad de sus cabalgadas. Al cabo de unos minutos Hitch de repente se sentó con la espalda recta y se ayudó de las rodillas para ejercer un vaivén de arriba abajo, dejándose caer. Reiner apretó fuerte la palma sobre uno de sus senos, mientras el otro rebotaba sin parar con la misma velocidad que ella ascendía y bajaba, rápido. Hitch subió la cabeza respirando peligrosamente más seguido. El rubio rodeó por completo su fina cintura con las manos ayudándola a mantener el mismo ritmo veloz, y sonando cada vez que había un choque de piel, que a veces era bastante sonoro. Ya no pensaba siquiera en ser pillado, en ese momento todo le hubiera dado igual, sólo quería ver aquella imagen tan lujuriosa de Hitch de por vida.
—Voy a venirme en cualquier momento —dijo el hombre susurrando, respirando hondo.
—Hazlo afuera —musitó ella.
—Sí… —pero aún podía aguantar algo más. Abruptamente se irguió y la dejó sobre la cama, poniéndose en pie y girando a Hitch hasta ponerla en cuatro sobre el colchón. Aquella postura le encantaba. Hitch le sonrió desde su posición, meneando lentamente sus glúteos frente a él para tentarle.
—Me encanta que me vuelvas así de loco.
—Sí, necesito un poco de disciplina… —era increíble como cada vez que abría la boca lo ponía más cachondo, tenía un maldito don para hacerse la sumisa y aún así comandar la situación. Pero Reiner ya no pensaba con la misma agilidad que antes, estaba cegado. El instinto animal le seguía pidiendo a gritos dejarle su semen adentro, pero no podía hacerle eso a traición. O al menos intentaría que no. Se mojó de nuevo la punta de su miembro y la acomodó en la cavidad contraída de la chica, que nuevamente, contrajo el cuerpo y la expresión al ser embestida desde aquella posición…
—Uf… —murmuró él, clavando los dedos en su trasero para seguir atrayéndola a él en esa postura. Empezó a moverse lento sobre ella, observando con todo detalle la forma del cuerpo de la rubia, sus nalgas, su sexo… separó bien los glúteos con las manos y además separó sus labios vaginales externos al usar los pulgares, viendo perfectamente cómo la embestía a su antojo. Hitch anduvo las primeras penetraciones mordiéndose el labio contenida, el mismo ritmo la hacía poder concentrarse hasta que se dilató un poco más. Pero de pronto sintió un tirón mucho más contundente y clavó la cabeza en el colchón, mirando por el rabillo del ojo la fuerza con la que Reiner estaba empezando a agarrarla y a penetrarla.
—Joder… —el rubio se mordió el labio con fuerza, jadeando lo más bajo que podía, moviendo con fuerza y velocidad su cuerpo contra el de ella. De no ser por las propias manos con las que atraía bruscamente las nalgas de Hitch hacia él, haría rato que la chica ya se hubiera caído por la fuerza que usaba. Hitch jadeaba contenida, como él, pero mantenía los labios abiertos para respirar rápido cada vez que la embestía con aquella dureza.
—¿Te gusta así…? —preguntó Reiner con la mandíbula tensa, y descargó una fuerte palmada en el glúteo que la hizo dar un jadeo de dolor, y la hizo temblar. —Contéstame.
—S-sí… sí, sigue… sigue… —Reiner masajeaba con ganas uno de los pechos de la chica sin parar, pero pronto ascendió la mano hasta el corto cabello de Hitch y la agarró así, obligándola a levantarse más sobre sus brazos. De pronto la chica abrió los labios y dio un gemido más lastimero, y Reiner apreció excitado cómo su miembro empezaba a salir de repente más y más lubricado y los golpes sonaban más jugosos. Varias gotitas salpicaron los muslos de Hitch de sus propios fluidos al continuar embistiéndola ahora.
—Así me gusta, que te vengas cuando te estoy dando… —la manoseó del pecho, que tenía el pezón completamente erizado tras el orgasmo. Acariciara por donde la acariciara ahora, sintió que el cuerpo femenino respiraba con dificultad y estaba ardiendo.
En realidad, tuvieron suerte. Si alguien hubiera estado haciendo la guardia en el pasillo a aquella hora, habría escuchado claramente los jadeos de los dos, los azotes secos que Reiner le daba, el choque duro de las embestidas y el chirriar de la cama, que no paraba de moverse.
Reiner empezó a notar que iba a llegar al orgasmo. Sus caderas seguían empujándola con fuerza, tenía los dedos inyectados en las caderas de Hitch y de allí no le moverían ya. En una de las embestidas sintió que ya se venía y llevó la mano al tronco, sacándosela de dentro y empezando a masturbarse con la misma fuerza, expulsando dos fuertes chorros blancos sobre sus nalgas mientras jadeaba roncamente, sin poder aguantarse. Rápidamente discurrieron aquellas gotas por los largos muslos femeninos. Reiner soltó la respiración, estaba transpirado completamente, la nuca de Hitch también. La chica cayó desfallecida sobre la cama nada más él la soltó como si fuera un peso muerto.
Pocas horas más tarde, el sol nació y comenzó a iluminar todos los retazos de la habitación. Reiner fue el primero en abrir los ojos, tenía un despertador mental después de tantos años sin pegar ojo y tener que levantarse para trabajar. Al explorar el cuarto vio el camisón de Hitch hecho un remolino en una esquina, sus bragas, y también el pantalón del uniforme militar mal tirado en la otra cama. Notó una suave contracción encima de él, del largo cuerpo femenino que tenía encima, y al mirarla se percató de que se estaba estirando, para volver a acomodarse lánguidamente en el pecho de Reiner.
Maldita sea, no sé qué narices estoy haciendo, pensó el guerrero hastiado consigo mismo. Bufó y se giró hacia el borde, quitándose a Hitch con suavidad de encima e incorporándose de la cama para vestirse. Había dormido de más, así que le tocaría darse un baño más tarde, después d una reunión que tenía con sus compañeros de trabajo. No sabía con qué cara debía enfrentar ahora a sus superiores, después de haberse acostado con una eldiana sin más motivo que el de inclinarse a sus instintos. Mientras se abotonaba la blusa giró a mirarla. Hitch era muy atractiva… pero el problema es que había sentido mucho más que placer sexual acostándose con ella. Notaba un fulgor muy nuevo para él en su pecho, en su estómago. De pronto, imaginó que alguien había podido oírles y ya habría dado parte a Magath. Esto le cambió la expresión de inmediato. En su cabeza Hitch siendo arrastrada hasta la muralla e inyectada para transformarse en titán…
Que se vayan esas malditas pesadillas de mi jodida cabeza, ya bastante jodido estoy yo de por sí.
—Hit-ch… —llevó una mano hasta ella para despedirse, pero se le trabó la voz al verle el cuello, y las caderas. Tenía una succión morada que claramente era un chupetón suyo. Las caderas, con moratones más pequeños debido a la presión de sus dedos cuando estaba embistiéndola. ¿Tan bestia era? De repente oyó ruidos en la puerta y palideció, parecía que alguien iba a entrar en breve. Se apresuró a esconder el camisón de la chica y taparla hasta la nariz.
—Reiner, te estamos esperando en la sala de reuniones de la azotea —la voz de Pieck le relajó.
—¡Enseguida voy! —dijo y bajó el tono, dirigiéndose ahora a Hitch. La movió despacio.— Tienes dos minutos antes de que venga el cambio de guardia, tápate el cuello.
—Déjame dormir —recibió en respuesta, drogada con su propio sueño.
—¿Quieres que te conviertan en titán hoy mismo?
Muerta de cansancio como estaba, aquella pregunta la hizo abrir los párpados lentamente, fijando su mirada en el rubio.
—Qué sueño, Reiner…
—Lo sé. Vístete, por favor, tengo que irme y vendrá otro guardia. No puede verte desnuda o sospecharán.
La policía asintió, frotándose los ojos con el antebrazo.