CAPÍTULO 23. Malas decisiones
Rock oyó ruidos y abrió los ojos sobre las 7 de la madrugada, le pareció escuchar algo. Estaba legañoso y un poco aturdido aún por el cansancio arrastrado que tenía. Se levantó a miccionar y salió bostezando del baño, andando como un zombie. Volvió a escuchar algo deslizándose y finalmente la puerta cerrarse, pero Eda no estaba en la cama. Frunció el ceño totalmente somnoliento y se sentó en el borde del colchón, dispuesto a acostarse de nuevo. Eda entró en el dormitorio y la reconoció dentro de toda aquella penumbra. Estaba sudando y con mallas puestas. Se quitó la chaqueta deportiva y la dejó colgada, quedando en top. Rock sonrió mientras la veía dejar las llaves.
—Qué haces ahí sentado, eh. ¿Te he despertado yo? —murmuró la voz femenina, repasándose la nuca con una toalla pequeña para eliminar el sudor. Respiraba muy agotada, se notaba que venía de correr.
—Qué frío hace, Eda… estás loca… —musitó con la voz adormecida y la atrajo hacia él al tomarla de la muñeca.
—Me da igual. He bajado mucho mi ritmo medio… por el puto tabaco —musitó con un deje de cabreo, y Rock oyó cómo lanzaba a la basura una cajetilla llena de cigarrillos.
—Trae eso aquí, insensible —gateó hasta la basura y sacó la cajetilla, dejándola sobre su lado de la mesita de noche. Luego, en lugar de volver a subirse a la cama, se arrastró divertido hasta sus piernas y se las abrazó, haciendo que Edith bajara la atención hacia él—. Venga, vamos a la cama, corre, que aún es de noche…
Edith le miró fijamente, sin expresión en la cara. Notaba sus tirones en las piernas por el peso que ejercía.
—Deja que me duche, tengo algunas cosas que hacer.
—Anda ya… —dijo con una sonrisa bobalicona, y de rodillas como estaba, pegó la cara a su bajovientre. Comenzó a besarlo despacio sin soltarle las piernas. Eda entreabrió los labios y parpadeó, mirándole ligeramente nerviosa al sentir su boca húmeda. Otra vez lo notaba… pero ya no era sólo incitación sexual. Notaba claramente algo más por él, su cuerpo y su mente se lo estaban diciendo a gritos. Emitió un suspiro inesperado al sentir la mano masculina entre sus piernas, frotándole su sexo al agarrar con fuerza uno de sus muslos por fuera de la malla. Lo apretaba fuerte contra él con la mano, y su boca empezó a bajar los chupetones hacia…
—Vuelve a la cama —le dijo de repente, apartándole la cara de su cuerpo. Rock paró de besarla y asintió mirándola desde abajo.
—Vale, vale… ya me voy… —se puso en pie pesadamente y se lanzó a la cama al poco, cerrando los ojos. Eda le siguió con la mirada pero se obligó enseguida a meterse al baño.
Oficina del Decanato de Instituto Privado
—Oh… señorita Balalaika. No la esperaba tan pronto por aquí…
—Ahórrese las formalidades, sé que he llegado dos horas tarde. —La rusa entró en el despacho del Decano del instituto privado donde su hijo estudiaba. No le agradaba estar en los lugares que implicaban tan de cerca a Vadim, porque era consciente de que aunque se tratara de una visita relámpago, gente despreciable podía atar cabos y no quería tener preocupaciones extra.
Desgraciadamente, desconocía que las iba a tener igual.
El Decano, Richard Montgomery como bien rezaba su letrero sobre el escritorio, estaba nervioso. No era la primera vez que estaba cara a cara con Balalaika, y la admiraba por incontables motivos. Cualquier personalidad cercana o vinculada de algún modo a la guerra la conocía y sabía sus méritos, así como también su influencias con políticos y negocios de poder. La mujer se llevó un cigarro a los labios y ni siquiera había tomado aún asiento. Mientras se acercaba el mechero, observó a Richard y paró todo movimiento, quitando el cigarrillo de su boca.
—¿Puedo fumar aquí? —arqueó las cejas. Richard tenía un enorme letrero tras su cabeza calva que rezaba «Prohibido fumar». Entendió que… Balalaika no estaba preguntándole si se podía fumar, sino literalmente si ella podía fumar allí.
—Ah, descuide. Tome asiento, por favor. ¿Ha tenido un buen viaje?
Balalaika tomó unos segundos en encender el cigarro y tras dar la primera calada se sentó despacio sobre la silla, cruzando las piernas. Se retiró el cigarro y ladeó el rostro para expulsar el humo sin que le diera a él. Le sonrió.
—Discúlpeme, tengo días muy movidos últimamente. No se lo imagina, estoy para el arrastre. Gracias por dejarme fumar.
—S-sí… oiga, verá, me consta que vino usted sólo una vez… para inscribir a Vadim. Un muchacho excelente, no cabe duda. Y muy buen estudiante.
Ahí no mentía. Batareya tenía buenas dotes para todas las asignaturas, algo que a Balalaika no sorprendió demasiado, pues toda su familia había cumplido siempre esas expectativas. Se limitó a dejar hablar al hombre.
—Tiene muy buena media académica, un montón de amigos… sí… destaca también en deportes.
—Le agradecería si fuésemos al grano —le dijo curvando seguidamente una sonrisa. El hombre carraspeó nervioso y asintió. Pero no habló. No encontraba las palabras.
Balalaika entrecerró los párpados, mirándolo fijamente. Algo pasaba.
—¿Ha hecho algo? —murmuró, dejando lentamente el cigarro en el cenicero.
—Verá… tuvo una confrontación con un alumno de sexto. Se ve que ambos ya venían teniendo sus rencillas personales desde principios de año, y Vadim al parecer estaba teniendo acercamientos con la pareja de este otro muchacho. La llamamos en una ocasión, hará dos años, cuando su hijo estaba recién inscrito. Esa fue la primera pelea física que tuvieron. Pero como dijo que no la llamáramos para esas tonterías, el asunto se fue dejando. Siempre ha habido peleas, y… amm —tomó aire para proseguir y atrajo un documento. Balalaika siguió con la mirada los papeles que sostenía. Cuando los abrió y vio la primera foto, tuvo un auténtico impacto interno… que no exteriorizó. Agarró las otras dos fotos y las examinó.
—He intentado… mediar con los padres… pero no hay modo. Quieren denunciar el caso a todo coste.
Balalaika no desvió la mirada de las fotos. Tras largos segundos en silencio, asintió muy despacio.
—Es normal.
En las fotos no se veían heridas genéricas de una pelea a puños, que fue lo primero que imaginó. El rostro del muchacho al que Vadim le había sacudido estaba totalmente desfigurado y roto. No estaba viendo las fotos de un chico vivo. Balalaika juntó los labios y tragó saliva, pensando muy rápidamente. El Decano tomó fuerzas para hablar.
—Quieren llevar a Vadim a la Corte Judicial de Menores con todo el peso de la ley… la denunciarán a usted y a este Centro si tratamos de encubrirlo de cualquier manera.
—No se preocupe —dijo Balalaika sin apartar la mirada de aquellas fotos—. Deben denunciar. Que se pongan en contacto con mi abogado, se tratará de llegar a algo amistoso. Le agradecería que este asunto no saliera de aquí en la medida de lo posible. No lo comente con el profesorado ni con los alumnos.
—Por mi parte no hay ese riesgo, pero el instituto ya lo sabe. La paliza se la dio en el mismo patio delante de todos. Nadie pudo detenerle.
—¿En qué clase está ahora? —cuestionó, poniéndose lentamente en pie. Richard también se puso en pie, agitado al ver que Balalaika ya daba la reunión por finalizada.
—Está con la psicóloga del centro. Estos informes son de la policía local… he logrado que me den una copia cuando supieron que se trataba de un… «conocido» suyo.
Balalaika se guardó el informe.
—Dígale a Vadim que le esperaré en el patio de atrás y que se traiga sólo la cartera y el móvil.
—Es… espere, señorita… creo que la policía aún quiere interrogar a su hijo.
—No pueden sin el abogado delante. Saque a mi hijo de ahí y mándelo a donde le he indicado.
Richard asintió rápidamente.
Balalaika aguantó el tipo como pudo. Pero sabiéndose sola frente al blindado, con su conductor aparcado en el otro extremo, tuvo que suspirar y tomar mucho aire para concentrarse. La ausencia de una madre no podía convertir a un niño bien criado en un homicida. ¿Qué coño había hecho mal? Todo lo que había planeado para él desde un principio era en pos de su futuro. De su educación. ¿A qué coño venía todo esto? ¿De dónde nacía esa rabia? Se frotó la cara y los párpados con cierto cansancio. Tenía tantas otras miles de cosas que hacer… que cualquier otro asunto relacionado con ese lugar le haría creer que estaba perdiendo el tiempo.
—¿Podemos irnos?
Balalaika se puso en pie al oírle y se giró. Batareya tenía apenas un ojo morado, que ni siquiera se le había hinchado. También tenía los nudillos de la mano derecha pelados.
—Nos vamos a ir. Ven aquí.
Cuando Bat caminó hacia ella, a pasos desconfiados, Balalaika se dio cuenta de cuánto había crecido ese niño. Apenas le prestaba atención, ¿de verdad tenía trece años? Parecía fácilmente de dieciséis, poco le faltaba para medir lo mismo que ella.
—Sé que la he cagado, no necesito que me lo repitas.
Balalaika no respondió y eso confundió al chico. No le gustaba estar en silencio cuando su madre estaba al lado. Se sentía inferior siempre. Se apoyó en la barandilla de hierro como ella, mirando al vacío y la enorme ciudad que tenían por delante. Hacía frío.
—¿Sabes, Bat? Aunque no nos veamos mucho, siempre te suelo vigilar —sonrió con cierta ternura, cargando la mirada hacia él—. Sólo te tuve en brazos un instante… y no volví a ver esos ojazos azules hasta mucho después. Con dos añitos. ¡Dos! —levantó dos dedos, mirándole con una sonrisa. Bat respiraba profundo, no entendía el rumbo de la conversación, pero siempre se sentía nervioso a su lado.
—Supongo. Decían que lloraba mucho.
—Seguramente. Yo también lo hacía, continuamente. Pero siempre pensé que a efectos prácticos… y siendo tú tan pequeño, no importaba que no estuviera a tu lado —se apoyó con un brazo en la barandilla de nuevo, lentamente. Se humedeció los labios—. Pasaban muchas cosas en el campo de batalla, eso consumió prácticamente toda mi veintena. Pero nunca, nunca dejé de vigilarte.
—Ya lo sé.
—Y no he dejado de hacerlo ahora.
Batareya parpadeó angustiado y bajó la mirada. Resopló y apretó la mandíbula.
—Estás aquí por lo de ese cabronazo muerto. No paraba de insultarte.
—Me da igual lo que dijera. Me da igual lo que hiciera. Le has matado a puñetazos, he visto su cara.
Bat sintió presión en el pecho de puro nervio y apretó las manos contra la barandilla. En ningún momento la miraba. Pero Balalaika siguió hablando.
—Sé que has intentado acabar con la vida de Rebecca por orden del mismo grupo que aún está pensando si liquidarme o negociar conmigo. Mr. Chang es un mafioso del que también tendré que protegerte, porque has estado tan cerca de él, que me ha hecho ver lo confundida que estaba con algunas cosas. No pongas esa cara.
Vadim la observaba, ahora sí, atónito. ¿Cómo era posible que supiera lo de Chang? Pero peor… ¿por qué decía que…?
—Y-yo… él… él jamás me dijo nada de ti. ¡Jamás! Sólo me prometió armas y droga, que de otro modo sabía que yo no podría conseguirlas. También dinero.
—Él pensaba darte dinero sin marcar para que tú, como buen ignorante y novato, lo utilizaras en algún sitio y se te echara la policía encima. Era la forma más directa de involucrarme públicamente con bandas organizadas y con la droga sin mancharse las manos, usándote a ti como intermediario.
—¿¡Ese cabrón se rio de mí!? ¡¡Con razón quería pagarme igualmente, aunque hubiera fracasado!!
—Si hubieras matado a Rebecca… habríamos tenido un fuego difícil de sofocar. Escucha, yo… —trató de llevar la mano a su hombro, pero él la apartó salvajemente.
—¡¡Déjame en paz!! ¡Todo el mundo me toma por idiota, todo! ¿QUÉ ES LO QUE TENGO QUE HACER PARA QUE ME RESPETEN, EH?
—¿Has probado a matarme?
El chico parpadeó asustado, tan grande y alto que era, y sintió sus ojos próximos a llorar. Negó furioso con la mirada.
—No podría.
—Era lo que él te mandaría, tarde o temprano. Y qué mejor que un hijo desesperado por la grandeza de su madre. Matándola a ella, ocuparías su puesto. ¿Te parece ese un buen argumento de película, Bat?
—Jamás podría hacerte daño —dijo y se giró cabreado, frotándose los párpados húmedos. Se agachó a por la mochila y cuando levantó con ella, Balalaika lo giró y lo abrazó rápidamente, con fuerza. Bat abrió los ojos impactado. Se quedó petrificado al sentir su abrazo. Nunca se abrazaban. Pero no era la primera vez que lo hacía, le vino un recuerdo fugaz, de niño, cuando logró montar en bicicleta sin ruedines. O cuando rompió la piñata de los seis años, el único cumpleaños que coincidió con Sofiya en el mismo país que él. La abrazó también fuertemente y respiró agitado—. La he cagado… la he cagado, la he cagado…
—Lo único que me importa ahora —murmuró con fuerza en su oído, bien pegada a su hombro—es que te centres en… crecer. Sé que no tomas drogas, sé que no fumas. Deja de intentar agradar a la gente que te pide cosas peligrosas para destacar.
—Tú… trabajas con eso…
—Así es —se separó velozmente y le encaró de cerca, como si lo que dijera quisiera clavárselo bien en la sesera—. Y mi único deber es que puedas tirar de todo esto, si quieres, cuando seas mayor y puedas entender su complejidad.
—Lo único que me importa a mí es ser como tú —le dijo mirándola a los ojos—, también quiero tener a un subordinado que… me escolte y que me admire tanto que quiera dar la vida por mí.
—Ya tienes a ese subordinado. Lo tienes en frente —dijo, mirándole de hito en hito—. No voy a dejarte jamás ni a abandonarte. Pero hay gente peligrosa que quiere destruirme, y que no dudarán en usarte a ti para conseguirlo —le retiró una lágrima al chico con su pulgar, acariciándole la mejilla.
—Yo no quería matarle… —suspiró, bajando la mirada—, yo sólo… ese capullo estaba insultándote y…
—Te repito que no importa lo que dijera de mí. ¿Qué más da…? ¿Sabes qué? Todo lo que te dijo seguro que era verdad. Es más, seguro que se quedó corto —esperó unos segundos y su mirada se enfrió un poco—. Pero no quiero que por protegerme vuelvas a acabar con la vida de nadie. No por cuatro insultos estúpidos. No por… nada.
—¿Y… y qué voy a hacer ahora…? Puedes… puedes arreglarlo, ¿verdad?
—Podría —asintió despacio, mirándole fijamente. Tomó aire y suspiró, cerrando los ojos. Sentía dolor por lo que iba a decir—. Pero no lo voy a hacer. Porque quiero protegerte y porque necesito que entiendas el alcance de lo que has hecho. Vas a ir a la Corte y mi abogado bajará la pena. Pero irás a un Centro que conozco… irás un tiempo.
—…. Pst —apartó la mirada pero ella le acunó las mejillas con las manos, haciéndole que le mirara de cerca. El chico tragó saliva—. Mamá… cuánto tiempo…
—El que haga falta. ¿Me has entendido?
Bat asintió al poco, mientras otra lágrima le caía.
—Quiero ir a casa del abuelo…
—Vamos a ir a casa del abuelo. ¿De acuerdo? —su hijo sonrió, por primera vez, y ella volvió a rodearlo con los brazos. Batareya acabó cerrando los ojos y pegándose a ella, sintiendo una conexión agradable. Se preguntaba si era verdad la mitad de cosas que habría dicho. Tenían que serlo.
Roanapur
—¡Sí! ¡Bien, joder! ¡Sí!
La máquina pitó un par de veces seguidas y el fisioterapeuta la apagó de golpe, dando unas palmaditas. Chocó la mano con Revy, que aparte de estar llena de sudor, tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—No jodas. ¿Ya puede ir sin muletas? —dijo Dutch.
—Eh… no, no. Un poco de calma —dijo el licenciado entre risas. Revy le cortó.
—¿Cómo que no, tú has visto eso? Ya lo hago sin manos. Estoy perfecta —gritó señalando las barras, estaba feliz. Después de semanas de sufrimiento, los cuidados y la rehabilitación había dado sus frutos. Podía caminar por sí sola, aunque distancias muy cortas y no sin algún que otro dolor.
—Caaaaaalma, calma. Poco a poco. Creo que aún deberías usar las dos muletas… pero si te sientes segura con una, pues perfecto. Lo que no te puedo permitir aún es que vayas andando sin ninguna.
—Pero ya me queda poco, ¿no?
—Ya te queda menos. Es muy importante que no hagas ninguna locura ahora.
Revy asintió varias veces, estaba demasiado contenta como para pensar en lo que ocurría antes. Había pasado más de un mes y le dolía el trasero de pasarse las horas muertas en el salón de la compañía, jugando videojuegos y comiendo pizza. Dutch había intentado regular su alimentación, pero allí eran todos tan vagos, que a la larga acababan pidiendo a domicilio pura porquería. Lo bueno era que Revy había recuperado algo de tono muscular y, a pesar de estar con mucha inmovilización, todo el deporte que podía hacer desde casa y desde el ala hospitalaria con el fisioterapeuta lo había hecho. Tenía un par de cicatrices pequeñas en el abdomen del disparo, que ya habían curado y su musculatura regenerado. No sin lágrimas y sudor por el camino. Revy tenía que reconocer, a su pesar, que nunca había sufrido tanto dolor físico como cuando le combaban el cuerpo de costado para obligarle a estirar las fibras abdominales, que estaban en pleno nacimiento tras la rotura de las originales. Era como recibir puñaladas en plena agujeta. Al fin, tenía el informe que la declaraba libre también de las sesiones de rehabilitación. Pero la rehabilitación había traído algo más consigo: Dutch había estado muy atento a su amiga cada vez que la acompañaba. Le había hecho un par de comentarios al respecto, cuando consideró que lo de Rock debía marchitarse cuanto antes. Pero luego hasta la propia Revy se lo reconoció. El licenciado que la había estado tratando todo aquel tiempo, y que la visitó desde la camilla día sí y día también, era un hombre simpático y atractivo que desde el inició demostró una vocación imparable. La había animado todos los días, sin falta, la había tratado siempre personalmente, y a pesar de ser el autor de un montón de lágrimas de dolor cuando los masajes y los estiramientos suponían una tortura medieval, era al mismo tiempo el que la había sacado de aquella situación. Revy estaba demasiado dolida al principio para prestarle la merecida atención. Le dolía mucho pensar en Rock y pensaba que era una desgraciada por su perra suerte. De un modo u otro, eso fue en aquel momento una realidad. Pero al cabo de un tiempo, cuando por fin empezó a ver la luz en aquel pozo, también se fijó en él. El licenciado, llamado Jean-Luc Dupont, cumpliría recientemente los treinta y dos años, y Revy estaba al tanto.
—Oye, Luc. ¿Tienes algo que hacer este miércoles noche? —preguntó Dutch.
—Pues… no, la verdad es que no. Aunque seguro que tengo unas cuantas llamadas a lo largo del día —dijo ladeando una sonrisa. Revy sonrió. Jean-Luc, o sencillamente «Luc» como él prefería ser llamado, venía de Francia y llevaba un año ejerciendo en el país. El idioma lo conocía bastante bien, aunque la proximidad a Roanapur había hecho que perdiera el contacto con todos sus compañeros de universidad: ninguno quería ejercer donde él lo hacía, porque había riesgo a ser atrapado y extorsionado por las bandas. Revy no fue la que le adornó esa realidad, al contrario. Le dijo que tenía que ir con mucho cuidado, pero que si ya llevaba un año, significaba que quería verdaderamente ejercer ahí. Luc le había explicado que su vida no había sido fácil y trató de obtener en la misma medida algunos datos de la vida personal de Rebecca -su paciente- por mera curiosidad. Revy seguía siendo cerrada para aquellos temas, así que se tuvo que contentar con hablar de la actualidad.
—Pero ya te aviso, que si vienes al Yellow, te vas a encontrar con muuuuucha gente puñetera. Es lo que tiene juntarse con esta pequeña pirata.
—Jajajaja, ¿cómo que pirata?
—No te ha contado a lo que nos dedicamos, ¿eh…?
Revy le dio un codazo.
—No le hagas caso, Luc. Estará vigilando con lupa todo lo que haces o dices, pero es inofensivo —dijo en referencia al negro. Luc sonrió y se encogió de hombros.
—Somos piratas… pero de los buenos, eh —puntualizó Jane.
—Tú qué vas a decir, si habrás venido a cuatro viajes y medio… y no paras de cagarla.
—¡¡Encima que vengo yo a hacerte de taxista!!
—Chicas, la fiesta en paz…
Revy y Jane se sacaron la lengua y se hicieron muecas. Dutch palmeó con fuerza el hombro de Luc.
—Chaval, qué poquito que me gustáis los que sois tan blanquitos… qué angustia. ¿Hace cuánto que no tomas el sol? Menos mal que por lo menos tienes el pelo oscuro.
—Mis padres son como el papel… qué se le va a hacer. Revy… —sonrió y se acercó a ella, entregándole un calendario con algunas anotaciones—. Tienes que hacer estos ejercicios sí o sí, ¿estamos? Y recuerda, ninguna locura.
—Seh, seh seh —se guardó el papel en el abrigo sin mirarlo—. Te veo el miércoles. Y no te asustes. Son todos capullos, pero son buena gente.
Luc sonrió y asintió.
Unos días más tarde
Yellow Flag
Aunque el resto de la banda lo desconociera, Revy había encargado un buen surtido de cerveza para celebrar el cumpleaños de Luc. Era lo mejor que podía hacer, porque para lo demás, pecaba de vaga y desorganizada. Esos días lo único que había estado haciendo era seguir holgazaneando y ya había desobedecido dos veces las indicaciones médicas. Le había exigido a la rodilla un poco más de lo permitido, pensando que así se recuperaría antes. Estaba contenta porque, dentro de la gravedad física de todo lo que le había ocurrido, había salido bien parada y nunca mejor dicho. Podía andar. Según las predicciones médicas, podría correr sin problemas si la rótula estaba bien soldada y colocada, pero tendría que andar con ojo cuando la juventud se fuera quedando atrás. Revy se tomó de buena gana la información, porque sabía que a vieja tampoco llegaría. Como fuera, a la taberna Yellow llegó con la dichosa muleta y con Dutch, Benny y Jane. Esa noche había un trivial, partido de hockey televisado y un torneo de póker, así que prometía estar animado.
Nada más entrar, se encontraron con el local abarrotado, a excepción de la única mesa con seis maltrechas sillas que había reservada para ellos. Revy meneó la cabeza rítmicamente al sentir la adrenalina correrle por el cuerpo con la música en vivo y en directo que había de un grupo local de punk.
—Nuestro bartender de confianza se ha portado bien… —musitó Dutch, aunque con el ruido que había, la mitad ni les oyó. Se acercó a Revy—. Esperaré fuera. Tú estate sentadita y sin armar jaleo.
—¡¡Calla y disfruta, Dutch!! Y dile a ese cabronazo que vengo muerta de sed.
—¿No quieres esperar a tu hombrecito antes de ponerte morada?
—Oye, no seas capullo. No es mi hombrecito ni nada que se le parezca, eh… ¡así que esa boca cerrada!
—Ya ya ya… —le palmeó cariñosamente los hombros y se dispersó hacia la salida. Se olía que si Luc venía y lograba atravesar la fila externa de borrachos que había vomitando fuera, quizá podría convencerlo de entrar, porque mala pinta tendría el asunto hasta que se metiera adentro, que era donde estaba el auténtico clima. Dutch no cometería el mismo error dos veces: quería tener bien calado esta vez al fisioterapeuta. No quería confiar el corazón roto de Revy a otro sinvergüenza. Rock le había sorprendido de muchas maneras, y el último año, todas ellas malas. Había preguntado referencias del tal Luc a Balalaika. Ella sólo le devolvió información agradable y esperable de un ciudadano corriente. Pero ser un ciudadano corriente en Roanapur tenía sus consecuencias, porque en cuanto uno se alejaba del centro y de las zonas donde se movían los funcionarios… empezaba a ver la realidad. Roanapur era un suburbio y más donde ellos trabajaban; no hacía falta alejar mucho la vista para toparse con alguna que otra chabola o comunidad destartalada por la dejadez y la falta de oportunidades. Meterse en el mundo ilegal en los barrios bajos era prácticamente la única vía para sobrevivie, y a raíz de ello, Luc podría darse media vuelta al percatarse de que algunos de los transeúntes con los que se empezara a cruzar llevaban revólver como si fuera aquello el salvaje Oeste americano. Dutch sabía que muchas veces los más peligrosos eran los que no llevaban pipa, o los que no la llevaban a la vista, al menos. Trató de no darle tantas vueltas. Al cabo de un buen rato, afinó la vista y reconoció al muchacho. Pero en una muy mala situación. Al darse cuenta de lo que ocurría, Dutch pegó rápidas zancadas hacia allí, irrumpiendo en el robo.
—Wooooo, wo- woh. Marin, sal de aquí.
—¡Dame todo lo que tengas, fresita hijo de puta! —exclamaba el carterista, amenazando al extranjero con una navaja. Luc tenía las manos alzadas y bajó una de ellas hacia su bolsillo, pero Dutch se interpuso entre ambos.
—Marin, te he dicho que salgas de aquí cagando hostias. ¿O le explico a Balalaika lo que te vi vendiendo la semana pasada por el distrito, hm…?
—Tsk… ¡tranquilo, tío! —se jactó el muchacho y se guardó la navaja. Miró al francés y se quitó la capucha—. Sin rencores, colega. Estoy viendo a ver si llego a fin de mes.
Luc asintió un poco conmocionado y caminó en la misma dirección que tomó Dutch.
—Es amigable, sólo que está un poco desquiciado. Te ha visto cara de guiri.
—Ya… ya veo que aquí no se andan con chiquitas —murmuró impresionado, cuando de pronto una prostituta se chocó con él y le devoró con la mirada de arriba abajo.
—Hola, guaperas… ¿quieres ver el cielo por 60 dólares?
—Este está cogido, Cintia. Y estás muy cerca de la taberna. Sabes que no le gusta al dueño que estés tan cerca.
—¡Joder, a este paso acabaré en el puto distrito este! ¿Qué te crees que soy, una zorra regalada, Dutch?
Luc miró alucinado cómo Dutch seguía pasando en mitad de la gente y devolviéndoles el saludo. Se ve que el único desconocido allí era él. Siguió retomando el paso, cuando de pronto un rugido de motor de alta gama tintineó en su oreja derecha. Cuando iba a poner un pie casi fue atropellado por el vehículo, que tuvo que frenar bruscamente para no arrollarlo y convertirlo en una pegatina. Luc dio acobardado una zancada hacia atrás, atraído por Dutch. Pero Dutch esta vez no saludó a los responsables. Luc frunció el ceño. Por muy rápido que hubiera frenado aquella conductora rubia, el parachoques le había dado un golpecito notable en la pierna.
—Tenga cuidado, señorita. Podría herir a alguien.
A Rock se le escapó una risita floja, ni siquiera llegó a mirarle. Y Eda, con sus gafas moradas y mascando chicle, asomó la mano por el hueco de la ventanilla y le repasó con la mirada.
—Es verdad, compañero. Perdona. No me había dado cuenta del paso de peatones. ¿Podrías hacer los honores, por favor?
Dutch apretó los labios al reconocerlos y se fijó más en Rock: su actitud decía mucho ya de lejos. Había cambiado. Ese cabronzuelo que había ahí dentro no podía ser él, y si era él, se había convertido en una pésima versión de sí mismo. Luc se lo pensó dos veces. Miró a Dutch y cruzó la carretera. A medio camino se vio sorprendido por un fuerte acelerón en vacío que dio la rubia, que le devolvió una sonrisa picaresca desde el interior del vehículo.
—No hables con ella, vamos adentro —murmuró el negro en un tono serio. Eda arrancó de un brusco torpedeo en el tubo de escape nada más el desconocido dejó atrás la carretera. Dutch igualmente le miró el vehículo, estaba frenando y rondando la zona. Suspiró—. Qué mala puntería, chico. Te hemos traído aquí justo cuando viene ese par de indeseables.
—Bueno… pero esto está muy animado —dijo Luc, negando con una sonrisa— ¡cuánta gente! ¿Crees siquiera que me acordaré de ellos?
Dutch sonrió y le hizo un gesto amistoso con la cabeza para que le siguiera. Llegaron a la mesa y allí y había dos rondas repartidas de cerveza para todos.
Al cabo de una hora, Revy ya iba pedo con la cantidad de alcohol que había tragado.
—Por eso te lo dirijjje, Duthsxch, te lo dejie, que el puto golef es para nios de papa…
—No se te entiende una mierda, Dos Manos —explotó el negro a carcajadas. Luc la miraba con las mejillas algo rojas por el alcohol ingerido, que en su caso no había pasado de una, pero su piel tan blanca ya había hecho su efecto. Al verla tratar de levantarse, se puso en pie más rápido y la socorrió, poniéndole el brazo femenino tras su cuello y alzándola. Revy no se tenía en pie.
—Madre mía, menuda batida que llevas… no me he puesto a contarlas pero… ¡ni siquiera sé dónde lo metes! —exclamó riendo, ayudándola a caminar alejándose de la mesa. Dutch aprovechó para fumarse un pitillo y estirar también las piernas por el local, quería ir a ver cómo iba la mesa de poker. Al parecer, dos personas ya habían sido retiradas perdiendo sus apuestas. Se encendió el cigarro y le dijo a Benny al oído que vigilara de lejos el baño, ya que Luc aún no había pasado el «mes de prueba», y en ese instante se encontraba acompañando a Revy a mear.
—Deberías ir tú con ella, Jane… eh…
Jane negó con la cabeza borracha y cabreada.
—Esa mamona solo sssabem meterse cnmig y gritarme…
—Claro, claro, entiendo… —el rubio puso los ojos en blanco y se levantó para mirar por encima del hombro. Tampoco iba a pasar nada, pero se puso lo suficientemente cerca de la puerta por si se daba algún contratiempo.
Baños femeninos
—Che….oye Luc me caes bien poer peorpro…. —carraspeó—, pero es que no necestio escolta…. Y no meverás el coño tan rápido, JÁ, tennnngomuuucha decenzzz-decen…denen… decenia…
—Tienes mucha decencia, ya lo sé —rio por lo bajo y la quiso soltar, pero casi se le resbala de las manos—. Revy… te puedes hacer daño, por favor, no me des estos sustos… tu pierna…
—Ya va, ya va… tranquilidad, coño, tranquilidad… —alzó las manos y las fue estirando hacia las puertas del baño. Los ruidos allí eran insoportables. En una de las cabinas habían dos follando, y en la otra alguien vomitando, además, el olor era repulsivo. A Luc tampoco es que le supusiera un gran descubrimiento, todos los baños de discoteca eran así… sólo que aquel concretamente no era de discoteca y estaba igualmente plagado de gente. La ayudó a entrar al aseo y verificó a simple vista que la taza del váter estuviera limpia. Revy se frotaba los ojos algo adormilada. Tenía el vientre un poco hinchado.
—Va, que me meo encima… deja eso, JAJAJAJA —le dio un ataque de risa al ver que el hombre estaba limpiando la taza con pañuelitos de papel de su propio bolsillo.
—Por si acaso. ¡No te rías de mí! —dijo riendo también, y la sujetó de los brazos. Revy le hizo aspavientos con las manos para que se fuera. Aunque entendió que tenía que hacerlo y lo hizo, Luc esperó fuera de los baños algo preocupado. No quería que tuviera un resbalón y había muchos charcos por allí, se dejó la muleta en la mesa. Él era su muleta.
Al cabo de unos cinco minutos, no aguantó más y tocó con los nudillos la puerta.
—Revy, ¿todo bien?
Revy estaba doblada sobre una de las paredes, dormida. Al oírle despertó y se incorporó poco a poco. Se limpió como pudo y tiró de la cisterna. Pudo cerrarse los pantalones a tientas, pero iba muy pedo y sabía que lo lamentaría por la mañana.
—Seh… ya estoy, principito… ya estoy…
Luc abrió poco a poco y la ayudó a andar de nuevo hasta la mesa.
Interior del bar
—No me digas eso, cabrón. Yo también había apostado por él. ¿Te has quedado con su reloj?
Dutch no perdía de vista a Eda. No se fiaba un pelo. Nunca le había parecido mala chica, jamás. Los años de experiencia con mujeres le indicaban que no habría nadie mejor ni peor (en la misma medida) que Balalaika. Todo lo demás, le parecería menos en casi cualquier sentido. Pero Eda representaba un peligro latente. Balalaika no había pasado por alto -y él tampoco- que había vuelto a comunicarse con la CIA. Eso representaba un doble riesgo tanto para el ejército de Balalaika como para la empresa Black Lagoon. La imagen de Roberta seguía sin haber salido en los noticieros, y quiso pensar bien de ella y presuponer que no había revelado información de los grupos implicados en ese meollo. El pasado revelaba que Eda había intentado no una, sino dos veces engañar a Balalaika en su propio beneficio… y las dos lo había conseguido, costándole la vida de su sobrina en la segunda ocasión. En cualquier caso, el plan de Eda de tumbar a la rusa no había dado frutos buenos… pero eso no significaba que el Centro de Inteligencia o la Interpol se hubiesen rendido. Saber tanto del bando bueno y del malo era un peligro, y ella lo sabía muy bien.
—¿Y tú, americana? ¿No decías que querías jugar? ¿Has venido sólo a mirar?
Eda se rio junto a aquellos mafiosos y criminales, todos portaban armas y todos intentaban desbancar al otro en aquel torneo amistoso. Ella no era una persona particularmente expresiva con las manos, sin embargo, desde que hablaba con aquel tipo no paraba.
—De todas formas quedará pendiente el reloj. Ya sabes la marca que me gusta. ¡No pienso jugar ahora para que me quites lo poco que tengo!
—¿Lo poco que tienes? Hemos visto en el coche que has llegado, eh… —se desternillaron todos de risa, incluida ella. El hombre la miró de arriba abajo y cuando paró de reír la tocó de la cintura, guiñándole un ojo—. Estás muy guapa, Eda, lo digo en serio. A ver si me paseo por la iglesia… que con ese uniforme de monja me pones más todavía.
—Quítame las manos de encima, capullo. Y arréglate la camisa, que no sabes ya ni dónde andas parado… —le puso bien el doblete del cuello, y el hombre volvió a guiñarle el ojo. Eda puso los ojos en blanco y se despidió de los demás.
Dutch no era gilipollas. Eda no hacía las cosas por azar. Cuando se alejó, vio cómo se introdujo algo en el bolsillo del vaquero y se sentaba en la barra mientras extraía disimuladamente el móvil. Tecleó algo… y Rock no tardó en aparecer también. El negro se terminó su cigarro y volvió la vista a los que jugaban poker. Miró atento el cuello de la camisa. ¿Era cierto que estaba mal de antes? ¿O quizá no? A lo mejor se dejó tocar para poder tocarle ella de vuelta. Eda no era ninguna prostituta y no tenía ninguna necesidad de venderse para esos cometidos. Le asqueaba igual que a cualquier otra mujer ser tocada por aquel siniestro mafioso, que todos en Roanapur conocían bien por sus tratos con la rusa. Era respetado. Dutch quería dejar de cavilar y descansar un poco la mente, pero ya no podía dejar de intentar hilar. Eda se mantuvo cerca de Rock en la barra, hablaban cerca, y hablaron bastante. Él parecía ligeramente alterado y ella sólo le escuchaba mientras bebía de su pajita la piña colada.
Al cabo de un rato, a Dutch no le quedó ninguna duda de que aquello que hablaban, al principio despacio y luego con tanto nerviosismo, era claramente una discusión. Eda apenas interactuaba, sin embargo Rock, con varias copas bebidas ya, no paraba de recriminarle algo. Dutch apostó a que era una escenita de celos. Esos dos traicioneros hijos de puta habían estado juntos todo el periodo en que Revy estuvo de baja, habían tenido tiempo para muchas cosas, pero lo cierto es que a Rock le había perdido la pista por completo, y Eda era de esas personas que sólo podías encontrar cuando ella decidía dejarse ver.
De pronto, un sonido desagradable le despistó de todo ello y se volteó: era Revy, vomitando sin parar.
—Mierda —murmuró Dutch, acercándose a ella. Le do tiempo a sujetarle los flequillos más largos y apartarle la coleta—. ¿Dónde está el príncipe azul?
—Se ha ido a tomar el aire, se estaba agobiando con tanto ruido —dijo Jane, mirando con asco cómo la cerveza salía sin descanso de la garganta de su compañera.
Cuando Revy terminó de vomitar, Dutch la cogió en brazos y le indicó a Benny con la mirada la muleta.
—Anda, vámonos. Esta ya se ha divertido bastante.
Exterior
—¡Pero Rebecca!
—Vamos, vamos, no perdamos tiempo. Lo siento, macho, estaba desesperada por echar mano de la cerveza, hace mucho que no sale. Esta se va directa a dormir la mona.
—No importa… he pasado un rato agradable —sonrió y luego miró hacia los lados—. ¿Aquí dónde se puede pedir un taxi?
—Un taxi, dice… HAHAJAAJAHSHAHJSJAHHJ —Revy se reía contra el hombro de Dutch, aunque tuvo otra arcada y frunció el ceño, palpándose el estómago. Dutch sonrió.
—Eso, tú mejor calladita —volvió la mirada al joven—. Ven con nosotros, anda. Te dejo donde no corras tanto peligro —dijo exagerando, pero antes metió con cuidado a Revy en la parte de atrás.
Antes siquiera de cerrar la puerta, el sonido de tres disparos continuados sembró el terror y el caos fortuitamente en el barrio.
Luc se puso a cubierto tras el coche, impactado y asustado, y Dutch le imitó pero sacando su arma del bolsillo. El francés miró con los ojos como platos el largo de aquel cañón.
Pero dónde cojones he venido a parar…
Vio que Revy se agarraba con cuidado a la tapicería desde dentro del coche. Movía la cabeza despacio. Tenía de repente los ojos muy abiertos.
—Luc, ve a la derecha. Detrás del muro. ¿Ves donde se está yendo la gente? —murmuró Revy.
—Vamos, ven conmigo. Te ayudaré —dijo él, más pendiente a la seguridad de ella que a la propia.
—No. Ve donde te estoy diciendo, y no es una jodida pregunta.
Luc ya la conocía algo para saber su enorme carácter, pero le chocó verla tan lúcida con los sonidos de disparos cercanos, parecía… no tener miedo alguno. Incluso parecía que el alcohol se había dispado de su organismo.
Pero el alcohol no se había disipado en absoluto. La situación de estrés la había puesto alerta. A la mínima que abandonó el coche y corrió a la esquina, Luc vio impactado cómo sacó dos pistolas de su cartuchera, que habían estado ocultas bajo la chaqueta, y apuntaba al interior del local. Deseó que los tiros hubiesen sido por error. Imaginaba que tal vez y sólo tal vez, había sido un malentendido y que aquello no iría a más. Pero se equivocaba.
—¡¡PONLA EN SU PUTO LUGAR, O TE VUELO LA CABEZA!! ¡NO TE LO REPETIRÉ!
—MUÉRETE EN EL INFIERNO.
Un nuevo cruce de tiros se dio, ahora mucho más prolongado. La gente seguía saliendo alarmada del local, incluida una de las prostitutas junto a su cliente, mientras se terminaban de poner agitadamente la ropa. Dutch había reconocido que una de las dos voces pertenecía a Gustavo, del cártel colombiano. Cerró los ojos y presionó los labios al sentir un nuevo tiroteo, estaba demasiado cerca del foco de los impactos, temía sacar la cabeza y recibir una mocha.
—SI VEO A ESA ZORRA CERCA, ENTONCES ESPERA VER TÚ A TODA TU FAMILIA CRIANDO MALVAS.
—PON LA PUTA MALETA DONDE LA ENCONTRASTE, MUCHACHO. HAZLO O TE AGUJEREO LOS DOS OJOS NADA MÁS INTENTES SALIR DE AQUÍ.
—LA MALETA VENDRÁ CON NOSOTROS —emergió una voz femenina y contundente.
Ahí está, Dutch asintió. Sabía que Eda tenía que estar implicada, y ahí acababa de oírla.
—Haz lo que te dicen. Te han pillado, joder… —el tono de voz de Rock era también inconfundible. Dutch echó una mirada a Revy a distancia y señaló el coche, indicándole que se subiera. Revy trató de acercarse paulatinamente, pero de pronto un cruce salvaje de nueve balas rápidas se dio y comenzó el fuego cruzado. La morena dio un quejido y pudo darse por afortunada al presenciar la trayectoria de la bala perdida delante de su puta nariz. Luc notó que el corazón le daba un vuelco. La morena tuvo que volver a donde estaba. Dutch la cubrió al ponerse a su lado.
Gustavo volvió a disparar y esta vez nuevos tiros impactaron fuera, pero el auténtico cruce de balas vino inmediatamente después, cuando buscando salir a la desesperada, Rock corrió y recibió un tiro en el gemelo. Gritó y cayó estrepitosamente en el exterior. Los pocos curiosos que se habían quedado a entender lo que ocurría también empezaron a esfumarse.
Revy mantuvo la mirada fría en los distintos puntos desde los que el cártel estaba disparando. No podía salir de allí hasta que terminaran o hasta que alguien saliese herido y eso no le molaba. Estaba tan tensa, que pronto sintió que la rodilla le daba un aviso, un pequeño pinchazo. Puso una mueca de dolor y negó concentrándose en lo importante.
No me falles en estos momentos, le pidió a su propio cuerpo. Se cubrió rápido cuando otro cruce de tiros reventó lo que quedaba del marco de la entrada. Observó que Rock se arrastraba en la acera en lo que Eda daba esquinazo poco a poco. Estaba logrando retirarse de la zona, sorprendentemente. Los ojos de la rubia miraban con destreza cada dirección desde la que había visto venir una bala.
—Dónde coño ha dejado esa zorra la maleta… —uno de los lacayos siguió con la mirada a Eda, pero no tenía buena visión de ella desde donde estaba situado. Lo que hizo fue aguardar el momento preciso y se acercó rápidamente a Rock, pues sabía que había entrado junto a ella.
—¿¡Y AHORA QUÉ, ZORRA!? ¡¡TE LO DIJE, TE LO PUTO DIJE!! ¡AHORA LE VOY A VOLAR LA CAB…!
Su frase quedó a medias, porque Eda giró rápido y le agujereó la frente de un tiro único. Los hombres del cártel respondieron desde otros dos puntos, pero sólo uno de ellos apuntó cerca. A la rubia le dio tiempo a esconderse. Revy se fijó en Rock y en su pierna herida, que no paraba de perder sangre. Respiraba agitado. Después, miró a Luc, alucinando después de presenciar cómo aquella bala había atravesado el cráneo de alguien en sus narices. Estaba en medio.
Eda se movió despacio por la pared, pero se daba cuenta de que no tenía escapatoria por el lugar por el que le había tocado hacer una mala huida. Eran los estragos de haber sido pillada en un robo. Pero aun así podría huir de allí si los mataba ella antes. Calculó, si no estaban llamando a nadie por teléfono, que le quedaban 3 del mismo grupo. Asomó un instante la cabeza para verificar el estado de Rock, pero al hacerlo cuatro balas despedazaron el muro de piedra y se escondió rápido. Uno de ellos volvió a bajar de su posición, más cauteloso, pero sin quitar la mirada de Rock. Una de las prostitutas se cruzó para tratar de ponerse a salvo, pues no le había dado tiempo a marcharse y se encontraba en la misma situación que la compañía Lagoon. La mujer no llegó a dar ni tres pasos cuando fue tiroteada al segundo por cuatro balas, lanzándola de vuelta al asfalto. Luc cerró los ojos angustiado al presenciar otra muerte tan cerca. Se agazapó bajo el coche.
—SI ALGUIEN SE ATREVE A MOVERSE LO PONEMOS COMO UN PUTO COLADOR. COMO UN JODIDO COLADOR DE MIERDA, ¿¡QUEDA CLARO!? QUE NADIE SE PUTO MUEVA, JODER —gritó el colombiano, furioso.
—Chst. Ricura. Tú. —Clamó la rubia, en voz baja. Luc la miró bastante asustado, pero ni la mitad de asustado que cuando de repente aquella peligrosa mujer le encañonó desde su posición escondida—. Estira el brazo y coge el arma al perro ese que está frito.
—No. Me tirotearán —musitó negando, asustado.
—No tienen ángulo. Coge el arma —insistió Eda.
—No, yo…
—Ahora —le provocó al acercarle el arma, y el chico asintió rápido y gateó temeroso hasta el borde del coche, que era su única protección frente a las balas. Estiró muerto de los nervios la mano y pudo tomar a tientas el arma del que Eda había disparado antes. Con las manos temblando, se giró hacia ella y la observó desde los 4 metros que le distanciaban.
—Dispara dos veces al coche que está delante del que está gritando. Al depósito.
—¿Estás… has perdido el juicio…?
—Hay mucha distancia, no te ocurrirá nada —murmuró, y Luc se quedaba alucinando con la entereza y la calma que aquella tipa desprendía dada la situación. Parecía actuar como si pasara por aquello todas las semanas—. Venga, no tengo todo el día.
—No le metas en tu mierda —oyeron los más próximos a la taberna, era Revy. Entonces Luc volvió la mirada a la rubia, que sonrió divertida.
—Dos Manos, ¿y por qué no haces tú los honores? Supongo que todos queremos salir de aquí, ¿no?
Revy se asomó de repente y, como ya llevaba rato teniendo a uno localizado, apuntó y disparó dos veces antes de volver a esconderse. Uno de los del cártel recibió el tiro en el pecho y cayó sobre el vehículo al cual Eda quería reventar.
—Sólo dos… —mencionó Dutch. Pero eran los dos más peligrosos.
—¿TÚ QUIERES QUE YO TE COMPLIQUE A TI LAS COSAS, RUBITA? ¿ME METO YO EN TUS PUTOS LÍOS? ¿ENTRO YO A TU CASA Y TE COJO EL PUTO PAN PARA HACERME LAS TOSTADAS? ¿ENTONCES POR QUÉ LO HACES TÚ?
Eda no respondió. El otro hombre, callado hasta el momento, asomó de repente los brazos cuando la vio clara y tiroteó de nuevo, y tanto Dutch como Revy tuvieron que responder esta vez, porque hacia donde disparaba aquel cabrón era en dirección a Rock. Dutch recargó el arma y se enfureció de no poder mantener un contacto con Revy en ese momento. Ya no podía verle. Pero quería hacerle un gesto para que se marchara de allí cagando hostias. Los tiros continuaron. Eda no salió ni una sola vez de su escondite.
Rock apretó los labios y recogió el arma que le había lanzado el otro tipo, y que Luc finalmente había soltado. Se giró pesadamente y apuntó al que había visto hablar, pero éste fue más veloz, y cuando se pillaron mutuamente, apretaron el gatillo. Revy dio un suspiro y cerró los ojos unos segundos, al ver cómo el cuerpo de Rock recibía un balazo. Su camisa empezó a mancharse de sangre en una aureola que crecía rápida.
Dos Manos se cabreó y apunto muy rápido, y no sólo una, sino dos balas atravesaron la cabeza y el cuello del que había disparado. Pero ahora ya no sentía ninguna calma, ninguna. Se puso nerviosa porque quedaba otro tirador y Rock había recibido un tiro en el pecho. Eda, la autora del otro disparo, apretó la cabeza contra el muro y lanzó un improperio.
—E-Eda… —rogaba el japonés.
—Tranquilo, Rock. Aprieta la herida con la mano.
Luc negó con la cabeza viendo la frondosidad de aquella herida. Ese hombre se iba a desangrar si no recibía atención temprana. Ellas lo sabían… y él mismo también. Pero era demasiado. Pasara lo que pasara, si salía vivo de aquello, era demasiado. ¿Por qué iba una mujer normal traerle a un sitio así? Dutch de pronto salió de su escondite y también disparó, pero no tuvo éxito. Eda salió bruscamente de su escondite y empuñando el arma con dos manos comenzó un tiroteo en dirección al blanco. Sabía dónde estaba el otro y no tardó en recibir respuesta, pero no paró de moverse y de correr para que las balas no llegaran a impactar. Cuando la cadencia de los tiros empezó a ser desfavorable para la exagente, ésta rodó hacia un lado y tomó aire. Asomó lentamente la mirada por debajo del coche… y un tiro alcanzó su pestaña, notó el calor de la bala impactado en el asfalto. Por poco pierde el ojo. Rodó de nuevo y volvió a empezar. Dutch trató de cubrirla; el colombiano tuvo que moverse del escondite. A la mínima fracción de segundo que asomó la cara Eda lo alcanzó de un balazo crítico en el cuello.
El hombre se tocó la garganta, empezando a sangrar también por la boca, y aunque disparó de vuelta con las nulas fuerzas que tenía, fue bala perdida.
Entonces Eda corrió hacia Rock velozmente y lo puso de lado, oyéndole soltar un largo gemido adolorido.
—No cierres los ojos. No te duermas. Rock… ¡eh, Rock!
¿Qué no me duerma? Es lo único que deseo… des…can…sar…
La vista se le nubló.