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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 19. ¿Pero y si…?

Flashback

Boris apenas podía creerse lo que vivía. Recientemente había ascendido a cabo, con todas las nuevas responsabilidades que de ello nacían, pero cuando Balalaika le dio aquella otra noticia, se sintió eufórico… al menos los cortos minutos que se lo permitió.

Con ella siempre había sido así. Una niña transformada en guerrera antes siquiera de pasar por la adolescencia. Estaba destinada a hacer grandes hazañas, y si la guerra no se hubiera interpuesto ni tampoco sus necesidades familiares por limpiar el apellido, estaba seguro de que habría sido una atleta de renombre también. Pero la vida no se escribía al gusto de las fantasías personales.

Pero… aún por esas…

La vida… la vida era maravillosa a su puta manera. Sus ojos se llenaron de lágrimas al sostener a su bebé, un varón diminuto y hermoso que hacía tan solo una hora había estado acabando de formarse dentro del vientre de Balalaika. El parto les había deparado un par de sustos, pero al final todo había resultado bien. Ambos estaban sanos y fuertes, y al cabo de unos minutos la rusa ya estaba hablando de las estrategias tácticas que debían seguir esa misma semana como si no acabara de alumbrar una vida hacía tan solo unos minutos. No esperaba menos de ella. Pero tuvo que reconocer, para sus adentros, que esperaba algo más de su lado femenino. El supuesto «sexo débil». Cuando la veía actuar a ella, le costaba verla débil en modo alguno. El que tenía miedo era él.

Y lo tenía por buenos motivos. Sabía que estar cargando aquel bebé sería temporal. Y eso le hizo derramar más lágrimas. Se volteó hacia la pared con él, acariciándole el rostro mientras el niño dormitaba, y acto seguido frotó una lágrima que volvió a brotar de entre sus pestañas. Miró de reojo hacia atrás y sus iris se conectaron con los azules de Balalaika. Balalaika retiró la mirada de él y apretó un poco los labios.

—Lo que sea que tengas que decirme, dímelo ya.

—Dentro de una hora vendrán por él. —Murmuró, echando una furtiva mirada hacia la puerta. No quería ser oída. —Solo cuatro personas en este momento saben que le he dado a luz. De momento necesito que así sea.

—¿Y cuántos saben que es hijo mío?

Balalaika dejó de hablar, dejando los labios entreabiertos y mirándole con fijeza.

—¿Tengo que volver a explicártelo…? —dijo al cabo de unos instantes. Boris negó con la cabeza y volvió a mirarle.

—Deja que le disfrute un poco más.

Balalaika reposó lentamente la cabeza hacia atrás, lentamente su sudor por los esfuerzos del parto se disipaba. Sabía que estaba mortificando a Boris con sus actos. Pero no quería arriesgar su misión, y por supuesto, tampoco quería exponer a su hijo, porque a pesar de no ser buscado, era querido. Su familia era capaz de asesinar al cabo si descubrían que Balalaika había quedado embarazada de él durante la guerra. Y el niño corría peligro por otros múltiples motivos. Lo mejor era que el menor número de gente posible supiera la verdad… hasta que pudiera controlarlo. Si no tenía la sartén por el mango, no le satisfacía. Estaba convencida de que con aquella determinación todos saldrían vivos.

—Escucha… Sofiya…

—No me llames así.

Boris cerró los ojos y se giró, encaminándose hacia ella. Puso al niño en el regazo femenino y ambos le miraron por unos segundos.

—Sofiya… —susurró. Ascendió la mano a su mejilla, pero Balalaika miró hacia la puerta y le quitó bruscamente la mano.

—Esto también es difícil para mí. No soy un monstruo. Es mi hijo, y quiero que viva.

—No tienes por qué hacer nada de esto. No tenemos que hacerlo ninguno. Vayámonos a cualquier otro lado. Tienes dinero de sobra para establecerte, al menos para que el crío pueda…

—No abandonaré mis principios. Mi hijo estará en manos fiables y crecerá a salvo mientras yo sigo luchando por nuestros ideales. Que tú no tengas la misma convicción, me asquea.

—No se trata de tener la misma convicción. —Se inclinó hacia ella de repente y la agarró del mentón con los dedos, haciéndola mirarle a los ojos. Se le puso muy cerca y arrastró las palabras en un susurro ronco, dolido. —Te amo, maldita sea. Te he amado siempre. Pero jamás pensé que podía amar a alguien tanto como a ti… hasta que le he visto. Necesito vivir con él, con los dos. Vámonos lejos, Balalaika, no seas tozuda. También corre peligro fuera de nuestras manos.

Balalaika le miró fijamente, sintió su dolor. Entreabrió los labios pensando muy bien cómo iba a decir lo que tenía que decir. Porque sabía que aquello también le dolería.

—Mi familia tiene tratos políticos que atraerán la ruina a mi ciudad. Mañana nuestra mansión será una alfombra de cadáveres porque los radicales le pegarán un tiro a esos cerdos traidores. Y entre esos cerdos, se encuentran algunos de tus primos. No dudarían en matarte a ti también de no ser porque he intercedido.

—¿De qué estás hablando…?

—El niño no será tuyo a sus ojos. Ahora mismo, con todo lo que tenemos que hacer, es una distracción.

—¿Quieres que me quede de brazos cruzados viendo cómo los asesinos de tu familia implican a la mía por un maldito conflicto civil?

Balalaika le aguantó la mirada, y al cabo de unos segundos, Boris acabó bajando la suya. El conflicto civil venía de otro lado. Por supuesto, en una familia acaudalada como la que regentaba el abuelo de Sofiya, había cosas que no podían aguantarse. Miró al niño y se mordió el labio inferior.

—No voy a negarte a tu hijo —susurró en voz muy baja, en una melodía que atrajo a Boris a volver a mirarla. Sentía devoción por ella.

—¿Seguro…?

—Cuando la guerra termine, hablaremos.

—¿Y si mueres en combate? ¿Qué haré entonces, Balalaika?

—No pienso morir.

—Sabes… si este niño no respeta aquello por lo que hoy luchamos, significa que no lo habremos hecho bien como padres.

Boris miró al bebé. De pronto, oyeron pasos al otro lado de la puerta, y él se puso recto y se arrinconó cerca de la ventana. Se mantuvo girado hacia la ventana mientras un sujeto que desconocía entraba, se llevaba al niño de las manos de la rusa, y la puerta volvía a cerrarse. Sintió que perdía humanidad ahí mismo. En ese instante. Cuando se giró y su mirada se cruzó con la de ella, supo que aunque la quisiera, ya no la vería del mismo modo.

Fin de flashback

Fin de flashback

Japón

Rock sentía que perdía parte de su humanidad cuando el taxista iba llegando al lugar del ataque. Ya minutos antes había visto la columna de humo y oído la radio avisando de que nadie se acercara al lugar, pero le soltó tal fajo de billetes al conductor, que éste ni se lo pensó y condujo como un loco hasta el edificio. Tuvieron que parar tras un gentío allí reunido que empezaba a ser dispersado por la policía. Además había dos ambulancias aparcadas, con las fatídicas luces girando sin parar, pero ya no proyectaban su odiosa melodía. Rock salió escopetado del vehículo y empujó a toda persona que tuvo por delante, tirando incluso a algunos al suelo por la fuerza con la que se quitó gente de encima. Paró de avanzar en cuanto un policía le amenazó con la porra, pero cuando sus ojos vieron el cuerpo tirado de Rebecca el cerebro dejó de enviar señales racionales y se abalanzó corriendo sobre la escena del delito. Oyó al policía gritándole a sus espaldas y persiguiéndole, pero hasta el funcionario se percató de que debía conocerla, porque cuando llegó junto a ella empezó a llorar amargamente, tapándose la boca y la nariz con ambas manos.

—¡¡Revy!! Por amor de Dios, ¿QUÉ LE HAN HECHO?

Revy tenía los ojos semiabiertos, lo que le provocó un escalofrío tan aterrorizante que sintió que se iba a desmayar. Parecía muerta. Había un cuerpo no muy lejos de ella al que le practicaban los primeros auxilios, pero no reconoció a ese joven. Luchó para abrirse más paso entre los médicos, sabía que no podía tocar ni interferir en lo que hacían, pero tenía la necesidad inexplicable y casi animal de querer verla bien, sin cabezas de por medio tratándola.

—¡¡Haga el favor de apartarse!! ¿Es usted familiar?

—S-s-s…s…s…y-yo…yo…

—En paro. ¡El desfibrilador!

¿Qué…?

No…

No.

Estoy soñando.

Teniendo una pesadilla.

Voy a despertarme y empezará de nuevo este día, y tendré a Revy con resaca tumbada sobre un montón de latas de cerveza.

Sí.

Estoy soñando.

La vista se le empezó a nublar de verdad. Como si algo encapotara toda nitidez. Tuvo un mareo y tuvo que agarrarse al vehículo de la ambulancia mientras escuchaba de fondo cómo le cortaban la ropa a Revy y sin tardar cargaban las placas en su tórax. Se tocó el cuello. Se ahogaba. Sentía al policía hablándole al lado, gritando a otras personas, golpes y ruidos que se entrecruzaban entre sí mientras él seguía ahogándose. Se inclinó hacia delante y se pronto se dio cuenta de que estaba teniendo un ataque de ansiedad, y que quería vomitar.

Los ojos de Revy no respondían a la luz. Tenía dos tiros de bala en un costado, había que operarla de urgencia, pero antes siquiera de poder moverla, su corazón había entrado en paro cardíaco por el impacto del atropello. Se estaba muriendo mientras él estaba ahí, quedándose sin aire sin que nadie le hiciera ningún daño, completamente solo, y completamente inútil. Emitió un gemido de dolor nervioso, era incapaz de respirar, no le entraba oxígeno, o él había desaprendido a respirar como un completo gilipollas. De pronto, dos manos se pusieron en sus hombros y una mujer de pequeña estatura le apareció por delante, hablándole con lentitud y ternura. Reconoció su olor. Los ojos de Rock, en shock, ascendieron a los de su madre, y lentamente fueron recuperando nitidez mientras también se dejaba guiar por su voz.

—Eso es, hijo… intenta retener el aire dentro del pecho. Eso es… bien hondo… ahora, expúlsalo…

Rock obedecía a duras penas. Pero su organismo iba haciendo caso. Se volteó enérgicamente hacia Revy, pero su madre le torció la cara en su dirección para apartarle la mirada de allí, no quería ponerle más nervioso.

—¡Otra vez o la perderemos!

Rock abrió los ojos y su madre insistió en tomarle de la cabeza, que sólo siguiera concentrado en ella. Volvió a llorar, tremendamente dolido.

—No puede morir, ella… es muy fuerte… mucho más que yo…

—Tengamos fe. Déjales trabajar…

Su madre intentaba ocultar su propio nerviosismo, pero ella también la daba por muerta. Cuando de repente, oyeron decir:

—Se acabó. ¿Hora de la muerte?

Ambos giraron la cabeza y vieron estupefactos que el muchacho que había tirado cerca de Revy era cubierto por un aluminio.

—Bien… bien. Eso es. Hay que llevársela. Hay que sacarle esas balas ya.

Movieron los ojos hacia la nueva voz que acababa de hablar. Uno de los médicos guardaba el desfribilador mientras que otro permanecía atento a sus constantes en una diminuta pantalla. Enseguida, se levantaron, se organizaron y reagruparon y la subieron a la camilla con la mascarilla de oxígeno puesta. Rock corrió a subirse adentro, pero uno de los médicos se lo impidió.

—¡Está demasiado alterado! Haga el favor de ir al hospital en la otra ambulancia, no con ella. Tenemos que tratarla de urgencia.

—Por…por f… por fav…

—Vamos, vamos. A la otra ambulancia. ¡Ya! —otro médico le palmeó la espalda y le condujo hacia el otro vehículo. Rock ni siquiera deseaba poner impedimentos, saltó dentro de donde le dijeron, su madre también, y marcharon hacia el hospital.

Unidad de Vigilancia Intensiva

Dos interminables horas tuvo que aguardar Rock a que la operación de Revy concluyera. Durante esas dos horas fue incapaz de coger el teléfono a nadie, pese a que no pararon de llamarle. Dutch, Benny, Jane, Balalaika, Chang… el cabrón de Chang tenía los huevos de llamarle. Rock estaba tan fuera de sí que se imaginó las ciento y ún maneras de hacerle pagar por lo que había intentado. Le daba igual lo que tuviera pagar y a quién pagárselo, pensaba acabar con él.

—¿Familiares de… Rebecca?

—Aquí —Akumi tomó la palabra, haciéndole un gesto al doctor. El hombre se aproximó a ellos con una expresión facial que Rock no sabía cómo describir más allá de asquerosamente neutral. Para colmo, el hombre se tomó su tiempo en hablar; dedicó unas cuantas miradas al grupo de policías que aguardaban en el fondo del pasillo. Rock supo inmediatamente que aquello traería otra serie de problemas con los que no contaba. Era imposible llamar más la atención, y si la misión había sido secreta hasta el momento, estaba claro que ya no lo era. Pero en momentos tan trágicos como ese ni siquiera le importaba.

—HABLE, JODER.

—¡Rokuro…! —la madre le miró impactada al oírle gritar con tanta bestialidad, no reconocía a su hijo. Le calmó poniéndole la mano en el hombro, pero Rock estaba sulfurado. El médico suspiró.

—Hemos conseguido estabilizar su ritmo cardíaco, pero nos ha costado extraer una de las balas y tiene varios tejidos musculares dañados. También tenía la rótula desplazada y fragmentada, he logrado hacer una reducción cerrada y recolocarla, pero no será hasta dentro de unos dos o tres meses que sepamos si ha quedado reparada.

—¿Cuántos tiros le han dado? —preguntó Rock.

—Dos. Ha tenido mucha suerte al no alcanzar ningún órgano interno. Pero es una zona complicada para regenerar. Tendrá que hacer rehabilitación. En cuanto nos cercioremos de que su corazón sigue sin dar arritmias y nos lleguen los escáneres cerebrales, descartaremos otras afecciones.

—¿¡Escáneres!?

—Sí, al parecer hubo dos explosiones en el edificio en el que la chica estaba. Tiene heridas superficiales de cristales por brazos y piernas y en el rostro, pero eso curará rápido. Sólo queremos descartar que la explosión no haya provocado contusiones graves. La tenemos muy vigilada en este momento.

Rock se llevó las manos a la cabeza y empezó a andar lentamente en círculos. El médico inspiró hondo y continuó.

—En estos casos hay que esperarse cualquier cosa. Les informaré cada hora de posibles novedades. —Señaló con la cabeza a los policías. —Esos caballeros… quieren hablar con usted. Probablemente le puedan dar más información de lo que ha ocurrido antes de que nosotros llegásemos, porque hubo muchos testigos que presenciaron lo ocurrido.

Rock cerró los párpados, agotado. Su mente estaba trabajando a toda velocidad en qué coño iba a hacer. Por descontado y después de la pelea que habían tenido antes, jamás le perdonaría. La culpa había sido de él de principio a fin y merecía todo lo que ella se había tenido que comer sola.

—¿Rokuro Okajima… cierto? —Rock no quería ni responder y hubiese postergado aquel interrogatorio lo máximo posible. Cuando ascendió la mirada, se dio cuenta de que uno de ellos era del mismo grupo de policías que ya había intentado llevarse detenida a Revy. Rock simplemente asintió a su pregunta. Su madre, Akumi, estaba muy atenta, le chocaban todos estos sucesos. Su hijo estaba metido en algo turbio, nunca lo había tenido tan claro.

—Hemos encontrado una pistola con modificación ilegal en cuanto a calibre… ¿sabría reconocer el arma?

—No.

Las policías se miraron entre sí y volvieron la vista a sus libretas.

—¿Qué relación tiene con la victima… de la cual no hemos encontrado identidad alguna?

—Es una amiga. ¿Han acabado? Porque no diré nada más.

—Señor, debería acompañarnos a un lugar más privado. Le tenemos que hacer unas preguntas sencillas, no le llevará mucho tiempo. Tenemos altas sospechas de que la mujer responde a un perfil delictivo desde que era menor de edad.

—Si quieren hacerme algún tipo de interrogatorio, no será a solas. Tengo un abogado proporcionado por el Hotel Moscú, en Roanapur.

Uno de ellos tensó el cuello y Akumi no pasó por alto aquel gesto. Fue demasiado obvio como para ignorarlo. Los agentes volvieron a mirarse unos segundos, para luego cerrar la libreta y despedirse cordialmente de ambos. Salieron del hospital.

—Déjame solo —murmuró a su madre, con tono devastado. Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera y apoyó los codos en las rodillas. Akumi no lo dejó solo. Se sentó a su lado despacio y le puso la mano en el hombro.

—¿Qué ocurre con esa muchacha, Rokuro? ¿Es trigo limpio, o…?

—Más limpio que yo, sí.

A la mujer le dolió profundamente escuchar aquello. Lo primero que pensó, como madre orgullosa que se había sentido siempre, fue que la muchacha engendraba un claro peligro. No conocía Roanapur en persona pero los noticieros alguna que otra vez mencionaban tímidamente los delitos que ocurrían por allí. Una madre no culparía a su hijo en primer lugar.

—¿Estás con… una pistolera?

Rock se dejó caer hacia un lado, suspirando. Se tapó media cara con la mano.

—Ya no creo estar con nadie. Si abre los ojos de nuevo será para dejarme.

—Eso es lo de menos, hijo. ¿Por qué me has ocultado todo esto…? ¿Con qué cara voy a decírselo a tu padre yo ahora?

—No le dirás nada hasta que yo me vaya. Porque si papá viene a recriminarme algo, o a tocarla a ella, no responderé de mí.

Akumi sabía por qué Rock reaccionaba de aquel modo, ya que en toda su vida, había presenciado dos maltratos por parte de su padre, aunque para ser un poco justos, fueron los únicos que le hizo, pues la mujer, aunque pequeña, le había hecho un ultimátum. Pero sí. Aun así, sabía que era capaz de hacer alguna locura sabiendo lo que ella ahora sabía. El machismo de su marido le haría ver a Rebecca como una prostituta de los bajos mundos por su forma de vestir, una marimacho por su forma de vida, y una peligrosa sicaria. No necesariamente en ese orden. La situación podía ser crítica, incluso obligar a Rock a replantearse su vida y su domicilio. Si Rock había decidido nunca decirles nada a ninguno, era porque sabía lo que obtendría de vuelta. Le hubiera gustado conversar más con él, entretenerle. Pero pronto las llamadas volvieron a llegar al teléfono sin descanso, y Rock empezó a contestarlas una por una.

Al cabo de quince horas, Akumi no aguantó más el cansancio y tampoco podía seguir dándole excusas a su marido: volvió casa en taxi y le hizo prometer a su hijo que la mantendría informada en todo momento. En 5 horas tendría que abrir la peluquería y tampoco podía hacer nada allí. Su hijo había pasado las últimas cinco horas mirando al limbo, fumando y bebiendo café sin parar, mientras su mirada se iba apagando un poco más. El médico hizo dos visitas más. La primera, dio la buena noticia de que la contusión que Revy había sufrido en la cabeza no era grave. La segunda, mucho más amarga, que había convulsionado y que habían estado a punto de perderla de nuevo. Rock no sufrió visiblemente esa vez. Su mente le estaba preparando para lo peor. Se sorprendió al ver ahora su frialdad. Le apenaba.

—Hijo… carga el teléfono. Quiero que estemos en contacto en todo momento… por favor.

Rock no contestó, ni la miró. La mujer le acarició el pelo y se marchó.

Dos horas más tarde

El médico se encontró a Rock dormido, con el café derramado sobre la blusa blanca. Le zarandeó suavemente y despertó agitado, mirando a ambos lados y recordando su desdicha. El médico le dijo que Revy había recuperado por fin la consciencia, después de 18 horas. El pronóstico había dejado de ser grave pero no podían dejar de monitorearla en ningún momento tras haber tenido una convulsión sorpresa. El médico le pidió que no la sobresaltara ni la pusiera nerviosa de ninguna manera. Rock no se sentía con la capacidad siquiera para hablar con ella. Se sentía un mierda. Entró sin más y cerró tras de sí la puerta.

Tuvo que aguardar cuarenta minutos a que Revy volviera a abrir los ojos, pues en el instante que el médico fue a hablar con él, había vuelto a dormirse. Se quedó mirándola fijamente, no quería ni rozarla por si la molestaba. Revy no parecía estar del todo en las suyas, estaba muy sedada tras la intervención en el abdomen. Rock contempló que sus párpados se cerraban por momentos, debía de sentirse muy cansada. La recorrió con la mirada. Tenía una pierna tapada y la otra completamente inmovilizada con arcos y un par de tablillas. Revy de pronto balbuceó y su ceño se frunció, en una expresión de dolor. Al ver que iba a tocarse en la herida del abdomen se aproximó rápido y le cogió la mano, acariciándola. Revy parpadeó despacio y volcó la vista en él, tenía una mascarilla de oxígeno puesta. Emitió un sonido tras ésta, pero él la instó a calmarse.

—Tranquila, habla despacio… están comprobando que tus pulmones están bien, detectaron contusiones por la caída que tuviste.

Revy cerró los ojos y movió brevemente el rostro, Rock oyó cómo daba un suspiro.

—Es increíble lo poco que hago estando tan cerca de los que hacen cosas como esta —murmuró en voz baja, acariciando con el pulgar el dorso de la mano femenina. Revy estaba templada, por suerte, y no helada como cuando recién llegó a urgencias. Pero tenía cortes por todos lados, incluso la pierna que se había roto tenía marcas de puntos. —Siento mucho lo que te dije antes de salir por la puerta, Revy. Encontraré al que te ha hecho esto y lo pagará. ¿Viste… viste algo…? ¿Algo que pueda servirme a identificarlo?

A Revy se le fue la mirada unos segundos, y no volvió reaccionar hasta que Rock la nombró. Estaba realmente preocupado al verla en aquella condición. Pero de pronto notó que ella le apretaba con poco la mano. Rock bajó la mirada y acunó su mano entre las suyas, pensativo. Y no habló durante cinco largos minutos, oyendo sólo la respiración pausada y costosa de Revy.

—He tenido que contárselo a Dutch, los chicos están viniendo para acá. Espero… —intentó hablar pero se le iban olvidando las palabras. Estaba comenzando a disociar otra vez entre él, y la versión que él estaba construyendo de sí mismo. —Ellos estarán a tu lado. Yo tengo que hacer unas cosas.

Revy estaba consciente, pero demasiado hecha mierda siquiera para mirarle. Pero al oírle decir lo último abrió pesadamente los ojos y le miró, sus pulsaciones subieron levemente en el monitor. Rock soltó su mano y mientras se levantaba, Revy suspiró fuerte y trató de agarrarle, pero Rock ya se había girado, y de pronto sintió que las pocas fuerzas que le quedaban abandonaban su cuerpo por completo.

Hotel Moscú

—¿Te encontraste a alguien conocido por allí? Cerca de la empresa, o de los apartamentos que regentaste.

—No hacía falta que me encontrara a nadie. Ya sabían quiénes estábamos hospedándonos allí. La policía, sin ir más lejos.

—Estoy al tanto, de tu error garrafal.

Rock se encendió un cigarrillo, sin mirarla. Estaba calmado.

—Sí, Balalaika, no paro de cometer errores garrafales. ¿Algo más?

Boris, el único presente en aquella reunión aparte de la rusa, miró con condescendencia a Rokuro y agrió el semblante.

—Modera tu comportamiento —le dijo, aunque Balalaika tenía la mirada puesta en unos documentos.

—Sí, Rock —dijo al cabo, soltando un papel sobre el escritorio y separando el puro de sus labios. —Modera tu tono.

Rock mantuvo la mirada fija en Balalaika y también retiró el cigarro de sus labios despacio.

—No iba a dejar que encarcelaran a Revy.

—Ése —le señaló con el puro en la mano, sin apartarla mirada de él—, ése es su puto problema. Fuiste allí por un cometido, que hubiera salido a las mil maravillas si hubieras viajado solo.

—No estés tan segura. Chang ha estado vigilando tus pasos muy de cerca. Quería probar mi lealtad, y si no era a su favor, iba a matarnos.

—Te lo dije la otra vez y te lo repito ahora. Cuando ocurre algo que no está en el maldito manual de instrucciones que yo te doy, tienes que telefonearme.

—No tuve cojones a sacar el móvil para hacerlo, porque me tenía vigilado y amenazado en ese momento. Me miraba. Sabía dónde estaba. Tuve que ir por libre.

—Espero que te haya cundido bien esas libertades que te has tomado. Porque A Revy le espera una buena temporada rodeada de médicos —sonrió con desgana, más ocultando su impaciencia que para transmitir ironía, y se fue levantando del escritorio despacio—. Me siento tan contenta con los resultados que voy a pasar por alto tu estupidez esta vez. Porque sé que obrabas por… —miró hacia los lados insegura, buscando una palabra y acabó sonriendo con sorna— …por inseguridad, a perder a tu amor. No vuelvas a llevarla a ninguna parte. Ni que yo te mande, ni por tu cuenta. La situación está tensa, si la ven contigo la relacionarán conmigo indirectamente.

—¿Significa eso que…?

—Cuando te envío a otro país a trabajar, no son unas vacaciones de enamorados. Los que nos movemos por terrenos tan pantanosos ya lo sabemos de sobra. Lo que vas a conseguir es que si alguien del bando de Chang te ve con ella, piense que Revy también está trabajando en la misión, y no sólo que te la follas.

—Entonces no tengo vida personal. Es eso.

—Aquí ya nadie tiene vida personal. O qué te has creído que es esto.

Rock abrió los ojos, un poco asombrado. Miró fijamente a Balalaika y luego a Boris, que tenía los iris fijos en un punto muerto de la oficina.

—Trabajar para seguir trabajando. Es eso.

Balalaika soltó el humo del puro y allí de pie, bajó una mano hasta el portátil que tenía en el escritorio, tecleando un par de veces. Giró la pantalla hacia Rock.

—Cada vez que alguien utilice la ruta nueva que tenemos ahora, cobraré por cualquier tipo de cargamento unas tarifas, en las que se podrá sumar protección adicional y armamento en caso de emboscada. Pero la policía no meterá las narices aquí, porque ni siquiera sabe que existe. Es más corta, más rápida, y no ha estado disponible hasta que las excavaciones que me dieron dolor de cabeza hace tiempo finalizaron.

—No es tu ruta —murmuró Rock, al darse cuenta de algo—, era la ruta utilizada por la mafia de Dossel. Se la has robado.

—Eres muy observador —murmuró con un deje divertido, girando de nuevo hacia ella la pantalla—. Y él era un cabrón visionario. Pero cuando no tienes completamente claro si te van a matar o no… y te dicen que si cuentas lo que sabes tendrás una posibilidad… hasta el más duro se lo piensa. —Abrió el zippo de repente, nada más cambió el puro por un cigarrillo. Lo encendió y soltó el humo por la nariz. —Y estando con todos los dedos de una mano cortados, se lo pensó. No quería perder los de la otra.

Rock ascendió la mano en la que tenía el cigarro y se acarició una ceja con la muñeca, algo cansado.

—Chang querrá robarte a ti ese mapa. Está moviendo ficha.

—Chang es un tiburón grande, pero hasta él tiene sus limitaciones. Si quiere la ruta, que pague por cruzarla. Pero ya no puede apropiársela nadie. Si alguien la cruza sin pagar, será interrogado y luego exterminado.

—Bien. ¿Hemos terminado aquí?

Balalaika se acarició el labio inferior con la lengua, pensativa. Veía algo extraño en Rock.

—Si quieres un consejo, no pierdas el tiempo buscando pareja. No confiere nada positivo, más allá del sexo. Y eso lo puedes conseguir de cualquier mujer.

A Rock le salió una risa floja, totalmente desanimado.

—He llegado a un punto muerto. —Dio la última calada al cigarrillo y prestó atención a sus propias manos. —Estoy… empezando a hacer cosas deleznables.

—¿Deleznables?

—Ataqué a Revy ayer mismo, la obligué a quedarse en casa pensando que le podían hacer daño afuera —sonrió—, ahora que lo repito suena tan irónico.

—¿De verdad crees que los buenos cambian el mundo?

Rock sintió una especie de temblor en su cerebro, y en su cuerpo, al asimilar la pregunta. Abrió los labios, pero Balalaika continuó antes.

—Los buenos liquidan a los malos. El villano le da rol al héroe. Pero los que cambian el mundo somos nosotros. Porque somos la coordenada de los buenos. ¿Entiendes eso, Rock?

—Empiezo a entenderlo.

—El mundo lo dirigen los que arriesgan todo. Y también los que están dispuestos a perderlo todo. El abismo está lleno de buenas intenciones que caen en saco roto…

—¿Alguna vez has hecho algo desinteresadamente? —la cuestionó. Balalaika se encogió de hombros.

Boris bajó la mirada por unos segundos, y luego, despacio, la volvió a encauzar en ella. Se sintió muy tentado a hablar, a decir que sí. A enumerar las veces que se había expuesto a ser tiroteada por liberar niños refugiados de un extremo del campo de batalla a otro, a sacar a bebés de los brazos muertos de una madre para trasladarlos a un lugar seguro. Quiso hacerlo, pero no podía contradecirla, no tenía voz ni voto cuando ella estaba reunida.

—Ninguna de mis acciones en combate le importan hoy día a nadie. Sólo soy una veterana de guerra próxima a los 36 con historias de abuela que contar a los nietos de aquí a una década. Si es que llego, claro —sonrió y se volvió a sentar sobre la silla tras el escritorio—. Mi cometido aquí es controlar cuanta mierda haya y desligarme, al menos en apariencia, de las bandas criminales de Roanapur. Pero no puedo eliminar disputas que no me hagan daño, porque entonces estaría interfiriendo en intereses ajenos sin ningún beneficio. Yo no soy María Teresa de Calcuta.

Rock se sintió ligeramente desmotivado, si es que aún había algo que le pudiera producir desmotivación. Se había llevado tantas hostias ya…

—Yo…

—Cuando lo controlas absolutamente todo, es más fácil limpiar un país. Pero lo que a ti te pasa es que tienes muy metidos los conceptos del bien y del mal con actos individuales. Ah, es muy malo vender droga… pero es muy bueno que la droga no llegue a un barrio respetable. Es malo salvar de la cárcel al sicario que tienes en plantilla… pero, ¿se investiga a quién y por qué se está matando? Y tengo tres buenos ejemplos para explicártelo —se puso el cigarro entre los labios, fumando sin manos, y volvió a desplazar el portátil cerca de Rock. En la pantalla había tres carpetas nombradas. —¿Cuál te interesa ver primero? —le miró de reojo, fijamente. Y sonrió. —Deja que adivine.

Rock leyó los tres nombres, de tres mujeres distintas. Rosarita Cisneros alias La perra de presa, Edith Blackwater alias Eda, y Rebecca Lee alias Revy Dos Manos.

Balalaika dio doble clic en la carpeta de Rebecca, y ante Rock aparecieron un montón de archivos, tanto de texto como de imágenes, así como de algunos vídeos que a juzgar por el título parecían trazos de noticieros antiguos que la involucraban. Seguidamente la rusa abrió un archivo que requería contraseña, titulado como «Biodata».

—Así que un biodata. —Rock meneó la cabeza, con innegable curiosidad—. E imagino que ninguna de ellas contestó a esas preguntas.

Rock sabía lo que era un biodata. Un maldito test de la personalidad dirigido a ciertos puestos laborales.

—Tengo el biodata real de Edith y el de Rosarita poco antes de pasar sus exámenes psicológicos hacia la CIA y las FARC, respectivamente. En el caso de Rebecca, el biodata está… rellenado por un psicólogo.

Rock frunció el ceño y siguió los movimientos que Balalaika hacía en la pantalla. Abrió un enorme archivo de texto con el test respectivo.

—Lo rellenó en su día Edith con ayuda de ese psicólogo, el analista de perfiles ciminales, cuando ahondó en su relación personal con Revy. No le costó mucho hacer un análisis.

—¿Eda? —Rock no pudo evitar soltar una carcajada.

—Sí, Eda. La que os engañó más de un año haciéndose pasar por una monja fiestera y alocada. —Señaló una de las líneas del test. —Cuando le fue asignada la misión en Roanapur, estudió a muchas personas a su alrededor. Con Revy fue bastante precisa, puesto que había temporadas en las que pasaron mucho tiempo juntas. —Balalaika cerró el archivo y abrió una fotografía antigua. Rock dejó de sonreír, carente de sentido del humor en cuanto vio a una pequeña Revy de no más de doce años, al lado de una vara de medidas y con sus datos personales en el letrero que sujetaba en las manos. —No me hace falta leerlo de nuevo, sé la personalidad de Revy de cabo a rabo. Como si la hubiese parido.

—No puedes conocer a una persona sólo por esos datos.

—Sí que se puede. —Murmuró, devolviéndole esa gélida mirada de la que era propietaria. Se puso recta lentamente, ganando esos centímetros de estatura que le distanciaban de Rock. Se cruzó de brazos y le observó de arriba abajo. —Revy está tan jodida de la cabeza que puedes darte con un canto en los dientes si algún día viene a hacerte el desayuno. Es una niña perdida. ¿Sabes lo que significa eso, Rock?

—Para.

Ella descruzó los brazos y se encogió de hombros.

—Significa que después de ser maltratada en casa, pateada y violada en una celda y vivir de la calle y del carterismo para seguir recibiendo palizas, no espera nada de la vida. Se aferra a lo único que le otorga cierta seguridad, que para un bebé es una teta con leche, y para ella son las pistolas —sonrió—; no va a ser tu novia japonesa. No habrá una relación sana de pareja, porque todos los hombres le dan asco. ¿Y qué esperabas, de alguien que sólo está hecha para disparar o para ser apaleada? ¿Sabes lo más triste?

Rock pensó que sentiría rabia cuando una persona opinara de Revy. Se dio cuenta de que a medida que avanzaba quería seguir oyendo.

—Lo más triste es que ni siquiera le importa una mierda todos los dólares que le pagan por su trabajo. Cree que es un objetivo puntual y lo hará creyendo que es lo que le interesa, pero no lo es. Una vez lo ha obtenido vuelve a ser la amargada, brusca y triste camionera de siempre. Puedes querer estar con ella y ella contigo, pero venís de mundos distintos. Ella jamás podrá escalar hacia algo más alto que no sea esta podrida ratonera llamada Roanapur. Lo único que me sorprende un poquito es que hayas tenido sexo con ella, porque está jodidamente traumatizada.

—Eso no impide que pueda hacerla feliz. Todo el mundo tiene derecho a serlo.

—¡Nos ha jodido, el cristiano…! —bramó Balalaika, provocando una media sonrisa en Boris. —Deja que encuentre otro Rokuro que lo haga por ti. Tú tienes otras diligencias que querías hacer… ¿me equivoco? Sobradamente sabes que son incompatibles una tarea con la otra. —Lanzó el cigarrillo a distancia hacia el cenicero, que rebotó allí y siguió pululando un hilo de humo de él. —Deja que se pegue el último batacazo contigo y que se centre en su mierda de vida. Acabará tiroteada en cualquiera de las misiones de la compañía Lagoon tarde o temprano. Con su chulería y su impulsividad no llegará a los treinta.

Rock se mantuvo cabizbajo sin comentar nada. Los segundos pasaron, el ambiente se empezaba a cargar del hedor al tabaco. Al cabo de un instante, Balalaika volvió a hablar.

—Rosarista Cisneros. Colombiana de nacimiento y de ascendencia. Entró muy joven a las FARC, como tantos otros jóvenes. En Cuba recibió una formación militar tan deshumanizante y un hervidero de ideologías comunistas, así que no tardó en pertenecer al grupo revolucionario colombiano que asesinó a todo hombre, mujer y niño que se le cruzara por delante. Este caso me encanta, el de Rosarita… —se inclinó sobre el escritorio para mirar mejor la pantalla—. Digno de una película de Tarantino. Las víctimas a manos de Rosarita eran apabullantes. La de todos los soldados lo eran, pero claro, no todos los soldados recibían un apodo por sus capacidades sobrehumanas. Violenta y sanguinaria en el cuerpo a cuerpo, de fácil adaptación a los terrenos desventajosos para ella, es capaz de crear bombas caseras en diez minutos y de matarte con objetos de uso cotidiano de formas muy creativas… porque el cerebro de esta chica, Rock —se señaló ella misma la sien—, está disciplinado para crear armas destructivas con absolutamente todo lo que ve. —Volvió a señalar la pantalla con el índice, saltándose líneas. —Increíbles capacidades físicas, fuerza muy superior a la media para una chica con su índice de masa corporal… blablablá… en el momento en el que descubrió que sólo trabajaba como perra de presa para campos de cocaína y no por los ideales que le fueron inculcados, se dio cuenta del grave error de su trayectoria, y sufrió el conocido síndrome del soldado. El mal del soldado, me gusta llamarlo a mí.

—¿Empezó a tener conductas autodestructivas?

—¿Empezó a tener conductas autodestructivas?

—Más o menos. Como sólo sabía destruir y matar, lo siguió haciendo, pero desde fuera. Luego huyó. Al convertirse en prófuga, Diego Lovelace fue el que le proporcionó refugio y trabajo, un hogar. Roberta tiene totalmente frito el cerebro y lucha contra su propio salvajismo, sin ningún éxito a menos que esté presente Fernando García Lovelace, el niño.

—Cree que es su nuevo dios. La nueva fuente de una ideología.

—Lo que cree es que es su dios; la ideología, aunque ella no se dé cuenta, es la misma que la que tenía cuando trabaja para las FARC. Es irracional, no sabe ya medir qué está bien y qué está mal a menos que el niño aparezca, por lo que se ha convertido en su guardaespaldas, en su nuevo señor y en su nuevo camino.

Rock se frotó la cara.

—El niño la quiere.

—El niño es sólo un niño, y no es como mi hijo. Es un niño normal que desde que descubrió el pasado de Roberta ha visto cosas que no debería haber visto, notablemente más inmaduro. Ella es la primera en lamentarlo, porque le tiene en un pedestal y necesita que la vea como su protectora buena y servicial. Es el único cometido que tiene Roberta en la actualidad.

—Balalaika, él… cuando se logró dar caza a Roberta y se reencontraron, él…

—La besó. —Balalaika parpadeó y dirigió la mirada a él. —Me lo contaron mis hombres. No me extrañó en absoluto. La guerra puede afectar de muchísimas maneras. Te aseguro que ese chico no hizo nada malo, sólo piensa que es un acto de amor hacia ella, y de hacerle saber que está de su parte. Que con él está, efectivamente, su futuro. —Sonrió— Ni siquiera sabe ese chaval dónde se está metiendo, ni lo que acabará provocando.

—Roberta estuvo automedicándose y dopándose. Pero también recuerdo lo que presenciamos en la taberna cuando la encontramos por primera vez. Sólo cumplía un papel.

—No es un papel para ella. Es su nueva realidad, se aferrará a ella y a ese niño a todo coste. ¿Quieres saber cómo acabará, Rock? —rio débilmente, con cierta altivez. —Es tan claro que casi es insultante.

Rock frunció las cejas.

—El niño crecerá un poco, sólo un poco. Y puedo apostarte dinero aquí y ahora para asegurarte que acabarán juntos.

—Ella no es capaz —murmuró Rock, asqueado—, no me lo creo…

—Él se lo acabará pidiendo, cuando le bajen un poco más los huevos. Yo creo que tiene tardío el crecimiento. ¿Y qué crees que contestará ella, si su dios se lo pide?

—No… eso… eso es…

—¿Qué? ¿Pedofilia?

—Eso… eso es…

—¿Es lo que más te sorprende, de veras? Ocurrirá. Si es que no ha ocurrido ya, que… francamente, tengo mis dudas.

—Lo impediré.

Rock tuvo que ver cómo Balalaika se reía de él en su cara de repente, y esta vez bajó la mirada a la moqueta.

—Te aseguro, Rock… que esa mujer tiene el cerebro hervido. Se ha acostado con él y se seguirá acostando. Y llegará un momento en el que formen una relación tan enfermiza, que correrá la sangre. Roberta atentará contra cualquier niña o mujer que se le acerque, y en algún momento en el que él se dé cuenta de que es muuuuuy tarde para recuperar un cerebro que ya está podrido, también morirá. ¿Te ha gustado mi cuento por adelantado?

—¿Por qué piensas todo esto, Balalaika?

—Una mujer con el cerebro traumado es un alma perdida.

—¡No es así!

—No hablo de cualquier trauma. No hablo de ser violada una vez, cosa que ya puede repercutir en tus relaciones sexuales para el resto de tu vida, ni hablo de llegar a tu casa y ver a toda tu familia muerta sin ninguna explicación. Hablo de un sufrimiento constante y tortuoso, que cambia tu manera de pensar para siempre, y que te doblega en pos de tus miedos. Roberta jamás se recuperaría, ni siquiera pasando la vida en un centro psiquiátrico, a menos que la tengan todo el día enchufándole morfina. Al igual que Revy jamás podrá tener una responsabilidad más allá que la de seguir viva hasta el día siguiente. Con lo que ha sufrido, ya ha perdido la capacidad de querer hacer algo más. Ha asumido que puede morir cualquier día, en cualquier momento. Así que haz lo que te recomiendo. ¿Quieres tener una relación? Olvídalo si lo que pretendes es estar trabajando con las altas esferas de Roanapur. Folla con Eda de vez en cuando, es la única que no tiene tanto serrín en la cabeza, y no la dejes hablar demasiado, porque te manipulará. Sabe que eres débil con la persuasión y no ha dudado ni una sola vez en vaciarte los huevos mientras ella era el cerebro de la operación. Tampoco le eres relevante, pero te hará creer que sí.

—¡Para de hablar! —Rock se hartó y golpeó el escritorio fuertemente con las palmas de las manos, encarándola. —¿También se supone que toda mujer que haya tenido sexo conmigo es para manipularme o para sacar algún tipo de beneficio?

—Eda sí que lo hizo. Te pilló en el momento perfecto. Medio dolido, lejos de Revy y con los huevos cargados. Lo suficientemente ingenuo para creer que si te follaba era porque le gustabas y no como una moneda de cambio. Pero sí que lo era.

—Sí. —Reconoció, gritando—. Usó el sexo a cambio de mi confianza, y le salió bien. Pero Revy no lo hizo, NO LO HIZO.

—Eso imaginé —contestó tranquila—, que esa boba es la única que te ha abierto las piernas por amor. Y mira de lo que le va a servir. Pero… luego pensé un poco más. ¿Hay algún motivo por el que Revy te hubiera abierto de repente su corazón? ¿Hm, Rock? ¿Lo hay?

 ¿Hay algún motivo por el que Revy te hubiera abierto de repente su corazón? ¿Hm, Rock? ¿Lo hay?

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