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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 18. Trampa


El reloj de la mesita sonó a las 7:30 de la mañana. Rock sintió un frío glacial en la habitación, producto de haberse olvidado las ventanas abiertas toda la noche. Se removió un poco en la cama y balbuceó cansado, pero cuando recordó lo que había sucedido horas antes, sus ojos se abrieron repentinamente. El sueño se evaporó.

Ni siquiera buscó a Revy, primero hizo lo que tenía que hacer y se tomó una ducha veloz para terminar de espabilarse. Se puso una blusa blanca limpia, la corbata y el resto del traje. Parecía todo un hombre de negocios cuando se miraba al espejo. Fue ajustándose poco a poco el nudo de la corbata roja y terminó peinándose el pelo hacia un lado, pero igualmente desenfadado. Cuando ya hubo terminado de acicalarse y de hacer la cama, salió al salón. Echó un vistazo y vio que todo seguía exactamente igual que la noche anterior. Se asustó un poco al vérselas solo, pensando que tal vez la morena le había dado plantón del todo, pero cuando asomó la mirada por el enorme agujero que había dejado en el panel corredero, se calmó. Se acercó despacio y suspiró al deslizar los dedos por las telas rotas del fusuma, aquello le costaría la fianza. Apretó los labios cabreado y tiró de toda la tela con rabia, despegándola del marco de un solo tirón, y el ruido hizo que una Revy resacosa despertara de golpe y casi se cayera de la butaca de la terraza. Rock la miró mientras hacía una pelota con el fusuma, apretándolo con las manos. Al verle, Revy relajó la expresión y se apoyó cansada en el reposabrazos, frotándose la cara con la mano.

—Veo que has cenado bien —arqueó las cejas en dirección a las seis latas de Heineken que había a sus pies. Revy las miró y volvió a ponerse lentamente las manos por delante, apretando ambos párpados con los pulgares. Sentía que le iba a explotar la cabeza—. Tengo que irme ya. Desayunaré en la empresa. Si me da tiempo, a la vuelta iré a por el paquete y compraré algo de comer.

—Te dije que te haría el favor con el dichoso paquete, que no sé ni qué coño es.

Rock cerró los labios varios segundos, calibrando el humor de la chica. Un pensamiento volvió a cruzarle rápido la mente: si se volvía a dirigir a él en aquel tono de mierda, él mismo rompería el otro fusuma.

—Y yo te dije que no saldrías de aquí hoy por tu seguridad.

Revy empezó a reírse de a poco, pero cada vez iba a más. Tenía la voz gangosa al estar recién levantada.

—Y yo te digo ahora, que haré lo que me dé la gana. —Bajó las manos y se agarró a los reposabrazos para impulsarse. Algo de ceniza acumulada en su camiseta se deslizó al ponerse en pie. Tenía las botas desacordonadas. —Apártate —le movió hacia un lado con la mano y se metió en el balcón.

Rock sentía a veces que le helaba la sangre con sus conductas, y ese era otro ejemplo. Anoche se lo había espetado como una advertencia. Alcanzó una bolsa de basura, la abrió de un seco movimiento y echó dentro tanto el fusuma roto como el tabaco desparramado por el suelo y las latas. Se acercó a la puerta principal y miró a Revy de reojo, que estaba con la nevera abierta buscando algo de comer.

—Espera un poco Revy, trataré de no tardar. Sino dame una hora y pediré un regimiento a domicilio.

—Rock… te lo voy a decir muy en serio —murmuró inclinada sobre la puerta de la nevera, sin girarse—. No me hables más de la cuenta ahora, porque estoy haciendo un esfuerzo en no marcharme.

—Conque esas tenemos —dijo sorprendido, apoyándose en el marco de la puerta. Se colocó un cigarrillo en los labios. —Pensé que sería diferente, ¿sabes?

Revy se irguió lentamente al oírle, y giró medio rostro para mirarle de reojo. Él continuó.

—Eres una malagradecida. ¿Quieres salir y exponerte al peligro? Hazlo. ¿Quieres dejar la casa hecha una mierda? Hazlo. ¿Quieres env…? —la pregunta se cortó cuando Revy apretó la puerta y de un golpe animal, cerró el frigorífico, haciéndolo moverse en un vaivén. Se giró rápido y caminó hacia él, y le atrapó del cuello de la camisa con la mano, pero Rock le apartó velozmente la muñeca hacia abajo y la estampó contra la pared, agarrándola del cuello. Revy apretó los dientes y se libró de su arrinconamiento al impactarle el codo en el antebrazo. Le soltó tal cabezazo en la frente que Rock notó que la visión le vibraba por un segundo. Cabreado, la agarró de la coleta y le dio un fuerte tirón hacia atrás. La empujó contra el suelo y le sujetó las muñecas tras la lumbar en un derribe sencillo que le había enseñado el hijo de Balalaika. Revy empezó a patalear iracunda con la mejilla pegada a la moqueta, y arqueó con fuerza la espalda para tratar de voltearse, pero Rock apretó más sus manos, empezando a volcar el peso de su cuerpo en sus omóplatos. Tan pegada a ella desde atrás oía su respiración agitada y nerviosa, y se sorprendió al compararse consigo mismo, que estaba sumamente tranquilo y había actuado por reflejo, conceptos básicos. Pero de pronto recordó por qué estaba tan nerviosa. No se movía, sólo estaba petrificada contra el suelo bajo su peso, y miraba hacia un punto de la habitación mientras regulaba las respiraciones. La soltó repentinamente y se levantó. Revy fue moviendo despacio la mirada hacia él de reojo, su espalda aún se ensanchaba y relajaba con rapidez. Como si reaccionara poco a poco de su trance, puso las manos en el suelo y se levantó sin prisas. Rock la siguió con la mirada en silencio, pero aunque quisiera mantener el tipo, sabía que la había cagado. Nada hacía callar a Revy, y ahí estaba, poniéndose en pie sin siquiera dirigirle una mirada. Se ayudó de la pared y se puso bien la camiseta, y sólo estiró la mano a su abrigo y se movió rápido hacia la puerta. Rock se interpuso cabreado.

—¿¡Pero es que no oyes lo que te dig…!? —el cañón le apuntó frío al gaznate, y entonces tragó saliva. A Revy le había cambiado la expresión de la cara.

—Vas a apartarte, y no me vas a llamar nunca más. —Bajó el seguro y apretó el cañón contra su yugular, haciendo que Rock diera un paso atrás.

—¿No ves lo histriónica que eres?

—¿QUÉ HABLAS? Qué coño es eso.

—Una teatrera. Quieres la puta atención. Tratas mal a todo el que no tenga tu retorcida visión del mundo, y cuando recibes el mismo trato en tu piel, te indignas. ¿Qué te parece, eh? ¡Ahora yo también sé defenderme! Y no contabas con eso.

—Es cierto. No contaba con eso.

Rock ladeó una sonrisa que a Revy se le hizo siniestra. Le miró a los ojos varios segundos, y cuando Rock pareció moverse volvió a encañonarle en el pescuezo, chistándole.

—Chst, chst… ni un movimiento o te vuelo la cabeza —susurró.

—No lo harás, porque eres una maldita cobarde.

Revy sintió que los nervios se le crispaban. Los tendones de la mano con la que le encañonaba se le marcaron. Fabiola tuvo razón en muchas cosas que le dijo. Suspiró entre dientes y bajó la mirada, levantando el seguro.

—Y tú eres un desgraciado.

—Puedo ser lo que tú quieras, pero tengo motivos para sospechar de tu actitud. Lo único que te estoy pidiendo es que te quedes aquí hasta que yo vuelva.

—No pretendía ir al culo del mundo, sólo donde me has pedido que fuera. ¡Me lo pediste tú!

—Pues ahora te pido que no lo hagas.

Revy había sido avispada para ver anteriormente la dirección, cuando se la dijo la primera vez. Sabía que podía encontrar la oficina de correos sin mucha dificultad. Pero la actitud de Rock no sólo la estaba molestando. Odiaba reconocerlo, pero había algo en él que la estaba asustando. Había cambiado, ¿pero tanto? ¿qué clase de embudo de mierda le había metido Balalaika por las orejas para hacerle reaccionar así? Fuera como fuera, acababa de darse cuenta que no quería comprobarlo.

—Está bien, no lo haré. Me quedaré aquí.

Rock asintió y sin siquiera permitirle más cruce en la charla, abrió la puerta y salió de un portazo.

Aguantó varios segundos tras su marcha. Miró los rincones del apartamento sin saber qué hacer ni cómo reaccionar —nunca había sabido, además, jamás había tenido una relación como tal—, pero lo único que florecía en ella ahora que se encontraba sola, era la tristeza. Bajó la mirada y estuvo a punto de romperse ahí mismo, el cuerpo se lo pedía y nadie la miraba para ver su fragilidad. Ahí sí podía llorar. Pero se lo aguantó, dejando que sus ojos se enrojecieran sin llegar a derramar lágrima alguna. Un flashback terrorífico vino a ella con las manos esposadas a la espalda mientras las botas del policía se le estampaban en la cara una y otra vez, y otra vez, hasta que dejó de ver bien y se mareó. Parpadeó y volvió en sí, sin querer seguir ahondando en ese maldito recuerdo. Pero era imposible: una vez recordaba cómo empezaba, recordaba cómo acababa. Le bajaba el pantalón, las bragas, y la violaba mientras le lamía la cara, sin soltarla de las esposas, sin permitirle movimiento alguno, sólo siendo desvirgada a la fuerza en un inmenso dolor que no parecía acabar nunca. Cerró los ojos y se frotó la frente despacio.

Cuando pasaron unos veinte minutos, cogió la copia de las llaves del apartamento y salió de allí.

Avenida principal

Rock había llegado diez minutos tarde a la reunión donde ejercería como intérprete. El motivo por el que se encontraba allí era en esencia algo muy sencillo: traducir a la absoluta perfección los tramos de las cuatro rutas principales por las que la rusa quería trasladar el opio. Tras la llamada sorpresa del día anterior, Rock tenía claro que había estado sintetizando aquella idea a espaldas de Chang, y como continuamente estaban luchando por el poder en Roanapur, el más rápido sería el que ganara. Pero no podía evitar sentirse nervioso y observador de cada persona y gesto que veía, o ruido que escuchaba. Estaba acobardado por si en cualquier momento algún loco empezaba a disparar, o si les gaseaban en mitad de la reunión con la idea de un secuestro… o cualquier otra cosa. A veces, cuando los desafíos de poder estaban tan claros de un bando hacia otro, el bando debía contraatacar duramente, y siendo que Chang era el encargado de opio en pequeñas localidades de la ciudad de Roanapur, aquello era un ataque directo a su hombría y un insulto a su mandato. Poco le había importado a Balalaika, pero claro: en la guerra, los primeros que salían por los aires despedazados eran los peones, y Rock tuvo clarísimo mientras entraba a la sala de reuniones que todos aquellos presentes, incluido él mismo, eran peones al servicio de los auténticos reyes.

Pero la reunión transcurrió sin ningún tipo de altercado. La vía principal de Tokio seguía bulliciosa como siempre, las personas gritaban y los niños jugaban con la misma y rutinaria normalidad de siempre. Además, la misión había sido un éxito… el trato se había cerrado y él disponía de toda la información de la nueva ruta que el contacto le permitiría, a cambio de usar sus otras cuatro. Conocer esta ruta marítima era de suma importancia, porque suponía una ventaja con respecto a cargamentos ajenos, y era una ruta que no estaba disponible para nadie más que no fuera su equipo. Eso suponía un jaque a cualquier otra persona que osara continuar con el negocio del opio, y por descontado, una provocación en la cara de Mr. Chang. Rock sabía que aquello traería confrontaciones a menos que ella le propusiera algún trato…

Já, no le va a proponer una mierda aparte de que se trague esto como pueda y ya está, pensaba mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla una vez abandonó el recinto. Tendría otra reunión en una hora, lo cual le daba un margen para ir a buscar el paquete y comprar algo de comida para lo que restaba de semana. Decidió fumarlo tranquilamente antes.

Oficina de correos

Revy atravesó las puertas del enorme edificio de correos y esperó cola para ser atendida. Había tanta gente, que a punto estuvo de abandonar, no tenía ganas de hacer favores. Pasó varios minutos en pie, entretenida con la charla que compartía una familia cerca de ella. Dos hermanitos pequeños parecían pelearse por quién se quedaba una bolsa de caramelos al llegar a casa, e intentaban destacar sus patéticas hazañas delante de una madre que ni les estaba ya escuchando. Revy tenía sentimientos encontrados cuando presenciaba a los niños. De haber tenido una hermana y ser tía, estaba segura de que se le habría dado muy bien. Sabía entender a los críos, sobre todo a los que rondaban los 7 y los 10 años, pero no se imaginaba el escenario donde ella fuera la madre. Tampoco quería, porque era una responsabilidad que otorgaba a la larga pocos frutos personales más que mucho dolor de cabeza y un criajo contestón. Se preguntó, antes de sufrir la maldición de ser adoptada por un hombre alcohólico y dejado, en qué pensaba su madre cuando iba a dejarla al orfanato. ¿Sería una mujer como ella, desquiciada de la vida sin nadie que la quisiera? Probablemente sí.

—Señorita, ¿la ayudo en algo? ¿Está bien?

Revy reaccionó y se adelantó a la mesa. Tanto pensar en tonterías la habían distraído y tardó un rato en recordar los datos del envío que tenía que recoger. Al final los sacó y se los fue deletreando a la mujer.

—Bien —convino, con una sonrisa ensayada y automatizada. Le puso un papel por delante. —Debe firmar la recogida. El paquete viene con un mensaje pegado, no sé si estaba al tanto.

—¿Hm? —Revy ojeó el paquete envuelto en papel, y vio que en un lateral había un sobre pegado. Firmó los papeles y se marchó de allí con la caja en la mano. Arrancó el sobre y desdobló de su interior una nota.

«El paquete debe ir a la peluquería Sars de la avenida principal de Tokio. Preguntar por Azumi.»

Revy arqueó las cejas. Sabía dónde estaba la dichosa avenida. Pero era el lugar donde Rock había sido alertado el día previo. Suspiró y sacudió la cabeza: le importaba todo tres cojones, no se fiaba de Chang, y tampoco creía que un tiroteo se diera dentro de una peluquería. Los tiros no le daban miedo. Con olerlos, sabía hasta de dónde venían. Se encaminó hacia la avenida.

Tras una caminata que duró veinte minutos, llegó a la avenida… y se dio cuenta en seguida por la agobiante masa de gente que se empujaba prácticamente entre sí para avanzar en la dirección que querían.

Putos japoneses, joder…, sólo llevaba una pistola escondida en el bolsillo interno del abrigo. Pero si quería sacarlo, tardaría, y eso le daba desconfianza. Se obligó a serenarse: ella no estaba allí para disparar ni ser disparada, así que no tendría que hacer uso del arma. Se intentó colar en el atolladero de personas por un costado, y tuvo que ir prácticamente torcida y caminando de lado para ir esquivando a la gente.

Peluquería Sars

—Am… buenas. Buenos días. —Saludó en un japonés regulero. Las peluqueras, muchas con mascarilla, la miraron y siguieron a lo suyo sin decir nada. Pero la mujer que estaba sentada tras el mostrador del final de la sala la miró, achinó los ojos al sonreír y le contestó que tomara asiento. —Oh, en realidad sólo venía a dejar un paquete.

—Pero tú no eres repartidora, ¿no? —la cuestionó una de las clientas, que había prestado atención al abrigo negro con cuello alto que Revy llevaba con la cremallera hasta arriba. Era un abrigo un tanto sospechoso si el rostro de la persona se hacía sospechoso, y en el caso de la chinoamericana se cumplían ambas.

—No. Vengo a dejarlo y ya está.

—Si no eres repartidora, entonces sabrás decirnos qué es lo que dejas aquí —murmuró esta vez una de las trabajadoras que le masajeaba la cabeza a otra de las clientas. Revy se aproximó despacio al mostrador y se dio cuenta de que las mujeres empezaban a mirarla raro. Las ignoró y dejó la cajita de cartón sobre la repisa. La mujer que se encontraba allí, la cual era notablemente mayor en edad que sus trabajadoras, volvió a sonreírla y se aproximó el paquete. Lo observó y empezó a abrirlo, mientras miraba de reojo a la desconocida.

—Tú no eres de por aquí, ¿verdad? —preguntó dulcemente, con amabilidad. Revy la miró pero regresó la mirada al paquete.

—No soy japonesa, si es lo que está preguntando.

—Oh, eso ya lo había imaginado. Eres muy bonita. Ojos bonitos —le dijo lo último en chino, a sabiendas que Revy entendería. —Pero no achinados del todo, sólo rasgados. Qué curioso. ¿Padre caucásico?

Yo pensaba que los japoneses eran más calladitos. Me ha tenido que tocar la parlanchina de turno…; Revy se dio cuenta de que no sabía del todo la respuesta a su pregunta. En el orfanato la única información que le dieron era que efectivamente, su padre parecía americano y tenía la piel mucho más blanca que la madre. Y hasta la actualidad, era la única información que Revy tenía.

—Sí —se limitó a decir.

Cuando el paquete se abrió, la mujer japonesa se sorprendió. Sacó de una bolsita pequeña un relicario con fotos minúsculas adentro, y Revy supo que se trataba de un presente especial y familiar. Esperó no haberla cagado llevando el paquete hasta allí, pues no conocía a la mujer de nad…

Espera.

La miró fijamente, y centró la mirada en las fotos del relicario.

—Es mi hijo. No se le ha pasado el regalo por mi cumpleaños… mírale —sonrió con orgullo y le giró el relicario. A Revy no le hizo falta ni dos segundos para reconocer quién posaba en la fotografía con ella, aunque el niño que sonreía en esa foto antigua no tenía más de seis años.

Revy le devolvió una sonrisa un poco forzada.

—Disculpa, tengo la manía de ponerme aquí a hablar de mi vida… ¿deseas sentarte y hacerte algún corte?

—No, sólo había venido a entregarle esto.

La mujer se puso en pie, y cuando se puso en pie, Revy sintió algo de ternura, era bastante pequeñita, incluso más bajita que Fabiola. Tenía las manos pequeñas y algo agrietadas por la edad; las llevó a sus propias puntas del pelo y luego le señaló el suyo.

—Te has tomado la molestia de venir hasta aquí, deja que te corte esas puntas tan abiertas, vamos. Toma asiento. —La japonesa le sonrió y prácticamente la abrazó para mostrarle los asientos a sus espaldas. Revy se alarmó un poco al sentir que la rodeaba, no quería que notara el arma bajo el abrigo, eso complicaría mucho las cosas. Miró hacia la avenida con un cariz preocupante, pero renegó de su temor: era altamente improbable que aquello sucediera. Mr. Chang le había mentido.

—No tengo dinero —se apresuró a decir Revy, zafándose disimuladamene del agarre de la mujer, pero ésta le señaló el asiento.

—Para mí esto ha sido suficiente pago, ya lo creo… vamos. ¿Quieres que aprovechemos y repasemos ese flequillo?

—N-no.

Revy puso los ojos en blanco cuando notó, ya sentada, que le pasaban la tela por delante y la abrochaban tras su nuca.

—Tienes el pelo bonito, aunque algunos mechones están menos teñidos que otros. Te lo tiñes tú misma, ¿verdad? —le preguntó toqueteando el pelo de Revy por zonas. Ésta balbuceó una afirmativa sin darle mucha oportunidad a ahondar en la conversación. Por lo menos, el resto de clientas y trabajadoras ya no la observaban, volvían a estar sumidas en sus teléfonos o parloteando con su respectiva peluquera. Suspiró y trató de relajarse, aunque le costaba. Las manos de Akumi, quien dio por sentado que así se llamaba, estaban amaestradas para masajear como una diosa, y la sumió en un alivio casi total a la hora de lavarle el pelo y añadirle el acondicionador. Tenía el pelo largo y fino, pero nunca se lo arreglaba. Cuando volvió a mirarse al espejo evadió la mirada y fue a parar al relicario que Akumi había dejado en el soporte del espejo donde la atendía. Akumi la observó de reojo.

—¿Sabes? Eres una chica muy bonita. Seguro que a mi hijo le encantarías —musitó sin levantar mucho la voz. Revy sonrió un poco, al darse cuenta de que la mujer era bastante inteligente.

—No sé yo. A lo mejor es un testarudo de renombre.

—Sí que lo es. Pero tiene muy claro lo que le gusta. Va a por todas cuando es así, ya lo viene haciendo desde la secundaria.

Revy trató de no darle más pie a continuar a la mujer. Akumi sabía que esa chica era la novia de Rock, y Revy lo veía en sus ojos. Pero no podía estar a gusto cuando había deseado evitar ese encuentro… y más después del encontronazo que habían tenido en el apartamento.

—No eres muy habladora, por lo que veo… —musitó cuando el tiempo pasaba, y ya casi había terminado de cortarle las puntas. Fue echándole un spray para deshacerse de los pocos nudos que le quedaban, y finalmente la peinó. —¡Ya está! ¡Guapísima!

Revy asintió sin más y se puso en pie. Se movió hacia el mostrador y sacó su billetera.

—Deje que le pague.

—¡Oh, no, no! Ya lo he dicho. Esto ha sido suficiente pago. —Sonrió mientras se acercó el relicario. Lo abrió y se lo colocó en el cuello, dándole la espalda. —¿Podrías…?

—Claro —murmuró, y atornilló con cuidado las puntas de plata del colgante. La mujer lo acarició y volvió a darle las gracias. Cuando Revy estuvo a punto de marcharse, fue sacando el teléfono, pero la mujer la hizo voltear.

—¡Vuele cuando quieras! Ha sido un placer conocerte.

—G…gracias.

Revy sonrió, aunque se sentía confundida de cojones. Aquella mujer era como la abuela de las galletas que salen en las series norteamericanas. Aunque cuando se giró y telefoneó a Rock, una sonrisa se le dibujó sola. Le había resultad agradable tratar con ella.

Recinto empresarial

Rock no tuvo tiempo de ir a la oficina a por el paquete y eso le desquició. Tampoco de hacer la compra, porque al poco de acabar el cigarro, Balalaika le llamó y tuvo que explicarle punto por punto y a puerta cerrada todo lo hablado con los magnates japoneses. La llamada duró bastante rato, cada vez se le hacía más interminable y no por culpa de Balalaika: había más gente en la llamada que también opinaba y hacía sus cuestiones. Balalaika no estaba sola en su despacho. Tras una hora y cuarenta minutos de charla de negocios, el reloj de pulsera de Rock le avisó que ya tenía que estar listo para la siguiente reunión. No le dio tiempo siquiera a ver que Revy le había llamado.

Una hora más tarde

Aunque el capullo no le cogió el móvil, ella no regresó tan rápido al apartamento. No quería estar encerrada, así que cogió un desvío y pasó por un supermercado para comprar algunas provisiones. Después de pelearse en la cola y coger un montón de comida basura y cervezas, pagó a un taxi para que la acercara al domicilio. El estómago le rugía de hambre y estaba ya salivando con la pizza que se haría al horno. Tras pagar al conductor e ir cargada hasta el relleno que daba al apartamento, dejó las bolsas delante de la puerta y buscó las llaves. Palpó los bolsillos del abrigo pero no daba con ella. Miró a un lado y a otro y, cerciorándose de que nadie la miraba, se bajó la cremallera del abrigo y metió la mano en el bolsillo interno, acariciando el arma y sus alrededores hasta dar con la llave. Cuando la tomó con los dedos, vio una sombra deslizarse en la estrecha línea de luz que había bajo la puerta. Revy parpadeó una sola vez y frenó todo movimiento: la sombra se movió una vez más y desapareció hacia la izquierda. Justo por donde estaba el balcón. Con mucho sigilo, Revy dio un paso atrás y miró el teléfono: ni de coña, no podía ser Rock. Sabía cómo eran aquel tipo de reuniones infumables e interminables. Se puso alerta enseguida y trató de ser lo más felina posible al desandar sus pasos. En lugar de sacar la llave, lo que sacó del abrigo fue la pistola, y alejándose un poco de la puerta, se cubrió en uno de los pasillos y quitó el seguro. Si había alguien adentro, lo más probable es que la hubiera oído dejar las bolsas y se estuviera marchando. Pero le preocupaba que hubiera pasado tiempo dentro del apartamento porque nadie sabía que estaban allí… excepto Chang. Según Rock, Chang había dado a entender que sabía dónde se hospedaban. Cerró los ojos y puso una expresión de cansancio que se evaporó muy rápido, no quería compadecerse. Tocaba disparar y lo haría. Se escabulló por el pasillo sin descubrir las espaldas y todo el camino hacia atrás lo pasó pegada al muro, con la mirada seria y alerta. Al tocar el asfalto, que ya no chirriaba como los paneles de madera, pudo caminar más tranquila y rodear el bloque entero por el lado opuesto al que había llegado. Asomó sólo una fracción de segundo la cabeza por el muro y la volvió a esconder: alguien estaba saliendo por la terraza tal y como predijo, y por la vestimenta, no era Rock. Era un hombre encapuchado que se iba con las manos metidas en los bolsillos. No había nada en la casa que pudiera justificar un robo, a lo mejor de eso se trataba. Pero le seguía pareciendo extraño y su sexto sentido le decía que no se encontraba a salvo. Miró con mucha atención la carretera hacia la que se acercaba el encapuchado: había un coche aguardándole. Cuando la puerta del coche se abrió y se introdujo dentro, Revy apuntó y empezó a disparar veloz. La rueda derecha del primer eje se desinfló y el coche se combó hacia un lado, el conductor arrancó y pretendió meter primera marcha. Los neumáticos chirriaron al girar tan rápido y el coche salió propulsado hacia delante. Revy siguió disparando por todo el capó y el resto del cuerpo; le reventó otra rueda, esta vez la trasera, y el coche tuvo dificultades para continuar en línea recta. Una de las ventanillas se bajó y Revy abrió los ojos al contemplar cómo un antebrazo armado con un subfusil se asomaba en su dirección. Saltó hacia el muro del edificio y por poco no fue atravesada por seis balas continuas. Por el sonido de las ruedas, supo que se había descarrilado y que el muy cabrón se acercaba directo al bloque. Revy levantó la mirada al sentir ruidos en una de las ventanas superiores: un vecino subió la persiana y asomó la cabeza, y contempló horrorizado cómo el subfusil volvía a dispararse al derrapar en la otra esquina del bloque. Los tiros empezaron a hacer marcas por toda la pintura, y el trazado de las balas se dibujaba por la huida que Revy estaba haciendo. La muchacha corrió hasta volver a dar esquinazo al vehículo, pero no podría correr eternamente. Volvió a girar en otra de las esquinas, el corazón bombeaba acelerado ante semejante carga de adrenalina.

—Cabrones, ¡¡OS VOY A AGUJEREAR EL CRÁNEO COMO SIGÁIS TOCÁNDOME EL COÑO!!

Gritó como una posesa, con una sonrisa de oreja a oreja. El vehículo rojo pasó peligrosamente por su lado al derrapar, pero estaba tan descontrolado por las ruedas atravesadas que el que iba disparando desde el lado copiloto no atinaba a acertarle. Revy mordió la pistola y la llevó en la boca mientras se daba un impulso para saltar hacia la escalerilla de emergencia que había cerrada en el lateral del bloque. Era lo suficientemente delgada como para colarse entre los barrotes, y le dio tiempo a cubrirse con el muro de piedra exterior que había inmediatamente después, donde las balas empezaron a picotear al segundo. Tenía buen ángulo desde allí estando cubierta, pero seguía estando en desventaja. Pronto el coche no se oyó más, se abrieron dos puertas y sus oídos reconocieron un segundo subfusil, probablemente de manos del conductor. Asomó media cabeza y la ocultó deprisa, justo a tiempo para no recibir una lluvia de plomo. Empezó a gatear por el pasillo hasta torcer en otra esquina del bloque. Allí continuaba la escalerilla de emergencia que había al otro lado, y pudo ascender hasta la azotea. La distancia entre la planta baja y la azotea no era mucha, dos pisos. Pero sí podía ser mortal en caso de caída. Revy se dio prisa en asomarse por sorpresa en uno de los lados y disparó. Su objetivo logró ocultarse tras la puerta abierta del vehículo, que recibió el balazo. Cuando ascendió la mirada para contraatacarla, Dos Manos ya no estaba allí. Oyo un tiro a su lado y vio con sorpresa que su compañero con pasamontañas caía herido, soltando el subfusil.

—¡Puta zorra de mierda!

—¡Tu madre! —le respondió y ambos empezaron a dispararse mutuamente. Revy tenía la ventaja de la altura para esconderse y reaparecer por sorpresa en otro punto, mientras que el otro tenía una buena cadencia en el arma. Pero Revy tenía muy buena puntería.

—Mierda —masculló el encapuchado al sentir que una bala le despellejaba todos los nudillos de golpe. Eso había estado muy cerca, en línea recta con la posición de apuntado de los brazos: significaba que Revy estaba apuntando a su cabeza en cada tiro que daba. El siguiente tiro le peinó los cabellos, y lo único que le nació hacer fue ocultarse dentro del coche. Ahí dentro se peleó para hacerlo andar, a las ruedas le costaban responder. Revy aprovechó para recargar, pero la sonrisa no se le iba de la cara. Sabiendo que iba a huir como un perrito asustado, se dio el placer de ir bajando las escalerillas por las que había subido. El ruido de los neumáticos chirriando le indicaba que no era capaz aún de desplazar el coche. Siguió bajando rápidamente, y dio un enérgico salto hacia la primera planta, buscando la otra escalerilla al otro lado. Al bordear el bloque y agarrarse al soporte de la escalerilla, un estruendo que jamás olvidaría en su vida la sacudió. El bloque retumbó y las baldosas exteriores vibraron bajo sus botas, y lo siguiente que vio fue cómo el edificio reventaba por un lateral y la mandaba a volar por los aires con violencia. Durante el trayecto, su cuerpo se golpeó contra algo metálico duro que frenó gran parte de la caída, pero una segunda combustión implosionó de nuevo y perdió la consciencia en el acto.

El muchacho no pudo apartar el coche, pero fue afortunado: los escombros despedazados que volaron por la bomba impactaron en el parabrisas y éste le salvó de tener el cráneo aplastado. Vio con satisfacción que la joven con la que se había estado tiroteando voló a causa de la explosión y las rejas de emergencia por las que se había colado la golpearon. Le sorprendió su resiliencia: se puso en pie tocándose los oídos, pero la segunda explosión la pilló cuando aún estaba sujeta a la baranda y no tuvo ocasión de emprender huida. La bomba reventó cerca de ambos y oyó inmediatamente los gritos y los llantos de los transeúntes, completamente aterrorizados. El cuerpo de Revy rodaba sin parar, totalmente arañado por el arrastre con el asfalto, y su arma salió dando giros lejos de sus manos. El chico corrió a recogerla y luego la miró a ella tras su pasamontañas: no sabía quién era, pero daba por sentado que era la pistolera de la que le avisaron protegerse. Él sólo tenía que poner las bombas y marcharse. Ahora volvería con un compañero muerto, el coche destrozado y la policía pisándole los talones. Resopló cansado, pero aliviado: estaba amenazado de muerte él también. Tenía que matar al japonés y a la chinoamericana, pero si las dificultades que se presentaran en el transcurso de la misión sólo posibilitaban la muerte de uno de los dos, ya cobraría su dinero y la confianza del grupo de Chang. Se acercó con cuidado a examinarla. Tenía el cuerpo magullado y una pierna en una posición un tanto extraña, probablemente rota por los múltiples impactos. Le movió el rostro con la bota y la chica seguía con la mirada perdida. La dio por muerta. Algo acobardado por la multitud que empezaba a generarse en círculo no lejos del edificio, se dio prisa en subir al vehículo y siguió intentando arrancarlo. Exasperado al no conseguirlo, se quitó el pasamontañas y descubrió su cabeza rubia, que sudaba por el mal rato y la adrenalina desprendida. Se sintió torpe como nunca, un novato en toda regla. Sus manos, grandes y fornidas pero jóvenes, temblaban al posicionarse en el volante. El coche no arrancaba. Escuchó las sirenas a lo lejos, pero eran de ambulancia. No osarían acercarse y los mantendría a raya con el subfusil. Lo tomó y asomó el brazo por fuera del cristal roto, mientras con la otra mano seguía girando el contacto. La gente gritó cuando asomó el brazo armado: eran inferiores, todos ellos, eran inferiores a él. Mientras tuviera fuerza y un arma de fuego siempre tendría el control de aquellos estúpidos paisanos. Los podía matar a todos si se le antojaba. Pero dentro de su cagada y la pérdida de su colega, sentía ganas de obtener reconocimiento, de ser visto como un profesional, así que no empeoraría su situación o la policía se lo pondría muy complicado. Al sexto intento, el coche hizo amago de arrancar, pero en el último momento volvió a apagarse, y vio por el rabillo del ojo algo que se deslizaba.

Entonces perdió el resuello de golpe.

Era la zorra china. Estaba viva, se movía. Le estaba costando, pero la cabeza se le movía a duras penas, y los brazos, plagados de cristales clavados, se arrastraban por el asfalto en dirección al muro del edificio. El chico volvió a colocarse el pasamontañas y la capucha y persistió con el vehículo. El coche arrancó.

—Puta asquerosa. Lamentarás haberte movido, escoria.

Revy gemía mientras gateaba hacia el muro, estaba buscando dificultarle que le disparara, pero se movía muy lento. Se quejó cuando sus brazos se aferraron a la tubería de la pared y se erguía, tenía una pierna colgando, sólo hacia la fuerza con una. El chico dio marcha atrás y cerró los ojos. Se concentró y materializó el objetivo final de toda aquella locura. Expulsó el oxígeno de golpe, metió primera marcha y pisó a fondo el acelerador. El coche tardó un segundo en dar un brusco adelantón, y encauzó la dirección hacia el edificio. Aceleró y aceleró, más, más, y aunque la distancia era bastante corta y el peligro mortal hasta para él, sabía que era la única baza que le quedaba para pillarla por sorpresa. Empezó a gritar como un gorila y en el último instante dio un acelerón más, atropellándola con el extremo derecho del parachoques. Asomó el brazo y mantuvo el gatillo presionado dos segundos; estaba seguro de que fallaría varios tiros.

Aceleró como un poseso inmediatamente después, metiendo cuarta marcha y a duras penas hasta llegar a la zona donde otro coche lo recogería. Los callejones se los había estudiado de memoria con su amigo, cuyo cuerpo yacía ahora junto al cadáver de la pistolera Dos Manos.

Recinto empresarial

A Rock le fastidió ver el número de su madre marcarle 16 veces en una hora. Estaba ya anocheciendo, y aunque calculó que las reuniones acabarían a las 3 del mediodía, no fue hasta las 7 que por fin su jornada había concluido. Lo más pesado de la misión ya estaba hecho. Ahora por fin podría ir a algún supermercado a comprar existencias, aunque supuso que la porfiada de Revy habría hecho lo que habría querido.

Telefoneó a su madre, preparado para regañarla por haberle asaltado tantas veces al móvil mientras estaba reunido.

—¡¡Rock!!

—Mamá, ¿qué narices te ocurre? ¿16 veces, en serio?

—Rock… ven inmediatamente adonde estabas viviendo con esta chica… está… —su voz sonaba agitada. Rock sintió que se le paraba el corazón.

—¿QUÉ? ¿Está qué…? ¿QUÉ COÑO HA PASADO?

—Está la policía y la ambulancia aquí… intentando reanimarla… Rokuro, creo que la han matado.

A Rock se le cayó el móvil de la mano. No podía ser.

La amenaza de Chang. Era real… había sido real.

Había jugado con él a ver quién era el más listo. Le dijo que la bomba estaría en la avenida para que no asistiera a aquellas reuniones. Rock había pasado la primera trampa. Pero Revy continuó allí. Sintió que el nudo de la corbata le estaba estrangulando y se la aflojó. Cogió el móvil con las manos temblorosas, agachado en el suelo.

—Dónde… dónde estás tú… apártate de donde sea que estés, YA.

—No me marcharé hasta ver si esta chica está bien.

—¡¡SAL DE AHÍ, JODER, SAL DE AHÍ!! O NO TE VOLVERÉ A COGER EL TELÉFONO EN TU VIDA, ¿¡ME OYES!? —toda la gente que transitaba a su alrededor pegó un brinco, asustados por los decibelios de Rock. Estaba sulfurado. Colgó la llamada y corrió torpemente hacia la parada de taxis.

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