CAPÍTULO 19. Inmortalizar lo involuntario
Tres horas más tarde
Simone se había dado el trabajo de la semana y había logrado colgar y guardar toda la ropa y la zapatería. Desechó las cajas y se sintió libre de tareas, pero se moría de hambre. Como la nevera estaba aún vacía, llamó por teléfono fijo a la conserjería e hizo su pedido.Se sentía extraña… aquello era como un hotel lujoso. Pero no dejaba de ser un complejo de apartamentos carísimo en el que tenía la dicha de vivir.
El timbre sonó y se extrañó, había sido muy rápido. Casi acababa de colgar.
—¡Hardin…! Vengo con cargamento especial, ¡abre!
Era la voz de Roman. Simone echó un vistazo rápido a su teléfono, pero no tenía ninguna llamada ni mensaje de Ingrid. Empezaba a echarla de menos… llevaba sin verla una semana entera.
Al abrir la puerta, abrió los ojos. El chico venía con un bebé en brazos.
—Mira. Te presento a mi sobrino. ¿A que es enorme?
—¡Un bebé…! —musitó abriendo los labios. Hacía mucho tiempo que no tenía contacto con ninguno. Además, era muy muy pequeño. Quiso cargarlo, pero enseguida retiró las manos— ah, perdón…
—No, no, tómale. No hay ningún problema, yo ya tengo los brazos agotados.
—Con lo pequeñito que es… ¿y tu tío? —con sumo cuidado, acunó al niño en sus brazos. Se sentía muy bien, desprendía un olor característico que a Hardin le pareció tierno. Sonrió contagiada por un breve e inocente instinto materno.
—Están los dos borrachos, mi padre también. Ah, y… bueno… ahora sube mi hermana.
A Simone se le iluminaron los iris castaños. Le observó contenta.
—¿Ingrid…? ¿Está aquí?
—Sí… creo que ha ido a por su ropa al coche —dijo más serio, cerrando la puerta.
—Genial. Ya pensé que me tocaría dormir sola en esta casa tan grande —acarició la espalda del bebé con lentitud. Era un bebé de no más de dos o tres semanas. Estaba segura de que no llegaba al mes de vida. Aún tenía el instinto de permanecer en la posición fetal, con las piernas encogidas.
El timbre sonó y a Simone se le apresuró la respiración.
Roman le hizo un gesto para que se despreocupara por la puerta. Ingrid apareció al otro lado de la misma. Su expresión se agrió un poco al ver que la recibía su hermano; ni siquiera le devolvió más de un segundo la mirada. Entró y se dirigió directamente a Simone.
—Hola… eh… ¿qué haces con el bebé en brazos?
—Ese condenado pesa. Ya iba a llevármelo, llevo tres horas con él encima. Ya has visto el estado de…
—Si, han vomitado en las alfombrillas de tu coche. Yo que tú, iría rápido antes de que te lo encharquen todo —giró sólo la cabeza, con cierta sorna en la voz—. Llévate al bebé.
Simone hizo un puchero fingido al devolver la mirada al bebé. Parecía tranquilo apoyado sobre su pecho. Roman frunció las cejas y le contestó de mala gana.
—Joder, quedaos con él un momento. Enseguida subo.
“Qué asco, de verdad” se oyó decir cuando dio un portazo. Roman se fue enfurruñado al ascensor para regresar a la primera planta. Ingrid dio un imperceptible suspiro. Se lo había inventado para quitárselo del medio, pero no había tenido mucho éxito: el bebé seguía ahí estorbando. Al devolver la mirada a Simone, tuvo que sonreír.
—Estás guapísima, Simone… te ha crecido bastante el pelo. Y las gafas te quedan perfectas.
—No tengo palabras para agradecerte todo lo que ha hecho tu familia por mí… y… lo que te debo, si puedo pagártelo de alguna manera.
De hecho sí, dijo su enturbiada cabeza. Había fantaseado, fantaseado de verdad con que le dijera una frase de esa índole. Le ponía cachonda. Pero los balbuceos de aquel estúpido recién nacido que no paraba de acariciar y que le babeaba en el hombro a Simone la estaba empezando a impacientar.
—Déjale en el sofá. Acompáñame al dormitorio, quiero enseñarte algo.
—¿Al sofá…? Es muy pequeño… imagina que se cae, bruta —comentó en voz baja, como si no quisiera interrumpir la tranquilidad del bebé. Le dio un pequeño beso en la mejilla y siguió moviendo un poco el cuerpo, para lograr adormecerlo del todo. Ingrid dio unos cuantos pasos frente a ella y bajó pensativa la mirada a su primo. Sonrió levemente y le tendió las manos.
—¿Me lo dejas?
Simone asintió y se lo pasó con mucho cuidado. El bebé balbuceó algo molesto con el cambio de brazos. Separó sus párpados y arrugó la frente al curiosear la sala en la que se encontraba. Ingrid contuvo una expresión de asco al notar cómo apoyaba la boca en su hombro desnudo y trataba de succionar.
—Coge dos cojines del sofá y sígueme —le susurró a Hardin. Ésta asintió y los tomó, caminando tras ella. Dio una pequeña risa divertida cuando vio que la conducía al gigantesco baño.
—Ay… ¿¡le bañamos!?
—¿Bañarle…? No huele a caca todavía…
—La verdad es que si tuviera muda… lo haría. Los bebés me parecen muy tiernos.
—Ah…
Me lo imaginaba. Todo esto entra en el perfil inocente que tienes.
Ingrid separó poco a poco el cuerpecito de su primo de su lecho y estiró los brazos, sosteniéndolo en el aire. Lo miró fijamente.
Nació hace días. Incluso sigue encogiendo las piernas hacia dentro.
Miró su rosada piel y el ridículo tamaño de sus dedos.
—Bueno, ¿qué hago con esto…? —agitó los cojines en el aire.
—Déjalos en el bidé. Será su cuna improvisada.
—¡Ingrid…! —rio por lo bajo—, qué divertida eres. Si tu hermano subirá enseguida y se lo llevará, puede estar en la cam-…
—Deja los cojines ahí —la interrumpió, moviéndose hacia un lado para dejarle vía. Pasó a su primo a un solo brazo, aguardando a que Hardin la obedeciera. Ésta se lo pensó unos segundos, pero finalmente dejó los cojines en la fría porcelana del bidé y se fue poniendo recta despacio.
—Bueno… no creo que le ocurra nada. Pero me da cosa, es tan pequeñito… ¿y si llora?
—Ya te lo he dicho, seguro que Roman toca al timbre enseguida —murmuró inclinándose para depositar el cuerpo del neonato. Enseguida, al sentirse sin el calor de nadie, empezó a manotear al aire y a removerse incómodo. Sollozó—. Oh, por dios, qué pesadilla. Espero que venga pronto.
Simone miró apenada al bebé, que no tardó en lloriquear con más fuerza. Podía ver cómo su lengua temblaba y su garganta se rompía cada vez más. Tuvo un amago de acariciarle la tripa para calmarle, pero Ingrid la agarró de la muñeca y le sonrió.
—Quizá si no le tocamos, dejará de llorar. Llorar cansa, ¿no?
—Es la única forma que tiene de decir que está incómodo… me da cosa dejarle llorando.
—Ni siquiera entiendo por qué los dichosos bebés lloran por todo. Si no les pasa nada, lloran porque no les pasa nada.
—Es… debe de estar acostumbrado a estar con la madre.
—Há… —rio burlonamente. Se cruzó de brazos mirándole impasible, mientras seguía llorando—. Pues ya puede ir acostumbrándose. Sus padres son unos borrachos que no le harán caso ninguno. Nació por un fallo de cálculo. Mira hasta dónde puede llegar un error, Simone —comentó con cierta diversión, señalando al niño con una mueca de cejas. Hardin bajó un poco la mirada y la trasladó al bebé. La incómoda ahora también era ella. En realidad, no eran sus palabras exactamente. Esas mismas palabras dichas con algún tono jocoso de otros labios, podía haber tenido matices distintos. Había algo más en Ingrid.
—Bueno… ¿puedo cargarle? Si quieres, puedo llevarlo abaj…
—No. No quiero que le cargues. Ni que hagas nada que yo no te pida.
El rostro del bebé había pasado de blanco a rojo fulminante. No paraba de llorar a grito pelado, apretando sus puños mientras los agitaba, al igual que sus piernas. Hardin suspiró sonoramente y soltó una risa más nerviosa.
—Vale, bueno… ¿tenías algo que mostrarme?—cuando ascendió la mirada hacia ella, tuvo un ligero malestar: Ingrid la miraba fijamente. Le sonrió.
—Abre el grifo. Que le dé un poco de agua en la cara, a ver si así cierra la boca.
—Deja de reírte de mí… —murmuró soltando una forzada carcajada. Ingrid negó despacio con la cabeza y le señaló al bebé con un ladeo de la misma.
—Vamos, hazlo. Quiero ver qué pasa.
Simone dejó de sonreír y juntó las manos tras su espalda.
—No lo haré.
—Ah, vamos. ¿Qué puede ser lo peor que ocurra, que se atragante y tosa un poco? Que aprenda lo dura que puede ser la vida, vamos. Abre la llave de paso.
—No puedo… —negó despacio, con la voz cambiada—. Es un bebé.
Ingrid alzó el índice para indicarle que no se moviera. Ella misma adelantó la mano y se acuclilló frente al bidé. Abrió de golpe la llave de paso, y lo hizo a la máxima presión. Simone dio un respingo impresionada.
Belmont sabía lo que iba a ocurrir. La chica le apartó la mano lo más rápido que pudo, bajó la llave y rescató al bebé, que efectivamente, había recibido el chorro de agua helada directo a sus orificios. El niño se atragantó y comenzó a toser, igual o más rojo que hacía segundos. Estaba completamente empapado, pues el agua había salido a demasiada presión. Ingrid la siguió con la mirada, disfrutando de la expresión de estrés que tenía Simone en la mirada mientras comprobaba que el bebé estaba bien.
—Es… ¡es un bebé…! —se jactó, mirándola con reproche—. Esto no es un juego, Ingrid… dios… ¿¡sabes el susto que…!?
Ingrid se quedó mirándola cada vez con menos expresión. La encaró incluso estando aún arrodillada delante del bidé, esperando a que acabara su acusación. Pero la chica no le dijo más nada, terminó mordiéndose la lengua. Después de un minuto de nervios, el bebé dejó de toser, pero no de llorar.
En esas, el timbre sonó. Las piernas de Simone le respondieron solas y comenzaron a andar hacia la puerta, pero Ingrid la frenó bruscamente al alcanzarla del muslo.
—Espera aquí —murmuró mientras se ponía en pie. Simone la siguió con la mirada sin hacer ni decir nada, y cuando la perdió de vista, cerró los ojos. Aquello no le había parecido una conducta normal. Había muchas formas de interpretarlo, pero en lo que le respectaba a ella, era una faceta nueva y extraña de Belmont. Se preguntó si habría represalias cuando Roman se llevara al bebé y se quedaran solas.
No… ¿por qué pienso así de ella…?
—Wooooo, ¿qué tanto griterío? Para que luego digáis que las mujeres tenéis instinto maternal… a ver, dame al renacuajo —se acercó a Simone. Ingrid iba unos cuantos pasos atrás. Cuando tomó a su primo y vio lo empapado que estaba, lo observó mejor, con el semblante más serio—. ¿Qué cojones? Está mojado por todas partes…
Simone pensó que Ingrid habría inventado una excusa, pero no lo había hecho. Y ahora Roman la miraba fijamente aguardando una explicación.
—Es que… le di sin querer a la llave de paso del bidé y…
—¿Del bidé…? ¿Qué hacía el niño ahí en primer lugar?
Simone tragó saliva y apartó la mirada. Ingrid rodó los ojos y se metió por medio.
—Vete de una maldita vez. Quiero estar con Simone a solas. Hace tiempo que no la veo y queremos ponernos al día.
—No. Qué hacía ahí el bebé —masculló él, girándose lentamente hacia su hermana. Ingrid se encogió de hombros.
—No tiene cuna aquí. Y se lo has encasquetado a Simone. Así que le hice una cuna improvisada ahí.
—Te comerás cualquier bronca de los tíos en cuanto se lo cuente.
Ingrid sonrió socarrona.
—Lo que puedan decirme ese par de ineptos me entra por un oído y me sale por el otro.
—Convengamos en que no es lo más normal del mundo que metas el crío en b…
—Vete ya, ¡LÁRGATE DE UNA VEZ! —le gritó, dando un paso adelante. Roman apretó los labios ante el grito extremista que acababa de dar.
Simone aún se sentía nerviosa, y más después del grito. La única vez que había visto gritar a Ingrid había sido la vez que intimaron. Había transcurrido ya tiempo de aquello… y no había vuelto a suceder. El trato que mantuvieron desde entonces había sido maravilloso. Pero las tornas con su hermano parecían haber girado hacia esa otra personalidad.
—Que vaya bien, Simone. Cuídate —dijo Roman sin mirar a ninguna. Apretó a su primo contra sí y salió fuera de un portazo. Las paredes eran tan gruesas, que el llanto desconsolado del bebé dejó de oírse enseguida. Ingrid se quedó mirando a Simone con la misma seriedad de antes, pero al percibir que tenía esa mirada intermedia entre el temor y la inseguridad, se obligó a calmar la expresión facial. Se acercó y la acarició del hombro.
—¿Estás bien?
—Sí… muy bien —asintió rápido, una sola vez. Ingrid sonrió más y tiró de ella delicadamente, hasta abrazarla con un brazo. Comenzó a hacerla avanzar hacia el dormitorio.
Dormitorio de Simone
Ingrid había estado acertada, cada vez más, cuando se trataba de entregar placer. Por supuesto, hubo cierto entrenamiento también por parte de Simone. Quería ser un vínculo humano del que Ingrid no se aburriera, quería demostrarle su amor como se merecía. La había sacado de la pobreza y de la marginación social, y sólo habían podido verse un total de diez veces, en reuniones totalmente secretas y bien planificadas. Ingrid le pidió que jugara con su cuerpo de ciertas maneras, tomando su propio ejemplo como referencia para explicárselo. En el quinto encuentro, y con una buena documentación por parte de Belmont, Simone sintió que disfrutaba plenamente del sexo con ella. También confirmó lo que había sospechado desde la primera vez que la vio: le gustaba muchísimo, cada vez más.
—¡Ah…! Agh…
Se relajó de golpe cuando cayó en la cama, rendida. Belmont se quitó el strapon de la cadera y lo soltó a un lateral de la cama. Cada vez que tenía un orgasmo se sentía más fuerte que la anterior. Simone respiraba agotada, roja y sudada. Era como si se alimentase de sus energías… pero no. Eso habría sido demasiado poético, hasta para ella. Si fuera así, Belmont no se sentiría lo cansada que se sentía. Quedaba derrotada también, y engrandecida anímicamente. Para intensificarla más aún, la manifestación de su sello la hacía sentir que una fuerza bruta crecía en la boca de su estómago. Le escocían un poco los ojos, sólo un par de segundos, pero sentía que su cuerpo podía despedazar lo que le pusieran por delante.
Simone se había dado cuenta de que Belmont era muy activa sexualmente, también siempre la parte activa como tal, y que de ser por ella, se pasarían el día entre sábanas. En la mente de Ingrid, la apropiación de Simone resultaba divertida. Era la máxima expresión de la devoción que sentía hacia ella, lo veía en su cara, en sus estúpidas expresiones y sonrisas cuando le daba un regalo o una caricia. La única diferencia entre ella y un perro era la satisfactoria posibilidad de alcanzar orgasmos mediante la dominancia sexual ayudándose de su cuerpo. Tenía un cuerpo que le encantaba, de pies a cabeza. Pero se dio cuenta también de que aquel sentimiento se había despertado con otras mujeres, y que al saber que Simone ya era de su propiedad y que no tenía manera de escapar de su control, el juego de la conquista se le había hecho corto e insultantemente sencillo. Como no se sentía ligada a la fidelidad que la otra sí debía tener a su respecto, había tenido sexo con más mujeres. Siete en total. Evidentemente sin contar a su ex Aaron, que aún era el único chico con el que había intimado.
Se había dado cuenta de que era divertido planear para crear la sensación de dependencia. Pero todas caían con la misma facilidad… y eso la desinteresaba deprisa.
—Quería hacerte unas fotos en lencería… para mí. Te quedaría muy bien.
Simone sonrió. Se retiró parte del sudor de la frente y miró lo que le dejó al lado.
—¿Ese es mi regalo…?
—Ahá. ¿Por qué no te la vas poniendo?
Hardin le sonrió y asintió mientras se separaba de la cama. Fue a agacharse frente a las bolsas que había traído. Ingrid también se había apartado y sacó del armario un diminuto trípode que contenía un aro de luz. Simone tragó saliva al sacar el primer conjunto de lencería. Estaba bien enrollado en torno a un cartón que simulaba las curvas del cuerpo femenino. Al ponerse en pie, vio que era una preciosidad.
—Wow… parecías saber mi talla y todo.
—Te he visto desnuda unas cuantas veces ya… —encendió el aro y fue posicionándolo junto a su propio móvil. Simone se aseó en el baño y rápidamente fue poniéndose las prendas. Tenía las piernas largas como Ingrid, y era delgada, pero con curvas más generosas. Los pechos eran su mejor atributo bajo su percepción propia, y el sujetador rojo de encaje parecía prácticamente hecho a su medida. Se miró por un lado y por otro cuando concluyó de atarse las ligas a las medias. El portaligas a la altura del ombligo le realzaba la figura y le gustaba. Se puso bien el pelo, también largo y ondulado, y peinó un poco el flequillo.
Cuando regresó al dormitorio, paró frente a ella. A Ingrid se le calentó el cuerpo de sólo verla. Le sonrió gentilmente.
—Estás muy guapa. Ven aquí y trae el strapon… el que tiene también un dildo por el otro lado.
Simone sonrió asintiendo, aunque dirigió unos segundos la mirada al aro de luz y el móvil enfocando la cama. Aquello le despertó una preocupación secundaria. Sus padres la habían educado durante toda su niñez y adolescencia para que jamás cometiera aquel tipo de descuidos, donde una puede acabar en páginas de pervertidos y donde luego podían chantajearla con el contenido.
—Sólo quieres fotos, ¿verdad? —preguntó mientras buscaba en la caja que había bajo la cama. Ingrid intentó darle una traducción rápida a su pregunta antes de responder.
—Haré fotos, pero también quiero tener vídeos para mí cuando esté en el internado. Nunca te veré hasta que den vacaciones… ¿entiendes eso?
—Vi… ¿vídeos…? —sonrió más nerviosa, poniéndose en pie con el cinturón en la mano. Era uno que ya habían probado antes. Cuando lo examinó bien, se percató de que una zona del dildo tenía gotas de agua en la silicona—. Hey, ¿has usado esto?
Ingrid dirigió una mirada fugaz al aparato.
Lo lavé hará una hora. ¿Sigue mojado…?
Simone apretó la mano en el cinturón. Eso alertó a Ingrid, que sabía que si el dildo estaba mojado, la tela del cinto también lo estaría, pues no se secaba con la misma rapidez. Lo había usado para follarse a Mia haría una hora. Se lo quitó de la mano.
—Lo he lavado hace rato… tenía pensamiento de usarlo cuando te viera. Pero se ve que aún no se ha secado.
—Oh, entiendo —asintió y volvió la atención al móvil, que estaba en el soporte céntrico del aro de luz—. En serio… no quiero grabar.
—¿Y qué más da? Son para mí, no voy a enviarlos a nadie.
Simone pareció titubear al abrir la boca, pero se lo pensó dos veces. Al final habló más insegura.
—Pero es un vídeo… en la foto puedes censurar la cara. En los vídeos es más difícil.
—Túmbate, no seas aburrida. ¡Parece que no te fías de mí! —rio—, ¿es eso?
Simone soltó una risa breve y se quedó sonriéndola. Se trasladó poco a poco a la cama. Su compañera no parecía tener la intención de comenzar por la sesión de fotos. En la cabeza de Ingrid, todavía luchaba contra las ganas de arremeter contra ella de una manera más violenta al verla así vestida. Se notaba cachonda y antepuso desfogarse de nuevo. Así que en lo que ella se tumbaba, se abrochó el cinturón y se introdujo el dildo que estaba por su lado, lentamente. Entró como un guante, en la exhalación de un suspiro. Poco a poco se subió a la cama y se tumbó sobre ella, sosteniéndola de la cara para que dejara de mirar a la cámara.
—Aún no lo he puesto a grabar —le mintió, mirándola con fijeza. Trató de besarla, pero la chica apartó la cara y la sujetó del hombro.
—¿Puedo comprobarlo…?
Ingrid sonrió dulcemente, pero su tono sonó ahora más tajante.
—Sí que no te fías de mí…
—No es eso, es… bueno, yo…
—Qué diferencia habría —musitó, cambiando más el semblante—, tendrías que hacer lo que yo quiero de todos modos.
—Pero con… unos límites, ¿no? Al fin y al cabo…
—No. Y estás empezando a joderme la paciencia. Ni siquiera tengo por qué tenerla. ¿Tengo que mimarte más, para que una esclava como tú deje de estar nerviosa?
Nunca la había llamado esclava a la cara. Vio un cambio en la expresión de su rostro, pero no le importó. Al contrario. Le excitó. Se apartó de ella y la agarró con fuerza del pelo. Se lo tiró con brusquedad repentina para invitarla a girarse bocabajo. Simone ni siquiera chilló ni la cuestionó; se volteó y apretó las sábanas con las manos. Trató todo el rato de enfocarse en no mirar hacia la derecha, que era donde estaba el móvil. Recibió tal embestida a sus espaldas que las manos se le escurrieron hacia delante y casi resbaló. Ingrid ajustó la posición de las rodillas tras sus muslos y apuntó mejor el glande sintético en su vagina. Le dio una embestida aún más dura, atrayéndola de las caderas y empezando un vaivén veloz nada más empezar. Hardin abrió la boca adolorida pero no gritó. Y después de varios segundos chocándose, empezó a oír a Ingrid suspirando más cerca de su nuca. Le dio otro tirón de pelo y cuando notó la mínima resistencia le empujó la cabeza hacia la cama, hundiéndola en el colchón.
Había follado algunas veces con ella con un trato algo más brusco, pero nunca de buenas a primeras. Tampoco había vuelto a sentirse insegura como la primera vez. Al no respirar bien, comenzó a gemir incómoda, con la voz ahogada, y las penetraciones se le empezaron a hacer dolorosas. Ingrid tenía el brazo izquierdo completamente tatuado por su sello. La tinta brillaba igual que si estuviera recién derramada, y su contorno brillaba. La excitación que sentía iba en aumento demasiado rápido como para saber gestionarlo.
—Hmg… —tuvo un orgasmo veloz y dio un bajón en la cadencia, respirando aceleradamente. No solía aguantar nada cuando ya estaba en ese momento, pero seguía queriendo tocarla. Manteniéndola en esa posición sumisa, se inclinó sobre su espalda y le apretó un pecho con lascivia, manoseándolo a su antojo. La oyó protestar nuevamente y retiró el juguete de su interior. Estaba mojado, tanto por los flujos de Hardin como por los propios en el otro lado. Ingrid notaba aún cómo su vagina se contraía en los segundos posteriores al orgasmo.
Al soltarla y apartarse, siempre tenía un fuerte decrecimiento de interés en la persona que tenía en frente. Le había ocurrido con todas las chicas con las que ya había tenido experiencias sexuales. Pero con Simone, en aquel instante, fue la vez donde más desinterés sintió. Como si no significara absolutamente nada. No era ningún reto. Era una esclava, una perra domesticada como cualquier otra, que callaba y asentía a sus órdenes. Un instrumento para su uso y disfrute personal. Se retiró el cinturón del strapon del cuerpo.
—Después de las vacaciones de verano, estaremos mucho tiempo sin vernos. Intentaré estar en contacto contigo en cuanto me permitan el teléfono.
Hardin fue recomponiendo su respiración normal y se movió con cuidado sobre la cama hasta quedar sentada cerca del borde. Siguió de reojo los movimientos de Ingrid, que estaba retirando el móvil del soporte del aro y mirando la pantalla.
—Vale, si necesitas cualquier cosa házmelo saber —murmuró, poniéndose bien la lencería. Se dio cuenta en ese momento de que tenía arañazos cruzándole uno de los senos, pero decidió no reparar en ello.
—Mi familia seguramente te pregunte cómo estás cada semana o si necesitas algo. Deberían, por ley interna.
—¿Ley interna?
—Yo no podré estar en contacto directo contigo si ellos me quitan los medios. Soy menor así que no tengo potestad para obrar en su contra con respecto a ese tema… pero como el vínculo con el sello está hecho, tendrán que velar por tu bienestar mientras yo no estoy —dejó caer el móvil en el interior de su mochila y alcanzó su ropa interior—. Otra cosa. No quiero que te acerques ni hables demasiado con Roman. Te lo dije nada más empezar esta relación.
—No me gusta tu hermano, Ingrid… estate tranquila por eso —se puso en pie despacio y señaló tímidamente el bolso—. ¿Podrías… podrías borrarlo…?
Ingrid enarcó una ceja y paró de ponerse la camiseta para observarla. Caminó despacio hacia ella y extrajo el móvil lentamente de la bolsa.
—Así que quieres que lo borre —musitó mirándola con más fijeza, mientras sus dedos escribían el patrón numérico sin siquiera bajar los ojos.
Simone asintió con pesadumbre.
Sabía que había grabado… pensó.
—Te… te lo agradecería… no me siento cómoda. Imagínate que te lo hackean o… yo que sé…
—¿Qué más te da? ¿Cuál es el problema?
—Pues… a ver…
Esta imbécil sigue pensando que tiene reputación individual. La única reputación que le queda es el sello al que está vinculada.
—Si lo borro, recibirás un castigo.
Simone frunció un poco las cejas.
—Siempre hago todo lo que pides. Ni siquiera me he quejado ahora, cuando te… te pones como te pones.
—¿Entonces? ¿Lo borro? —giró la pantalla del móvil en su dirección. Simone sintió en su tono algo extraño, pero al fijarse en la pantalla, se avergonzó muchísimo. Era su maldito cuerpo, su pelo, su cara. No había evitado que en varios frames se le viera, especialmente cuando la tironeaba del pelo hacia atrás. Resopló rápido.
—Bueno, impón el castigo que quieras… yo… estoy acostumbrada ya a que me traten así.
Ingrid perdió poco a poco su sonrisa. No tenía por qué ceder. Pero… después de sopesar otro par de cosas, lo hizo. Y lo hizo frente a ella, para que viera claramente cómo eliminaba también el vídeo de la aplicación de la papelera. El vídeo se perdió de manera definitiva. Simone sintió un alivio a medias.
—Gracias… y ahora… ¿qué quieres que haga?
Belmont ladeó sólo una de sus comisuras, recorriéndola de arriba abajo.
—Tú no vas a hacer nada. Que pases buena noche.
—Espera… —la siguió, pero Ingrid siguió caminando. Simone adelantó el paso y la tomó de las manos, girándola suplicante—. Espera, Ingrid…
—¿Uhm…? —la miró algo sorprendida.
—Es que me da vergüenza todo esto. Pero… no quiere decir que no esté dispuesta a todo por… bueno…
—No lo estás —la miró seriamente.
Simone se acercó más y la tomó de las mejillas. Aproximó su rostro hasta rozar sus labios.
—De verdad… me gustas mucho. Quiero que esto funcione.
—¿Que funcione… el qué?
La chica abrió los ojos y susurró algo ruborizada.
—Bueno, la relación que tenemos.
—Ah. Creo que ya entiendo por dónde vas. Pero eso no funcionará, porque tú a mí ya no me gustas de esa forma.
—De… ¿de qué forma te refieres…?
—Pues de ninguna. No eres lo suficientemente complaciente.
Simone vio temblar la nueva realidad nada más empezar a vivirla, sólo por haberse negado a uno de sus deseos. También pensó en que la perdía en el terreno amoroso, y eso le causó un daño aún mayor.
—Puedo serlo —se apresuró a responder—, quizá más adelante lo de los vídeos no me dé…
—Como sea, estamos perdiendo el tiempo. Descansa un poco, yo iré a hacer lo mismo en mi casa.
—De acuerdo… ¿no prefieres quedarte a dormir aquí?
—No. Iré a mi casa.
Volvió a alejarse, pero Simone la sujetó con insistencia de las manos. Otra vez, para llamar su atención.
—¿Ya no te gusto?
Ingrid sabía, porque ya lo había vivido anteriormente, que contestar que “no” a ese tipo de preguntas acarreaba el dolor emocional ajeno. Su madre dedicó tiempo y mucha frustración a explicárselo desde la guardería, cuando por enésima vez la convocaron por empujar o arremeter físicamente contra algún compañero. En otras circunstancias en las que aquella pobretona no fuera su vínculo, tendría motivos razonables para mentirle con descaro, igual que lo había hecho en el pasado cundo disfrazó sus ganas de follarla con sentimientos genuinos de amor para acrecentar las posibilidades de éxito. Conseguir manipularla, follarla y de paso suponer un quebradero de cabeza a la familia que tanto detestaba había sido muy placentero. Hacerle daño también. Pero ya no había motivos para seguir engañándola, porque era su esclava. Dijera o hiciera lo que fuera, estaría a su lado.
—No me gustas, pero voy a seguir manteniéndote. En algún momento me apetecerá probar contigo algunas cosas.
Simone dejó de tocarla, sintió una desazón humillante. Tenía sus dudas acerca de su falta de afecto, pero la miraba de forma muy impasible y logró hacerla sentir como una puta.
—Está bien —susurró, dando un paso atrás. Ahora sí prefería que se marchara, cuanto antes. Quería llorar—. Pensé que te gustaba… no habría insistido de otro modo.
—Te lo dije porque era el camino más fácil para que me creyeras. Toda tu vida era una mierda. Necesitabas una mano amiga, ¿no? Y estás enamorada de mí. Era fácil darte lo que necesitabas.
No sabía que era tan fría, no puedo reconocer a la persona que tengo delante, pensaba angustiada. Sintió un nudo en la garganta.
—No quiero robarte más tiempo —dijo cuando se sintió capaz. Ingrid estudió unos segundos su expresión facial, pero ya no pudo extraer información nueva. No tenía tanta práctica en el manejo de sentimientos ajenos fuera de la estructura y jerarquía social del instituto. En el terreno amoroso le costaba. Pero el ensayo era lo que limaba esas destrezas. Y se dio cuenta, mientras se giraba para irse, que Simone estaba muy afectada. Pero el hecho de quedarse a arreglar las cosas era estúpido. Ella seguiría estando porque era ahora una obligación. ¿Qué sentido tenía mentirle?
Salió por la puerta.
Cuando Hardin oyó la puerta, se enrabietó y después de descargar varios puñetazos sobre la cama, lloró amargamente.