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CAPÍTULO 19. La carta encriptada


Hitch pasó dos semanas sin volver a saber de Reiner. Sin explicaciones de ningún tipo. Tampoco se encontró con Pieck o Galliard durante aquel tiempo, por lo que supuso que habría alguna misión urgente de por medio. La primera semana fue de incertidumbre y preocupación, a pesar de que aquellos sentimientos tan humanos sabía esconderlos bien. Durante siete días había intentado tener un acercamiento social a los distintos guardias que ahora dormían en la cama de al lado, todos ellos la encadenaban antes de dormir y rechazaban cualquier tipo de cercanía, lo que dificultó muchísimo la conservación de un buen ánimo en la reclusa, acostumbrada a relacionarse con todo el mundo desde que era pequeña.

La segunda semana, sin embargo, fue peor por otros motivos. Como no tenía con quién hablar y siempre estaba vigilada (situación que para ella resultaba surrealista e incómoda) se quedaba muchas horas tumbada en la cama, despierta pero con los ojos cerrados, recordando a sus antiguos compañeros de la Policía Militar, del Cuerpo de Exploración y al propio Reiner. Pensar en su relación con él le costaba, era todo tan complejo que requería un esfuerzo no dar un grito de impotencia. Un día pidió al guardia dar un paseo o salir a montar a caballo, a lo que el hombre la amenazó de muerte, pidiéndole que no se le acercara y no le mirara. Además, aquello incitó a que hubiera sospechas acerca de si Reiner había sacado al exterior a la mujer más allá del horario permitido. Cuando Hitch escuchó esa conversación tras la puerta, decidió no pedir nunca nada más.

Los tres guerreros volvieron a Marley dos semanas más tarde, completando un mes desde que no pisaban la tierra. Los motivos que les había tenido ocupados aquella ocasión había sido la entrada en guerra con otros países de Oriente Medio,  sin duda esos sangrientos encuentros habían vuelto a perturbar la mente de los tres guerreros y de otros muchos eldianos sacrificados, quienes se vieron obligados a matar a miles de inocentes con bombas o con sus propias bocas. Aquel tipo de experiencias, sumado a la presión que ya de por sí tenían con la supuesta entrada silenciosa de los jaegueristas a Marley, les tenía en un estado de alerta muy precario. Hitch se enteró de que habían vuelto por la celebración en mitad de las calles. Se asomó a la ventana corriendo ante el vocerío y pegó las palmas al cristal, viendo a través. Pieck iba en una camilla saludando con su usual cara de amabilidad y tranquilidad a los ciudadanos que la vitoreaban, pero su rostro, como siempre, decía muchas más cosas. Había preocupación en sus ojeras, tristeza en su sonrisa. Reiner avanzaba con la mirada resolutiva, fuerte e imponente como siempre, parecía que nada podía afectarle. Hitch se volteó despacio y apoyó la espalda contra el vidrio, llevando la mirada al guardia que se alimentaba tranquilamente en el escritorio. Tenía un enorme chuletón y una ensalada que se le hizo apetecible. Le rugió el estómago al instante y se fue avergonzada a la cama.

—Le he pedido al cocinero que te haga sólo la cena hoy.

Hitch levantó la mirada hacia él, sin entenderle bien. El hombre sonrió.

—No es bueno que los eldianos estén tan bien alimentados a costa de nuestra economía, ¿entiendes, hija del demonio?

La muchacha no cambió la expresión de su cara, tampoco le respondió. Él sonrió más ampliamente, y al terminarse su chuletón, eructó y lanzó los cubiertos al plato vacío. De pronto la puerta sonó abruptamente y ambos miraron sobresaltados. El guardia abrió la cerradura y miró a través; un guardia marleyense dejó una emisiva en el escritorio y le habló.

—Carta para Braun. Magath sigue en pie de guerra, y ha encomendado que sólo él la lea cuando haya llegado.

—Muy bien. —El guardia le entregó a cambio el plato vacío para que se lo llevara y cogió la carta, pero el sello de «confidencial» le echó para atrás. Si el sello lo rompía alguien que no era el receptor, podía llegar a pagarlo muy caro. Así que la dejó en el escritorio sin más.

—El guerrero ha solicitado a la reclusa en los establos.

—¿Tiene el guerrero autorización para realizar esos requerimientos?

—Sí, señor, es el encargado de la supervisión mientras esté en Marley… —se notaba que el guardia que le contestaba era más joven porque respondía con poca determinación. Aun así, bastó para que el guardia asintiera y le hiciera un gesto a Hitch. La reclusa se levantó con un cosquilleo en el cuerpo al saber que por fin iba a volver a ver al soldado. Aún no tenía palabras para describir bien qué clase de relación llevaba con él, pero prefería no ponerle etiqueta ni pensar demasiado… de lo contrario, se sentiría culpable por haberse acostado con él. La situación vivida en Marley se había alargado demasiado. Hitch cogió su abrigo con el brazalete y al pasar por delante del escritorio vio un símbolo en la carta que reconoció en el acto: aquella carta no era de Magath. Ni siquiera era de Marley.

Establos del cuartel

—¿Guerrero Braun?

—Aquí estoy —el guardia más joven había custodiado a Hitch hasta los establos, que por descontado eran los más lejanos dentro de los campos de concentración. Reiner le contestó pero no miró a ninguno, se dedicaba a ajustar la montura de un segundo caballo. —¿Cómo estás, Tony?

—¡Bien! Señor, me alegra mucho verle. ¿Cómo se ha hecho esa raja…?

—Ya curará. —Hitch observó que un tajo le atravesaba la mejilla izquierda, ¿sería que desde la ventana le estaba viendo desde el otro lado? —Déjame a solas con la eldiana. Supongo que no ha tenido hora de recreo.

—El plan de Magath de pasear a la reclusa por las tardes fue suspendido en cuanto usted se fue, señor.

—¿Y eso por qué?

—Bueno, yo… no tuve que ver, pero Aaron…

Al oír el nombre Reiner interpretó que aquel fue uno de los guardias de los que había dependido el cuidado de Dreyse. Si era así, era posible que la hubiera dejado sin comer o incluso que le hubiera pegado. Por lo menos, no parecía tener ninguna señal en la cara, pero sí la notó algo pálida.

—Yo me ocupo, Tony. Vuelve a tu puesto. Gracias por traerla.

Tony realizó el saludo militar y se marchó. Cuando se hubo alejado lo suficiente Reiner se acercó despacio a la chica, con la mirada fría y lejana, como si fuera otro. Alzó una de sus fuertes manos al mentón femenino, y la examinó bien.

—¿Has comido?

—Aún no.

—¿Aún no? ¿Cómo que aún? —los ojos fueron al cielo, ya eran más las 5 de la tarde.

—Te ha llegado una carta justo ahora, deberías…

—No me ignores —la cortó, acortando distancias con ella, hasta que su estatura se impuso frente a la de Hitch. Ésta dibujó una sonrisa tranquila, elevando la mirada.

—Ya te he dicho que no, no te enfades, ¿te ha arañado alguna gatita…?

Reiner la miró de arriba abajo en total seriedad, cosa que lentamente hizo a Hitch borrar su sonrisa.

—¿Qué ha pasado?

—He tenido que matar a muchas personas. ¿Sabes lo que es eso, Hitch?

—Los has matado porque has querido, lo único que me faltaba es que encima tuviera que sentir pena por ti. Por tu culpa estoy aquí encerrada, los suficientes meses como para haber perdido ya la cuenta.

—Oh, así que tienes quejas. Quizá crees que estarías mejor con Aaron cuidándote. En un mes perderías 5 kilos, y así, hasta desaparecer… ¿Eso te gustaría?

Hitch no le respondió, y como siempre, prefería rehuir de un conflicto estúpido. Reiner le estaba pareciendo estúpido en aquel momento, pues ella no podía elegir esas cosas que le preguntaba. Al mirar por el establo vio una bolsa y se aproximó, acuclillándose a abrirla por curiosidad. Había un dulce envuelto.

—¿Esto es para mí? —le preguntó, cambiando de tema. —Jo, qué rico… voy a robarte uno.

Reiner miró por el rabillo del ojo cómo Hitch comía y trató de calmarse, estaba siendo un borde con ella. Qué demonios iba a poder hacer ahí encerrada, era obvio que sus problemas no le importaban. Dejó que comiera, en silencio, sabía perfectamente el hambre que podía tener con aquel imbécil cuidándola. Ella se llenó rápido y con el estómago satisfecho se dejó caer entre un manojo de paja, suspirando relajada. El último dulce que había ya no le cabía. Lo desenvolvió y se puso de pie a los pocos minutos. Al colocarse frente a él le sonrió de oreja a oreja y levantó el dulce cerca de su boca.

—¿Un poquito…?

Reiner observó serio el dulce que le ofrecía. Negó despacio.

—Guárdalos para ti.

Dreyse se humedeció los labios para retirar algo de harina del que se acababa de comer, y aunque dejó el dulce apartado, robó con el índice algo de nata. Reiner estaba bastante arisco. Cuando se volvió a poner delante de él le acercó el índice untado a los labios, sonriendo.

—¿Y ahora, un poquito…?

—Qué demonios…

—Está bien, me la como yo. —Sonrió y chupó el dedo, pero no se apartó de su cuerpo. Inspiró hondo y se puso de puntillas, a la vez que sus brazos lentamente le rodeaban el cuello. Reiner bajó la mirada a sus labios, sintiendo cómo su mentalidad volvía a ser disruptiva. El acercamiento de Hitch, su aroma, su voz, todo era capaz de cambiar sus pensamientos en cuestión de segundos. La rubia rozó su dulce boca con la de él y ladeó la cabeza para empezar a besarle… pero no sentía ninguna respuesta. Quizá estaba demasiado traumatizado, o quizá…

—¿Ya no te gusto? —preguntó distanciándose, y Reiner abrió los ojos. —Es eso, mírate la cara.

Hitch dio un paso atrás y quiso salir corriendo. Y eso fue lo que hizo, en un ataque de nervios. Abrió la puerta del establo y salió corriendo como si la vida le fuera en ello. Sólo llegó a dar diez zancadas, las suficientes para despertar al rubio de su letargo y notar que la agarraba del brazo. Hitch empezó a forcejear enfadada con él, pero enseguida la rodeó con los brazos con fuerza, y suspiró cerca de su oreja.

—¿Estás loca…? —notó que Hitch le intentaba apartar con mucha más fuerza y Reiner la soltó, dejando que le empujara. —No digas tonterías, es que yo… no puedo… seguir haciendo lo que hago. O me acabaré volviendo loco.

Hitch miró a otro lado unos segundos. De repente apretó los puños y le miró con los labios fruncidos, antes de gritar.

—Me voy a ir de aquí, este sitio es un maldito vertedero para ratas. No pienso seguir aguantando ni una hora más. Ve y avisa a quien tengas que avisar. ¡Adiós!

Reiner volvió a tomarla del brazo pero la chica pudo zafarse antes de que apretara, y desapareció entre los altos hierbajos del campo, corriendo. Reiner se quedó parado. Era su parte guerrera la que le impedía ser más accesible. Nuevamente, una crisis de ansiedad, una maldita escisión de su personalidad. Caminó despacio hasta el establo y vio que Hitch se había llevado su rifle.

Habitación del cuartel

Cuando Hitch regresó exhausta a la entrada trasera del cuartel, aprovechó el pasillo vacío para subir a la segunda planta, algunos vigilantes habían descuidado su puesto de trabajo para saludar a los recién llegados y celebrar en su honor. Corrió hasta la habitación donde había estado cohabitando con Reiner los últimos meses y al girar el pomo se la encontró cerrada. Necesitaba llevarse su colgante, sabía que estaba escondido en algún lugar de ese cuarto. Miró a los lados y al verse sola tomó carrerilla, impactando la suela del zapato con la suficiente fuerza para astillar el fino marco de madera, una técnica que le habían enseñado en la Policía Militar. Buscó por todas partes en menos de treinta segundos, pero no halló la pieza por ninguna parte. Fue gruñendo por lo bajo al sentir que en cualquier momento podía ser pillada. De pronto, mirando por los cajones del escritorio, vio que allí seguía la carta. Tenía unas palabras eldianas… por lo que el contenido era sospechoso. Al desdoblarla y leerla, empezó a sudar frío.

«Hitch, a las 6 en el puerto. Último barco.» —A. A.

No había tiempo para pensar. Rompió la carta en pedazos hasta que no se entendiera nada y salió hacia el exterior por la ventana, con sumo cuidado de no resbalar, su primera parada sería el establo de alguna casa, casi nunca estaban vigilados por sus dueños. La sorprendió que, mientras corría por las calles más escondidas de los campos de concentración hasta la ciudadela principal, no viera a casi ningún vigilante, o los pocos que había no reparaban en ella. Era extraño no reparar en alguien que pasaba tan rápido montando a caballo, pero Hitch conocía algo más aquellos laberintos, así que pudo llegar cabalgando al puerto después de veinte minutos, veinte minutos donde nadie le impidió nada por sortear bien las zonas más atestadas de ciudadanos. Se había arrancado la estrella eldiana por el camino.

Tenía el último barco a la vista, sólo había tres y el último tenía las velas echadas, en posición de arranque. Ni siquiera sabía qué o a quién se encontraría allí, pero sus ojos se llenaron de ilusión por la simple hazaña de escape que había hecho tan rápido sin planearlo. El caballo atravesó el puerto de lado a lado y finalmente llegó a encarar la quilla para entrar. Aún algo recelosa, no se bajó del animal, sino que lo hizo caminar más lento a ver si primero reconocía algún rostro antes de subirse… parecía un barco marleyense muy bien logrado.

—¡¡DETÉNGANLA!! ¡¡DETÉNGANLA!! —el grito la hizo abrir los ojos asustada, y vio que Reiner, seguido de otros tres marleyenses militares salían corriendo tras ella. Hitch bajó rápido del caballo y aferrándose a la única posibilidad con la que creía que podía salvarse, comenzó a andar por la estrecha quilla, aunque los nervios la hicieron tambalearse a mitad de camino.

—¡Ahora! ¡Dispara, Braun! ¡DISPARA! —Reiner mantenía el dedo en el rifle, y la mira moviéndose a través de la cabeza de Hitch. Puso el dedo en el gatillo.

—¡¡Hange!! ¡Ahora! —Armin salió de su escondite, y Hange sacó unas sábanas que ocultaban dos enormes cañones, que hicieron que los marleyenses dejaran de apuntar acobardados. Mikasa salió al exterior y ayudó a Hitch a andar hasta el interior, agachándose ambas para que las gruesas barandillas las protegieran de posibles disparos. Un brutal cañonazo salió disparado de dos cañones distintos: uno de ellos atravesó la flota más cercana que podía darles problemas al marchar, y la otra detonó sobre Reiner, que pudo convertirse en el acorazado a tiempo.

El impacto de la conversión levantó una fuerte ola que casi tumba el barco, pero Armin se lanzó al mar de inmediato, escondiéndose en un lugar donde saliera del campo de visión de los marleyenses. El plan de rescate no incluía su conversión en colosal si no deseaba destrozar el puerto como la primera vez que atacaron Liberio, pero… lo haría dependiendo de cómo se desarrollara aquella pelea.

—¡Rompe la flota, Reiner! ¡Es una orden! —anunció un superior. El titán de Reiner contenía a un Reiner diferente. Con su potente brazo, sacudió a todas las personas en el puerto, marleyenses o eldianas, y tiró al agua a sus compañeros guerreros. Pieck estaba demasiado débil para convertirse y Galliard no lo haría si peligraba la vida de la chica.

—¿¡Pero qué diablos estás haciendo!?

Reiner aplastó a su comandante con la palma de la mano, provocando una ola más elevada, que alteró a todos los ciudadanos. Se sembró el pánico. El titán se metió en el agua y alcanzó con la mano el cuerpo agazapado de Hitch, que se había hecho con una espada. Trató de cortarle pero Reiner le quitó el arma con la otra mano, lanzando la espada muy lejos. Mikasa preparó el gancho de maniobras, pero justo entonces el acorazado empujó el barco como si fuera una botella en el mar, y lo llevó a varios nudos fuera de su alcance.

—¡Suéltame ahora, imbécil! ¡SUÉLTAME!

Reiner no la oyó. Un cañón del último tramo del puerto empezó a girarse en su dirección, y unió sus manos en el pecho, protegiendo a Hitch del impacto brutal del cañón en el cuerpo, que la hubiera fulminado de alcanzarla.

—¡Cargad de nuevo! ¡Apuntadle a la nuca, está huyendo hacia la otra costa! —Reiner recibió un cañón en el codo mientras se giraba para darles la espalda y correr dentro del agua, y el impacto casi le fractura un trozo de la coraza. Aunque no llegó a caer, sí que sintió retumbar sus propias fibras y que el cuerpo de Hitch se desvanecía en el interior de sus manos. Al abandonar lentamente Marley y dirigirse a Paradis, y una vez que los cañones ya no podían alcanzarle ni a él ni al barco, abrió un poco los dedos para comprobar su estado. Parecía haberse dado un golpe con las corazas de sus palmas ante los dos impactos de cañón.

Qué fragilidad, la del ser humano.

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