CAPÍTULO 21. Brujería al más débil
Academia Kozono
—Joder, ¿y tú donde estabas ayer? No nos contaste nada por grupo, desconsiderada… ¿al final no hubo suerte?
—Habla más bajo, ¿quieres? —masculló Hana.
—Menudo calorazo está pegando la calefacción… esta gente se ha vuelto loca —suspiró, mirando de reojo el sistema de calefacción en un rincón alto de las paredes. Hacía tantísimo frío fuera, que el de mantenimiento aumentó los grados en todas las aulas. Hana no le devolvió ni una sonrisa. Esperó pacientemente a que el profesor se fuera cuando pitó la alarma de fin de clases. Su amiga Kaori, que había estado presente en la pijamada, le dio un codazo con una sonrisa pillina.
—Vale. Ya se ha ido, ¿no…? —inquirió sonriente. Kaori le miró con expresión de sorpresa—, no me digas que has hecho cochinadas con Inagawa… dios, ¡esto es muy fuerte!
—N… no, yo… —ni siquiera había reparado en qué inventarse. No había pegado ojo en toda la noche.
—Vamos, ¡tienes que contarme los detalles! —la tironeó de la manga divertida, pero Hana dio un brusco tirón hacia ella, quitándole el brazo de su agarre. Kaori dejó de reírse y bajó el tono de voz—. ¿Estás bien…?
—N… no es… oye, tú… ¿le dijiste algo a Nami?
—¿A Nami? Si no he hablado con ella en mi vida… ¿por qué lo preguntas?
—Bueno—dijo sin más, evadiendo su mirada. Suspiró y ocultó hacia ella sus dos manos. Kaori se quedó mirándola.
—Estás rarísima… si te ha pasado algo malo nos lo contarías, ¿no?
—No pasa nada, de verdad. Estoy bien.
Decidió que no se lo contaría a nadie. Era lo mejor, y lo menos bochornoso. Sabiendo que tenía a una amiga topo entre su grupo más acérrimo, no le convenía nada echar más gasolina al fuego. Estaba segura de que con el tiempo, su mente curaría esa sensación tan asquerosa que sentía de sí misma. Lo más importante era aparentar normalidad. Por suerte, la abusiva cantidad de maquillaje aplicada sobre la mordedura de su hombro había dado sus frutos. No quería que ningún descuido con la blusa la delatara por improbable que pareciera.
Conversación telefónica
—Reika, apenas he tenido tiempo para hablar. ¿Cómo te va?
—Sí, estoy bien. He estado centrada en los exámenes.
—¿Quieres que vaya a verte? Puedo llevar la cena, si te apetece.
—Preferiría que… no.
Nami dejó de hablar, le había parecido muy seca aquella contestación. Después de unos segundos, murmuró.
—¿Pasa algo? ¿Estás bien?
Oyó un suspiro.
—Nami… estoy conociendo… a un chico, ¿vale?
—¿Al de la cafetería?
—S… sí… es él. Y… bueno, he tenido algún que otro altibajo dándole vueltas al asunto. Pero creo que de verdad quiero estar con él.
—Reika, ¿podríamos vernos esta noche…? —su voz sonó queda. Reika estuvo tentada de aceptar… después de todo, se merecía una explicación a la cara. Tenían muchas conversaciones pendientes.
—Preferiría que no vinieras… me reitero. Además… sería complicar las cosas.
Nami empezó a sentir la reverberación de la rabia contenida en su estómago. Trató de mantener una voz calmada. Había controlado a Reika muchas veces ya, pero siempre era cuando tenía acceso directo sobre ella. Por teléfono y sin verla era difícil. Siempre había sido una hija de puta difícil de convencer, desde el puto primer día. Y ser consciente de ello la hacía sentir algo que no podía tolerar: inferioridad.
—Me dijiste que te contara lo que me había sucedido. Que te llamara.
—Lo sé. Aguarda. Pero es que no puedo resistirme si te tengo cerca, no sé qué me pasa contigo. Es duro, pero tengo que reconocerlo de una vez.
—Voy a ir, me gustaría verte sólo un rato.
—No vengas, Nami.
Nami se sintió muy mal de repente. Fatal. Perdía el control. Tan fatal, que perdió los estribos y empezó a vociferar.
—¡¡¡Ni siquiera te interesa lo que he vivido estos meses!!! ¡Eres una maldita egoísta! —le gritó de repente, con una voz distinta. Reika abrió los ojos, impactada.
Nami se obligó, después de unos segundos, a sosegarse. Tragó saliva y cerró los ojos, había perdido los nervios y no era común en ella.
—No… no te preocupes —dijo al cabo, como si nada—, lo entiendo.
Reika hizo de tripas corazón para que no se le notara que estaba a punto de derrumbarse. Trató de poner una voz neutral.
—Sé que es un tema importante, me duele que me veas como una persona egoísta, pero tienes toda la razón. Es simplemente que… si te veo, sé que seré aún más egoísta… contigo y con él. No puedo ser así y no me criaron así. Tendremos esa charla, Nami. De verdad.
—Da igual. A nadie le importa una puta mierda, ¿sabes?
—Nami…
—Jamás le he importado a nadie. Ni a mi padre, ni a mis hermanos, ni a nadie de mi familia. Ni a ninguno de mis amigos. Todos son la misma mugre. Tú eras la única que parecía poder sacar algo de mí que no sea… ESTA PUTA MIERDA, QUE SIENTO HACIA TODOS. ASCO.
—Nami, por f… —le colgó.
Nami le había colgado.
Nami fue consciente plenamente de que había tenido un momento de debilidad absoluta, y se lamentaba por ello. Lo único que sentía era una enfermiza necesidad de poseerla, de controlarla, de hacer con ella lo que le viniera en gana y luego, después de lo que acababa de presenciar de ella, torturarla o asesinarla. Pensó en personarse en su casa con un arma, liquidar al cabrón que estaría pasando la noche con ella y agujerearle la cabeza a Kitami después de violarla. Pero se dio cuenta, en su infinita miseria, que no deseaba eso. Lo que realmente deseaba era llorar, llorar y que Kitami la besara, la abrazara y no hubiera violencia en el encuentro, sino puro placer para ambas. Así había sido su última experiencia con ella y no paraba de rememorarla cuando regresaba a su cama. A veces esos sentimientos en algunos libros se confundían por amor. Pero Nami sabía que todos esos sentimientos tan débiles en ella eran pasajeros. Lo que no sabía era el motivo de que alguien como ella, tan renegada de tener cariño alguno, pudiera echarlo en falta en momentos puntuales. No se lo explicaba. Tampoco lo quería. Si cualquier golfa se le hubiera acercado en ese momento, la habría tomado por la fuerza y sólo habría masificado aun más su rabia interna.
Pensó en contratar a una prostituta barata. Las scort de lujo a las que los hombres de su familia recurrían eran pedantes y solían exigir servicios adicionales, como eventos, reuniones, cenas caras o alguna actividad de alto recurso. Apretó el móvil en su mano y pensó seriamente en solicitar los servicios de una puta barata que no precisara floritura alguna. Tenía los contactos para solicitar a una con curvas exuberantes, rubia y con cara de buena. El problema es que sabría que no era ella. El problema es que tenía que pagar para acostarse con ella. El problema es que sonreiría y gemiría aunque le metiera un consolador gigante por el trasero, como cualquier golfa con el canal vaginal sobradamente acostumbrado a ser penetrado. El problema era que era puta. El problema es que era una puta. Una puta, una maldita puta. El problema era que era una puta y que por tanto, estaba contratando los servicios de una actriz. Exacto. El problema era ese. Que no era ella. Era sin duda el problema que más mermaba su orgullo. Que por muy parecida que fuera a Reika Kitami, no lo era.
Miró el teléfono y tragó saliva recordando la llamada, con una mirada inexpresiva pero a la vez cargada de odio. Reika la había oído perder los nervios. Le acababa de gritar, haciéndole saber lo mal que se sentía y que le era especial de alguna manera. Reika le despertaba un sentimiento que hacía sentir algo de inseguridad a Nami y que ya había notado a su lado, o al abrazarla: positividad. Luz. Eran sentimientos que la confundían. Que le hacían replantearse sus actos. Era como si la necesitara, pero al mismo tiempo no quería saber nada de esos sentimientos. Su interior tendía a absorberla y también a repelerla, como si estar a su lado representara un peligro para su propia aura personal.
Sintió un aura intensa en su interior que la hizo girar la cabeza hacia su estantería. Algo la llamaba. Sus ojos se condujeron solos al libro negro. Pero también a otro libro, mucho más fino y de otro color: un libro donde ella hacía años había guardado una foto.
No, hizo un aspaviento. Ese no.
Los pensamientos colisionaban de nuevo. El bien -o lo poco que quedaba de éste- contra el mal.
Pero al final, siempre triunfaba el mal.
Salió a la terraza con el libro negro bajo el brazo. Estuvo releyendo todos los conjuros. Los raros, los inverosímiles, los tontos, los de salud, los de fortuna. Los amarres debían de haber perdido ya total efectividad hacia Reika. Realizó otro más, por medio de enseres de Kitami, velas y algunos condimentos más. Pero no estaba centrada. Su mente divagaba en turbios pensamientos acerca de todas las putadas que podía hacerle. Podía joderle la vida si quería, acabar con su vida de un simple disparo o atropello, lisiarla y convertirla en su putita inválida para gozar de su llanto hasta que muriera desangrada en algún encuentro. Estaba demasiado enojada como para, esta vez, recrear una escena sin violencia. Ahora sí quería violencia. Antes de soplar las velas cerró los ojos. Su cabeza, rápida como siempre y extremadamente macabra, ya había imaginado un escenario gozoso. Le rompía la ropa a Reika, la desnudaba ante su tímida mirada y la volteaba para chocarse desnuda contra su sexo, vagina contra vagina. Y mientras lo hacía la mordía tan fuerte del cuello que volvía a llorar. Era increíble. La relajaba y la excitaba imaginarla llorando, rogándole entre sollozos que parara. Ni siquiera se dio cuenta cuando ya tenía la mano bien apretada entre sus piernas, y suspiraba en voz baja sin parar de presionar círculos violentos sobre su clítoris por fuera de los pantalones. Tumbó la cabeza sobre la mesa en la que tenía el altar y su ceño se frunció mucho, notando que se le acercaba un orgasmo. En esos momentos de tan ciega lujuria Nami era muy brusca con su propio cuerpo, y también lo era en sus pensamientos. Más de una vez le había irritado a Reika su área clitoriana por el frote animal que había hecho al practicar el tribadismo. La espalda se le encorvó en un fuerte respingo de placer, en el que empezó a balbucear excitada sobre la mesa, moviendo con frenesí la mano sobre sus ropas, mientras que la otra apretaba con mucha fuerza el cepillo de pelo personal que le había robado en la última visita a su casa. Las piernas se le tensaron y su sexo se contrajo al llegar al orgasmo. Sintió que algo se partía y entreabrió los ojos, con los labios aún boqueando el caliente hálito de sus respiraciones agitadas. Había roto en dos el mango del cepillo de Reika. Kozono cerró los ojos, le transpiraba el cuello de la excitación que tenía, y lo único que le salió hacer fue lanzar con fuerza los dos fragmentos contra la pared.
Cerró los ojos de nuevo.
Se trató de concentrar ahora que su libido había quedado satisfecha por unos minutos. Había un hechizo especial que no había intentado, que desafiaba las leyes de la naturaleza en todo su esplendor. La transformación de genitales de manera temporal. Era posible, según aquel escritor, hacer crecer un miembro masculino en noches de eclipse lunar. Lo que Nami no quería era, que de ser cierto todo aquello, tuviera que lidiar después con ese miembro. Lo quería sólo para explorar el siguiente y único nivel que le quedaba explorar con Kitami… y lo haría lo quisiera ella o no. También habría de conseguir otros químicos por otros medios, para drogarla.
Ese libro era magia. Magia auténtica. Estaba sufriendo por nada. Simplemente era demasiado superior para vivir en un mundo tan mediocre. Perdía su tiempo en la Academia. Disgregaba sus conocimientos, los cedía a terceros que se creían por encima de ella. Nadie podía estar por encima de ella. Nadie. Y lo iba a demostrar.
Esa noche mandó a uno de sus contactos a dar una vuelta de reconocimiento que duraría hasta que alguien de cierto piso concreto saliera. Y pasadas varias horas, el hombre le mandó fotos de Riku, saliendo tranquilamente y de buena mañana a pasear al perro. Cuando Nami vio que el perro andaba en sus cuatro patas, el siguiente encargo que hizo fue que matara al sicario que había desobedecido su última petición: romperle alguna pata. Al parecer la había obedecido sólo a medias, y le había devuelto al animal sano. Dejó de pensar en el maldito perro por el momento. Tenía que convencer a Kitami como fuera de verse.
Y para desgracia de los cielos, Nami tendría un golpe de suerte más. Porque practicó brujería negra de nuevo… y le saldría bien.
Dos días más tarde
Rukawa Kozono llegó a casa perseguido por los medios de comunicación. La noticia había corrido como la pólvora y ahora todos en la Academia, así como el país entero, sabían que un importante dirigente de la organización criminal japonesa había muerto en su propiedad con el cuello rebanado… siendo éste hombre el marido de Nami Inagawa.
El resto se alimentó de opiniones externas y rumores: la realidad no había sido contada con detalle a las masas sedientas de cotilleo. Pero Rukawa tuvo una reunión de emergencia con el resto de mafias para poner orden. Nami fue investigada, pero tuvo suerte. La investigación, que carecía de audio y sólo era un vídeo de calidad media, concluyó en que había ejercido defensa propia ante una clara intención de su marido por torturarla y, a juicio del departamento criminal, asesinarla. Nami hizo caso a su abogada y declaró que había sido un asesinato involuntario por sentirse al límite y asustada. Al serle retirados los cargos, la sucesión y herencia japonesa concedía todos los bienes muebles e inmuebles por completo a la viuda. El patrimonio se quintiplicó, pero no por ello las dudas acerca de su honestidad estaban intactas. Era la segunda vez que un matrimonio arreglado de Nami se iba al traste por la muerte del contrayente.
Su padre le sacudió tantas bofetadas al reencontrarse con ella, que acabó interviniendo el servicio doméstico. Pero Nami seguía pletórica. Los golpes de su padre eran duros, pero su difunto marido había llegado a pegarle mucho más fuerte y se sentía invencible, porque nadie podía ganarle nunca. Hicieran lo que hicieran. Sabía que era la mujer más poderosa del mundo, asquerosamente rica… y ahora podía hacer lo que deseaba con casi total independencia e impunidad si tenía cuidado. Si su padre o sus hermanos intentaban interponerse ahora en su camino, lo lamentarían. Era su vida y siempre se haría su voluntad.
Unos días más tarde
Academia
Nami no perdió de vista a Reika. Después de todo lo que había pasado quería recuperarla. Su sentimiento de dominancia no estaba satisfecho sobre ella. Pero le fue tremendamente imposible. Reika se libró aquel día: A Nami no la dejaban en paz. Como le gustaba mantener las apariencias, la morena tuvo que aguantarse durante toda la jornada lectiva y conceder las “entrevistas” de aquellos plebeyos, que se autodenominaban sus amigos. Ninguno le brindaba interés alguno. Pero las noticias acerca de Inagawa ya se habían publicado en masa y volvía a ser la comidilla.
Cuando fue el fin de clases, vio a Hiratani hablando con ella. Un resquemor la recorrió. Esperaba a que parasen de hablar, pero no paraban, y pronto anduvieron juntos en alguna dirección.
Pidió a su chófer que los siguiera a una distancia prudencial y así descubrió que se habían acompañado hasta la estación de trenes. Hiratani y ella se abrazaron y la mirada de Nami se transformó en un auténtico reflejo del asco. Cuando se separaron, él ni siquiera cogió un tren, solo volvió por donde había venido. Aguardó a que Reika se subiera para seguir al chico.
—Hiratani-kun.
El chico volvió a saltar al verla, pero sus mejillas se encendieron al instante.
—¡Ko-Kozono, digo… Inagawa! ¿Cómo estás…? Quería hablarte pero siem-siem…pre… estabas ac…acompañada y…
—Hiratani-kun, ¿te consideras amigo mío…?
—Sí —asintió muy rápido, le brillaban casi los ojos. Se sentía especial de que le hablara.
—Acércate. Ven… —le hizo un “ven” con el dedo índice para que se inclinara sobre la ventanilla. Él lo hizo, muerto de la timidez, y cuando la tuvo enfrente, Nami le clavó las pupilas—. Si te vuelvo a ver cerca de Kitami, te arrancaré los huevos y se los daré de comer a su perro. Y te enterraré a tantos metros bajo tierra que ni los gusanos querrán acercarse a esa asquerosa y maloliente boca que tienes.
Hiratani dejó de sonreír y sintió un escalofrío. Titubeó.
—Y…yo… y-y-yo no v-v-vvvv…
—Y-y-y-y-y-y-y-yo-yo… —le imitó con condescendencia, interrumpiéndole—. Eres un puto retrasado mental, y jamás le gustarás a nadie. No quiero que le pongas tus sucias manos encima de nuevo, ni que la mires. Nunca.
El chico parpadeó dolido pero siguió sin decir nada, incapaz de apartar la mirada. Se había quedado shockeado.
—Vuelve a acercarte a ella o a dejar que te hable, y la zorra de tu madre no sabrá dónde buscar tus restos. Estás avisado.
Asomó un poco la cabeza por la ventanilla y le escupió en los zapatos del uniforme. Acto seguido, levantó la ventanilla sin dejarle intervenir y el chófer arrancó. La miró por el espejo, tenso como una tabla. Hasta él se había acojonado, dados los últimos acontecimientos… pensaba que estaba loca. Y que era mala de verdad. La vio sonreír según se alejaban.
Hiratani siguió con la mirada el coche, sintiendo que quería vomitar. El cómo le había mirado, el cómo le había hablado… le inyectó el miedo en el cuerpo.
Una hora más tarde, Nami se había vestido con otra ropa y le pidió al chófer que la dejara frente al barrio residencial de Kitami. No pensaba ir de incógnito. La tenía vigilada. Sabía que no estaba el mamón de su pareja con ella. Golpeó a la puerta.
Pero no abría. Nami dio un paso atrás y miró las puertas de al lado, impaciente. No le gustaba que la hicieran esperar. Volvió a tocar, algo más fuerte.
“Voy”, oyó desde el otro lado, aunque le oyó la voz extraña.
Cuando le abrió la puerta, la morena dejó de sonreír. Le llamó la atención lo rosados que tenía los ojos. Se notaba a leguas que había estado llorando. A Reika se le cambió la cara al verla, sus ojos celestes destacaban ahora mucho más.
—Na… Nami… ¿qué haces aquí…?
Nami dio un paso hacia dentro pero Reika se lo cerró de inmediato con el cuerpo, mirándola con el ceño más fruncido. Nami volvió al rellano, bajando el tono de voz.
—¿Puedo pasar?
—Claro que no. Qué haces aquí.
Tuvo un pequeño cortocircuito cuando le habló en aquel tono, más desafiante. Nami nunca se acostumbraría a que la rechazaran, a que la cuestionaran. Se puso más seria, pero luchó contra su propio instinto por unos momentos y se ciñó a su sencillo plan de engaño.
—Llevo mucho tiempo sin ver al perro… y el hombre con el que estaba mató al que teníamos delante de mí. ¿Podría ver a Byto, por favor?
Tocada y hundida. Reika volvió a poner una expresión de dolor y bajó la mirada, parpadeando. Se lo estaba pensando. Al final soltó la puerta y la miró de nuevo, fijamente.
—Se… se ha puesto muy enfermo…
—¿Por eso estás así?
No me lo puedo creer.
Ese puto libro de mierda. Funciona de verdad. Nami sintió una punzada de placer tan enorme que le dieron ganas de gemir.
Reika se hizo a un lado finalmente y suspiró. Nami aprovechó que no la miraba para mirarla ella, de arriba abajo. Aún no se había quitado el uniforme. Sintió ganas de meterle la mano bajo la falda, pero se contuvo y buscó con la mirada al dichoso perro. Aún era un cachorro, aunque había crecido algo más en tamaño. Nami se quedó de pie mientras Reika se acuclillaba y lo tomaba con cuidado en brazos.
Ahora que sé que está enfermo, no quiero ni tocarlo.
—¿Qué es lo que le pasa? —miró al animal en sus brazos con cierto recelo.
—Me han llamado para confirmarme que tiene torsión gástrica… pero ha sido todo muy repentino. Hay que operarle. Y no tengo un centavo.
Y el pobretón con el que estás tampoco tiene un centavo, ¿verdad…?
—¿Y no pensabas llamarme?
—Nami… —ladeó la cabeza disgustada ante aquella pregunta, acariciando el pelaje del perro. Estaba bastante desanimado a pesar de estar despierto, pero con las caricias de la rubia pareció reaccionar y agitar algo más la cola. Ella sonrió un poco y le dio un beso en la cabeza—. Yo… estaba debatiéndome ahora en si llamarte o no… porque Hiroko ya me ha hecho muchos favores caros y no quiero que piense que abuso de su hospitalidad. Pero es que… contigo…
Nami contuvo una nueva expresión de enfado. La sola palabra Hiroko le hacía acumular pensamientos muy turbios. Trató de no enfocarse en ello. Ya bastante tenía con el novio actual.
—Yo lo pagaré. Te lo dije cuando te ofrecí cuidarlo. Que asumiría estos gastos.
—Nami, sabes perfectamente cómo están de mal las cosas entre nosotras… y… no sabía si llamarte porque luego te puedes confundir.
¿C… confundirme yo…? Q… qué puta zorra…
Nami sabía que había cometido un tremendo error perdiendo los nervios por teléfono. La muy mosquita muerta ahora pensaba que era ella quien estaba enamorada. Pero lo obvió. Puso una expresión de pena, ahora mirando al cachorro.
—Me parece muy egoísta por tu parte pensar en esas cosas cuando el perro se te está muriendo.
—Yo… yo…
Reika entreabrió los labios, mirándola. Aquello acrecentó enormemente la pena que sentía.
—Nos lo llevamos. Venga, no perdamos más tiempo —se le acercó y agarró el cuerpo del perro con una sola mano, quitándoselo del pecho. Reika se asustó un poco al sentirla algo brusca y miró al perro, pero tragó saliva y trató de centrarse.
—Me cambio de ropa rápido y voy. Ya voy.
Nami pidió un taxi inmediatamente y en lo que la esperaba, miró al perro. Parpadeaba lento.
Si te mueres, tendré que buscar otra cosa con la que ejercerle dependencia. Y ya no se me ocurre nada.
El perro gimió lastimero de repente. Nami dejó de agarrarlo de la manera tosca en que lo agarraba, al parecer se sentía incómodo, y lo apretó contra su pecho igual que hacía Reika. Al ser un cachorro, aún no desprendía ese desagradable tufo que desprendían la mayoría de los perros.
Reika salió agobiada del cuarto terminando de atarse una de las zapatillas.
Clínica animal
La ciencia era magia, incluso para los animales. Y el dinero podía comprar a los mejores profesionales.
El perro había salido satisfactoriamente de aquella operación, pese a que el pronóstico no era el mejor. El cirujano les explicó que notaría los cambios desde el mismo momento en que despertara de la anestesia, pues el problema respiratorio derivado de la torsión se había arreglado.
Nami recibió la noticia sola, satisfecha, pues en las largas horas que estuvieron allí esperando, Reika se acabó quedando dormida sobre su hombro. En aquella espera Nami volvió a notar algo proveniente de su cuerpo, algo positivo, brillante, como si una sensación de gusto agradable hiciera efecto en todas las zonas de su cuerpo que contactaban directamente con Reika. La cogió de la mano y también lo notó. Aquellas sensaciones eran extrañas para ella. Era como si le hiciera falta absorberlas. Se sentía mejor. En momentos como esos, era como si su necesidad de odio se alejara un poco, sentía ganas de tener sexo con ella de manera lenta y placentera para ambas. No le bastaba sólo con tenerla cerca y que le hablara dulce. Quería alimentarse de esa sensación, pegar su piel a la suya para maximizarla, lamerla y también profanarla. Pero de nuevo atacó la contraparte de dentro de ella. Contra más intenso y brusco fuera todo aquello, mejor. Eso le dijo su interior en respuesta. Porque ella se quedaba con lo mejor de su inocencia… y Kitami, en contraposición, lo perdía para regalárselo debido a la forma en la que era abusada. Tenía un strapon en el bolso. Maldita sea, qué ganas tengo...
Inagawa había leído turbias descripciones de las personas como ella y las personas como Kitami. Eran opiniones subjetivas de un monje francés muerto hacía centenares de años, pero lo que decía para ella sí guardaba un sentido. Estaba muy interesada en saber si podía alimentarse por completo de esa sensación que tenía Kitami y la probabilidad de encontrar otras chicas como ella, para repetir el proceso. Pero también había leído la magia negra de algunas páginas. Y se dio cuenta de que Hiroko era peligrosa.
Reika balbuceó en su hombro y entonces desvió la mirada a ella. Llevó un par de dedos a su barbilla, acariciándola y levantándola con suavidad, y Reika parpadeó adormecida, mirándola.
—¿Nami… Byto está…?
—Está muy bien. Ha salido todo bien.
Reika exhaló un suspiro largo de alivio. De repente sonrió ampliamente y rodeó a Nami con sus brazos con mucha fuerza. La morena la acarició del pelo sonriendo.
—Dios… ¡gracias! ¡Gracias, gracias, gracias, gracias…! ¡No sabía a quién pedirle ayuda…!
Yo. Siempre yo seré tu respuesta.
El veterinario salió con una hoja y les explicó que esa noche el perro se quedaría allí, pero nuevamente repitió el buen resultado. No hubo complicaciones durante la cirugía.
—Gracias, Nami… —dijo emocionada cuando el chico se fue, y volvió a abrazarla. Nami la correspondió, y al tenerla cerca, oyó rugir su estómago. Soltó una cómica risa.
—¿Has comido…?
Reika se separó avergonzada, rascándose la nuca. Sonrió un poco.
—N-no… tendría que hacer la compra.
—Eres un desastre —le susurró la morena, mirándola con un atisbo de ternura. Kitami sonrió asintiendo. No quería decirle que con el dinero del Estado destinado a su compra semanal, había comprado las primeras medicinas del perro. Cualquier gasto extra que no fuera una necesidad básica, a Kitami se le salía de presupuesto. Nami se puso algo seria y la miró fijamente—. Reika… ¿me dejarías invitarte a comer? Yo también estoy hambrienta, sabes…
—S-sí… —dijo indecisa, aunque suspiró y tuvo que preguntarlo—. ¿Conoces… algo barato por aquí?
—No.
—E-entonces…
—Mañana no hay clases, Reika. ¿Te parece bien si pasamos la noche en algún hotel de por aquí? Estamos bastante lejos.
Reika la empezó a mirar más seria. Había una diferencia crucial entre comer juntas y dormir juntas. Nami vio cómo la miraba y levantó las manos.
—En camas separadas… o habitaciones separadas. Por la mañana nos llevamos al cachorro y será como si esto no hubiera pasado.
Reika no le contestó aún, se quedó mirándola igual, con una seriedad alarmante. Se preguntaba qué cosas horribles habría vivido con el que fue su marido, de las que aún no había preguntado nada. Se preguntaba si era capaz de intentar hacerle daño de nuevo… o de hacerle el amor. Tenía que huir de ambas posibilidades, pero danzaban en su cabeza como amenazas latentes. Con Nami eran todo preguntas. Cuando la miraba no podía obviar que a veces sentía algo oscuro, especialmente en ciertos encuentros carnales que habían mantenido. Pero cuando no, ella parecía tan normal… y cuando recordaba la última vez…
—Tranquila —dijo la morena al cabo, sonriéndole—. Llamaré al chófer, es su día libre, pero que se aguante.
—N-no… la… la idea está bien.
Nami tuvo una enorme satisfacción interna que llegó incluso a excitarla. Esa noche pensaba acostarse con ella de nuevo, lo haría. Quedaba tan poco…
—De acuerdo. ¿Qué te apetece más? ¿Has probado la comida hindú? —la rodeó de los hombros con un brazo y Reika sintió algo revoloteándole en el vientre. Esa sensación era peligrosa y lo sabía.