CAPÍTULO 2. Un pequeño secreto
—A estas dos era a las que yo quería ver… ¿por qué demonios tengo que esperar tanto? —una potente voz masculina retumbó en cada pared del gimnasio. El tatami había quedado vacío después de que Connie se enfrentara cuerpo a cuerpo con Jean, y las siguientes eran Annie y Mikasa. Ya se escuchaban algunas risotadas y cuchicheos entre sus compañeros y otros policías militares que conocían la fama de las dos de sobra. Casi todos estaban descamisados y con ropa cómoda, pues hoy no le tocaba patrullar a ese sector. Finalmente el sargento dio un golpe en seco sobre la mesa y todos dieron un respingo guardando silencio y respeto. Mikasa ya estaba haciendo sombras en una parte del tatami, esperando a que Annie se preparara. Y por su parte, la rubia se levantó y se quitó con calma la camiseta, exponiendo su trabajado y fibrado cuerpo enjutado en un top deportivo. Se apretó el moño y salió al tatami. El tiempo no había pasado físicamente para Annie, que seguía midiendo 1,56 cm. Era consciente de que todos a su alrededor habían crecido y hasta Connie había pegado un estirón, ella sin embargo seguía pareciendo una cría de 16 años, a pesar de que su mente tuviera la misma edad que todos los demás. Mikasa se había vuelto muy imponente, midiendo 1,76 m de estatura. Le sacaba nada menos que 20 centímetros. Se preguntó divertida si Ymir hubiera alcanzado tranquilamente el metro ochenta de no haberse dejado devorar por Galliard, siempre había sido la más alta de la promoción.
—¿Estás lista? —preguntó Annie respetuosa, colocándose con la guardia de kick-boxing frente a su compañera. Mikasa sonrió un poco, sentían una gran complicidad con la otra. Cuando el sargento tocó la campana ambas levantaron la guardia firmemente, mirándose con fijeza. Mikasa había tirado al resto de sus compañeros al suelo con extrema facilidad, la rubia la había estudiado bien. Dio un puñetazo y Annie esquivó eficazmente, agachándose a la altura de su cintura y rodeándola con fuerza, haciéndola retroceder tan rápido que por poco la morena casi pierde la estabilidad. Mikasa metió las manos por debajo de los brazos de la rubia y la giró con fuerza, pero notó que aquel par de brazos estaban anclados a su cuerpo como si tuvieran pegamento. Annie ascendió los brazos ahora a la altura del ombligo y apretó con más fuerza su cintura, y haciendo acopio de la fuerza de su lumbar, la alzó en peso y giró en el aire, hasta tirarla bocarriba al suelo. Mikasa rápidamente subió una pierna sobre el costado de Annie viéndose en desventaja y subió la otra al otro lado de su cuello, pero no pudo despegarle de ninguna manera ninguno de los brazos con los que Annie seguía rodeándola. Con una pierna estorbándole en el cuerpo, también uso su dominancia corporal para girarla y lo logró: Annie pensó como una bala y la soltó velozmente, pero a la mínima que la morena se subió encima de ella le dio tal puñetazo en la cara que le giró la cara hacia un costado. Coló un brazo entre las ingles de Mikasa y unió una mano con la otra, girándola en un segundo de nuevo para ser ella quien volvía a ocupar el papel dominante. Mikasa negó con la cabeza y antes de que lograra sentársele encima, la empujó con fuerza y volvió a ponerse en pie, guardando las distancias. Annie se puso en pie de un salto y corrió con una velocidad anormal hacia ella, insertándole una tibia en el costado. La otra apretó el abdomen para que el dolor no fuera tan intenso, pero las tibias de Annie eran como rocas, entrenaba pegando patadas a los árboles.
—¡Vamos, Mikasa! —chilló Jean.
—¡De eso nada! ¡Annie, demuestra lo que sabes! —gritó Armin, animado con la pelea.
La rubia esquivó algunos golpes de Mikasa, pero de repente, ésta puso la mano en el suelo y levantó todo el cuerpo, sacudiendo dos patadas seguidas en el rostro de Annie, que dio un giro de campana y salió volando hacia el extremo del tatami. Los vítores y los aplausos se elevaron más todavía, el sargento estaba muy animado viendo aquel nivel entre las mujeres. Annie escupió saliva a un lado y puso las manos para levantarse; los ojos se le abrieron al sentir que Mikasa le encerraba el cuello con las manos desde atrás, un mataleón perfectamente encadenado. Su mente de guerrera se activó en un segundo y rápidamente clavó su propia barbilla en el cuello, soportando la presión de los duros brazos de Mikasa alrededor de su cuello. Tuvo la minúscula suerte de tener el tiempo para pegar la barbilla, porque si ésta hubiera quedado fuera, con la fuerza de Mikasa el riego sanguíneo se le habría detenido en el acto. Mikasa apretaba los dientes y apretó más, arqueando con fuerza la espalda hacia atrás para ganar más y más fuerza en el mataleón. La presión en la mandíbula de Annie empezó a ser más insoportable y levantó la mano, a punto de palmear para rendirse.
El resto de espectadores abrieron la boca muy asombrados, esperando en silencio lo que fuera a pasar. Annie tenía los ojos fuertemente cerrados, costaba mucho pensar estando a medio ahogar. Aún tenía la barbilla metida tras el antebrazo de Mikasa pero aquella bestia tenía tanta fuerza que si seguía soportándola en esa posición podía fracturarle la mandíbula. Miró su mano a punto de palmear pero la cerró y la puso bajo el brazo de la morena, intentando hacer fuerza en contra.
—Increíble… no se rinde… ya le ha hecho el mataleón y aún no se ha desmayado… —dijo el sargento.
—Ha logrado meter la barbilla. Pero tiene el rostro enrojecido igual, no respira bien —comentó Connie, expectante ante aquella batalla.
Annie empezó a clavar sin parar el pico del codo en el costado de Mikasa. Sin parar, uno, luego otro, y otro, y otro, hasta que notó que el diafragma de su compañera daba un vuelco en la respiración y notó bastante más flojo el agarre de su cuello. Aprovechó para zafarse de aquellos brazos y trató de ponerse en pie, pero Mikasa se aguantó el corte de respiración y la agarró del tobillo, tirándola con fuerza de nuevo al tatami. Al tratar ahora de ponérsele encima Annie le impactó un aniquilador rodillazo en la nariz y el cuerpo de Mikasa salió despedido al suelo de vuelta, dejando un riego de sangre en el tatami. Esto la hizo apretar los dientes, pero no perdió la sonrisa. Le gustaba pelear con Annie, era la única que le complicaba las cosas. Movió rápido el rostro para quitarse el molesto flequillo negro de delante de los ojos, pero las pupilas le empequeñecieron al ver una segunda rodilla impactársele en el mismo lugar. El golpe le durmió la musculatura facial en el acto.
—¡Es sólo un entrenamiento! —dijo a carcajada limpia el sargento, que no pensaba cortar aquella batalla por nada del mundo. — Me encanta este espíritu.
—¡Mikasa, he apostado mi cena por ti! ¿Qué estás haciendo, mujer? —dijo Jean alzando mucho la voz, pero la de pelo negro ni siquiera oía lo que decían y Annie tampoco.
Cuando Annie se le abalanzó de nuevo al suelo, la morena logró quitarse a tiempo y volvió a tratar de agarrarla tras el cuello, pero para su desgracia, pudo observar que la vio a tiempo y la esquivó girándose por completo. Aprovechó que estaba agachada e impactó una contundente patada en el tobillo de la alta, tirándola al suelo con un estruendo que movió todo el tatami. Mikasa forcejeó con Annie cuerpo a cuerpo en el suelo, pero la más bajita de repente la agarró de un brazo y le puso las dos piernas encima. Mikasa abrió los ojos preocupada.
—Ya está. Ha perdido. Me debes tu cena. —Dijo Connie picando a Jean con su codo.
Mikasa tenía un gran talento natural y eso era indiscutible. No cualquiera podía ganarle. Pero la experiencia y los años de entrenamiento que había tenido Annie con su padre eran muy diferentes a los ejercidos en el Cuerpo de Exploración, estaba curtida en todas las artes marciales. Mikasa había aprendido mucho, pero era complicado automatizar movimientos, y por supuesto, no conocía todas las culturas de lucha en las que Annie ya hacía tiempo que había salido dominando. Dio un grito de dolor cuando la rubia levantó la cadera y tiró con fuerza de su brazo hacia atrás, haciéndola sentir un claro peligro de dislocación si seguía un centímetro más. Annie la miraba fijamente a los ojos.
—Ríndete o te parto el brazo. Te lo prometo.
Mikasa palmeó y en un segundo la otra la soltó, poniéndose en pie de un salto como si nada hubiera ocurrido. Se limpió la sangre de una de sus cejas y tendió la mano a la morena, que la aceptó con una sonrisa. Cuando se tuvieron por delante se hicieron un saludo reverencial la una a la otra en señal de respeto, con una ensordecedora jauría de aplausos y griteríos por parte de sus compañeros. Jean se levantó y tomó a Mikasa de las piernas, levantándola como la campeona. Mikasa tenía un ojo algo morado y la nariz inflamada, y aún le sangraba un poco. Annie sonreía negando con la cabeza al mirarles cuando de repente a ella también la levantaba alguien, cosa que la pilló tan desprevenida que por poco pierden la estabilidad los dos. Al mirar hacia abajo vio la cabecita de Armin, que la había metido a propósito para alzarla sentada en sus hombros. La miró sonriendo.
—Mírale, cómo aprovecha para meter la cabeza donde quiere… —apuntó Hitch con divertida sorna, a lo que Annie se ruborizó enseguida y no miró a su amiga, haciendo como si no la hubiera oído. Aunque aún tenía tanta adrenalina dentro que no había cabida a los malos sentimientos. Por tontería que pareciese, aquello la hizo sentir viva.
Después de una ducha reparadora, Annie se vistió con su ropa propia y se peinó el cabello frente al espejo, donde vio con mayor detalle el corte bajo la ceja de las dos patadas que Mikasa le había dado en la cara. La de pelo negro había quedado peor, eso sí. Pelear como si no hubiera un mañana a Annie le daba la vida, le encantaba. Eso Armin lo sabía bien. Durante cuatro años se había dedicado a describirle la extrema fascinación que sentía por ella y su manera de defenderse. En condiciones normales Annie probablemente no habría reparado en alguien como Armin. Era Bertholdt quien ocupó más tiempo algún que otro sentimiento afectivo, a pesar de que ella no era muy afectiva en sí. Pero los días escuchándole hablar, sintiéndole al otro lado del cristal sin ningún día que le faltara, se convirtió en una droga. Escuchar su voz y la de Hitch había sido el motivo por el que no salió loca de aquella cristalización. Y poco a poco, desarrolló un interés por Arlert que fue intensificándose despacio, cada vez que iba a visitarla. Ni su padre lo habría hecho, aún a sabiendas de lo que la quería. Un hombre tan duro y cerrado, arcaico como ella misma desde que su madre falleció, no se tomaría una molestia así. En ese sentido Armin le complementaba. Pero por eso mismo, y por su oscuro lado de apatía hacia los demás, prefería que alguien tan inocente y bueno como él no se le acercara.
¿Pero por qué se empeña en hacerlo?
Recordó cómo fue a alzarla del suelo con una sonrisa inmensa tras su victoria, como si su advertencia en el establo se le hubiera olvidado. Annie suspiró y se obligó a dejar de pensar más en él.
Al salir al exterior del cuartel vio a Mikasa ensillar el caballo, tenía la nariz con una tirita horizontal. Cuando notó la presencia de Annie llamó su atención con la mano y Annie se acercó sin prisa.
—Annie, Armin quiere hablar contigo.
Annie levantó una ceja y despegó los labios.
—¿Dónde está? —inquirió.
—En su habitación. No me ha querido comentar nada, pero parecía algo preocupado.
—Preocupado —repitió Annie, sin terminar de creerlo. Mikasa elevó los hombros y se subió al caballo. Giró el rostro hacia su compañera.
—A nosotros nos toca hoy explorar las calles de la periferia Este. Si tenemos noticias de Rusty, trataremos de venir y avisar lo antes posible. Mañana os tocará a vosotros hacer los registros.
Annie asintió y Mikasa sin más se alejó del cuartel junto a su equipo. Vio que se llevaban por si las moscas el equipo de maniobras. La rubia miró hacia la ventana del cuartel que daba al cuarto de Armin y se preguntó si era buena idea subir. Se acarició la nuca pensativa, cuando de repente vio que el propio Armin aparecía tras el cristal y al verla mirarle, abría la ventana.
—¡¡Annie!! ¡Sube un momento, será sólo un momento!
Habitación de Armin
Annie paró la mano frente a la puerta, pensándose si tocar, pero antes de hacerlo igualmente él abrió, y tiró de su muñeca rápido hacia dentro, cerrando la puerta.
—¿Qué pasa?
—¡Sh…! Annie, creo que si el sargento se entera me podría caer una buena, pero…
«Meow…»
Un maullido quejumbroso e infantil surgió de debajo de la cama y la chica abrió los párpados, centrando sus ojos turquesas en la cama. Armin puso un semblante preocupado y se agachó a la altura de la cama, sacando con cuidado al gatito blanco, que se notaba que no tenía mucho tiempo de vida. El gatito estaba algo sucio, pero era hermoso. Armin lo acarició con un dedo dejándolo reposar en su mano, era tan pequeño que cabía en su palma. Al mirar a Annie la vio inanimada, sin expresión ninguna.
—Deberías devolverlo a la calle.
—¡Es… es muy pequeña! La encontré llorando sola… pude meterla en el bolsillo y nadie se dio cuenta. Me preguntaba si… bueno, algún día que yo tenga una misión, si podrías venir y darle de comer. Yo lo cuidaré, y por supuesto te dejaré al margen si nos pillan.
Annie le miró sorprendida y volvió la vista enseguida al animal. Era una cría hembra. Gatos o humanos, todos los bebés eran seres puros e inocentes. Y ella no era ninguna desalmada.
—Supongo que no me importa.
Armin sonrió complacido y volvió a sentarse en la cama, dejando al minino en su regazo. Annie suspiró y después de mirar un poco la decoración del cuarto volvió la mirada a su compañero.
—¿Puedo irme ya?
—Ahm… sí, supongo que sí. No quiero molestarte.
Annie se giró y abrió el picaporte.
—Espera, Annie, ¿puedo hacerte una pregunta…?
Annie no se terminó de girar, sólo paró de caminar, siguió dándole la espalda. El rubio sabía que le oía así que se armó de valor y volvió a preguntarle algo que le costaba bastante.
—¿Crees que es muy descabellado si algún día… bueno… tom-tomamos una granizada o un café, o un-unn-un helado…?
—Qué insistente eres —dijo ella en voz baja. ¿Por qué no se rinde?, se cuestionó. Bajó la mirada y apretó con fuerza el picaporte. Sin quitar la mano de ahí se giró despacio a él y le miró a los ojos, que parecieron comprender su apatía y asintió.
—Lo siento, no volveré a pregunt-…
—Un… un helado suena bien.
Armin abrió los ojos y se quedó pasmado mirándola, ¿había aceptado? ¡Había aceptado! La vio sentirse algo nerviosa. La rubia frunció el ceño un poco y le apartó la mirada.
—Yo… me voy a dormir.
—Te pasaré a buscar por la mañana. Es nuestro día libre.
Annie asintió sin mirarle y salió rápido de allí.
«Annie, ese gato fue tan importante para mí como para ti. Lo sé. No tienes que sentirte culpable por sentir amor porque eso también nos hace sentirnos vivos. No tienes que sentirte culpable por nada de lo que ocurrió. Por nada.»