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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 24. Una nueva debilidad

Un mes más tarde

—Pues al parecer, el tal Floch Forster estuvo dando algunos tumbos por el muro María, pero son sólo habladurías.

—¿Y qué hacía?

—¡Sólo son habladurías! Ve a saber, qué hacía el fanático…

Hitch se quedó pensativa, pero no atinaba a saber en qué diantre andaría pensando ahora el imbécil pelirrojo. Fuera como fuera, y aunque sólo fuera un rumor, que pululara en una zona donde la vigilancia escaseaba era muy sospechoso.

—¿Han mandado alguna tropa de incógnito allí? —preguntó Hitch a su amiga, que era la que estaba contando toda esa información.

—La mandarán —asintió Boris, contestando por la otra. —Deben de haberlo hecho ya, en realidad. Pero si hay algún topo por la Policía Militar, es normal que no sepamos nada. Lo habrán hecho sin avisar a nadie.

—Como sea, no creo que encuentren nada allí. Espero que no sigan mandando tropas, no sé si se piensen que aquí estamos para quedarnos sin guardias sin motivo —dijo la otra chica, elevando los hombros. De pronto por fin llegó una de las cocineras y avisó a los policías de esa ronda que el arroz estaba listo. Hitch, Boris y tres compañeros que estaban sentados en la misma mesa se levantaron y pusieron sus bandejas en el raíl, esperando que las cocineras pusieran la comida en sus platos mientras seguían hablando.

—¿Hoy tocaba entrenamiento en el mismo cuartel?

—Parte de los subordinados están merodeando el muro Rose, al lado de los vigías. Aquí no se descansa ningún día de la maldita amenaza.

—De poco servirá que estén en lo alto del muro si no llevan equipo de maniobras —alegó Boris, suspirando fastidiado. Se acercó su plato de arroz caliente y recién hecho, que emanaba un olor muy agradable, junto al pan y las lentejas. —Ya era hora… me encantan las lentejas, joder. Por fin.

—Pero de nada servirá el equipo si lo que hay dentro de los muros son colosales. —Boris apretó ceñudo los labios, asintiendo sin réplicas a lo que decía ahora Hitch. Era cierto. —Si el retumbar es activado, dependiendo de qué muro se trate, o si son todos a la vez, es probable que incluso la ciudad interior se vea muy afectada.

—Después de lo que has vivido y lo que has visto, no osaré llevarte la contraria. —Dijo Boris. Sin poderse contener, pasó un brazo alrededor del cuello de Hitch, achuchándola con cariño. —Espero que algún día puedas perdonarme por…

—¡Quítate de encima! —dijo riendo Hitch, empujándole sin fuerza.— Nada de lo que ocurrió fue tu culpa. Ya está olvidado.

Juntos fueron los cinco de nuevo a su mesa. Al sentarse con los platos a rebosar, Boris probó varias cucharadas rápidas de su plato, tragando con ansias. Hitch levantó el dedo índice en dirección a él, burlona y mirando al resto.

—¿Ha estado encarcelado o qué? —todos rieron a carcajadas y Boris al tragar le sacó la lengua, era uno de sus platos favoritos. A Hitch no tardó en llegarle el fuerte olor de las especias, la salsa, y las verduras cocidas cuando él comía, era como si inundara sus fosas nasales.

—Pero yo diría que eso está caducado —dijo una de las chicas, meneando sus lentejas con desconfianza. Sé que las patatas tenían ya más brotes que…

—Huelen fuerte, ¿no? —dijo Hitch, sintiendo en su garganta un halo de repulsión hacia la comida.

—Bueno, de olor no están tan mal. Serán las especias —murmuró otro de los compañeros, que probó un poco. —A lo mejor nos envenenan a todos. —Aquello provocó la risa de los demás. Hitch sonrió, aunque al verles comer a todos notaba que se estaba descomponiendo. Y sintió sudor frío en el cuello. Volvió la vista a su plato, y al hacerlo y mover la cuchara por las lentejas el olor entró por sus fosas aún más potente. Miró hacia otro lado.

—Esto es incomible —sin esperárselo, notó que su cuerpo dio una leve contracción de rechazo, una arcada que pudo detener a tiempo al forzar su garganta. Se puso el puño en la boca, que aún tenía la cuchara entre los dedos, y cerró los ojos.

—Cómete el arroz. ¿Por qué no pides directamente la sopa de segundo? Las lentejas están un poco fuertes.

Hitch negó con la cabeza y las manos empezaron a temblarle. Se sostuvo al borde de la mesa y se puso en pie despacio. Esto hizo que Boris dejara de comer, mirándola preocupado.

—¿Estás bien?

—Sí. Voy a dar una vuelta.

Boris la siguió con la mirada según se alejaba, la vio quitarse la gabardina militar.

Despacho de Hange Zoe

—Supusimos que algún infiltrado de Marley más entraría en nuestras instalaciones con el afán de seguir… ¿molestándonos? —Hange cruzó los tobillos por encima de su mesa, mirando a Pieck. La tenía calada desde hacía varias semanas, pero prefería esperarla a que hiciera algo sospechoso para encontrarla. Al final, por raro que pareciera, la propia muchacha se había logrado introducir allí por las buenas, y nada más lo hizo, dejó que los guardas la maniataran. Hange sabía que aquello tenía que tener algún propósito detrás.

—Necesito quedarme aquí por un tiempo largo. O al menos, el suficiente para dar con Eren Jaeger. Es obvio que estará por aquí, planeando en qué momento activar el retumbar.

—Y creías que si eso mismo lo hacíamos sólo el Cuerpo de Exploración sería insuficiente, ¿verdad? Qué considerada. ¿Y tú, Reiner, algo que decir en tu defensa?

Zoe lanzó una mirada a Reiner, al que sí habían sacado a rastras de su hostal, sin darle explicaciones de lo que sucedía.

—¡Él no tiene nada que ver con mi decisión! —replicó Finger. Hange alzó un dedo y le pidió silencio.

—Es cierto. Pero no me importa en absoluto. Aguardaba esto en cualquier momento. Ya sabía yo que ocurriría. Así que si queréis encarcelarme, adelante.

—Reiner, tu pasividad deja mucho que desear. Pero en realidad esto no es más que una formalidad. Queremos el apoyo de los dos, incondicionalmente, para salvar Paradis ante cualquier ataque enemigo. Eso incluye Eren Jaeger.

—¿Así que Eren Jaeger es ahora vuestro enemigo?

—Y eso significa que tenemos un enemigo común —asintió Hange. —Pensadlo cuanto queráis. Pero quiero una respuesta mañana mismo. Si no hay disponibilidad por vuestra parte, seréis deportados de la isla.

Levi asintió con firmeza a las palabras de su compañera. No obstante, pasó algo inesperado. Pieck miró hacia otro lado, tragando saliva. Reiner la observó de reojo y se puso de pie tan rápido que alertó a los vigilantes que habían rondándole, le apuntaron con sus rifles.

—Dejadla vivir tranquila, necesita reposo. Yo me ocuparé de la parte que ella tenga que hacer y de la mía.

Hange arqueó una ceja y miró a Pieck.

—¿Qué te ocurre?

—Nada. Reiner, es mi decisión. Y la tuya también. Haremos lo que nos pida. Es mi última palabra.

Levi y Hange cruzaron miradas, y también lo hicieron la propia Pieck y Reiner.

Casa de Hitch Dreyse

Annie se despertó de inmediato al sentir un portazo. Se había quedado dormida en el jardín trasero, pero ante semejante ruido, se puso al acecho y rodeó la casa con cuidado, mirando a través de las ventanas. Cuando llegó a la parte frontal vio la puerta abierta y fue sacando lentamente una navaja de su cinturón. Separó más la puerta del marco, poco a poco, pero entonces su expresión cambió al identificar el sonido que hacía la persona que acababa de entrar. Abrió la puerta del baño y se apoyó en el marco, mirando a Hitch con una rodilla en el suelo y vomitando sin parar en el inodoro. Ladeó la cabeza observándola con cierto interés, impasible y sin expresión como siempre.

—¿Estás bie-…?

Una nueva náusea abordó a su amiga y volvió a devolver, aunque esta vez ya poco más salía de su boca que bilis. No había comido nada, así que poco había que expulsar. Hitch sintió un profundo mareo y malestar y se dejó sentar abruptamente en el suelo, respirando despacio. Cuando Annie vio que tenía el cuello transpirado soltó la navaja que cargaba y mojó una toalla, acuclillándose a su lado.

—¿Te ha sentado mal algo? —preguntó, mirándola a los ojos. Pasó la humedad fría por su nuca y Hitch finalmente se apoyó en la pared, estirando las piernas.

—No sé. Estaba bien hasta que me llegaron todos los olores del comedor. Qué asco…

—¿Del comedor? El cuartel está a bastante de aquí.

—Me he aguantado las ganas de vomitar hasta llegar aquí. Tengo un mareo encima…

—Puede ser un brote infeccioso. Ten cuidado.

Hitch puso los ojos en blanco, era ya lo que le faltaba, enfermarse. Se giró poco a poco y Annie la ayudó a ponerse en pie. Se lavó la cara con agua helada y se limpió la boca.

—Ata mi caballo, por favor. Ni siquiera le he quitado la montura.

—Bien.

Annie salió al exterior, siempre con algo de precaución. Tenía sus propios cálculos hechos acerca de lo que tenía que hacer para regresar a Marley, pero con tanta vigilancia intramuros, eso era ahora imposible. Además, era buscada. Agarró las riendas y las desajustó de la quijada del animal, y después hizo lo propio con la montura. Pero escuchó cascos a sus espaldas y fue suficiente para esconderse tras el caballo y asomar medio rostro. A caballo vio a Pieck, Reiner, Hange y Levi y casi pierde el resuello. Se agarró fuertemente a las crines del caballo de Hitch y dio un salto enérgico, acomodando su cintura sobre él. Pensaba huir sin mirar atrás, le daba igual que fuera sin montura. Si la encontraban…

—¡ANNIEEEEEE! ¡No seas tonta mujer, si ya sabemos que llevas tiempo ahí!

—¡ANNIEEEEEE! ¡No seas tonta mujer, si ya sabemos que llevas tiempo ahí!

Annie frunció el ceño mirándoles con mucha desconfianza.

—Armin nos lo contó. Tranquila. No vamos a matarte… aún. —Dijo Levi, mencionando la última palabra en voz baja. Annie seguía recelosa sin moverse, pero Reiner adelantó el paso hasta ella y frenó el caballo.

—Tranquila. Tienen una propuesta que hacernos. Y saben que Armin y Hitch han estado trayéndote comida estas semanas.

—Esa lengua larga… —masculló la rubia de mala gana, echando una mirada rápida a la vivienda de Hitch. Finalmente se bajó del caballo y lo dejó bien atado. Y subieron el porche todos; Hange tocó dos veces en la puerta abierta y se adelantó a entrar.

—¿Se puede? Venimos sin invitación, lo sentimos.

Levi miró con satisfacción lo limpia y recogida que estaba la casa. Era muy agradable. Annie fue la tercera en entrar. Vio que Hitch salía del baño apoyándose en la pared y corrió a su lado, cargando con su brazo al cuello.

—No se encuentra bien —murmuró Annie, ayudando a su amiga a tomar asiento en uno de los sillones del salón.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Hitch, frunciendo el ceño. Parecía que, aunque estuviera débil, el vomitar le había dejado algo mejor el cuerpo. La joven tomó asiento y tragó saliva, tratando de concentrar los ojos en sus camaradas. Al ver a Pieck y a Reiner frunció las cejas. —Qué pasa. —Repitió. —Él no tiene permiso para poner un pie aquí.

Annie subió la mirada a Reiner, silenciosa y analítica. Cruzó los brazos lentamente y se acabó sentando en el reposabrazos del mismo sillón donde estaba Hitch. Reiner luchaba por no establecer mucho contacto visual con Dreyse.

—Puede que sea la fiebre…

—¡¿Qué?!

Hange se tocó con fuerza el tabique nasal, cerrando los ojos. Suspiró de mal humor.

—Hay una fiebre extendiéndose desde Shinganshina. La única forma de que hayas podido contagiarte en dos semanas… es porque hiciste el reparto con los otros tres de tu cuadrilla aquel día. De hecho los tres están enfermos.

Al oír aquello Annie se levantó de un salto del lado de Hitch, dándose la vuelta pero manteniendo los brazos cruzados. Ese gesto hizo reír a Pieck, aunque la rubia se giró a comérsela con la mirada.

—Si tiene las mismas fiebres que se registraron hace años, será mejor ponerla en cuarentena —manifestó la de ojos azules.

—¿Quién demonios ha hablado de fiebre? Yo no tengo fiebre. Sólo ha sido un mareo.

—Bien, bueno… en cualquier caso sería bueno que el médico encargado de la ciudad interior te mirara como es debido.

Pieck se atusó el pelo y se tomó la libertad de quitarse la capa. Miraba de reojo a Hitch, se notaba que estaba incómoda y algo pálida.

—Pieck Finger y Reiner Braun serán nuestra primera mano de ataque llegado el momento… contra Eren Jaeger.

Hange explicó todos los pormenores de la posible batalla, si es que la había, entre Eren y el resto de titanes. Lo único que podía jugar en su contra era que Marley trajera otros cambiantes, pero haciendo recuento, ya no quedaban muchos… y era una baza que usarían.

A cada nueva frase de Hange o Levi que se lanzaba al ambiente, Hitch sentía una gran debilidad. Los temas de los que hablaban eran de suma importancia, y como policía militar tenía que estar atenta para cumplir con su parte, pero el cerebro se iba alejando de allí despacio, cada vez más, y más y su estómago volvía a revolverse. La habitación le daba vueltas. Sintió apuro al estar tan acompañada, pero tuvo la urgencia de beber agua fría, y se levantó del sillón al final, mientras todos los demás miraban asintiendo a Hange. Llegó hasta el cubo de agua fría de la encimera y se sirvió del garrafón una buena cantidad, pero el sólo hecho de sujetar la jarra le tensó todo el cuerpo. La voz de la mayor le entraba por un oído y le salía por otro a sus espaldas, difuminándose con las demás frases. Lo siguiente que oyeron los demás fue un estrépito y todos voltearon como gatos, Levi abrió los ojos. Reiner se levantó de su silla como si tuviera un resorte y corrió hasta el cuerpo de Hitch, que se acababa de desplomar contra el suelo. Le dio tiempo a acuclillarse frente a ella, pero en cuanto empezó a colar sus brazos por su espalda para recogerla Annie le empujó con brusquedad, arrodillándose a su lado y tomándola ella. Reiner le apartó a la rubia los brazos, pero hubo un breve forcejeo entre ambos que concluyó con Annie interponiéndose, siendo la que separó medio cuerpo de Hitch entre sus brazos.

—Es más grande que tú, si se te cae le vas a hacer daño.

—Cierra la boca. Ni la mires. —Dijo Annie manteniendo fijamente la mirada en la de Reiner, realmente daba pavor aguantarle la vista más de dos segundos, Annie podía devorar a cualquiera sólo con los ojos.

—Apartad los dos. —Farfulló Levi, aproximándose al cuerpo. Annie le miró completamente seria, sin expresión. Pero con Levi aquello no tenía efecto. —He dicho que apartéis. —Alzó la voz y se inclinó lo justo para cargar el largo cuerpo de Hitch en los brazos. El capitán era de baja estatura, sin embargo, la fuerza de sus brazos y sus entrenamientos tan continuados hicieron que el peso de la cadete le pareciera el de una pluma. —APARTAD DE EN MEDIO. MALDITA SEA.

Reiner apretó con mucha fuerza los puños y se apartó, no sabía por qué pero se sentía culpable de todo lo malo que pudiera pasarle a esa criaja. Bufó y masculló en voz baja, refunfuñando cuando Levi pasó a la habitación de la chica. Hange y Pieck entraron también al cuarto y la examinaron por encima.

—Está sudando. Podría ser la fiebre —murmuró Hange.

—No. —Murmuró Pieck tocándola de la frente. —Dejémosla descansar. Ni siquiera creo que haya escuchado la mitad de lo que decías.

Al cabo de unos minutos la chica despertó, y sus ojos se detuvieron en las caricias que Pieck hacía despacio sobre sus manos.

—Ohayoo —sonrió dulcemente la de pelo negro, mirándola con delicadeza. —Te has dado una buena torta… ¿estás bien? ¿Me escuchas bien, te duelen los oídos…?

Hitch frunció enseguida las cejas, lo que le dolía era la coronilla de la cabeza, pero supuso que era del golpe al desmayarse. Tragó saliva y enseguida vio aproximarse un vaso de agua con azúcar a los labios que Pieck le ofrecía. Bebió una buena cantidad y por lo menos el cuerpo pareció asentársele por la ingesta veloz de glucosa. Reiner trató de entrar a la habitación, pero la que custodiaba la puerta era Annie, y aunque pretendió pasar sin mirarla, era como intentar evitar la mirada a una leona peligrosa. Ambos conectaron sus iris, Annie tenía tal fiereza en sus ojos que se sintió verdaderamente intimidado. Ella le siguió en todos sus movimientos, viendo cómo el rubio se acuclilló frente a la cama y se aproximó a Hitch, susurrándole.

—¿Cómo te encuentras?

—Bueno. Parece que tenía que darme un golpe en la cabeza para quedarme mejor —bromeó la de pelo corto, frotándose un ojo con la mano. Reiner vio que la mano le temblaba aún un poco y la atrapó entre las suyas, más grandes y fuertes. Hitch dejó de sonreír despacio y llevó sus ojos verdes hasta los de él, mirándole instintivamente los labios, pero en seguida apartó la mirada. Pieck pareció notar la conexión entre ambos y se levantó rápido de la cama, carraspeando.

—Annie, ¿tomamos algo de la cocina? ¿Vienes conmigo?

—No.

Reiner vio por el rabillo del ojo cómo la mano de Pieck cogía a Annie de la capucha de la sudadera y la arrastraba a la cocina a la fuerza, la rubia miró a Reiner con maldad hasta el último segundo, pero finalmente los dejaron solos.

Reiner se acomodó mejor, ahora sentándose sobre la cama y apretó sin fuerza la mano de Hitch, acariciándola con sus pulgares.

—Siempre me han parecido preciosas. —Murmuró, bordeando con su dedo el pulgar de Hitch con suavidad. Tenía los dedos largos y femeninos, y las uñas rosadas.

—No sé qué estás haciendo.

Reiner asintió, dejando de acariciarla poco a poco, hasta ponerse en pie.

—Siento lo que te dije hace tiempo. Yo…

—Por favor, Reiner… —Reiner la miró sumamente atento, callándose. —Por favor, sal de mi casa. No quiero verte nunca más.

Reiner sintió que algo se le quebraba al oír aquellas palabras, pero se las tenía profundamente merecidas. Si empezaba a marear a Hitch, diciéndole ahora que la quería, sólo la lastimaría más. Pieck se quedó hablando con Annie en la cocina cuando ambas vieron que Braun salía al escaso minuto, golpeando la puerta de un portazo. Pieck puso los ojos en blanco y Annie se quedó mirando a través de la ventana. Ambos se reunieron con Levi, Hange, y sorpresivamente, también con Armin y Mikasa. Después de cruzar algunas palabras con los cadetes Armin miró a la casa, y sus ojos azules se cruzaron con los de Annie, que se escondió rápido tras la pared de al lado de la ventana. Habían estado hablando esos días, pero profundizar en una personalidad como la de la rubia no era ninguna tarea fácil. 

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