CAPÍTULO 22. Noche en el hotel
Después de cenar hasta reventar, Nami y ella recorrieron las calles mientras se tomaban un helado. Encontraron un hotel cercano a la calle de la clínica. Nami pidió dos habitaciones colindantes y subieron a la última planta.
A medianoche tocó a la puerta de Reika, con la almohada en las manos y un rostro muy afligido.
—¿Qué te ocurre, Nami? ¿Has tenido una pesadilla?
Nami decidió preocuparla hasta el límite. Intentó forzar alguna especie de llanto. No le salió, se sentía ridícula intentándolo. Pero el mero intento de poner un puchero bastó para alarmar a su compañera, que la miró con los ojos abiertos y la hizo pasar. Nami se sentó en su cama y se abrazó a su almohada.
—Lo siento, perdona por molestarte… es que… no paro de acordarme de él… le odio, no sabes todo lo que me hizo…
Reika se arrodilló en el suelo para verle el rostro y comenzó a acariciarla de la rodilla. Le sonrió.
—Has tenido que pasarlo mal… no he querido preguntarte detalles. Te vi muy mala cara la última vez.
—Estaba embarazada de él… me hizo… me hizo abortar, ¿sabes? Mi padre no lo sabe… me mataría…
Reika dejó de sonreír. Aquello le afectó mucho. Nami se ocultó de repente la cara con las manos, pidiendo para sus adentros que aquella pantomima diera algún tipo de resultado. Siguió hablando como si fuera el día más triste de su vida.
—Me golpeaba con un cinturón, me pateaba… era un ser despreciable… y por eso… siento todo el daño que te he hecho, Reika… no he sabido ponerme en tu lugar.
—Para de hablar… sé que estás arrepentida —se sentó a su lado y la abrazó con fuerza. La morena sintió impresionada que el corazón de Reika latía muy rápido, parecía que iba a toda máquina. Era extremadamente sensible. Tuvo un amago de soltar la primera carcajada, pero se sobrepuso a tiempo y se le pegó al cuello—. Nami, siento mucho lo de tu bebé… qué ser tan despreciable. ¿Por qué querría un marido abortar a su hijo? No me cabe en la cabeza.
—Porque… ¡era un sádico! Casi que lo prefiero. ¿Qué vida le habría esperado?
—Lo siento. Lo siento mucho… —murmuró apenada volviendo otra vez a abrazarla. La otra se excitó al sentirla esta vez con la cabeza mucho más pegada a la de ella. La acarició de la espalda.
—Déjame dormir aquí contigo, por favor… —le rogó.
—Sí, claro que sí —sin tardar se hizo a un lado y se recostó, abriéndole el edredón para que entrara con ella. Nami soltó su almohada en un lado de la cama y se hundió entre las sábanas. El olor del suavizante barato estaba mezclado con el corporal de Kitami. En la oscuridad plena de la habitación, donde sólo la luz de la luna alumbraba un lateral de la cama, Inagawa abrió los ojos y la miró. La tenía ahí. Justo delante, calmada y apenada. Sin decir nada, se deslizó un poco más abajo y pegó su cuerpo al de ella, abrazándola y pegándose bien a su torso. Sentía sus abultados pechos, pero también el fuerte tronar de su respiración. Kitami estaba muy nerviosa, y también se sentía algo hundida tras aquella revelación. No se imaginaba a Nami sufriendo tanto. Pasó la palma de la mano por su espalda pero notó algo raro. Sus dactilares sentían la piel de allí agrietada bajo la fina camiseta que llevaba de pijama. Ajustó los dedos casi por inercia, llamada por la curiosidad, pero cuando lo hizo Nami se quejó un poco y frunció las cejas.
—Es… una herida. No la toques.
—¿Puedo verla? —preguntó en voz baja, mirándola seria. Nami parpadeó algo confusa y se la quedó mirando desde sus pechos. Tenía lógica, supuso que le venía bien para que sintiera más pena por ella, pero le resultaba desagradable que otra persona le mirara una herida tan grande y humillante. Reika insistió ante su silencio—. Déjame verla, por favor.
Nami asintió y se hundió más contra sus pechos, exponiéndole más la espalda.
—Sube la camiseta.
Reika inspiró hondo. Con un mimo temeroso, agarró el borde de la camiseta y lo deslizó poco a poco, quedándose de una pieza. Nami sintió que el corazón se le aceleraba… a ella misma. Se sentía expuesta. Frunció más el ceño. Ahora no disfrutaba al cien por cien de estar pegada a sus tetas. Estaba sintiéndose mal. Reika se dio cuenta de que la herida tenía varios puntos de sutura. Aún se estaba curando, aunque parecía ir por buen camino y estaba seca. Abrió los labios poco a poco soltando una bocanada de aire. Bajó de nuevo su camiseta y la cubrió con el edredón.
—Duerme tranquila, aquí no te pasará nada. ¿Vale? —le susurró, y entonces Nami notó que la acariciaba del pelo. Estuvo a punto de acariciarla ella en una zona íntima para luchar contra esa nueva y fea sensación que estaba teniendo, que le hacía sentir más insegura: la exposición de su debilidad con su difunto esposo. Pero de pronto Reika dio un largo suspiro afligido y detuvo sólo un segundo las caricias—. Duerme, no me moveré de aquí… y ya no hay nada que te haga marcharte a ti tampoco… descansa, hazme caso… me… me apetece mucho dormir contigo… —y volvió a retornar las caricias sobre su pelo.
Nami suspiró quebradizamente. Sintió brillar esa debilidad. Era horrible. Era pena, casi humillación. Todos los pensamientos carnales se evaporaron del todo para crecer en ella una sensación de dolor. ¿Por qué demonios se sentía de esa manera? ¿Eso era ser una buena persona, un puto ser débil? No podía dejar que un sentimiento así fuera a más. Jamás lo había sentido de aquella forma tan vívida. Respiró con más dificultad y el olor de Reika seguía inundándola cada vez que lo hacía. Un maldito círculo vicioso.
No. Sólo quiero follármela.
Bajó la mirada a la entrepierna de Reika, sin verla en realidad pues estaban tapadas y había mucha oscuridad. Pero era como si…
…era como si…
…como si…
Finalmente no movió la mano. La única mano que se movía era la de Reika, incansable, un dulce y continuo vaivén de sus dedos sobre la cabeza de Nami, que lentamente iban atontándola igual que el bamboleo de un barco. Poco a poco su cuerpo fue notando el cansancio acumulado del día, del sinfín de personas atosigándola con preguntas y abrazos que no deseaba en el instituto. El único abrazo que deseaba era aquel. Reika bajó la mirada disimuladamente, se sentía fatal después de haber visto sus marcas. Hundía lentamente las yemas sobre su cuero cabelludo, y se dio cuenta de que en un momento dado la cabeza de Nami comenzaba a pesarle, al dejarla caer del todo. Había estado tensa hasta que finalmente se relajó, quedándose dormida con sus caricias. Kitami tragó saliva y ahora sí la miró fijamente al rostro. Estaba profundamente dormida. Continuó con las caricias lentas aun así, buscando hundirla en sus sueños hasta el máximo nivel que pudiera, porque sabía que también necesitaba descansar. Y comenzó a cantarle la misma nana que su madre le cantaba cuando era muy pequeña. No supo por qué lo hizo. Simplemente lo hizo.
Nami soñó con su madre esa noche. No ocurrió absolutamente nada en aquel sueño. Era como navegar entre algodones, en un barco que seguía agitándose suavemente. Esa mujer guapa y dulce que la observaba jamás había tenido contacto alguno con ella, vivió pocos minutos tras parirla. Pero en el sueño, Nami simplemente sabía que era ella.
Clínica animal
Al día siguiente el médico dio una mala noticia. El perro había pasado mala noche contra todo pronóstico, y aconsejaban dejarlo otra más en observación para valorar su estado. Reika, que tenía la ilusión de llevárselo después de tantos temores, volvió a preocuparse, y el veterinario no la miró a la cara en ningún momento. Nami le dijo que se calmara y que buscara algún sitio para comer mientras ella pagaba la segunda noche. Cuando se fue, la japonesa ladeó una sonrisa y soltó un enorme fajo sobre el mostrador, que el hombre arrastró hacia él avergonzado.
—Mañana vendremos a por él —musitó, excitada de que las cosas salieran como ella quería. Había sobornado al licenciado para que soltara toda aquella mentira. El perro estaba bien.
Exterior
—Nami, estoy preocupada, ni siquiera me ha dejado entrar…
Nami ocultó a sus espaldas una mueca poniendo los ojos en blanco, el perro le era tan profundamente irrelevante, que ni se planteó seguir esa conversación. Se limitó a ponerle desde atrás ambas manos sobre los hombros y le susurró.
—Vamos a hacer que el día pase rápido. ¿Quieres ir de compras?
—No estoy yo muy de humor… y no tengo dine-…
—¿De verdad tengo que repetirlo?
Reika bufó y cerró los ojos. Acabó por asentir.
—Vale, perdona. No quiero ser una amargada. Pero es que de verdad que estoy preocupada.
—Lo único que ha dicho es que necesita una noche más en observación. Podemos tratar que las horas pasen amenas, ya que estamos en fin de semana y tan lejos de casa las dos… o también podemos estar llorando todo el día pensando en cosas feas.
Reika asintió y se humedeció los labios.
—De acuerdo, tienes razón. Eres más sensata… hagamos… hagamos lo que quieras.
Entonces Inagawa se puso delante de ella y se inclinó hacia su mejilla, dándole un beso suave. Cuando se separó para verla Kitami tenía un ligero rubor, y sonrió.
—Vamos pues.
Pasaron el resto del día juntas. Reika llegó a sentir una sana envidia a su compañera, que soltaba los billetes y hacía uso de la tarjeta como si fuera a morir mañana. Tenía que ser un alivio el saber que podías darte los caprichos que quisieras, fueran cuales fueran. Fueron a patinar en una pista sobre hielo, al karaoke, y finalmente a comprar algo de ropa nueva… Nami le preguntó que si le hacía falta cualquier prenda, y como sabía que era humilde para hablar, se limitó a comprarle todo lo que miraba dos veces o que se probaba. Cuando el hambre les llegó, caminaron en busca de algún restaurante con buena pinta. Pero en el trayecto se encontraron con una tienda esotérica que cobraba por echar las cartas y hacer lectura de manos.
—¡Mira eso, Nami! —señaló uno de los dibujos, rodeado de marcos artesanales de perritos y gatitos.
Alguien de dentro escuchó la voz de Reika y se giró rápido, mirando a través del cristal. Su mirada también fue a parar a Inagawa.
—Son horrendos. Qué mal gusto tienes.
Reika la empujó con la cadera riendo y entró adentro para observarlos más de cerca. Nami también entró y dejó todas las bolsas apartadas en una esquina para no ir cargando con ellas.
—Kitami, ¿cómo estás?
—¡Hiroko!
Nami movió la cabeza hacia la pelirrosa, tornando a una clara expresión de desconfianza. Le hirvió la sangre cuando las vio abrazarse.
—Hola, Inagawa.
—Hiroko —la más alta le sonrió un solo segundo, la sonrisa más falsa del mundo. Se quedó a un lado escuchando su conversación. Reika le contó por qué estaban allí y lo sucedido al perro.
—Tenías que habérmelo contado, sabes que te habría ayudado.
—Bueno, afortunadamente… Nami estaba cerca.
Nami miró atenta la cara de Hiroko cuando Reika dijo aquello, y detectó la misma falsedad que ella al saludarla.
—¿Por qué no pasáis a haceros una lectura de manos? ¿Eh, Kitami?
—Puf, no sé, ¿y si luego no me gusta lo que oigo…?
—Son estupideces —murmuró Nami. Hiroko la ignoró y siguió dirigiéndose a Kitami.
—Tranquila, son todo aproximaciones… y a veces son confusas o ambiguas. ¿Quieres que avise a la señora?
—Vamos, Nami. Que nos las lean a ambas —sonrió—, será divertido.
—Está bien.
Reika entró tras unas cortinas en primer lugar. El espacio era pequeño pero olía muy agradable, y al estar en una esquina de la tienda, por lo menos tenía la seguridad de que sus amigas no estaban oyendo. La señora, una mujer bastante entrada en años con un turbante, le hizo algunas preguntas personales, sonriéndole en todo momento. Después procedió a tomar delicadamente su mano. Reika puso la palma hacia arriba. La mujer le dijo que tenía las manos muy bonitas y femeninas y le sonrió constantemente. Pero en cuanto se fijó en sus líneas, poco a poco su expresión se comenzó a volver ceñuda. Reika la observaba con una media sonrisa expectante. La señora le cerró el puño y lo miró por ambos laterales, luego la miró a ella.
—Has vivido experiencias amargas. Veo poco alcance familiar. Ningún hijo, ningún matrimonio.
Reika empezó a decrecer su sonrisa, volviendo la mirada a su palma. La mujer siguió con uno de sus propios dedos la línea de la vida, pero antes de hablar, la miró unos segundos. Tenía la línea de vida muy corta, cuyo final estaba atravesado por otra raya mucho más hundida.
—¿Te gustan las profesiones de riesgo?
—No —musitó, desanimada.
—Parece una vida con varios retos, especialmente en el momento que estás ahora. Hay un suceso que será definitivo.
Reika observó su mano, pero luego la miró, tenía que preguntar.
—¿Voy a morir joven…?
—No, querida, esto no funciona así. Aquí no establecemos tu día de muerte, ni las causas. Sólo leemos lo que vemos.
En el exterior de aquel rincón, Hiroko e Inagawa miraban hacia el exterior sin dirigirse la palabra durante un buen rato. Hasta que al final, Nami rompió el hielo. Se esforzó en tener un tono neutro.
—¿Cómo va la investigación?
Hiroko la miró por el rabillo del ojo.
—Ya sabes de sobra que no hubo más investigación. Cerraron el caso.
—Ah… es verdad. Sí que fue eficiente, la autoridad. —Hiroko apretó los dientes. Nami continuó—. Entonces… ¿cuánto tiempo tenía que pasar Junko en el centro de menores…?
—Volverán a examinar su caso en cuanto cumpla los dieciocho. ¿Y tú, Inagawa, cómo llevas la vida? Se acercan los exámenes.
—Bastante bien. Me serán fáciles. Estoy barajando a qué universidad ir.
Hiroko quiso contestarle, pero justo entonces salió Reika del rincón, y Nami pasó por delante de Hiroko sin prestarle automáticamente ningún tipo de atención.
—¿Has terminado?
Reika asintió y le abrió la cortina.
—Venga, anda… te toca.
—¿Yo también…? ¿Para qué?
—¡Porque sí! —dijo y la empujó adentro, haciendo que Nami chistara una risita débil. Una vez dentro le cerró la cortina y se volvió hacia la mujer del turbante, quien al verla, dejó los ojos varios segundos sobre ella. Detectó la malicia humana al instante. Su sonrisa se perdió. Nami la miró fijamente y luego miró el habitáculo con un desganado interés. Se sentó de golpe en la silla, apagando de un plumazo las seis velas que la mujer tenía allí encendidas.
—¿Qué edad tienes?
—Diecisiete.
—¿Trabajas, estudias…?
—Descúbralo usted —curvó una sonrisa de suficiencia. La mujer negó con la cabeza y le pidió la mano.
—Así no funcionan las cosas, muchacha.
—Haga el paripé de que me lee la mano y ya está.
La señora frunció el ceño. No confiaba en sus técnicas, pero al mismo tiempo, la oscuridad reinaba en ella. Lo sabía sólo con verla, lo sentía en su aura. Tomó su mano y la giró para ver las líneas. Tenía una mano también muy femenina, pero con la palma y los dedos más largos que la otra chica. Su dedo pulgar tenía una cicatriz. Al tocarla, la mujer sintió una súbita incomodidad interna. Nami la miraba con fijeza, como si valorara lo que fuese a decir antes de que lo dijera.
Tú, hija mía, ya estás maldita, pensó la mujer.
Nami no se creyó ni una de las chorradas que aquella mujer asustadiza soltó por la boca… salvo una. No tuvo que creérsela. Sencillamente acertó de pleno: le preguntó si había sufrido algún aborto. Nami le dijo que no. La mujer le dijo que era lo que veía, y ella le rebatió diciendo que se equivocaba. Cuando la señora le preguntó, “¿crees que me equivoco en tu aborto, o que he hecho mala lectura?” Nami le respondió “te equivocas en decir que lo sufrí“, y entonces, al ver de repente su enferma sonrisa vacilona, la mujer agarró sus cartas y le pidió como buenamente pudo que se marchara de su tienda. Había quedado tan nerviosa, que pensó en purificar cada cosa que esa chica había tocado nada más se marchara.
Hiroko, antes de que Nami saliera de las cortinas, se le acercó a Kitami y le susurró.
—¿Por qué has vuelto a tener contacto con ella…? Te dije que…
—Se presentó en mi casa… después de esas cosas tan horribles que le han hecho, y de ayudarme con Byto. No podía decirle que no.
—Te está manipulando. Esa chica ni siente ni padece, parece que aún no la conoces.
Reika frunció ligeramente el ceño mirándola.
—¿Sabes que perdió a su bebé porque su marido la maltrataba?
—¿Eso es lo que te ha dicho?
La rubia se enfadó notablemente y bajó la voz, pero habló con más contundencia.
—Jamás sería tan ruin de inventarse algo así.
Hiroko suspiró.
—No sé, Reika… no sé qué decirte. Simplemente sé que sería capaz de inventarse cualquier cosa por hacer daño y por satisfacer sus propias bajezas.
—Eso no. Eso no se lo inventaría.
Hiroko detectó enseguida su espíritu. No le hacía falta mirarla dos veces para sentir el amor que, al contrario que Nami, Reika sí sentía hacia ella. Era tan triste, que le resultaba lamentable.
—Bien. Sólo puedo decirte que te cuides.
Reika asintió y se despegó de ella. Hiroko suspiró, la notó mucho más distante.
┃ Hotel
Nami le dijo que podían ver una película juntas en alguna de la habitación de ambas, mientras le traían la cena. Cuando la morena oyó que el hombre con las bolsas llegaba a través del pasillo, salió rápido de la ducha, se puso el albornoz y salió a pagarle. Cogió todas las bolsas y tocó a la puerta de Kitami. Por su parte, ésta tenía también aún el pelo húmedo, aunque se había puesto su pijama de ovejitas. Nami levantó las bolsas sonriendo.
—Al final… he pedido hamburguesas.
Reika sonrió y la dejó entrar. Ayudó a colocar todo sobre la mesita baja en lo que Nami iba poniendo la película.
Unos treinta minutos después, Reika se arrepintió de haber dejado que Nami escogiera la película. Era cine gore y bélico, dos géneros que resultaban demasiado realistas yendo de la mano. Se terminó la hamburguesa a duras penas, pero al ver vísceras, miembros lentamente siendo amputados, regueros de sangre y corroyentes gritos de dolor… le costó hasta digerir. Además, en la película había un grupo de radicales que violaban a las mujeres de los civiles y luego las rajaban de arriba abajo, a otras las quemaban y a otras las cortaban en pedazos para tirárselos y atraer a los depredadores salvajes a otras civilizaciones empobrecidas. Nami disfrutaba viendo cada una de las escenas, sonreía, y ver la cara perturbada de Reika le daba vida. La rubia se tapó los ojos cuando empezaron a descuartizar a otra mujer, negó con la cabeza.
—¡Qué horror, joder! ¡No quiero seguir mirando…! ¿Cómo puede gustarte…?
—Se aprende mucha anatomía —dijo divertida, bajándole el volumen.
—No puedo más, si sigo viendo voy a vomitarlo todo. Pon… vídeos de gatitos…
Nami soltó una risita y quitó la aplicación de la tele para cambiarlo a alguna otra, de vídeos. Reika alcanzó el batido de fresa como postre y se lo bebió despacio, mirando a Nami de reojo.
No me explico cómo disfruta con estas películas… agh.
Ahora que habían terminado de cenar sólo podía mirarla de reojo y preguntarse qué hacer. Nami le pidió acostarse en la cama para seguir viendo vídeos de gatitos. Reika aceptó algo nerviosa. Le había gustado la noche anterior que pasaron, con Nami durmiendo en su pecho y relajada de sus caricias en el pelo. Terminó el batido y lo posó lentamente en la mesa. Nami se aburrió enseguida de aquellos vídeos que la otra había pedido. Se giró en la cama y le puso la mano en el vientre. La rubia miró su mano y ascendió la mirada a ella.
—No me has contado qué te dijo la de las cartas…
—Es una sacacuartos. No te creas nada de lo que te haya podido decir.
—Ya… —sonrió. De pronto, Nami dejó el mando en la mesita, estirando el brazo por encima de ella, pero cuando volvió, le acunó el rostro con una mano, moviéndolo hacia ella para besarla. Reika apenas llegó a protestar cuando ya la estaba besando. La agarró de la mano fuerte, apartándosela del rostro.
—No hagas eso —dijo de forma cortante. La había pillado con la guardia baja. Nami perdió la sonrisa. Odiaba que le hablaran así. Le jodía profundamente que la rechazaran.
—Sólo… un beso. Es sólo un beso.
—Me has robado ese beso. Y sabes que no está bien.
Nami la miró fijamente, con la expresión ya vacía. Era una mirada fuerte, con la que Reika perdió un poco de convicción propia. Carraspeó suavemente y dejó de observarla. Pero sentía que Nami no dejaba de hacerlo.
—Yo te gusto más que él —dijo pasados unos tétricos segundos, con el tono sombrío.
—No quiero hablar de ese tema contigo, ya te lo he dicho.
—Yo tampoco quiero hablar. Pero deja de rechazarme —de pronto la agarró de la muñeca y rápida como una flecha la volvió a besar en la boca, tratando de ponérsele encima. Apretó hacia abajo su muñeca para que no interfiriera—. Sé que es lo que quieres hacer —musitó. Reika emitió un ruido de sorpresa y logró empujarla aun así, usando también sus piernas. Desconectó rápidamente su boca de la de ella.
—Nami. Te estoy hablando en serio.
Nami estuvo a muy poco de comenzar a violentarla de alguna manera. Un agarrón, una bofetada, pero al mirarla sintió que no era justo después de la noche que habían pasado. Sentía que quería repetirla, pero con sexo de por medio. Y eso era desesperante, tremendamente desesperante, porque tenía que ser cariñosa y Reika seguía rechazándola. Se le echó encima de nuevo y, a pesar de que no paraba de rehuirle los labios, logró volver a besarla. La agarró de las manos con algo más de fuerza y se le tumbó encima del todo para dificultarle el defenderse con las piernas. La rubia trató de separarse por varios segundos, segundos de forcejeo, pero según se iba agotando y tardaba más en responder en su contra, oía las respiraciones de Nami, también cansada, besarla más pausadamente. Reika bajó los hombros en un deje de derrota y supuso que Nami continuaría con un beso más pasional. En lugar de eso, la morena separó su boca, respirando agitada, y la miró unos segundos con una expresión suplicante.
—Ya está bien, ¿no? Sabes que te quiero. Y tú también me quieres. ¿Por qué me haces este daño?
Reika suspiró igual de agitada. El peso del cuerpo de Nami sobre el suyo la estaba poniendo de los nervios.
—¡Porque no sabes entender que no! ¡Te he dicho que no, NO Y NO! Pero tú siempre tienes que insistir, ¿verdad? Sabiendo… lo difícil que me es.
—No entiendo por qué coño te resistes. Quieres hacerlo. ¡SÉ QUE QUIERES! —le gritó alterada, pegada a su nariz. Reika se puso nerviosa al verla perder los papeles. Igual que aquel día por teléfono. Una lágrima furtiva se escapó del rostro de Nami, para caerle encima a ella—. No quiero cabrearme… así que… por favor…
—…
—Hagamos el amor… —le murmuró, aflojando la presión sobre sus muñecas. Entrecerró los ojos drogada, y acarició su mejilla con la nariz antes de depositar besos cortos y cariñosos que dibujaron su mandíbula— tengo muchas ganas de acostarme contigo, por favor —unió los labios con los de ella, y Reika sentía que le corazón le iba a explotar en llamas. Era imperdonable.
Mi actitud, decía para sus adentros, mi actitud es imperdonable. Riku va a dejarme.
Aquella vez en la cabeza de Reika hubo una diferencia brutal. Los actos de Nami se le hicieron románticos y en ningún momento cruzaron la línea de lo violento. Era la primera vez de todas las que se habían acostado que el disfrute fue pleno, de principio a fin, sin trampas, sin tirones, sin consoladores, sólo el cuerpo de Nami frotándose contra el suyo y un sinfín de besos. Reika se sintió en una nube, un sueño del que no quería despertar. Además, fue la primera vez en otro hecho mágico: el de llegar prácticamente juntas al orgasmo. Reika llegó unos segundos antes, pero sólo de oír sus quebradizos suspiros tan femeninos y alterados, el cuerpo de Nami se tensó y también llegó. Ésta tuvo que colocar rápido una mano en la cama para no caerse de golpe sobre Reika, al soltar sus piernas. Sudaban. Sus corazones latían desbocados.
Y a medida que su corazón se calmaba, también lo hacía su mente. Nami había tenido un temor adicional aquella vez, pensando que lo que estaba viviendo le traería problemas ante los que no tenía ningún tipo de experiencia. Podía aceptar estar obsesionada, pero nunca enamorada. Y ya el hecho de tener que apodarse a sí misma como “obsesionada” era una muesca fea a su narcisismo. Ella sólo podía estar obsesionada consigo misma. Jamás había pedido por favor a nadie que se acostara con ella. Realmente había sentido inseguridad. Pero de pronto, cuando por fin terminó de follarse a Reika, de saciar sus carnales deseos y la miraba desde arriba, tuvo que sonreír más tranquila. No, no podía estar enamorada. Pero su cuerpo era débil al sexo, y Reika tenía un cuerpo de infarto que trastocaba esos deseos. Si no los saciaba, era cuando empezaba a actuar como si fuera una imbécil sensible con ella. Reika sí que tenía un peligro particular que la había pillado desprevenida: la había hecho sentir mucha debilidad. Logró sustituir una noche de sexo por caricias y abrazos, la había despistado. Pero a la noche siguiente las cosas habían acabado como tenían que acabar. Y ahora, al verla sudada con los labios entreabiertos para tomar aire, cansadísima tras su orgasmo, volvió a sentirse poderosa. Ya tenía nuevas imágenes de esa preciosa cara angelical gritando de placer en su carrete de memorias. La había llamado por su nombre mientras se corría, «¡Nami… a-ah…!». Nami ahora la observaba con la fijeza y la mirada oscura que la caracterizaba, soltando una risita breve que era más para sí misma que para que nadie la oyera. Se separó de la cama y fue al baño a orinar, llevándose su móvil.
Reika quedó tumbada bocarriba en la cama. No habían cruzado más palabra después de tener ese orgasmo. Nami se había separado de ella y metido en el baño, y cuando se quedó sola y notó el frío gélido entrar por la ventana, sintió cómo rápidamente todo el furor carnal decrecía, para dejar paso a un sentimiento de pura culpabilidad. No podía seguir culpando a Nami. La que estaba poniendo los cuernos a su pareja era ella. Se había perjurado a sí misma no volver a hacerlo y ahí estaba ahora, sudando después de haberse dejado follar de nuevo. Tenía sentimientos encontrados. Quería a Nami. No podía negarlo, la quería. Tenía que ser honesta con él y consigo misma. Tenía que armarse de valor para todas las recriminaciones que él le hiciera. Inspiró hondo, aguantando el oxígeno en el estómago… y resopló rápido, tomando el móvil. Abrió la conversación con él y releyó los últimos mensajes. Le contaba su día en el instituto y en el trabajo… ni siquiera le había respondido, porque para esa hora estaba en la calle con Nami. Tragó saliva y dirigió el pulgar al icono de iniciar llamada. ¿Sería buena idea hacerlo por teléfono y a esa hora?
El sonido de la puerta del baño y la cisterna la hicieron apartar el dedo. Nami salía con la expresión tranquila, una incipiente sonrisa. También portaba el móvil. Se estiró un poco para dejarlo en la mesita, al lado de la cama, y enseguida tomó el teléfono de las manos de Reika, quitándoselo y dejándolo al lado del otro. Le echó un vistazo rápido a la pantalla.
—No te martirices ahora —le dijo, y Reika soltó el aire por la nariz.
—Sí… mejor que no. Deberíamos descansar.
Nami gateó sobre la cama y reptó cual víbora hasta situarse a la altura de su entrepierna. Le separó las piernas y hundió la cara entre sus muslos, haciendo que Reika elevara la mirada al techo cuando notó la húmeda sensación calurosa de su lengua meneándose despacio. Nami suspiró y cerró los ojos, y le empezó a hacer el mejor sexo oral que Reika había recibido desde que la conoció. Unió sus dedos con los ajenos al tomarla de la mano, y sintió cómo Reika le clavaba sin querer sus uñas al ponerse nerviosa. Arqueó la lumbar al cabo de cortos minutos, extasiada.
—¿Te gusta, verdad…? —musitó la otra, parando lo justo y continuando con el tiempo bien contado. Era una experta. Sabía dar placer si se lo proponía, y Reika se deshacía con cada una de sus atenciones. Pero sólo le contestó con un balbuceo débil que a Nami le pareció insuficiente—. Quiero oírtelo decir…
—Me… gusta… ah-ah…
—¿Quieres que siga…? —despegó en un chasquido labial la boca de su intimidad, mirándola por encima de su montículo. Reika se deshizo y dejó caer con fuerza la cabeza a la almohada. Dio un fuerte gemido cuando sintió que empezaba a penetrarla con un dedo, en el mismo segundo que retomaba los fuertes círculos con lengua sobre su clítoris.
—¡Ah…! ¡Hmmmmmbf…!
—¿Vas a correrte, Reika…? —le preguntó con cierta maldad, disfrutando de verla respirando tan rápido. Tenía su umbral del dolor bien calculado y controlado con ella. Le interesaba esta vez darle placer por un claro motivo. Así que no le metió un segundo dedo por el momento. Reika comenzó a jadear más seguido, cansada como estaba, y dio otro gritito agudo cuando la escupió y volvió a apretar la lengua contra su clítoris, apretándolo en todas direcciones sin dejar de masturbarla por dentro.
—Dios… voy… voy a… ¡¡hmmmnn…!!
Nami se excitó muchísimo al oírla, y más cuando a la par que esa frase era pronunciada, su dedo comenzó a entrar totalmente resbaladizo de su interior por la expulsión de fluidos. Su cuerpo se preparaba para el orgasmo. En ese momento le incrustó tres dedos que forzó hacia arriba, enroscándolos un poquito para incidir con la punta de las yemas en el punto G de la chica. Reika quebró un gemido y no paró de jadear. Nami guardó silencio. Ella misma empezó a soltar humedad de nuevo por escucharla y por escuchar los chasquidos de su mano, que se adentraba y salía con fuerza y rapidez con esos tres dedos impregnados en una capa gangosa.
—Sigue, joder… ¡sigue…! ¡Ahh…!
Nami cerró los ojos, muerta de la excitación y con el labio inferior fuertemente mordido al oír cómo los decibelios de sus gemidos de repente subieron mucho más y le rogaba que la follara. Le costó un maldito mundo no hablar más, pero era por un buen motivo. Reika tensó el cuerpo y de pronto soltó un squirt breve pero intenso, ante el que Nami suspiró cachonda y la penetró más fuerte, sintiendo sus contracciones vaginales a la perfección. Los sacó de golpe, con la mano y el antebrazo empapado, y juntó sus cuerpos bruscamente, uniendo sus vaginas en un frote duro. Reika sintió que el poderoso orgasmo que había tenido de pronto se erradicaba de golpe. Aún estaba muy excitada, pero dejó de estarlo cuando Nami se sacudió violentamente contra ella y la hacía rebotar por los empujones. Era demasiado brusca en el segundo round. Sus fluidos lograban hacerla resbalar, pero incluso con eso, Nami se golpeaba fuerte contra ella, hasta que el clítoris tuvo un escozor repentino. Se tensó y la paró al tocarla del vientre.
—Tranquila, Nami… no seas tan bestia —le pidió. Nami, tremendamente nublada por su propia lascivia de haberla visto y escuchado, dejó que la parara sólo ese par de segundos, pero en cuanto le quitó la mano volvió a retomar el frote con más fuerza todavía. Reika tragó saliva y trató de aguantarlo en silencio, pero Nami parecía no cansarse jamás. Sus pliegues se besaban como dos bocas. Meneaba la cintura en varias direcciones para estimularse, pero enseguida retomó los frotes y choques duros. Reika chistó en un gesto de dolor aguantado, su clítoris se irritaba con mucha más facilidad que el de su compañera. Emitió un balbuceo con el ceño fruncido y la trató de frenar al escurrirse hacia un lado, buscando un frote menos intenso. Nami volvió a situarla rápido y ciñó sus uñas al muslo de Kitami para que se pensara el moverse.
—Ay… —se quejó la chica, paró la vista en Nami con una expresión suplicante. Pero ésta estaba abrazada a su pierna con los ojos cerrados, muy extasiada en su propio placer para darse cuenta de nada. Reika dio un quejido más fuerte y le empujó una pierna con la mano para que se detuviera. La japonesa, apunto de correrse de no ser por aquello, le soltó de pronto ambas piernas y la encaró moviendo la barbilla con prepotencia, a distancia.
—Deja de apartarme, joder. ¿Qué coño te pasa?
—Perdona… es que el frote me duele.
—Cuando eres tú la beneficiada no te duele, pero ahora que soy yo la que busca placer empiezas a llorar.
Reika se sintió mal al dejar la mirada puesta en ella, Inagawa estaba enfadada de repente. Se odiaba por haberle cortado el rollo, se odiaba por ser la chica de los lamentos. Temía muchísimo haber jodido esa experiencia por sus niñerías.
—No te preocupes, es… es sólo que lo haces fuerte y…
—¡CÁLLATE, JODER! —le espetó de repente, mirándola con un semblante más recriminatorio—. Ni siquiera sabes lo que es el puto dolor de verdad, ¡LLORONA!
A Reika le empezó a latir el corazón con angustia y se sintió muy incómoda cuando Nami le empujó la pierna contra la pared para deshacer el cruce de cuerpos. De repente, tomó un impulso y le estampó en seco la palma en el clítoris, haciendo a Reika dar un grito fuerte y ovillarse con las piernas cerradas.
—¿Ves lo que es el dolor? ¿QUIERES SABER LO QUE ES EL DOLOR? —le gritó y la tomó del brazo, abriéndole la guardia de nuevo. Reika negó fuerte con la cabeza, había sentido el impacto como un latigazo y escocía. No quería llorar. No quería, pero cuando se ponía así, realmente era difícil controlar las ganas. Acababa de oscurecerse una de las mejores experiencias de su vida de un segundo a otro. Nami estaba a dos o tres toques de correrse, estaba casi desesperada. Al final, como estaba viendo a Reika fuera de la labor, bufó cabreada y bajó su propia mano a su clítoris, empezando a masturbarse con una fuerza brusca y veloz. Reika mantenía las manos en su entrepierna, ovillada, y observó la fuerza con la que Nami se daba placer. Era muy brusca, demasiado, le dolía de sólo verla. Poco a poco la vio cambiar la expresión y acercarse a su cara. Bajó la otra mano a su barbilla, reclamando de nuevo su atención.
—Saca la lengua…
Kitami no podía negarle aquello. Se irguió un poco con ayuda de los codos y relevó rápido su mano, imitando los mismos movimientos bruscos que ella se hacía en el clítoris. La morena exclamó un fuerte gemido y ni dos segundos más tarde comenzó a correrse con otro squirt, que le mojó la cara a Reika por entero.
Correrse dos veces seguidas por fin calmó a la bestia.
—No busco hacerte ningún daño —susurró en voz aterciopelada cuando pasaron unos instantes. Agarró a Reika con más suavidad para que le prestara atención, según se tumbaba a su lado. La probó de los labios, haciendo que la rubia cerrara los ojos. Le gustaba confundirla. Hacerle entender que ella tenía que seguir dando. Reika tenía las pestañas húmedas pero al final decidió enfocar su mirada en los ojos marrones de Nami y pudo articular palabras. Después de semejantes momentos, ya no le quedaba dureza alguna que ofrecer. Nami la tenía de nuevo en su poder.
—Lo siento, debe de ser desesperante para ti también. Estoy mal hecha. No entiendo cómo a ti no puede dolerte… pero… su… supongo que es culpa mía.
—Con la práctica dejarás de notar dolor —la engañó, aguantándose la risa, Nami sabía muy bien cuándo se estaba pasando de la raya permisiva con ella. Al igual que sabía que los gritos la asustaban. Pero, ¡es su culpa! Volvió a besarla en los labios. Esta vez, cuando los despegó, Reika balbuceó agarrándola de la nuca, solicitando otro beso para que no se distanciara. Volvieron a besarse despacio.
Cuando acabaron esa segunda sesión, Nami notaba con satisfacción que Reika ya no hablaba tanto. Que la miraba de reojo todo el rato. No le importaba ya una puta mierda. Se había saciado, estaba contenta. Para ella era suficiente. Significaba que Reika volvía a ser su perra. Pero todavía podía reírse y jugar más con ella. Así que decidió hacerle otra putada más para que rompiera con el gilipollas de su novio Riku.
—Reika —murmuró al poco de que se acostaron, ya pasada la intensidad. Reika la acariciaba del pelo nuevamente, pero ya no surtía el efecto de la noche anterior. Separó la barbilla de su esternón para mirarla.
—¿Sí?
—Te quiero —musitó mirándola, a lo que Reika se quedó estupefacta y frenó las caricias. Los ojos azules se abrieron, mientras la recorrían sin saber qué decir. Nami le situó un mechón rubio tras la oreja—. Te quiero muchísimo. Me hace daño que sigas con tu novio.
Reika entreabrió los labios, un poco colapsada por la llegada de esta información. Suspiró y parpadeó rápido, pensando también rápido. Aquello era culpa enteramente de ella, ¿acaso no era obvio? Aquello podía suceder, claro que podía suceder, y ahora era su responsabilidad enfrentar las consecuencias.
—¿Qué pasa? —prosiguió Nami, con un tono más lastimero. Situó el índice bajo su barbilla y le condujo despacio el rostro hacia ella, para que la mirara a los ojos. —¿Prefieres estar con él…? ¿Te ríes de mí…?
—No… —susurró la otra, evadiéndole la mirada. Pero a Nami no le gustó el tono. Parecía indecisa.
—¿No vas a dejarle? —insistió un poco más impaciente. No estaba teniendo el efecto que quería. Reika se sonrojó y suspiró con pesadez.
—Yo… no lo sé… no me presiones…
Nami retiró el dedo y suspiró brevemente, pero sin dejar de observarla.
—No puedo creerme que le quieras más que a mí.
—Nami… no quiero que hablemos de él, por favor.
Nami arqueó una ceja.
—Ya veo.
—No puedes pedirme que le deje… sé que… sé que estoy siendo injusta —murmuró muerta de la vergüenza—. Pero es que eso no es asunto tuyo.
Nami le miró con una expresión tan fría… que Reika sintió un escalofrío repentino. Su mirada le transmitió algo muy negativo.
—No… no me mires así…
Muchas cosas negativas paseaban por la mente de Nami en ese momento, y el alma de Kitami las receptaba como puñaladas. Se sintió incómoda enseguida, incluso con ganas de marcharse. Pero de pronto, Nami parpadeó de nuevo preparándose su papel. Tomó mucho aire y lo soltó de golpe, en una expresión que a Reika le dio mucha pena.
—Pensé que me querías. Te lo has pasado bien, viéndome la cara de estúpida hasta ahora, ¿verdad? No pienses que no haré nada al respecto.
Reika sintió su dolor como si fuera el suyo propio, una frase llena de odio y rencor. No supo cómo gestionar la situación. Nami la empujó para separarla de su cuerpo y le dio la espalda sin mediar más palabra.
—Eso jamás… y… no te acuestes enfadada, por favor… mírame… —la tocó del brazo, pero Nami hizo un gesto violento de zafarse y no se movió más.
Nami no estaba muy segura de los sentimientos de Reika. Esa escena la había confundido, y detestaba no tener la sartén enteramente por el mango. Su turbia mente se sintió aliviada cuando, al cabo de cuarenta largos minutos de silencio, la oyó llorar por fin, girada hacia la otra pared. Intentaba que no se le notara, con suaves sorbidas de nariz, pero Nami la tenía calada.
Entonces pudo irse a dormir más relajada. Prefería que llorara cuando la corrompía físicamente. Pero tampoco estaba mal eso de corromperla psicológicamente.