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CAPÍTULO 18. Una vida de ensueño

Todo el mundo cuchicheaba a su paso. No era para menos. Los minerales pertenecientes a las familias influyentes tenían significado de peso y obligaba a la sociedad a respetarlos. No cualquiera se podía permitir regalarlos: desde que un clan lo tenía agenciado como piedra familiar tras generaciones y guerras, confería una identidad fuertemente anclada a al genética y al poder de esos genes. Los Ellington habían estado a punto de perder la esmeralda como resultado de la rebelión, varias veces habían mordido el polvo tratando de ganar a los Belmont. Quien perdía una guerra, perdía también la cabeza, perdía las familias principales por ejecución y el resto de efectivos que estaban dispuestos a cambiar de líder, eran trasladados y sus territorios ocupados. Quienes sintetizaban un mineral eran portadores también de un sello de clan concreto, y el mineral siempre era más fuerte o débil que otro. Además, las cristalografías de éstos cambiaban constantemente a través de las mutaciones. Pero los Belmont habían hecho del zafiro una alineación tan fuerte, que nadie les había hecho sombra en las últimas doce generaciones. La hechicería que empañaba los minerales era sólida. Los Ellington habían estado a punto de perderlo todo al tratar de enfrentarles, y a pesar de que recularon en última instancia, el ardor entre ellos y los Hansen persistía. El resto de clanes eran menores.

Por eso Paulina Ellington, al ver el zafiro en el cuello de una de las mascotas a las que sustraían dinero, hirvió por dentro. Avisó a su mano derecha de que la secuestrara a la salida de clases, pero en cuanto Jensen intentó ponerle la mano encima, recibió un disparo en los pulmones que lo dejó tiritando y la noticia se esparció como la pólvora.

Al segundo día tras la tragedia, Simone Hardin acudió con más miedo que seguridad a clases. Ahora ya era un hecho: ya no era una mascota y quien la tocara podía acabar muerto. La gente la miraba y la observaba en silencio. Nadie osaba aguantarle por demasiado tiempo la mirada, salvo aquellos cuya superioridad latía con incredulidad. Yara y las hermanas Thompson fueron algunas de ellas. Y Hardin, sintiéndose extraña pero con una creciente sensación de triunfo, sonrió para sus adentros.

Despacho del director

—Es raro que no supieras nada, Goro.

El jefe de estudios miraba pensativo el suelo. Era su sobrina de la que estaban hablando.

—No sé por qué lo habrá hecho. Serán muy amigas.

—No es necesario que te hagas el sueco. Las paredes hablan aquí. Se dice que Belmont mantiene algo más que amistad con esa chica. Y después de saberse ese rumor, Belmont falta dos semanas. Cuando reaparecen, Hardin tiene un zafiro colgando del cuello. ¿Cómo crees que va a tomárselo la gente?

—Sea como sea, es grave.

El director concedió la razón con un asentimiento. Ahora, les gustara o no a los padres de Ingrid, tenían la obligación de proteger a esa desconocida. La muchacha no les había hecho nada malo, y los que rodeaban a la otra adolescente olían su influencia a distancia. Si Hardin estaba donde estaba, no era por Hardin por sí sola. Belmont había complicado las cosas obligando a los suyos a proteger a una cualquiera a cambio de la total sumisión de esa persona. Esa sumisión daba las mismas libertades que quitaba, y Simone no sabía que acababa de firmar un contrato de por vida en cuanto aquella cadena de plata se abrochó en su nuca.

Aunque el propio Goro esperó una explicación de parte de su familia, no la recibió.

Hubo un duro y estricto silencio, que se alargó meses.

Transcurrió el tercer y último trimestre.

Dos meses después

Mansión Thompson

Mia y Malena Thompson habían vuelto a pelearse tirándose de los pelos. Malena, la de gafas, tenía la montura inclinada y la mitad del rostro enrojecido. Su madre le había calzado una bofetada a mitad de griterío. Mia había disfrutado de que su madre se posicionara de su parte, aunque no estaba tan segura de cómo se lo fuera a tomar su padre en cuanto regresara del trabajo. Por suerte faltaban varias horas.

—Serás tú, Malena, quien le explique a tu padre lo que acabas de hacer.

Mia miró a su hermana con la sonrisa torcida.

—¿Yo? Será lo que me ha hecho ella, ¿no? Me acaba de quemar el pelo. A papá le dará igual… jeje… creo.

—Te lo merecías por ladrona. Ahora tendré que buscar otra universidad.

—Ladrona… —repitió, sonriendo con más sorna—, sólo una iba a ser trasladada a esa prestigiosa facultad. Deja de sufrir, no llegabas a la media.

—Ni que les importara la puñetera media.

—De hecho les importa —la interrumpió su madre—, pero les importa más el prestigio del apellido.

—Si eso fuera cierto habríamos entrado las dos —se defendió Mia.

—Si supieras estudiar, probablemente habrían hecho la vista gorda. Oye… ¿no tenías una mejor relación con Ingrid Belmont?

—Oagh… —Mia soltó el tenedor y se dejó caer rendida en el respaldo—. Ha cambiado mucho desde que se echó novia.

La mujer suspiró con un deje asquiento. Malena soltó una risita mirando a su hermana, y rápida como una flecha, esta le dio un codazo para que se controlara.

—Esa muchacha… todas las posibilidades que tiene por delante y los rumores que hay sobre ella son deleznables… no sé cómo se estará tomando esta noticia en la Directiva.

—Siendo su tío el Jefe de estudios, me imagino que no les importará ya un bledo.

—Jm… mamá, Mia no le puede pedir favores a Belmont… porque Belmont pasa de ella, por si no te había quedado claro.

—¿Es que ya no sois amigas?

Malena soltó una risa más fuerte, y Mia la tomó de la coleta. Chillaron y empezaron a forcejear, pero la mujer dio un golpe en la mesa que las hizo controlarse. Mia suspiró cabreada.

—No, mamá, no somos amigas. Y no porque yo no quiera. Pero tampoco me gusta ir detrás de nadie, ya lo sabes.

—Ese “nadie” no debería contar con los apellidos del clan Belmont. Se rumorea que Ingrid tiene el sello, igual que todos sus hermanos… y su padre.

—Nunca se lo he visto —mintió. Odiaba aquel maldito tema de conversación.

—Sale en situaciones límite —explicó Malena, rodando los ojos y señalando con un aspaviento a su hermana—, ni siquiera sabe cómo funciona el mundo, esta chica es boba. Y pretende ir a la universidad.

—Perdona, imbécil, pero yo nunca dije que quisiera ir a la universidad. Lo que pasa es que me tenéis frita con mis obligaciones. Y aún falta un año.

—No estaría de más que fueras simpática con ella y trataras de asegurar una plaza extra en la academia. Si al final decides dar el salto a la facultad, quiero que mis dos hijas vayan preparadas.

Mia suspiró largamente. No tenía interés realmente por continuar los estudios después de los dieciocho, pero sabía que fácil tampoco lo tenía. Podía tomar las riendas de las dos empresas de sus progenitores, pero… sin estudiar, iba a ser complicado. También podía optar por la solución más sencilla, que era no trabajar y ser una mantenida de su apellido. Pero esos hijos parásitos también solían ser criticados en la estructura actual. Ya bastante cruz tenían que soportar siendo un clan cuyo sello se había perdido en algún punto del linaje. No tenían otro destino que no fuera el de obedecer a los clanes grandes, como el Ellington, el Hansen o a la -casi- impoluta familia Belmont.

—Belmont no completará en Brimar la secundaria, de todos modos… así que lo siento, mamá, pero si tu plan era fingir ser su amiguita del alma, se te chafa el plan.

—Pero… ¿y en qué otro lugar iba a ser?

—La llevan a un internado, en el extranjero —musitó Malena, deslizando aburrida su dedo por la pantalla del móvil—. Es lo que tiene en su familia ser lesbiana, imagino, te quieren castigar un año entero en lugar de con un par de hostias.

Mia tragó saliva y miró a su madre. Había tenido suerte: su conducta descarada y sexual no había llegado aún a oídos de ninguno de sus padres. Temía que le pudiera ocurrir algo parecido. Se centró en terminar su plato. La señora Thompson meneó la cabeza disgustada.

—Entiendo… entonces nadie de la academia tendrá contacto con ella. ¿Tenéis idea de dónde está situado ese internado?

—No lo quieren decir. Pero nada más ponga un pie en el que sea, se enterará todo el mundo después. Quieren evitar matriculaciones indeseadas, supongo.

Mia las escuchaba a una y a otra sin aportar nada.

—Pero… generalmente estas decisiones están respaldadas por otros motivos. ¿Acaso piensa meterlas en un internado sólo para chicas? Si lo que dicen es cierto, sería contraproducente.

—No sé los detalles, mamá. Imagino que quizá sea mixto.

Malena se sobó la mejilla y suspiró. Tampoco es que fuera fácil que todos los temas acabaran desembocando siempre en los dichosos clanes ajenos. Era un tema pesado que envolvía a tantas familias con sus empresas y su nivel de vida, que cansaba. Se frotó la cara dando un resoplido y finalmente llevó los platos a la cocina.

Por su lado, Mia tampoco quería ahondar en el tema de Ingrid. De un día para otro, la mascota que había estado siempre en el peldaño más miserable de la jerarquía social había saltado hasta situarse como vínculo del clan Belmont, dando una vuelta de tuerca a todos los comportamientos que fueran dirigidos hacia ella, de ese momento en adelante. La única persona que podía romper un vínculo hacia un sello era la que iniciaba el contrato. Lo más común en clanes pudientes, eran joyas a la vista con el mineral que potenciaba los poderes de cada respectivo sello. El zafiro, en el caso de los Belmont. No portar la joya o ser asaltada una de las mismas podía ser motivo de deslealtad, con las repercusiones que esto pudiera tener.

Ryota Belmont tiene que estar que trina, viéndose incapaz de romper el vínculo que ha hecho Ingrid… esa estúpida ha tenido suerte.

Realmente la envidiaba y quería a partes iguales. Ingrid era portadora y manifestadora del sello, tenía que serlo, era la única forma en que el vínculo fuera válido e irrompible. Si el sello se manifestaba en un organismo humano, era por la aparición de moléculas especiales denominadas JK. Pero no siempre se conocían los poderes que podían desarrollar en una persona u otra. Se sospechaba que en el caso de Kenneth era una fuerza descomunal y cómo no, la síntesis de armas de zafiro. Era el caso más común. Pero desconocía qué podía manifestar Ingrid… si es que manifestaba alguno. En cuanto a Roman Belmont, las malas lenguas sostenían que a pesar de tener sello, éste brillaba bajo situaciones de estrés y miedo, y no tenía poder alguno.

Pero eso no era lo importante.

Lo importante era que la naturaleza de los sellos estaban vinculados a la aparición de material JK. Lo importante, era que cada molécula formada por un clan estaba vinculada a su familia y distintos alelos se vinculaban con mayor o menor fuerza a distintos minerales. Cualquier Belmont podía vincularse a un zafiro. Pero la joya final obtenida sólo puede quebrarse si así lo desea el que inició el vínculo. Al menos, en el caso de los vínculos. Construcciones de armas sí que pueden romperse entre ellos, dependiendo de la fuerza de cada portador… y de la fuerza de su magia.

Los clanes más influyentes hacían negocio de ello. Por supuesto, era una variante más de ser una mascota… pero no era un recurso que se estilara. En realidad, el vínculo era demasiado importante como para degradarlo. Aunque el humano portador debiera obediencia al clan, el simple hecho de llevar un zafiro convertía a Simone Hardin en una humana más importante. A Mia eso la enojaba tanto, que había bloqueado a Belmont del teléfono. Esa era la simple y llana realidad que no quería contar ni siquiera a su hermana. Envidiaba a Hardin por haberse convertido en la protegida de un clan que ni siquiera la quería, y que por ley estaban obligados a cuidar. Que un humano vinculado por piedra preciosa se descuidara, era indicativo de pobreza del clan. Y el apellido Belmont era demasiado pesado para permitirse esa reputación.

Así que, en pocas palabras, Mia sabía que lo que Ingrid acababa de provocar en su familia era una auténtica desobediencia y cabronada.

Típico de Ingrid. Cuando nadie la mira, actúa como le da la gana.

Apartamento de Hardin

Roman había acompañado a dejar las últimas cajas de la mudanza de su amiga. Había custodiado su coche y hecho equipo con sus propios hombres para facilitarle el traslado de cada enser personal; Simone se mudaba a un apartamento céntrico de lujo. Nada de lo que le estaba ocurriendo a esa chica desde hacía un par de meses le parecía desmerecido. Simone tenía muy buen rendimiento escolar y había sido maltratada por sectores peligrosos. Su familia y ella necesitaban protección hasta que la deuda quedara saldada. Su hermana tenía límites bancarios. Pero Roman no, y aportó en un alto porcentaje para quitar la soga del cuello a los padres de la chica. Principalmente, porque Simone Hardin le gustaba desde que la había conocido. E igualmente, sus padres liquidarían el resto muy pronto. Roman estaba cabreado. No pudo creerse que Ingrid se le hubiera adelantado y se hubiera atrevido a crear un vínculo con Simone sin siquiera consultarlo con sus padres. Por supuesto, Ryota le había dado otra golpiza cuando se enteró, y se puso en contacto con abogados para estudiar el caso a fondo. El vínculo, sin embargo, sólo Ingrid podía romperlo. Y no lo había hecho hasta el momento. Roman había escuchado alguna que otra vez cómo mantenían sexo cuando creían que no había nadie en la mansión. Pensaba que le estaba muy bien empleado. Todas aquellas acciones tenían que haber nacido de él, no de su hermana menor, y las posibilidades de que Simone se fijara en él estaban en negativo.

—Deja que te ayude.

—No te preocupes. Mejor ten cuidado… no quiero que te hagas daño —murmuró el chico, sonriéndole. Simone le devolvió una dulce sonrisa.

Es… preciosa… joder. Estoy meado por un maldito burro.

Sus padres tenían intenciones de enviar al extranjero a Ingrid el año lectivo que venía, después de las vacaciones de verano. Pero se preguntaba cuan inteligente y avispada podía ser para hilar algún plan de encuentro incluso con la seguridad del internado. A fin de cuentas, casi todo el mundo era sobornable. Ingrid tenía terminantemente prohibido ver a Simone, y sin embargo todos los hermanos sabían que en cuanto sus padres estaban demasiado ocupados con sus propias rutinas, la chica se las arreglaba para encontrarse. La relación que compartían era similar a un noviazgo a escondidas de los adultos. Roman no pasaba ni un solo día sin lamentar lo desgraciado que era, paladeando la envidia que le tenía.

—Apenas puedo creerme lo que estoy viviendo… por favor, dile a Ingrid que se lo agradeceré toda la vida —dijo la chica, sonriendo ampliamente.

—Esto a ella no le cuesta nada. Lo ha hecho mi madre… porque si no, quedamos peor.

—¡Me da igual! Es gracias a esto —sonrió tomando su colgante y besó la diminuta piedra preciosa; su emoción se disparaba al ver cómo el servicio de mudanzas colocaba las últimas cajas y se iban marchando poco a poco—. Mira eso… ¡una cocina para mí! ¡Enterita! ¡Una habitación y un baño, todo para mí, sólo para mí! ¿Qué chica puede decirlo? Me siento tan independiente…

Los padres de Hardin también habían tenido que mudarse… por las buenas o por las malas, la única opción que Ingrid les ofreció fue a una casa apartada. Ambos progenitores sabían la verdad, su hija estaba por convertirse en una especie de esclava sexual de una familia poderosa… con los peligrosos riesgos que eso entrañaba. Pero no podían hacer nada. Simone, cuya visión de la pobreza se iba disipando poco a poco con todos aquellos regalos simplemente por gustarle a una chica que encima quería e idolatraba, no cabía en sí de júbilo. No había tomado en cuenta ningún comentario ajeno, ninguna red social, nada.

—Toma, anda… deja de dar saltitos. Te hacían falta según me han dicho —el joven le entregó una cajita alargada con la marca de Gucci. Hardin asintió sin eliminar la sonrisa de sus labios. La abrió con sumo cuidado y dio un gemido de emoción al ver sus primeras gafas graduadas.

—¡¡Mira…!! ¡Mira qué bonitas! Me ha comprado las que me gustaron…

Roman ladeó una sonrisa. Le parecía encantadora. Simone corrió al espejo de pared que había en el recibidor y se las puso poco a poco. Eran unas gafas de montura muy fina, de un rosado metálico elegante y femenino que embellecía aun más la forma de su rostro. Se miró por un lado y por otro y volvió a sonreír.

—Te quedan muy bien. ¿Cómo ves de lejos?

—Todo en HD… ahora puedo sentarme todo lo lejos que quiera de la pizarra. Wow… esto es genial… oye, Roman… ¿crees que esta noche…?

—Es probable. Te mueres de ganas por verla, ¿eh?

La chica se ruborizó y miró a su alrededor, elevando y dejando caer los brazos.

—Apenas puedo creerme que esté independizada de mis padres. Y que no tenga que pagar nada por ello…

—Escucha. No quiero ser un aguafiestas. Pero que nada de esto te nuble el juicio. En fin… quiero decir, no hagas como han hecho otros vínculos de relajarse, dejar los estudios y empezar a ser déspota con los demás —la miró arqueando las cejas y cruzándose de brazos—. Siento ser pesimista, pero mi hermana siempre se ha aburrido rápido de sus juguetes. Y creo que será igual con las personas. Ten cabeza.

Algo pareció perturbarla en una de sus últimas frases, porque su expresión cambió. Roman se sintió un poco mal, pero también sentía que alguien tenía que ponerle los pies en la tierra. Simone tragó saliva y asintió despacio.

—Sí. Lo entiendo. Bueno… seguiré mis estudios, y por supuesto empezaré a trabajar nada más pueda. No era mi intención confiarme ni darme a la buena vida porque sí, pero…

—Bueno, yo sólo te prevengo. No… no pretendía llamarte juguete tampoco, es sólo que…

Es sólo que es la puta verdad, se contestó a sí mismo.

—Te entiendo, Roman… —sonrió más comprensivamente—, yo… tengo que estar con una visión realista, está claro. Lo que pasa es que esta casa me impresiona mucho. No… no todo el mundo puede permitirse ser menor y vivir lejos de sus padres.

¿Y por qué te crees que así lo ha dispuesto?, volvió a decirse a sí mismo. Le hubiera gustado preguntárselo en voz alta, pero no quería ser cabrón. Se limitó a sonreírle un poco.

—De todos modos, eres bienvenida también a mi apartamento. Es como éste, pero está a mi nombre. Y más desordenado… yo no tengo servicio de limpieza.

—¿Tendré servicio de limpieza?

—Sí. Puedes despedirlo si lo prefieres, pero antes comunícaselo… ya sabes.

—Sabes… me he dado cuenta de que hay muchas cosas del vínculo que no sé cómo funcionan. No… no es tan fácil como buscarlo por internet y que te dé la respuesta. ¿Tú podrías contestarme algunas dudas si me van surgiendo?

—Claro. ¿Tienes alguna ahora?

—Am… —se mordió el labio inferior pensativa—, bueno… ¿qué pasa si alguien intenta robarme el collar?

—A menos que tú lo dispongas o un Belmont lo disponga, tendrás escolta. Pero… —sonrió divertido—, ¿de verdad no le has preguntado a nadie qué es lo que pasa si alguien intenta quitarte el collar?

Simone sintió algo de vergüenza y ladeó la cabeza.

—Lo pregunté, pero creo que se estaban burlando un poco de mí. Han pasado dos meses, pero me sigue costando hacer amigas… y Mimi ya no me habla. Parece que está molesta por todo esto que me está ocurriendo.

—Bueno… —suspiró y pegó la cabeza a una de las columnas—. Estos son temas complejos. Mucha información es pública, y otra es preferible que sea reservada. Cada clan es distinto, cada piedra es distinta. Blablabla…

—¡Eh! Vamos… me interesa saber todo lo que pueda. Será mi día a día, ¿no…?

Él suspiró, intentando que no pareciera más un bufido de resignación.

—Es que no quiero desanimarte. Personalmente… yo no haría eso a una chica. Son vínculos que duran poco. El clan Belmont ha preferido no hacer muchos a lo largo de su estirpe. Es complicado.

—Puedo entenderlo… pero… ¿por qué dices que nunca lo harías? ¿Y si una chica te gusta y lo está pasando mal… tampoco lo harías?

—No recurriría al vínculo. El vínculo es algo… fisiológico. ¿Sabes lo que significa esa palabra?

—¡Claro que sí! Eh, oye… me ofendes. ¡Tengo muy buena nota en fisiología…!

—Bueno, yo la he suspendido siempre. Pero esas cosas hay que saberlas. Tu metabolismo y tu funcionamiento celular propio cambia en contacto con la composición química de los minerales que están vinculados a un sello. Cada sello es único… pero cada piedra formada por alguien que porta un sello es aún más única. Es como un contrato que involucra la firma del portador del sello. Tú has firmado también un papel cuando has recibido el colgante, pero… en tu caso, firmaras o no, cuando el broche tocó tu piel, ya estabas vinculada. Ese colgante que llevas sólo puedes portarlo tú. Si alguien te lo intenta quitar, puede quemarse, o perder la mano. Pero eh. Si no tocan el colgante, sí que pueden hacerte daño físico. Por eso la protección también requiere de vigilancia y escolta. En tu caso especialmente será así un tiempo largo, porque los Ellington son un grupo criminal bastante grande y ya ha intentado hacerte daño.

—¿Intentado…? Me dislocaron un dedo. Creo que por eso Ingrid me ayudó de esta forma… a lo mejor no sabía hacerlo de otra.

Francamente, lo dudo, pensó el chico. Su hermana no tenía la suficiente empatía para algo así. Pero decidió no comentarle esto.

—Bueno, ¿quieres saber algo más?

—Sí… —murmuró bajando la mirada, con algo de preocupación. Acarició el fino colgante plateado con las yemas de los dedos—. ¿Y si… Ingrid quiere romper el vínculo? Mi vida… ¿sencillamente volvería a ser la de antes? Todo el mundo se creía con el derecho a hablarme como si fuera basura…

—Sí. Si ella rompe el vínculo, cualquier protección o trato de favor que tengáis entre vosotras será porque ella así lo desee. Sin embargo, el organismo de los humanos que han sido vinculados da algunos problemas.

—¿Cómo cuáles?

—Pues… se documentó un caso hará quince años. Extraño, cuanto menos. Una mujer rompió el vínculo con uno de sus protegidos por diferencias irreconciliables.

—¡Como un divorcio!

—Algo así. Es la manera bonita de decir que peleaban todos los días, no se sabe mucho más. Pero lo que sí se supo es que un par de años más tarde el chico tuvo relaciones sexuales con un miembro de otro clan, con otro sello. Los neurotransmisores JK que provenían del vínculo con la anterior mujer colisionaron con los nuevos de la otra mujer, y su cabeza sufrió una… explosión craneal. Fue de película. Dicen que las grabaciones de la mansión donde ocurrió se han dispersado por la web prohibida.

Roman era un poco macabro con sus gustos televisivos, y más cuando eran basados en hechos reales, pero el rostro de Hardin cambió. Entreabrió un poco los labios.

—Pero… lo que yo encontré de las moléculas JK… no explicaba nada así.

Roman se apresuró a ponerse serio antes de pifiarla del todo.

—Hay mucho que se desconoce a día de hoy. Las moléculas JK activan rutas motoras que quizá pongan en marcha, en última instancia, el mismo músculo. Pero pueden activar sustancias distintas aun así. Es decir, utilizar rutas con moléculas distintas para acabar igual. El problema es que cada sello se traduce en alelos distintos…

—Sí. Eso también lo leí. Pero eso…

—Mira, te voy a poner un ejemplo con dos hermanos gemelos que desarrollan el sello de su clan. Aunque sean gemelos, se sabe que los alelos que conforman esos genes son epigenética. Es decir, varían según el ambiente. Y se consolidan de distinta manera en un humano u otro. Si los vuelves a ver treinta años más tarde, molecularmente serán bien distintos.

—Tus moléculas JK no son las mismas que las de tu hermana —zanjó ella, con cierto tono de preocupación.

—Exactamente. Y tu organismo ya se ha adecuado a las sustancias del sello de Ingrid. Si ella rompe el vínculo, no pasa nada. O no debería pasar nada. Pero tus moléculas de algún modo ya están alteradas. Y no está claro ni bien estudiado qué puede suceder si decidieras… no sé, por ejemplo, acostarte con alguien con otro sello.

—Y… ¿y si fuera con otra persona?

—Los humanos corrientes o miembros de clan que no desarrollan sello, no tienen sustancias JK. No ocurriría nada.

Eso disminuía kilométricamente el porcentaje de peligro. Simone era inteligente y estaba tratando de pensar por un momento a largo plazo.

—Pero estos son casos muy específicos. No es que tengamos mucho donde ahondar de todos modos… porque no son cosas que… en fin. Estas cosas en la práctica no suelen ocurrir. O es muy raro.

La chica asintió y trató de centrarse en otra cosa. Aunque sabía que su mente curiosa la haría buscar después ese dichoso documental. De pronto, el móvil de Roman comenzó a sonar. La despeinó divertido del cabello y le hizo una indicación para que le aguardara.

Cuando se apartó, Simone se arregló el pelo sonriendo y miró de nuevo el ático que se convertiría en su nuevo hogar. Aquello era sencillamente abrumador. Se sentía una persona rica, poderosa después de todo lo que había sufrido. Aunque aún no tuviera amigas, sabía que era temporal. Tenía buen carácter, buen corazón, sólo la odiaban por todo lo que se le estaba regalando a causa de su buena relación con Ingrid. Cada vez que miraba las dimensiones de aquel salón abierto con cocina se le llenaba de júbilo el corazón. Podía solicitar el servicio de comida que ofrecía el bloque cuando le diera la gana. Lo único malo era que todo el curso lectivo que comenzaría después de verano, los días que pudiera tener trato físico con Belmont serían mínimos, a causa de las obligaciones que le había impuesto su familia. Era evidente que no se llevaría bien con sus padres… debían odiarla. Pero no interferirían.

Y si aquello significaba ser una esclava, Hardin tenía que seguir siendo inteligente y aprovechar la oportunidad. Se sentía una estrella. Alguien millonario.

Roman la arrancó de sus pensamientos; se guardaba el móvil y soltó un suspiro.

—Bueno. Mi hermana y el resto vendrán en un par de horas. Mi tío viene con sus críos y están organizando una cena.

—Oh… entiendo. ¿Debes irte?

—Han reservado en el hotel que hay a una manzana de aquí. Esto es tan céntrico… que les viene bien. Después no sé qué harán, yo me piraré a dormir.

Hardin asintió.

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