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CAPÍTULO 25. Visita hospitalaria


Rock sufrió mucho los primeros días… y le sorprendió que Revy fuera su única visita. A menos que los calmantes le hubieran jugado una mala pasada y le hubieran borrado parte de la memoria, no recordaba haber visto a Eda desde el tiroteo. El primer día lo pasó por alto, pero el segundo, bastante más cabreado, la telefoneó sin parar al móvil, y más cabreado se puso cuando no recibió contestación alguna. Empezó a imaginar lo peor. Recordaba grandes trazos de lo que había hablado con Revy. ¿Habría sido capaz de contárselo todo a su amiguita del alma? ¡Llevaban meses sin dirigirse la palabra! ¡Y todo gracias a él! Sintió, con cierta satisfacción, que las había enemistado y que no quería que se llevaran bien nunca jamás, porque eso haría que él no pudiera beneficiarse de ellas, y no precisamente en el sentido carnal. Rock había dado tumbos psíquicos el último año, no todos para bien. La gente de su alrededor también lo sabía. Estaba adquiriendo la mala sangre de Roanapur y sus delincuentes; cada vez era más y más indolente con las personas que le rodeaban. Por supuesto que quería volver a Black Lagoon, porque no se había olvidado de Revy en el terreno sentimental, y tras todo aquel tiempo junto a Eda se había dado cuenta de que era la más tierna y entregada de las dos. De Eda no podía esperar grandes confianzas, porque le parecía más inteligente y astuta que Revy. Pero a Revy… con Revy podía. Con Revy podía tener todo en la vida, era el ingrediente que le faltaba para ser feliz. Tenía dinero, una dinámica estabilidad en el trabajo que le mantenía activo, y Revy estaba en el mismo ambiente sucio y podrido en el que él necesitaba estar para hacer avances en la sociedad.

He metido a una loca pedófila en la cárcel. Una criminal de guerra. Deberían pagarme por lo que les he conseguido. Y aquí estoy, solo y amargado.

Dio un golpe en la mesa y entonces sintió que tenía que volver al mundo real: sus costillas seguían astilladas y sus fibras musculares jodidas. Gritó de dolor y la puerta se abrió de repente. Una enfermera negó con la cabeza y se acercó a él despacio, ayudándole a ponerse recto.

—Pero tenga cuidado, hombre… ¿no ve que está curando una herida de bala?

—Al lado de la del pecho, la herida del gemelo ni la noto.

—Porque esa fue un roce… afortunadamente. La del pecho fue más grave —le intentó explicar con dulzura—. No me asuste más, eh. Pensé que se había caído.

—Es usted la única que se preocupa por mí, al parecer —masculló—. ¿He tenido alguna visita en la madrugada?

La chica negó con la cabeza.

—No que yo sepa… lo lamento. Pero estaré yo por aquí si necesita algo, ¿de acuerdo?

Rokuro asintió y le sonrió, pero en cuanto se dio la vuelta, se le volvió a descomponer el rostro. Agarró el teléfono de nuevo y probó a llamar una vez más a Eda.

Esta vez aguantó tooooodo el rato que el teléfono comunicó. Por fin, después de dos largos minutos, Eda descolgó.

—¿Hola…? —preguntó Rock, intentando regular su cabreo en el tono.

—Estoy ocupada. —Le contestó Eda, con total neutralidad. Rock se quedó callado. Pero al afinar un poco el oído, se dio cuenta de que había sonido de viento en la llamada. Estaba caminando o conduciendo con las ventanillas bajadas.

—¿Ocupada con qué? Viniendo aquí a ver si sigo vivo, ya veo que no.

Eda le colgó.

Rock se separó lentamente el móvil de la oreja al oír la finalización de la llamada. Frunció las cejas y miró la pantalla, alucinado. Le había colgado. Le daba igual que estuviera allí.

—Pero si lo peor de todo es que ha sido tu culpa, zorra… —balbuceó con asco y cerró los ojos para controlarse.

¿Pero qué coño me pasa? Sólo tengo ganas de matar a alguien, a quien sea…

Respiró hondo y volvió a llamarla, pero Eda esta vez le colgó sin permitir que llegara ni al segundo tono. Se abrió el contestador y Rock tragó saliva. Midió con lupa cada palabra que salió de sus labios.

—Estoy cabreado, lo siento. No quiero meterte prisa ni distraerte de tus responsabilidades. Me ha chocado que no estés aquí ni siquiera para preguntar cómo estoy, teniendo en cuenta que por no hacerme caso en el bar, ha salido mal todo esto. Y ni siquiera me contaste qué había en la maleta, Eda… me limité a ayudarte con tu plan sin esperar nada a cambio. No sé qué te he hecho para merecer este desplante. Pero te necesito. Por favor, contéstame en algún momento que no estés ocupada. Llámame, lo que sea. Pero no me dejes aquí solo… porque me voy a volver loco. ¿Vale…?

Desde la otra punta de Roanapur, Eda oía el mensaje de voz del contestador, apenas 30 segundos después de que él lo enviara. En ese momento se encontraba realizando unos envíos por correo para presentar documentación que su padre había requerido de urgencia, así como el informe de las primeras escuchas que había instalado con éxito. No le gustaba aquel tipo de espionaje donde el agente debía actuar a espaldas de su presa, porque eso siempre traía consigo una ristra de consecuencias. Prefería ser vista y hacer las cosas con disimulo, y no enteramente a escondidas. Pero no le había quedado otra alternativa. Sabía que su padre vigilaba lo que hacía, al igual que sabía que si iba al hospital con Rock, se enteraría. Y no le importaba una mierda que se enterara. Había algo más importante que le había molestado del japonés, y el motivo por el que marcaba distancias. Pero hasta una persona tan egoísta como ella tenía su corazón. Rock le gustaba y era consciente de las dificultades que le supondría eso. Sentirse débil ante otra persona era muy peligroso, sobre todo teniendo en cuenta la gran incompatibilidad de su trabajo y el de ella a efectos prácticos. Él seguía trabajando para Balalaika, aunque fuera casi siempre en la distancia. Cuando oyó su mensaje completo, se tomó un momento para reflexionar y se frotó los ojos, pensativa. Resopló.

Compañía Lagoon

Dutch observaba desde la ventana del alto almacén cómo el joven Batareya ayudaba a Revy a subirse al coche, en los asientos de atrás.

—Así que es hijo tuyo. Si no llegas a decírmelo, jamás lo habría dicho, Balalaika —murmuró el negro.

—Le han dado unos días libres del correccional.

Dutch asintió. Recientemente acababa de confirmar no sólo de que era madre, sino que además, el niño había cometido un homicidio recientemente. Al principio no entendió por qué le había contado todo aquello, pero luego, cuando la escuchó hablar y expresarse de él, se percató de que estaba depositando en él una confianza extrema.

—Con mis hombres y en mi presencia siempre estará protegido, pero me consta que hay territorios bajo el dominio de Chang… territorios muy próximos a este mismo muelle. Supongo que ya lo sabes.

Balalaika jamás le contaría a la compañía Lagoon que Vadim fue quien intentó asesinar a Revy por mandato de Chang. Dutch se quedó mirando con atención al muchacho mientras conducía.

—¡Míralo, el cabrón! Si ya sabe conducir y todo…

—Sabe hacer de todo. Menos ser feliz.

Dutch elevó la cabeza y miró a Balalaika. Le sonrió.

—Estará protegido aquí y tienes mi palabra de que podrá huir en nuestro barco cuando sea necesario. No tienes que darme más explicaciones si no quieres…

Blalalaika se quedó observando la alta y enorme espalda de Dutch. Se había encamado con él alguna vez, ya en el pasado lejano. Fue la segunda vez que quedó embarazada, pero aquella vez, cortó por lo sano y nada más abortar, se cortó las trompas. No tenía tiempo ni corazón suficiente para dedicar a aquellos escenarios. Jamás se lo contó a Dutch, porque sabía que sólo por habérselo ocultado, no la perdonaría. Siempre se había sentido en deuda con él de una manera u otra. Pero era por sus propios pecados.

—He sido muy dura con él. Y ahora me encuentro en una situación compleja. No sé cómo abordarlo —le confesó, acercándose de a poco a la ventana—. Creo que necesito un consejo de alguien que esté fuera de los estandartes militares… mis hombres no podrían ayudarme.

—Dispara.

—¿Cómo podría contarle quién es su padre?

Dutch apretó un poco los labios… menuda pregunta. Bajó el tono de voz, preocupado.

—Balalaika… y yo que sé.

—Eso mismo estaba pensando yo —arqueó las cejas mirando al frente y suspiró divertida—. Bueno, es toda una ayuda saber que no se trata de mi poca creatividad.

—Es que… el chaval está criado ya. ¿No has tenido tiempo en trece años de explicarle quién es su padre? ¿Él nunca te preguntó?

—A mí no me lo preguntó. A mi padre sí. Un par de veces.

—¿Y qué le dijo?

—La primera vez fingió un malestar repentino y me llamó a mí, pero estaba ocupada, así que no pude cogerle el teléfono. Como era muy pequeño, se le olvidó enseguida. Pero luego creció un poco más y lo volvió a preguntar. Y le dijo que era un veterano de guerra, como yo.

—Pues sí que estuvo acertado.

—Mi padre tampoco sabe quién es el padre.

—Joder. Menudo follón… pues lo veo bien jodido. Se lo digas como se lo digas, será extraño para él.

—Esperaré que lo vuelva a preguntar. Y entonces… se lo diré.

Dutch tragó un poco de saliva. El niño era muy alto para su edad, tenía las extremidades grandes y fornidas, una espalda ancha, pero en su cara se apreciaba aún la niñez. En cualquier caso, Dutch no necesitaba pensar demasiado para dar un nombre. Había visto fotos de los años donde Balalaika apenas era una veinteañera de pelo corto, con la cara sin quemar e ilusión por ascender en el escalafón militar… no se separaba entonces de Boris. Y Boris, antes de sufrir el tajo que le marcó la cara para siempre, era una versión de Batareya.

—Es Boris, ¿verdad…?

Balalaika movió la lengua por el labio inferior, asintiendo sin decir nada.

—Cuando termine su etapa en el centro, tráelo aquí —murmuró después, girándose a ella. Balalaika le miró de reojo, algo insegura—. Te lo dejaré criado y con buenos principios. Le tendrás cerca y él tendrá trabajo. Si es que no tiene otro sueño de por medio, claro.

Balalaika sonrió un poco y rebuscó otro puro entre los bolsillos de su chaqueta.

Habitación hospitalaria de Rock

Después de todo el día completamente solo y de rechazar la cena por puro mal humor, el servicio de la tele concluyó y se quedó a oscuras. Al final fue sólo cuestión de tiempo para que se quedara dormido. Sobre las 3 de la madrugada, sin embargo, la puerta se abrió sigilosamente y tenía el sueño tan ligero que parpadeó enseguida, fijándose en la figura que se acercaba a la camilla.

—Eda… dichosos los ojos. No me has contestado en todo el día —trató de sentarse en la cama, pero al mínimo esfuerzo dio un quejido. Ella le hizo un gesto con la mano para que se detuviera. Se inclinó a por el mando de la camilla y fue levantándole poco a poco el respaldo; Rock sonrió aliviado.

—He estado trabajando, no te podía responder —le dijo en un tono bajo, el silencio en el hospital a aquellas horas, por respeto a los pacientes, era sepulcral. Rock había tenido suerte de tocarle una habitación que no tuvo que compartir con nadie, sólo estaba su camilla.

—Todo el mundo tiene un momento para responder un mensaje, pero haré como que te creo —le contestó, recuperando poco a poco el enfado perdido a medida que se iba desperezando—. Me he pasado el día solo. Pensé que me iba a dar un ataque de nervios.

Eda deslizó el abrigo por sus hombros, llevaba una camiseta manga larga negra debajo. Rock la siguió con la mirada, pero ella no parecía estar por la labor de responder.

—¿Qué te pasa, por qué estás así? —la interrogó.

—No me pasa nada, estoy cansada.

—¿Por qué coño no has venido a verme después de que me tirotearan? ¿Qué te pasa en la cabeza?

Está bastante guerrillero…, pensó Eda. Pero tenía derecho a cabrearse. Lo que Rock desconocía era que sí había intentado verle, cuando él aún estaba en esa misma camilla pidiéndole a Revy otra oportunidad. Eda le recorrió con la mirada despacio, y se planteó si merecía la pena contárselo.

—Te he traído algo de cenar. Bueno, lo que me ha sobrado a mí.

—Lo que quiero es saber qué coño te pasa en la cabeza. ¿Acaso te importo una mierda, Eda? ¿Alguna vez te he importado una mierda? —su tono cada vez era más elevado.

—Cierra el pico, Rock.

—¿Piensas contarme en qué has estado trabajando hoy?

Mi padre ha reaparecido en mi vida, obligándome a estar a su servicio en lugar de recuperar mi puesto en la CIA. Las misiones vuelven a ser como cuando tú solo pensabas que era una monja pistolera, por lo cual, tendrás que joderte y no saber nada. Y yo tendré que mentirte con la naturalidad con la que lo hacía entonces.

—De momento serán labores administrativas hasta que consideren que estoy capacitada para regresar a mi anterior puesto. Si me dan el visto bueno, probablemente pida una mesa como inspectora. Eso estaría bien.

Eda sabía mentir bastante bien, porque casi siempre dosificaba las mentiras con muchos trazos de verdad. Pero se notaba cansada, muy cansada, sobre todo físicamente en aquel momento. Le dejó la comida en la mesita que había al lado de la camilla. Rock movía los labios, mirándole de hito en hito.

—Revy ha sido la única que ha estado conmigo aquí.

—Me alegro por ella. No sé mucho de su vida últimamente.

—Ya, ni yo tampoco —se palpó el pecho con la mano, muy despacio.

—¿Puedo ver la herida? —murmuró inclinándose hacia él, y justo cuando iba a apartarle el camisón, Rock la sujetó de la mano.

—¿Te importa, acaso?

Eda soltó una risita cargada de sorna, que a Rock le hirvió la sangre.

—Deja de reírte —murmuró en tono de advertencia.

—Ah… —se contuvo con cierta dificultad—. Disculpa. Es que estás muy mono, tan cabreado. No te puedo ni siquiera tomar en serio.

El japonés se quedó mirándola. Apartó de mala gana la mirada y buscó algo con los ojos. Cualquier cosa. Vio el envoltorio con la comida y, agarrándolo con la mano, tomó impulso sin importarle nada y lo lanzó con toda la fuerza que pudo en su dirección. La comida, que iba envuelta en un taper de aluminio, impactó en Eda y no la manchó, pero al caer contra el suelo se veía que tras la bolsa se había desperdigado todo. Eda dejó de sonreír ante aquel gesto y miró la comida tirada.

—Maldigo el puto día en que llegué a fijarme en ti —pronunció el japonés —Eda subió la mirada hacia él, ahora muy seria. Quiso hablar pero la cortó rápido—. Eres peor que un perro con rabia, me has contagiado tu asquerosa personalidad y ahora yo tampoco aguanto a nadie. No sé cómo has logrado convertirme en la mierda que ahora soy, pero te juro por Dios que me arrepiento de todo lo que me has hecho hacer y de todo lo que he vivido contigo. Eres una mala persona.

Eda se mantuvo impasible ante todas aquellas recriminaciones, era un hueso duro de roer. Pero se le quedó mirando fijamente, atenta a cada expresión que ponía. Rock se sintió, una vez más, débil frente a Eda, y sumado a la rabia que tenía dentro, notó que le ascendía un nudo por la garganta.

—Pero… a pesar de todo… no pensé que fueras a dejarme aquí solo… después de recibir dos tiros por tu culpa—. Al subir la mirada a la suya ahora, tenía los ojos empañados—. Espero que disfrutes de tu trabajo y que le saques provecho, yo… sólo quiero morirme.

Eda parpadeó afectada y bajó la mirada. Pateó la bolsa de la comida hacia un lado y se inclinó hacia Rock, mirándole a los ojos. Rock renegó de ella y se zafó de su agarre, nervioso. Se tapó los ojos henchido de rabia mientras éstos se aguaban más y más. Eda suspiró cuando le quitó las manos, no le estaba dejando acercarse. Se resistía ya a cualquier muestra de afecto. Cuando el pecho le dio otro calambre de dolor cerró fuerte los ojos, encogiéndose. Estaba furioso, triste y furioso. Con Eda nada surtía efecto, no era como Revy. No intentó animarlo de ninguna manera en cuanto le rechazó las manos. Cuando logró contener el resto de lágrimas y volvió la mirada a ella, ésta llevaba rato mirándole.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —le dijo de pronto, con un tono manso. Rock no supo por qué, pero sintió un escalofrío premonitorio.

—Qué, qué ocurre.

—¿Por qué le dijiste a Revy que querías volver a Black Lagoon? —Rock abrió los ojos. ¿Revy se lo habría contado? No, eso era extraño. Quizá había escuchado tras la puerta cuando se lo dijo. Eda le miraba muy fijamente, calibrando. Como si parte de ella quisiera creerle mientras la otra seguía preguntándose cuántas horas frente al espejo le habría costado forzar unas lágrimas. Pero de pronto, y antes de que se le ocurriera algún salvoconducto, Eda bajó la mirada al suelo, respirando hondo—. Sabes qué, me da igual, no me contestes.

—Se lo dije porque sabía que estabas escuchando.

Eda subió la mirada hacia él, sorprendida.

Bien. Por los pelos, se adjudicó pleno. Por primera vez era él quien la engañaba a ella con éxito. Eda le miraba con una atención de auténtica sorpresa. Así que le dio más veracidad continuando con aquello.

—Sí, Eda. Oí que est-…

—No, espera —negó rápido con la cabeza, mirando a otro lado—. Eso no tiene sentido, tú estab-…

—Necesito estar cerca de Black Lagoon para algo que me han encomendado y que no te puedo comentar. —Eda mantenía las cejas fruncidas, con cierto escepticismo. Realmente costaba engañar a un puto agente de la CIA, allí no regalaban títulos. Tuvo que cortarla de nuevo, porque si la dejaba hablar, la dejaría pensar demasiado—. Siento decirlo, pero Revy es mi vía fácil para estar cerca de Benny. Necesito unos programas que está fabricando.

Eda movió los iris pensativa pero le faltaba demasiada información como para conectar las frases sueltas que le decía.

Vas a tener que contarme la misión que tienes, Rock.

—¿Conque esas tenemos? ¿y por qué no me cuentas tú qué has estado haciendo toda esta tarde?

Porque no te creo. Y quiero ver cuánto tardas en elaborar una mentira.

Rock se sintió azorado. No le daba tiempo a sintetizar tan rápido una mentira. La asquerosa realidad y la única, era que aunque estuviera muy cabreado por la ignorancia total a la que lo sometió aquel día, no quería perderla. Porque Eda suponía un bote salvavidas cuando se sentía mal. Le daba igual jugar con las dos, pero no podía quedarse sin ninguna.

—¿Me quieres? —le dijo, volviendo a cambiarle la expresión de la cara.

Bingo. Otra vez la he pillado por sorpresa.

—Já —dijo al momento, ladeando una sonrisa. Rock mantuvo la vista totalmente seria y le tendió la mano. Ella se la quedó mirando sin aproximarse.

—Eda… ¿tú…?

—No, Rock, no te quiero. ¿Qué estás haciendo? ¿Distraerme?

Rock se dio cuenta de que su frialdad era superior a la de él, más que nada, porque imaginarse que aquella frase era cierta, la de que no le quería, a él sí le supuso algo doliente. Quería que Eda le quisiera. Sentía un apego hacia ella especial, fuerte. Eso no podía negarlo.

—Siento… siento haberte gritado… pero ahora por favor, te pido que te marches.

Eda ladeó un poco la cabeza y se cruzó de brazos despacio, mirándole todo el rato. Rock se limitó a apartar la vista de ella y se frotó la humedad de los ojos, sorbiendo por la nariz. La rubia se humedeció los labios y al final, descruzó los brazos y se agachó a por la bolsa de comida. La tiró a la basura dándole la espalda. Según se ponía en pie y alcanzaba su chaqueta de nuevo, oyó cómo Rock sollozaba. Miró hacia atrás por el rabillo del ojo y esa sensación volvía a ella, otra vez. Le costaba. Podía irse, pero le costaría. Ya le estaba costando. Se volteó despacio hacia él, observándolo llorar contenidamente, y le dio mucha más pena de la que se imaginó.

—Haz el favor de no llorar.

—No —musitó mirando a otro lado, frotándose los párpados con las yemas de los dedos—. Necesito morirme de una vez, el mundo quedaría mejor. No le importo a nadie, Eda… a nadie. Tantos meses contigo y mira lo que obtengo de ti. Ni siquiera me coges el teléfono sabiendo que estoy… en un puto hospital.

Eda se sintió tan mal que contrajo la garganta y también apartó la vista, no quería derrumbarse y menos delante de nadie, pero el día había sido una completa mierda, y Rock tenía razón.

—Lo… lo siento…

Rock oyó su voz quebradiza, e incluso dentro de todas aquellas sensaciones de mierda que sentía, hubo un ligero y amargo regusto de satisfacción al verla al borde de las lágrimas. Sentía que se lo merecía, por mala pécora. Por fin, por fin Eda presentaba algo de humanidad. Si estaba consiguiendo hacerla bajar la guardia, también podía conseguirlo con Balalaika. Suspiró, sintiéndose bastante cabrón de repente. La miró de arriba abajo.

—Necesito saber lo que sientes por mí. Necesito saber que puedo confiar en ti.

Eda ascendió la mirada hacia el techo, controlando sus lágrimas en el último instante, no permitió derramar ninguna, pero poco le faltó. Se sentía la peor persona del mundo. Recuperó su tono normal y le miró.

—Confío en ti lo justo y necesario. Trabajas para los pesos pesados, y arriesgo mucho si lo hiciera ciegamente.

—¿Y por eso es necesario que me trates como a un maldito perro?

Eda abrió los labios para responder pero no acudieron las palabras, y Rock comprobó que lo que le dijo Revy era cierto en gran medida. Si se estaba sintiendo mal, si el victimismo estaba funcionando, era porque algo por él sí que sentía.

—¿¡¡No me vas a responder!!? —le chilló con fuerza, moviéndose tan bruscamente que sintió el dolor en el pecho de nuevo, a poco estuvo de resbalarse de la camilla. Edith se le pegó velozmente y contuvo la caída, ayudándole a sentarse bien.

—No, no era necesario —musitó pegada a él. Le miraba a los ojos en la oscuridad—. No me hagas volver a pedirte perdón.

Estuvo a punto de jugar la carta del abandono, pues en la actualidad, Rock ya no tenía apartamento. Prácticamente vivía en casa de Eda. Pero si lo hacía ella no se lo impediría, y entonces tampoco podría tenerla calada ni a su disposición. La veía dolida, él también lo estaba, así que no tentaría demasiado a la suerte.

—Si no me quieres, deja de jugar conmigo entonces —dijo retirando adolorido la mano de su cuerpo, pero Eda no cedió. Frunció el ceño y tuvo un susto cuando lo agarró aún más fuerte y le acercó a la cara. Le miró fijamente pegando su frente con la de él.

—Jugar, eh… —ladeó una sonrisa viperina—. Yo no nací ayer, pimpollo… ¿seguro que no eres tú, el que juega conmigo?

Rock tenía una expresión de dolor muy contenida, estar en esa posición le dolía el doble. Arrastró las palabras.

—No… —negó en un hilo de voz. Muerto de dolor como estaba, le agarró el pelo por detrás de la cabeza, cerrando el puño y tirando fuerte, haciendo que Eda contuviera un bufido. Le levantó la cara al tirar hacia abajo y abrió la boca, mordiéndola en el cuello cada vez con más fuerza. Eda se quejó y le soltó de la ropa, trasladando ahora ambas manos a sus brazos para apartarlo.

—Apártate —le dijo con la voz contenida por el dolor, pero Rock no lo hizo, sino que sustituyó el mordisco por un fuerte chupetón. El agarre del pelo se transformó en una caricia poco a poco, sujetándola de la nuca. Eda trató de poner recta la espalda pero él paró de besarla para quejarse por el dolor de ser estirado, y entonces ella frenó, suspirando—. No quiero hacerte daño… suéltame.

A tientas pudo subir las dos manos a su cuello y forzarla a seguir inclinada hacia él, pero le dolía como si le estuviesen golpeando la costilla herida con un martillo. Cuando la alcanzó de la boca suspiró hondo, volviendo a agarrarla del pelo, y movió con frenesí los labios contra los de ella. Eda no quería corresponderlo. De la nada sintió cómo Rock le apretaba un pecho por debajo del sostén y tiraba fuerte de su pezón, lo que la hizo gemir adolorida y pararle la muñeca.

—Vale, para… para… —la hizo callar de otro beso, pero sabía que le había hecho bastante daño, así que la dejó descansar. Eda se obligó poco a poco a separarse. Respiró agitada en sus labios mirándole a los ojos—. Rock, esto es… yo…

—¿Vas a decirme la verdad…? ¿Me quieres, Eda?

La vio quebrarse de placer al empezar a masturbarla por fuera del pantalón, entre las piernas. Eda asintió despacio, incapaz de verbalizarlo. Rock sonrió… más interna que externamente. Dejó su mano izquierda dándole placer, y ascendió la otra hasta el rostro femenino. Ella cerró los ojos excitada y al recibir su pulgar dentro de la boca comenzó a succionarlo, sin dejar de emitir suspiros bajos. Rock se puso cachondo viéndola. La tenía. Estaba sometida, aun con todo lo perspicaz y lista que se creía. Y de la manera más rudimentaria, que era por el sexo. Fue más brusco con ella, frotándola más fuerte, pero ni siquiera se quejaba, sólo disfrutaba. Se puso caliente de sólo imaginar aquellos preciosos labios rosas chuparle la polla, con la presión justa que ella conocía, al igual que ahora encerraban su dedo.

—Yo también te quiero, Eda… —la rubia entreabrió un poco los ojos pero éstos se le perdieron se le perdieron por el camino, poniéndolos en blanco por el placer inmediato cuando otra vez le frotó la mano entre las piernas—. Estoy agotado, adolorido… —sacó el dedo de su boca y le condujo la mano a su entrepierna. Eda, en su infinita excitación, bajó la atención a su miembro abultado bajo el camisón. Pero fue él quien le apretó la mano femenina alrededor de su tronco, ya duro.

Eda, entre suspiros, miró hacia la puerta de la habitación y meneó con cierta derrota la cabeza hacia el japonés, devolviéndole la mirada en mitad de la penumbra.

Empezó a hacerle una paja. Entonces Rock comprendió que había ganado ese enfrentamiento.

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