CAPÍTULO 2. Primer rechazo
—Chicos, os presento a vuestra nueva compañera de clase. Reika Kitami. Dadle una cálida bienvenida y ayudadla con los ejercicios de las primeras semanas, ya que ha tenido que incorporarse un poco más tarde.
Los murmullos entre las filas sisearon a ambos lados de Nami Kozono, con comentarios que ella ya se esperaba. La chica era preciosa, un ángel materializado. Era como si emanara luz de sus facciones.
—Me llamo Reika Kitami, es un placer —realizó un educado saludo inclinándose y sonrió mientras se dirigía al pupitre vacío. Los ojos de Kozono la siguieron en cada movimiento.
Es guapa, dijo su cerebro, me gusta. Contorneó su cuerpo con la mirada, de cabo a rabo. No era muy alta, tenía los muslos y un trasero generosos y unos enormes pechos apretados en el uniforme del instituto. El pelo corto, lacio y extremadamente rubio. Tenía los ojos azules sin lentillas. Era de ascendencia extranjera, se notaba a leguas, pero no le percibió ningún acento. Como no quería ser todo lo impertinente que estaban siendo el resto de muchachos, aguardó hasta que acabara la clase para presentarse. Durante algunos intercambios de susurros, la oyó preguntar a una de las chicas que tenía al lado que dónde se hallaban los aseos.
Baños femeninos
Kozono se había dado prisa para tener una excusa y encontrársela. Al salir de una de las cabinas, Kitami se encontraba lavándose las manos mientras tarareaba una canción. Realmente tenía una mirada animada. No sabía por qué la habían trasladado a la Academia Kozono -llamada así por pertenecer al linaje de su familia-, ni tampoco por qué con un mes de atraso; preguntas que al ser Presidenta del Consejo Estudiantil acabaría resolviendo más pronto que tarde. Pero no estaba acostumbrada a no saber lo que la rodeaba. Cuando se acercó a su lado a lavarse las manos, le dedicó la más perfecta y educada de sus sonrisas.
—Kitami, ¿verdad?
Reika Kitami le devolvió la mirada a través del espejo y aumentó su sonrisa.
—¡Sí! ¿Y tú eres…?
—Nami Kozono —murmuró mientras terminaba de secarse las manos con el papel. Le ofreció una, y la rubia la aceptó sonriente—. Soy la Presidenta del Consejo Estudiantil de la Academia… si necesitas ayuda con algo, o enterarte de cualquier noticia de los clubs… me tienes en tu misma clase.
—Muchas gracias. La verdad es que todos con los que me he ido encontrando han sido muy amables.
Kozono ladeó más su sonrisa mirándola.
—Por supuesto. Queremos que te sientas cómoda. Así que… de verdad, lo que necesites, estoy disponible. También hay un despacho donde puedes ir a buscarme si se te complica alguna asignatura.
La frase sonaba mejor en su cabeza. Lo confirmó cuando Reika no supo bien cómo contestar. Nami era experta para sentir eso en los tonos ajenos.
—S… sí, lo haré. Estoy… bueno, un poco abrumada aún por el cambio. Pero me está gustando lo que veo.
Nami no supo si incidir más en los motivos de su traslado. Bien mirado, tampoco es que le importaran demasiado, lo que le importaba era hacerse su amiga. Su mente ya se estaba imaginando con qué podía salirle para cuadrar algún plan. Pero antes de que pudiera decir nada, el ruido desagradable del timbre no las dejó continuar. La clase siguiente iba a comenzar.
Tentada por la curiosidad, Kozono acabó estudiando los ficheros del despacho del director para entender por qué la muchacha se había incorporado un mes más tarde al curso académico. Al parecer, la única familia que le quedaba era su madre… hasta hacía una semana. Había fallecido de un infarto dejándola huérfana y sin parientes que la cuidaran. Los servicios sociales, al ser aún menor de edad, lograron reubicarla con un tutor y pidieron asistencia a la Academia. Como el tío de Kozono miraba mucho por la reputación de la institución, arregló los papeles pertinentes para cumplir como buen samaritano y así inscribir a Kitami en la mejor Academia del este de Japón, evitando hacerla perder el resto del año. Nami sabía que era por principios propios: la Academia tenía buena reputación… pero también había una corriente de opiniones negativas acerca del clasismo reinante entre el elumnado y el propio profesorado. Habían pocos becados, y Kitami ni siquiera era una alumna destacable. Pero la situación económica de Kitami había sido siempre precaria y aunque tuviera las necesidades básicas cubiertas, precisaba de otras ayudas para poder subsistir. Era perfecta para limpiar la imagen del instituto, en pos de una favorecida. La chica solicitó la emancipación ese mismo mes, ya que a pesar de tener 17 años, encontró trabajo en una panadería cercana y no quería depender de un desconocido. Kozono intentó retratar un perfil de Reika Kitami en su cabeza, valorando qué clase de personalidad podía tener una adolescente que, a diferencia suya, no tenía nada al alcance. Cerró el fichero y volvió a su despacho. Kitami tenía que elegir aún las asignaturas que más le convenían. Tenía que determinar si prefería seguir por ciencias sociales o centrarse exclusivamente en la ciencia.
Acabada la última clase de la jornada, se la quedó mirando. Estaba con la vista en la pizarra y meneaba el lápiz sobre el cuaderno. Alternaba la mirada continuamente de la pizarra a sus cuentas, y de sus cuentas a la pizarra. Al final dio un pequeño suspiro y empezó a guardar el estuche y los libros en su bolsa de tela. Nami se acercó paulatinamente.
—¿Kitami-san? ¿Cómo has llevado la clase?
Kitami se sorprendió de que alguien le hablara, aún no le había dado tiempo a hacer amigos. Sonrió un poco y negó con la cabeza.
—Estoy perdiendo el tiempo. Creí que sería capaz de estar a la altura, pero… no he entendido nada.
Kozono recordó que le denegó a Junko la propuesta de bajar la media en la asignatura, lo que provocaría la bajada de Reika inmediatamente si hacía exámenes mediocres. Repasó despacio sus labios con la lengua y echó un ojo a sus apuntes. Todos los ejercicios estaban a medio comenzar. Sonrió con dulzura y comprensión, inclinándose un poco sobre su pupitre.
—Descuida. Puedo ayudarte con las matemáticas, si quieres.
—Uhm… —la rubia se sonrojó un poco. Kozono mantuvo la sonrisa, sin dejar de observarla. Le gustó que sintiera timidez—. No quiero molestar… hoy es el primer día… ya lo miraré en casa.
—Éste es sólo aplicar una fórmula, ¿sabes? —comentó ignorando su respuesta. Le señaló el ejercicio resuelto en clase. Al fijarse bien, se dio cuenta de que no le había dado tiempo ni a copiarlo. Lógico. El profesor iba al ritmo avanzado. —No me cuesta en absoluto quedarme un rato ahora y explicártelo, si quieres.
Kitami curvó su sonrisa y pareció replanteárselo. Pero no se decidía.
—¿Qué es lo que no entiendes? —insistió la morena.
Kitami meneó la cabeza a su bolsa y luego se volteó a la pizarra. Señaló los triángulos dibujados. Kozono observó las fórmulas.
—Pero no te preocupes —dijo la rubia, poniéndose en pie y girándose hacia ella—. Me explicaron que podía cambiarme de las asignaturas que peor se me dieran. Sustituiré toda la parte de ciencias por la de letras y ya está.
Eso haría que Kozono coincidiera con ella, a lo sumo, en tres horas semanales, tal y como ocurría con Junko. Claro que Junko era su secretaria y además cursaba la parte de estadística.
—¿Y si me das una oportunidad para que te ayude?
—Ah, no quiero hacerte perder el tiempo. De verdad —le dijo dulcemente, sonriéndole y volviendo a cargarse la bolsa. Kozono le devolvió la sonrisa y le señaló una de las mesas vacías.
—Por favor, nada más lejos. Me viene bien repasar conocimientos.
—Es que… nunca he dado trigonometría antes.
—Es mucho más inofensiva de lo que parece —comentó con gentileza, y le hizo un gesto para que la acompañara hasta el pupitre doble. Kitami apretó un poco el agarre en el asa de la mochila, le gustaba saber que podía tener buenas amistades allí. Kozono se sentó en la silla más próxima a la ventana y sacó de su bolso sus propios apuntes.
Estuvo explicándole punto a punto todo el tema, hasta la clase de aquel mismo día. Cuando se quisieron dar cuenta, había transcurrido más de una hora. Las otras muchachas encargadas de la limpieza también estuvieron rondando sutilmente sus pupitres. Nadie osó recriminarle a Nami Kozono que se apartara de allí, era la estudiante más respetada de la Academia, sobrina del director y tercera hija de Rukawa Kozono, un magnate japonés. Al finalizar de limpiar, las alumnas se marcharon y entonces el silencio en los pasillos y las aulas del instituto se hizo general. Estaban solas.
—Ahora lo entiendo… ¡¡esto no es tan fácil!! Tengo que recordar qué es cada cosa…
—Mañana lo harás mejor —curvó una sonrisa. Kitami le sonrió aún más, animada.
—Me has ayudado mucho, Kozono… ¡de verdad, gracias!
Kozono la miró borrando de a poco su sonrisa; los sucios pensamientos que cruzaban por su cabeza discordaban con la seriedad que manifestaba. Quería follársela. La tocó de la mano y la acarició, lo que hizo que la rubia le mirara confundida.
—¿K-Kozono…?
Kozono recuperó la sonrisa y se le acercó a los labios, presionándolos repentinamente contra los de Kitami. Ésta abrió los ojos muy sorprendida, incapaz de reaccionar, aquello había sido demasiado repentino. Pasados unos segundos movió la cabeza hacia un lado para rehusar, y sintió las manos de Kozono en sus pechos, sobándola con más intensidad mientras buscaba sus labios.
—K-Kozono… te estás equivocando…
—¿Equivocando…? ¿Con qué? —murmuró en su boca, abriéndole deprisa los tirantes y la blusa para desnudarla. Fue rápida, demasiado. Logró subirle las copas del sujetador y volver a apropiarse de sus tetas desnudas con las manos. Kitami se alteró y la sujetó de las muñecas. Intentó quitarle las manos de encima pero Kozono no la soltaba de los pezones por más que tirara, y dolía.
—Basta… yo… no es lo que…
—¿No te gusta…? —no la soltó. Volvió a intentar besarla en la boca pero Kitami le evadió la cara e, ignorando su propio dolor, dio un tirón más fuerte a las muñecas de Kozono para que la soltara. La morena abrió las manos y los ojos ante esa actitud.
Jamás le había ocurrido cosa semejante. Cuando ella ponía los ojos sobre alguien, ese alguien caía rendido, no había más. ¿Quién coño se creía esa plebeya? La soltó y se apartó, mirándola con total y absoluta seriedad ahora. Una seriedad que lejos estaba de parecerse a la otra. Kitami le devolvió una mirada frágil, aún confusa, se abrazó a sí misma avergonzada para tapar sus pechos. Kozono masculló.
—Nunca me han rechazado —declaró, con un tono viperino y molesto. La otra aún asimilaba lo que acababa de ocurrir, no era capaz de articular palabra. La siguió con la mirada cuando se puso en pie y se cargó su bolso antes de darse media vuelta y marcharse, dejándola sola.