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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 2. Mikey debe saberlo


Takemichi había conocido lo suficiente a Mikey para saber qué opciones iba a barajarle. Con tanto viaje en el tiempo y tanto tiempo en el viaje, habían tocado muchos temas. Takemichi conocía el sistema de jerarquía de bandas gracias a una de tantas conversaciones grupales. Y de todas formas… si algo era seguro, es que ya no podían ir peor las cosas. Lo único que se había interpuesto entre él y su decisión de sacrificarse era Mikey y el tiempo le jugaba demasiado en contra como para debatir todos los pros y contras. Lo que era más seguro aún es que la nueva idea forjada en su cabeza era innovadora. Pero Takemichi desconocía qué pretendía realmente con aquello, al igual que en su día desconocía qué pretendía Mikey contándoselo. Y lo que era más misterioso aún: todo el peso del nuevo presente recaería en Mikey en esta ocasión y no en él, cosa que le despistaba. 

Sé que él no sabe nada. No conoce los viajes en el tiempo. Pero también sé que me dijo todo esto. Yo se lo pregunté una vez, como si fuera una broma: ¿qué harías si tuvieras el poder de enmendar las cosas viajando en el tiempo y ves que están tan de culo…? Y la respuesta oída es la que estoy ejecutando. Tengo miedo.

El lado vago y asustadizo de Takemichi sintió alivio con esto. Si Mikey se encargaba, todo iría a mejor. Si me lo dijo es porque él tomaría cartas en el asunto. Estoy seguro de que él es más inteligente. Sabrá hacer bien las cosas.

Salió de la barbería en la que se encontraba, después de afeitarse el escaso vello que le había nacido del mentón. Hina estaba a la vuelta de la esquina junto a una amiga del instituto, riendo y acabándose un sándwich. Takemichi sonrió al verla de lejos. Adoraba verla sonreír, era preciosa. Sus ojos grandes y color avellana podían transmitir tantas cosas… suspiró y se acercó a ellas.

—¡Hina! ¿Cómo va todo?

Hina paró de comer y ambas dirigieron la mirada curiosa al chico. Hina sonrió, pero algo extrañada.

—Pero bueno, Takemichi, ¡cuánto tiempo sin saber de ti! ¿Es que ahora vuelves a hablarme?

—¿Uh?

El chico enarcó una ceja confundido. Como fuera, ella le tendió la mitad del sándwich que tenía en la mano.

—Ten, anda. Tienes pinta de no haber comido en una semana. Yo no quiero más. Bueno, hasta otra, ¿eh?

Takemichi la siguió perplejo con la mirada, se marchaba con su amiga. Miró después el sándwich y se lo fue comiendo mientras caminaba rumbo al instituto. Ni siquiera sabía qué era lo que tenía que hacer… había estado «fuera» dos semanas, y en esas dos semanas parecía que no había hecho mucho caso a Hina.

A veces se me olvida lo perdedor que era en el instituto. Cuando me marcho, mi mentalidad del pasado es la que se queda aquí. Con ella no paro de cagarla, es más madura que yo.

Mikey apareció tras él y le dio un amistoso empujón.

—¡Takemichi! ¿Cómo están tus planes de hoy? Recuerda que hay pelea a las ocho.

—Ah… ¿pelea…? ¿con q-…?

—¿Es que ya no lo recuerdas? ¿Tanto te emborrachaste anoche? —Mikey le dio otro suave empujón. Draken caminó hacia ellos a los pocos segundos, y le dio otro empujón al chico.

—¡Takemichi! Estuviste bebiendo de l lindo anoche. Más te vale estar fresco para esta noche, porque nos dará igual tu resaca…

—Ah-oh…

¡No puedo perder tanto el tiempo! ¡Se lo tengo que decir ya!

—¿Takemichi? —preguntó Draken, al notarle ensimismado.

—Chicos, tengo que hablar con los dos. Sobre todo contigo… Mikey. Considero que es algo importante.

—Ah, puede esperar a esta noche, después de la pelea. ¡Nos vemos!

Mikey empezó a girarse cuando de pronto, notó un agarre fuerte en su muñeca. Se sorprendió y se volteó despacio, dirigiendo la mirada a los ojos claros de su compañero. Takemichi tragó saliva, preocupado.

—No puede esperar. Lo siento, pero no puede esperar. Me gustaría hablar contigo cuanto antes.

—Que venga a comer algo con nosotros. Está en los huesos y no le vendrá mal, de todos modos —apuntó Draken. Mikey se quedó mirándole fijamente unos segundos más, como si le hubiera sorprendido su tono.

—Claro —dijo al cabo—, ahora estoy expectante.

Cafetería

Takemicchi acunaba su taza de té con nerviosismo. Siempre que era consciente de que iba a cambiar el futuro, se ponía nervioso. Tenía una enorme responsabilidad, cualquier palabra mal dicha, cualquier entonación fuera de lugar, cualquier comentario que sobrara… todo podía suponer la diferencia entre el fracaso o el éxito, y siempre había sido un torpe y un fracasado. Apenas había logrado cambios en todos sus anteriores viajes. Intentó concentrarse. Draken y Mikey lo miraban de hito en hito, sorprendidos.

—Bueno, ¿vas a hablar o qué?

Takemichi levantó la mirada hacia Draken y luego miró a Mikey. Sentía que realmente era a él a quien debía dirigirse.

—Puede que lo que vaya a decirte te vaya a sonar extraño… o repetitivo, porque alguna vez lo habremos mencionado en broma. Pero no es broma. Y… sólo te pido que no pienses que estoy loco por ello.

La seriedad de su tono, junto a la incertidumbre acumulada durante todo el trayecto, hizo que Mikey le mirara con mucha atención.

—Habla de una vez, o de verdad que jugarás con mi paciencia. Qué ocurre.

Su voz lo puso en vereda en seguida. Apretó la taza de té con fuerza y le miró más nervioso todavía.

—La Toman no tiene futuro como pandilla. No conseguiremos controlar Tokio mediante ella. Si queremos resultados, necesitamos alzarla por encima del nivel de pandilla.

Draken abrió los ojos; Mikey se quedó hierático. Ninguno dijo nada. Takemichi tragó saliva.

—Sé que… sé que voy a ser tomado por loco. Sé que soy el menos indicado para hablar, porque siempre soy el primero en ser molido a golpes… pero lo que estoy diciendo tiene que significar algo para alguno de vosotros. Mikey, tú tenías un sueño… te… te… te aseguro que… —le tembló la voz, temiendo ser blanco de algún puñetazo con lo que iba a decir— …te aseguro que no conseguirás ninguno de esos sueños yendo por este camino. La Toman como pandilla será denigrada. Si queremos llegar a algo, tiene que ser extendiéndonos con otro tipo de negocios. Que no sea todo por peleas… ni por delitos tan bajos por los que gente como Pachin tengan que tomar medidas y ensuciarse las manos. Las pandillas de Tokio ocupan sectores reducidos. Nuestras preocupaciones… deberían ser otras.

—¿¡Quién demonios te crees para estar hablando en estos términos, Takemichi!? ¿Bandas? —Draken perdió los estribos. Pero enseguida bajó el tono de voz y apretó los codos con fuerza en la mesa, aproximándose al rostro del chico. —Bandas, ¿verdad? Estás hablando de subir el nivel.

Takemichi tragó saliva y asintió, sentía sudor por todo el cuello. Su corazón latía como un poseso. ¿Habré hecho bien en decírselo así…?

Mikey se le quedó mirando con un halo extraño, que Draken sí supo identificar. Estaba pensativo.

—Tiene gracia —dijo, por fin rompiendo su silencio—, tiene gracia que me lo hayas dicho justo hoy, antes de la pelea de las ocho. ¿Sabías algo de las reuniones que he estado teniendo con los comandantes de otras pandillas, Takemichi?

Su tono era frío y serio. Takemichi temía ser interpretado como algún topo traidor.

—No tengo la menor idea, lo prometo. Pero… voy a ser sincero —mintió Takemichi, buscando salir del paso—. Yo también he hecho mis deberes, he estudiado a las otras pandillas. Muchas trabajan por buena remuneración con algunas bandas, las que mueven barrios enteros. Las pandillas son muchas veces contratadas por ellos cuando quieren hacer otro tipo de trabajos. Al fin y al cabo, si te fijas… —trató de recordar el cursillo rápido de información que Mikey le hubo comentado alguna vez—… si te fijas, las bandas se mueven por barrios y cuando no quieren tener involucración directa con la policía, dejan sus encargos menores a las pandillas. Se relacionan con civiles cuando desean que sean sus camellos. De algún modo u otro, las pandillas son el débil eslabón entre ser un civil normal y pertenecer a una banda.

—Las bandas son muy peligrosas, Takemichi. Pero me alegra que me hayas prestado atención en nuestras conversaciones divagantes.

—¿Acaso las pandillas no lo son, Mikey?

Mikey abrió sus oscuros ojos, mirándole con fijeza. Takemichi se arrepintió de ese último tonito aventurado que había empleado, sin embargo… surtió algo de efecto. Mikey sonrió de medio lado y dio un sorbito a su taza de té.

—Takemichi… —murmuró, calmadamente. —¿Sabrías explicarme qué son las bandas y cómo funciona su organización? Creo que lo que estás proponiendo es interesante, pero no comprendes los alcances que tiene.

El moreno frunció el ceño y se intentó concentrar. 

—Las bandas son grupos criminales organizados, con jerarquía interna como en las pandillas, pero mejor estructurada. Sus delitos suben el nivel de criminalidad drásticamente en la mayoría de casos. Las pandillas tienen el límite en líos de barrios, algún que otro robo y contactos con civiles y otras pandillas, también con el fin de realizar actos delictivos menores. En una banda, los robos van desde pequeños bazares, hasta sucursales y bancos. Tienen muchos más miembros. Se suelen especializar en la venta y distribución de droga, todos sus planes se realizan en base a la obtención y manipulación del dinero negro. El tráfico de drogas y de armas es lo más común, pero también se lucran del tráfico de mujeres, de secuestros, extorsiones y sicariato. Ellos no se dedican a pegarse cinco puñetazos detrás de un callejón y y está… es otro nivel, Mikey. Y quizá tú, siendo el líder, te manches mucho menos las manos. Recuerda cómo nos conocimos. En una vulgar pelea estudiantil, por cuatro perras que se apostab-…

—Lo capto. —Cortó Mikey, asombrado al mismo tiempo que dubitativo. —¿Conoces alguna banda de Tokio? Porque yo sí, Takemichi, y no es fácil acceder a su nivel. Tendríamos muchísimo trabajo que hacer. Como pandilla somos fuertes, pero como banda…

—Todo lo que sé, lo sé de oídas. No conozco a ninguna banda. Pero si mostramos buenas intenciones con sus jefes…

—Lo capto —repitió el rubio, meneando la taza de té. Suspiró. —Tienes agallas, Takemichi. Pero no sabes pelear. Tampoco sabes intimidar, ni tienes el cerebro suficiente para elaborar estrategias de huida. No puedes ser nuestro conductor, ni nuestro secuestrador, ni… líder de nada. Entonces dime, ¿qué papel aspiras a tener en todo esto, si no puedes ayudarme a progresar en ese cometido?

—Yo… —ahí le había cazado. Él era el precursor de la idea, estaba claro, y sabía que tanto Mikey como Draken lo agradecerían llegado el momento. Ambos eran chicos inteligentes que no se olvidarían de algo así; sin embargo, Takemichi no tenía ningún «don criminal». —Bueno, yo… podría… yo…

—En todas las bandas hace falta un… «relaciones públicas». ¿Eso no lo sabías, Takemichi? Un mediador entre bandas, o incluso de cara a los civiles.

—Un cara bonita, para que nos entiendas —completó Mikey a la frase de Draken, sonriente. —Alguien en el que una chica guapa pueda confiar si tiene que convencerla de subir a la parte de atrás de una furgoneta, ¿comprendes?

Takemichi sintió que se le helaba el corazón. Mikey siguió hablando.

—¿Te verías con agallas de secuestrar a una mujer indefensa por la calle, Takemichi? ¿Dispuesto a torturarla si fuera hija de algún magnate, con tal de conseguir más fondos para nuestra organización?

Takemichi había empezado a negar con la cabeza nada más se le escupió la primera pregunta. Sentía que quería llorar. Suspiró largamente.

—N-no… no soy ese tipo de persona.

Mikey asintió despacio, volviendo a reposar muy lentamente la espalda en el respaldo de los asientos. De pronto la gentil camarera les sonrió y les puso la cuenta sobre la mesa, a lo que Mikey transformó su mirada a una totalmente gentil y simpática.

—Muchas gracias, señorita. Aquí tiene su propina.

Draken miró a Mikey y, en lo que la muchacha se marchaba contenta, también a Takemichi. Mikey dio un largo sorbo a su taza sin despegar la mirada de él.

—Tomaré en cuenta tus palabras. Pero ser banda requiere una responsabilidad. Estoy dispuesto a llevar las riendas si con ello controlo Tokio. —Se dirigió ahora a Draken— Tal vez Takemichi tenga razón, y hemos estado enfocando mal nuestros objetivos. Yo también estoy cansado de darme cuatro golpes tras los callejones. La gobernación tiene un precio. Y yo estoy dispuesto a pagarlo. ¿Y tú, Draken?

—Contarías conmigo hasta en el infierno.

—Y respira, Takemichi. En mi banda no habrá tales desalmados secuestros. ¿Te queda claro?

Takemichi asintió, sin ser capaz de mirar a ninguno a la cara.

Cuando aquello finalizó, se dirigió a la casa de Hinata. Tardó en llegar, repasando mentalmente todas y cada una de las frases que le había soltado a Mikey y sus posibles repercusiones futuras. Como no quería perder ni un minuto más, pensaba estrechar la mano del niño lo más pronto que pudiera.

—¡Takemicchi!

—¿Uh? —cuando se giró, ascendió los hombros. Era Hina. Siempre, de alguna manera, le impresionaba un poco verla. Poco a poco dibujó una sonrisa en sus labios. —Hola, Hina…

—Te he visto en la cafetería. Con tus… bueno, amigos de la Toman.

—Pertenezco a la Toman, Hina… —murmuró con cierta pesadez. Siempre llevaba su uniforme puesto. Hina sonrió y empezó a caminar junto a él.

—Lo sé, lo sé.

—¿¡Escuchaste algo!? —paró de andar en seco, mirándola acobardado. Hina también se asustó al verle así y levantó las manos.

—¡No, tranquilo! Os vi a todos por la ventana, desde fuera… no escuché nada.

Takemichi luchó por tranquilizarse, estaba seguro de que cada vez parecía más un psicótico. Resopló y se rascó la cabeza.

—De acuerdo, discúlpame. No quería ponerme así, es que… son temas de la Toman.

—Pues despreocúpate, que yo no tengo ningún interés en vuestras cosas. Y mucho menos en espiar.

Takemichi sonrió un poco avergonzado y pasó una mano hacia el hombro de Hina. Se puso un poco nervioso por su poca experiencia con las féminas, y eso era algo que llevaba arrastrando desde mucho antes de hacer los viajes en el tiempo. Hina siempre había sido su única pareja, y ya no había conocido a nadie más. Pero ella también se puso nerviosa al sentir su mano, y sus mejillas se ruborizaron. Se miraron sólo un segundo y ambos despistaron la mirada.

Parece mentira… que esté nervioso por abrazar a una cría de catorce años… no puedo ser tan asaltacunas, que yo sé perfectamente que tengo 26 años. Debería darme vergüenza.

—¿Está tu hermano en casa, Hina?

—¡Sí! Oye, Takemichi… sé que no hablamos mucho desde hace semanas, pero… a mí no me importa que vengas a cenar a casa. A mi hermano tampoco le vendría mal, se abstrae mucho últimamente.

—¡Oh! No… n-no quiero molestar…

—No molestas, de veras. ¡Hoy cocino yo!

Takemichi sonrió, contagiado por su alegría y positivismo. Hina era preciosa desde cualquier ángulo. Era una persona maravillosa. Apretó sin darse cuenta la mano en su hombro, y sus cuerpos se estrecharon algo más.

—Vamos —sonrió, contento.

—Vamos —sonrió, contento

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